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David Albelda: «A los políticos les reprocho que podrían haber actuado en su día contra Rubiales y lo hacen ahora politizando la situación»

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Rafa Benítez, de actualidad tras su regreso a LaLiga al frente del Celta, ha sido siempre un preparador metódico y, por qué no admitirlo, algo maniático. Su aterrizaje en València en 2001 trajo consigo, además de un título liguero, muchos cambios en los hábitos diarios de entrenamiento, alimentación, descanso… y también en lo referente a los portavoces de la plantilla. En su exitosa primera temporada, cuatro futbolistas ejercían el rol de capitán en un Valencia CF que hizo historia: Santi Cañizares, como la cabeza visible portando el brazalete; Fabián Ayala y Amedeo Carboni, dos de los más veteranos en la plantilla; y un David Albelda que, a pesar de su juventud, contaba con la idiosincrasia del club imbricada en su ADN desde que era un chaval. A Benítez, pese a todo, no le convencía demasiado que el capitán fuese un guardameta, al considerar que carecía de la capacidad de influencia sobre el árbitro y el partido al estar ubicado tan lejos de la acción.

Una segunda temporada decepcionante fue el pretexto perfecto: corría agosto de 2003 cuando Rafa se presentó en el vestuario de Paterna con una urna y pidió a la plantilla que escribiese, jugador por jugador, sus candidatos a portar el brazalete. Tras meter los votos en la urna, Benítez cargó con ella en dirección a su casa. Nunca sabremos el escrutinio real, aunque Rafa insiste siempre que le preguntan en que no hubo ni trampa ni cartón. Al día siguiente el míster anunció a los nuevos capitanes: el vallisoletano Rubén Baraja, que llevaba apenas un par de temporadas en el club, y el valenciano David Albelda (La Pobla Llarga, 1 de septiembre de 1977). Ahora sí, el «6» del equipo sería el dueño del brazalete, responsabilidad que jamás rehuiría en las diez temporadas siguientes, con un paréntesis forzoso aplicado por Ronald Koeman. En verano de 2023 se cumplen nada menos que veinte años de la anécdota de la urna, y diez desde su retirada del fútbol. No obstante, basta con escuchar hablar a David cinco minutos para confirmar que un capitán nunca deja de serlo, ni siquiera tras colgar las botas.

Un 10 de junio de 2013, lunes por la tarde, llegaste a la Ciudad Deportiva de Paterna a una reunión -bastante breve- y, al rato saliste, ya como ex jugador del Valencia porque no contaban contigo.

Ya han pasado diez años, sí. La reunión fue breve básicamente porque toda Valencia ya lo sabía (risas). De hecho, yo ya lo sabía a través de la prensa. Desgraciadamente hay veces en que las cosas no se hacen bien. Fui a la reunión por cortesía, una vez entras allí le dices a los dirigentes que ya sabes lo que te van a decir. Estaban Braulio Vázquez (director deportivo), Amadeo Salvo (presidente) y Djukic, que empezó esa temporada siendo el entrenador.

En los meses previos habías hablado mucho sobre un hipotético final de tu trayectoria, pero es cierto que habías acabado muy bien la temporada a nivel deportivo.

Sí, pero también la situación social era muy rara, con mucho lío. Manuel Llorente había salido de la presidencia unos meses antes, estaba Vicente Andreu como presidente interino… Me llegaron a preguntar si quería renovar. Yo dije: «Vamos a esperar a lo que venga y que decidan ellos». Porque igual renuevas, te quedas y el que llega no cuenta contigo. Pero es cierto que una parte de mí tocaba a despedida, mi sensación es que me lo pedía la cabeza.

Tu día a día tras el fútbol ha estado muy vinculado a salir a rodar en bicicleta: sólo hay que darse una vuelta por tu Instagram para verlo. La vida es un círculo, ya que precisamente en tu infancia viviste el ejemplo de tu tío Paco Albelda, ciclista profesional en los equipos de Kelme y Teka y que ganó una etapa de la Vuelta a España en 1979…

Mi padre intentó que tanto mi hermano como yo siguiéramos el rastro de la familia con el ciclismo, pero viviendo en La Pobla Llarga era más fácil coger un balón. Salías del colegio y te juntabas con los amigos en la calle a jugar al fútbol. Lo tuve un poco más fácil al tener un hermano mayor: iba detrás de él y me enganché al fútbol. Es mucho más sencillo que hacerte ciclista, sobre todo cuando eres tan pequeño.

Vivíamos mucho en la familia el ciclismo, sí. Nos gustaba mucho; de hecho, cuando tenías vacaciones de Navidad o en verano, aprovechabas para coger la bicicleta y mantenerte en forma. Pero no es lo mismo practicarlo por «hobby» que de manera profesional: el ciclismo es un deporte muy, muy sacrificado. Ahora como amateur también, pero nosotros paramos a almorzar, bajas el ritmo cuando estás cansado y tal. Cuando tienes que entrenar a un ritmo alto es sacrificado.

Siempre se ha asociado el nombre de Albelda a La Pobla Llarga, pero hubo un tiempo en que la gente apuntaba a Alzira como tu lugar de origen…

¡Es que todos los que somos de La Pobla Llarga nacíamos en Alzira! Porque en el pueblo no teníamos hospital, nuestros padres iban al de allí. Pero aunque ponga lo de Alzira en mi DNI, siempre que me preguntan digo lo de La Pobla Llarga, todo el mundo lo sabe. Aunque alguna vez mi madre me pidió que mencionase a San Juán de Énova, que es el pueblecito de al lado con quinientos habitantes, porque ella es de allí (risas). ¡Tampoco me puedo repartir entre tantos sitios!

Tu madre Vicenta y tu padre Pepe fueron claves en tu carrera: la escuela de fútbol del pueblo cerró cuando tenías 7 años y ellos, para poder jugar al fútbol, tenían que llevaros a ti y a tu hermano a Alzira desde muy pequeños.

Seguro que es algo que, aún hoy, pasa en muchos pueblos. La Pobla Llarga tiene unos 5.000 habitantes, por lo que montar y mantener una escuela de fútbol es difícil por la ausencia de niños. Si les haces pagar mucho dinero, la gente no puede permitírselo porque suelen ser familias humildes. Es complicado. Empecé en el pueblo, sí, y luego tuve la suerte de que mi padre seguía bastante el fútbol de los niños, no le importaba hacer viajes en coche para llevarnos. Eso también era raro, porque no todos los padres se involucraban en el equipo: igual para un equipo de diez u once niños había sólo dos o tres padres disponibles. Llenábamos un par de coches hasta arriba de niños: mi padre tenía un Renault 12 ranchera y recuerdo un día hacer el trayecto desde La Pobla hasta Rafelguaraf, que serían cuatro kilómetros, con doce o trece nanos ahí metidos… Era la única manera.

Eran otros tiempos. Muy diferente a lo de ahora. Los padres y las madres no seguían tanto a sus hijos. Muchas veces en el pueblo te dejaban en la escuela de fútbol y decían: «Ya me lo devuelves en un rato». Ahora te toca estar más encima, porque las distancias son mucho más largas. Pero en los pueblos se funcionaba de forma diferente.

Quizá uno de los aspectos de tu biografía que más le flipen al gran público sea que, a pesar de haber hecho carrera como mediocentro defensivo, de pequeño eras delantero y se te caían los goles de los bolsillos…

¡Es que el fútbol ha cambiado mucho! En aquella época las instalaciones, los campos, todo era diferente. Ni siquiera existía el fútbol-8 o el fútbol-7, todo era fútbol-11. Recuerdo que nos poníamos a jugar en el campo grande y me parecía un episodio de los dibujos aquellos de «Oliver y Benji»: para llegar de un área a otra tardabas un año (risas). El tema táctico tampoco estaba demasiado trabajado: la pelota, y todos a correr detrás de ella. Quizá los defensas estaban un poco más quietos, pero el aprendizaje como tal era más difícil en aquella época comparado con lo que se entrena hoy.

Yo jugaba de delantero, era pequeñito, no demasiado alto. Y jugaba en función de lo que el cuerpo me daba en ese momento: la evolución física también es importante en lo que respecta a las posiciones en el fútbol. Muchos niños empiezan en una posición y, según su desarrollo físico, les toca cambiar de demarcación. Lo veo ahora con mis hijos pequeños también. En las escuelas de alto nivel se intenta que, en la etapa de fútbol-8, jueguen en diferentes posiciones porque es difícil concretar con esas edades si te va a salir un delantero, un lateral o un mediocentro.

En tu cambio a la escuela de la UD Alzira conociste a Paco Monerri, una figura clave en tu carrera deportiva.

Al desaparecer la escuela de La Pobla, la escuela de la UD Alzira nos acogió a los cuatro o cinco niños del pueblo. Era un club de referencia en la zona. Paco Monerri nos conocía porque nos enfrentábamos mucho en la liga local y, aunque ellos eran los mejores, de vez en cuando les tocábamos el morro (risas). Alzira está a unos diez kilómetros y a veces nos llevaban algunas familias, camioneros que hacían el trayecto… Recuerdo entre los 12 y los 15 años que muchas veces cogías el tren para ir: eras más independiente y poco a poco te empezabas a labrar tu camino.

¿Es cierto que en aquella época recibías bastantes patadas?

Claro, cuando en esas edades juegas a cierto nivel y demuestras estar un puntito por encima, acaparas mucha pelota. Y es normal que te «den» más. Todo iba en función de la evolución del físico. Incluso cuando llegué a la escuela del Valencia CF y en edad juvenil, yo seguía metiendo goles porque no me colocaban como «6», sino como centrocampista más adelantado. Poco a poco me fui readaptando a la situación de fútbol que vivía y acabé en mi puesto.

Se ha contado en alguna ocasión que, en aquella temporada 1991-1992, hiciste un gran Campeonato de España sub15 con la selección valenciana, y que Vicente del Bosque se fijó en ti y hubo opciones de que fichases por el Madrid. Y también que técnicos como Paco Monerri o Vicente Dolz presionaron para que, si te ibas del Alzira, sólo fuese al Valencia CF. Por eso Juan Mercé acabó fichándote.

A ver, explicar esto no es sencillo… Hoy la estructura de captación de cualquier club puede llegar ahí, pero en aquella época era difícil que pudieran verte si jugabas en La Pobla Llarga. Empezando por las carreteras, o la propia estructura de cantera del Valencia CF que era muy chiquitita… Había exjugadores y técnicos viendo fútbol como Pasieguito, Vicente Guillot, José Manuel Rielo… pero era más una colaboración informal.

Yo llegué al Valencia CF sobre todo porque la UD Alzira me dio permiso para jugar con la valenciana el Campeonato de España sub15. De hecho, me convocaron con la sub15 porque la normativa decía que sólo se podía llamar a tres jugadores de un mismo club; de lo contrario, quizá se hubiesen llevado a todos los chicos del Valencia. Acabamos siendo campeones de España, ganando la final contra la madrileña. Esa fue la plataforma que el Valencia y los clubes grandes aprovecharon para ojear jugadores que poder fichar para sus escuelas. A nosotros nos vio gente del Madrid, de otros clubes… Es verdad que a mí me dijeron: «¿Tú querrías irte al Madrid?» Pero yo no pensaba en la grandeza del Madrid: cuando te crías en las calles de un pueblo, piensas en la cercanía. Irte con trece años a Madrid sólo… No lo veía. Ahora eso es mucho más normal.

Pero también hay un componente sentimental. ¿O no te ponías la camiseta del Valencia siempre que podías?

Sí, la camiseta de la Peña Ribera Alta. Era toda blanca, igual que la del Valencia.

Cuando el Alzira te traspasó a la escuela del Valencia por 50.000 pesetas de 1992, estuvo muy hábil e incluyó muchas cláusulas por objetivos. Estuvo «rascando» pellizquitos muchos años después de aquello.

Me parece que ahí estuvo muy bien. Aparte, es algo normal: pasó en Don Bosco cuando el Real Madrid les fichó a Roberto Soldado. A lo mejor los clubes no te pagan casi nada, porque hablamos de niños, pero ser recompensados en función de su progresión me parece algo muy correcto.

Nada más llegar a Paterna te incorporaste al Juvenil ‘C’, con chavales sub17 y dos años mayores que tú. Allí tuviste a un mítico ex jugador como Javier Subirats como entrenador, que luego también sería importante en tus etapas en Villarreal y en el primer equipo. De hecho, me contó hace poco que intentó buscarte sustituto cuando era director deportivo del club, años después y en caso de que tuvieses lesiones o una mala racha… pero que nunca hizo falta, porque eras un reloj en cuanto a rendimiento.

Javi fue el entrenador en mi primer año. Cuando llegas al Valencia, lo pasas fatal: al llegar tú firmas un contratito que te ata con el club ya no respecto a cobrar dinero, sino simplemente a la ficha de inscripción. En mi primer verano, no exagero, habría cincuenta nanos allí. Y cuando acababa cada entrenamiento, Subi decía: «Este, este, aquel. Pasad a hablar con Enguídanos». Con el director de la escuela. Y yo veía que, al día siguiente, esos tres no volvían. ¡Y eso que tenían contrato recién firmado! ¡Y no volvían! Y pensabas que te podía tocar a ti en cualquier momento.

Después de cada entrenamiento estabas ahí, en tensión… Recuerda que, antiguamente, cuando eras de un pueblo pequeño y firmabas por el Valencia, para muchos era como si ya hubieses jugado en Primera. La «estrella» del pueblo, entre comillas. Y yo pensaba: «Si después de que el pueblo se entere de que he fichado aquí, acabo durando sólo dos semanas y me mandan para casa…». Se pasa mal, eh. Al acabar cada entrenamiento se producían situaciones complicadas de digerir: ese minutito con Subirats dando el listado… Cuidado.

Javi fue muy importante en mi carrera, y apostó por mí en dos momentos clave: ese primer año en el Valencia, y después en Villarreal. Cuando se marchó a Villarreal en Segunda, aquel club no se parecía en nada al actual: siempre estaba en la pelea para subir desde Segunda B, y si conseguía subir su objetivo era no bajar. Lo de subir a Primera y tal ya llegó tras la entrada de Fernando Roig. Había un convenio de colaboración entre Valencia y Villarreal, yo llegué allí en 1996 siendo muy joven: sólo había jugado en el Juvenil ‘C’, en el Juvenil sub19 y en el Mestalla. Con 18 años Subi me llevó allí para competir en Segunda. Y tuve la suerte de jugarlo todo, aunque el equipo no iba bien y a él lo acabaron cesando. Pero aproveché para coger la dinámica y la competitividad de Segunda, en lo que era mi primer contacto real con el fútbol profesional.

Con Subirats también te definiste futbolísticamente: te llegaron a poner de interior derecho en tu primer año de juvenil, pero poco a poco encontraste tu sitio en el centro del campo. Incluso siendo tan joven, la gente que te conoce destaca tu sentido táctico en aquella época.

Cada año era una adaptación al sistema que trabajábamos. La táctica no se trabajaba tanto como ahora, tenías que poner mucho más de tu parte para amoldarte a lo que necesitaba cada entrenador y cada equipo. Recuerdo con Subi empezar jugando con tres mediocentros, dos de ellos un poco más adelantados; pero luego todo derivó hacia el doble pivote no sólo en el Valencia, sino en el mundo del fútbol en general. Al final, en el único año que estuve en el Mestalla ya me hice definitivamente a ese puesto de «6».

José Manuel Llaneza, que en paz descanse, le dijo a tus padres una frase muy bonita cuando te fuiste cedido al Villarreal en 1996: «Tranquilos, que aquí le vamos a cuidar».

Sí, porque aquella era la primera vez que salía de casa de verdad, la primera vez que vivía sólo y pasaba mucho tiempo sólo. Pero estuve muy a gusto en Villarreal. Era un club muy familiar. Llaneza tenía allí plenos poderes: Fernando Roig todavía no había aterrizado y estaba Font de Mora como presidente. También tuve mucha suerte de juntarme con Roberto Fernández, Pepe Serer, o Angulo que también fue allí por el convenio entre clubes… Todo eso me ayudó mucho, tenía mucha gente conocida. Llaneza era un hombre muy cercano, Roberto me dijo desde el principio que me ayudaría en cualquier cosa que necesitase… Yo tenía 18 años y él tenía 36, ¡me doblaba la edad!

