El aficionado tiende a identificar a determinados jugadores con momentos puntuales o temporadas concretas de sus equipo, pero hay pocos futbolistas profesionales capaces de encarnar décadas enteras, con sus vaivenes y altibajos varios. Fernando Gómez Colomer (Valencia, 11 de septiembre de 1965) tiene ese «status» por merecimiento propio en un club singular: quince temporadas como futbolista en el Valencia Club de Fútbol equivalen a treinta en cualquier otro lugar. Vivió en sus carnes la decadencia económica tras las obras de Mestalla para el Mundial 82, que desembocó en un descenso a Segunda División al que los más viejos del lugar todavía aluden cuando toca invocar los fantasmas más trágicos de la entidad. Pero también el resurgimiento desde las cenizas de 1986, el ascenso de nuevo la máxima categoría y la consolidación del Valencia como uno de esos equipos que, durante gran parte de los años noventa, convirtieron sus aspiraciones de alcanzar la grandeza en realidades tangibles, muchas veces a golpe de voluntad y no tanto de talonario. Fernando ha sido canterano, futbolista profesional, capitán, entrenador, político, director deportivo y vicepresidente. Le falta todavía presidir un club de fútbol. A lo largo de casi cuatro horas de charla, tampoco descarta esa última opción.
El aficionado al fútbol asocia a Fernando con una época muy específica y, a la vez, muy prolongada de sus vidas…
Creo que es por haber estado quince temporadas en el primer equipo, salir de un barrio de Valencia como es San Marcelino, ser jugador de la cantera o ser el futbolista valencianista con más partidos oficiales hasta la fecha. Quizá por eso el aficionado pueda tener cierto interés. De todas formas, ahí también está el componente de la vida que he llevado tras retirarme: gracias a Dios he hecho muchas cosas diferentes, variadas e interesantes.
Desde luego.
He sido director deportivo de varios clubes, director general de Deportes, concejal de Juventud y Deportes en Chiva, asesor del ministro de Juventud y Deportes de Georgia, he sido entrenador… Siempre muy vinculado a la Comunitat Valenciana, aunque nunca me ha importado trabajar fuera de la Comunitat e incluso de España. Pienso que mi vida se ha convertido en más interesante después de ser futbolista.
Y, del mismo modo, también me acompaña la fama de ser demasiado sincero, de hablar demasiado claro, de decir lo que pienso. Y eso le gusta mucho a ciertas personas, pero a otras les molesta bastante. Nunca he tratado de herir a nadie. Siempre he tratado de decir las cosas de la forma más clara posible, siempre he dicho lo que pienso. Sé que no es lo habitual, que no muchas personas utilizan esta forma de expresarse.
Cuando he estado fuera del fútbol nunca me ha importado decir lo que opinaba, pero cuando he desempeñado determinados cargos he sido siempre muy respetuoso con la entidad para la que trabajaba. Siempre he hecho lo que tenía que hacer; incluso, muchas veces, tenía que decir cosas en público cosas que no pensaba pero que eran lo más beneficioso para el club. He tenido que hacer cosas con las que no estaba demasiado de acuerdo pero sí convenían a las entidades para las que trabajaba. Pero siempre dije internamente a mis superiores lo que pensaba. Yo no busco mi bien personal, no entro a un club o entidad a servirme de ella, sino para servirla a ella. Siempre lo he entendido así.
Es una pregunta recurrente: ¿ser canterano de un club es una ventaja o inconveniente? Siempre pensé que ser «de la casa» era un plus para un futbolista, pero en los últimos años viene a la mente aquella frase del recordado Jaume Ortí: «Hay que hacer el doble para conseguir la mitad».
Yo creo que ser «de la casa» debería ser una ventaja, y voy a razonarlo. Yo he intentado ser director deportivo de muchos clubes fuera de Valencia. Nunca lo he conseguido. Siempre han optado por un exjugador del club, alguien de allí, o por un conocido de los dirigentes; por eso entiendo que aquí en Valencia se debería conseguir lo mismo.
Es cierto que el Valencia CF vive una época en la que estamos dirigidos por personas (Peter Lim) y empresas (Meriton Holdings) extranjeras, y eso ha derivado en desconfianza: ellos, al principio, confiaron en gente de aquí que ellos creen que les han fallado. Digo esto poniéndome en su lugar y desde su punto de vista: si soy una empresa extranjera, ubico mi empresa en otro territorio y confío en gente local que luego me falla, pues ya no confío en la gente local. Y más en un mundo como el del fútbol, en el que existe la vertiente pública, los aficionados, los medios, las relaciones con periodistas y seguidores, saber anteponer la importancia del club a la tuya… Este tipo de cosas hace que no se confíe en la gente local. Eso pasa en Valencia pero, en general, ser del lugar en el que puedes trabajar debería ser una ventaja.
La gente te recuerda siempre con el «10» a la espalda, un número mítico en el fútbol. ¿Era Fernando mitómano de joven?
Soy del año 1965. A mí me gustaba mucho el fútbol, y en San Marcelino se jugaba en la calle, en los patios interiores de las fincas y en los bancales de alrededor. Mis padres no tenían posibilidades económicas para que yo fuese al fútbol, y sólo se veía un partido los sábados por la noche en Televisión Española. Era difícil que yo tuviese una afición desmedida por el fútbol o tener ídolos en ese sentido.
Es verdad, y siempre lo recordaré, que yo siempre tenía en la mente a Óscar Rubén Valdez, que era extremo izquierdo. Me encantaba Valdez. Además era extremo, zurdo, rápido… Es decir, todo lo que yo no era (risas). Pero me gustó. Vi partidos del Valencia CF y me gustaba. Al final, tenías ese ídolo. Recuerdo también que Pep Claramunt iba a la Selección, y era muy importante allí y en el Valencia. Pero poco más.
Iba a ver al Valencia cuando fui más mayor, con 13 o 14 años, gracias a que Manolo Mestre le daba de vez en cuando entradas a mi padre, que trabajaba en Jesuitas, para que fuera a algún partido. Contra Sporting, Cádiz y equipos así era más fácil conseguir entradas, le daba un par y mi padre me llevaba. Pero igual íbamos una vez al año, poco más. Sí recuerdo ir a ver al Mestalla (filial del Valencia) los domingos por la mañana, regaliz en mano. Mi padre me llevaba incluso antes de entrar a jugar en el Valencia Juvenil. Creo que vi más veces jugar al Mestalla que al Valencia CF.
Vienes de aquel entorno de colegios muy vinculados al fútbol: en tu caso, el Club Colegio Salgui. Campos de tierra, y siempre a campo completo…
En aquellos años no existía el fútbol-7 porque no había competiciones para menores de doce años. Se jugaba al fútbol-sala en los colegios. Tampoco la categoría cadete: pasabas de alevín a infantil y luego a juvenil. Recuerdo jugar cinco años maravillosos en el Salgui; en el primer año tuve que pedir un permiso médico especial, porque jugaba con diez años contra chicos de trece. Sin ese permiso no me dejaban jugar. Y jugaba de libre, no de mediocentro.
Entrenábamos en un patio de una manzana, en la mitad de un campo de fútbol sala. De hecho, todavía existe el colegio y aquel patio. Pisábamos el campo de La Rambleta una vez a la semana o cada dos semanas, no nos dejaban más. El Colegio Salgui tenía un club con un prestigio tremendo en Valencia. Jugábamos el Campeonato de los Niños de San Vicente y recuerdo que estaban Valencia CF, Don Bosco, Levante UD, Benimar y Colegio Salgui. Eran los más importantes. Salieron futbolistas muy buenos de allí, que incluso llegaron al Mestalla. Algunos como Armando o Girón incluso pisaron el Valencia en algún partido. Lo pasábamos bien: el ambiente era familiar, los profesores eran los entrenadores, los padres nos llevaban a los partidos… Y la relación del colegio con Vicente Guillot, que -lo he comentado muchas veces- es lo que hizo que yo fuera al Valencia finalmente.
Vicente Guillot fue tu descubridor. ¿Y qué te decían tus padres?
Mi padre siempre estuvo muy pendiente, pero lo vivió desde un segundo plano. Venía a ver los entrenamientos y le conocían, pero era muy discreto. En aquella época mi salida vino de la mano del Colegio Salgui, son ellos los que me dijeron que iba a ir al Valencia porque Vicente Guillot había querido. Mi madre y mi padre lo vivieron con tranquilidad. Además, jamás antepuso el fútbol a mis estudios hasta que llegué al primer equipo del Valencia. Jugando en el Mestalla con diecisiete años, lo primero eran los estudios. Eso me ayudó mucho, la verdad.
Vivía el mundo del fútbol con absoluta tranquilidad. No tenía ningún problema para ser profesional: me gustaba jugar, me divertía, jugaba en el Valencia con ligas y viajes espectaculares… ¿Qué más podía pedir? Un chico de San Marcelino jugando en el Valencia de División de Honor con quince años. Todo iba muy bien. Al final, llega el momento en que Paquito me llama para la pretemporada en mi tercer año de juvenil. Luego ya no volví a pisar el juvenil: entrenaba con el primer equipo, jugaba con el Mestalla, pero siempre sin ninguna obsesión. Iba a clase de la facultad después de los entrenamientos, a primero de Económicas.
Me tocó hacer la mili como voluntario en aquella época; me fui a Bonrepós y recuerdo que teníamos un trato especial y bueno. Juré bandera y me fui directo a hacer el Selectivo tras dos meses sin haber tocado un libro. Me lo saqué y volví al cuartel. Para la primera novatada buscaban «al futbolista», me hacían dar toques con el balón, me perseguían por el cuartel. Pero bien, lo llevé bien. Hice las típicas guardas y refuerzos, sobre todo eso último, por las noches. Una por semana. El cuartel de Automovilismo de Bonrepós se quedó sin gente, tuvimos que ir un poquito más por allí. Fueron 19 meses de mili pero los pude compatibilizar con el fútbol; había veces que salía de un refuerzo y me iba directo a entrenar sin dormir. Pero con 18 años puedes hacer lo que sea.
Es curioso lo que dices de los estudios, porque uno de tus motes más extendidos siempre fue «El Catedrático». Casualmente, uno de tus hermanos es de verdad catedrático de Derecho. El otro es médico.
Sí, siempre digo que soy la oveja negra… (risas). Creo que hubiese acabado la carrera de Económicas, los números me gustan. Adoro los números, tengo mucha facilidad para las matemáticas. Desde siempre; en primero de BUP saqué sobresaliente en Matemáticas. Incluso mi mujer y personas cercanas se sorprenden hoy en día. Antes de saber que jugaría al fútbol, siempre pensé que me dedicaría al mundo de la empresa. Economía, matemáticas, estadística, contabilidad… Esos aspectos se podían aplicar en una empresa, pensaba que podía dirigir mi vida por esa vida, pero cuando eres futbolista en Primera División con 18 años, el fútbol pasa a ser lo primero.
Las matemáticas ayudarían, por ejemplo, en tu época de capitán para negociar las primas.
Se formaba una comisión de dos o tres jugadores para ir a la reunión de primas. Se arreglaban rápido. Había presidentes más fáciles que otros. Las primas eran importantes en aquella época porque había contratos bajos, y las primas en función de objetivos globales como entrar en UEFA, llegar a semis de Copa… se manejaban y se hablaban. Ahora los premios individuales suelen darse en categorías inferiores, pero en Primera División los contratos son importantes y sólo se suele hablar de premios globales de club.
En el juvenil y en el filial no entrenabas en la Ciudad Deportiva de Paterna, que se construiría años después.
Hubo una época en la que entrené en la zona trasera de Mestalla, pero fue poco tiempo. Siendo juvenil de primer año ya jugábamos en Paterna, el edificio aquel rodeado de campos de naranjos. Hay fotos de aquella época de los Saura, Tendillo, Arias, Castellanos… El juvenil de División de Honor jugaba en un campo rodeado de naranjas, con la gente de pie: no había ni gradas, ni asientos.
Ahora la División de Honor es muy mediática, con mucho seguimiento. Aquello era semiclandestino.
Es normal, por el desarrollo de los medios de comunicación y el seguimiento que existe en el fútbol da para mucho. El desarrollo de televisiones, radios, periódicos, redes sociales… Da para todo. Llama mucho la atención un producto con futbolistas jóvenes. El otro día vi debutar con el Liverpool a un jugador de banda derecha que yo he visto en la Youth League. No recuerdo el nombre porque tengo apuntados mil nombres en el último año y medio viendo fútbol, pero sí que me anoto a todos los jugadores jóvenes. Van teniendo sus oportunidades y subiendo a sus primeros equipos. Ver jugadores jóvenes llama mucho la atención y el sistema de competiciones es muy atractivo.
Paquito te dio la oportunidad aquella pretemporada de 1983, con el Valencia salvando la categoría por los pelos… ¿Qué te encuentras en el vestuario?
En junio se dio el famoso gol de Tendillo contra el Madrid, que evitó el descenso. Bastantes jugadores se marcharon después: se quedaron los Manzanedo, Bermell, Sempere, Tendillo, Arias, Saura, Serrat, Botubot, Castellanos, Aliaga, César Ferrando, Mario Kempes, Idígoras, Pablo Rodríguez… Me encuentro un vestuario que sabía lo sucedido el año anterior. Llegó Francisco García «Paquito» con Mata, su preparador físico. La pretemporada en Gandía… ¡Buf! Tres entrenamientos al día: a las 8 de la mañana, a las 12 del mediodía y por la tarde nos desplazábamos al Guillermo Olagüe a hacer campo, porque por las mañanas todo era trabajo físico.
Yo era un chaval de 17 años que trataba de ser lo más discreto posible. Subí con Sixto, Granero y Revert. Además, yo no hablaba demasiado: entendía bien la jerarquía, sabía que mi rol era estar allí y aprender. Luego jugué en la 98-99 en Inglaterra (en el Wolverhampton) y vi cómo los juveniles les limpiaban las botas a los veteranos. Esas cosas no pasaban en España, ni siquiera en 1983. A veces esos detalles no están bien gestionados por los veteranos, porque hay veteranos que se pasan intentando hacer valer su jerarquía respecto a los jóvenes.
¿Tú lo hiciste alguna vez?
