Diego Latorre (Buenos Aires, 1969) es uno de los principales comunicadores televisivos de fútbol en Argentina. Comenta y analiza partidos de los torneos locales, también de la Copa Libertadores y la Champions League, pero él todavía se sigue sintiendo futbolista a pesar de haber dejado la práctica profesional en 2005.
Por su asombrosa capacidad para quitarse rivales de encima, un relator lo bautizó como “Gambetita” en sus inicios en Boca Juniors. Allí formó una dupla letal con Gabriel Batistuta y se convirtió en el mejor jugador del fútbol argentino a principios de los 90. Después de un paso breve y accidentado por la Serie A de Italia, brilló en el Tenerife de Jorge Valdano y estuvo cerca de ser fichado por el Real Madrid en 1994.
En los años siguientes se fue convirtiendo en un trotamundos: pasó al Salamanca, volvió a Boca, se fue mal, siguió su camino en Racing, se mudó al Cruz Azul de México, regresó a Argentina para jugar en Rosario Central y Chacarita, partió de nuevo a México, después a Guatemala, fue campeón, y finalmente se retiró en el ascenso mexicano.
Todo empezó con un chico de clase media que se hizo lugar en un ambiente que a veces le resultaba hostil. Hablamos de la fama, la pasión, la cabeza, el talento. De temores y frustraciones, del juego y del negocio. De tácticas, de técnicos, de urgencias, de mitos. De su noviazgo con la hija de un ex presidente argentino y de una polémica con Maradona por el mundial 94.
Debutaste en primera en 1987 y te empezaste a asentar al año siguiente, ¿era difícil jugar en Boca, ser un delantero muy habilidoso y llamarse Diego?
Sí, había un montón de prejuicios (se ríe). Lo que más me costó es que venía precedido de muchas expectativas, porque en ese momento yo estaba en tercera división, que jugaba sus partidos antes de los de primera, o sea, con cancha llena. Se me venía mencionando, se hablaba de una gran aparición en Boca pero de la expectativa a la confirmación hay un largo recorrido.
Y en la cabeza del jugador ese proceso cuesta mucho, cargás con una presión y una responsabilidad que no es fácil de sobrellevar. Además, no estamos hablando del fútbol pálido de hoy, donde en los planteles son casi todos pibes. En esa época, Boca tenía treinta y cinco profesionales y yo debía hacerme un hueco ahí.
Y el Boca de ese momento, deportivamente, andaba a los tumbos.
Había que tener ilusión y una pasión muy grande por el fútbol, y en mi caso siempre tenía que combatir las ganas de dejar. Porque no era mi aspiración ser jugador de fútbol, mi aspiración era estudiar ciencias económicas y recibirme. Yo vengo de una familia de clase media, no es que si no era jugador de fútbol… No sufría necesidades. Entonces, desde ese lugar, dentro de mí, en mi cabeza, tuve que batallar.
Jugar en Boca no es para cualquiera, ¿es más difícil si venís de las divisiones inferiores?
Eso no lo podría decir yo. Creo que ya venía un poco aclimatado también, porque el jugador de inferiores empieza a tener una rápida noción de lo que se va encontrando y lo que se va a encontrar. Todos juegan un partido especial contra Boca, todos quieren jugar en Boca, los rivales te juegan de una manera determinada, el público es exigente, hay mucha competencia interna con los demás compañeros, hay mucho público viéndote, ¡en un partido de octava división puede haber tres mil personas! Entonces eso te va curtiendo el carácter.
Durante mucho tiempo hubo un malentendido sobre tus inicios: se decía que te habían descubierto en un country [barrio cerrado] y que no habías tenido formación en divisiones inferiores. De hecho, tu entrada de Wikipedia dice eso.
Sí, es un mito ese. No fue tan así. Yo ingresé con algunas prerrogativas, con algunas licencias o facilidades que me dieron los entrenadores de inferiores en ese momento. Nosotros teníamos una casa de fin de semana en un country, cuando todavía no tenían el desarrollo que tienen ahora, y en ese mismo lugar compró una casa Mario Zanabria, un ex jugador que era allegado al fútbol amateur de Boca.
Él me vio jugar en el torneo del barrio y recomendó que me fueran a ver. Vinieron, pasé una prueba, le hice un gol a la octava de Boca con el equipo que teníamos y quedé. Pero las reglas eran rígidas, tenía que entrenar martes, miércoles, jueves y competir el sábado. Y La Candela, el lugar de entrenamiento, me quedaba muy lejos de mi casa.
Tuve la suerte de que un compañero de clase de mi colegio, Ángel Luis Sabio, también jugaba en Boca y el padre lo llevaba a entrenar, entonces un par de veces por semana me llevaba él y me evitaba tomar dos colectivos [autobuses]. Pero mis viejos les habían dicho a los entrenadores que me dejaban ir a Boca con la única condición de que pudiese estudiar y no bajara las notas en el colegio.
¿En qué año fue todo eso?
En 1983, yo tenía 14 años. Ahí tuvimos que tomar la decisión de qué tiempo le sacaba el fútbol a los estudios y qué tiempo le sacaban los estudios al fútbol, y tuvimos que ponernos en un lugar intermedio. Yo no entrenaba el martes ni el miércoles, solamente iba el jueves a hacer fútbol, y empezó a haber pica [rivalidad, competencia, rencor] con mis compañeros, que se entrenaban todos los días, vivían para eso, estaban desesperados por entrenar y jugar, y yo iba una vez por semana.
Lo que ocurre es que hice 23 goles en la primera temporada que jugué en Boca, en la octava división. Pero yo me quise bajar muchas veces. De hecho, cuando voy por primera vez a Boca, ya aprobado y con la posibilidad de integrarme al equipo, hay un micro [autobús] estacionado en la puerta del entrenamiento y nos llevaron a otro lugar para hacer un acondicionamiento físico, y yo a los veinte minutos no daba más.