¿Era tan pintoresco el Villarreal de los finales de los noventa?

El sitio, el entorno… Todo. Nos cambiábamos en una caseta, no teníamos campos de entrenamiento. Íbamos por ahí a entrenar: a Betxi, a otros pueblos, a un campo de piedras que había en una fábrica que hay al lado de la autopista por la que paso mucho ahora cuando me voy de viaje… Aquello era complicado, pero en aquella época nadie le daba importancia. «¿Qué estas son las condiciones? Pues nos acoplamos a ellas».

Pregunté a Roberto Fernández sobre ti, y me dijo que siempre demostraste un gran interés por aprender, que eras un jugador «vivo» y muy listo. Y destacó el gran aprecio que te tiene… aunque claro, siendo amigo y vecino, eso es más normal.

Es que yo de pequeño era fan de Roberto. La primera vez que pude permitirme económicamente ir a Mestalla, en el sector 28 y con una media entrada, yo disfruté de un Valencia CF muy «valencianizado». Aquel equipo que había subido desde Segunda y que se alimentaba de gente de aquí. Buscabas referentes, y me encantaban aquellos duelos entre Roberto y Míchel cuando venía el Madrid.

Roberto era uno de mis referentes, y son las cosas que te da el fútbol: llegué a Paterna con quince años, y cuatro temporadas después estaba compartiendo vestuario con Roberto Fernández en el banquito de al lado. Todo fue muy rápido. Incluso ahora, cuando me paro a pensarlo, recuerdo que durante aquellos años yo estaba centrado en poner la directa e ir haciendo camino. De repente pensabas: «¡Ostras, estoy aquí!». Pero así era aquello.

En Paterna se hablaba mucho valenciano aquellos años. Con Roberto, Camarasa, Palop… Una seña de identidad.

Es algo que pasaba mucho en mi zona y que todavía sigue pasando: la gente de los pueblos, aquella más alejada de Valencia capital, somos valencianohablanlantes. Es cierto que vas cambiando cuando comienzas a vivir en la ciudad, o cuando te vas enfrentando a ruedas de prensa, entrevistas… Siempre se me hizo un poco raro que me preguntaran en castellano y responder en valenciano, que es lo que me «nacía». Mucha gente me lo pregunta en redes: «Per què no parles més en valencià als mitjans?» Al final hay medios nacionales también, y te habitúas a hablar en castellano en el entorno del fútbol. Es evidente que, cuando bajo al pueblo o te encuentras con alguien que sabes que habla valenciano, pues directamente conversas así. Con Roberto me pasa lo mismo, le veo casi todos los días.

Una charla con Roberto en su casa, en verano de 1997, te hizo decantarte por regresar al Valencia a pesar de que el Villarreal quería hacerse contigo en propiedad. Te encontraste a Jorge Valdano como entrenador, y te hizo debutar en Holanda contra el Bocholt alemán. Sustituiste a Mendieta en la segunda parte.

Fíjate el fútbol y las casualidades que tiene… Se estaba negociando mi posible venta al Villarreal, porque había quien pensaba que allí podía tener cabida pero que en el Valencia lo iba a tener más difícil. Siempre hace falta alguien que te «vea» y apueste por ti. Se llegó a negociar mi traspaso pero, aunque había acuerdo entre clubes, no se llegó a un entendimiento en lo referente al contrato.

Ocurrió lo típico: no te vas del club, así que empiezas la pretemporada. Había un grupo de chavales jóvenes que venía del Mundial sub20 de Malasia: se fichó al uruguayo Nico Olivera, se trajo a Gerard del Barça, estaba Farinós, estaba Angulo, estaba yo… Una serie de jugadores que entramos fuerte en el equipo. Recuerdo una de esas carreras por el bosque en las que los más jóvenes van con el motor a tope. Los veteranos te decían: «¡Oye nenes, bajad un poquito, que nos vais a reventar!». Recuerdo una charla de Valdano con los jugadores jóvenes, cuando nos dijo: «A vosotros que no os «achanten». Vosotros a dar todo lo que tengáis y no os preocupéis por nada más». Nos quedamos todos en la plantilla.

Me acuerdo del debut contra el Bocholt porque ganamos (1-3) y porque me puso de lateral derecho. Estaba Rielo de ayudante y, como él era de Xàtiva y yo de La Pobla, me dijo: «Molt bé, xiquet!» Tengo muy buen recuerdo de aquello, y también del primer contrato profesional que firmamos aquel verano.

Una semana después de firmarlo, durante el Trofeo Naranja contra el Palmeiras y con Romario como gran atracción, te hiciste polvo la rodilla…

Faltando poco para el final noté un gesto raro en la rodilla, en un cambio de dirección. Sonó un «cleck!» que no pintaba bien. Entró el doctor Jorge Candel, me hizo una primera exploración y me dijo que parecía un problema de menisco. Hay que recordar que, por aquella época, tampoco había tanto especialista que operase de urgencia esas lesiones. Al día siguiente cogimos un avión y nos marchamos a Madrid, a que nos viera el doctor Pedro Guillen. No estaba, así que me atendió el doctor Herrador, que era su mano derecha.

Me quitaron el vendaje y la rodilla estaba bastante inflamada, no le daba buena espina. Me sacó cinco jeringuillas grandes de líquido, que iba mezclado con sangre, lo cual indicaba que algo se había roto ahí dentro. Así que decidió operar: «Si es el menisco, es el menisco; y, si hay algo más, ya lo veremos». Recuerdo que me pincharon, me dormí, y que al despertar estaba el doctor Candel haciendo una negación con la cabeza porque la lesión era de ligamento cruzado. Ese fue un momento duro, me vine abajo. Iba a ser mi primer año con el Valencia CF en Primera División, pero bueno… Cambias el chip, no queda otra que pasarlo.

Antiguamente, tras esa operación te escayolaban la pierna entera. Ahora te ponen una férula con el regulador del ángulo por grados, que te permite ir a rehabilitación a Paterna a los pocos días. Pero antes te pasabas un mes parado en casa, y cuando te quitaban la escayola para limpiarte los puntos veías que habías perdido toda la musculatura de la pierna, por lo que la recuperación costaba mucho más que en la actualidad.

Así pasaste más de siete meses hasta que, en marzo de 1998, llamaste la atención de Roberto Sassi, el preparador físico de Claudio Ranieri.

Destituyeron a Valdano tras la tercera jornada de Liga, tras aquel lío de los cuatro extranjeros en Santander y la alineación indebida. Y el día de Salamanca dimitió Paco Roig. Llegó un entrenador nuevo, italiano, y yo pensé: «Madre mía, ahora todo el terreno que tenía ganado con Valdano ya no servirá de nada». Es raro que un técnico nuevo confíe en los jóvenes. Me centré en recuperarme, le echaba muchas horas en Paterna. Es habitual que el jugador en recuperación le dedique mucho más tiempo al entrenamiento que los que están «sanos».

Hubo muy buen feeling con Sassi: era un currante nato, y me vino bien su llegada porque le gustaba mucho la bici. Después de hacer el trabajo de la mañana, a mediodía nos cogíamos la bici de montaña y subíamos al puerto de l’Oronet, a Náquera, a Serra… Arriba y abajo. Y eso fortalecía mucho la rodilla. Así pasaron las semanas. Además, conté con dos apoyos muy importantes: Paco Camarasa y Javi Navarro, que también se estaban recuperando de sus lesiones. Cama ya estaba en sus últimos años y su problema en el talón de Aquiles era grave. Y allí estábamos los tres, recuperándonos. No sé cuántos años después, fíjate tú, seguimos con la historia de la bicicleta (risas). Es muy curioso. Fueron apoyos muy importantes en el día a día, para ayudarme a pasar el trago de la lesión.

Cuando llevaba cinco meses de recuperación, un día estaba corriendo dando vueltas al campo para coger tono físico y, en la parte final del entrenamiento, les faltaba un jugador para completar el partidillo. Un partido cortito, de ocho o nueve minutos. Ranieri preguntó a Sassi si me veía para jugar: «Hombre, si vamos con cuidado…». Por no ir a buscar a nadie del filial, me pusieron en la zona de detrás, jugando como defensa. Y al acabar esos ocho o nueve minutos, Ranieri empezó a preguntar por mi recuperación, por cuánto me quedaba para volver… A la primera ocasión que pudo, cuando ya estaba apto para competir, me llevó a Zaragoza y me hizo debutar. 15 de marzo de 1998, lo recuerdo porque era en plenas Fallas. Jugamos completamente de azul, ganamos 0-2 y yo salí los últimos quince minutos. Acabé muy contento, la verdad.

Ranieri cambió la filosofía del Valencia a muchos niveles: aprovechó las cosas buenas de etapas anteriores, como la de Aragonés, además de dar su sello al equipo. Sin embargo, en lo que acabaría siendo una gran temporada 1998-1999 para el Valencia, con Intertoto y Copa del Rey, tú estabas de nuevo cedido en otro club…

Necesitaba jugar, tras un año «parado». Con Ranieri, que me hizo debutar, apenas tuve cinco partidos al final de aquella temporada. Piensa en mi situación aquel verano: un chico joven, que viene de una lesión de siete meses, con pocos minutos en la liga… ¿Qué es lo más conveniente para él? El Villarreal había subido a Primera aquel verano, y la buena relación entre clubes se mantenía. Decidieron cederme y todos lo aceptamos de buen grado. Además, Ranieri se trajo ese verano a Stefan Schwarz para el centro del campo, un jugador de su confianza al que ya había entrenado en la Fiorentina.

De nuevo, la cesión al Villarreal me vino muy bien: iba a un club que conocía, mucho más profesionalizado. Sabíamos desde el principio que íbamos a sufrir para no bajar. Acabé jugando 35 partidos de los 38 de liga, fui el segundo jugador de campo con más minutos. Eso me dio la vida de cara a las siguientes temporadas.

¿Seguiste al Valencia aquella temporada? Me consta que estabas en Mestalla aquella noche del 6-0 al Madrid en Copa.

Sí, porque una cosa no quitaba la otra (risas). En Villarreal se vivía bien, pero allí estaba sólo. Roberto, Angulo, Serer… Todos vivían en Valencia, y sólo eran 60 kilómetros en coche, las carreteras eran ya mejores, así que venía siempre que podía. Fue una noche inolvidable, cualquier aficionado del Valencia te dirá lo mismo. Por el rival que había enfrente y, sobre todo, por el resultado. Hacerle un 6-0 a un muy buen Real Madrid era inimaginable para cualquier seguidor.

La final contra el Atlético la vi desde casa: me fue imposible viajar porque en Villarreal estábamos jugándonos la promoción para evitar el descenso por aquel entonces, y eso alargaba la temporada quince o veinte días. El gol de Mendieta fue uno de los más bonitos no sólo de la historia del Valencia, sino de todo el fútbol español.

Yo me dejaba llevar por el día a día, y era más grande la incertidumbre sobre mi futuro posterior y si podría regresar al club o no, que lamentarme por no poder estar presente en una final así. Tras la victoria, sí que tenía la sensación de que volver y hacerme un hueco en el equipo iba a ser difícil.

Ganar la Copa rompió casi dos décadas de sequía sin títulos en el club. A tu regreso, sin embargo, el entrenador había cambiado de nuevo…

Ranieri se había marchado y llegó Héctor Cúper. Él ya nos conocía, porque nos habíamos enfrentado a su Mallorca. Mi situación al principio fue la de cualquier chico joven: llegas como entrenador a una plantilla nueva y valoras a los integrantes en función del rendimiento que te ofrecen. Cúper y sus colaboradores sí dijeron desde el principio: «Los chicos tienen que estar y este (Albelda) tiene que quedarse». Lo bueno del míster es que, si veía la opción y te lo ganabas, siempre te daba la oportunidad. Desde el primer momento las tuve con él: alternábamos los dos puestos entre Farinós, Gerard y yo, porque en ese centro del campo Mendieta jugaba más pegado a la derecha.

Cuando no eras titular, siempre eras el primer cambio de Cúper.

Claro, porque para Cúper era esa suerte de «jugador doce» que podía estar tres meses como titular indiscutible, y luego tirarme tres semanas en el banquillo y entrando como primer cambio. ¡Es que había mucho nivel! Y mucha gente joven.

Esa temporada fue más dura de lo que la gente recuerda. Nuestra primera victoria llega en la sexta jornada contra el Madrid en el Bernabéu (2-3): íbamos 0-3 al descanso y en la segunda parte Morientes nos marcó dos goles y casi nos empatan. En Champions sí que habíamos empezado muy bien, en el grupo con el Rangers, el Bayern y el PSV.

Pellegrino me contó una vez que, en vuestros viajes por Europa en la primera temporada de Champions, la televisión autonómica (Canal Nou) enviaba reporteros a preguntar a aficionados locales por vosotros… y que ninguno sabía nada sobre el Valencia. Luego ibais y les ganabais.

Es que ni siquiera éramos «el tapado», como suele decirse: éramos «el desconocido». Te presentabas allí y competías con la cabeza muy libre: cualquier cosa iba a ser buena. Si perdías, era lo lógico en aquella competición. Pero jugábamos liberados, con toda la tranquilidad del mundo, y eso nos permitió ir evolucionando con los meses.

Te perdiste una parte importante de aquella temporada por una lesión de peroné. Sucedió tras una entrada muy dura de Carlos Llorens en un Valencia-Rayo disputado en Mestalla. Luego se pasó mucho tiempo pidiéndote disculpas. ¿Le perdonaste?

Joder, es que a Llorens le veo mucho por Paterna porque está trabajando en un proyecto de la Federación. Por poner en contexto aquello, se hablaba mucho aquellos meses de que Carlos podía fichar por el Valencia. Era valenciano, jugaba en el Rayo, siempre se entregaba al máximo y afrontó aquel partido en Mestalla súper motivado. Tuve la mala suerte de que, en un balón dividido, me pilló con el pie apoyado y se produjo la fractura. En un primer instante pillé un cabreo tremendo, te dan ganas de matar al otro tío. Fueron pasando las horas y fui asumiendo que eran gajes del oficio. Recuerdo que marcó un gol a los pocos días con el Rayo y mostró una camiseta dándome ánimos, lo pude ver por la tele.

A los tres o cuatro meses volviste al césped, en un partido contra el Oviedo. Te dio tiempo a jugar partidos clave en Champions, como aquella vuelta de cuartos en el Olímpico de Roma contra la Lazio.

La Lazio era un equipazo: Hernán Crespo, Verón, Nedved, Salas, Inzaghi… Compraba a todos a golpe de talonario, y la verdad es que era uno de los favoritos para ganar la Champions. Pero les asestamos un golpe en Mestalla con aquel 5-2 que no se esperaban, y jugamos el partido de vuelta con aquella ventaja. Salimos replegados y dispuestos a achicar agua como pudiéramos. Al final perdimos 1-0, nos clasificamos para semis y yo pude jugar el último cuarto de hora.

El Barça llegó en semis a Mestalla como candidato a la Champions y se llevó un 4-1 de recuerdo.

Cualquiera que viniera en Champions a nuestra casa, en aquella época, era obligatoriamente favorito por delante del Valencia. Fueron partidos míticos. Ahí estaba en pleno proceso de esperar mi momento, de tener minutitos como jugador doce o trece. Fue la gran noche de Gerard contra un Barça que era muy favorito. Nos pilló en el momento ideal, el mejor de la temporada: jugábamos con una marcha más. Se dieron todos los condicionantes para que la cosa fluyera y, en cuestión de veinte días, rematamos a la Lazio y luego al Barça.