No, no. Yo recuerdo que, cada año que pasaba en el Valencia, los jóvenes que subían lo hacían con más descaro. Con más alegría, menos discreción, eran menos callados. Recuerdo a Nando, por ejemplo: parecía ya un veterano el primer día que llegó. O Mendieta, en su caso, que era muy callado. El jugador joven trataba de molestar lo menos posible y hacer las cosas bien. El jugador veterano no es tonto, noté mucho apoyo por su parte. Y lo digo con toda la humildad del mundo: seguramente vieron algo en mí, en plan «coño, este chaval no lo hace tan mal, podría tener posibilidades». Entonces el trato era de mucho apoyo, muchos consejos y mucho respeto. Y yo siempre trataba de obedecer y de aprender. Siempre digo lo mismo: recibí mucha atención, colaboración y ayuda por parte de los veteranos con los que coincidí.
Uno de ellos era Kempes. La mayoría de testimonios hablan del gran Kempes, el pletórico campeón del mundo. Pero hay pocos testimonios sobre el Kempes crepuscular, el que te encuentras al subir al primer equipo y que empieza a partir de su lesión en el hombro contra el Carl Zeiss Jena en octubre de 1980.
Imagínate. Un jugador campeón del mundo con Argentina, Pichichi en la Liga española, una estrella mundial. Kempes fue y es una estrella mundial. A pesar de haber vivido aquella última etapa suya, veías lo que era capaz de hacer. Me llamaba la atención, para el cuerpo que tenía -alto, de poca frecuencia-, que era muy rápido. El disparo que tenía. Pero de lo que más te dabas cuenta era de su comprensión del juego: lo comprendía a la perfección. Y ejecutaba casi siempre bien. Tenía facilidad para pensar, para decidir y para ejecutar. Y entiendes por qué era una estrella mundial a pesar de la edad y de la situación física en la que se encontraba. Y también recibí mucho apoyo y mucha ayuda por su parte.
Kempes acabó marchándose al Hércules al poco tiempo. Tú subías al primer equipo con cierto renombre como goleador en el equipo juvenil entrenado precisamente por Óscar Rubén Valdez…
Pero esa faceta «me la encontré» de repente. Recuerdo que, cuando jugaba en el Colegio Salgui, también metía muchos goles. Pero era algo que consideraba normal, consideraba sencillo desarrollar mi futbol con el Salgui. Y luego resulta que vas al Valencia y también te parece sencillo, aunque estás rodeado de otros compañeros. Yo era mediocentro en el juvenil de Valdez, por delante de los centrales. Sin embargo, en el 4-4-2 que jugábamos, había un interior derecho que hacía la permuta conmigo al atacar: yo avanzaba, él se quedaba para frenar el contragolpe. El segundo año de juvenil hice 32 goles como mediocentro.
Luego subes al Mestalla y, claro, el entrenador piensa que no puede poner al chaval de 17 años de mediocentro, así que lo pone un poquito más adelante para darle más libertad. Lo mismo: hice 12 o 13 goles en doce partidos. Paquito me dio un partido de Copa del Rey con el primer equipo, contra el Deportivo Alcoyano. Y después, lo típico: ¿cuándo suben los jugadores de abajo a la primera plantilla? Pues cuando las cosas van muy mal a nivel deportivo, o cuando van muy mal a nivel económico.
En el Valencia coincidían ambas en aquella época. Día del debut: 15 de enero de 1984, en un campo que mola como Zorrilla. ¿Qué memoria tienes de aquello?
Imagínate los nervios con los que jugué ese partido. Recuerdo que hacía mucho frío, que había mucha responsabilidad yendo a Valladolid. Pero, al final, vivía esas situaciones con relativa normalidad. «Me toca, es una oportunidad». Pensaba en no obsesionarme y hacerlo lo mejor posible. Los nervios vienen porque intentas fallar la menor cantidad de pelotas posibles, jugar muy fácil, que los demás tengan la responsabilidad. Recuerdo pocas intervenciones mías, pero sí que perdimos 2-1 con aquel famoso gol de Minguela… (risas).
Tu primer gol oficial lo marcas con el «14» a la espalda y contra el Atlético de Madrid. Y es un «chufo» impresionante.
Partido televisado, sí. No sirvió para sacar puntos, pero salía al campo y trataba de hacer las cosas lo mejor posible. Cometer pocos errores, no molestar, ir haciendo las cosas bien poco a poco. En aquel partido le marqué a Pereira, fue un gran gol. Fue un poco la premonición de que algo podía pasar en mi carrera futbolística: «Este chaval puede hacer carrera y, probablemente, sea un centrocampista goleador». Esas dos cosas quedaron claras en aquellos partidos del primer año, porque hice tres goles en media vuelta de competición, sin jugar todos los partidos y con 18 años. Recibí mucho apoyo de Paquito. Me sacó la segunda parte del Trofeo Naranja contra Peñarol, con 17 años. Me decía: «Fernando, Fernando, abre el libro», me lo hacía con gestos. Yo le decía que bastante tenía con no perder ninguna y ya está.
El tema de tus goles con el Valencia es bastante loco, sobre todo de cara a los chavales jóvenes que recurren a Youtube para descubrirlos. En su momento, allá por 1996, salió un VHS de media hora con muchos de tus goles. Cuéntame alguno de ellos, como aquel de volea contra el Oviedo con el «11» a la espalda.
Es que yo empecé a llevar el «10» a la espalda cuando se retiró Javier Subirats. Hasta ese momento llevaba cualquier número; curiosamente muchas veces me tocaba el «9» porque nadie lo quería, porque para los aficionados se asociaba al jugador goleador. Nadie lo quería para que no les criticaran que el «9» no metía goles (risas). En el Mundial de Italia, nadie en la Selección quería el «10», porque se asocia al líder del equipo y tal. Me tocó a mí, y eso que fui el penúltimo en elegir dorsal… Pues eso, en el Valencia alterné entre el «10», el «11», el «7» o el que fuera. Me acuerdo de aquel gol al Oviedo, un centro largo de Revert. Subirats hizo otro gol impresionante ese mismo partido. Pero sí, de vez en cuando salían estas cosas; también metí muchos goles normales, por así decirlo.
«De vez en cuando» no es demasiado preciso, porque cualquiera que vea ese vídeo o haya seguido tu carrera sabe que sí, hay goles de «empujarla», pero goles como aquel contra el Murcia no son muy normales…
Aquel fue diferente. La jugada la empieza Subirats, con Paco Ferrando y Quique Sánchez Flores. Una pared tras saque de banda, delante de los banquillos, y acaba Paco pasándome a mí la pelota. Siempre digo una cosa que intenté cumplir durante mi carrera futbolística: siempre que no perjudiques al equipo, además de hacer las cosas de forma efectiva, si le puedes dar algo más estético al espectador… Pues mejor. A veces intentaba algún taconazo, algún disparo por fuera con el exterior, algún pase imposible por arriba. Necesitabas algo de creatividad cerca del área, tal y como estaban las defensas y los pocos espacios que había.
Lo comenté con muchos excompañeros de entonces y seguro que recuerdan la frase: «Aparte de que sea efectivo, a veces hay que dar un poquito de espectáculo para que los aficionados vean cosas diferentes». La verdad es que hay muchos goles de este tipo: cosas que intentabas y que, gracias a una buena ejecución, te salían. Respecto al VHS del que hablas, siempre digo que hay 53 goles en ese vídeo, pero hay otros 90 que marqué y no aparecen. Había pocas retransmisiones de fútbol, una a la semana. Luego en 1990 llegó Canal 9 y la cosa empezó a cambiar.
¿Hay algún gol bonito que te fastidie no tener grabado por no haberse retransmitido?
Uf, tendría que pensarlo muy bien. Pero mira, sí me gustaría un vídeo de todas aquellas jugadas que te he comentado antes, de esas jugadas «diferentes» pero que no acabaron en gol. Recuerdo un partido contra el Mallorca con el campo horroroso, medio embarrado, lloviendo… Meten una pelota en el área, la paro con el exterior y se la doy de tacón a Eloy Olaya. La gente ya gritaba el gol, pero el remate pasó pegado al palo y se marchó fuera. En otro partido, otro taconazo por bajo para dejar sólo a Quique y sí acabó en gol. Recuperar este tipo de cosas, esos vídeos que se montan ahora para ver cómo son los jugadores: acciones técnicas de la época que no acabaron en gol. Pero es imposible.
Esto enlaza con un concepto muy arraigado sobre tu fútbol: que Fernando ha sido una referencia a nivel técnico, sobre todo a la hora de fijarse en ti. En muchos de los goles vemos controles, remates con pierna derecha, pierna izquierda, remates de cabeza, controles con el pecho en velocidad… ¿Eso viene de serie? ¿Se entrena? ¿Se puede pulir?
Puedes mejorarlo, sí, pero eso creo que es innato. A mí nadie me lo enseñó. Yo jugaba al fútbol y nadie me puso en un campo para lanzarme trescientos balones para controlarlos de diferentes maneras. Eso es así. También lo he dicho muchas veces: si piensas en el Fernando futbolista y sus características, quizá hoy en día no me elegirían para jugar en ningún equipo de fútbol. Ahora se valoran conceptos como «energía», «capaz de hacer repeticiones», «capaz de rehacer esfuerzos», «tiene pierna», «tiene buen pie»… De todas esas, quizá sólo me ajusto a la del «buen pie».
¿Un Fernando no jugaría en Primera División hoy?
Uf, si me tuvieran que fichar determinadas secretarías técnicas… pues seguramente no (risas). En serio, pensaba en esas características: «No soy rápido. No soy regateador. No soy excesivamente agresivo». Pero es verdad que veía bien el juego, técnicamente era muy bueno, los controles eran espectaculares… Los controles eran lo mejor, sin eso no podría haber hecho nada en el fútbol ni hacer tantos goles. Y los campos en los que se hacían esos controles, y las posiciones avanzadas donde los espacios son más reducidos.
Hice que mis defectos me perjudicaran lo menos posible, a mí y al equipo; y, sin embargo, aproveché muy bien las virtudes que podía tener. ¿Qué no era un jugador rápido? Siempre que le entraba a un rival, no dejaba que me driblara, porque si lo lograba ya no lo cogía. Cuando un rival penetraba por banda, no iba detrás de él; acortaba por el medio para que un compañero fuese a por él y yo le hiciera la cobertura. Y luego, en el cuerpo a cuerpo y en la disputa, yo era bueno. Manejaba bien el cuerpo.
Hay una evolución ahí también, del Fernando muy fino de 1984 a ir cogiendo volumen y anchura con el paso de las temporadas.
Al final, tanto entrenar durante tantas temporadas, con esos compañeros y jugando contra esos rivales… Aunque creo que el gimnasio se utilizaba mal. En nuestra época, el gimnasio no se utilizaba como ahora: igual íbamos una vez cada dos semanas, y de la paliza que te pegaban acababas «baldado» tres días. Dolores musculares por todas partes.
Ahora los jugadores van al gimnasio todos los días, con sus pesos, sus cargas, los ejercicios que deben o no deben hacer… Esa labor de prevención que les va tan bien no existía en nuestra época. Era más bien: «Madre mía, hoy toca gimnasio». Porque sabías que estarías tres días dolorido. Uno de los entrenamientos, cuando fui a Inglaterra, fue de diez postas de gimnasio con un aparato, veinte abdominales, pasabas al siguiente aparato, otros veinte abdominales… y, al acabar los diez aparatos, te ibas corriendo a subir la grada del estadio, a la grada contraria y a empezar de nuevo. Así, ocho o diez vueltas. Acababas con mil abdominales. ¿Pero esto qué es?
Básicamente, lo que se hace en el crossfit ahora.
¡Pero para un jugador de fútbol era una salvajada! Nos fuimos a correr un día a un parque en Wolverhampton. Para allá, para acá, cuestas arriba, cuestas abajo… Y cuando ya estábamos reventados, nos sueltan: «Vale, el calentamiento ya ha terminado. Ahora vamos a entrenar». Cogí una fascitis plantar y la rodilla derecha la tenía fatal, vine baldado de allí.
Había dos perfiles en los ochenta: el futbolista técnico y el futbolista físico. A ti se te notaba que disfrutabas mucho más con la pelota.
Tiene que haber de todo en un equipo. He entrenado cuatro o cinco años a chavales jóvenes y no tan jóvenes, luchando por la permanencia en Alzira, en Beniganim… Y me he dado cuenta de que puedes conseguir que un jugador bueno se esfuerce más, pero es mucho más complicado conseguir que un jugador que trabaja mucho juegue mejor al fútbol. Lo puedes conseguir, pero en determinadas categorías los entrenadores con un fútbol más práctico no admiten a otros entrenadores que jueguen mejor. Sin embargo, los que sí apostamos por un mejor fútbol sí admitimos que haya otros entrenadores más prácticos. «Es que en Tercera no se puede jugar como quiere Fernando». ¿Por qué no? ¿Cómo crees que quiero jugar? No pretendo ser el Barça de Guardiola, pero si puedo parar la pelota y dársela a un compañero, mejor que enviarla en largo. Ocho o nueve balones de cada diez que envías en largo, los pierdes.
Por eso se ha puesto tan de moda el jugador completo, que aparte de ser bueno técnicamente tiene recorrido, tiene pierna, capacidad de hacer repeticiones… Y luego hay jugadores técnicos que tienes que hacer encajar dentro de un equipo. Son absolutamente necesarios también, hace falta alguien que te de desequilibrio en los últimos treinta metros. Eso le pasó a España en el Mundial: jugó muy bien, pero no tenía a nadie que hiciese eso ante equipos que se le encerraban. No tenías desequilibrio, no tenías centrocampistas con llegada, no tenías extremos desequilibrantes… El fútbol no es tan complicado: a nivel ofensivo, se trata de tener la pelota, saber cómo jugar en campo contrario, crear el mayor número de ocasiones y, si tienes acierto en el remate, ya has completado la ecuación. Pero luego también está el aspecto defensivo.
Si tu modelo de juego es ese, como era el de Gattuso en el Valencia, puedes tener problemas atrás. Entonces tienes que estructurar el equipo para tener el menor número de problemas ahí: trabajar la presión tras pérdida, saber cómo tienes que hacer la presión y basculaciones, cómo replegar y cuándo para no verte sorprendido, saber dónde colocar a los jugadores y las vigilancias a realizar cuando tienes la pelota en campo contrario… Luego el jugador tiene que saber ejecutarlas y hacerlas bien, porque dependes de ellos.
