Diecisiete años como profesional dan para mucho. La carrera de Lucio Angulo recorre la última década del siglo XX y la primera del XXI casi en su totalidad: ha conocido el triunfo en la selección española, el Real Madrid o el Baskonia, ha conseguido triunfar en su tierra —Zaragoza y Huesca— y no ha tenido problema a la hora de encabezar proyectos más modestos como el del Alicante. Cuando su nombre ya no ocupaba páginas de suplementos deportivos, alargó su carrera cinco años en la LEB con el Cáceres, justo cuando las penurias económicas empezaron a asolar la categoría.
Con todo, Lucio Angulo es mucho más que eso: es un tipo normal. Los deportistas de élite normales y con sentido del humor no abundan. No hay en sus comentarios ni en sus chistes una voluntad especial de llamar la atención, simplemente salen solos, como cuando comparó su propio equipo con una casa de putas en pleno ataque de rabia o publicó en su blog una parodia sobre los árbitros que le costó tantas críticas que tuvo que acabar retirando el artículo.
Diplomado en Magisterio, con varios años de conservatorio a sus espaldas y amante del cine independiente y de los Pixies, Lucio nos cita en una cafetería de Las Tablas, periferia de Madrid, que se sale de lo habitual en la zona: está llena, la decoración es moderna y en el hilo musical suenan éxitos anglosajones de todas las épocas.
Se le ve cómodo, aunque tengamos que cambiar de mesa dos o tres veces por cuestiones de iluminación. Ha pasado una noche complicada con problemas gástricos y está cansado, pero con muchas ganas de contar cosas. Es un torrente de recuerdos y anécdotas, las que marcaron a una generación que no es la de los ya demasiado gastados años ochenta.
Para muchos aficionados, el nombre de Lucio Angulo va ligado a una imagen y a una frase. De la frase hablaremos luego, pero la imagen hay que buscarla en los cuartos de final del Eurobasket 2001 contra Rusia a falta de un minuto, cuando robaste un balón decisivo y mientras corrías hacia el mate ibas haciendo gestos de alegría…
Bueno, levanté el puño. Daba por hecho que la iba a meter, pero si la llego a fallar me matan… Es un poco halagador y triste que te recuerden a veces por pinceladas. Ese Eurobasket para mí fue muy importante porque ya llevaba varios años en los que Lolo Sainz me dejaba fuera en el último momento. Siempre era igual; me decía: «Bueno, Lucio, que sepas que va a haber una concentración, que estoy encantado contigo… pero que vas a ser el descartado. Así que te toca trabajar un mes y medio —porque Lolo era así de distendido— para luego volverte a casa».
Me sentía muy honrado igual, porque sabía que estaba siempre al límite, que había gente de mucha calidad, pero es verdad que en esa por fin entré y el robo aquel se convirtió un poco en el emblema del pase a semifinales, que ahora es lo normal, pero por entonces para la Federación era un éxito.
La maldición de cuartos de final… Además, contra Rusia habíamos perdido en los Juegos Olímpicos del año anterior.
Tuve la suerte de vivir entre la generación de Herreros, Esteller, Nacho Rodríguez, Orenga, Dueñas… y la de 1980, que era una barbaridad, así que Javi [Imbroda, el seleccionador] me pidió que hiciera un poco de enlace, que les explicara de qué iba esto a los chavales… aunque gente como Navarro ya iba muy aprendida. Tenía un estilo puro, era un verso libre, igual que Pau. Con no estropearles, bastaba.
El campeonato tuvo mucho de especial porque fue el primero en el que jugaron juntos Raül López, Juan Carlos Navarro, Pau Gasol y Felipe Reyes.
Rompieron con todo. Antes, en la selección hacías una entrada muy lenta: tenías que pagar un peaje, ir poco a poco, luchar por conseguir un estatus… pero ellos tuvieron claro que su impacto iba a ser brutal e instantáneo. Incluso en el vestuario, a la hora de poner la música: llegaba Navarro y ponía a Estopa y nos teníamos que tirar la tarde escuchando a Estopa. A todo trapo, además [risas].
Javier Imbroda, el seleccionador, te adoraba, decía que eras «el mejor defensor de Europa». ¿Exageraba o no?
Bueno, yo quiero pensar que era verdad [sonríe]. Ahí creo que Javi me echó un quite porque igual yo no era tan popular. Nuestra relación pasó por toda clase de etapas, porque luego coincidimos en el Real Madrid en un momento horrible para el club y las cosas no fueron tan bien, pero en ese momento aquello me dio alas.
Es verdad que se recuerda mucho mi defensa, pero anotaba mucho más de lo que la gente cree. A ver, ha habido picos, pero cuando empecé en Zaragoza tenía partidos de dieciocho o veinte puntos, o al final en Alicante. Yo creo que la gente me recuerda solo por la etapa del Real Madrid, en la que sí era más especialista.
¿Qué más recuerdas de ese Eurobasket?
Pues me acuerdo de que compartía habitación con Pau Gasol porque habíamos tenido un rifirrafe en la final de la ACB de aquel año y Javi no quería problemas, pero luego Pau estaba todo el día con Navarro. De hecho, ha sido la única concentración en la que no han compartido habitación. Eso es algo que me llevo: ¡dormir con Pau Gasol!
Los dos años que jugaste en la selección te sirvieron para jugar contra algunas de las mayores estrellas del siglo XXI, por ejemplo Andréi Kirilenko en aquel partido.
Era un poco del estilo de Pau: muy, muy intenso, de moverse mucho, siempre atento al rebote. No era lento para la altura que tenía, también te cogía los rebotes por detrás. Yo compaginaba entre el escolta y el alero. Normalmente el titular era Paraíso y yo era su sustituto. Muchas veces Imbroda nos ponía a Navarro y a mí juntos para que él anotara y yo hiciera el trabajo más sucio.
Y en semifinales, Peja Stojakovic…
Aquella Yugoslavia era un equipo intratable, pero les plantamos cara. Me acuerdo de que estaba en el autobús pensando: «A ver, estoy en mi mejor momento defensivo y voy a defender a Stojakovic, que es una estrella de la NBA…». Me lo tomé como un reto, estaba totalmente concentrado y luego va el tío y me mete treinta puntos.