Éramos un problema para Van Gaal, pero por una cuestión táctica: usaba un sistema muy ofensivo, algo que en años posteriores tuvo continuidad en el Barça, y enfrente se encontraba a un equipo que contragolpeaba muy bien. Encontrábamos muchas grietas por donde entrar: el «Piojo» tuvo varios años fantásticos en los que le amargaba a Van Gaal cada noche de partido. El Barça no variaba su sistema de juego y no se protegía atrás, y jugaba contra otro equipo al que eso le venía bien. ¿Conclusión? Les hacíamos daño.

Final de París. No jugaste y viste la derrota desde el banquillo. ¿Qué falló?

No salió nada, el Madrid nos destrozó en la final. Todos buscamos explicaciones: que si ellos estaban más habituados, que si nosotros éramos novatos… La mía es que el Madrid era un equipazo, evidentemente. Aunque acabaron quintos en Liga, a un partido tenían un potencial brutal. No acabamos de gestionar ese encuentro todo lo bien que pudimos. El día anterior, el Kily y Farinós habían tenido problemas físicos y todo el mundo se había enterado. Había muchos jugadores infiltrados, que al regresar a Valencia se hicieron pruebas y tenían dolencias musculares, roturitas… Como equipo no tomamos las mejores decisiones para afrontar la final con garantías. Pero creo que no hubiese cambiado mucho la película: el Madrid fue mejor y «vivió» el partido mejor. Para nosotros suponía llegar a la final en nuestra primera participación en Liga de Campeones.

Además de los «tocados», teníamos la baja de Amedeo Carboni, muy importante en banda izquierda. En el entrenamiento del día anterior a la final, Cúper no sabía si poner a Gerardo en la izquierda o a mí. Tras acabar la sesión, nos quedamos los dos con el míster tirándonos balones al costado izquierdo, intentando desplazar la pelota con pierna izquierda… Todo para ver qué decisión tomaba. Podía optar por Gerardo o un jugador más físico como era yo, que hubiese sido toda una aventura porque como central tenía un pase, pero como lateral… (risas). Si al final me hubiese puesto, lo hubiese hecho lo mejor posible. Es el ejemplo de que no llegamos en nuestro mejor momento en muchos aspectos, y me queda la sensación de que a un final como esa tienes que llegar con las cosas muy claras.

Morientes, que luego fue compañero tuyo, ha dicho en alguna ocasión que el vestuario del Madrid se dio cuenta de que iban a ganar la final el día anterior, cuando se cruzaron con vosotros en el entrenamiento previo y vieron vuestras caras de tensión, de no estar al cien por cien.

Sí, la verdad es que ellos salieron con mucha confianza y se encuentran con ese primer gol en la recta final de la primera parte, precisamente del Moro. A partir de ahí ya fue todo muy difícil: aquel último gol cuando estas volcado al ataque y te pillan en una contra… Bah. Evidentemente tenemos historietas entre nosotros. Con Iker, con el Moro que, además, vino después al Valencia… Al final hemos tenido tantos enfrentamientos que esos chascarrillos son inevitables.

Temporada 2000-2001. Imagino que ninguno de vosotros pensaba en poder repetir final en la Champions.

¡Ni nosotros, ni nadie! Ni vosotros la prensa, ni los aficionados… Recuerdo que, al negociar las primas a principio de temporada, le dijimos al director general Manuel Llorente: «Oye Manolo, ¿y si ganamos la liga? ¿Y si llegamos a la final de Champions?» Nos contestó: «Poned la cifra que queráis». Él lo veía imposible. Y resulta que llegamos a la final otra vez. A partir de ahí, nunca más se la jugó contra nosotros en el asunto de las primas (risas).

Y otra Champions con partidos históricos: aquel en Highbury y la vuelta contra el Arsenal, o la noche contra el Leeds con aquel gol de Juan Sánchez con algo más que el hombro…

¿Te digo una cosa? Cuando veo las imágenes de la repetición, me sigue pareciendo que la mete con el pecho… (risas). Fue una gran noche. Y la ida en Elland Road fue dura, nos apretaron mucho. El Leeds tenía un equipazo: Mark Viduka, Harry Kewell, Harte, Matteo, Ferdinand… Un equipo muy duro, no llegó a semis de casualidad. Pero en temporadas siguientes se lo desarmaron.

Dejando aparte los días en que celebramos las ligas ganadas, diría que el ambiente contra el Leeds fue una de las mejores noches que yo recuerdo. Sí, aquella noche del Espanyol con la remontada fue tremenda, pero imagínate: semifinales de Champions en tu casa, 3-0 a un rival duro, el tifo al salir, aquel pitido inicial a las 20:45h en mayo cuando está atardeciendo y cayendo la noche en Valencia… Por el envoltorio global, aquella es una de las noches que más recuerdo en toda mi carrera, no sólo por el resultado.

Habrá aficionados del Valencia, sobre todo de generaciones recientes, preguntándose si noches europeas como aquellas volverán a Mestalla.

Pufff… (hace una pausa). ¿Sabes qué pasa? Que creo que todo lo que estamos recordando se fomenta y se trabaja. Se juntó un buen equipo, con un buen ambiente, con un muy buen trabajo detrás acompañado de rendimiento en el campo. No es casualidad. Se habían superado situaciones muy complicados para llegar hasta ahí.

La gente me dice ahora: «¡Es que teníais un equipazo!» Bien, vamos a ver: Cañizares era un descarte del Real Madrid, que no lo quería; Ayala se compra al Milan por 700 millones de la época; se apuesta por Baraja, que recién había bajado a Segunda con el Atleti, en lugar de ir a por Sergio González o Makelele, de los que se había hablado en prensa… Según lo veo, todo es fruto de un gran trabajo entre bambalinas, de secretaría técnica y de un club organizado. Todos los departamentos trabajaban bien. ¡No éramos una plantilla cara, para nada! Pero cuando trabajas bien y con cierto orden, se pueden conseguir los objetivos.

Sobre el papel, no era una plantilla de estrellas.

¡Nos hicimos estrellas en ese equipo! Yo venía de la casa, Rubén venía de un descenso, Santi venía de jugar poco en el Madrid, Ayala de estar defenestrado en el Milan, a Pellegrino no lo quería el Barça…

Quizá el único con esa vitola de crack fuese Pablo Aimar, con aquel inolvidable debut contra el Manchester United en Champions. Precisamente en la final de Milan ante el Bayern, aquella sustitución tuya por él nada más empezar la segunda mitad es algo que muchos aficionados no olvidan. ¿Demasiado defensivo? ¿Fue clave aquel cambio?

No creo que fuese decisivo. Recuerda: llegamos a esa final con tanta competencia en el equipo que, para Cúper, era difícil confeccionar el once. La duda era si jugar con Baraja y conmigo desde el inicio, o si dejar al Pipo con Aimar, con Mendieta en la derecha y el Kily en la izquierda. Por ejemplo, el día del Leeds había jugado yo todo el partido. Ahí estaba la duda; el tema llegó a un punto que se hacían encuestas en los periódicos de aquí de Valencia, ya sabes cómo va ese tema…

Al final Cúper decidió aportar por una vertiente más ofensiva con Baraja-Aimar en medio. En aquella primera parte, aunque nos fuimos al descanso ganando, la realidad es que el Bayern fue tremendamente superior. Nosotros nos acercamos con el penalti que marcó Mendi en el minuto dos, y luego ellos fallaron el suyo, el que paró Cañete. Pero nos estaban asediando desde el principio, eran muy poderosos. Al descanso, la idea era reforzar el centro del campo para intentar ganar algún balón o segunda acción. A eso se debió el cambio. Tengo la sensación de que logramos igualar el partido, ya no era un acoso tan grande. De hecho… (pausa). Hace unos días me apareció el vídeo por Twitter, no sé por qué, de aquella ocasión que tuvo Zahovic casi al final. ¡Igualamos el partido!

Sólo consiguieron empatarnos porque el árbitro se inventó un penalti de Carboni, una cosa terrible: le empuja Jancker en el segundo palo y, por ese empujón, la pelota le pega en la mano. Yo creo que el árbitro estaba con ganas de pitarlo porque no estaba del todo convencido del que nos había señalado a favor tan pronto. Tras el empate, llegó todo lo demás: conseguimos llevar el partido a los penaltis, con la desgracia de que nos pusimos por delante en la tanda y, al final, la acabamos perdiendo.

Esa tanda de penaltis traumatizó a varias generaciones de valencianistas.

El de Carboni lo toca Khan, rebota en el larguero… y se sale.

¿Perder en Milan fue el golpe más duro de tu carrera?

Sí, porque aquella vez fue cuando más cerca tuvimos la Champions. Con la perspectiva del tiempo, aquel palo nos hizo crecer mucho, no sólo a los jugadores a nivel individual sino a todo el club. Nos queda la pena y la desgracia de no poder contar, en las vitrinas del Valencia, con esa copa. Pero es cierto que el trayecto fue fabuloso. Fíjate: hoy mismo, yo lo firmaría.

¿Fue el valencianismo injusto con Cúper? Creo que, históricamente, debe ser una figura a reivindicar.

Yo creo que sí. Con Cúper se ha sido injusto; además, tuvo la desgracia de marcharse al poco tiempo al Inter y no tuvo la oportunidad de revancha, como sí tuvieron otros técnicos cuestionados como Ranieri y Rafa Benítez que se marcharon con títulos bajo el brazo. A ellos sí les llegó ese agradecimiento: algún aficionado debería reflexionar sobre ese dato, sobre los éxitos que se pueden conseguir cuando se otorga paciencia y tranquilidad. Si tienes los pies en el suelo y trabajas bien, al final los objetivos se van cumpliendo.

En la época de Cúper, los objetivos se cumplieron tan «de sobra» que incluso cumplimos otros que no nos correspondían, como llegar a dos finales de Champions. Estoy de acuerdo: es una figura muy importante en el valencianismo. Ranieri hizo un gran trabajo, pero Cúper aprovechó esa base y, como muy buen entrenador que era, logró continuar con esa época tan buena. Y luego Benítez hizo lo mismo. Se enlazaron varios años fantásticos con entrenadores que supieron sacar partido a la herencia de sus antecesores, apoyados por un club modélico que vendía cuando tenía que hacerlo pero que trabajaba muchísimo entre bastidores para comprar con cabeza y equilibrar presupuestos.

Es cierto que Héctor no era muy amigo de exponerse en los medios, pero su trabajo durante aquellos años habla por sí mismo.

Para variar, en verano de 2001 volvió a haber lío en Valencia con la salida de Mendieta, la dimisión de Pedro Cortés… Jotdown Sport es un medio que lee mucha gente de lugares muy diversos; quizá sea buena idea intentar explicarles por qué siempre hay lío en Valencia, incluso cuando las cosas van bien. ¿Es algo endémico del club?

Me acuerdo de aquellos años con el baile de acciones, a ver quién conseguía hacerse con más cuota de poder… Es complicado explicarlo. Nosotros nos habituábamos a competir con todo el ruido de fuera. Ahora en 2023 hay ruido, sí, pero a un nivel diferente porque todas las acciones las acapara Meriton Holdings. Pero entonces ya había esa sensación, y nosotros teníamos no sólo la capacidad de abstraernos de todo, sino también de remar a favor del club. Intentábamos apoyar siempre.

Es verdad que tener un poder accionarial repartido, con la consiguiente lucha de poder, hacía que el ego de las personas estuviese por encima del bien del club. Pienso que eso es lo que ha pasado en Valencia toda la vida: esa lucha entre poderes, con todos intentando acaparar paquetes de acciones y cuotas de poder. Degeneró hasta tal punto la cosa que Juan Roig y Fernando Roig, empresarios que tenían un treinta y pico por ciento, decidieron vender sus acciones del Valencia. ¡A precio de coste, con dos cojones! Y sólo para poder quitarse de en medio. Fíjate si podría haber cambiado la historia del club si hubiesen seguido; mucha gente hoy sigue sin darse cuenta.

Acabaron gestionando el Valencia Basket Club y el Villarreal CF, respectivamente.

Nosotros éramos un grupo humano –sobre todo los criados aquí- que tenía una implicación con el club que iba más allá de lo deportivo. Te «mamabas» estas guerras intestinas, hasta el punto de que conocías los entresijos, a las personas, los movimientos… Es una pena que el Valencia haya vivido siempre con estas luchas de poder. La única explicación que se me ocurre es que vivimos en una sociedad –fíjate lo que voy a decir- envidiosa, muy cainita. Si las cosas me van bien, ¿qué más me da que a mi vecino le vaya bien? Hay que buscar la felicidad propia, que cada uno busque la suya.

¿Qué el Valencia era estable en aquella época? ¡Pues perfecto! Pero no, hubo siempre mucho baile de acciones, de aquí para allá, hasta que al final cayeron en manos de Meriton. De hecho, Juan Soler y Paco Roig se volvieron locos, pagando seiscientos euros por acción, mil euros, mil doscientos… De aquellos años hay lecciones que aprender: todos somos muy valencianistas, pero hubo mucha gente que no dudó en «recoger» dinero y en vender sus acciones. Diría que una gran mayoría.

Por eso siempre digo que, en el Valencia CF, el futuro lo vamos escribiendo nosotros sobre la marcha. El club está ahora en un momento que es fruto de «algo» y, si empiezas a hacer memoria y a recordar… No hacía falta que viniesen de fuera para que el club cayese donde ha caído. Lo hemos fomentado nosotros.

¿Qué pensaban sobre este entorno tan particular aquellos jugadores que venían del extranjero?

Creo que tenían una ventaja respecto a nosotros: venían a disfrutar del fútbol en una tierra fantástica y en un club maravilloso. Se daban todos los condicionantes. Disfrutaban de todo: equipo competitivo, comida, clima, instalaciones, ciudad… Para ellos era fantástico todo.

Volviendo a la salida de Mendieta rumbo a la Lazio, aquel verano al fin recayó en ti el dorsal «6» que Antonio Puchades convirtió en legendario en los años cincuenta y que te acompañaría hasta el final de tu carrera.

Sí, aunque ya lo había llevado bastante en las categorías inferiores de la selección. En la absoluta no, porque Hierro todavía estaba en el equipo.

Nuevo dorsal y nuevo entrenador: un tío llamado Rafa Benítez que os insistía, casi desde el principio de la temporada, en que podíais ganar la Liga.

Rafa tenía mucha fe en su trabajo, y eso es lo que nos transmitió. Lo de ganar la Liga llegó con el transcurrir de los partidos. Decías: «Ostras… puede ser, ¿no?». Pero también los inicios con él fueron muy duros: por las luchas de poder de las que hablábamos antes, nada más aterrizar Rafa, hubo un directivo (Marcelo Safont) que dijo que creía que era un torero. A nivel de vestuario, todas esas cosas las vivíamos. Y decías: «Me cago en la leche, ¿es que aquí no podemos estar nunca tranquilos o qué?»

Esa lucha de poder generaba un caldo de cultivo que se trasladaba a la grada. A la mínima que empatábamos o la cosa no iba bien se quería tirar a Benítez, igual que se quería tirar a Cúper y a los anteriores. De hecho, sin ir mal del todo, hasta los empates parecían un desastre y por eso llegamos a aquel partido en diciembre en el campo del Espanyol con agobios. Se estaba perdiendo un poco la perspectiva y la realidad de la que veníamos. Afortunadamente, lo sacamos a base de trabajo: aquel año lo sacamos adelante todo gracias al trabajo, con mucho sacrificio. Y con el paso de los partidos veías que podía ser, que podía ser… y, al final, ganamos la Liga.

Erais un equipo muy trabajado, muy rocoso. Apenas encajáis 27 goles en Liga aquella temporada.

Sí, hubo una mejora táctica evidente porque Rafa era muy… (pausa). Puede que hubiera entrenamientos que, como futbolista, te podían parecer aburridos. Pero porque Rafa era insistente y persistente en corregir errores, sobre todo a nivel táctico: al míster no le importaba parar el entrenamiento para mejorar cualquier cosa que no se estaba haciendo bien. Tuvimos una mejora brutal como bloque.