Todo esto es muy interesante, me he ido fijando en ello los últimos diez años mientras veía los partidos más desde la perspectiva del entrenador y no tanto para ver a un jugador y decidir si me gustaba o no para mi equipo. Desde esas dos prismas, el de director deportivo y el de entrenador, me encanta ver partidos: laterales que se vienen por dentro y por qué, jugadores que se van por fuera y por qué, jugadores que se meten entre los centrales y por qué…
Una vez me dijiste que la palabra «automatismo» no te gustaba.
No. «Alternativas» me parece más adecuada. Cuando se habla de automatismos… ¿Por qué hay que hacer las cosas «obligadas» así? Dale a los jugadores libertad, dentro de unas bases. Con que le digas a un jugador: «Siempre que puedas parártela, te la paras y se la pasas a un compañero. No pasa nada por jugar la pelota atrás: es mejor jugarla atrás que ir hacia adelante y perderla». Que el jugador que está de espaldas siempre tenga un compañero de cara para poder dársela. Que, si no estás en los últimos treinta metros y eres maravilloso en el uno contra uno, la des atrás. A partir de ahí, se producen los movimientos.
Siempre le digo al lateral derecho que es la posición más fácil del mundo, y que son los jugadores más influyentes del equipo. El equipo lo manejan los mediocentros, pero los laterales siempre son los jugadores más desmarcados porque los puntas, al final, se cansan de bascular para marcarlos. Siempre encuentras un lateral libre, son el termómetro arriba y abajo. Cuando el lateral derecho recibe el balón, tiene las opciones del portero, del central, del otro central, el mediocentro, el interior que viene por dentro, el segundo punta que baja… Tiene seis alternativas. Ahora, debe elegir la mejor. ¿Por qué debe siempre jugar al interior que está abierto? No, que elija la que considere mejor. Quiero jugadores inteligentes, que elijan la mejor opción: igual, en algún caso, es pegarla a la grada y sacarla del estadio porque estás en una situación de absoluto riesgo.
Para mí, la palabra «automatismo» significa «tengo que hacer esto». Esa palabra la odio. No: tienes varias alternativas, debes elegir la mejor.
En nombres propios, el cambio en esos aspectos se pudo ver en jugadores como Pepe Carrete, un lateral derecho más tradicional, y luego la aparición de laterales con recorrido como Quique Sánchez Flores…
Y Quique algunos años acababa como uno de los máximos goleadores del equipo. A veces aparecía por el centro, otras veces por la izquierda. El fútbol de ahora es muy táctico. Antes hablabas con Bossio y decías: «Miguel Ángel, tu coges a uno y yo cojo al otro». Estos conceptos de basculaciones, repliegues… Todo eso no pasaba. Todo se reduce a que, si todos tus jugadores están en sus posiciones, acabas siendo muy fácil de neutralizar. Eres predecible. Salvo que tengas jugadores con buen uno contra uno o con muy buena técnica, que les permita salir con facilidad de situaciones complicadas. Pero eso es jugar a la lotería, no progresar en el juego.
¿Qué desajusta al rival? Tus cambios de posición. Unos desajustes que se intentan ajustar. Bordalás, por ejemplo, perseguía al rival. Era lo que me gustaba del Getafe: que presionaba hacia adelante, lo que también tiene sus riesgos. Evitas que el rival tenga facilidad para la progresión. Te pones en la piel de un jugador actual y piensas: «¿Qué me incomodaría en el campo?» Y tratas de hacérselo al rival. «¿Qué me facilitaría las cosas?» Pues eso es lo que tratas de conseguir en tu equipo. Tienes la herramienta del vídeo: puedes enseñar a un jugador el ejemplo y se da cuenta, sobre todo cuando ganas y ha jugado bien. Y dice: «Este entrenador tiene razón». Pero hay que saber transmitírselo. A mis jugadores les digo que disculpo los fallos de ejecución, pero no los fallos de concepción de juego.
Se puede fallar, pero no puede parecer que estás «perdido» en el campo.
Hay muchísimos entrenadores que quieren sacar la pelota jugada desde atrás, pero no utilizan al portero y sólo dejan a un jugador en el centro del campo. Ese entrenador en realidad no quiere sacar la pelota desde atrás, quiere hacer «parecerlo». Luego pierdes una pelota y ya no lo intentas más. En mi caso, me ha ido bien en los equipos que he entrenado: con mis futbolistas del Beniganim y del Alzira, y mira que hace años de aquello, todavía me voy a cenar alguna vez. Eso es lo que más me agrada, que mis jugadores me han valorado positivamente.
En el sentido más estético, cada vez se ve menos en los campos esa acción individual que suscite una reacción de la grada para bien, como que saquen pañuelos tras un gol. Siempre dices que el mejor fue en San Mamés…
Allí no hubo pañuelos, pero sí que me aplaudieron. Ha habido otros más difíciles, pero en el de San Mamés me dije: «La paro y, aunque tengo tres compañeros en el área, ¡qué narices! Voy a probar. Quiero ponerla ahí.» ¡Y te sale! Siempre lo nombro por ese motivo. El escenario, el aplauso que me dieron… Hubo otros más difíciles, contra el Oviedo, el del Murcia… Otro de un cabezazo muy complicado en Pamplona tras un centro de Álvaro, cuando yo la peino de espaldas y va a la escuadra. Fue tan inverosímil que fui corriendo hacia Álvaro para decir que había querido hacer eso, que quedara claro que había querido ponerla ahí.
Quince años en un club te permiten ver los altibajos cada temporada. Si hay un momento duro, es el descenso de 1986. ¿Fue tan traumático como dicen todos los integrantes de aquella plantilla?
Yo lo viví de manera diferente: aquel año, el 15 de diciembre de 1985, Schuster me rompió el quinto metatarsiano del pie, un pisotón en la parte interna y el pie se dobló hacia afuera. Me lesioné cuando teníamos un negativo en la tabla. Dado que el equipo iba mal, intenté recuperarme muy rápido, lo antes posible, incluso cojeando. Pero entonces caí con una pubalgia. No jugué nada el resto de la temporada, sólo podía ver los partidos y no nos salía nada. Recuerdo un partido espectacular ante el Atlético, con 1-0 y un gol de Marina nos empató al final. No ganabas ni siquiera cuando jugabas bien.
Yo entrenaba aparte, fue una situación difícil para todos. Creo recordar que estuve en la grada alta del Camp Nou en aquel 3-0, íbamos con la cosa ya muy complicada. Pasó lo que pasó, fue traumático. Había muchos jugadores valencianos y muchos jóvenes. Con el paso del tiempo lo recuerdas como un punto de inflexión: la llegada de Arturo Tuzón, subir el primer año, los años de Espárrago… Dices: «Fue traumático, pero sirvió de algo».
Tú viviste una situación en enero de 2009 en la que los jugadores del Valencia estuvieron dos meses sin cobrar y se notó en los resultados. ¿Hasta qué punto la difícil situación económica influyó en el descenso de 1986?
Yo nunca he compartido el hecho de que, en el ámbito del fútbol, se disculpe que influya tanto en un bajón colectivo del rendimiento el pasar un par de meses sin cobrar. Fíjate el plantillón que tenía el Valencia en 1983, el año que casi baja. Puedes tener problemas económicas que te obliguen a que tu plantilla sea un poquito peor cada año, o que los extranjeros que fichabas fueran de menor nivel: ya no podías traer a Kempes, a Bonhof, a Morena, a Johnny Rep… Pero, ¿y el resto? Carrete, Solsona, Tendillo, Castellanos, Saura, Arias… El bloque de la temporada 80-81.
No sé si estuvieron mucho tiempo sin cobrar: yo subí al primer equipo en 1983 y tenía un sueldo de 6.000 pesetas al mes, sueldo de juvenil. ¡Pero era jugador del Valencia! Mis primeros tres años de profesional cobré un millón, millón y medio y dos millones. Cuando llevaba siete años en el Valencia, igual cobraba seis millones de pesetas por temporada. En aquella época no lo conocí de primera mano, pero con el tiempo parece que la situación económica influyó en que el equipo descendiese. Es cierto que empezamos a subir muchos desde abajo: Revert, Granero, Giner, Voro, Camarasa… Coqueteas con el descenso y, pocos años después, por desgracia acaba sucediendo. Pero, ya en 2009, yo sabía lo que cobraban todos los jugadores porque era el director deportivo del Valencia. No puede ser. No ganamos un puñetero partido en los dos meses en que los jugadores estuvieron sin cobrar.
Hablaste cara a cara con la plantilla en aquel momento.
Yo pedí permiso al presidente, que era Vicente Soriano, y saqué un comunicado en el que apelaba a la profesionalidad de los jugadores para que, independientemente de los problemas a nivel económico que hubiera en el club y de no cobrar en este periodo, comprendiesen que la afición de Mestalla no lo iba a entender e iba a ser exigente. Y cuando la afición de Mestalla se vuelve exigente, es muy difícil jugar en ese campo. Recibí una llamada de Carlos Marchena, que ejercía de capitán: «Fernando, ¿esto qué es?» Le dije que no pasaba nada, que me pasaría por la tarde durante el entrenamiento para hablar con ellos.
Ojo a aquel vestuario: Villa, Silva, Mata, Marchena, Baraja, Albelda, Joaquín, Zigic, Miguel Brito…
Estaban todos. Recuerdo que me dejaron absolutamente sólo, no entró nadie conmigo al vestuario: Unai Emery, Voro… Todos se quedaron fuera. Llevaba el comunicado en la mano. Expliqué que Carlos me había llamado y que yo tenía que dar la cara y hablarles. Leí en voz alta el comunicado y les dije: «¿Esto os incomoda?» Sólo estaba apoyando al entrenador y apelando a su responsabilidad. Llevábamos dos meses sin ganar un partido. Y les dije: «Yo, que he jugado quince años aquí, sé lo que es jugar en Mestalla sin el apoyo de nuestra afición. Y como no tiréis para adelante, no entramos ni en la UEFA». Fue mi primer año como director deportivo del Valencia. Siempre he sido muy sincero y he hecho las cosas que he tenido que hacer, aunque me perjudicaran a mí. Delante de quien sea. El equipo se recuperó, el club pagó y se entró en UEFA. Y la temporada siguiente encadenamos tres años seguidos entrando en Champions.
1987, el año del ascenso: Di Stefano, Jesús Paredes… ¿El renacer empieza allí, o se ha romantizado todo con el paso de los años?
Si caes y no subes, puede convertirse en un problema. Aparte de su conocimiento y sapiencia, lo mejor de Alfredo era su jerarquía. Lo que había sido como jugador y como entrenador. Vino con un Paredes diferente al que luego sería con Luis Aragonés: sobre todo, se preocupó mucho de que el vestuario estuviese muy unido y no hubiese problemas. Que el ambiente fuese adecuado para tirar para adelante.
La importancia de los segundos entrenadores como «pegamento» con los jugadores. El «poli bueno y el poli malo».
Sí, porque muchas veces el jugador tiene miedo a comentar algo delante del entrenador, y sin embargo al segundo sí que se lo deja caer. El jugador busca un aliado. El segundo parece que lo es, pero también lo es del primer entrenador, aunque puede hacerle entender las cosas. Creo que en los cuerpos técnicos siempre pasaban este tipo de cosas. Todo fue muy bien con Jesús Paredes: a nivel entrenamientos, siempre se preocupó de que llegásemos muy frescos a los partidos, desde la misma pretemporada. Decía: «El equipo debe llegar muy fresco para poder responder». Ir a tope en el entrenamiento y llegar «muerto» al partido no servía de nada. En pretemporada, el día previo apenas hacíamos nada, para poder llegar frescos y responder bien.
Perdimos un par de partidos en casa al principio contra Barça B y Athletic B, pero es cierto que sacamos mucha diferencia a los rivales y el equipo ya parecía ascendido incluso antes de jugar el «playoff». Entrar en una categoría así no es fácil, pero ayudó el hecho de haber tanta gente joven, tantos valencianos de aquí, todos muy responsabilizados con el objetivo de ascender.
Y los veteranos que se quedaron: Arias o Subirats, por ejemplo.
Fuesen de aquí o de fuera, se creó un ambiente de vestuario ideal para que el objetivo se consiguiese. Esa mezcla de veteranos y jóvenes, la forma de entrenar, la forma de jugar, el prestigio de tu entrenador, sus ruedas de prensa y declaraciones… Las cosas fueron bien.
Con Arturo Tuzón como presidente se pasa de una época de carestía, con problemas de pagos, a generar confianza, reestructurar el club, pagar en tiempo y forma…
Llegó una persona que hizo lo que se tenía que hacer. Es verdad que se encontró un vestuario con gente como yo, que en aquel momento cobraba el equivalente a 12.000 euros. Es que daba igual: lo que nos importaba a los futbolistas era jugar bien y ascender. Apretaron mucho en lo económico: recuerdo una negociación con Germán Marco terrible, aquello de «te voy a pagar tres trescientos, tres seiscientos, tres novecientos y cuatro doscientos» en aquella renovación por cinco temporadas. Y yo le decía: «Ché, Germán, por favor…». Llevaba ya cuatro años en Primera División, pero no pasaba nada.
No nos importaba tanto el dinero, eso ya llegaría después. Era un vestuario muy poco preocupado por estas cosas, y sí muy centrado en el objetivo. Un vestuario al que le dolía no conseguirlo, al que le dolía jugar mal y perder. De ahí viene el famoso sentido de pertenencia: todos sentimos igual los éxitos, pero no todos sentimos igual las derrotas.
Una vez de vuelta a Primera, hay que tocar la figura de Víctor Espárrago. Cambió un equipo recién ascendido y lo convirtió en candidato a ganar la Liga. Siempre habla maravillas de ti.