Cuando volví a mi casa, le digo a mi viejo «no quiero ir más»; y mi viejo me dice «bueno, no vayas más». Y desaparecí, con todo lo que representó en ese momento para Mario Zanabria que me había recomendado ¿no? No me quería dedicar al fútbol si los entrenamientos iban a ser así. Después me dijeron que se entrenaba así una vez cada dos meses. Justo yo caí ese día.
Te escuché decir que tuviste algunos otros inconvenientes también.
Bueno, me robaron la ropa una vez. Yo venía de otro mundo, jugaba al tenis, y en Boca me encontré con pibes que tenían muchas carencias. Después, a las tres semanas, ya estábamos todos juntos comiendo en casa, porque el fútbol es un gran instrumento para unir, un lugar de encuentro, hay un idioma muy particular que no distingue clases sociales.
Además, vos jugabas bien y hacías goles.
Sí, y eso me ayudó mucho.
¿En qué momento te convenciste de que ibas a ser jugador de fútbol?
Cuando empecé a ver que hacía la diferencia en divisiones inferiores. El primer año, prácticamente sin entrenar, salí segundo goleador nacional, solamente me ganó uno que jugaba en River. El tema es que hasta ese momento no tenía un parámetro porque únicamente jugaba los fines de semana con mis amigos en el country, después tuve que empezar a poner en juego mis condiciones contra River, contra Racing, en las prácticas en Boca.
Y ahí encontré que no solamente estaba para jugar, sino que fui descubriendo cosas en mí. Iba aprendiendo en la competencia misma, iba descubriendo que mi gambeta o mi habilidad debían tener una estrategia. Porque los rivales me iban adivinando y a veces eran más fuertes, entonces yo no iba al choque, utilizaba más el engaño.
Creo que el fútbol es mucho de descubrir más que de enseñar. Obviamente que hay formadores muy buenos que manejan los conceptos esenciales en el fútbol, pero yo creo que los jugadores también van descubriendo de la experiencia del juego, y eso es algo que está muy subestimado. ¿Por qué? Porque muchos tienen la pedantería pedagógica de querer enseñar, de decir «a este jugador lo formé yo», cosa que está bien, pero el jugador también descubre. Creo que se aprende mucho por descubrimiento.
En todo caso el técnico tiene que ser hábil para permitirte descubrir.
En el fútbol hay reglas, hay entrenamientos guionados, pero a la creatividad uno también la encuentra de la mano de la libertad. Y ahí es donde el entrenador se tiene que poner a pensar. Hay mucha metodología pero pocos entrenadores que puedan ayudar al jugador a perfeccionar lo que tiene mediante el juego, porque el juego es el puente de comunicación que tenemos nosotros para aprender. El entrenador te tiene que acercar al juego. A veces están muy estructurados en la metodología y me parece que no le permiten volar al jugador.
¿Esto es algo que veías en aquel momento o lo ves ahora, treinta años después, en tu rol de periodista?
No, ahora lo puedo valorar y puedo agradecer también a quienes me formaron, no digo que de una forma silvestre pero sí que me dejaban ciertas libertades. Me daban tres o cuatro tips para jugar y me ponían énfasis en esos tips. Por ejemplo, tocá en la mitad de la cancha, no te engolosines con la pelota, no te hagas pegar patadas ahí, perfilate cuando recibís, cosas un poco más sencillas que las que hoy se aplican en el fútbol.
Debutaste en 1987 y te retiraste en 2005. En ese lapso de tiempo el fútbol cambió muchísimo, por ejemplo, el arquero no la puede tomar con la mano si un compañero le da un pase. Es otro deporte.
A mí no me gusta hablar de fútbol moderno porque creo que siguen sucediendo las mismas cosas que hace cien años: se ven goles de córner, se ven goles ingenuos, jugadores que se equivocan. Pero sí creo que hay un antes y un después de Guardiola. El fútbol no se percibe igual que antes de Guardiola, era mucho más simple, incluso cambió el lenguaje.
Nosotros no hablábamos de superioridad posicional, superioridad numérica o, como te decía antes, no había una planificación de los ataques. Ahora sí. Creo que la gran revolución de Guardiola afecta también a los chicos de abajo; en un partido de chicos de ocho años vos ves que intentan salir jugando, triangular, superar la presión con un pase.
Eso lo generó Guardiola, para mí ha tenido un impacto muy grande, nunca hubo una revolución así en el fútbol. Nunca. La última gran revolución había sido la de Arrigo Sacchi de adelantar la defensa, achicar el espacio y tener una presión agobiante sobre la pelota, pero ahora también afecta al jugador.
El jugador evoluciona. El arquero tiene que manejar mejor la pelota, el delantero tiene que saber dónde presionar, el lateral tiene que saber darle un pase a un compañero y ubicarse. Se diversificó la revolución, no quedó sólo en la táctica. El jugador creció, tuvo que evolucionar. Y un eslabón que esté fuera de su lugar desengancha toda la cadena.
Estuviste en Alemania en la Eurocopa como comentarista pero me imagino que habrás visto también los partidos de la Copa América, ¿qué te parece la selección argentina?
Creo que lo mejor que puede hacer Argentina es volver a sus raíces, a sus fuentes, a sus bases. Lo dice el propio Scaloni, que quiso implementar algo y después se dio cuenta de que los jugadores funcionaban alrededor de la pelota a través de pases, de encontrarse y aprovechar las habilidades a favor de jugar entre todos. La jugadas parece que se dieran naturalmente, que se van logrando por la enorme capacidad de los jugadores, con pautas claras para jugar, obviamente.
¿Y el nivel del torneo local argentino?