Sacaba el balón altísimo en los tiros. Luego, en Indianápolis llegamos a jugar juntos al ping-pong, porque ahí todas las selecciones compartían la misma zona de recreativos, menos Estados Unidos, claro. Allí les ganamos, por cierto, en primera ronda, y eso que ellos acabaron campeones del torneo.
¿Cómo fue lo de jugar en aquel Mundial contra Estados Unidos, a los que por entonces aún se empeñaban en llamar el Dream Team?
Estaban tocados ya. Habían perdido ya dos partidos y se les veía desconectados. Tenían a Paul Pierce, tenían a Ben Wallace, a Reggie Miller… Como anécdota, cuando acabó el partido y después de ganarles, Carlos Jiménez fue a pedirle la camiseta y el tío se la cambió muy educadamente. Ya sabes que en la NBA están a todas. Tenían unos jugadores acojonantes, pero no jugaban como equipo.
¿A quién te tocó defender?
Pues creo que a Reggie Miller. Fue una sensación brutal, sobre todo al principio del partido, que les estás viendo calentar y dices: «Madre mía, qué armarios, qué percha tienen, qué guapos son todos…». Era una gozada estar ahí, en la misma pista. En teoría no íbamos a ganar, pero sí llevábamos la idea de competir y las cosas salieron bien.
¿Te vaciló mucho?
¡Me hubiera encantado! ¡Ojalá Reggie Miller me hubiera insultado! Yo soy muy de apuntar anécdotas y no recuerdo que en aquel partido me dijera nadie nada. No sé, fue un partido muy especial, la prensa nos puso muy bien.
La pena es que en cuartos de final se nos había cruzado Alemania, con Nowitzki. Nos metió cuarenta puntos o por ahí, es que era imparable. Pensábamos: «Joder, si Pau no llega al tiro ese en suspensión hacia atrás, es que no llega nadie», y así se convirtió en una de las grandes superestrellas de la NBA. Al principio fue un poco palo perder contra Alemania con las expectativas que llevábamos, pero luego vimos hasta qué punto Nowitzki marcaba la diferencia.
Ya no volviste a la selección…
Es curioso, porque toma el mando Moncho López y lo primero que me dice es que piensa contar conmigo, que soy un jugador muy útil para la selección… pero no me vuelve a llamar. Es verdad que con Imbroda había entrado un poco «con calzador», porque encajaba perfectamente en su filosofía de equipo.
Moncho prefirió repescar a Herreros, pero, claro, es que dejar a Herreros fuera tuvo que ser muy complicado para Javi. Yo creo que él quería darle más confianza a Navarro y por eso no llevaba a Alberto, para que tuviera más tiros. A la vista está que funcionó bien. El problema, a veces, es que cuesta cerrar ciclos. Yo lo viví con Fernando Arcega en Zaragoza, que me querían dar minutos a mí y se los quitaban a él. Son equipos que giran en torno a un jugador, pero tarde o temprano hay que cerrar el ciclo, y ¿cómo lo haces?
Uno de tus compañeros de selección, Jorge Garbajosa, dice de ti en el libro que escribió con Brotons: «Lucio es un tipo polifacético: lee, escribe, toca la guitarra y el piano». ¿De dónde salió esa vocación de ir más allá del deporte?
Bueno, hay muchos deportistas así, no te creas. Alfonso Reyes, por ejemplo, estaba todo el día estudiando y leyendo, incluso en el vestuario antes de un partido. También se ponía con sus fascículos de historia, que le mandaban cada semana, y él estaba ahí con la toallita y leyendo su fascículo encantado… Con Jorge veíamos películas, le ponía a los Pixies… También hice algo parecido con Raül López.
¿Qué películas veíais?
Eran todo películas independientes. Yo iba mucho al videoclub y a lo mejor cogía una película que no sabía ni de qué iba, pero prefería ver una película independiente a una más comercial. A veces eran un truño y otras veces eran muy buenas.
También me gustaban los clásicos: me compré todas las películas de los hermanos Marx, las primeras de Woody Allen… pero de vez en cuando veíamos alguna producción egipcio-nigeriana por probar [risas]. Por ejemplo, en Cáceres, años más tarde, había un cine en que ponían pelis de autor por un euro y yo iba muy a menudo.
¿Y lo de la música?
Pues es que yo fui al conservatorio de pequeño y estudié solfeo y piano. De hecho, tengo el grado medio de piano. La guitarra la tocaba peor, pero también me gustaba, sí.
[En ese momento, suena en el bar una canción de la Velvet Underground. Lucio inmediatamente la reconoce y dice: «¡El primer grupo de Lou Reed! Esto se lo ponía mucho a Jorge también». De repente, cambia de tema y vuelve a la literatura…]
Estaba acordándome ahora de que el año ese malísimo que tuvimos en el Real Madrid me lo pasé leyendo La náusea, de Sartre. ¡El existencialismo!
Me lo recomendaron varios amigos, pero no lo podía leer, se me atragantaba, y me acuerdo de que le decía a Herreros: «Esto —La náusea— es lo que estoy sintiendo este año, te lo juro. Cuando acabe este libro, todo va a mejorar…», y Alberto decía «Sí, sí», como si nada, pero cada vez que me veía con el libro en las manos me gritaba: «¡Acábate ya esa mierda, estamos perdiendo por esa mierda!», y al final no me lo acabé, tuve que esperar al verano.
¿Cómo compaginabas el conservatorio con todo lo demás?
Pues era una paliza. Me empeñé en acabar el grado medio, que eran cuatro años. El año que acabé cuarto estaba en el Huesca y tenía que practicar un par de horas al día como mínimo. Además, estaba estudiando Magisterio a la vez, así que imagínate la locura, porque esto era como otra carrera…
Me levantaba a las siete de la mañana, pero me lo saqué en Teruel porque me dijeron que ahí era más fácil y me lo saqué por mis cojones. Tenías que tocar tres estudios, uno era de Bach, otro libre… luego he seguido, pero de soslayo.
Tienes en YouTube un vídeo maravilloso con Andrea Pecile…
Es que a mí siempre me ha gustado hacer canciones de coña y en Cáceres tenía más tiempo y a Andrea le conocía de jugar contra él. Era un tío muy divertido, nos llevábamos muy bien… así que, de cachondeo, le escribí una canción, con letra y todo, y se la mandé a ver si le gustaba, para hacer algo juntos, y se animó.