Hay futbolistas que, más allá de entrenar y jugar, no son muy aficionados a ver fútbol más allá de su profesión. Me consta que tú eres todo lo contrario: siempre te ha gustado el juego, incluso fuera del césped.

Sí, veía mucho fútbol al margen de nuestros partidos. Recuerdo que estaba con Vicente Rodríguez en la habitación, y nos juntábamos con Juanito Sánchez en los hoteles de concentración y veíamos los partidos, comentábamos… Veíamos mucho fútbol, también aquellos choques de la Premier que se daban en abierto a mediodía. Los integrantes de ese grupito de jugadores vivíamos mucho el fútbol.

¿Era Vicente tu compañero de habitación? Ahí tuvieron que salir buenas anécdotas…

Sí, muchas bromas a Españeta y tal… (risas). ¡Es que éramos un grupo muy cachondo y muy joven! Además, teníamos una cosa muy buena: sabíamos diferenciar muy bien los momentos de cachondeo y los momentos de ponerse serios y trabajar. Es curioso: cuando pienso en Vicente, o en Juan Sánchez, ves que el tiempo pasa y la vida nos ha llevado a quedarnos en Valencia, a no irnos a vivir a ningún otro sitio más allá de los años que Vicente pasó en Inglaterra. Mantienes siempre el contacto y, cuando dejas de estar en activo, ves que ambos se acaban incorporando al grupo de los que salimos a rodar en bici. Nos juntamos a menudo, compartimos intimidades… La vida te lleva por ese camino: con algunos compañeros tienes buena relación y mucho respeto, y con otros haces amistad que va más allá del equipo. La cercanía es clave para eso: es difícil mantener una amistad con otro compañero que está muy lejos; al final, hablar sólo por teléfono lleva irremediablemente a que haya cierto distanciamiento.

Aquel Vicente de las dos Ligas era casi imparable. Siempre nos preguntaremos qué huella hubiese dejado si no lo llegan a lesionar en Bremen en 2004…

Yo le decía siempre a Vicen: «Hostia tío… Si yo tuviese el nivel que tú tienes…» (risas). Se lo decía para picarle, para motivarle, pero es que además lo pensaba de verdad. Por poner un ejemplo más internacional, Vicente era un Figo por banda izquierda al que le podías dar la pelota en el centro del campo y, él sólo, te empujaba a todo el equipo rival hasta área propia.

Que nadie se enfade por lo que voy a decir: era un jugador de club súper, súper élite. Recuerdo que, en su última renovación en el Valencia, yo era capitán y estaba Manuel Llorente como director general, y siempre que podía me metía por medio en la negociación para decirle: «Va, Manolo, que este tío tiene que quedarse». Porque lo pensaba de verdad. Después tuvo la desgracia de su lesión en el tobillo, y empezó poco a poco a apagarse porque aquello vino acompañado de muchas otras lesiones más leves que le lastraron mucho. Fue una pena que no pudiese dar su mejor versión más años porque no le respetaron las lesiones.

En el día a día, defender a Vicente en los entrenamientos era imposible… pero bueno, siempre tienes ahí un par de truquitos a mano para conseguirlo (risas).

Vamos con una pregunta que seguro que no te han hecho nunca: ¿qué recuerdo guardas de aquel debut de Zidane en España contra vosotros en Mestalla?

La realidad es que nosotros sometimos al Madrid a una presión prácticamente a campo completo, muy alta desde el principio. Pero era un rival con mucho nivel técnico. Sí, hubo muchas faltas en el partido, pero ambos equipos hicieron las mismas en total. Y siempre digo lo mismo: la única expulsión fue la de Figo, ¡y las dos amarillas se las sacaron por hacerme falta a mí! Imagino que por el enfado de no estar cómodos en todo el partido, no lo sé.

Mira que han pasado años y siempre me sorprende el auge que cogió aquel partido. Viendo el debut de Zidane y todo lo que se habló –para mal- en la prensa después, me dio la sensación de que a cierta gente le venía bien seguir alimentando un debate que no tenía mucho sentido. Se ha repetido muchas veces y no es verdad: yo no le hice un marcaje al hombre a Zidane, es absolutamente mentira. Jugábamos con un doble pivote, y los marcajes eran en zona y en función del balón. Diría que no he hecho un marcaje individual en la vida. ¿Qué Zidane, por su posición en el campo, tendía a «caer» por mi parte? Pues sí, claro, pero no hubo marcaje individual en absoluto.

La prensa nacional te dio una caña tremenda en las semanas posteriores.

Sí, incluso metiendo por medio a mi hermano Pepe, que jugaba en el Cartagena y tuvo un amistoso contra el Madrid pocos días después… (risas). Yo tenía 24 años, pero soy de los que piensan que, si ese tipo de presión te afecta, nunca podrás jugar a alto nivel. Recuerdo que, al día siguiente del partido contra el Madrid, yo estaba convocado para concentrarme con la selección española. Y los meses siguientes, cada vez que llegaba a Las Rozas, en lugar de preguntarme por España me preguntaban por la historia esta de Zidane y el Madrid.

Al final, cuando estudias la situación y te lo ves venir, acabas entendiendo a qué se debía tanto revuelo: se habían gastado trece mil millones de pesetas, eran «Los Galácticos», había quien pensaba que iban a ganarlo todo… y en el primer partido, pum, se la pegan. Yo intentaba entender a todo el mundo y, a pesar de aquello, me dediqué a pasar página y a tirar para adelante.

Las críticas desde Madrid te ayudaron, por otra parte, a consolidarte como emblema para los aficionados del Valencia. Recuerdo aquella pancarta en Mestalla que se colgó en muchos partidos: «Ni Figo ni Zidane, Albelda el més gran!». La gente siempre defiende más al chico de la casa.

Aquel partido contra el Madrid marcó un punto de inflexión importante respecto a tener una titularidad más o menos asegurada, siempre en función del trabajo durante la semana. Se había firmado a De Los Santos pagando 15 millones de euros, un auténtico dineral. Jugamos los dos juntos bastante porque, en el inicio de año, Baraja empezó a tener problemas con aquella famosa lesión, que prácticamente lo dejó fuera media temporada y sólo le dejó jugar en condiciones la segunda vuelta.

Yo crecí mucho aquellos meses a base de centrarme, superar muchos obstáculos y no prestar atención a los fichajes que quizá te podían traer para tu misma posición. La clave era entrenar bien, rendir bien, aislarte de todo y soportar la presión que tocara. Sí que noté ese puntito de confianza, de que la gente ya me atribuía un despegue definitivo como jugador. Y acabó saliendo bien.

Se ha hablado y escrito mucho sobre el impacto del estadio de Mestalla sobre el futbolista, sea local o visitante.

Hay una verdad innegable: en lo bueno, Mestalla es muy bueno… y, en lo malo, puede ser complicado. Pero siempre he creído que la exigencia global de un club está en la exigencia que se pone sobre cada una de las personas que forman ese club. Y la afición es parte del club. Soy de los que piensan que un club grande tiene que tener una exigencia alta por parte de su afición. Igual en algún momento se ha rebasado el listón y ha habido demasiada: recuerdo, así a botepronto y con la perspectiva que da el tiempo, que tras ganar las dos Ligas había gente que pensaba que siempre teníamos que ganar la Liga. Ya no valía acabar segundos o terceros.

Un club grande conlleva exigencia, y yo prefiero una exigencia de más que una exigencia de menos. Porque eso te hace estar «enchufado» en todo momento. Si acabas una temporada el duodécimo y no pasa nada, igual a la temporada siguiente acabas aún más abajo. Como suele decirse, es mejor tener a la gente «con el culo apretao», que era una frase muy de Luis Aragonés. Yo pienso así también. Es difícil el equilibrio, porque tampoco me gusta una exigencia desmesurada. En Mestalla te habitúas a ambas: a que te aprieten y a que te animen. La clave es dar siempre lo mejor de uno mismo y tener la tranquilidad de que, en ese estadio, si tú le das a la gente, ellos te van a dar también.

Hubo varios momentos clave en aquella temporada 2001-2002. Obviamente, el partido de Montjuic, que ya has comentado. Pero también aquella rueda de prensa de Benítez el 30 de enero, un miércoles, en la que dijo que el Valencia pelearía la Liga si lograba estar unido.

Era un momento importante. Había gente peculiar en la plantilla, pero esa misma gente estaba por la labor de subirse al barco y ayudar. Eso era lo importante. Se logró confeccionar una plantilla que, sin tener ninguna estrella, «doblaba» muchas posiciones con un nivel altísimo. Hasta el punto de que, con las famosas rotaciones que sacabais en prensa, el equipo consigue un nivel en el que podías ir acoplando piezas nuevas sin notarse apenas.

Otra noche histórica: aquel Valencia-Espanyol del 27 de abril, con un «doblete» de Baraja que os daba media Liga.

Nos quedamos con diez muy pronto porque expulsaron a Amadeo Carboni. Una noche increíble. Era una época de recibimientos a lo grande, tifos en el estadio, Rafa colgaba algún artículo en el vestuario… ¿La verdad? No era necesario, porque ya íbamos motivados con lo que había en juego. Aquel equipo entendía a la perfección todas esas variables.

El partido del Espanyol tiene tanto significado por los condicionantes que se dieron: quedarte con uno menos tan pronto, encajar el 0-1 y ser capaz de remontar ese partido… Eso fue apoteósico. Hoy en día sería dificilísimo repetir algo así, tal y como está el fútbol actual: quedarte con diez, con tanto en juego, con el gran nivel táctico que hay… Pero se consiguió. La gente empujaba mucho; recuerdo que volábamos en el césped, parecía que era el Espanyol el que jugaba con diez.

Y la semana siguiente quedaba rematar la faena en Málaga. Daba la sensación de que, tras tantos golpes en las temporadas anteriores, ahora sí el equipo estaba maduro para ganar.

Es que se veía venir: en enero, a mitad de Liga, teníamos al Madrid seis puntos por encima, y le habíamos sacado diez en la segunda vuelta. Nosotros cada vez íbamos a más, y a ellos se les veía con muchas dudas. Una vez nos pusimos por delante en la tabla, ya nada podía pararnos porque el nivel y la confianza del equipo eran muy altos.

Acabó el partido y nuestra gente se tiró al campo. Empezaron a quitarnos las cosas, la ropa… Era bonito, pero a partir de los dos minutos a hombros de la gente te empezabas a tensionar porque ya no te quedaba ropa (risas). También una foto que nos hicimos a pie de campo, junto a familiares cercanos y amigos: mis padres, mi hermano… Quizá sea el mejor recuerdo, porque hay constancia en forma de foto: basta con echarle un vistazo en casa para rememorar esa felicidad con los míos y, claro, con toda la afición.

Hay imágenes brutales de las celebraciones en Valencia, con una tormenta increíble, la plaza del ayuntamiento llena, luego los festejos en Mestalla y el «tortazo» de Ayala al saltar al césped…

Se pegó una buena, sí. Y por su culpa, Cañizares casi se queda sin salir al césped, porque estaba en el túnel de vestuarios esperando a ver si Ayala se recuperaba… (risas). La verdad es que aquello fue todo «pensat i fet», como decimos en Valencia. Nada podía frenarnos después de tanto tiempo buscando ese título. ¿Qué llovía? ¡Pues que llueva! Nos daba todo igual.

Había «camarillas» en este vestuario, ¿verdad? Ayala, Pellegrino, Kily, los argentinos con Cañizares como agregado; los valencianos que jugabais a las cartas en los viajes… Pero luego, en el campo, ibais todos a una.

Nos entreteníamos, sí. Al final pasabas muchas horas en los viajes y buscabas maneras de matar el tiempo como podías, jugando al «truc» o al juego que se ponía de moda en el grupo: la oca, el parchís…

Hay que explicar que la existencia de grupos en un vestuario no implica que se lleven mal entre ellos, simplemente es una cuestión de afinidad. Son cosas normales, igual que ver a los argentinos montando asados porque es tradición en su país. Cañete y Fabián Ayala tenían y tienen una gran relación personal y profesional.

Lo de unirnos todos en el campo y remar juntos, protestar al árbitro, defender al compañero… va ligado a un concepto muy sencillo: «vivir» el partido. Eso no se puede trabajar de antemano, tienes que vivirlo en el césped. Un ejemplo: un rival hace una falta, y si estás metido de verdad en el partido caes en la cuenta de que ese jugador tiene una amarilla, y tu obligación es ir al árbitro a protestarle la acción. Porque sabes que, si ahí no le amonestan, seguro que el rival irá con cuidado para no volver a cometer otra falta. Vivir el partido no consiste solamente en obedecer las instrucciones que te ha dado el entrenador, en tener en cuenta el posicionamiento táctico, los movimientos… El partido va mucho más allá. Y un equipo requiere tener gente inteligente que sepa leer esos momentos.

Otro ejemplo: córner en contra y, debido a las sustituciones, hay muchos cambios en los emparejamientos de los marcajes. Y, además, los rivales suben a rematar en mayor número. Pues si tienes que cambiar tu organización y desmontar tu estructura defensiva para esa jugada puntual, lo haces. Hay que reaccionar rápido. Existen unas pautas, pero el partido está vivo, tiene vida propia. Y nuestro equipo tenía gente muy capaz de moverse bien en esas situaciones. Sabíamos cuando apretar, cuando relajar, cuando dar un punto más de presión porque sabías que la afición iba a colaborar y a ayudarte… Todo eso es parte del juego.

Personalidad. Era una plantilla con muchísimos futbolistas con jerarquía, con siete u ocho tíos sobre el césped que podían tener esa aura de jugador importante. Pero Benítez decidió que la capitanía debía cambiar: en verano de 2003, tras una temporada algo decepcionante, se plantó con una urna en el vestuario para que los compañeros votaran. Y salisteis tú y Baraja como nuevos capitanes.

Sí, fue tal cual lo cuentas. Fue Rafa quien lo promovió todo: nos juntó y nos explicó que prefería que el capitán fuese un jugador de campo y no el portero, porque así su área de influencia era mayor, estás más cerca del árbitro, de los banquillos… Por simple lógica, nosotros teníamos un grupo muy numeroso de jugadores y, por esas afinidades, se podía dar el caso de que cambiase la capitanía y Santi dejase de serlo. Ojo, nada de esto implica que Cañizares fuese mal capitán, todo lo contrario. El entrenador buscaba cambiar la dinámica y aquella fue su manera de hacerlo.

David Albelda se puso el brazalete de primer capitán en agosto de 2003 y, para mucha gente, ya no dejaría de serlo hasta su retirada. ¿Cómo describirías el sentimiento de lucirlo?

Un honor. Para todo el mundo: para mi familia, para mis amigos… Mi cabeza se pasaba las veinticuatro horas al día pensando en el Valencia. Hasta el punto de que llegaba a casa de mis padres después de entrenar y mi padre me daba la matraca con el Valencia. Muchas veces le tenía que decir: «Oye, que he venido un rato a estar aquí, a comer con vosotros, ¡y no dejas de hablar siempre de lo mismo!». «¡Es que este periodista ha escrito no se qué!». «Papá, de verdad, que no quiero saber nada, yo me entreno y vivo en mi mundo, no me vengas con estas cosas». Yo vivía así.

Aunque yo ya estaba en el grupo de los capitanes (Cañizares, Ayala, Carboni y yo lo habíamos sido la temporada anterior), evidentemente es un orgullo representar al club como primer capitán. Pero debo decir que yo me he sentido igual y he defendido igual los colores del Valencia llevase o no el brazalete. Esa es la realidad. Incluso después de aquella etapa de Juan Soler, cuando volví a entrenar con el equipo dejé de llevar el brazalete y no pasó nada, porque yo era el mismo.

La temporada 2002-2003 es para muchos aficionados un año «olvidado», aunque pasaron muchas cosas: jugáis la Champions, os elimina el Inter, aquella frase de «nos quedan dos meses de aguantarnos» que dijo Benítez en la recta final de la temporada… ¿Es difícil de digerir un éxito como fue aquella primera Liga?