Hay algo en nuestra idiosincrasia, en nuestra urgencia, que hace que el resultado sea desesperante. Los jugadores en el fútbol argentino juegan con una urgencia como si de eso dependiera la vida de un club y eso no siempre está bien canalizado. Si bien al jugador argentino eso lo vuelve un sobreviviente con más carácter y que aguanta todo, con un amor propio muy buscado en otros lados, de pronto están saliendo jugadores muy atropellados porque el juego es así, muy de urgencia, de precipitación, de no saber para dónde correr, de creer que correr soluciona todo.
Y también está la interacción de la gente. Si en el fútbol argentino perdés dos partidos, en el peor de los casos te va a buscar la barra brava [ultras], pero en el mejor de los casos recibís el repudio inmediato en la cancha, que no es simplemente que te silban, es un repudio muy agresivo. Entonces el jugador se atolondra y no sabe qué hacer. Por eso huyen muchos, porque cuando uno encuentra un entorno más pacífico y estás más sereno para ejecutar, jugás mejor.
A mí me llaman la atención los hinchas que se jactan cuando un jugador no rinde en su club y sí en otro quizás más chico, con menos presiones. Como si inflaran el pecho y dijeran «nuestro club no es para cualquiera, miren qué exigentes somos».
Todos los equipos son exigentes, por supuesto que hay diferentes niveles, pero hay que jugar bien. Hay que jugar bien. Es cierto que también hay niveles de intolerancia que en algunos casos los impone el público y en otros, la prensa. Por ejemplo, en Boca es abrumadora. Si el futbolista no tiene la capacidad para saber aguantar y creer en él, se lo devora el entorno. Te devora.
Muchas veces yo sentí que me tenía que hacer fuerte para que no me devorara el entorno. Sentís que se te vienen encima tus propias expectativas, porque el primero que tiene muchas expectativas es el propio jugador, y no es fácil lidiar con las decepciones. A veces hay que estar al margen para preservar la salud anímica, la salud psicológica. Hay que estar al margen.
Yo lo digo desde ahora, pero en ese momento también me he preservado bastante, vivía en mi mundo, me armaba mi propio escudo de protección. Eso hay que cuidarlo porque a veces perdés sensibilidad y te puede pasar lo que me pasó a mí, que el elogio y la crítica me daban exactamente igual.
Porque hay elogios y hay críticas que uno tiene que saber tomarlas: el elogio de alguien que verdaderamente te admira y la crítica de un periodista que está juzgando lo que haces y lo hace con mucha sabiduría, con mucho conocimiento y sin maldad, sin pasar la línea del respeto. Cuando uno se cierra a eso, perdés el contacto con los demás.
Retomemos tus comienzos en Boca. El que te hace debutar es el Toto Lorenzo, un técnico que ya había sido campeón de la Libertadores y la Intercontinental, un histórico que también tuvo recorrido internacional pero que ya estaba sobre el final de su carrera. Él te pone en primera, debutás con un gol y después no volvés a jugar.
Lorenzo me protegió. Boca era un caos, una época donde no había ninguna posibilidad de que un jugador como yo se afianzara en Primera División. Había mucha histeria, la gente estaba muy renegada del equipo. Dentro de ese caos, entre los mismos jugadores no había unión, no había estabilidad, no estaba ese compromiso general que se da en los equipos de fútbol cuando se unen por un bien común. En esas épocas de caos era todo «sálvese quien pueda». En ese contexto entré yo y hacía lo que podía; el técnico lo percibió muy bien y creo que me cuidó mucho.
¿Con qué técnico te pudiste ir asentando en Primera División?
Con José Pastoriza primero y con Carlos Aimar después. A Pastoriza le gané una pulseada. Yo venía jugando bien en los entrenamientos pero él había traído a Walter Perazzo, a Alejandro Barberón, a Claudio Marangoni, cuatro o cinco refuerzos de mucha jerarquía. Y muchas veces quise claudicar, quise dejar. Claro, desde ese día en que debuté con Lorenzo hasta que me consolidé, mi vida futbolística fue con muchos altibajos.
A veces me citaban, a veces no, la rompía en el entrenamiento pero el domingo no estaba en la nómina, entonces me dije que tal vez era el momento de dejar todo. Había veinticinco jugadores y esperar toda la rueda era largo. Pero los planteles también estaban conformados por grandes líderes y eso me ayudó mucho.
Tuve la suerte de tener tres o cuatro compañeros más experimentados que me decían «tranquilo, Dieguito, no te frustres, seguí así y vas a ver que vas a triunfar, tenés todas las condiciones, dale para adelante». Uno de esos fue Adrián Domenech, que me guío y me empujó para que no renuncie a lo que quería, que no tirara la toalla.
¿Y ahí los hinchas de Boca te apoyaban?
Sí. Sí, porque había mucha ilusión, mucha expectativa conmigo, había salido un jugador de inferiores que era hábil, que prometía mucho. Siempre el talentoso es considerado un poco frágil y enseguida es el culpable cuando las cosas no funcionan, pero ellos enseguida notaron que yo en los entrenamientos aguantaba las patadas, que en los partidos pedía la pelota, que era un poco ególatra -que es un combustible fundamental-, que tenía la vanidad del artista que quiere que las cosas le salgan bien por el solo hecho de que le salgan bien, no solamente para hacer goles. Tenía eso adentro, ese fuego sagrado adentro. Los hinchas veían que tenía carácter.
La historia del fútbol está llena de casos de jugadores talentosos que arrancaron siendo muy queridos por los hinchas pero luego los empezaron a hostigar si las cosas no les salían bien, como si a los habilidosos siempre se les exigiera más.
Sí, y sobre todo como se entendía el fútbol antes, donde la creatividad no era como ahora, que es colectiva, que está planificada, que todo está atado. Antes los roles estaban muy marcados, vos tenías que crear, vos tenías que defender, y si el equipo no jugaba bien, la culpa era del creativo, se me señalaba a mí.