No sé, es que a mí esto del deportista profesional que vive en su burbuja me parece un poco coñazo. Siempre he querido hacer más cosas. Por ejemplo, tenía una idea muy buena para hacer un cortometraje con un amiguete de Zaragoza y lo íbamos a hacer, pero al final se quedó en nada. Los americanos nos llevan años luz de ventaja a la hora de reírse de ellos mismos.
Vamos ya a la frase famosa, más que nada porque me parece que refleja bastante bien tu forma de ser. Aquello de «Si uno hace lo que no sabe, esto es una casa de putas», que soltaste en la temporada 2002/2003, la única en la que el Madrid no ha jugado ni play-offs en toda la historia del club… ¿Puedes decir ya en quién o en qué estabas pensando en ese momento?
A ver, es que los jugadores de baloncesto somos demasiado «correctos» y hay muy poca gente que patine. Yo recuerdo tener encima una frustración enorme y esto era diciembre. Lo curioso es que no cambió nada después. El ambiente estaba enrarecido y aquella frase era una llamada de atención, casi de auxilio, pero no sirvió de nada.
No había buen rollo, se perdió conexión con el entrenador. Lolo Sainz, que estaba de director deportivo, intentaba apagar los fuegos, pero yo creo que tendría que haber habido un cambio radical, no sé si de entrenador o de jugadores, pero radical… y el único cambio que hubo fue traer a Mulaomerovic, que era una bomba de relojería: un jugador muy egoísta, con el que era muy complicado jugar.
Yo quería algo, aunque fuera que me echaran, porque es que las sensaciones eran terribles. Más en un equipo como el Real Madrid, que tiene margen para probar cosas nuevas.
¿Cuántas broncas te echaron por decir eso y además en televisión?
Pues fíjate que hasta Valdano me llamó al orden. Yo tenía muy buena relación con él porque estaba de encargado de la sección de baloncesto, y me dijo: «Lucio, ¿qué ha pasado?». ¿Te acuerdas de aquella canción de Sabina, la de «¿Quién pudiera reír como llora Chavela?», pues ¡quién pudiera animar como echa las broncas Valdano!
Yo salí de ahí encantado. Se ve que estaba acostumbrado a tratar con gente con más «poderío» y tenía mucho tacto. Me vino a decir que entendía el fondo pero que las formas no procedían.
Con todo, llegasteis a la última jornada con opciones de play-offs y solo teníais que ganar en Lleida a un equipo que no se jugaba nada. Perdisteis 85-69. ¿Qué recuerdas de aquel partido en concreto?
Lo tengo un poco como una nube. Es que nadie pensaba que pudiera pasar. El Lleida llegaba muerto, se suponía que nosotros teníamos que salir a por todas… pero no salió nada. Los jugadores estaban muy desconectados, Imbroda intentaba cosas pero no había manera… Mucha gente que no cumplió las expectativas.
Dragan Tarlac, por ejemplo.
Pues sí. A ver, era un fenómeno: buena persona, majo… y jugaba bien, correcto, pero no era lo que se esperaba de él. También influyó la apatía, quizá nos juntamos un equipo apático. Derrick Alston tenía mucha clase pero estaba muy fastidiado con las rodillas; Alfonso Reyes tenía la espalda destrozada, se juntó todo…
Esto no puede servir como excusa, porque éramos el Madrid y el Madrid tiene que ganar siempre, pero no ayudó a cambiar la dinámica. En el Lleida jugaba mi hermano Alberto y, joder, lo celebraron como si hubieran ganado la Copa de Europa. Eso también nos dolió, la verdad.
¿Hasta qué punto influyeron esas declaraciones en tu marcha ese verano del club?
Pues lógicamente no ayudaron, pero creo que fue una cuestión deportiva. El Madrid se tiene que construir para ser competitivo en Europa, no solo en España, y nosotros no cumplimos ni con la parte de España. Había que hacer una limpia completa.
Ese fue tu último partido después de cuatro años en el Madrid. El primero fue en 1999, con un nuevo entrenador, Sergio Scariolo, tu hermano Alberto y jugadores como Djordjevic en la plantilla. Fue un año muy raro, con muchos fichajes extraños como Gnad o Larsen, muchas lesiones, un entrenador cuestionado todo el año… pero acabasteis ganando la liga en el Palau, el día que Nacho Rodríguez casi se lía a tortas con Djordjevic.
Sasha era el rey del marketing. Aparte de ser un jugador extraordinario, sabía montar un buen espectáculo, aprovecharse de la «marca Djordjevic». Él era muy consciente de que era un personaje, aparte de un jugador. Muchas veces me ha chocado que aquella se recuerde como «la liga de Djordjevic» cuando mi hermano Alberto fue el que ganó el MVP con unos partidos espectaculares.
Aquello fue un mérito muy de equipo: Struelens jugó genial, Brent Scott desquició a Dueñas en defensa… No era un equipo muy brillante, pero éramos más guerreros, con gente como el propio Scott, como Galilea, como yo. Se nos cuestionó mucho, por ejemplo, el tener a Djordjevic ya un poco mayor y a Galilea de suplente, que tampoco era un crío. Había mucha gente rebotada de otros equipos…
Y, centrándonos directamente en el quinto partido, ¿cómo fue ganar la liga en una de las canchas más complicadas de Europa?
En el vestuario estábamos con una confianza tremenda, muy tranquilos, convencidos de que se podía sacar adelante. El asunto era competir, llegar al final ajustados y luego ya veríamos. Fue una eliminatoria con mucho «juego de prensa» por parte de los entrenadores.
Aíto tenía su cultura del karate press y Scariolo era igual. Recuerdo entrenamientos con Sergio en los que les decía a sus asistentes: «No pitéis faltas, no pitéis faltas», y ahí nos pegábamos de lo lindo.
Fíjate hasta qué punto era un enfoque físico que cuando estábamos en Vitoria, también con Brent Scott, hubo un entrenamiento en el que Sergio empezó a gritarnos «más duro, más duro» y en un bloqueo Scott pescó a Jorge Fernández, el que luego fue modelo y ahora presenta La ruleta de la fortuna, y le rompió la rodilla. De broma siempre le dice que le debe su carrera en el espectáculo [risas].