Espárrago fue una enorme elección. A la persona que decidió traer a Espárrago tras el ascenso hay que darle muchísimo mérito. Era lo que necesitábamos: un entrenador que, a nivel disciplinario tanto dentro como fuera del terreno de juego, fuese agresivo, serio e importante. Un entrenador al que incluso le tuviésemos cierto miedo. Él luego lo negará, pero le veíamos como una persona muy, muy seria. Con tanta gente joven, era lo que necesitábamos. Tácticamente éramos muy disciplinados, y luego supo dar esa libertad a ciertos jugadores en ataque (entre ellos, yo) que ayudó a que las cosas fuesen bien. Éramos un equipo muy difícil de derrotar, nos hicimos fuertes en defensa, Ochotorena fue «Zamora»… Fue el entrenador ideal para la época que el Valencia vivía como institución y como plantilla. Y eso que Víctor me «pegaba» mucho en el vestuario. Empezaba a ser capitán, había rumores de otros equipos que te querían, iba con la Selección… Cuando Víctor veía algo por lo que podía llamarme la atención, él lo hacía y lo hacía delante de los compañeros. Yo lo entendía como un mensaje: «A este tampoco le permito nada». A Víctor lo admiro y le quiero mucho.
Estoy convencido de que este recuerdo tan bonito no existía en aquellos veranos en las dunas de El Saler, corriendo con los chalecos con lastres de plomo de Modesto Turren. Muchos compañeros tuyos confiesan que echabais culebras por la boca.
Cambió la forma de entrenarnos respecto a Di Stefano y Paredes. El físico primaba. Un día, hartos, hablamos con el entrenador. Le dijimos: «Míster, no le pedimos que cambie la forma de entrenar. Pero, al final del entrenamiento, déjenos diez minutos de tocar la pelota y de reírnos, jugar una ‘pachanguita’ o algo, de no estar tan herméticos». Desde los terrenos de Paterna se ven las fábricas que hay en el polígono de Ademuz. Y nos dice Espárrago: «¿Cómo? Muy bien: el que no quiera jugar al fútbol, puede irse allí a darle a la ruedita», señalando a las fábricas. Ese era Víctor Espárrago.
Otra de las claves para el resurgir del Valencia y el subcampeonato fue la llegada de Lubo Pénev.
He tenido la oportunidad de jugar con futbolistas muy, muy buenos durante quince años. Hay gente como Lubo Pénev y como Pedja Mijatovic que te dieron algo diferente. Eloy Olaya llegó y rindió muy bien, igual que Mazinho, José Ignacio, Poyatos, Eskurza, Romero, Sietes, Otero, Engonga… No quiero olvidarme de ninguno. Pero Lubo y Pedja te dieron un nivel muy alto en ataque.
Lubo era un jugador que te hacía buena casi cualquier pelota que le dabas. Tenía movilidad, tenía control, tenía cuerpo, velocidad, remate, protegía bien el balón, jugaba bien de espalda, tenía inteligencia para moverse, tenía carácter… De esos futbolistas que eran maravillosos tener al lado.
Y luego, el año aquel de Pedja… 28 goles. Era todo lo que te he comentado de Lubo, pero además con gol. Mijatovic ha sido el mejor jugador con el que he jugado en el Valencia, dejando a Kempes a un lado porque sólo viví su última época. Ha habido jugadores con un gran rendimiento individual en una sola temporada, pero ninguna como Mijatovic.
Se habló en su momento de «roces» con el asunto de la capitanía entre Lubo y Fernando.
Eso fue diferente. No sé lo que pasó. Fue durante un Trofeo Naranja con Hiddink, un triangular. En el primer partido del Valencia yo no salí como titular, y el capitán fue Penev. Era la época de sólo un capitán y dos o tres jugadores más que sólo iban a la reunión para negociar las primas y poco más, no había más contacto con los directivos. Esos dos o tres llevaban la voz cantante en las reuniones internas, cuando las cosas iban mal.
Esa situación de Pénev como capitán y Fernando en el banquillo, que tampoco iba más allá, empezó a moverse a nivel periodístico. Alguien filtró cosas sobre aquello, sobre la posibilidad de que ambos jugásemos el segundo partido y a ver quién era el capitán. Yo pensé que era raro, porque el capitán era yo. No sabía por qué se hacían tantas preguntas. Siempre me importó poco, porque se puede ser capitán sin llevar el brazalete.
Al final, ambos jugamos el siguiente partido y el capitán volvió a ser Pénev. No puse ningún problema: me guardé mi brazalete de capitán en la bolsa y se acabó. No se generó ningún problema: ni Hiddink me dijo nada, ni yo le pregunté nada. Yo seguí con mis entrenamientos y los partidos, manteniendo el status en el vestuario a pesar de no llevar el brazalete. Se comentó que Lubo tenía el deseo de ser capitán, y que a través de una persona muy unida a él y a Hiddink se gestionó ese cambio. Luego estuve con Hiddink en El Saler cuando lo despidieron, he hablado con él años después… Ha sido otro de los entrenadores con los que mantuve una relación exquisita, no le guardo ningún rencor. No me gustó lo que pasó, pero no me importó.
Si te pregunto por la Selección Española, ¿la respuesta será agridulce?
Tras ser subcampeón del mundo sub-20, con Chus Pereda, yo juego apenas 4 o 5 partidos con la sub-21. Había un nivel de casi profesionalismo, con jugadores de Primera División como Fernando Hierro y compañía. Además, en la sub-21 mi nivel no fue bueno, no lo hice bien. Luego llego a la absoluta con Luis Suárez: estuve en el último partido de clasificación para el Mundial, llegué a Italia 90, y después empecé como titular el año siguiente. Un amistoso contra Brasil en Gijón, donde marqué un gol, y el primer partido de clasificación para la Eurocopa contra Islandia en el Villamarín, donde ganamos 2-1. Jugué enteros los dos partidos.
Yo era titular de la selección de Luis Suárez en septiembre de 1990. Pero, en aquella época, el jugador que iba a un Mundial sufría después una mala temporada o una temporada de muchas lesiones. Volví de Italia y, una semana después, me fui al Parador de El Saler a hacer la pretemporada. No tuve vacaciones. Ese año apenas jugué veinte partidos de liga, y tuve seis lesiones. Coincidió que no podía ir a la selección por estar lesionado.
uando se produjo el cese de Suárez y tras el año que estuvo Vicente Miera, aunque fui un par de veces (contra Rusia en Mestalla jugué un ratito), las lesiones y la llegada de Javier Clemente hicieron que desapareciese. Clemente me llamó en su primer partido contra Inglaterra en Santander, fui el primer cambio y salí en la segunda mitad. Ganamos 1-0 con gol de Fonseca. Ya no fui más. Imaginaba que con Clemente lo iba a tener difícil. Se estilaba más el medio campo con cuatro en línea, en lugar de cuatro en rombo. Y dejé de ir a la selección.
Quizá tuvo que ver lo de llegar entre el ocaso de la Quinta del Buitre y la eclosión del «Dream Team», cuando Clemente se llevaba siempre a siete u ocho del Barça con España.
Era difícil, porque cada convocatoria sólo se jugaba un partido, en lugar de dos como ahora. Y en ese partido había siete del Barça, siete del Madrid, uno del Valencia, uno del Athletic, uno del Sevilla y otro del Depor. Punto. Íbamos dieciocho y esa era la selección. Podías sumar menos internacionalidades y era muy difícil ir con España si no eras del Barça o del Madrid. Es cierto que vives inmerso entre cambios de seleccionador y, aunque es verdad que fui convocado con los tres (Suárez, Miera y Clemente), estas cosas suelen pasar.
Fue raro, porque estábamos en El Saler de pretemporada con Hiddink y Clemente también estaba allí pasando unos días, jugando al golf y antes de que lo nombrasen seleccionador. Me vio, me saludó y me dijo: «¿Y tú, cuando vas a volver a la selección?» Y yo le contesté: «¿Yo? Cuando tú me lleves». ¡Y va y me lleva en su primer partido! Y luego ya no fui más. Fui 8 veces internacional, estoy contento.
¿Y qué tal la experiencia de Italia 1990?
Muy bien, porque al final estás entre los veintidós elegidos. El partido del debut no fue bueno, jugamos mal contra Uruguay. Se presumían cambios para el segundo, pero al final no los hubo. Es difícil para un seleccionador que tiene un bloque tan definido por la Quinta del Buitre. Tras el primer partido, se notaba que había jugadores titulares que no estaban con mucha confianza. Luego se ganó a Corea, se ganó a Bélgica y el equipo pasó de ronda. El equipo iba de menos a más, pero Yugoslavia nos eliminó en Verona. 2-1 y se acabó. A un partido, cualquier cosa puede suceder. El Mundial pudo ir mejor, pero el ambiente fue bueno y fue un orgullo estar entre los veintidós convocados.
Ese fatalismo con la Selección ha desaparecido recientemente…
Es que… ¿cómo se nos podía considerar favoritos si nunca habíamos llegado a semifinales, o casi nunca? Para ser favorito debes llegar a una final o ganar algo, como ocurrió con Luis Aragonés en 2008. A partir de ahí, te lo compro. Pero, claro, a nivel de clubes estaban el Madrid, el Barça, el Valencia, el Atlético… y se conseguían muchas cosas a nivel europeo.
La etapa del Fernando ya maduro coincide con la llegada en 1991 de Guus Hiddink, que impulsa un Valencia con un fútbol más atractivo, más vistoso y que te ayuda a consolidar tu faceta goleadora como centrocampista box to box.
No cabe duda que tener buenos compañeros alrededor siempre ayudaba. Buscaba el espacio que ellos generaban, donde creía que podía ir la pelota. Sin tener velocidad, yo interpretaba bastante bien el pase al espacio y el momento de arrancar para no caer en fuera de juego. A nivel de movimientos, asociación y último pase, los compañeros que tienes te ayudan mucho.
Había veces en que los remates al primer palo salían desviados al segundo, ocurría mucho en los córners y pelotas paradas. Hugo Sánchez hacía un montón de goles de esa manera, recogiéndolas en el segundo palo. Siempre le digo a mis jugadores lo mismo: el defensa corre hacia atrás, en dirección a su portería, por lo que parar de repente la carrera te deja siempre libre para recibir. Todo eso lo tenía claro, además del control y un buen remate al primer toque con derecha, izquierda, cabeza…
Recuerdo una fiesta que hizo el manager que me fichó para el Wolves, y había un vídeo con algunos de mis goles. Los compañeros me decían: «Oye, ¡qué cantidad de goles de cabeza!”» De cabeza iba bien.
«Es que Fernando es muy lento». Muchos de los que hoy reivindican a Fernando hoy, se hartaron a decir eso en los años noventa.
A ver… Yo no era lento; más bien, yo no tenía cambio de ritmo. Digámoslo así. No tenía una gran velocidad, pero tampoco era lento: si no, no hubiese podido ganar tantas pelotas ni hacer tantos goles. No puedes influir tanto en los últimos treinta metros si eres tan lento como me achacaban. No sabía regatear; puedo hacerlo para buscar una mejor situación y tocarla a un compañero, pero yo basaba todo mi juego en el control y el pase.
La gente a veces se enfadaba porque jugaba el balón atrás. ¿Qué queréis? ¿Qué intente driblarlo y la pierda? Me doy la vuelta, toco, y la vuelvo a pedir. Acostumbré a los aficionados del Valencia a que entendiesen mi juego. Es imposible que yo llegara a un balón que se iba a perder por banda. ¿Para qué voy a correrla? Ya estoy pensando en la siguiente jugada.
¿El cambio de parecer? Es normal. Con el paso de los años se te recuerda como un buen jugador, que metía muchos goles y tal, y se tiende a valorar sólo lo positivo. Luego está al que siempre le he caído mal, y ese sólo te recordará lo negativo, o le molestarán tus opiniones sobre fútbol.
Respecto a los silbidos, lo acabas entendiendo: son quince años en el Valencia. El aficionado quiere buen rendimiento. Cuando el equipo va mal, piensa que tu cara la tiene muy vista ya. Y más un futbolista que destaca por la calidad, y no por su esfuerzo. Si yo hubiese tirado al suelo, pegado cuatro patadas, rascado la camiseta a un rival y lesionado a otros dos, no me hubiesen silbado en la vida. Pero como destacaba por jugar y el equipo iba mal… «Pues a por este». Creo que no hacía las cosas tan mal como para sufrir tanta crítica.
¿Estabas pendiente de las críticas? Porque se decía en aquella época que el futbolista solía vivir ajeno a ellas, a los periódicos, a las radios…
Era incómodo. Yo he llegado a jugar un amistoso, aquel partido homenaje a Kempes en 1993, y ser «rajado» y criticado por aquel partido. Porque Kempes marcó dos o tres goles y yo fallé un par de oportunidades en los veinte minutos que salí a jugar al final. En la radio escuché: «Hemos visto la diferencia entre un jugador de 38 años y uno de 28». Y aún recuerdo quién lo dijo. O «el Valencia ha jugado con uno menos», refiriéndose a mí. Sí, leías estas cosas. ¿Te gustaban? En absoluto; te jodían. Y te fastidiaban. ¿Qué le vamos a hacer?
Recuerdo cómo afronté aquella etapa. Dije: «¿Me silbáis? Pues me vais a silbar más, porque voy a tocar la pelota más aún». Y la pedía más. Había veces que bajaba hasta los centrales y se la pedía. Y la aguantaba. Y la tenía yo. Y la gente silbando, silbando sin parar. Llegó el punto en el que, cuando la pelota ya venía en mi dirección, la gente ya silbaba. No podía entenderlo: un jugador que tocaba la pelota setenta veces por partido, que perdía seis, que marcaba doce goles por temporada, que daba asistencias…
Hace poco vi un Brighton-Liverpool con 2-0 al descanso. Klopp hizo tres cambios, y mantuvo a Thiago Alcántara. Ahí entiendes que ese tío sabe de fútbol. «Estoy perdiendo, ¿y voy a quitar al bueno?» Quitó un central y un par más, a jugadores que destacan por el esfuerzo. «Cuando necesito ganar, no quito al bueno». Ese es un entrenador que sabe de qué va esto; no ganó, perdió 3-1, pero estuvo cerca de empatar. Mantuvo a los buenos en el campo.
El 90% de los entrenadores hacen siempre lo mismo si las cosas van mal: cuando se enfadan con sus jugadores, quitan a los buenos. «Este, como es bueno y debería hacerlo muy bien, lo quito. El otro, como es malo pero corre, lo dejo».
¿Cuántas veces pudiste haberte marchado del Valencia?