Pero después empecé a entender que mi habilidad tenía que servir para ganar partidos, lo fui entendiendo un poco a los golpes y un poco por la madurez. Cuando te digo «a los golpes» es porque me pegaban mucho, realmente me pegaban mucho. Era una época muy salvaje del fútbol, el reglamento para el árbitro era muy flexible (se ríe). Verdaderamente era muy áspero el fútbol, pero bueno… pude sobrevivir.
Estuve revisando mi colección de revistas El Gráfico y busqué los números de 1990. Hay una entrevista que le hacen a Carlos Bilardo en la gira previa al mundial de Italia, cuando todavía le faltaba completar un par de nombres para la lista definitiva de la selección argentina, y los periodistas le van preguntando por las chances de algunos jugadores. Le nombran a Gabriel Calderón, a Pedro Pasculli, al Beto Márcico, a Juan Gilberto Funes, a Pipo Gorosito, y Bilardo va diciendo «no» o «lo estamos viendo». En un momento le preguntan por vos y dice «no», ¿te ilusionaste alguna vez con jugar el mundial 90?
No, no me ilusioné. Nunca llegué a ilusionarme porque ni siquiera había sido convocado ni estuve en una lista previa. Sí recuerdo que alguna vez se me mencionó, pero era muy pibito yo. Además, en ese momento no me sentía el jugador que sí me sentí al año siguiente.
De hecho, en 1991, cuando empezó el ciclo de Alfio Basile, sí arrancaste como titular y siendo una de las figuras principales, sin todavía haber explotado en Boca.
Venía de tener un buen torneo, había metido ocho goles pero todavía no era el que fui unos meses después. De todos modos, lo que me ocurrió en la selección -sobre todo en la Copa América [se jugó en Chile en julio de 1991 y Argentina fue campeón]- es que yo en Boca jugaba de delantero y Basile, en su organización, concebía tres volantes, un enganche y dos delanteros. Y a mí me ponía de enganche, pero yo no era enganche.
Claro, en esto de clasificar a los jugadores, es muy fácil confundir al hábil con el tipo que tiene una capacidad estratégica del juego. Yo creo que me quiso hacer hueco en el equipo y me ponía de enganche porque encima los dos delanteros eran Caniggia y Batistuta, entonces el hueco que quedaba para mí era jugar de enganche, pero yo en Boca jugaba de delantero al lado de Bati.
En febrero de ese año jugaste un partido que debe haber sido clave en tu carrera: un clásico en la Bombonera contra River por Copa Libertadores que perdían 3 a 1 y lo terminaron ganando 4 a 3 con un golazo tuyo de tijera a los 43 minutos del segundo tiempo.
Sí, ese partido quedó marcado. Quedó muy marcado para mí y para todos los hinchas, porque los hinchas quieren que juegues bien los partidos más valiosos. Yo a eso lo tenía claro y me llevaba muy bien con ese factor, de una forma muy natural, un poco porque ya lo venía sintiendo desde las divisiones inferiores, quizás los jugadores que llegaban de afuera sí se podían ver más abrumados frente a eso.
El mundo Boca es muy particular, estás con el ojo del Gran Hermano todo el día encima tuyo. En Boca siempre tenés que jugar bien, no te podés esconder, no hay partidos fáciles, ni siquiera contra los rivales más débiles, la exigencia es suprema. No sólo te lo exige el peso de la camiseta, te lo exige la propia dinámica interna. Recuerdo que a veces jugaba mal dos partidos seguidos y ya empezaba a tener pensamientos malos y a preguntarme cuándo me sacaba el técnico. Esa exigencia es brutal, es diaria.
¿Para un jugador de fútbol es más importante la fortaleza mental o el talento?
La mente lo que hace es que el talento se pueda expresar siempre, en cualquier circunstancia. La fortaleza mental de creer en vos, de creer en lo que hacés, de intentar imponerlo, pero sin cualidades no se puede jugar. No es solamente la cabeza, sin condiciones no se puede, o sí pero siendo un jugador más.
Generalmente, el jugador mediocre tiene una buena cabeza porque tiene que hacer siempre lo mismo durante todo el tiempo, el talentoso no. ¿Por qué? Porque vive mucho de la inspiración. La inspiración, como decía el Flaco Menotti, es como una paloma que se posa arriba de tu hombro; y no siempre pasa eso, no siempre estás así, lúcido, inspirado. Entonces es más difícil porque el talentoso está preparado para no hacer cosas comunes, para no hacer cosas básicas.
¿Cómo te definirías como jugador?
Como delantero. Era delantero, un segundo delantero.
¿Y si tuvieras que pensar en un jugador de esta época?
Podría ser el Kun Agüero, ese tipo de jugadores que también pueden pisar zonas de elaboración del juego. Pero es un «toco y me voy», una gambeta y descargar enseguida, a mí me gustaba jugar para que me encuentre la pelota en los últimos treinta metros. Yo tenía mucho talento para la definición dentro del área, todo mi surtido de amagues y de engaños lo utilizaba dentro del área.
Hay un video en YouTube con todos tus goles en Boca y efectivamente ahí se comprueba que esto que decís es cierto. ¿Ves esos videos, te interesan?
A veces sí, porque mi vida está dividida como en fases y una de las fases es la de ser jugador de fútbol. Cuando quiero recordarla, reviso algunos videos que me llegan y los miro, pero un poco despegado emocionalmente. Yo sigo sintiéndome jugador de fútbol pero no siento lo mismo ahora que lo que sentía cuando jugaba. Y cuando veo las imágenes digo «cómo pude hacer esto», «cómo hice ese gol», «cómo puede soportar casi veinte años jugando en diferentes países», «cómo pude resolver en un partido así».