¿Qué pasó de verdad entre Scariolo y Herreros? ¿Le echó en el gimnasio delante de todo el mundo como dijo el jugador o fue en un despacho como dijo el entrenador?
Scariolo tenía una visión de equipo… y para mí no estaba desorientada. Tenía su razón de ser, vaya. Recuerdo que estábamos haciendo pesas y nos fue llamando Sergio para ir diciéndonos si contaba con nosotros o no. A mí también me dijo que me tenía que ir, lo que pasa es que yo le dije que tenía contrato en vigor y que me gustaría seguir aunque fuera con pocos minutos, y lo entendí y lo acepté.
Su intención era hacer un barrido total, echar incluso a Herreros, y al final resultó que el que acabó en la calle fue él y Herreros siguió porque pusieron a Lolo Sainz de director deportivo y a Imbroda de entrenador. Fueron unas formas un poco drásticas, pero lo mismo que le hizo a Herreros se lo hizo a mi hermano. Esa era su idea de futuro y tampoco le veo tanto problema.
Aquella fue la primera liga del Madrid desde los tiempos de Sabonis y coincidió con la novena Copa de Europa de la sección de fútbol. ¿Cómo se vivía aquello de jugar entre gritos de «Sí, sí, sí, nos vamos a París» en el viejo Saporta? ¿Descentraba mucho jugar al baloncesto en un club de fútbol?
Con los presidentes no tenías relación, ni con Lorenzo Sanz ni con Florentino, pero en general el trato era muy amable y ahora mucho más, porque recuerdo que hubo una época en la que siempre se decía si iba a desaparecer la sección…
No sé, el jugador de baloncesto se acaba acostumbrando a ese vivir en la línea porque yo viví la desaparición del Amway Zaragoza, con el Huesca descendimos y pasó lo que pasó… Después de todo eso, llegar al Madrid te supone una seguridad enorme, no se te ocurre ponerle pegas.
Tu segundo año allí llegan Zídek y Milic como estrellones, pero la cosa no cuaja para nada… ¿Por qué?
Bueno, porque estaba Pau Gasol en el Barcelona. Las finales nos las gana él. Ya estaba muy hecho, muy maduro. Fíjate que muchas veces decíamos: «Vamos a jugar más duro con Pau, a ver si le sacamos del partido», pero sabía encajar muy bien, como hizo después en la NBA. Tenía una presencia y una tranquilidad enormes.
De hecho, Aíto, muy inteligentemente, intentó retenerle diciendo que no estaba preparado, pero estaba más que preparado. Nosotros teníamos a Zídek y a Milic, sí. A ver, en mi opinión, Marko Milic salió bien, físicamente era una bestia. Zídek tuvo más problemas de espalda y es verdad que solo tiraba triples, pero Milic sí nos aportó muchas cosas y aparte era un tío feliz, se lo tomaba todo a coña.
Es verdad que a veces chocaba, porque nos estábamos jugando las castañas y él jugaba como si estuviera en el patio del colegio. Esa era su virtud y su defecto. Era muy divertido y a lo mejor daba la impresión de que no se tomaba en serio el partido cuando sí que se lo tomaba muy en serio. Aparte, tenía el problema del tiro. Muchas veces le hacían falta para que tirara tiros libres o le flotaban demasiado y eso nos complicaba el ataque…
En general, dentro de tu larguísima experiencia de catorce años en la ACB, ¿qué rivales recuerdas como los que más miedo te daban, los que sabías que no iba a haber manera de pararles?
Había un alero en Valencia, creo que era Aaron Swinson, que jugaba todo el rato al poste bajo y como yo no tenía mucho físico las pasaba canutas con él. También con Navarro, porque era todo el rato dar vueltas alrededor de la cancha detrás de él y hacías más kilómetros que un maratoniano.
Además, con Navarro te daban el scouting y eran dos hojas: penetra bien por la derecha, por la izquierda, tira bien de siete metros… ¡Ponme lo que no hace bien y acabamos antes! Tenía una jugada que le gustaba mucho, que era que pedía un bloqueo directo, te fijaba con la mirada y en cuanto tú apartabas una centésima la vista para ver por dónde venía el bloqueo, te la tiraba.
¿Y los que más te motivaban?
José Luis Maluenda, del Pamesa. Lo conocía de antes y éramos amiguetes porque también es aragonés. Me pasaba el partido diciéndole: «Manu, me encanta defenderte porque hueles muy bien» [risas]. El tío era muy metrosexual, tenía como cincuenta colonias en casa. Entraba muy bien al trapo, nos llevábamos muy bien.
Bueno, ahora que ya nos hemos quitado al Madrid y a la selección de en medio, vamos al principio de tu carrera. Empezaste en el Argal Huesca, con Gavaldá de entrenador.
Sí, era un tío muy teórico. En aquella época no tiraba muy bien los tiros libres y él probaba técnicas así más experimentales, que digo yo que tendrían su base; me sentaba en el suelo y me decía: «Cien tiros», luego, pegado a la pared, «Doscientos tiros». Me tapaba los ojos con un pañuelo y decía: «Trescientos tiros».
Tenías veinte años, la edad a la que se les empezaba a dar responsabilidades a los jóvenes en los primeros noventa. Ahora, hasta los veinticinco, o eres Doncic o no la hueles; ¿por qué ha cambiado tanto la mentalidad de los entrenadores en ese sentido?
Es que el baloncesto se ha globalizado. Ahora, la cantera del Real Madrid es todo el mundo. Antes, la del CAI Zaragoza era Aragón. No había lo de los representantes que se iban a África a buscar estrellas. Como mucho fichaban a algún yugoslavo.
Para que te hagas una idea, Jiri Okác, que jugó conmigo en el Daroca, el filial del CAI, se vino desde Brno en coche, no sé si tardó dos o tres días. Eran otros tiempos y la competición era menor.
Yo creo que si ahora sale un Lucio Angulo igual no llega al Madrid porque de joven no le habrían dado muchas oportunidades. En mi caso, tuve la suerte de tener entrenadores, como Julbe sobre todo, que apostaron por mí siendo muy joven. Si tú tienes a un tío como Julbe o Aíto, a los que no les gustan demasiado los talluditos, pues tienes mucho ganado.