Bastantes. Me quiso el Barça tres veces, el Madrid dos y el Atlético dos. El Atlético fue el que estuvo más cerca de ficharme. Fue una de esas épocas en las que la gente estaba más descontenta, y el Atleti aprovechó una entrega de premios en Santander: Jesús Gil se lo dijo a mi mujer en el bus que trasladaba desde el avión hasta la terminal. «Pues he estado a punto de fichar a tu marido. Lo he tenido ahí», le dijo. ¿Por qué no pudo ser? Porque ahí el Valencia se lo pensó. Contempló la posibilidad de que sucediese en un momento en que las cosas no iban bien. En el resto de oportunidades lo dejé en manos del club. Les decía que yo en Valencia estaba muy bien y que era cosa suya.
Lo que más me enorgullece es, por ejemplo, que Johan Cruyff me haya querido para el Barça. Me quedo con estos detalles más sentimentales, más emotivos: «Joder, Johan Cruyff me ha querido para su equipo». Eso significaba mucho para mí.
¿Nunca has pensado qué hubiese sido de ti de haber aceptado? ¿Lograr títulos, un mayor reconocimiento?
Lo pienso porque, al final, siempre se me recuerda por lo mismo: soy el que más partidos ha jugado, pero no he ganado ningún título. Las dos razones por las que siempre me quedé en el Valencia fueron para completar una carrera deportiva total en el club, que no pudo ser; y para conseguir un título en el Valencia, que tampoco pudo ser.
Si me hubiese ido, hubiese ganado mucho más dinero y muchos más títulos. ¡Pero yo los quería ganar en el Valencia! Ganarlos en el Madrid o en el Barça lo consideraba algo tremendamente fácil. Aparte, son clubes con una rotación tremenda de futbolistas y, siendo jugador nacional y de fuera de Madrid o Barcelona, podías no tener tantos años de continuidad. El fútbol está para disfrutarlo. Yo soy valenciano y valencianista. Me quedé por esos dos motivos, para poder conseguirlos aquí.
Ahora las diferencias son más grandes con los jugadores de la casa. No hay que criticar con agresividad o criminalizar ni al que se va, ni al que se queda. Con el que se queda, siempre recuerdo que hace muchos años dije que a Messi al final le silbarían. Y pasó. Si a Messi le silban en Barcelona, ¿cómo no nos van a silbar al resto?
En el Valencia actual existen dos ejemplos de jugador que se queda y que se marcha: José Luis Gayà y Carlos Soler.
Pero hay que entender a ambos. La salida de Soler ha favorecido que Gayà se quedase. En caso contrario, no sé qué hubiese pasado. Pero Gayà está orgulloso de haberse quedado aquí (es verdad que muy bien pagado). Las diferencias ahora son mayores: no es lo mismo cobrar dos que cobrar seis. En el caso del Valencia actual, la venta de Soler favorecía la condición económica del club. Soler lo sufrirá a nivel de opinión y prestigio aquí en la ciudad, pero hay que entender a cualquiera de los futbolistas que tomen una decisión así.
Hay un momento, tras quedar subcampeones de liga en 1996, en el que yo renuevo con el Valencia pese a tener una muy buena oferta de un club al que podía irme a coste cero. Y renové. Y esas últimas dos temporadas fueron insufribles con Valdano y con Ranieri, incomprensibles. Pasé de ser subcampeón de liga a no servir para jugar en el Valencia, en apenas cinco meses con Jorge Valdano. ¿Cómo pudo pasar eso? Tenía 30 años y pasé de hacer la mejor temporada de mi vida a no servir. Cinco meses. Cuando llega Valdano en noviembre, se acabó mi vida en el Valencia.
Valdano, un amante del fútbol vistoso y de toque.
Cuando Valdano llegó, yo estaba lesionado. Me hizo infiltrarme en dos partidos diferentes 20 centímetros de anestesia en el empeine para poder estar en el banquillo. En el partido de casa jugué media parte. Cuando fuimos a Turquía ante el Besiktas, yendo 2-2 y con ellos necesitando cinco goles para eliminarnos, me hizo pincharme de nuevo en el empeine para pasarme toda la segunda parte calentando y, al final, no jugar.
Fíjate lo que me «apreciaba»: un día hizo un entrenamiento para mí sólo en Paterna, con todos los aficionados mirando cómo entrenaba Fernando en solitario. Trajo un portero, a dos jugadores que centraban, y me puso allí a recibir balones, a rematar, a chutar… Llega el primer partido de diciembre, juego media parte y ganamos 1-0 al Rayo. Vamos a Oviedo y no me cita. A Las Palmas en Copa, y tampoco me cita. Y en la vuelta, con 0-2 en contra, me pasé el partido en el banquillo. «¿Qué pasa aquí?» El primer día que había llegado me dijo que estaba orgulloso de ser mi entrenador. Me hizo salir en chanclas y pantalón a ver la sesión de trabajo que había preparado.
¿Le preguntaste por qué dejó de citarte?
No, para nada. Nunca le he pedido explicaciones a nadie. Pasó y punto. No sé el motivo. Acabó el año, llegó la pretemporada siguiente, aquellos primeros tres partidos con cero puntos, la alineación indebida en Santander… y fuera. No le guardo rencor, aunque es evidente que Valdano hizo cosas que no me gustaron nada. Un día vamos a jugar a Valladolid y yo estaba en el banquillo. A la media hora perdíamos 3-0, y me dice que salga a calentar. Salí al descanso y, aunque perdimos 3-1, podemos decir que «ganamos» la segunda parte. En el siguiente partido, contra el Athletic, ganamos en casa 5-0. ¿Sabes cuándo salí? En el minuto 91. «¿Me sacas media parte perdiendo 3-0 en Valladolid y, a la semana siguiente, me sacas dos minutos ganando 5-0 en casa? Eres un sinvergüenza», pensé. Fue una sinvergonzonería. Y lo puedes escribir tranquilamente.
Ahora que eres entrenador, ¿has hecho o le harías algo así a un jugador?
No es que me duela o me deje de doler. No lo haría; de hecho, me fijo en esas cosas. Yo hablo con mi segundo y le digo: «Creo que el domingo debemos hacer esta alineación». Me dice que ponga a este y no a aquel. Y respondo: «No, porque la semana pasada no le puse y le dije que no se preocupara, que contaba con él». Yo me fijo en esos detalles. Un entrenador tiene que ser sincero, y el jugador ser capaz de justificar él mismo por qué el entrenador toma las decisiones. Tiene que entenderlas.
Siempre saco el mismo ejemplo: Luis Aragonés. ¿Cuál es la diferencia entre Luis y Valdano? Que Luis tenía al 80% o 90% de la plantilla comprometida y contenta, jugara o no. Con Jorge era al revés: estaban cabreados jugaran o no jugaran. Yo hablaba con compañeros que estaban encabronados con el míster, y les decía: «¡Pero si juegas siempre, tío!»
He coincidido con Valdano después, allá por 2006, cuando yo estaba en el Alicante de director deportivo y vino a dar una de las charlas que suele ofrecer. Era la primera vez que le veía después de la temporada 97-98. Y la primera frase que me dijo fue: «¿Qué, Fernando? ¿Todavía sigues enfadado?» (risas) La relación es buena, porque estas cosas se te van olvidando. Yo me fijo en esas cosas y me sirve para intentar no hacerlas ahora. El jugador que no juegue siempre lo verá como algo injusto, pero tienes que intentar minimizar esos pensamientos negativos en tus futbolistas.
Temas pendientes de aquellos años: hemos de hablar del Karlsruhe.
Fue una pena. De verdad, una pena que eso sucediese. Íbamos líderes. Habíamos ganado al Celta de Cañizares, con dos goles míos, y era un espectáculo cómo jugábamos.
Tengo una teoría al respecto, no hago daño a nadie al compartirla: aquellos años tienes a Johan Cruyff en el Barça, a Guus Hiddink en el Valencia, a Leo Beenhakker en el Madrid… y, pasados los años, España acaba siendo campeona de Europa en 2008 y del mundo en 2010. ¡Ojo! Yo nunca entrené con nadie como con Guus, y supongo que Cruyff y Beenhakker serían lo mismo. Los tres llegaron al mismo tiempo a las principales escuelas de futbol de élite de España. Esos jugadores acabarían siendo campeones poco más de una década después. Ahí cambió el fútbol español. Ahora todas las escuelas entrenan así; los primeros equipos juegan de una manera o de otra, pero todas las escuelas entrenan y tratan de jugar así.
Volviendo a Karlsruhe… Aquel Valencia era la bomba. Teníamos facilidad para solventar jugadas con la pelota en los pies: salir de situaciones difíciles, ser creativos con la posesión y también en ataque. Con facilidad para ganar a los equipos teóricamente inferiores y que competía muy bien contra los teóricamente superiores, incluso ganándoles muchas veces: Madrid, Barcelona, Atlético… Con Guus podríamos haber jugado dos Champions (fuimos dos veces cuartos) y, cuando se fue y volvió, estuvimos a punto de entrar en puestos UEFA.
Karlsruhe fue una desgracia. Hicimos media hora espectacular, pero la pelota no entraba: tiros al palo, el balón paseándose por la línea… Y, después, cada tiro que nos hacían era gol. Por desgracia, la derrota en Karlsruhe siempre será recordada, pero yo también he visto al Valencia de Benítez perder 5-0 y quedar campeón de Liga y de UEFA. Estos accidentes, a veces, suceden. Y el estilo del equipo de Hiddink era muchísimo más ofensivo que el de Benítez. Aquella derrota, por desgracia, tuvo consecuencias.
Desconozco más allá sobre la relación entre Guus y la directiva, si había más o menos tensión… Cosas que pasan. Fue una pena, porque el equipo jugaba muy bien. Divertíamos a los aficionados, nos divertíamos nosotros y ganábamos bastantes partidos.
Hay partidos memorables, como aquella remontada al Madrid por 2-1 casi al final…
… o el 3-4 contra el Barça, a pesar de perder la ovación fue tremenda. Eran partidos intensos y muy buenos. Quizá haya gente en Valencia a la que le moleste que defienda tanto a Hiddink, pero creo que hicimos un fútbol extraordinario y los resultados fueron buenos. También llegamos a semis de Copa en el 93, contra el Zaragoza.
Esa temporada pasan más cosas aparte de la destitución de Hiddink: se filtró aquel informe de Paco Real, dimitió Arturo Tuzón, Paco Roig se convirtió en presidente…
Aquello era otra cosa. Teníamos buenas plantillas y estábamos cerca del éxito: entre los cuatro primeros con Espárrago, entre los cuatro primeros con Hiddink, finalistas de Copa, subcampeones de Liga con Luis Aragonés… Estuvimos a punto: aunque no lo conseguimos, fueron años muy buenos a nivel de resultados a niveles individual y colectivo.
Paco Roig era un presidente protagonista, pero utilizaba un discurso que a la afición le gustaba. Y si el discurso gusta y encima el equipo va bien… Lo hizo Lopera en el Betis, Del Nido en el Sevilla, Fernando Roig en Villarreal o Ángel Torres en el Getafe. ¿Qué más da? Mientras el equipo vaya bien… Pasa lo mismo cuando el equipo va mal: si eres una lumbrera a nivel económico pero el equipo tiene problemas, te irás a la calle.
¿Qué tal era Parreira?
¿La verdad? De brasileño tenía bien poco. A nivel entrenamientos, fue otra experiencia brutal: las sesiones de Moraci Sant’Anna eran terribles. El físico por encima de todo. Una exigencia táctica total, nos hacía correr una barbaridad. Era un entrenador muy europeo, de la época antigua, de esos balcánicos que sólo miraban físico, físico y físico. Estaba allí con el ordenador y tal, aunque yo nunca jugué con los GPS que aparecieron después. Acabó saliendo, las cosas no iban demasiado bien.
Parreira hacía un entrenamiento que eran series de trescientos metros. Ibas por la mañana, hacías entre ocho y doce series de trescientos metros, y te ibas a casa. «Ya ha acabado el entrenamiento, adiós». Corrías el largo de un campo, el ancho, el largo de un campo otra vez… corriendo a toda velocidad y en curva. Luego andabas hasta el punto de salida y a empezar otra vez. ¿Pero esto qué es?
Aquella temporada 94-95 llegáis a la final de Copa, pero por el camino queda la semifinal contra el Albacete y la presión de ganar en el Carlos Belmonte con aquella pancarta de los Yomus: «Si no ganáis, a Valencia no volváis». Había exigencia.
No sé si lo he comentado alguna vez, pero ahora que me das la oportunidad: ¿cómo se puede tachar de poco ambicioso a un jugador que ha hecho 150 goles, que ha jugado 550 partidos, que no se ha ido porque quiere ganar un título y que ha jugado partidos incluso estando lesionado? ¿Eres imbécil, o qué? Punto final. Y respecto a la exigencia: el valencianismo recordaba al Valencia de la Recopa de 1980 contra el Arsenal, de la final de Copa de 1979 contra el Madrid con los dos goles de Kempes… La afición recordaba aquello y nosotros vivíamos la época posterior. Para nosotros, la exigencia era total.
Nosotros íbamos a Mestalla y había jugadores que se asustaban. Que estaban incómodos jugando en Mestalla. Y yo, cada vez que salía al campo, tenía ese cosquilleo en el estómago. Y cada vez que fallabas… Ojo. La autoexigencia de intentar no jugar mal en Mestalla por nada del mundo era total. Y cuando las situaciones se ponían difíciles…
¿El Mestalla de los noventa «apretaba» más que el de ahora?
Volvemos a lo de antes: hablamos de una época diferente, con dueños extranjeros. Existe algo que antes no existía y que influye totalmente en cómo va un club a nivel deportivo: el control económico de LaLiga. Cuando tu coste plantilla no puede superar cierta cantidad, está claro que no vas a tener una plantilla maravillosa. Podrá pelear por determinados objetivos, que tendrás que marcarle, que sean realistas aunque ligeramente ambiciosos. Pero… ya está. Difícilmente puedes pasar de ahí. Los aficionados se han dado cuenta de esto, y saben que quedar séptimos es la bomba y quedar décimos puede ser lo normal.