Qué inconsciencia que tiene el jugador de fútbol, ¿no? Realmente hay que ser muy inconsciente para jugar al fútbol, hay que tener un punto de locura. Estás entrenado para ser un tipo fuerte, eso se va adquiriendo de a poco, pero si vos te pones a pensar en todo lo que podés influir en un tipo -con la pasión que va la gente a la cancha y lo que significa un equipo de fútbol-, es realmente muy difícil de sobrellevar.
Tiene consecuencias lo que hacés adentro de la cancha: podés hacer feliz a alguien o ponerlo triste. Pero triste y feliz de verdad, no como metáfora: el tipo está feliz porque su equipo ganó. Es fuerte eso para un jugador de fútbol,
¿Te parece que antes se daba de la misma manera que ahora, o ahora está más exacerbado?
Yo creo que el jugador de fútbol se fue adaptando a una industria, a un negocio, la industria del entretenimiento, la televisión, las redes sociales. El negocio del fútbol llegó y saqueó todo. A muchos jugadores de fútbol les saqueó la pasión por el juego, necesitan más cariño económico que cariño deportivo o afectivo, ¿no? Te va saqueando mucho y yo los entiendo porque son chicos que vienen de barrios de mucha pobreza, de familias de una vida muy dura.
Porque, además, está todo preparado para la confusión, te hacen sentir culpable por errar un gol o perder un partido. El periodista se arroga el derecho de estar más triste que el propio jugador de fútbol, que es el que está ejecutando.
Y a su vez, del otro lado te dicen que el jugador no siente los colores, que lo único que le interesa es ganar plata, como que el jugador no siente nada. Yo creo que todos fuimos transformando esto que era una gran pasión de chiquitos… Si me preguntás cuánta diferencia hay entre el Diego que iba a jugar al fútbol a la plaza y el Diego que jugó al fútbol profesional, en el medio está todo para pervertir la pasión.
A la pasión te la van pervirtiendo todos, ya desde el medio que es ultracompetitivo, más toda la responsabilidad que tenés. ¿La contraprestación es ganar mucha plata? Sí, nosotros, los que fuimos privilegiados, pero el lateral derecho de Atlanta no sé. Los medios también te confunden en ese aspecto, te crean la sensación de que todos los jugadores son millonarios y no es así. Hay millones de jugadores y yo creo que menos de un 10 por ciento puede vivir del fútbol. Menos, mucho menos.
Antes hablábamos de tu paso por la selección argentina y vos decías que habías perdido la titularidad en la Copa América de 1991, pero hubo otro torneo que pudo haber marcado un despegue tuyo y que terminó mal: el preolímpìco para clasificar a Barcelona 1992. Eras el capitán de un equipo con muchas figuras, estaban Diego Simeone, Mauricio Pochettino, Eduardo Berizzo, el arquero Carlos Roa.
Sí, es verdad, no me fue bien, no tuve una buena experiencia. Creo que había muchos caciques. Teníamos 21 o 22 años y me parece que nosotros siempre estábamos protegidos por los grandes, pero ahí, en esa sub 23, los líderes éramos nosotros. Yo hago mi balance y sí, me siento responsable.
Creo que quizás subestimamos el torneo, que creíamos que lo íbamos a ganar con los nombres, que estábamos por encima de la competencia. Aparte yo en ese momento estaba de novio con la hija del presidente [Zulemita, hija de Carlos Saúl Menem, presidente argentino entre 1989 y 1999], tenía un costado personal un poco convulso y me parece que me faltó meterme más de lleno, involucrarme más. Como que esa fue una etapa de frivolización mía en ese aspecto, me frivolicé un poquito y no atendí lo que realmente era mi pasión, que era el fútbol.
Y quizás sorprendió porque no eras una persona de perfil alto.
No, no. Mis padres me bajaban los humos enseguida. Unos años antes yo tuve una época en la que empecé a salir mucho, a aprovechar los coletazos de la fama, y mis viejos enseguida me agarraron y me dijeron que no podía salir más y a la semana ya estaba encarrilado.
¿Cómo fue esa experiencia con la hija de Menem?
Ella, muy bien. Pero en lo personal, mi relación con el fútbol se dispersó un poco. Yo vivía para entrenar, para jugar, y creo que ahí me dispersé un poquito. No fue positivo. Eso lo reconozco ahora y lo reconocí en su momento.
Pienso que también te debe haber expuesto ante los hinchas rivales, habrá empezado a aparecer el insulto fácil, la burla.
¡Claro, era un blanco perfecto! No por ser jugador de fútbol sino por mi vida afuera. Igual, yo era bastante bravo adentro de la cancha, era muy efusivo gritando los goles y demás, pero me parece que eso no cayó bien y me agregó todavía más mochila a la que tenía ¿no? Para ser el 10 de Boca, o el 11 de Boca, durante tantos años como lo fui yo… hay que estar, hay que estar… Hay que tener una mente muy entrenada, muy especial, y yo la tuve
Ahora que decís lo de gritar goles con efusividad, me acuerdo de uno que le metés en Chile a Colo Colo por la semifinal de la Copa Libertadores 1991.
Bueno, sí. Pero creo que ese fue entendible. Remontándome a la época, yo creo que hasta lo volvería a gritar así, ¡y mirá que me arrepiento de muchas cosas que hice! Pero ese partido realmente fue algo inusual: fue una guerra dentro de la cancha.
Alcanza con buscar en Google: «Batalla de Macul». El técnico de ustedes, Oscar Tabarez, terminó con un corte en la cara y al arquero Navarro Montoya lo mordió un perro de los carabineros chilenos.
Había hinchas de Colo Colo adentro de la cancha caracterizados de fotógrafos, de periodistas, y durante el partido te empujaban. Estaba todo predispuesto para la violencia, fue una locura desde que pisamos el aeropuerto. No se tendría que haber jugado ese partido, fue un bochorno. No sé cómo lo permitieron las autoridades de la Conmebol, incluso los dirigentes de Boca no lo tendrían que haber permitido.