El equipo coqueteó todo el año con el descenso pese a contar con americanos como Sallier o incluso el veterano Larry Micheaux, que había sido una institución en Vitoria…
Larry Micheaux era un figura. Nos invitaba a Iván Pardo y a mí a tomar chupitos después de los entrenamientos. Decía: «¡Vamos a tomar algo!», y nosotros pensábamos: «Vamos a huir de este tipo, que nos hunde la carrera». Estábamos empezando y él ya estaba casi de vuelta de todo.
Tuve muy buenos partidos, pero luego vino Ángel Navarro, que se trajo a Barneda y me tocó chupar más banquillo. Estaban construyendo por entonces el pabellón nuevo y me acuerdo de que siempre comíamos en el mismo bar de menú ahí al lado y estaban ahí los obreros que decían: «Pero ¿quién va a jugar ahí, si está lleno de grietas?».
Y al año siguiente el equipo desapareció. Es una pena porque el pabellón antiguo era una gozada: venía el Fórum de Sabonis y la gente se dedicaba a tirarle pipas al banquillo porque estaban al lado [risas].
¿Recuerdas algún campo especialmente complicado como jugador visitante?
El del Manresa. Estaba todo muy cerca y teníamos al del bombo todo el rato llamándonos «burros» a todos. No te condicionaba porque, una vez en el partido, estabas concentrado, pero era un coñazo.
El del Aris de Salónica también era tela. Fui con el CAI cuando era un chavalín. Quique Andreu y compañía se fueron al centro de la pista a entrenar y Fran Murcia se quedó en una banda. Todos empezamos: «Fran, ahí no; ahí no», y le empezaron a llover escupitajos, monedas… Nadie quería sacar de banda. Sacabas rápido, a quien fuera, solo por quitártela de en medio. Debimos de perder un montón de balones en ese partido.
Al siguiente año vuelves al CAI de Zaragoza, donde ya estaba tu hermano Alberto, pero apenas juegas. ¿Cómo viviste el cambio de rol?
¡Yo estaba haciendo la ola! Mi hermano entró de casualidad, porque hicieron una «operación altura» y él no daba el mínimo, pero vieron que jugaba bien, le dejaron quedarse, fue pasando pruebas y acabó jugando en el primer equipo.
Aquel primer año fue el de los tres extranjeros en la ACB y nosotros teníamos a Andy Toolson, que era un tirador buenísimo, a Ken Bannister, un pívot espectacular y a Andre Turner, que era un jugadorazo.
Nacho Azofra nos contó que Turner había sido el jugador más difícil de defender que había conocido.
Es que era imparable. El mejor americano que ha pisado España en años. Estaba un paso por delante, mental y físicamente. Tenía una cabeza… hacía la primera falta a los diez minutos; la segunda, a los veinte; siempre estaba de buenas con los árbitros…
Me acuerdo de una frase que me dijo: «Deja que el baloncesto venga a ti, no fuerces situaciones», y yo pensé: «Joder, claro, es que tú eres Andre Turner». Era un tío con mucha presencia, lo tenía todo clarísimo.
Sabía llevar el ritmo en el juego y fuera de la cancha sabía llevar el vestuario, controlar incluso a Bannister, que se echaban unas partidas de póker tremendas, con broncas y todo, pero que acababan entre risas. Estaba muy por encima del resto.
También coincidiste con Rickie Winslow, antes de hacerse turco…
Sí, pero fue un fichaje extraño. Llegó lesionado, tenía ya treinta y pico años y no cumplió las expectativas. Le cortaron al poco de llegar. Sí recuerdo que era muy guapete y que tenía un pedrusco de no sé cuántos kilos de diamante. No sé lo que podría costar aquello.
Tu ascenso coincide, como decías antes, con los últimos coletazos de Fernando Arcega…
Fernando era lo más grande para Zaragoza. Tenía dote de palabra, actitud de capitán, negociaba muy fuerte con José Luis Rubio, el presidente. El caso es que Alfred Julbe, el entrenador, tenía una idea muy clara de rejuvenecer el equipo y apuesta muy fuerte por mí y por Fran Murcia, que tendría unos veintitrés o veinticuatro años por entonces.
La verdad es que la relación no fue demasiado buena, aunque yo estaba feliz. Veía que Fernando estaba siendo el damnificado por mí pero es que yo estaba haciendo muy buenos números. Si en un momento no hubiera respondido, habría salido Fernando, que era una garantía. El caso es que fue un cambio muy brusco, casi de todo a nada.
Después del segundo año, la cosa con Julbe va tan bien que te llama Querejeta para el Baskonia. ¿Qué otras ofertas tuviste por entonces?
Ese año jugué muy bien y en Zaragoza tenía un contrato ascendente: tres millones, cinco millones, siete millones… pero el caso es que con veintiséis años te plantabas con un gran rendimiento pero cobrando poquísimo. Además, ese año el patrocinador, Amway, desapareció y el club se vio ahogado económicamente.
Julbe incluso hizo el esfuerzo de reunirnos a ver si podíamos ayudar en algo, pero acabamos saliendo todos. Yo tuve ofertas del Estudiantes, que insistió bastante, del Joventut, de Unicaja, de Pamesa… y la verdad es que me volví un poco loco porque me apetecían todos.
Me decidí por el Tau por culpa de Manel Comas, que había estado conmigo en Zaragoza y también por no alejarme mucho de la familia. Además, iban también Fran Murcia y Pepe Arcega. Nunca sabes si has acertado o no. De hecho, después del primer año se va Manel Comas y llega Scariolo y dice que no quiere contar conmigo porque quería hacer una carambola con Marcelo Nicola para mandarme a mí a Italia. Llegué incluso a ir a Pésaro a ver la ciudad porque también tenía una oferta del Scavolini.
Julbe y Comas, pocos entrenadores tan carismáticos como ellos…
Para mí, Julbe es el mejor entrenador que podía haber tenido. Apuesta por mí, pero es que además me coge un poco de pupilo. Me acuerdo de ir a museos con él y tener una cercanía que me extrañaba entonces y que no he vuelto a vivir después con nadie.