Lo que pasa es que el aficionado valencianista siempre tiene el deseo de intentar llegar a ese objetivo. De decir: «Yo, como aficionado, veo que es imposible acabar séptimo pero se lo voy a exigir al equipo, creo que pueden conseguirlo». Es una contradicción. Por eso pasa lo que pasa: cuando juegan mal y pierden, silbas. Muestras tu descontento. ¿Por qué? Porque, en el fondo, crees que lo pueden conseguir. Aunque no lo expreses públicamente.
Vamos a darle la vuelta: cuando los equipos iban a Mestalla a jugar en los noventa, en función de la época, les podía beneficiar… o perjudicar mucho.
Les podía beneficiar si jugábamos mal. Pero, si estábamos bien… Mestalla aprieta mucho. El público está muy cerca, anima mucho al equipo, está muy encima del jugador local y también del jugador rival. Mestalla lleno te empuja. No te deja desfallecer, sacas fuerzas de dónde sea. Me pasa al coger la bicicleta y dar una vuelta por El Saler: cuando me cruzo a alguien, pienso en «apretar» un poco para que parezca que estoy fresco. Imagínate con 50.000 tíos en Mestalla.
Pero esto es fútbol. Ocurre en muchos estadios. El jugador tiene que afrontarlo y asumir que le puede beneficiar o no. Sabe que, si lo da todo, Mestalla responde. Luego hay que estar acertado, y si no lo estás seguramente expresen su disgusto. Pero creo que el jugador del Valencia se puede sentir un privilegiado de tener la afición que tiene, y no digo esto de manera populista.
24 de junio de 1995. «La final del agua» contra el Deportivo. Lo tuvisteis ahí…
Creo que incluso el resultado de la primera parte era injusto. Hicimos muy buena primera parte, tuvimos dos o tres ocasiones claras de gol, y con una pérdida de balón nos hicieron el 1-0. El Depor no hizo lo suficiente para ir por delante en el marcador, pero el caso es que iba por delante. En la segunda mitad comenzamos de manera arrolladora, empatamos y llegó la lluvia. La dinámica era de nosotros hacia arriba y ellos hacia abajo, pero con 1-1 cualquier cosa podía pasar.
Lo que fue injusto fue lo que ocurrió con 1-1 y diez minutos por jugarse. Aunque hubiésemos ganado nosotros diría lo mismo: haces desplazar a las aficiones desde A Coruña y desde Valencia hasta Madrid, con empate y once minutos pendientes… Coño, repite el partido entero. Que no ibas 2-1 o 1-0. Esos once minutos estabas más pendiente de no cometer un error que de jugar al fútbol. Al final, de un centro nos la enchufaron. En lo particular, esa es la desgracia que a mí y a otros muchos compañeros nos tocó vivir en el Valencia. Muchas veces estuvimos a punto, pero no lo pudimos conseguir.
Mucha gente en España consideró aquel triunfo del Depor justicia poética tras haber perdido la Liga el año anterior en el último partido contra vosotros…
Vamos a ver: un equipo no puede quedar campeón de Liga con dos o tres partidos menos que el rival. Ya está. ¿Qué querían? ¿Qué fuésemos allí a tocarnos las narices? ¿Por qué no le ganaron al Lleida un par de jornadas antes? Si hubiesen ganado, campeones. ¿Por qué la gente no se mete con el Lleida? ¿Por qué no les aprietan a ellos? Se puede entender la animadversión que hubo durante un tiempo. Es como la que tenemos aquí hacia Cádiz y Betis por lo que pasó en 1986. ¿Qué iban a hacer, si empatando Cádiz y Betis se salvaban los dos? ¿Somos idiotas todos o qué?
Se habló mucho de primas a terceros, pero en este caso era por ganar.
Pues ya está. Si hubiese sido al revés, ¿hubiese venido el Depor a perder a Valencia? Pues ya está.
Llegamos a la Liga 1995-1996, la de Luis Aragonés y la lucha por el título hasta la última jornada.
Fue muy bonita. Esa Liga, a pesar de no ganar, se debería recordar como una de las mejores de la historia del Valencia. 83 puntos y semifinalistas de Copa, perdiendo contra el Atlético tras aquel 3-5 en Mestalla en que el ganábamos 2-0 al descanso y luego expulsaron a Engonga. Una temporada espectacular. Estábamos lejos del Atlético, aunque bien clasificados, e hicimos una segunda vuelta espectacular. El equipo jugaba muy bien, muy seguro, tenía las cosas muy claras. Luis Aragonés manejó muy bien el grupo, las alineaciones, los cambios, la motivación… Absolutamente todo. Entre cuatro jugadores (Mijatovic, Galvez, Viola y yo) hicimos sesenta goles.
Éramos un equipo que defendía muy bien, que hacía una gran presión tras pérdida (Luis la llamaba «la presión del más cercano» en aquella época). Y en ataque igual íbamos dos o tres jugadores junto a los carrileros, hicimos muchos goles. Jugamos todo el año con tres centrales, algo paradójico porque nunca habíamos utilizado ese sistema. Luis lo implantó muy bien. Jugar con carrileros aporta una diferencia: cuando el rival sale con su lateral, es tu carrilero el que sale a defenderlo en campo contrario. Basculaban los tres centrales, bajaba el carrilero contrario y jugabas casi con defensa de cuatro. Camarasa, Engonga, Otero… Los de atrás estuvieron espectaculares. En la derecha alternaban Eskurza y Mendieta; por la izquierda, Sietes y Quique Romero. Y en medio José Ignacio, Mazinho, Poyatos, Fernando… con Gálvez, Viola, Mijatovic y compañía arriba. Hicimos una temporada magnífica.
Pedja dice siempre que Luis le sacó todo lo que podía dar como futbolista aquel año.
A nivel colectivo, Luis trabajaba muy bien todo. A nivel motivación y por contar mi experiencia a nivel particular, yo me pasaba lesionado toda la semana y, tras entrenar un poco el sábado, jugaba de titular el domingo. Y todo el mundo lo entendía. «Fernando tiene que jugar». No es como ahora, que si un jugador se tira toda la semana sin entrenar y luego acaba jugando, cuatro o cinco protestan. Recuerdo alguno de esos sábados, tras dos semanas lesionado, y hacer un gesto raro durante el entrene. Le decía: «Míster, no puedo. No puedo. Me duele». Y claro, ves a Luis Aragonés cagándose en todo y delante de toda la plantilla. Claro, eso… Eso te lleva a las nubes.
Recuerdo uno de los primeros partidos de Liga, aquí en casa y contra el Valladolid. La afición estaba conmigo… regular. Había runrrún, que solemos decir. Y Luis me coge en el descanso y me dice: «Olvídese de la gente, Fernando. Usted juega así porque se lo he mandado yo. Olvídese del gol. ¡Juegue, juegue, juegue!» (hace el gesto con la mano de tocar la pelota). Ganamos 1-0 con gol de Gálvez con asistencia mía. Claro, esas cosas significaban mucho.
También hablaba mucho con Jesús Paredes, muchas conversaciones. Muy exigente, sobre todo a nivel físico. Eran otro tipo de entrenamientos. Jesús siempre me decía, ya después de retirarme: «Coño, habla con el míster, ¡si eres su ojito derecho!» Que le llamase para charlar.
Aragonés tenía tendencia a darle mucho protagonismo a ese rol del centrocampista creativo. Lo vimos después en la Eurocopa 2008, con Xavi Hernández.
La verdad es que nuestro equipo era muy completo. Todos rindieron de forma excepcional.
No pudo ganarse el título, y ya hemos hablado de Valdano la temporada siguiente. Ahora toca hablar de Claudio Ranieri, con el que te vi bastante distendido durante aquel partido de leyendas del Centenario del Valencia en 2019…
Me pasó como con Valdano: el tiempo cicatriza todo. Fue muy raro todo, como con Jorge, pero Ranieri fue fiel a su forma de ver el fútbol, al contrario que Valdano. Ranieri llega después de aquel partido en Santander, con la alineación indebida y la destitución de Valdano. Jugábamos contra el Madrid en casa y Claudio tuvo una charla conmigo en mitad del campo, nada más acabar el entrenamiento. Me dijo: «Fernando, ¿te acuerdas cuando vinimos con el Nápoles? Al jugador al que más temíamos era a ti». Se lo agradecí y tal. Y añadió: «Este domingo jugamos contra el Madrid y te quiero ahí a mi lado, en el banquillo. Ves el partido y, si puedes salir un ratito al final, fenomenal». Calenté, no salí, perdimos, ya está.
Fuimos a Valladolid, sexto partido de Liga. Creo que jugué de mediocentro, sacaron luego un artículo diciendo que había tocado la pelota 73 o 75 veces. Ganamos 0-3 en el primer partido en el que salía de titular. Pensé: «Bueno, parece que las cosas pueden cambiar». Aquel miércoles fuimos a Alicante a jugar contra el Hércules en Copa. Titular otra vez. Otra vez 0-3 y marqué el segundo, un tiro desde fuera del área. Me sustituye en el minuto 70.
Al domingo siguiente venía el Athletic Club. Los periódicos estaban con «la vuelta de Fernando», «Fernando vuelve a ser titular en Mestalla» y tal. Estábamos concentrados en el Parador del Saler y, tras el paseo y estiramientos, Ranieri me dice: «Esta tarde vas a estar otra vez a mi lado, que quiero ver a Chemo del Solar». Y le dije: «Ah… Usted manda, míster». Jugó Del Solar y yo me quedé en el banquillo. No ganamos, empatamos 1-1.
Creo que aquella temporada jugué nueve partidos de titular. Entre ellos, la victoria en el Bernabéu, la victoria 0-3 en Gijón, la victoria 0-3 en Valladolid… Pero nueve partidos. Entrenando como animales, porque trajo a Roberto Sassi y no hacíamos más que correr, la pelota la veíamos sólo al final y cuando ya no podíamos más. Pienso: «He jugado nueve partidos. El año que viene igual juego uno o ninguno, como el chiste». Y fui al club, teniendo un año todavía de contrato. Lo arreglé con ellos y me marché.
Recuerdo un entrenamiento con él… Estaba Romario por allí. Romario se salió del entrenamiento, porque era Romario y no le apetecía correr. Yo me salí del entrenamiento porque empezamos a correr y me empezó a doler en la parte externa de la rodilla. Pero claro, ves salir a ambos después de correr y pensé: «Este igual se cree que me he querido escaquear». Y las cosas fueron a peor. Y no era eso, es que de verdad la rodilla me dolía.
Siempre digo que Ranieri fue fiel a su forma de ver el fútbol, pero no supo ejecutar o tomar decisiones en función de lo que estaba pasando. Eso fue año y medio después de quedar subcampeones de Liga.
Romario tiene pinta de ser un personaje interesante.
Nosotros lo tuvimos poco tiempo, y ya casi al final de su estancia en España. Creo que el estilo de juego del equipo no le iba a Romario: él es un jugador de área, de últimos 25 metros, y con nosotros jugaba muy alejado de ella. Sus movimientos de desmarque de ruptura no existían. Por eso no le fue bien.
Corrió el bulo, en aquella época, de que yo no le pasaba la pelota, Karpin tampoco… Y era mentira. De hecho, fue al revés: Luis Aragonés nos juntó un día a Karpin y a mí, después de un entrenamiento (y fíjate que creo que no estaba demasiado de acuerdo con traer a Romario, aquello era «vox populi») y nos dijo: «Cada vez que ustedes puedan, denle a él la pelota». ¡Al revés! Pero luego las circunstancias de partido no te permitían encontrarlo con la asiduidad que la gente esperaba.
Nosotros no le dimos demasiada importancia a lo que se comentaba sobre él. Recuerdo que, internamente, no tuvo demasiado impacto. Entendimos el jugador que era. «Si rinde en el campo, que haga lo que le dé la gana. Y si tiene que salir del equipo, le hará salir el entrenador, no nosotros». Romario no era mala persona: entrenaba, se reía… No tuvo un impacto negativo; de hecho, a veces el resto nos reíamos con todo aquello.
703 partidos, 554 de ellos oficiales. Más de 150 goles oficiales. Y en verano de 1998 te marchas al Wolverhampton sin despedida pública, sin partido homenaje, sin mayor reconocimiento…
En estos casos, suelo ponerme del lado de los muchos compañeros que quizá también lo merecieron y no lo tuvieron. De verdad, ningún problema. Estuve en el homenaje a Claramunt, el de Ricardo Arias y el de Kempes. Es algo bonito. Ahora el mundo del fútbol está muy mercantilizado y es complicado, pero es una tradición que recuperaría al estilo inglés. Jugador que cumple diez temporadas en un club, homenaje. Aunque siga en activo. Uno de estos partidos de pretemporada, por ejemplo. Tampoco le vas a dar dinero ni nada parecido. Pero dices: «Este año, el Trofeo Naranja es también el homenaje a Gayà, que lleva diez años aquí». Haces bajar a la familia, le entregas un regalo y reconoces la trayectoria de un jugador que lleva diez años en tu club, que a día de hoy no es muy normal que suceda.
En aquella época, los homenajes se entendían como un acto en el que el taquillaje tenía que ir, total o parcialmente, para el jugador homenajeado. ¿Quince años en el club? De verdad, no pasa nada. Creo recordar que se propuso, como me fui al Wolverhampton, organizar un amistoso con el Valencia y que jugase media parte con cada equipo. Pero creo –igual es mentira, no lo sé- que Ranieri no quiso. No es un reproche, simplemente no le apetecía mucho.
¿Por qué el Wolverhampton? ¿Por qué Inglaterra?
Me gustaba Inglaterra por el tipo de liga y por el idioma. Primero me defendía, y luego lo mejoré mucho: todo era en inglés, incluso la televisión con subtítulos dentro de casa. En la Premier estaba «Chapi» Ferrer en el Chelsea, algunos españoles en cuarta o quinta división y poco más. El Wolves era un club histórico de los setenta que estaba entonces en Segunda División, con un buen campo, un buen funcionamiento de club…
Fue anecdótico, creo que lo he contado alguna vez: la posibilidad de fichar sale un 3 de agosto, cuando el Barça estaba haciendo una gira de pretemporada jugando dos o tres partidos en Inglaterra. Había un Wolves-Barça a las tres de la tarde, aunque el partido se emitió en España en diferido, a las cinco. Yo estaba viendo el partido y sonó el teléfono: era Paul Hodges, el representante que llevó a Gustavo Poyet del Zaragoza al Chelsea. «Oye Fernando, ¿estás viendo el partido? El lunes tienes que estar aquí», me dijo. Ojo, la liga empezaba el 8 de agosto. Pregunté qué había pasado. «Yo te ofrecí allí, ellos han preguntado a la gente del Barça y les han respondido que tenían que ficharte ya».