Metiste un gol que hubiera llevado el partido a definición por penales, pero después Colo Colo hizo otro. En todo caso, si te tenés que arrepentir de algo es de haberlo gritado así y que no sirviera para ganar.
¡Claro! (se ríe)
Me quedé pensando en lo que decías sobre esa frivolización que te desconectó unos meses del fútbol, pero también es cierto que a mediados de 1991 tenías todo arreglado para irte a jugar a Fiorentina y al final lo terminaron llevando a Batistuta, que tuvo una explosión tremenda, y vos te tuviste que quedar un año más en Boca, ¿lo viviste como una frustración?
Sí, viví muchas decepciones. Yo tenía un precontrato, un acuerdo, y el director deportivo de la Fiorentina había enviado a un tipo a Buenos Aires que estuvo dos meses conmigo, estudiando cada movimiento mío, dónde salía, como jugaba.
Incluso hubo una cosa muy jocosa, que parece hasta ridícula en este momento pero que sucedió. El tipo quería que en mi primer año en la Fiorentina hiciera muchos goles, pero rápidamente observó que yo en Boca no pateaba tiros libres ni penales. Y él quería que yo le vaya a hablar a Tabárez para patear los tiros libres y los penales o sea, fijate vos, ¡un emisario italiano me dice a mí que yo le sugiera al técnico de ir a patear los tiros libres, pasando por encima de mis compañeros!
A ese nivel se manejaba el fútbol italiano, tenían redes en todos lados y era la meca del fútbol mundial. En Italia estaban los mejores jugadores y el tipo tenía la responsabilidad de que yo triunfara, entonces quería que haciera una cuota de 15 o 20 goles por año, y muchos de los goles que se hacían en Italia eran de penal o tiro libre, porque era un fútbol muy riguroso, muy táctico.
Además, yo iba a ir de reemplazante de Baggio, que metía muchos goles de tiro libre y de penal, y él quería que yo lo emulara en algún momento. Pero yo no pateaba penales ni tiros libres en Boca, yo hacía los goles de jugada.
Tenés más de setenta goles y creo que ninguno de penal, o muy poquitos.
En Boca debo tener uno o dos. Y de tiro libre ninguno.
Finalmente terminás yendo a Fiorentina al año siguiente, pero en una situación totalmente distinta y con un hecho inesperado en el medio.
A mí, deciden dejarme un año más acá porque justo se accidenta el 9 de Fiorentina, que se llamaba Borgonovo, y entonces lo llevan a Bati, que además había explotado en la Copa América. La temporada 91/92 me quedé en Boca y me puede reinventar, salí goleador del campeonato argentino y me fui a mitad del 92, pero ahí ya estaba todo muy enredado. Y encima lo meten preso a Aloisio por evasión de impuestos.
Claro, a vos y a Batistuta los lleva el representante Settimio Aloisio a Italia. ¿Cómo siguió la situación? ¿Qué hiciste después de que lo metieran preso?
Adelante mío lo metieron preso. Estábamos en un hotel, llegaron los carabinieri y se lo llevaron preso a Verona. Y yo me quedé sin contrato, quedó sin efecto. Fue todo un delirio. En la Fiorentina no quisieron hacerse cargo de mí y me quedé como tres meses parado hasta que Bati pudo hacer una pequeña gestión para que me dejaran entrenar.
Se apiadaron de mí y pude entrenar. Me hicieron un contrato muy bajo, de jugador de Tercera División. ¡Imaginate, había sido elegido el mejor jugador del fútbol argentino seis meses antes! Porque todos recuerdan el campeonato de 1991, cuando jugaba con Bati, pero mis mejores seis meses, a nivel personal, fueron los últimos.
No pude jugar los cuatro partidos finales porque me desgarré, pero fueron mis mejores seis meses en Argentina, anduve muy bien. Salí goleador del torneo aunque no pudimos ganar el campeonato.
Bueno, la experiencia de Italia la saltamos porque resultó fallida y jugaste dos partidos nada más, pero en 1993 llegás al Tenerife y ahí la suerte cambia.
Ni sabía qué era Tenerife. Sólo sabía que estaban Valdano y Ángel Cappa, a quien yo había tenido en Boca cuando fue ayudante de Menotti en 1987. De hecho Cappa fue uno de los que me promovió para subir al plantel de Primera División, después se va Menotti y bajé a Tercera de nuevo, esa era una época de mucho vaivenes…
Y bueno, en el 93 yo estaba entrenándome en la Fiorentina, a veces iba al banco, a veces ni me convocaban; en Europa en ese momento se permitían tres jugadores extranjeros nada más, no es como empezó a suceder después del 96 con la Ley Bosman. Y ahí Cappa me llama para ir a Tenerife.
¿Cómo fueron los primeros tiempos?
Fueron duros. El Tenerife me compra pero yo venía sin mucho ritmo, con poca actividad, además faltaban pocos partidos para terminar la temporada y de titular jugaba un chico que se llamaba Quique Estebaranz.
Había muy buen equipo. La adaptación fue lenta porque vivir en una isla no es fácil, yo era un bicho urbano y me sentía encerrado al principio, con ese síndrome del encierro. Después me acostumbré, pero al principio fueron seis o siete meses en los que no me hallaba en Tenerife. Hasta que después anduve bárbaro y la rompí.
En Tenerife recuperás tu nivel pero sin embargo ya no volvés a la selección.
No, no vuelvo a la selección. Creo que no seguían mucho la pista nuestra, de los jugadores que estábamos en Europa, además el Tenerife era un equipo modesto por más que hiciéramos buenas campañas.
Me parece que yo ya había perdido un poco la chance con Basile, aunque después, en el año 94, el tema de volver a la selección tomó forma de nuevo. Basile vino a verme en un partido con el Real Madrid en el Bernabéu, en el que hice dos goles, pero no me citó. ¡Yo estaba impecable, mi mejor momento en Europa!
