Renata, una hermana de Robert Prosinečki, regenta una cafetería en el centro de Oviedo: el Chelsea. Y aquí es donde nos propone venir Oli (Oviedo, 1972), con quien hemos quedado en la puerta del Teatro Campoamor. Nos presenta. Renata nos cuenta que Prosinečki entrena a la selección de Montenegro, que viene a veces y que no ha dejado de fumar. «Quedamos mucho con él; es muy buena gente», nos cuenta nuestro entrevistado, otro histórico de la Liga.
Por tres clubes de Primera pasó: Oviedo, Betis y Cádiz. Lo hizo con un nombre de solo tres letras que es el apócope de uno largo: Oliverio Jesús Álvarez González. Muy asturiano, también es muy andaluz: allá vivió doce años, y fue feliz. En Cádiz le dedicaron hasta un pasodoble.
Dos horas dura nuestra conversación, en la que repasamos entrenadores y compañeros ilustres, glorias y sinsabores. Hubo de las dos últimas cosas en la carrera de este delantero aguerrido; y en cuanto a sinsabores, ninguno como el descenso deportivo del Real Oviedo a Segunda B, y administrativo a Tercera, en 2003.
Le preguntaremos por las acusaciones de la afición oviedista en torno a su proceder en aquellos días aciagos y se defenderá: previendo que ese será uno de los temas de nuestra conversación, trae un papelito en el que tiene apuntadas dos cosas. Por una cara, todos los entrenadores que ha tenido; por otra, las grandes cantidades que el club había ido ingresando en años anteriores vendiendo a sus mejores jugadores. La culpa de aquel descenso administrativo —señala—, de nadie más puede ser que de los malos gestores que derrocharon aquel dinero.
Naces en Oviedo en 1972. ¿A qué se dedicaba tu familia? ¿Cómo fue tu infancia?
Soy del centro de Oviedo; del centro justo de Oviedo. Estuve en casa de mi madre hasta que me fui al Betis con veinticinco años, en el noventa y siete. Pero también pasaba mucho tiempo en Pumarín y en San Claudio, con mis abuelos. Tuve abuelos hasta los treinta años, cuando me fui a Cádiz, y conviví mucho con ellos, tanto los paternos como los maternos. Un abuelo era más rural, más de campo, vivía en San Claudio, y yo creo que ahí cogí el amor por la naturaleza que sigo teniendo.
Ahora, yo mismo vivo en el campo, a las afueras de Oviedo. De pequeño iba a la hierba, a ayudar a la abuela con la huerta, a recoger las manzanas de la pumarada… Y luego, con el otro abuelo también pasé mucho tiempo.
Tenía una ferretería en el barrio de Pumarín y a mí siempre me gustó estar allí ayudándole en todo; verle cómo organizaba el almacén, ayudarlo a ordenarlo, limpiar las lunas del escaparate para que no lo hiciera la abuela, ordenar los pedidos… Ya con dieciséis, diecisiete años, me mandaban a hacer recados con una vespino que tenía mi abuelo siempre aparcada a la puerta de la ferretería; a repartir pedidos de los talleres de la zona de Pumarín.
¿Tus padres a qué se dedicaban?
Mi madre, ama de casa. Nos crio a todos, limpiándonos, como digo yo, la mierda, el barro. De aquella los campos no eran lo de hoy, con los campos sintéticos, así que recuerdo bajar la cuesta del Naranco lleno de barro y a mi madre metiéndome en la bañera y echando a lavar toda la ropa llena de barro y de arena.
Me crio a mí, a mis dos hermanos, a los nietos, a los sobrinos… Una trabajadora cien por cien, siempre con muy buena disposición. También la recuerdo detrás del mostrador de la ferretería en muchas ocasiones. De ella heredé muchas cosas, pero sobre todo el nervio, el culo inquieto: mi madre es muy inquieta.
¿Y tu padre?
Trabajaba en el Banco de Asturias, a cincuenta metros de donde estamos hablando, en la calle Fruela. Luego se convirtió en el Banco Sabadell. Lo recuerdo haciendo ruido a las siete de la mañana para cruzar el parque de San Francisco, y también muy deportista: balonmano, fútbol sala… Los dos bastante trabajadores y al cuidado de los tres hermanos.
Yo soy el del medio; la mayor, mi hermana, que me lleva un año; yo le llevaba cuatro a mi hermano. Los tres diferentes, porque mi hermana es muy tranquila, más fría, pero a mi hermano lo llevó conmigo a todos lados. Le gustaba también jugar al fútbol, fuimos al mismo colegio, y yo hacía de hermano mayor, estaba al cuidado de él.
El fútbol, ¿dónde y cómo empiezas a practicarlo?
En el Centro Asturiano, que es un club social donde se juegan prácticamente todas las disciplinas deportivas. Se hacía prácticamente de todo, y yo acababa el colegio y, a las cinco de la tarde, me iba para allá y estaba todo el día ahí con la pelota, jugando al fútbol, pero también al tenis de mesa, al tenis normal, a fútbol sala, a la petanca… De pequeño jugué a prácticamente todo.