Es complicado, sí. Porque involuntariamente crees que ese éxito va a ser eterno. Y el fútbol es presente; el pasado queda para recordar que sí, que habíamos sido campeones, pero ahora importaba el presente. Si quedas primero un año y al siguiente acabas decimonoveno, bajas de categoría y acabas en Segunda.

Es difícil digerir el éxito, aunque existen muchas técnicas y maneras de hacerlo. Nosotros éramos un gran equipo, pero recuerda que competíamos en la Champions contra auténticas bestias a nivel europeo, y en la Liga española contra otras bestias igual de potentes. La competición doméstica tiene mucha vida porque entran en juego muchos factores: se te caen un par de jugadores, tienes mala suerte en un par de momentos puntuales… y entre un poquito de aquí y otro poquito de allí, se te va al garete una temporada que pintaba bien. Por ejemplo, con la lesión de Vicente un par de años después: a lo mejor el cuento hubiese cambiado si le hubiésemos tenido sano toda la temporada. O el famoso Barça de Messi, imagínatelo si se les hubiese lesionado de gravedad alguna vez.

Así es el fútbol. Nosotros trabajábamos cada día, intentábamos ir a por todas, pero nos salió mal aquella segunda temporada de Rafa. También porque estábamos hasta arriba de tanto trabajar, íbamos a machete en todo momento. Acabas teniendo un bajón de rendimiento, y es importante darse cuenta de que hay que seguir remando para volver a resurgir.

La gente recuerda aquellos años de duelos en el Bernabéu contra el Madrid: el gol anulado a Ilie, la expulsión de Pablo Aimar en Copa del Rey, aquella jugada entre Marchena y Raúl…

El famoso Ushiro-Nage. Llamaron al presidente de la Federación de Judo a ver si les daba la razón (risas).

Llegó un punto en que aquellos partidos prácticamente definían la temporada en la Liga.

¿Sabes qué pasa? Indirectamente, aquellos «robos» que nos pegaban eran buenos para el Valencia, porque indicaban el crecimiento que habíamos tenido como club. Íbamos al Bernabéu, nos miraban y decían: «Cuidado con estos, que ya nos han tocado el morro otras veces». En aquellos años éramos su rival más directo, entre otras cosas porque el Atlético de Madrid estaba a años luz y el Barça también, llevaba cuatro o cinco años sin conseguir un título, que se dice pronto.

Jaume Ortí acuñó el término de «los galácticos», que acabó quedándose para siempre. Y el presidente solía tener protagonismo en aquellos postpartidos, igual que todos los jugadores y cuerpo técnico, sobre todo si os habían perjudicado. Hay una frase suya memorable: «Estoy muy mal, pero la suerte que tengo es que lo ha visto toda España». Y otra tuya también que quedó para la hemeroteca: «Sólo espero que, cuando un árbitro se equivoque, le echen al congelador tres meses».

Salíamos muy indignados. Pero era muy diferente a lo de ahora: entonces tenías la libertad de decir lo que te daba la gana, siempre dentro de un respeto. Y, por lo menos, la frustración con la que salías del terreno de juego la podías descargar en los medios de comunicación. La sensación era: «Oye tío, encima de que me han jodido y me han robado, ¿no lo voy a poder decir?». Pues salíamos a zona mixta y, ahí, te podías esperar cualquier cosa.

¿Cómo era Jaume Ortí como presidente?

Un tío muy cercano, muy llano. Cuando piensas en lo que debe ser un presidente de un club, te imaginas a gente tan importante que quizá se muestren a otro nivel, o quizá no suelen juntarse con los jugadores. Jaume era, más bien, todo lo contrario: era un aficionado-presidente, porque siempre estaba con nosotros, se mostraba muy cercano, hablaba valenciano, conocía a nuestras familias… Pura cercanía.

Temporada 2003-2004. La culminación de todo aquel proyecto fue un «doblete» de Liga y UEFA para la historia.

Éramos los mismos, con unos años más. Gracias a la gestión del club, se consiguió retener a la mayoría de jugadores que eran pretendidos por otros clubes importantes no sólo de España, también de Europa. Eso no era tan fácil, ¿eh? Pero siempre se encontraba la fórmula: entre el cariño que se les daba, fuesen o no valencianos, y la búsqueda del equilibrio económico, convencerlos… Esa es la importancia del trabajo de todas las áreas que forman un club.

Como decía, éramos los mismos un par de años después: un equipo que había ganado títulos, que siempre estaba ahí, que era capaz de ir al Bernabéu y no arrugarse. Raro era el año en que no ganábamos o estábamos cerca de ganar.

Se habló mucho del interés del Madrid en la «triple A»: Albelda, Ayala y Aimar. ¿Alguna vez surgió la posibilidad de marcharte?

Hombre… La opción sí que estaba. Pero la vez en que más cerca estuvo fue cuando me quedaba año y medio de contrato; Manolo Llorente es un hombre que «aprieta» mucho, hay que conocerle. ¡Y encima se esperaba a última hora! Y tenías la sensación de decir: «Es que si le intento apretar mucho, este cabrón es capaz de mandarte fuera y venderte».

Es algo que quizá habría que dejar claro, sobre todo de cara a aquella renovación en 2003: incluso para aquellos que siempre os habéis llevado bien con Llorente, se trata de un tipo que, en una mesa de negociación, no perdona ni el vaso de agua.

Cuando le veo, le digo: «Manolo, ¿sabes una cosa, tío? Yo he perdido mucho dinero por tu culpa». Siempre se lo digo. Y me contesta: «¡Va, hombre, va! ¡Te podrás quejar!». Recuerdo aquella situación, cuando me quedaba año y medio, y por momentos mi entorno y yo pensábamos: «Oye, Manolo nos está puteando y tal…». El Madrid estuvo interesado después de la marcha de Makelele, pero ahí no hubo opción: yo ya había renovado en diciembre de 2003 y el Valencia no quiso escuchar nada. Pero antes de esa situación, le das muchas vueltas: piensas en que sólo te queda un año de contrato, en si agotarlo o cambiar de aires, en tener que competir en mi «casa» y en que se podía armar una buena en Valencia… «Pero aquí estamos ganando todo. ¿Por qué debería pensar en marcharme?». Se habló con Manolo y se arregló.

Llorente usaba siempre la misma táctica: como no podía llegar económicamente a pagarte lo mismo que clubes como Barcelona o Real Madrid, hacía contratos más largos. «A ver, David: ¿el Madrid te da X dinero en cuatro temporadas? Yo te doy seis años. Aunque el global económico no iguale lo que te dan, te aseguras alargar tu carrera». Y añadía: «Si tú te vas al Madrid con 30 años, después quizá no encuentres otro destino que iguale esas cantidades. Aquí, de momento, te aseguras un contrato hasta los 32 años». Esa era la estrategia para las renovaciones, unida al hecho de que peleábamos por ganar títulos y al cariño que te ofrecía seguir en el club de tu vida. Todo en conjunto era muy importante a la hora de tomar esas decisiones.

Después de renovarte, seguisteis ganando partidos y en la zona alta hasta que llega aquel fin de semana decisivo: pierde el Madrid en casa ante el Mallorca con exhibición de Eto’o, y al día siguiente jugabais en el Sánchez Pizjuán.

Vimos el Madrid-Mallorca en el hotel de concentración. No esperábamos esa derrota del Madrid, teníamos la idea de resolver la Liga en casa en la última jornada contra el Albacete. Pero claro… Ya llevábamos tantos meses de competición que pensamos: «Si lo podemos rematar mañana, mejor. Y ya nos relajamos».

Y lo rematamos, sí. Además, en un partido en el que sufrimos bastante porque el Sevilla apretaba mucho. Marcó Vicente el primer gol, y Rafa siempre guardaba un equipo un puntito más físico para las segundas partes. Entró Baraja tras el descanso y marcó el 0-2.

Apenas tuvisteis tiempo para celebrarlo, porque quedaba la final de la UEFA a la que habíais llegado tras eliminar al Villarreal en semis. Pude hablar con José Manuel Llaneza hace unos años, antes de fallecer, y seguía insistiendo en que aquel penalti en contra fue un robo.

Recuerdo el 0-0 en el partido de ida en El Madrigal. Ojo, hablamos de un Villarreal tremendo: los derbis valencianos tenían un nivel muy alto porque el Villarreal gastaba mucho dinero en firmar a futbolistas de gran nivel. Jugamos en Mestalla la vuelta; en ese punto éramos un equipo tan maduro que, tras empatar sin goles fuera de casa, estábamos tranquilos y confiados de que sacaríamos adelante la eliminatoria. La realidad es que, con el valor doble de los goles a domicilio, si el Villarreal nos hubiese marcado nos obligaba a hacer dos a nosotros. Pero nos pasó igual que el día del Leeds: nos pusimos por delante con aquel penalti de Belletti sobre Mista y, a partir de ahí, supimos manejar bien el partido.

Final de la UEFA en Göteborg. Enfrente, el Olympique de Marsella de Drogba. ¿Qué te viene a la mente?

Primero, el desplazamiento de tantos aficionados… y eso que pusieron el partido bien lejos de Valencia (risas). El Marsella era un equipazo. Íbamos con mucha confianza. Fíjate: Drogba ya había firmado o se sabía que iba a irse al Chelsea, tenían a Barthez, Flamini… Era un equipo «desconocido» para mucha gente, porque venía de la liga francesa que tenía menos seguimiento y ya no era el campeón en aquellos años. Pero nosotros sabíamos que era un equipo de aúpa, debíamos tener mucho cuidado.

De hecho, el arranque del partido fue muy difícil: ellos tenían mucho el balón, llegó la famosa falta de Ayala «marcando» a Drogba en la espalda… Esperamos nuestro momento, que llegó con aquel penalti y el primer gol, pudimos encarrilar el partido y a partir de ahí ya fue todo diferente. Pero el Olympique de Marsella era un muy buen equipo.

¿Verá el valencianismo alguna vez a su equipo volver a ganar un «doblete»?

Uf, yo creo que va a ser muy complicado, sobre todo a nivel europeo. Quizá algún día… Espero que cambien las cosas. Con un dueño o con otro: yo creo que se trata de un problema de gestión, más que de propietario. Ojalá, porque un ganar títulos no sólo fomenta riqueza en una sociedad como la valenciana; contribuye a la felicidad de la gente, el aficionado viaja, se implica con el equipo, todo parece más bonito. Lo he dicho antes: «¿Göteborg? Pues a Göteborg». Y veinte mil tíos fueron para allá.

Para variar, el club volvió a vivir un verano convulso con la salida de Rafa Benítez, que supongo que veríais venir. Y en una concentración con la Selección, dijiste que el Valencia estaba «por encima de todos», incluso del entrenador.

Se interpretó aquello como un palo a Rafa, pero no iban por ahí los tiros. El club está por encima de él, de mí y de cualquiera. Por poner a la gente en antecedentes: Rafa tenía contrato en vigor, y fue el míster el que decidió romperlo por las razones que fueran. Entre otras, hay una muy evidente: más allá de lo económico, le ofrecían en Liverpool un proyecto que él consideraba mejor. Seguramente cualquiera hubiese cogido esa oferta, no sólo Rafa. Porque cambiaba a una liga en la que iba a ser el manager del club y podía culminar su trabajo.

Todas las discusiones con un gestor como Llorente o cualquier otro directivo para traer a este o aquel jugador se las iba a ahorrar.

¡Claro! Todo eso, unido a que en Valencia estaba en un club que había tocado la cima y conseguido lo más grande con los títulos de 2004. Hay muchos entrenadores que sienten, al tocar techo en un club, que deben cambiar de aires. Porque es difícil mejorar lo logrado y siempre vas a ir a peor. Para Rafa y para cualquiera. En aquella rueda de prensa sólo respondí a una pregunta que me hicieron sobre su salida, y dije que no pasaba nada, que Rafa había optado –teniendo contrato- por otro camino profesional y que el club estaba por encima de todos. Es así siempre: todos pasamos, pero el club sigue existiendo. Si puede hacerlo en unas buenas condiciones, mejor para todos. ¿Son los jugadores importantes? Claro que sí. Pero el jugador no es eterno. El que debe ser eterno es el club, y si lo es en un magnífico estatus, mucho mejor.

Los jugadores pasan… y también los directivos: en 2004 se produce el cambio de la mayoría accionarial y Bautista Soler le compra su paquete a Paco Roig. Su hijo Juan Soler, a los pocos meses, echó a Jaume Ortí y se convirtió en nuevo presidente. Y llegaron los años del «desparrame».

Se veía, eh. Nosotros éramos un club grande con una gestión humilde de la mano de Jaume Ortí y Manolo Llorente. Una de las primeras decisiones de la nueva etapa fue abandonar nuestro hotel de siempre –el Valencia Palace-, donde nos concentrábamos en habitaciones dobles, para alojarnos en el nuevo Hotel Westin en habitación individual. Es un cambio que parece anecdótico, poca cosa, pero que dice mucho: ya te veías venir el panorama.

Nos convertimos en un club donde la mayoría de los trabajos consistían en estar cerca de Juan Soler y de su mujer, que estuvieran contentos y tal. Se empezó a olvidar lo que es de verdad un club de fútbol. Venía alguien y decía: «Mañana, toda la plantilla tiene que ir a la Falla No se cuál». Era así, tal cual. Hubo algunos jugadores, entre ellos evidentemente yo, que no teníamos feeling con ese estilo de club, porque veníamos de haber mamado una cultura de club completamente diferente.

Se cuenta que el presidente y su mujer eran muy aficionados a quedar a comer, a cenar o a almorzar con jugadores y sus parejas. Algunos jugadores accedían y otros no.

La mayoría, en algún momento, decían «vale». Yo nunca lo dije: mi vida personal es mi vida personal, y yo me dedico a entrenar y a jugar. Y si el presidente me quiere para temas de club, ahí estoy siempre. Pero cuando eres presidente y te crees por encima… Si aceptas, todo bien, pero si dices que no… cuidado.

¿Me hubiera ido mejor? Pues seguramente. Por lo menos, hubiese vivido más tranquilo (risas). «¿Qué quieres? ¿Que vaya a tu falla a cenar? ¡Pues para allá que voy!». Pero no se dieron las circunstancias, y aquello acabó como acabó. Pensabas: «Si esto es lo que quieren, yo empiezo a desmarcarme y ya se apañarán». Te dedicabas a entrenar, a jugar y a ser profesional. La cosa llegó hasta tal punto que, cuando el presidente quería algo de la plantilla, nos llegaba todo a través de Rubén (Baraja). Yo, como si no existiera. Porque no le seguía el rollo. Y Soler también tenía mucha gentuza alrededor, que en algún momento determinado podría decirle: «Pues si no te siguen el rollo… Este, este y este otro fuera».

Por eso, a veces me sabe mal hablar del presente del club con Lim: porque no hace falta que vengan de fuera para hacerlo mal. La situación actual es consecuencia directa de lo sucedido entonces. Ese es mi análisis. Y repetirlo tantas veces, y recordar por qué hemos llegado a esta situación, hizo que en cierto punto me retirase y dijese: «Que sea lo que Dios quiera».

Ahora que mencionas a Baraja, convendría recordar que vuestro vínculo fue muy estrecho al principio durante muchas temporadas; que luego hubo una separación durante aquellos años; y que, con el tiempo, pudisteis arreglaros y convivir con cierta armonía.

Evidentemente, todo lo que ocurría en la época de Soler abrió una brecha dentro del vestuario. Esa brecha se hizo más grande con lo de Koeman y el famoso juicio cuando nos apartó. Yo he escuchado a Rubén decir: «Ya, ¿pero qué queríais que hiciéramos? Es que el club tiene que continuar». Está claro que el club tiene que continuar, es una verdad como un templo. Pero yo, que soy rarito, estaba en mi casa y pensaba: «Tío, es que me gustaría que mis compañeros hubieran actuado como lo hubiera hecho yo». Quizá Rubén es un poco más reservado, y actuó como actuó. Pero seguramente yo, con lo descerebrado que soy, hubiese salido a una rueda de prensa y hubiese pegado un «arre» y hecho un alegato por tres compañeros que llevaban más de diez años en el club. Porque te aseguro que aquello fue totalmente injusto, no había ninguna finalidad deportiva detrás. Fue por otras cosas, que estamos comentando desde hace un rato.