Y así como te dije antes que en el 90 no estaba para ir al mundial, creo que en el 94 sí. Ahí sí me sentí para jugar. Sentí que podía integrar la lista. Estaba muy bien y era de los pocos jugadores argentinos en Europa que estaba bien en ese momento.
Te escuché decir una vez que Maradona tuvo algo que ver con eso, ¿puede ser?
Sí. No me gusta hablar de quienes no están pero sí, a mí me dijeron que sí, que él prefería a Ariel Ortega.
Pero eso es algo que después, cuando fuiste compañero de Maradona en Boca en 1996, tuviste que confrontarlo con él.
Lo tuve que confrontar porque hice una declaraciones de que yo era el Diego bueno y él el malo, pero no dentro de la cancha sino fuera, como diciendo «yo no haría esas cosas, por qué me sacaste del Mundial», porque me lo dijeron de buena fuente, no es que me lo dijo un vecino que pasó, me lo dijo un compañero que lo tenía confirmado. Pero bueno, ya está… Después fui a la casa y nos reconciliamos, Diego me la hizo muy fácil porque era un crack.
¿Y te quedó como asignatura pendiente jugar un Mundial?
Sí, me quedó esa gran ilusión. Me parece que el 94 estaba justo, estaba bárbaro, radiante. Le había hecho tres goles al Real Madrid y tuve un año espectacular. Espectacular de verdad.
En la transmisión de la final de la Champions con el Borussia Dortmund contaste que tuviste la chance de ir a jugar al Real Madrid cuando Valdano llegó como entrenador, ¿cómo fue?
Claro, Valdano me quiso llevar, pero justo Esnáider volvió del préstamo de Zaragoza porque se peleó con Víctor Fernández, con el técnico. Se pelearon a trompadas y se tuvo que ir de Zaragoza, entonces el Real Madrid lo incorporó de nuevo y lo mío se frustró. Pero creo que jugué mejor ese año en Tenerife que cualquier año mío en Boca.
En Argentina casi ni se veían los partidos de Tenerife, no llegaban.
No, solamente se veían los resultados en el diario y los nombres de los que hacían los goles, ni siquiera había imágenes.
¿Qué pasó en la temporada siguiente?
Después me caí un poco. Tenía esa gran esperanza de ir al Real Madrid y no se dio. Encima a Tenerife vino un técnico como Cantatore, que era muy defensivo, ¡pasamos de Valdano a Cantatore! Después vino Heynckes, que trajo a jugadores que él conocía y ahí me voy a Salamanca.
Creo que me equivoqué, tenía que haber esperado un año más, aunque me encontré con Juanma Lillo, eso fue lo mejor. Pero me tenía que haber quedado un año más en Tenerife y terminar con el pase en mi poder. Creo que ahí me agarró la ansiedad de querer jugar.
En tu experiencia personal se puede ver el cambio total que hubo en el fútbol a partir de la Ley Bosman, porque en ese momento no se te dio lo del Real Madrid pero podrías haber ido a cualquier otro equipo importante.
A cualquier otro equipo, pero a cualquier otro equipo en serio. De hecho, me querían tres clubes italianos.
¿Y hoy te lamentás por eso?
Sí, porque tuve mi época de esplendor. De hecho una vez que jugamos contra el Barcelona, Guardiola me hizo marca hombre a hombre por instrucción de Cruyff. Me marcaron a mí y lo marcaron a Redondo. Ese año yo era -y lo digo modestamente- unos de los mejores jugadores del fútbol español. Y me querían varios equipos, estaba ahí lo del Real Madrid… Pero bueno, no se dio y después me caí.
Porque además, como te decía antes, Cantatore era radicalmente opuesto a Valdano. Con Valdano salíamos a ganar en todas las canchas, en cambio con Cantatore el equipo era más conservador, más especulativo, más cauteloso, más apegado a lo táctico. Pero a lo táctico para defender, no como ahora que la táctica se emplea para jugar mejor, para la creatividad de los equipos, para fabricar espacios, para inventar lo que no hay, que fue el gran cambio de Guardiola en el fútbol.
Antes la táctica era una ayuda para defender mejor -los movimientos, las coberturas, los desplazamientos defensivos- y la creatividad estaba un poco librada a la impronta del jugador. Hoy la táctica es también un aliado de los jugadores ofensivos, todo está relacionado; hay un orden que abarca todo, abarca la primera fase de salir jugando, la elaboración y el ataque.
Todo está relacionado. Y antes no, no era así. Era agarrar la pelota y ver qué te sale, a ver qué sucede, si la agarras y tenés un buen día, por ahí ganás el partido.
¿Hoy la táctica favorece a los habilidosos?
Hay gente que ya se está pasando del otro lado, que con la táctica te limitan un espacio, que no te liberan el instinto que tenés adentro, que te reprimen un poco, a veces pareciera que están todo el partido esperando que salga la jugada ensayada.
Parece que está todo tan digitado que si vos no te movéss en relación a lo que hizo tu anterior compañero, es como si no formaras parte de un circuito. Y eso hay que saber hacerlo. Y no hay que hacerlo de memoria. El fútbol no tiene mucho que ver con la memoria ni con lo preestablecido. Es como decía Dante Panzeri, en el fútbol es mucho más lo que sale sin pensar que lo que uno tiene pensado de antemano.
Con ese criterio, ¿qué equipo te deslumbra hoy?
¡El Manchester City, ni hablar! El que más me gusta es el Manchester City, el Arsenal también. Son tan buenos los entrenadores que se basan en lo estructurado, en lo preestablecido, parece que son equipos de ajedrez, pero da la sensación que en ese ajedrez siempre tienen la posibilidad de hacer algún retoque, alguna innovación, conjugan muy bien la flexibilidad que necesita un jugador con las estructuras para que el piso esté firme.
En el mundo del periodismo, de la comunicación, ¿te trataron mejor o peor que en el mundo del fútbol?