Me regalaba libros, como Trópico de Cáncer, de Henry Miller, y en la dedicatoria me puso: «Luego sigues con la trilogía Sexus–Nexus–Plexus». Yo ya leía a Bukowski por entonces y me regalaba libros de ese tipo. Él se preocupaba por que fuera más allá… Manel Comas era más distante, era un genio en el día a día… bueno, «en el día a día» a lo mejor no, porque tampoco era muy trabajador [risas].
¿Ah, no?
Bueno, a veces llegaba con las gafas de sol, se sentaba en la mesa y decía: «Sesión de tiro», y se quedaba ahí, que le mirabas y decías: «Esta noche ha habido mandanga», pero luego en los partidos era un genio. El primer año en Vitoria jugamos con Kenny Green y le sacó un partido maravilloso.
Manel no era tan formativo pero era muy querido. Tenía un tono muy particular, entre burla e ironía. Me acuerdo de que a Jorge Garbajosa le vacilaba mucho, porque era muy joven, o a lo mejor cogía a algún pívot que no tenía mucho talento y le decía: «Pero ¿qué haces tirando? Tú, argamasa; tú, argamasa. ¡No inventes!».
Pero era un tipo muy temperamental, eso todo el mundo lo dice…
Sí, también tenía su pronto. ¿No has oído hablar de «la jornada Michelín»?
En la vida.
Pues cuando perdíamos un partido, Comas decía: «Horario Michelín», y te hacía estar ocho horas en el pabellón. «Un trabajador normal está ocho horas en su curro, ¿no?, pues vosotros vais a estar ocho horas aquí». Gimnasio, tiro… lo que fuera. Me acuerdo de un partido que perdimos contra un equipo griego: teníamos una ventaja en el basket-average de trece puntos y perdimos por más de trece allí, y nada más volver del viaje nos metió a entrenar.
Imagínate. Ahí se podía haber lesionado todo dios. Y todo por sus cojones. A ver, lo entiendes por el lado del correctivo, pero a la vez es demasiada presión. Yo creo que los americanos se lo toman mejor en ese sentido y a la larga se acaba notando.
En Vitoria coincides brevemente con Perasovic, un mito del baloncesto europeo…
¡Peras! Sí, joder, era un cansino, nos mareaba a todos. Decía: «Lutsio ven aquí, vamos jugarr uno contra uno», y yo le decía: «Joder, Peras, que llevamos dos horas de entrenamiento», pero él como si nada: «Lo que pasa es que no quieres aprender», así que tenías que jugar otros quince minutos hasta que ya no podías más.
Como entrenador también tiene fama de duro.
Es que ya entrenaba cuando era jugador. Decía: «Lutsio, cuando yo sea entrenador, a ti te ficharé», aunque luego ni me fichó ni nada. Hizo el curso de entrenador superior el año antes que yo y me dijeron que el tío era un show, que salió a hacer un ejemplo, quitó al que estaba dando la charla y se puso a hablar durante media hora de cómo había que defender el bloqueo indirecto.
Con Perasovic tengo una anécdota: yo me examinaba en Zaragoza y tenía que ir y venir todo el rato, y en una de esas me dijo: «Tú te llevas mi cotse, ningún problema». ¿En serio? «Sí, sí, sí, no problema». Así que cojo el coche y le digo: «Peras, ¿dónde está la radio? Que tengo tres horas de viaje…».
Y me dice: «No, no, no, este cotse no tiene radio, ¿para qué quieres radio? Tengo un balón detrás, por si quieres hacer tiro en algún momento». Y yo: «Pero, Peras, que tengo que ir a las ocho de la mañana, llego a las once, hago el examen, y me vuelvo a entrenar, no me va a dar tiempo a hacer tiro en ningún sitio…». «¡Pero si entrenamos a las tseis! Tienes tiempo de tsobra, pero si tú no quieres hacer tiro, si no quieres mejorar, no hagas tiro».
El tío no tenía radio, pero sí un balón para tirar en el camino en algún parking. Ivanovic debía de ser un poco así también.
¿Tuviste algún viaje a Serbia con él en el equipo? Dicen que eran de altísima tensión.
Pues a Serbia no recuerdo, pero sí hubo una vez que nos sentamos juntos en el avión y le pregunté por la guerra, por cómo estaba el conflicto, y el tío me estuvo hablando media hora sin parar, hasta el punto de que me puse con el libro a leer otra vez y se enfadó: «¿Por qué me preguntas si no te interesa?» ¡Pero, Peras, que llevas cuarenta minutos hablándome del tema! Claro, para él era la vida, era importantísimo.
¿Y qué me cuentas del famoso viaje del Mosquito?
Joder, teníamos que hacer mil escalas. No recuerdo dónde jugábamos, en el centro de Europa, puede que en Yugoslavia, sí. Para empezar, paramos en Bolonia, que hacía un tiempo terrible. Una tormenta de cojones. El avión era tan pequeño que veías al piloto a tres metros y le oías hablar con la torre de control, que le decía: «No, por favor, no aterrice, que no nos hacemos responsables», y el piloto en plan: «Muy bien, pero es que no tengo carburante, así que tengo que aterrizar…».
La gente estaba llorando, rezando. Fran Murcia, con el carné en la boca, diciendo: «Eh, que vamos a palmar», pero en plan de coña. Miguel Ángel Reyes tenía pánico a los aviones y dijo que no quería volver a viajar.
En Vitoria tenías un programa que se llamaba El triple de oro, también con Fran, y creo que Pepe Arcega y Garbajosa colaboraban asiduamente. ¿Cómo surgió la idea?
Pues era en Radio Vitoria y al club le pareció bien porque hacíamos sorteos con el merchandising. Ahí teníamos por contrato que teníamos que hacer determinadas cosas de imagen del club, como ir a colegios o a hospitales. Me acuerdo de una vez que tuve que ir a Indautxu, a un colegio que solo hablaban en euskera, con un traductor… Lo cuidaban todo muchísimo. Tenían muy claro que había que hacer comunidad.
El segundo año en Vitoria, ya con Scariolo, el equipo va como un tiro, tanto que acaba primero en la liga programada. En cuartos de final le ganáis 3-0 al Unicaja y en semifinales le ganáis 3-0 al Barcelona… y el TDK se carga al Madrid y os toca en la final.
Lo vimos todo hecho.