Aquello nos distanció. Ojo, nunca nos dejamos de hablar, pero también es verdad que nunca nos sentamos a dialogar sobre ese tema concreto porque teníamos puntos de vista diferentes: Rubén, en un principio, sí que creía que la figura de Juan Soler iba a aportar mucho al Valencia y yo, en un momento dado y cuando vi la manera de funcionar… pues no me cuadraba. Sin más. Así pasamos de tener una amistad bastante estrecha a distanciarnos un poco, pero no hubo odio de ningún tipo.

Los años de Soler había un gran equipo, con grandes fichajes (pagando 18 millones de euros de «tarifa plana» por Banega, Zigic, etc.), Quique Sánchez Flores de entrenador… Incluso os quedasteis a un par de minutos de meteros en semifinales de Champions ante el Chelsea. ¿Qué salió mal?

Bueno, creo que todos tenemos la misma opinión: basta con ver la manera en que echaron a Quique para ver el funcionamiento del club en ese momento.

Un ejemplo: si yo hubiese puesto a mi hijo a dirigir al Valencia, mi hijo sabía perfectamente que si alguien no podía ser director deportivo, ese era Amedeo (Carboni). No porque fuese bueno ni malo, eso no podías saber. Pero sí teníamos claro que Quique había sido el entrenador que le había «jubilado» el año anterior y no lo ponía. ¿¡Cómo se te ocurre ahora colocar a Amedeo de jefe del entrenador!? (Pausa) En serio, es que… Si querías poner a Amedeo, ¡tira a Quique antes! Y lo que mal empieza, mal acaba.

La gente recuerda la derrota por 3-0 en Sevilla, pero veníamos de jugar Champions esa semana y estábamos cuartos, a cuatro puntos del líder. Contra un Sevilla que, cuidado, en aquella época tenía a los Kanouté, Luis Fabiano y compañía, no era un equipo cualquiera. Creo que el problema fue que se perdió la perspectiva.

Eso fue en la jornada 9 de la temporada 2007-2008. Y tras Quique, llegó Ronald Koeman. Muchos quizá no se lo crean, pero al principio sí contó contigo para las alineaciones.

Conmigo contó siempre… hasta que, de repente, dejó de contar. Al principio, nada más llegar, te hacía apartes y te preguntaba por esto, por aquello… Yo veía confianza. De repente, un día Bakero nos llamó y nos hizo pasar al despacho de Koeman. Y allí me dijo: «Ya no vas a jugar más». Claro, yo le pedí una explicación, saber por qué. «¡Yo no tengo que dar ninguna explicación!». Le insistí en que era una decisión, para mí, bastante fuerte y que, ya que su postura estaba clara, quería al menos saber el por qué.

Le acorralé verbalmente y le seguí insistiendo: si no me lo decía, no me iba a ir. Me acabó soltando: «¡Quiero un jugador más joven para esa posición!». Y que mis representantes tenían que hablar con el club. Y yo le contesté que mis representantes no tenían que hacer eso: yo tenía cinco años de contrato y, ante la decisión que habían tomado, eran ellos los que tenían que buscar a mis representantes.

Ahí acabó la conversación, que acabó derivando en el famoso juicio. Recuerdo que, el día de antes, estuvimos negociando hasta las tres de la madrugada para llegar a un acuerdo. Yo perdonaba más de un 30%, cuando no tenía por qué hacerlo. Cuando estaba listo para firmarse, con los directivos Rafa Salom y Salvador Lluch como representantes del club, al final Juan Soler lo echó para atrás. Y al día siguiente, acabamos entrando al juicio.

Quince años después de ser apartado de la plantilla junto a Angulo y Cañizares, ¿sabes al fin por qué sucedió?

No lo sé, Paco, no lo sé. En base a todo lo que hemos ido recordando, sólo puedo decir que fue porque no entrábamos en su juego. No tengo otra explicación. Si me baso en la explicación deportiva, la realidad es que después de apartarnos a nosotros tres el equipo casi baja a Segunda. Se ganó la Copa, pero el equipo estaba para bajar: se echó a Koeman, se puso a Voro y, como Juan Soler ya se había apartado un par de meses antes, nos dijeron a los tres que volvíamos a los entrenamientos en dinámica de grupo.

¿Y cómo habían sido los entrenamientos los meses anteriores? ¿En solitario, fuera de horas, por las tardes?

Pues… de todo un poco. Yo había puesto la denuncia bajo el fundamento de que, vale, no querían que yo jugara, pero tampoco podían tenernos asqueados y apartados sin poder hacer nuestro trabajo. Al haberla puesto, en el club no pudieron conseguir al 100% que no nos cruzáramos con el resto de la plantilla, porque se hubiese demostrado el mobbing con claridad.

Así que empezaron a buscar fórmulas para mantenernos alejados. Por ejemplo, hacer pública la convocatoria cuatro días antes del partido e incluir a 22 jugadores en ella, toda la plantilla excepto Cañizares, Angulo y yo. ¡Qué curioso! Otros días empezábamos el entrenamiento, hacíamos el primer calentamiento y, llegado el segundo ejercicio, nos mandaban al campo anexo con el preparador físico. Si para la última tarea le faltaba algún jugador, igual llamaba a Angulo y lo ponía de lateral derecho, de rellenito y de la forma que ellos querían.

Así pasamos muchos meses. Para mí, el día más fuerte fue una tarde de Reyes, lloviendo en Paterna, con los tres entrenando en solitario. Sin balón, sin luces, allí corriendo por la Ciudad Deportiva. Porque teníamos que ir, no podíamos hacer otra cosa: si no ibas, podían agarrarse a eso. Y así fuimos superando aquello hasta que llegó el día del juicio.

Que Koeman os apartase a los tres fue un tema de impacto a nivel nacional. Todavía más después de aquel momento, en tu rueda de prensa posterior a conocer la noticia, en el que rompiste a llorar.

Sí, por una pregunta que me hizo Luis Furió, que partía con ventaja porque es un periodista veterano y conocía a mi familia desde hacía muchos años. Conocía a mi padre muchos años atrás, por el tema del ciclismo, y me preguntó si el peor momento de mi carrera había sido al tener que decirles a mis padres que me habían tirado del Valencia. Y claro… (Hace una pausa).

Por eso, cuando me hablan de la época actual, sin querer mi mente regresa a aquellos años. Porque yo tengo la sensación de que la entrada de Juan Soler lo cambió todo. Es cierto que antes el Valencia también tenía deuda, pero era una deuda más o menos controlada: nunca tuvimos ningún problema ni de cobros ni de pagos. Pero todo eso de creernos lo que no éramos es lo que nos ha conducido a la actualidad.

Antes has dicho: «Teníais un equipazo en la época de Quique, con Juan Soler». Y es verdad. ¡Pero es que, antes, también lo teníamos! Claro que me gustaba la llegada de Joaquín y de todos los demás, pero siempre y cuando fuese sostenible. Y claro que me hubiese gustado un súper estadio no para setenta, sino para cien mil espectadores, siempre y cuando lo llenes.

Cuando a finales de 2006 hicieron la súper presentación aquella del Nuevo Mestalla, en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, obligaron a toda la plantilla a acudir. Yo llegué y estaba Nacho Cotino con el micro de Canal Nou: «Pedazo de campo nuevo, ¿qué guay, no?». Y yo le respondí: «Sí, muy bien, pero para tener un campo así también tienes que tener un buen equipo para poder llenarlo». Era una manera de mostrar mi descontento, no me gustaba tanta gilipollez ni tanta tontería. ¿Un campo nuevo? Claro que me gusta, siempre que sea lo mejor para el club en una circunstancias normales. Pero un campo así sin una buena gestión del equipo no tiene sentido. Era un aviso de lo que estaba por venir.

¿Has coincidido o hablado con Koeman después de 2008?

No, nunca he coincidido. Aunque lo hiciera, ni siquiera hablaría con él. Tampoco lo haría con Juan Soler. No es cuestión de perdonar o de olvidar: tengo una sensación de indiferencia. Si me los cruzara por la calle, me daría igual. Ya pasó todo y me dedico a lo mío, y habrá gente a la que le gustará más y a otra menos.

Lo único que sé es que, en aquella época, se vendió que yo había denunciado al Valencia y que era el más antivalencianista. Y que, tiempo después, muchos que me criticaron aquello –entre ellos, muchos integrantes de los ultras que me llegaron a acorralar contra la pared un día al salir de Mestalla- intentaron denunciar porque, ya en época de Meriton, les habían retirado el abono porque sí. Ahí sí que entendieron la manera que tuve de defenderme. Yo les decía: «Entonces, ¿a quién vais a denunciar porque os retiren el abono?». Sólo pueden denunciar al club.

Hubo una batalla cruenta por el relato en 2008: la foto en los juzgados fue la de Juan Soler y David Albelda separados por una silla vacía, pero había quien insistía en que ibas contra toda la institución.

Sobre el papel, sólo puedes denunciar a la empresa. ¿Qué culpa tenía yo de que el Valencia estuviese gestionado en aquel momento por esa persona? Era la única manera que tenía de defenderme.

¿Te arrepientes de algo de lo que hiciste?

Viendo el desenlace, claro que me arrepiento. Porque antes de acabar la temporada, con Soler y Koeman fuera, nos reengancharon y volvimos a la normalidad. Me arrepiento de todo el escándalo que se montó. Siempre digo lo mismo: contestar ahora a esa pregunta es muy fácil, pero en aquella época había que estar en mi situación. Yo era internacional con la selección española y estaba a seis meses de jugar una Eurocopa, y me la mandaron al garete. También era un activo del club que tenía un valor de mercado, y con aquello también le hicieron perder patrimonio al club. Hay que ponerse en situación. ¿Ahora? Sabiendo lo que iba a suceder, evidentemente que hubiese hecho algunas cosas de otra forma.

¿Qué te dijo Luis Aragonés?

En los años buenos el Valencia aportaba cinco o seis jugadores a la selección, el club que más internacionales llevaba. Durante aquellos meses Luis me llamaba, incluso fui a un amistoso en febrero cuando ya estaba apartado. Me decía: «David, es que si no juegas de aquí a final de temporada, va a ser difícil que vengas». Es totalmente comprensible. El Villarreal me quería fichar, pero no me dejaron irme; me pusieron una cláusula para que no fichase por ningún equipo cercano. También se habló de cesiones a Tottenham, donde estaba Juande Ramos de entrenador; o Chelsea, donde estaba Juan Cruz Sol de ojeador. Pero irme de febrero a mayo a Inglaterra, sin hablar inglés bien, a una liga nueva… No se dio.

Para ser un tipo que probablemente tendría la Eurocopa 2008 en su palmarés de no haber sufrido todo aquello, te veo mucho más tranquilo de lo que estaría yo.

Al final, con el paso del tiempo aprendes a darle la tranquilidad que merece. Yo acabé mi carrera y, aunque no fue de la mejor manera con todo aquello de Salvo, Djukic y tal, me fui a mi casa pensando: «He jugado dieciséis años en Primera, quince de ellos con el Valencia. Con tantos años de carrera, ¿a quién no le ha pasado algo?». Quizá no tan gordo como lo mío, pero en España siempre pasan cosas así. Recuerdo la salida de Raúl del Real Madrid, unos años antes de mi retirada, y fue una cosa parecida. Los futbolistas lo asumimos y ya está, y empiezas una nueva vida. Te quedas con el global de que has tenido una buena carrera en el club de tu vida y que, además, hemos colaborado en lograr la mejor o una de las mejores épocas de su historia.

Tras ganar la Copa, se pierde en Bilbao y echan a Koeman. Ponen a Voro, os reenganchan a los tres apartados y vuelves a jugar. ¿Cómo fue el recibimiento de la afición?

Me resultaron más duros los minutos del calentamiento ante el Zaragoza, antes de salir al césped, que cuando me puse a jugar. Cuando entré hubo una pitada, recuerdo que bastante fuerte, pero estás metido y focalizado en la faena. Ahora bien, ese momento en que estás preparándote… Asomé la cabeza por el banquillo y, de punta a punta de la banda, me esperaba cualquier cosa. Tengo ese recuerdo.

¿Cómo se gana un futbolista de nuevo el favor de la grada?

Con la mentalidad de decir: «Me quedan tres o cuatro años de contrato, voy a ver hasta donde llego». Competir y dar lo mejor de mí mismo. Cambié el chip a nivel mental: si antes estaba implicado al 100% en las cosas de club más allá del fútbol, para colaborar en lo que me necesitasen, ahora me iba a centrar en mi trabajo y, para otras cosas, que no me buscaran. Yo era jugador e iba a estar a tope siempre dentro del campo. Pero se acabó lo de dar la cara siempre en asuntos fuera de él.

Una pregunta muy pertinente respecto a la 2007-2008, vistos los últimos años del Valencia de Peter Lim: ¿cómo vive un vestuario con jugadores que no están acostumbrados a la lucha en el «barro», el hecho de tener que pelear por evitar el descenso?

Yo veo una diferencia respecto a la actualidad. Aquella plantilla era un plantillón, era un buen equipo. Sí que veía muy difícil que bajara a Segunda, era la tercera o cuarta plantilla de LaLiga en presupuesto y los problemas se suplían con la calidad individual de los jugadores. En la actualidad no hablamos de lo mismo: no sé en qué puesto podríamos clasificarla por coste y calidad. Aparte de que el Valencia, como club, no está acostumbrado a luchar por no descender, tampoco sabes si con el nivel y la calidad actual va a ser suficiente para salvarte.

Lo importante es que, en 2008, pudimos sacar adelante la situación. Y este año pasado había dos pasos que dar: el primero, salvarte; el segundo, que a mí me sigue preocupando el futuro del Valencia, todo lo que está por venir.

Tras el paso de Koeman por el club, el equipo estaba fracturado. ¿Cómo se restituye un vestuario roto?

Mira, el vestuario profesional suele estar curtido en este tipo de relaciones: a veces, por circunstancias, determinados integrantes no se llevan bien, pero cuando entran al verde se olvidan de todo y compiten por el mismo objetivo. Aquel vestuario no estaba fracturado del todo, porque había muchos jugadores con una postura intermedia, que podían adherirse a cualquier grupo, y que quizá con la boca pequeña nos habían mostrado su apoyo aunque no lo hiciesen en público. Se nos recibió bien en nuestro regreso, no hubo ningún problema.

Baraja renunció a la capitanía, tú tampoco llevaste el brazalete, otros como Villa o Marchena recibieron esos galones… Y fue Unai Emery el que poco a poco te fue devolviendo tu rol en el equipo. ¿Cómo es en la distancia corta como entrenador?

¡Muy pesao! (risas). Evidentemente, el Unai de ahora no es el mismo que el Unai de entonces, aunque llegaba de hacerlo muy bien en el Almería. «Muy pesado» significa muy trabajador, muy insistente, dedicándole muchas horas. Siempre digo lo mismo: en aquella primera época, las horas de trabajo que invertía servían para suplir algunas carencias que podía tener. La verdad es que sacó un buen rendimiento. Un entrenador trabajador, aplicado, que siempre está ahí… la verdad, también se agradece en cualquier club. Es muy importante, y más después de dónde veníamos.

Unai me dijo: «Mira David, yo acabo de llegar. Unos me dicen unas cosas, otros me dicen otras… Si tú tienes contrato y estás en plantilla, yo voy a contar contigo y vas a ser uno más».

No lo tuvo fácil porque, nada más llegar, ocurrió todo aquel sainete con Juan Soler, Juan Villalonga, Azkargorta y el nombramiento de Vicente Soriano como presidente. Y, tras acabar sextos aquel año, en verano de 2009 se nombró presidente a Manolo Llorente y tuvo lugar la charlotada de Dalport.