Hay un poco de rivalidad entre los periodistas y los deportistas. Son campos diferentes. A veces el deportista cree que el periodista es mala leche y el periodista piensa que le vamos a sacar el lugar y que somos ignorantes. En lugar de entender que tal vez el jugador de fútbol, en muchos casos, no tuvo el privilegio de educarse porque viene una realidad totalmente diferente a la del periodista, que sí tuvo el privilegio de estudiar y accedió a una formación intelectual que, en el 80 por ciento de los casos, el jugador no tuvo.
Hay veces en que eso se utiliza en forma peyorativa, o te dicen «ignorante» o te dicen «filósofo». «Filósofo» sería como la contracara de «ignorante», y te lo dicen peyorativamente: «¿a qué venís vos acá, a enseñarnos?». No sirve generalizar pero hay algunos periodistas que se sienten los dueños de la verdad, los dueños de la opinión, los dueños del saber, y es como que relativizan un poco la experiencia.
«La experiencia es algo que yo puedo disimular”, te dicen, «no jugué pero yo puedo disimular la experiencia”. Pero la experiencia es un valor muy importante, por supuesto si uno la sabe traducir y la puede poner en palabras. Yo tuve el privilegio de formarme, entonces pude subirme rápidamente arriba los medios de comunicación.
No fue fácil porque también es un arte, pero yo me preparé mucho, de forma silenciosa, estudié, contraté una profesora de filosofía durante tres años para que me ayudara a abrir mi cabeza, no lo estoy subestimando. Pero bueno, fue un proceso y la verdad que no me arrepiento. La comunicación no es una pasión como el fútbol, no te puedo mentir, no es una gran pasión, pero sí la empecé a querer, la fui adoptando y estoy a gusto con lo que hago.
Hablaste de la experiencia y recordé lo que dijo una vez Menotti: «Hay algunos que analizan con una soberbia que no se condice con su condición de periodista. ‘Yo el penal lo hubiese tirado así’. Nooooo, vos no lo hubieses tirado ni lo vas a tirar porque nunca vas a entrar a la cancha a jugar 11 contra 11. No vas a jugar nunca. Entonces aprendé a escuchar, sé prudente. Esto no quiere decir que seas obsecuente, pero sé prudente. Hay mucha imprudencia en el periodismo».
Por suerte el fútbol argentino volvió a escuchar a Menotti en los últimos años. Tarde. Tarde, pero volvimos a ponerlo al Flaco Menotti en el lugar que se merecía, después de haber sido tan ignorado, tan subestimado, tan ridiculizado a veces. Y la verdad es que puedo decir que murió en paz, murió siendo reconocido por una gran parte de la sociedad. Una admiración eterna a Menotti.
¿Qué opinaría el Latorre comentarista del Latorre jugador?
Me gustaría. Me gustaría porque yo era un jugador de apariciones. Cuando esas apariciones se transforman en lagunas, o cuando en un partido uno no aparece en toda su dimensión, por ahí uno lo podría tildar de frío, desinteresado, desapegado o que no se esfuerza lo suficiente. Todas esas críticas se las hacemos nosotros a los jugadores, aunque son cosas que no son ciertas porque cada jugador tiene sus virtudes, sus defectos, su manera de ser, su manera de expresarse dentro de la cancha.
Pero yo era un jugador que definía partidos, entonces le cerraba la boca al comentarista en cualquier momento (se ríe). Por eso yo siempre tengo mucho cuidado con esos jugadores. Aparte, siempre trato de interpretar la naturaleza de cada jugador, porque cada jugador es singular y diferente a otro. Yo sé que hay jugadores que te van a ganar los partidos que quizás son un poco más reacios al esfuerzo, que no tienen esa continuidad, y después hay otros que sí.
Pero exigirle brillantez al que es continuo y exigirle un esfuerzo desmedido al que es notable, al que te gana los partidos, es como no entender. Obviamente, hay algo que es el compromiso, que todos tenemos que colaborar para jugar. Y jugar bien comprende también recuperar la pelota y presionar, sobre todo hoy, que hay una demanda en relación a eso.
Decías que una deuda pendiente en tu carrera fue jugar un Mundial, ¿te quedó alguna otra?
Algún arrepentimiento… El gesto que le hice a la hinchada de Boca… [jugando para Racing, en 1999 le hizo un gol a Boca en un partido amistoso y lo celebró tapándose la nariz] Lo menciono yo porque, después de haberlo pasado por la razón, ya lo puedo hablar. Creo que volvería atrás y no lo haría. Pero bueno, son locuras que uno hace… Ahora ya está. Y yo ya les pedí disculpas a los hinchas, ya les pedí disculpas y son disculpas genuinas, no son disculpas de alguien que quiere quedar bien.
Y ahora cuando vas a la Bombonera como comentarista, ¿cómo te tratan? ¿Te lo recuerdan?
Es que también yo lo recuerdo. A mí no me interesa borrar ningún capítulo de mi vida, vamos a partir de esa base, porque si no sería un cínico. Creo que en el equipaje entra todo, lo bueno y lo malo. Lo mío es más notorio porque soy público, pero no tengo ninguna aspiración de querer borrar algo de mi vida o negarlo. No lo niego.
Además, estaba en una situación muy particular en ese momento. Estaba muy herido por lo que me pasaba internamente, no con los hinchas sino con la directiva que me quiso sacar. Me enteré de muchos manejos en los últimos meses míos en Boca, yo tenía toda la información, cosas que la gente no sabe.
Pero creo que es un desgaste y hasta es casi humillante con uno mismo salir a explicar que sos bueno, eso no lo haría nunca. Obviamente, fui un ser humano que tuvo muchos errores, también muchos aciertos, y fui viviendo la vida como pude. El manual te lo entregan casi en el final, en el medio te faltan capítulos.