Mi infancia y mi adolescencia, desde que tenía siete u ocho años hasta que con dieciocho me fui a jugar a Tercera División, al Universitario, es la cuesta del monte Naranco [donde está situado el Centro Asturiano]. Esa infancia multidisciplinar, de hacer muchos deportes, es lo que me dio el amor que yo tengo por el deporte, que no puedo vivir sin él. Tengo que estar siempre jugando a algo.
Hoy en día, pues senderismo, mountainbike, bicicleta, un poco de pádel… También soy cinturón negro de judo, algo que creo que me ayudó mucho como futbolista. Hice judo desde los nueve o diez años hasta los dieciocho o diecinueve, y ese concepto del agarre, de ganar la ventaja en el cuerpo a cuerpo, ir bien de espalda, no tener miedo a los centrales, no rehuir la pelea con ellos, el gustarme esa conjuntación, esa lucha personal…, que luego creo que me caracterizaron como jugador, me viene en parte del judo.
Valarie Allman, la lanzadora de disco, suele decir que haber sido bailarina le ha sido de mucha ayuda.
Ese concepto multidisciplinar de hacer otros deportes siempre es bueno. Hay que hacer de todo. Otra cosa que me viene del judo es la caída, el aprender a caer. Y el no tener miedo. El judoca es valiente. Si no hubiese sido futbolista, creo que hubiese sido judoca.
¿Tu familia era futbolera y del Oviedo?
Sí, sí, sí. Mi padre, no tanto. Estaba pendiente de mí, de llevarme y traerme a todas horas por los campos de toda Asturias, pero la relación con el Real Oviedo, el mamar el oviedismo, yo lo uno más a mi abuelo materno, el de la ferretería, que llegó a ser el socio cuarenta y seis. Era muy futbolero y el que me inculcaba a mí la historia del Real Oviedo; de los Herrerita, Lángara…
Había visto a toda esta gente. Sánchez Lage… Mi tío también había sido futbolista. Había jugado en el Vetusta, en el Caudal, en el Orihuela, en el Andorra… Por ese lado de mi madre, la familia era más futbolera que por el de mi padre, y yo tengo ido toda mi vida al fútbol al Tartiere de la mano de mi abuelo. Hasta que tuve veinte años y ya empecé a jugar yo mismo en el Oviedo, iba con él al campo. Veíamos siempre el ataque del Oviedo.
El Oviedo atacaba hacia una portería y nos poníamos donde esa portería, para ver los goles del Oviedo, y en el descanso cambiábamos; dábamos un paseo. Se podía ir de una portería a otra, de aquella en el Tartiere, y en el descanso cambiábamos con calma. Para mí, un domingo de fútbol era jugar yo en el Centro Asturiano o luego en el Universitario e ir a comer a Pumarín a casa de mi abuela, que siempre nos hacía una paella con andaricas [nécoras].
Una andarica para cada uno: una para la abuela, otra para el abuelo y otra para mí. Y luego, subíamos los dos al Tartiere, donde siempre se jugaba a las cinco de la tarde, en un 127 blanco que luego heredé yo. Aparcábamos en Llamaquique. Mi abuelo siempre iba elegante, de traje.
¿En plan de traje y corbata?
Sí, sí. De aquella se iba mucho de traje al fútbol, sobre todo la gente mayor, entrada en edad. Lo ves en fotos antiguas del fútbol, del Tartiere, y me imagino que también de El Molinón. No se iba con la camiseta del equipo, sino como a una cosa seria y muy especial, y los veías con su traje, su puro y su boina. Mi abuelo iba casi siempre con boina, y con su faria.
Tu primer equipo profesional es el Universidad de Oviedo, en Tercera División. Juegas mientras estudias. Por cierto, ¿qué estudiaste?
Estudiaba económicas y empresariales, y estudiaba bien. Me gustaban mucho los números. Soy más de números que de letras. En la ferretería de mi abuelo, me ocupaba de la caja. Cerraba la ferretería a las siete y media de la tarde y hasta que no cuadraba la caja del día, de la jornada, no me dejaba irme. Heredé un poco de ahí el tema de la contabilidad.
El Universitario fue la manera de compaginar los estudios con el fútbol. Primero estuve un año jugando en Gijón, en un equipo muy fuerte de aquella época en División de Honor: el Veriña, donde también jugó Juanele y mucha otra gente que luego pasó por el Sporting. Después recibí varias propuestas: del Caudal, del Langreo…, equipos importantes de la Tercera División de esos años. También del Pumarín, que aquel año tenía un equipazo y jugó el playoff de ascenso con [Eduardo Barredo, conocido como] El Gemelu.
Podía ganar dinero en Tercera, aunque tuviera dieciocho o diecinueve años, porque estaba haciendo goles, pero me decanté por el Universitario, donde lo único que cobraba era la beca de estudios, porque era lo que me daba la posibilidad de compaginar. Cuando jugabas en el Uni, había facilidades para que el profesor te cambiara la fecha del examen, también para cambiar entrenamientos de por la mañana a por la tarde…
Todo eso a mí me ayudaba mucho y de aquella, para mí, no era una cuestión de «el dinero es lo más importante»: lo principal era estudiar. Yo ni mucho menos iba a pensar que… Pero date cuenta: en seis meses, en mi último año en el Uni, con veinte años, pasé de jugar el último partido en Tercera a debutar en Primera con el Oviedo. En junio estaba con el Uni en Tercera, en diciembre debuté en Copa del Rey con el Santander y a los diez días debuté en Liga contra el Albacete, con Mario Lăcătuş —todo un campeón de Europa, con el Steaua— en la delantera.