Eso pareció…
Y eso que en liga regular habíamos perdido con ellos, no se nos daban bien. Había sido un año durísimo desde la pretemporada. Scariolo nos metía una caña enorme y se iba lesionando todo el mundo. Correr, entrenar, correr, entrenar… Eso sí, la temporada fue brutal.
Ganamos trece partidos seguidos y cuando perdimos el decimocuarto nos cayó una bronca acojonante para que no nos relajáramos. En la final lo que pasó es que el TDK tenía muy buen equipo: no había manera de parar a Derrick Alston ni a Bryan Sallier, que era un pedazo de jugador, ni a Chichi Creus, que nos hizo un traje.
¿Cómo os quedasteis?
En estado de shock, porque veníamos como un rodillo, pero nos ganaron el primero y ya se nos vino el mundo encima. Me acuerdo que Chichi Creus las metía de todos los colores, hubo un triple en la esquina que nos hizo polvo. ¡Y tenía cuarenta tacos el tío, cumplidos!
Además, el Manresa era un equipo que caía bien, porque tenía muchos nacionales, como Capdevila, Peñarroya, Lázaro, Singla… Salían un rato y nos hacían mucho daño. Todos cumplían.
Vosotros teníais a Bennett.
Impresionante. Me acuerdo de que cuando llega sustituye a Tony Smith, creo que era, un base que había estado en los Lakers, y el primer entrenamiento fue lamentable. Yo pensé: «Madre mía, vaya castaña nos han traído aquí», pero luego fue cogiendo ritmo y era imparable.
Me acuerdo sobre todo de los mates con la izquierda. Con la derecha no los hacía, pero con la izquierda hizo uno en la Copa del Rey de 1999, que la ganamos contra el Sevilla, impresionante. También estaba Beric, que era buenísimo, y Espil, que era un artillero de primera, las metía todas. De los pocos argentinos sensatos que he conocido [risas]. Era muy tranquilo, muy poco fiestero.
Aquella Copa que dices fue tu primer título, ¿cómo fue lo de levantar una copa, ser campeón por fin?
Fue curioso. Era una final rara, contra el San Fernando de Imbroda y con Andre Turner de base, así que había cosas que se mezclaban. De hecho, me tocaba defenderle en algunos momentos porque, como le conocía, Scariolo me ponía sobre él para incomodarle. Tampoco éramos los favoritos: el Madrid iba con Bodiroga, por ejemplo.
Y en esas, cuando el proyecto parecía ir sobre ruedas y después de jugar la Euroliga por primera vez… Scariolo y tú decidís iros al Madrid, probablemente el equipo más odiado para la afición del Baskonia. ¿Fue una decisión difícil?
Fue una carambola, la verdad, porque ellos querían a Scariolo y en el paquete entré yo como segundo plato. A Querejeta le venía muy bien porque se libraba de mi ficha y se llevaba ochenta millones por los dos. Ahí salió su lado de empresario, una línea que ha trazado y que le ha ido muy bien. Tienes que entenderlo, es su filosofía de empresa.
Tampoco engaña a nadie, es un estilo más NBA. Con el jugador apenas tenía relación. Me acuerdo de una vez que me puso una multa Scariolo y yo, tan inocente, fui a hablar con Querejeta porque no estaba de acuerdo. El tío me miró y me dijo: «A mí no me vengas con milongas, que aquí hay una jerarquía».
Lo del Madrid surge cuando yo estaba de vacaciones en Cuba, y la verdad es que estaba encantado porque el Madrid siempre va a ser el Madrid. Estaba con mi hermano Sergio y me llamó mi representante y me dijo: «Oye, esto hay que firmarlo ya; te lo mando por fax y me lo firmas ahora mismo». Así que lo firmé en el hotel, por si acaso, no se fuera a complicar.
¿Qué tal te trataban en Vitoria cada vez que volvías? ¿Llegaron a perdonarte la afrenta alguna vez o fue como lo de Herreros con Estudiantes?
Qué va, aunque tampoco es que yo fuera una figura ahí muy importante. Depende del perfil del jugador. Yo con la afición de Vitoria estaba encantado.
Ya hemos hablado de tus años en el Madrid, pero, echando la vista atrás, ¿los considerarías los mejores de tu carrera o simplemente fueron los que te ayudaron a ser más conocido?
Fueron los más mediáticos, no los mejores. Mi mejor año fue sin duda el último en Alicante, que acabo MVP de dos jornadas y hago los mejores números de mi carrera… pero al año siguiente estaba jugando en la LEB. Y en cuanto a sensaciones de juego, nada parecido a mi primer año en el Amway Zaragoza… pero, claro, el efecto mediático que tiene el Madrid o tiene la selección no es comparable a nada.
Del Madrid pasaste al Etosa Alicante. Debió de ser duro. ¿O tal y como acabó la cosa en Madrid era justo lo que necesitabas, un poquito de calma?
El Alicante hizo una apuesta muy fuerte. Tenía a Luis Casimiro, pero le cortaron nada más llegar. Luego empiezan a llegar Iñaki de Miguel, que había coincidido conmigo en la selección; Quincy Lewis, que tenía una muñequita de lujo; Pepe Sánchez, un primer espada; Larry Lewis, un tío veterano pero que se conservaba de maravilla y, sobre todo, Lou Roe, que es de los mejores jugadores con los que he compartido equipo.
El primer partido que jugué con él hizo veintiocho puntos y catorce rebotes. Era una bestia, todo nervios. Todo lo que hacía, lo hacía a mil por hora. Mates de lado a lo Jordan, suspensiones elegantes…
El segundo año hacéis la machada y os metéis en los play-offs por el título con Trifón Poch de entrenador y Nacho Rodríguez de base. El típico equipo veterano que sabe lo que hace y no regala nada. ¿Cuál fue la clave de ese éxito?
Nos tocó Unicaja, ¡con Scariolo! Íbamos ganando 2-0 la serie y en una de sus genialidades montó un chocho espectacular en el tercer partido en medio de la pista. Le pitan técnica, luego le expulsan… y a partir de ahí, todo cambió. Es algo que le he oído muchas veces, lo de forzar técnicas para cambiar la dinámica del partido y el arbitraje. Ahí le funcionó de maravilla y a partir de ese momento revientan la serie.
Scariolo, ese gran incomprendido… siempre parece estar bajo sospecha.