Durante aquellos veranos, yo estaba con la idea de querer retirarme del lío y de estar pendiente de todo lo extradeportivo… pero claro, al ser valenciano, te papabas todas estas noticias. Y pensabas: «Pero este… ¿quién coño es? ¿Es que no se acaba nunca esta historia?»

El aficionado recuerda de aquellos años las tres clasificaciones para Champions, pero también que un equipo con buenos jugadores siempre caía en las eliminatorias: Deportivo y Villarreal en la Copa, Schalke 04 en la Champions…

Sí, es así. Recuperamos el estatus en LaLiga, pero a nivel europeo no conseguimos nada excepcional. Y mira que lo tuvimos, ¿eh? Quizá nos faltó ese puntito de gracia en la época de Unai. El ejemplo es aquella eliminatoria contra el Schalke, tuvimos ocasiones para pasarla y nos hubiésemos plantado en cuartos de final. Nos hubiésemos posicionado bien en Europa de nuevo. Media España iba con el Schalke por Raúl, pero es normal: en este país, cuando no eres ni Barça ni Real Madrid, parece que no existes. Pero bueno, te acostumbras a ser el equipo «extranjero».

Nos faltaba ese puntito de suerte. Otro año nos eliminó de Champions el PSG, otro año caímos en semis de la Europa League con aquel penalti de Juanito a Zigic, el del agarrón… Hay momentos en que ocurren cosas que te ponen el partido en contra. La sensación es que recuperamos la tranquilidad deportiva y el orden institucional en aquellos años, aunque seguía el movimiento accionarial de aquí para allá. Se había conseguido, creo que bajo presiones políticas, sacar del club a Juan Soler, pero teníamos el problema del nuevo estadio paralizado. Eso cambiaba el panorama respecto a etapas anteriores.

También se dio el problema puntual de los impagos a la plantilla en el año de Soriano, a principios de 2009.

Es una situación difícil. La gente podrá pensar: «Hombre, es que para el dinero que gana un futbolista…». Sí, sí, pero a cada cual lo suyo: lo correcto es cumplir los compromisos. Y, cuando firmas los contratos, vienen especificadas unas fechas de pago.

Por explicarlo con claridad: en mi época, cada futbolista podía tener una mensualidad variable, dependiendo de si tenía que pagar el alquiler de la casa u otros gastos. Luego había dos pagos «gordos» de la ficha, en los meses de enero y en verano, nada más acabar la temporada. Y tú cuentas con esos ingresos para gastos, para inversiones o para lo que sea. Cuando no se dan las circunstancias, te preocupas. Porque si te dicen: «David, atrasamos dos meses el pago»… Perfecto, te organizas. El problema viene con la incertidumbre de no saber cuándo te van a pagar, y eso es lo que sucedió aquella temporada.

¡Claro que había que ganar partidos y seguir compitiendo! Pero cuadrar las cosas no es tan sencillo: quizá la mitad de la plantilla lleve bien el retraso en los pagos, pero la otra mitad –algún jugador extranjero o que viene de fuera- igual se ha organizado de otra manera y sí tiene algún problema.

Se marchó Emery y llegó Mauricio Pellegrino: había sido compañero tuyo muchos años, y ahora pasaba a ser tu entrenador.

Es complicado de asumir. Cuando tienes una relación personal previa, la dinámica cambia. Sin querer, pasa a ser tu jefe. Y si encima pasa a contar menos contigo, te hace dudar sobre cómo actuar. En otras circunstancias, se daría una conversación normal: «Míster, me gustaría saber qué piensa usted de mí, cuál es la situación». Pero con Mauricio no se dio. También te digo que, como habían pasado pocos años desde el tema del juicio y tal, lo mío era entrenar y esperar mi momento. Lo enfocaba de manera diferente.

Para entonces, ya habías vuelto a llevar el brazalete varias veces…

La primera vez fue en un amistoso en verano de 2010: David Navarro había salido del campo y sólo quedaban jugadores muy jóvenes. Me lo puse unos minutos, sí. Se le dio a aquello más transcendencia de lo que le di yo.

Pellegrino no salió bien y se fichó a Ernesto Valverde.

El «Flaco» apostó por Fernando Gago en la posición de «6», al que acababan de firmar. Yo disfruté de minutos, pero no de continuidad. Los resultados no salieron, destituyeron a Mauricio y trajeron a Valverde. Al final, que echen a un excompañero te sabe mucho peor: te nace decirle «hostia, aunque no me hayas dado mucha bola… lo siento, tío». Al final, éramos un buen equipo y la llegada de Valverde lo demostró. Recolocó todo, decidió prescindir de Gago y eso nos dio vidilla a mí, a Parejo y a Ever Banega. Empezamos a jugar los tres en el centro del campo y nos mantuvimos así hasta final de temporada.

El equipo jugó muy bien y cogió las ideas de Valverde a la perfección. Te digo una cosa: ahora está el VAR, pero aquella temporada los errores arbitrales nos costaron la clasificación para la Champions. El atraco que nos pegan en Sevilla con Clos Gómez es tremendo, pero hay otro igual o peor: contra la Real Sociedad, en Anoeta, hay unas manos de Claudio Bravo fuera del área al parar una vaselina de Soldado. El árbitro ni pitó manos ni le sacó tarjeta roja. Aquellos dos partidos nos quitaron la cuarta plaza.

¿Fue una pena que Valverde no renovara?

Una pena enorme. Enorme. Para mí, aunque sólo lo tuve seis meses, es uno de los entrenadores que mejor recuerdo me dejó. Si yo tuviera que copiar cosas para el día de mañana, muchas serían de él: la naturalidad, la facilidad de hacer las cosas, aplicar los minutos exactos a cada situación… Me gustó mucho. No es casualidad que le haya ido tan bien en su carrera.

Y así cerramos el círculo y volvemos al primer tema de esta charla: tu retirada. Manolo Llorente ya no estaba, acababa de llegar Amadeo Salvo como presidente y Miroslav Djukic era el entrenador. ¿Cómo es el momento en que te comunican que no cuentan contigo?

No me sorprendió por dos cosas: porque ya se había filtrado por la mañana y yo ya lo sabía; y porque yo también lo necesitaba a nivel personal. Mi cabeza ya no podía más con tanto rollo, con la marcha de Llorente, la Fundación VCF y Federico Varona como su cabeza visible, la llegada de Salvo… La realidad es que yo también esperaba terminar ahí.

La charla fue rápida: entré allí, Amadeo Salvo me dijo que yo era una leyenda y tal y cual… Yo dije: «Eh, no pasa nada. Yo ya sé a qué vengo. Vamos a ahorrarnos toda la parafernalia. Ya sé que es mi final aquí y os deseo mucha suerte». Djuka me dijo que él no podía darme los minutos que quizá quisiera, y yo le dije que no le había pedido ser titular. Como lo tenían decidido, era absurdo seguir hablando: me levanté, le di la mano a los tres y hasta aquí.

Salvo me propuso salir juntos en una rueda de prensa, pero le dije que ya hablaríamos cuando estuviesen resueltos los contratos de la desvinculación. Como eran vacaciones, yo me marché a desconectar: entre el «calentón» que yo llevaba por las formas empleadas y tal, no se dio la ocasión.

Es curioso: siempre he pensado que, en la época moderna, no hay prácticamente ningún símbolo del Valencia que se haya marchado «bien» del club.

Me molestó que ese tema lo diesen las radios antes de que me lo comunicasen a mí en persona. Así que dije: «Ché, no pasa nada. Hasta aquí».

Dos semanas antes, contra el Granada, te sustituyeron en la segunda parte en medio de una ovación. Hay una foto preciosa de Alberto Iranzo (Diario AS), después del partido y con el estadio vacío, en la que estás jugando en el césped con tu hijo David y os marcháis por el túnel de vestuarios de la mano. Como despedida simbólica, es inmejorable.

En la camiseta llevaba mi dorsal y también el nombre de Antonio Puchades, porque ese día el club le había querido homenajear así. Esa foto la tengo en casa, en una pared y en tamaño grande: bajando por el túnel con David cogido de la mano. Una despedida en silencio. Había gente del club que, aprovechando el homenaje a Puchades, me propuso hacer algo. Pero nos estábamos jugando entrar en Champions y yo tampoco sabía qué iba a pasar con mi futuro. Consideré que no era el día para hacer nada.

Ni hubo rueda de prensa de despedida, ni hubo partido homenaje… Nada. Apenas un par de tuits tuyos y se acabó.

Porque, ya en época de Amadeo, uno detecta cuando la gente no tiene feeling contigo y no les apetece hacer esas cosas. Si hay algo que no me gusta, es la falsedad. ¿Me hubiese gustado un homenaje? Sí, pero para nada se dieron las circunstancias. ¿Para qué hay que estar aquí, poniendo buena cara, cuando a lo mejor no toca? No pasa nada.

Yo siempre lo mantuve: mi mayor homenaje es la carrera deportiva que pude hacer en el club de mi vida, ganando títulos. No tenía la necesidad de nada más. Y como los años anteriores habían sido tan movidos, preferí quedarme con eso.

David Albelda nunca se caracterizó, como profesional, en ser un goleador. Pero hay un par de goles de los que tenemos que hablar… ¿Qué pasó con aquella vaselina en El Sadar contra Osasuna? ¿Y en Mestalla ante el Racing de Santander?

(Risas) El del Racing es diferente. Piensas: «Tengo que pegarle y acabar jugada», porque ellos salen del área tras un rechace. Y resulta que le pego con la zurda y entra por la escuadra. El de Osasuna es una acción más técnica, levantar el balón por encima de Ricardo no era fácil porque el campo en Pamplona estaba muy rápido.

Al final, mis limitaciones son mis limitaciones. Todo el mundo las tiene en Primera División: por ejemplo, hay mediapuntas pequeñitos con limitaciones físicas en las disputas. Lo importante es saber cuál es tu trabajo y cuáles son tus características para hacerlo, y así rendir al máximo. Si hago cosas que no me tocan, en base a mis características, seguramente no acabe jugando en Primera. La gente lo ve desde la grada, gente con la edad de mi hijo, y opina. Le digo: «David, a un futbolista que juega en Primera no puedes decirle que no es bueno. Otra cosa es que te guste o no te guste».

Recuerdo cuando me fui a la Federación Valenciana a sacarme los cursos de entrenador. Estábamos en el Campo Miguel Monleón de Picassent, haciendo los ejercicios prácticos. Un chaval tenía que preparar la evolución ofensiva que finalizaba en centro desde la izquierda, pero no teníamos a ningún zurdo en la sesión. Al final, me puse yo ahí: hicimos el ejercicio, me llega la pelota sin presión, sin defensas, pongo un centro perfecto y acaba en gol. La gente en la clase se sorprendió mucho: «Hostia, ¡menudo centro!» Emilio Ibáñez, que jugó en el Mestalla en los noventa y que se estaba sacando el curso, soltó: «Pero cabrones, ¿qué queréis? ¡Que este tío ha jugado Champions y ha sido internacional en la selección española!»

Lo digo por la perspectiva que, muchas veces, se tiene desde fuera. Alguien dice: «Uy, uy, ese es un tronco, ese no sabe pararse el balón». No, oiga: aunque no tengas las características de alguien como Aimar o incluso las de Rubén Baraja, todo el que juega a alto nivel tiene un mínimo de calidad en todos los aspectos.

En estos diez años, también entraste a trabajar como analista en la Cadena Cope. En 2014 aprendiste por las malas lo del «mal del comentarista» con aquella frase: «No quiero ser gafe, pero no he visto peligrar la eliminatoria en ningún momento», casi al final del Valencia-Sevilla en la Europa League. A renglón seguido, llegó el gol de M’bia.

Claro, recuerdo que me preguntaron y dije: «El Valencia tiene el partido controlado». Y luego aquel saque de banda nos costó la eliminatoria. Aquello se hizo viral, sí… (risas). Cuando uno habla en público y opina sobre lo que ve, pues sí, puedes meter la pata. Aquel corte de voz todavía me los sacan los sevillistas de vez en cuando.

En 2018 fuiste candidato a las elecciones de la Federació de Futbol de la Comunitat Valenciana contra Salvador Gomar, que finalmente salió elegido. ¿Qué tal la experiencia?

Dura, la verdad. Yo conocía la Federació desde el parámetro más profesional, al haber estado jugando en la selección sub15 o la sub17. Conocía a Salva Gomar de sus años trabajando en el Valencia. Pudiendo irme a Madrid a hacerlo, yo me saqué los tres niveles de entrenador aquí en los cursos de la FFCV. Más o menos, conocía a todo el mundo.

Mi única intención al presentarme era cambiar lo típico que pasa siempre en todas las federaciones territoriales: están formadas por gente que lleva allí muchos años y que es muy mayor. Quería aires nuevos, que siempre es sano. Pero no me gustó la experiencia porque vi todo lo malo que hay en ese tipo de instituciones: gente «de dentro» colaborando para que saliese elegido Salva, parecía que valía todo… Y no, no siempre vale todo. Porque yo me presenté sin intención de perpetuarme y estar muchos años: bastaba con cambiar las cosas, aunque fuese un poco. Quedé con la sensación de que por detrás se mueven demasiadas cosas que evitan los cambios. Por eso casi todas las federaciones, no sólo la valenciana, tienen un continuismo desde hace muchos años.

Hablaba con unos amigos el otro día por una foto, a raíz de la Supercopa en Arabia Saudí a principios de año. La propia RFEF había subido la foto: ahí estaban todos los presidentes de las territoriales, que habían concertado una asamblea en Arabia. Estábamos comiendo y les dije: «Fijaros en el detalle: todo gente de setenta, setenta y cinco años». De hecho, puede que Salva Gomar sea de los más jóvenes. A eso me refiero: creo que estas instituciones necesitan renovarse, y con esa intención me presenté.

Hablemos de lo de Rubiales.

Lo de Rubiales va unido a todo lo anterior: es un sistema clientelar que tiene su calco en las federaciones territoriales, incluso con mayor facilidad porque es más sencillo controlar a equipos, a árbitros, a entrenadores… Todos muy humildes, de pueblos pequeños. Para dominar la RFEF tienes que controlar los votos a las territoriales. Siempre he dicho que tener a gente mandando tantas legislaturas es un error: Villar en la nacional, Vicente Muñoz en la valenciana… El fútbol necesita una regeneración y que entre gente nueva: si tienes gente instalada en el poder muchos años, está demostrando que acaban imponiéndose unas prácticas que, digámoslo así, «sortean» la legalidad.

Rubiales es más de lo mismo: cuando conoces cómo funciona el sistema, la realidad es que había muchísimos motivos anteriores para que los políticos se rasgaran las vestiduras con Rubiales y no hubiese que esperar a sus actitudes en la celebración del Mundial femenino. Hemos vivido un relato con demasiados episodios, y los políticos podrían haber actuado mucho antes. Lo que mal empieza, mal acaba.

Creo que Rubiales no mantuvo las formas que se exigen al representante máximo del fútbol español. Ni te puedes coger la «huevera» en el palco, ni cargar una futbolista a hombros, ni puedes darle el «pico» a Jenni Hermoso. Sin entrar en la polémica del consentimiento o no, que es algo que se ha ido liando después: nadie calmó las aguas, llegó el comunicado de Futpro, Rubiales salió al ataque…

Creo que Rubiales no reunía ya los requisitos para representar al fútbol de nuestro país. Y a los políticos les reprocho que podrían haber actuado en su día, y lo hacen ahora politizando la situación, el consentimiento o no del beso y aprovechando todo para sus campañas políticas. Los ciudadanos no podemos ser tan ingenuos de caer en eso. A nivel personal, me declaro del lado de Jenni Hermoso y, al mismo tiempo, no puedo compartir que eso se catalogue de agresión sexual.

Con los tema federativos acabé con tan mal sabor de boca que, luego, me han buscado para preguntarme si me presentaría cuatro años después y les contestaba: «¿Qué ahora sí me votaríais? Pues ahora os presentáis vosotros». Gente del estamento arbitral, de los jugadores, de clubes que en su día no me apoyaron, de gente imagino que descontenta con la gestión federativa… Pero aquello ya pasó.