Yo tenía como agente a Alberto Toldrá (padre), que me ayudó mucho a lo largo de mi carrera aunque la mayoría de movimientos fueron renovaciones y valorar las ofertas que salían de fuera. En ese momento, no pudo ayudarme para ir a Inglaterra: ahora es menos complicado, pero en aquella época era más difícil acceder a esa liga. Por eso la operación se hace a través de Paul Hodges. Al que, por cierto, llamó Paco Lloret, periodista valenciano. Él sabía que Paul había hecho la operación de Poyet y le contactó. «Coño, ¿y entonces a Fernando lo puedo ofrecer en Inglaterra?»
¿Qué te encuentras al llegar?
Al principio viví en un hotel, y luego ya vino mi familia un mes después. Vi veinte casas para poder elegir una, el club me la pagaba. Al final, cogí la primera que vi, que estaba muy bien. Me dieron un coche. Vinieron al mes mi mujer y mis dos hijos, que tenían 6 y 3 años. Fueron todo el año a un colegio de allí. Vivíamos tirando hacia Gales, en un pueblecito muy bonito que se llama Claverley. Tenía una post office de correos, un par de pistas de tenis de césped artificial y dos pubs. Vivimos muy bien allí, muy contentos. Los ingleses son muy amables, pero intiman poco. Los vecinos nos acogieron muy bien, nos trajeron una botella de vino y una plantita al llegar, los niños jugaban en las casas de alrededor… Allí no había rejas en las ventanas. Pero intimar, poco. De hecho, sólo fui a cenar a casa de un compañero una vez en todo el año, nos invitó a mí y a mi mujer.
Al manager que me firmó lo echaron. Ya llevaba tres años allí, hubo un momento en que salimos del sexto puesto con un par de partidos menos que los rivales, perdieron la paciencia con Mark McGhee y lo echaron. Luego esos dos partidos pendientes los ganamos y volvimos a estar entre los seis primeros, pero bueno… Cosas que pasan. Dejé de jugar, porque ficharon a un manager inglés y decidió poner a un central a jugar como mediocentro.
A partir de ahí, casi todas las semanas nos veíamos: igual los matrimonios jugábamos al bádminton los jueves y luego nos íbamos a cenar a un pueblecito de por ahí. Era muy cultural: hice sólo dos entrevistas en todo el año, había cero aficionados en los entrenamientos, y yo venía de Valencia con 300 aficionados en Paterna (con media hora firmando autógrafos y fotos) y mínimo dos entrevistas cada semana. Ibas por la calle y te conocía muy poca gente. Fue un cambio total, lo viví muy a gusto. Puedo decir que he jugado la FA Cup, la competición más antigua del mundo: ganamos 0-2 en Bolton con dos goles de Robbie Keane.
25 años después, hay aficionados del Wolves que todavía te recuerdan.
Sí, es curioso. A veces, a los jugadores que no íbamos convocados nos hacían pasar por los palcos de los aficionados en el Molineux Stadium. Sabes que, en Inglaterra, la gente va a sus palquitos privados, come, ve el partido, se toma el té y luego se va. Y los jugadores pasábamos por allí a saludar. Recuerdo que me preguntaban: «¿Por qué no juegas? ¿Estás lesionado?» ¡No jugaba porque el entrenador no me ponía! No estaban pendientes, no les preocupaba. El fútbol inglés gira en torno al partido. Mucha gente viaja a campos rivales. Pero su prioridad es el matchday, el día de partido. Los entrenamientos y las noticias tienen poco seguimiento.
Incluso recuerdo que, al llegar al estadio para ir al último partido, aparqué el coche y un aficionado me paró para darme las gracias por haber ido a jugar allí. «Gracias por venir a jugar a los Wolves». Pensé: «Coño, he jugado poco pero al menos les ha gustado».
Luego cometí un error: volver. Tenía que haber seguido buscando en Inglaterra, aunque hubiese sido en inferiores categorías. Pero tenía hijos pequeños, «papá, ¿por qué no volvemos a España?», y tal… Y como no jugaba en los últimos meses, volví.
Tu última temporada fue en el CD Castellón, en Segunda B.
Estaba preparado para retirarme antes de irme a Inglaterra, y también antes de ir al Castellón. Pero vino Quique Hernández y Pepe Portolés, me reunieron allí con el presidente Antonio Bonet y me dijeron que querían que jugase en el Castellón. «Juego cerca de casa, me divierto un año más y preparo mi futuro». Fíjate como fue la cosa que, al acabar, quisieron que renovara otro año, a pesar de no jugar el playoff de ascenso. Pero les dije que no, que ya lo dejábamos aquí.
Esas dos experiencias en Wolverhampton y Castellón impidieron que se te pueda calificar de one-club man, concepto que está muy de moda.
Hombre, ojalá hubiese podido serlo. Ojalá hubiese estado hasta los 34 años jugando aquí, en lugar de irme fuera. Pero estoy súper satisfecho de mi etapa en Inglaterra y de haber jugado en Castellón.
Lo digo porque, objetivamente, hay jugadores con la mitad de tu trayectoria que tienen estatuas fuera de los estadios. En tu caso, una lona en la fachada de Mestalla, eso sí.
Una lona que casi siempre está plegada… (risas). Y eso de la lona tampoco me importa, de verdad, porque hay otros muchos jugadores que también la merecen y ni siquiera la tienen.
Ese futuro del que hablabas y que preparabas era la dirección deportiva de clubes como Castellón (2002-2005) o Alicante (2005-2007). Al final, acabaste vertebrando la Comunitat Valenciana de norte a sur…
He sido y soy una persona a la que no le importaría trabajar en Australia, si hace falta. Pero no he podido «salir» de la Comunitat Valenciana. Ojo, estoy muy contento: he trabajado en el Castellón, en el Alicante, en el Valencia, en el Alzira, en el Beniganim, en el Torre Levante… Siempre he estado por aquí.
Saltamos a 2008, cuando llegas al Valencia como director deportivo de la mano de Vicente Soriano. Juan Soler le había dejado la gestión a Juan Villalonga, que trajo a Xabier Azkargorta como responsable deportivo, y a los veinte días se marcharon tras poner en cuestión a Unai Emery, rumorearse el nombre de Luis Aragonés… ¿Cómo te propuso Soriano ser director deportivo y por qué dijiste que sí?
Tras serlo en Castellón y Alicante, ser director deportivo del Valencia era lo máximo. Mucho tiempo antes había tenido una comida en casa de Vicente Soriano. No recuerdo si estaba todavía de vicepresidente con Juan Soler o no. Estuve en un restaurante de Puzol y, luego, en su casa en El Puig. Él ya vislumbraba la posibilidad de presidir el Valencia algún día. Y en 2008, estando de vacaciones con mi familia, me llamó: «Fernando, vente para acá, que mañana entramos en el club». Volví aquí, entramos a trabajar, y un par de días después me fui a recoger a mi familia y a traerla de vuelta.
Primeros movimientos: renovaciones de David Villa y David Silva en un verano en el que ambos tenían ofertas de Chelsea, Real Madrid…
Vicente pensaba que iba a vender las parcelas (del actual Mestalla), y que el club económicamente iba a relanzarse. No existía el control económico de LaLiga todavía, pero las apreturas eran grandes: la temporada anterior el club había dado pérdidas de 70 millones de euros por la construcción del nuevo estadio. Aún sin control, ya estábamos apretados. Trabajé muy bien con el director financiero, Javier Gómez, que me marcaba los límites económicos. Nosotros nos autoimpusimos un límite económico.
Villa y Silva tenían ofertas, había necesidad de vender, pero Soriano los renovó con dos muy buenos contratos. Era impensable en el Valencia. Estuvieron esa temporada y luego una más, tras la llegada de Manuel Llorente.
Unai Emery. Entrenador al que conocías, aunque no habías trabajado con él.
La relación fue muy buena. Unai trabajaba bien, había buen contacto, sacaba buenos resultados. Me llamaba la atención que, en las competiciones por eliminatorias, nos costase tanto. Con el paso de los años, el propio Unai reconoció que tenía como indicaciones muy directas del club que lo verdaderamente importante era clasificarse para la Champions vía Liga. Y él lo consiguió tres veces seguidas. A mí me dolió mucho una eliminatoria de Copa en A Coruña, en la que nos eliminaron cuando parecía que la teníamos solventada. O aquella primera Supercopa de España contra el Madrid en el Bernabéu, en el que perdimos 4-2 jugando contra nueve.
Cuenta la leyenda que, el día en que Manuel Llorente te comunicó cara a cara tu despido, la respuesta fue: «Manolo, vete a la mierda».
Bueno, vamos a ver… Había un desgaste ahí, pero porque él quería. ¡El equipo estaba quedando tercero! ¡Me estaba vendiendo a todos los jugadores! A Villa, a Silva, a Mata, a Joaquín, a Zigic, a Marchena… Si vendes a todos, el coste de la plantilla baja veinte millones, sigues quedando tercero, te he fichado a ocho jugadores libres de contrato…
Ojo, me dejó trabajar. Dentro de los controles económicos, se fichó a quien quise y yo lo negociaba todo. Las ventas las negociaba él. Creo que me gasté cuarenta millones de euros en catorce jugadores, y sólo Soldado ya costó diez. A Soldado lo fichó un par de días después de despedirme a mí, pagando la cláusula. La negociación estaba entre Soldado y Gameiro, que estaba en el Lorient. El agente de Gameiro pidió mucho dinero, era difícil su fichaje y acabó en el Paris Saint-Germain. Lo dicho: treinta millones de euros en trece jugadores, y el equipo era tercer clasificado.
Llorente me dijo que me echaba por motivos económicos. Y le dije: «Manolo, me echas porque no te gusto». Hubo ahí un pequeño… Nada, cuatro o cinco minutitos de disputa. Y punto final, no hay que darle más bombo a las cosas. Tampoco se lo dije directamente, fue una expresión muy… Bueno, sin darle importancia.
¿Cuáles son las fórmulas para fichar cuando tienes poco dinero? ¿Trabajar el mercado, viajar mucho…?
Parece que se me acusó de eso, de que yo firmaba a los jugadores sin verlos. Y, sin embargo, ahora admitimos que se fichen jugadores en base al big data, que se ha puesto muy de moda. Si ficho jugadores en base a los datos, prescindo del factor humano y no estoy viendo a esos jugadores. Y a la gente le parece fenomenal. Da igual el método para fichar, mientras salga bien. Yo tengo mi opinión y cada uno implanta en sus clubes lo que quiere.
«Es que este no viaja, es que este no ve a los jugadores…» ¿Tú te crees que yo, en el cargo de mi vida como era ser director deportivo del Valencia, voy a traer jugadores sin verlos? ¡Bah! Da igual, no hay mayor problema. Está claro que hay jugadores que pueden salir mal. Pero si el porcentaje de fallo es pequeño, en los que has fallado no te has gastado dinero y, encima, el equipo queda tercero… ¿Qué más quieres? ¿Y dices que me echas por motivos económicos? ¡Venga, va!
¿Le ha faltado a Fernando saber «venderse» mejor? Promocionarte más y mejor a ti mismo.
No creo. Es difícil expresar lo que siento al respecto, me gustaría decirlo bien. Creo que me ha faltado mucho más contacto con las personas que estaban por encima de mí. Pero, al mismo tiempo, también me ha sobrado quizá el intentar tener tanta independencia en mis responsabilidades.
Todo viene de un deseo, que siempre he tenido, de mantener buena relación con «los de arriba» y con «los de abajo». Y, sin embargo, «los de arriba» siempre han acabado pensando que yo quería hacer las cosas a mi manera. Y eso es falso. Yo quiero tener muy buena relación contigo, y que me entiendas. No tengo problema en que me convenzas de que las cosas no son como yo las veo, yo lo voy a admitir. Pero tengamos ese diálogo.
Yo he sido despedido este año pasado del Castellón, y nunca he tenido una conversación de más de minuto y medio con el presidente. Ese es el ejemplo. «¡Bob (Voulgaris), si yo quiero llevarme bien contigo! Tienes una pasta de narices, vamos a poder hacer buenas plantillas, no vamos a tener ningún problema. Vamos a sentarnos y a poner las cartas sobre la mesa. Me dices lo que quieres de mí, y yo lo ejecutaré. No sobrepasaré el límite de mis responsabilidades ni un milímetro». Pero esa conversación no la he tenido y he sido despedido. Por eso digo que no he podido tener ese tipo de relación que siempre he buscado. Quizá ha parecido, o he hecho ver a los demás, que yo quería una independencia que yo no quería. Yo quiero mis responsabilidades y que, luego, hablemos las cosas.
¿«Venderme» mejor? Yo he tenido muchas conversaciones con presidentes de clubes. Me he ofrecido a trabajar, y no me han elegido. Luego no me he atrevido a llamar a preguntar: «¿Por qué no me has elegido?» Vas allí con los datos, con el currículum, y casi con más éxitos como director deportivo que como futbolista. He trabajado cinco años en Segunda B y he conseguido cuatro playoffs y un ascenso. Y en Valencia, puesto Champions dos veces: en la 2009-2010, y en la 2010-2011 con la plantilla ya hecha cuando me fui (sólo llegó Stankevicius después).
Creo que la gente me ve de una manera que no soy. De verdad, no soy así. Hay gente que está en plan: «Joer, Fernando…» (gesticula). Se muestra seria conmigo. Y, cuando me conocen, ven que me río un montón y que me lo paso de maravilla, estoy de bromas todo el santo día. «Rajo» con cualquiera, y me da igual el que «raja» de mí. No me molesto. Ahora, defiendo lo mío. Pedro Cortés dijo una vez una gran verdad: «Fernando es muy de lo suyo». Y tiene razón: yo, lo mío, lo defiendo mucho. Pero, si estoy equivocado, a mí me puedes convencer de ello.