No sé, quizá hay gente que tiene mejor prensa, como Pepu Hernández, pero el currículum de Scariolo ya debería avalarle. Es un poco Expediente X. Es verdad que el método de Scariolo es algo confuso: le gusta empezar mal para acabar bien.
Yo a veces sospechaba que hacía algunas cosas voluntariamente… te explico: cuando iba a llegar la Copa del Rey, el partido de antes lo perdíamos siempre, y te preguntabas si aquello estaba pensado de antemano para ir más motivados y más en alerta después de una derrota. Además, así nos podía echar más broncas [risas].
Tu último año en la ACB coincide con el del descenso del Alicante en 2007. Hasta ocho jugadores de aquel equipo superaban la treintena. ¿No pensaste entonces en retirarte? ¿Cómo es que seguiste en la LEB con el equipo?
Pues yo venía de un año muy bueno y tenía un contrato altísimo. A ver, para la ACB estaba bien, pero es que para la LEB era inasumible, así que, como tenía ofertas de otros equipos ACB como el Sevilla, le dije al presidente que me traspasara, pero me dicen que no y el año se me hizo muy cuesta arriba porque yo no quería estar en la LEB, es todo muy complicado, además cuando bajas ya es muy difícil subir… Juego ese año y me voy al Cáceres.
¿Cómo surgió lo de Cáceres?
Bueno, yo me veía con fuerza para seguir un par de años más, pero la idea era jugar en cualquier parte menos en España. Aprender algún idioma, intentarlo de nuevo en Italia, que es una espinita que se me ha quedado clavada… pero al final no surge. Llegué a estar unas semanas de prueba en Treviso con la Benetton, pero fue un poco paripé porque estaba muy claro desde el principio que no tenía sitio.
En esas, me llamó Piti Hurtado, que estaba entrenando allí, empeñado en que me fuera con él. Me fui y me puso de pívot, que siempre le he dicho de coña que ahí acabó con mi carrera [risas]. Era un tipo más rollo Alfred Julbe, de hecho fue su segundo en Zaragoza mucho tiempo, más centrado en la formación global del deportista.
Si la ACB está en ruinas prácticamente, ¿qué decir de la LEB?
Lo de la ACB es preocupante. Están los equipos de arriba, que sí que tienen dinero y, claro, eso se nota en la clasificación porque es como jugar con dos barajas, puedes hacer más cambios durante la temporada… y a mucha distancia los equipos de abajo. Por ejemplo, en mi caso, al principio no cobraba mucho, luego hay un momento en el que la cosa se dispara en todos lados y de repente llega el petardazo.
Empiezan a fallar patrocinadores, Ayuntamientos, Diputaciones… cuando ese seguro desaparece, estás jodido. En Cáceres, por ejemplo, hay un dinero acordado, pero no se paga nunca, o se paga a seis meses. Entonces, los jugadores y proveedores cobran a seis meses, claro. Por eso se empiezan a ver los contratos mileuristas, la gente jugando sin cobrar…
De hecho, yo en Cáceres tuve que acabar en juicio porque me debían cuatro o cinco meses. Afortunadamente, la Asociación de Baloncestistas Profesionales tiene un fondo salarial para la gente que está sin cobrar, pero la pena es que no llega para todos, claro.
Luego, ojo, hay equipos que han sabido hacerlo bien… en la LEB, por ejemplo, hay equipos que lo que te prometen, te lo pagan. Lo que pasa es que son unas cantidades un poquito ridículas. Quizá esa es la filosofía: pagar lo que puedas, pero pagarlo. Antes, con tres patrocinadores te hacías el año. Ahora, hay equipos que juegan con una docena de patrocinadores para ir poquito a poquito y no perder mucho dinero.
En 2011, diecisiete años después de debutar, cuelgas las botas. ¿Cuál es tu sensación después de retirarte? ¿Cómo viviste «el vacío del deportista»?
La ABP da charlas en ese sentido, animándote a formarte antes, a hacer un colchón cultural y económico, que evites las relaciones de amistad que se quieren aprovechar de ti…
¿Eso pasa en España? Pensé que era cosa de la NBA solo.
Pasa mucho menos, claro, porque se mueve menos dinero, pero algún argentino he visto yo con sus «mochilas», o algún americano, que tenía «amigos» por todos lados y ni él sabía quiénes eran. Lo de la retirada es muy complicado, porque te acabas acostumbrando a que el delegado te lo haga todo: que te busque la casa, el colegio de los niños, que te ponga incluso el módem si quieres internet…
Te estupidizas a un nivel muy alto. Recuerdo a un americano en Vitoria al que el delegado le tenía que pedir la cena todas las noches. «Es que no sé el idioma», decía. Joder, vale, pero ¿qué es lo siguiente?, ¿que te ate los zapatos por las mañanas?
Y en tu caso…
Yo sabía que quería probar al menos un año la docencia, que es lo que hice, pero vi que era muy complicado, que no era lo que habría querido. Cuando dejé eso, me dediqué a entrenar a alevines, un equipo de primera nacional en Madrid y a seguir con el baloncesto en general. Comentando en Movistar Plus, colaborando de vez en cuando en Colgados del Aro…
¿Y no te has planteado otras cosas? Lo digo por tus inquietudes culturales, lo que decías al principio de la música, el cine, etc.
Bueno, es que también tienes que encontrar una entrada. A mí escribir me gusta mucho, lo que pasa es que siempre he escrito de gratis: en la FEB, en una revista, en varios foros… y he acabado diciendo que no a todo. Es muy complicado vivir de eso, del picoteo constante en medios, así que de momento voy a seguir con el baloncesto y a ver qué pasa.
Un buen tipo de los que encajan en «buen jugador, mejor persona».
Un abrazo
Gran entrevista, Lucio es un genio
Me gusto, muy interesante
Bonita entrevista
A mi con Lucio Angulo me pasa lo mismo que con Iturriaga: buenos jugadores ambos que agrandaron su carrera con sus relato posterior de la misma. Lucio, como jugador, estaba a años luz de su hermano y que fuese internacional fue más casi un accidente que otra cosa. Había muchísimos 3 mejores que él en su época de los que no se sabe nada tras la retirada. Por eso es una entrevista que leo como si me tomase un descafeinado.
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