Quizá te buscan por la fama que te has labrado durante toda tu carrera de dar un paso al frente, de no callarte las cosas. Pero últimamente noto cierto cansancio en ese rol de llevar siempre la bandera de las reivindicaciones…

Eso me ha pasado, sí. Por eso quizá me notéis más distante con el tema del Valencia, con la gestión de Meriton y tal. Llega un momento en que te cambia el chip y dices: «Quiero dedicarme a mis hijos, a una vida más tranquila que voy decidiendo año a año, a los medios de comunicación, en Cope, en Movistar, de embajador de LaLiga…». Entretengo mi tiempo vinculado al fútbol, y no siento la necesidad de volver a la primera línea de batalla. Vivo muy tranquilo.

Dentro de estos diez años posteriores a tu retirada, me interesa mucho saber desde dentro hasta qué punto te vinculaste con la oferta de Cerberus en el proceso de venta del Valencia en 2014.

Yo estaba ajeno al proceso. Un día me llamó el abogado Manuel Broseta para hablar conmigo. Me explicó el proyecto y me dijo: «Somos una de las ofertas para comprar el club y querríamos, ya que acabas de salir de allí, que nos hicieras un análisis deportivo, de la plantilla y que nos digas lo que opinas». Tuvimos varias reuniones, vino gente que se iba a encargar de acabar el nuevo estadio, otros de marketing, otros dedicados al tema inmobiliario… Vamos, que íbamos a cumplir todas las condiciones del pliego que la Fundación VCF estaba exigiendo en el proceso de venta. También se trabajaba en la devolución de las acciones a los socios, para que pudiesen ir comprando poco a poco su cuota.

Lo que me tranquilizaba de la oferta era la presencia de cinco empresarios valencianos, cinco caras valencianas. Si salía mal el proyecto, no ibas a escuchar «¡Peter vete ya!» en Mestalla: Peter no tiene que irse a ningún sitio porque está en Singapur, pero ellos eran de aquí. Esas cinco caras, por una cuestión de prestigio y responsabilidad, tenían sí o sí que hacer lo mejor para el club. Era gente valenciana que se estaba jugando su credibilidad.

Yo había acabado mi etapa como jugador, no conocía a Meriton, no conocía a Wanda, no conocía la propuesta de los rusos, pero esta gente valenciana vino a buscarme y pidió mi colaboración. Yo no hablé con ellos ni de contratos, ni de cargos si entrábamos, ni de nada. Colaboré con ellos y así surgió esa opción; incluso fuimos a exponer el proyecto a la sede de

PricewaterhouseCoopers en la Alameda. Allí estaba Salvador Martínez, puesto por Amadeo Salvo en la comisión gestora del proceso de venta, y fue beligerante conmigo. Me decía: «David, con lo que tú has sido, la gente te va a ver como un…». Yo expuse la parte deportiva, vinieron un iraní y un señor de Londres que era el director del fondo de inversión que ponía el capital, estaban los empresarios valencianos… Se expuso todo el proyecto.

Luego llegó todo el «rebombori» aquel de las cartulinas verdes, rojas y amarillas en Mestalla. Y acabó entrando Meriton al club. Ojo, yo no era contrario a Meriton desde el minuto uno: simplemente estaba en otra de las candidaturas. No salió, y ahí se acabó. En el momento en que todo se tradujo en una guerra callejera encabezada por Salvo y Aurelio Martínez, la gente de Cerberus dejó claro que no iba a bajar al barro a pelear. Ellos tenían un abanico más amplio de inversiones en las que poder centrarse.

Un proceso de venta dirigido a favor de Peter Lim… y, de eso, la culpa la tienen unos pocos valencianos.

Por eso he pedido varias veces, en entrevistas y tertulias en Cope, que me pongan algún audio o «canutazo» de alguien de Meriton prometiendo acabar el estadio, hacer grandes inversiones… No lo hay. ¿Damos por bueno lo que dijeron Salvo y Aurelio, como si lo hubiese dicho Meriton? Es que no es lo mismo.

Tenemos claro que Salvo y Aurelio recondujeron todo para que Meriton ganara. Pero yo a Meriton no le puedo pedir explicaciones: «Oiga, es que usted prometió esto». Y ellos te pueden decir que no prometieron nada. Ante eso, la afición no podemos agarrarnos a nada. Ahora todo el mundo pide que se vaya Meriton, pero se tienen que dar muchas circunstancias para que eso ocurra.

También entrenaste durante dos temporadas a la UE Atzeneta, que tuvo que ser una experiencia bonita. Y más con aquel ascenso en 2020 a Segunda B.

Yo disfruté mucho. Me pegué una «panzada» a trabajar y en el coche: desde mi casa hasta Atzeneta d’Albaida son 105 kilómetros, y ese camino lo hacía ida y vuelta cuatro o cinco días a la semana. Doscientos kilómetros casi a diario. La experiencia me llenó mucho porque éramos un club humilde en el que la cosa se desmadró y acabamos subiendo a una categoría que no nos correspondía. Me gustó mucho porque hice de todo: por ejemplo, coger el coche e irme a la fábrica de Luanvi a recoger el material deportivo, porque la estructura era muy limitada.

Es verdad que, al carecer de una estructura más importante, el segundo año en Segunda B fue más complicado, sobre todo al salir a enfrentarnos con equipos de la zona de Cataluña. Cuando descendimos, me di cuenta del desgaste que llevaba encima, no podía más. Me llenó mucho y aprendí un montón, pero fue una experiencia bastante cañera y dura.

Y así llegamos al punto actual. ¿Qué pensaste cuando dos excompañeros como Baraja y Marchena se hicieron cargo del Valencia a finales de la temporada pasada?

Me hicieron esa pregunta antes de que firmaran al «Pipo», por el perfil de entrenador que pondría en una situación tan delicada. Dije lo que todos: «Un técnico que esté curtido en estas situaciones, porque no son nada fáciles». Yo pensaba en el nivel de la plantilla y en su inexperiencia, en el calendario de las seis o siete jornadas siguientes… Incluso haciéndolo bien, ibas a seguir metido en el fango, como se vio hasta la última jornada.

Al final el club decidió firmar a Rubén, aunque yo pensaba que le beneficiaría coger el proyecto en verano y empezar una temporada desde el principio, como se hizo con Gattuso. Porque, aunque tengas poca experiencia en Primera, eso te da tiempo para trabajar y sentar unas bases en pretemporada. Rubén y Carlos aportaron implicación y conocimiento del club, pero todos sabíamos que lo que contaba era lo que pasara en el terreno de juego. Voro, por ejemplo, había aportado cosas positivas en otras ocasiones, pero esta vez se vio que la situación era más grave.

Si le fuera bien al club, ese fichaje no hubiera podido darse. Cuando todo va bien, no hay cambios. Era una oportunidad también para Rubén: a nivel de currículum, entrenas a un club importante, aunque lleve varios años en horas bajas. Tomó un riesgo, porque un descenso hubiese sido un golpe duro.

¿Cómo vive un excapitán y leyenda del Valencia una salvación en la última jornada?

Pues de manera angustiosa. Yo estaba trabajando, estábamos retransmitiendo otro de los partidos de la jornada y estaba todo el rato mirando de reojo el resto de resultados. Fue tremendo: a quince o veinte minutos del final, el Valencia estaba a uno o dos goles de descender. Con un gol del Betis y otro del Valladolid la cosa se complicaba mucho. Fue pura angustia.

Yo sé que el Valencia tocó la Segunda División una temporada en los ochenta, muchos años antes de llegar yo, cuando era un club diferente con proyectos diferentes. Pero, a día de hoy… Por muy mal que se hagan las cosas, se me hace duro pensar que el Valencia va a luchar sólo por evitar bajar a Segunda.

El club ofreció la renovación a Baraja, que aceptó seguir como técnico; pero Marchena dejó de formar parte del staff y regresó a Sevilla. ¿Te pareció una decisión coherente?

Claro que me pareció coherente. Se trata de una decisión muy personal: cuando tienes dudas respecto al futuro y, además, tienes otros proyectos personales ya iniciados, como era su caso (su familia, los trabajos de la familia, el cole de sus hijos… todo asentado en Sevilla), tienes que poner todas las situaciones en una balanza. Y Carlos decidió que pesaba más la situación de quedarse en Sevilla. Es comprensible al cien por cien.

Hay aficionados que piensan que David Albelda también debería vincularse de alguna manera al Valencia. ¿Volverías al club? Y, de ser así, ¿bajo qué condiciones?

(Piensa) Es que la pregunta es fácil, y más conociéndome… Lo he dicho varias veces en esta entrevista: mi filosofía es que no todo vale. Por lo tanto, yo volvería al club si fuese en una posición importante y en la que pudiese tomar decisiones. Si no es así, no hace falta hablar.

Yo no soy una persona que pone el careto sólo para la foto. Yo quiero trabajar. Si se cambian ciertas cosas, si se busca mejorar, si queremos hacer cosas en serio… Aunque el dueño sea Meriton, se podría dar esa circunstancia. ¿Pero poner sólo el nombre? No, así no.

Te digo más: incluso podría ser en la escuela del Valencia, porque a mí me gusta mucho el tema de la Academia y creo que hay grandes profesionales allí. No hablo de quitar a uno para poner a otro: todo en la vida es mejorable, también en la gestión deportiva.

Precisamente en primavera te sentaste a tomar un café con la presidenta, Layhoon Chan, para hablar de posibilidades dentro del club. Incluso se rumoreó la opción de que podrías ser el nuevo director de la Academia VCF. ¿Por qué no salió adelante?

Por algo muy similar a lo que he dicho antes de Marchena: cuando tienes que tomar una decisión de cualquier tipo, en cualquier trabajo, has de poner en la balanza si te compensa cambiar o si prefieres seguir igual. Puse en la balanza los pros y contras de mi situación actual respecto a lo que podía pasar si volvía, y consideré que lo mejor era continuar como estoy en la actualidad.

Cerramos con el «picadito» habitual de anécdotas. He de preguntarte por aquel célebre anuncio de los Muakis… ¿Tus hijos han podido verlo?

Creo que no lo han visto (risas). Era un tema comercial, al final te pagan por tu imagen y hacer publicidad. La verdad es que, visto en perspectiva y más de veinte años después, es tremendo: los peinados, la ropa… (risas). ¡Que conste que yo no he hecho nada para quitarlo de Internet, habrá sido la gente de Fartons Polo!

La portada de Interviu en la que salías en bolas.

¡Buah! Pues mira… Eres joven, estábamos en auge porque le ganábamos las ligas al Madrid, me vino un tipo de Interviu y me dijo: «¡David, esto estaría de puta madre!». Pues a tomar por saco: portada que te arreo (risas).

¿Cuál es el rival que más te ha impactado o costado de frenar?

En aquella época, como el equipo iba bien teníamos todo más o menos controlado. Pero luego, la época de Messi fue… Cuando nos «recogían» en aquellos años en el Camp Nou, no había manera de meterles mano. Porque sabías lo que te iba a hacer, pero no podías pararle.

¿Qué pasaría si el Real Madrid intentase fichar a alguno de tus hijos futbolistas?

Te contesto con una pregunta: viviendo lo que yo he vivido, y cómo ha sido el trato durante una larga estancia… ¿qué harías tú con tu hijo si se diese esa circunstancia? (risas)

Buen recorte. ¿Te consideras one-club man a pesar de tus dos años cedido en Villarreal?

Mira, lo del one-club man me parece una chorrada. Si el significado es que sólo he estado en un club, no lo soy: yo he estado muy contento y muy orgulloso de los dos años que estuve en Villarreal.

¿Qué entrenador te marcó más?

He aprendido mucho de todos. Podría decir circunstancias puntuales de cada uno, pero fíjate qué gilipollez: me voy a quedar con los seis meses que pasé con Valverde, y eso que fue el año en que me retiré.

¿Cómo viviste el partido de leyendas en Mestalla, con motivo del centenario del club en 2019?

¡Mis hijos me pudieron ver! Además de David, el mayor, los gemelos son nacidos en 2015 y también juegan al fútbol en la escuela del Valencia. Al principio me preguntaban: «Papi, ¿por qué la gente te pide fotos?» Ahora ya las preguntas son: «¿Tú jugaste contra Messi? ¿Tú jugaste contra Xavi?». Aquella tarde me pudieron ver de corto, fue un día muy bonito. Tengo guardada una camiseta de cada una de mis temporadas, para ver la evolución; también me guardé la de aquel día para la colección, aunque ya llevaba seis años retirado. Además, pude jugar en un Mestalla lleno sin presión, había muchos padres con sus hijos: lo disfruté de principio a fin.

Por cierto, estuvo muy bien Pedja Mijatovic asistiendo al partido: lo suyo ya pasó, hay que ponerse en la piel de cada uno, Pedja dio muy buenos años aquí y creo que la gente le trató bien.

¿Qué pensaste al enterarte del intento de secuestro de un expresidente (Juan Soler) a otro (Vicente Soriano)?

¡Buf! La verdad es que, conociendo a uno de esos personajes, ya te esperas cualquier cosa… Al principio me pareció de chiste, como a todos. Pero después fui atando cabos… y me cuadraba, la verdad.

Un consejo de veterano para los chavales jóvenes que están subiendo al primer equipo: Javi Guerra, Alberto Marí, Diego López…

Que el club no les traslade toda la presión a ellos, para que no se les venga todo encima de golpe. Considero que tienen mucho nivel, pero su crecimiento debe ser progresivo. Es cierto que, sin su ayuda el año pasado, quizá el Valencia estaría en Segunda; pero pasar de eso a convertirlos en líderes de un Valencia en un proyecto que genera tantas dudas es un abismo muy grande. Todo debe llevar un proceso.

Un ejemplo: Javi Guerra, que es el que más destaca entre los aficionados, va a ser mejor el año que viene que en el actual, y todavía mejor dentro de dos temporadas. Hay que darle tiempo. Debe ir sintiendo poco a poco que colabora en el crecimiento del club no sólo en su aspecto deportivo, sino en cualquier área que lo requiera.

Antes de irnos, necesito saber el origen del GIF que puede verse por Internet de Albelda tocándose los cataplines en un partido.

Aquello pasó con Mariano Pernía, habíamos sido compañeros en la selección. En un partido ante el Atleti, la pelota salió por banda y Pernía le protestó al árbitro que el balón era para ellos. Y yo pasaba por ahí y le dije: «¡Toma, coge esta!» (risas). Aún circula la imagen por ahí, es verdad.

El epílogo: una anécdota con Españeta que se pueda contar aquí.

Tenemos muchas… (risas). Había veces en que lo cogíamos entre todos y lo dejábamos tumbado boca arriba en el suelo del vestuario: el pobre Españeta ya estaba «redondete» y no se podía levantar. ¿Has visto una tortuga del revés, cuando está con las patas así? (risas) Nos reíamos mucho y, aparte, él era un «encajador» nato. Entraba al trapo siempre.

4 Comentarios

  1. Pingback: Fernando: «En el mundo del fútbol es mejor ser pelota y dar la razón a tus superiores, es una vergüenza»

  2. Buena entrevista. Que pena no poder leer su opinión sobre el caso Barça-Negreira. Saber cómo ve que un equipo estuviera pagando 17 años como mínimo al vice de los árbitros y eso coincidiera con unos arbitrajes escandalosamente favorables a ese equipo. Una lástima

  3. ¡36! faltas hizo el Valencia aquel famoso día del estreno de Zidane. Albelda dice que el Madrid hizo las mismas, pero la hemeroteca no parece estar de acuerdo.

    Ahora el Getafe hace 20 y los quieren matar. Pobre Bordalás

    https://elpais.com/diario/2001/08/27/deportes/998863226_850215.html?outputType=amp

    Interesante entrevista, por otra parte

  4. Una magnífica entrevista a uno de los mejores mediocentros españoles de todos los tiempos además de una persona íntegra.

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