Mira Paco, ya me estoy haciendo mayor. Y sólo he trabajado dos años en el Valencia, después de retirado. Hablo inglés. Primer diploma de la RFEF en dirección deportiva. Tengo el Nivel 3 de entrenador, podría entrenar a cualquier equipo. He sido director general de Deportes en la Generalitat Valenciana. Asesor del ministro de Juventud y Deportes de Georgia, país de la antigua URSS. He jugado en Inglaterra. He sido profesor en los cursos de entrenadores de la FFCV, he dado charlas… y no tengo trabajo… ¡Idos a la mierda!
A mi hijo le voy a decir: «Mira, es mejor que no te prepares. Es mejor que seas pelota, que hables mucho con tus superiores, que les des siempre la razón y que hagas lo que te piden». Eso te va a dar resultado y trabajo. ¿Lo otro? No. Por lo menos, en el mundo del fútbol. Es una vergüenza.
Mi mujer se tira de los pelos, porque ella me conoce. Yo fui despedido del Castellón en octubre. A mí me ha llegado el rumor de que un equipo puede estar interesado en mí, o me podrían ofrecer algo, y me he visto tres partidos seguidos en una tarde. Equipos o incluso selecciones de países en el extranjero. He visto partidos, me he apuntado los jugadores, las características… ¡incluso el once ideal! Y mi mujer me pregunta para qué lo hago, si no me han llamado. ¿Y si me llaman? Para una entrevista, yo quiero estar preparado. Todo es conocimiento.
Recuerdo hace poco haber sido candidato para un puesto de director deportivo en Segunda División. Quedábamos tres o cuatro en la lista, y nos pidieron un informe general de la situación. Al día siguiente, a la una del mediodía, lo tenían en la mesa. Estoy seguro de que el resto de candidatos tardó más de una semana en presentarlo. Y acabaron eligiendo a otro, cuando yo venía del Castellón que iba líder en su grupo de Primera RFEF. Les decía: «Tengo la Segunda División empapadísima, porque creo que el Castellón va a subir y es mi obligación tenerla controlada. Para tu club me sirve exactamente igual». Han elegido a otro, que además tiene trabajo y tiene que pagar por él. ¡A mí me tenían libre!
Futbolista, entrenador, director deportivo… Te falta presidir un club de fútbol.
(Risas). Bueno, he sido vicepresidente.
¿Presidirías un club de fútbol? ¿Presidirías el Valencia CF?
Sí.
¿A pesar de la situación actual, con un máximo accionista como Peter Lim rechazado por la masa social?
Mira, todo es definir responsabilidades. Y, después de definirlas, no nos pongamos zancadillas. Yo no me pasaré las mías, tú no te pases las tuyas y no me dejes con el culo al aire delante de nadie. Y tengamos una relación magnífica, porque yo quiero el bien para el club.
Hay mucha contradicción en Valencia. «¡No, los exfutbolistas que no entren, que los van a quemar!» Y, sin embargo, cuando entran otros, la gente está contenta. «¡Que venga Mateu Alemany de director general! ¡Fernando no, que no entre que lo quemarán!» Vamos a ver: ¿queremos que el Valencia vaya mejor? Pues quizá la gente de aquí puede ayudar a ello, porque el máximo accionista no va a cambiar.
Yo nunca voy a reclamar para mí una situación que le pueda corresponder a otro exjugador del Valencia. No me siento más que nadie, o que otro exjugador que opte a los mismos cargos. Vicente Rodríguez ha entrado de embajador, y me alegro. Podría preguntarme por qué yo no, pero… ¿y por qué Vicente no? No puedo denunciar, ni criticar, que se elija a un jugador del Valencia para un puesto así. Esto va de conocimiento, preparación y resultados.
Entrar al Valencia de Peter Lim es un riesgo evidente a nivel de prestigio, pero hay personas a las que les pesa más el deseo de ayudar a revertir la situación. Y me dices que tú estarías dispuesto a «socarrarte» si hace falta a cambio de poder ayudar.
La intención siempre sería esa. Intentar hacerlo lo mejor posible y servir al club, en vez de servirte de él. Tienes que trabajar para el club, no ser un superviviente. Habría que dejarlo todo muy claro al principio: si lo dejas claro, que luego no pase nada que enturbie esa situación.
Veo muy difícil que el máximo accionista deje de ser Peter Lim en estos momentos. El hecho de tener a Arias, Voro, Bossio, Rangel, Tendillo, Vicente, Fernando Giner con los exfutbolistas… a mi me agrada. Son precisamente ellos los que, de alguna manera, todavía nos identifican con el club a nivel gestión. Si eso se va ampliando poco a poco y te das cuenta de que debes tener gente local, te dejas aconsejar un poquito independientemente de tus intenciones… Creo que en algo mejoraría.
Pero tengo que dejar claras dos cosas. Al Valencia CF jamás voy a ir a pedirle trabajo; si quieren algo, ya saben dónde estoy. Siempre voy a buscar en otros lugares. A partir de ahí, tendríamos que hablar ¿Si creo que podría suceder? Creo que ya no.
En realidad, ser valenciano o ser amigo del propietario no es garantía de nada. Esta temporada Gennaro Gattuso vino de la mano de Peter Lim, y tampoco pudo consolidar su proyecto como entrenador.
Creo que todos estábamos contentos de que alguien como Gattuso se hiciese cargo del equipo porque él sabía dónde venía, la plantilla que hay, con quién iba a trabajar… Aunque siempre ha querido jugar al fútbol en su etapa como entrenador, venir de Italia supone venir de un lugar donde el aspecto defensivo se suele cuidar muy bien. Todos aceptábamos con gusto su nombramiento. A mí me gustaba lo que proponía: quería ser protagonista con balón, jugar en campo contrario, sacar desde atrás la pelota… Hay equipos que proponen eso y lo consiguen, como la Real Sociedad, Betis o el Rayo Vallecano, que podrían compararse con un Valencia «normal» a nivel deportivo.
Pero, al final, se trata de ganar. Y de sumar puntos. Y 20 puntos de 54 fueron muy pocos. Al equipo le costaba defender, tenía muchos problemas en área propia, en las contras de los rivales, Mamardashvili era sistemáticamente el mejor del equipo… El equipo proponía bien, pero no consiguió cerrarse atrás. Los resultados mandan en este mundo y ocasionaron su salida. No sé si pactada, a decisión suya o propuesta por el club.
Me saben mal estas cosas porque nunca me ha gustado que los entrenadores sean destituidos sin tener antes cierta paciencia. Me recordaba a lo que hizo la Real en su día poniendo a Imanol Alguacil: dotar al equipo de un estilo y, con el tiempo, adquirir una idiosincrasia que ahora la Real Sociedad no va a abandonar, por lo menos a corto y medio plazo. Me hubiese gustado que el Valencia lo hubiese logrado también, aunque históricamente le ha ido mejor otro modelo de juego.
Hablando de «socarrarse» y quemarse profesionalmente, Voro González esta vez no ha podido sacar adelante la situación…
No es lo mismo coger al equipo tres, cuatro, cinco partidos al final de LaLiga estando por encima del descenso y teniendo que salvarte, que coger al equipo veinte partidos. Incluso el propio Voro asumía que sí, que tenía que hacerlo de nuevo, pero que esta vez no lo tenía tan claro. Se sentía incómodo en esa situación. Son muchos partidos, muchos puntos que sumar y un calendario a corto plazo muy duro, con siete u ocho jornadas muy complicadas para puntuar.
Las declaraciones de Voro tras el partido ante el Girona le condenaron. Estaba claro que, si no ganaba el siguiente, Voro dejaría el puesto y regresaría al suyo. Me sabe mal porque me hubiese gustado que Voro ganase alguno de esos partidos en los que estuvo. Perder los tres y sus declaraciones definieron la situación en la que estábamos y hacia la que debíamos ir, que era la búsqueda de un nuevo entrenador hasta final de temporada.
Rubén Baraja. Nunca ha entrenado en Primera. Un salto sin red, para él y para el club. ¿Cómo de arriesgada es su designación como entrenador?
No lo sé. En general, te diría que me gusta que estas cosas ocurran. Me explico: no se trata de experiencia, sino de conocimiento. Baraja tiene conocimiento del fútbol. No todas sus experiencias en clubes de Segunda han sido buenas, pero es normal que te echen de los equipos que entrenas, es lo que le pasa a casi todos los entrenadores. Es una apuesta por un profesional al que le puedes achacar no tener experiencia en Primera, pero un jugador que ha desarrollado una carrera como la suya conoce el juego, el vestuario, los sentimientos de los jugadores que juegan y los que no, el estado de ánimo o la tecla que debe tocar para recuperar anímicamente a determinados futbolistas… Y, a nivel social, va a ser bien aceptado porque la afición del Valencia se acuerda del Baraja futbolista y de los éxitos que obtuvo a nivel individual y colectivo.
Yo, particularmente, acepto que pueda ser él. ¿Va a conseguir transmitir ese conocimiento que tiene y que los jugadores respondan? Ojalá lo consiga. Es un melón por abrir, estamos todos esperando que lo consiga. Todos debemos tener claro hacia dónde quiere ir.
Espero que a Baraja y a Marchena como ayudante les vaya lo mejor posible, pero también quiero matizar una cosa: tampoco es tan difícil. Me explico: el Valencia tiene que hacer los mismos puntos que el Getafe, un punto más que el Cádiz, más puntos que el Valladolid o el Espanyol… Hay un ramillete de cinco o seis equipos y sólo tienes que hacer un puñado de puntos más que ellos. Aunque a corto plazo no se sumen tantos puntos, creo que la empresa no es tan complicada y el Valencia debería solventar esta situación.
¿Te vienen a la mente recuerdos del Vietnam cuando ves al Valencia entre los tres últimos de la tabla?
Diría que, ahora mismo, la situación es incluso más complicada. En 1986 había mucho sentido de pertenencia en aquel equipo, mucha gente veterana muy afectada porque habían vivido verdaderos éxitos en el club. La plantilla era diferente. Yo lo viví de otra forma porque me pasé siete meses lesionado, no salía a jugar ni tampoco viajaba a los partidos a domicilio. Te metes en una dinámica en la que no sale nada, todo es una desgracia. Todo te aboca a un resultado dramático.
A pesar de eso, creo que queda mucho tiempo y que la actual plantilla tiene capacidad para sumar más puntos que los equipos que he mencionado antes. Y que, al final, el objetivo de la salvación no debería ser tan difícil de conseguir.
¿Has podido volver al club en los últimos años?
Ha podido pasar, sí. Hubo una reunión en la que estuve con Layhoon Chan en 2017, pero Alesanco acababa de ser nombrado director deportivo y ya se hablaba de Mateu Alemany como próximo director general. Mantuve una conversación cordial con ella, hablando del Valencia, de su estancia aquí, de sus intenciones, de su manera de gestionar… y poco más. Pudo pasar, pero nunca sucedió. Cuando llegó Anil Murthy de presidente, siempre me prometía tomar un café que nunca nos tomamos.
Más allá del lío en el que se ha metido este año el equipo… ¿hay salida para la situación actual del Valencia?
Sólo deportiva. Y a medio-largo plazo. Porque no creo que el máximo accionista vaya a poner más dinero para tener un coste-plantilla mayor. Existe el control económico de LaLiga. ¿Cómo aumentas tu coste-plantilla? Teniendo más ingresos. ¿Cómo se producen? O los pones de tu bolsillo, o los logras a nivel deportivo. Y esto último será a medio-largo plazo.
Eso supone asumir muchos años de mediocridad a nivel clasificatorio…
Sería cuestión de «enganchar» un año la Europa League, al año siguiente repetir, dentro de cuatro o cinco volver a la Champions…
¿Y eso al Fernando aficionado no le hace percatarse de lo mucho que se ha bajado el listón de esa exigencia que conoció el Fernando futbolista?
Pero es normal porque sabes el coste que tiene tu plantilla y la calidad que tiene. En este caso también, la juventud que tienen este año tus jugadores. Nos metemos en la cabeza que jugar en Europa es prácticamente imposible. Yo soy un poquito más ambicioso y pelearía por ello, pero es verdad que hay clubes que están mejor que nosotros. Es difícil. También me pregunto por qué a veces el Getafe, Osasuna, Mallorca o Rayo Vallecano acaban delante de nosotros. Eso no puede ser. El Madrid, Atlético, Barça, la Real Sociedad, Villarreal, Sevilla, Betis… lo puedo admitir.
Pero ya son siete u ocho equipos.
Yo no digo que se deba conseguir. Digo que se debe pelear por conseguirlo. ¿Qué quedas noveno? Pues mala suerte. ¿Qué es difícil? Ya lo hemos dicho antes: el aficionado del Valencia lo ve prácticamente imposible y, sin embargo, lo exige. Cree que se puede conseguir. Y por eso critica cuando no ocurre. Es esa épica de ver que el equipo responde mejor de lo esperado. «Si Rayo, Osasuna o Mallorca pueden hacerlo, ¿por qué no puedo pelear yo por quedar sexto o séptimo?»
La última. Tú, que has sido tan feliz con la pelota… ¿la echas de menos?
No. Al principio sí, pero ahora ya no. Porque ves que tu propio cuerpo no ayuda. Tras retirarme, jugué mucho con los veteranos. Mucho, mucho. Los primeros diez años fueron muy bien; a partir del undécimo, salía a lesión por partido. Un pinchacito aquí, otro pinchacito allá… Se convirtió en algo desagradable. Mejor dejar paso a los jóvenes. En el partido de leyendas del Centenario del Valencia en 2019 jugué, sí, pero no debí jugar. Ahora estoy mucho mejor, pero aquel año pesaba siete u ocho kilos más. ¡Ahora sí que jugaría!
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Cuánta tirria le tiene al Dépor, pidiendo que se repitiese todo el partido de la final de Copa del 95.
A llorar a la llorería caballero, y tu amado Castellón se va fuera este domingo.
¡Que te vote Txapote!
No se dónde ves la tirria al deportivo que, además, ha sido eliminado por el Castellón.
Ejemplo perfecto de las miserias que el duopolio ha generado al fútbol español: un centrocampista con más de 100 goles en primera división, pionero en irse a jugar al extranjero, entrenador, director deportivo y político.
Alguien con una trayectoria más que interesante pero al que apenas se conoce fuera de Valencia y que apenas ha generado un comentario.
En fin, ellos se lo pierden.
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