¿Qué tal esos partidos de la Tercera División de principios de los noventa?
Me sirvieron de mucho para madurar en el fútbol. Yo de aquella era canijo, más bien delgado, nervioso, fibroso; me faltaba todavía hacer cuerpo, hacerme adulto, por decirlo de alguna manera. Y esos dos años de probar el barro en Tercera, una categoría complicada, con campos malos, con tierra, con barro, con albero, con centrales duros con barba y con bigote, que me sacaban la mayoría diez o quince años, me endurecieron bastante.
Hice una buena mili. Me forjaron un carácter fuerte, duro, que me sirvió en el futuro. Cuando hablan de los centrales duros de Primera División, yo pienso en los centrales duros de verdad que probé en Tercera; me recuerdo con dieciocho o diecinueve años jugando contra gente de treinta y cinco que te daba patadas, codazos, puñetazos en los córneres…
De aquella, en Tercera, que sacasen roja a un central era casi imposible. Amarillas, alguna sacaban, pero era raro. Así que cuando llegué a Primera, con cámaras, con terrenos de juego buenos, etcétera, nunca le tuve miedo a un central. Cuando el central trataba de condicionarte, de intimidarte, de que te arrugases, conmigo conseguía el efecto contrario. Me generaba más motivación, me ponía más rebelde, más guerrillero. Cuanto más me daban, más bravo me ponía.
El Uni, hoy, es un equipo un poco venido a menos, ¿no?
Está en Preferente, pero bueno: el Uni siempre fue un equipo de Preferente. Hubo aquellos años en Tercera y también hubo tres en Segunda B con [Manuel Adolfo Álvarez] Pulgar, a quien luego tuve en el Vetusta. Mira, yo estoy orgulloso, no solo de haber probado el barro con el Universitario, en estadios de Tercera duros, sino de otra cosa que te voy a comentar, que es que jugué en todas las categorías. Jugué en Tercera, jugué en Segunda B con el Vetusta, jugué en Segunda con el Oviedo y con el Cádiz y llegué a jugar en Primera con Cádiz, Oviedo y Betis. Y luego la Selección.
Y Europa.
Sí. Recopa y UEFA. Jugué en todas las categorías, y eso, cuando me hice entrenador, me dio una perspectiva un poco distinta. Lo viví todo: ser completamente amateur en el Uni; el hambre de ver cerca la posibilidad de ser profesional en el Vetusta, y luego ya el agarrarte a Primera División, el aprovechar la oportunidad, el decir «de aquí no salgo».
Me alegro de no haber saltado directamente de juveniles; de no haber vivido ese proceso rápido. Hay jugadores muy jóvenes de grandísimo talento, como Cubarsí, como Lamine Yamal, como Arda Güler en el Madrid…, que pasan del juvenil al primer equipo. Yo agradezco haber quemado las sucesivas etapas sin prisa.
La carrera, ¿la terminaste?
No. Se me hizo muy complicado. Intenté hacerlo de todas las maneras, porque hice hasta el traslado del expediente a Sevilla cuando me fui al Betis. Estudiaba bien, se me daba bien, me gustaba la carrera y no me costaba mucho. Había ido sacando dos asignaturas un año, otro cuatro… Pero en el Betis la dimensión ya era otra: viajar por Europa, ir a ocho o nueve convocatorias de la Selección con Javier Clemente… En Oviedo me daba tiempo a casi todo, pero en Sevilla se hizo imposible.
A lo largo de tu carrera, conoces a muchos entrenadores míticos de nuestra Liga.
¡Los tuve a todos! Los traigo aquí apuntados.
El primero al que te encuentras en el primer equipo del Oviedo es Jabo Irureta, que es quien te hace debutar en enero de 1993, debido a una lesión de Carlos.
Le dio una lumbalgia, creo. Yo estaba con el filial y Julio Marigil me avisó de que tenía que ir convocado. Había hecho una buena primera vuelta, con bastantes goles. Yo estaba bien, y esos son los momentos que uno aprovecha. La delantera era Janković y Lăcătuş. En el Albacete estaba de central, me acuerdo, Santi Denia. Y yo salí los últimos veinte o treinta minutos por Janko Janković.
Después del debut, la segunda parte de la temporada ya pasé a entrenar con Irureta; a alternar los entrenamientos y convocatorias del filial con el primer equipo. Siguió dándonos partidos a mí y a otra serie de gente: Manel, Tista… Éramos tres o cuatro y nos daba bastante alternativa en los partidos de Copa. Pero luego cesan a Irureta después de un partido, me acuerdo, contra el Extremadura de Almendralejo.
Y llega Antić.
Llega Radomir Antić y yo sigo entrenando, pero cuando realmente cojo la continuidad es en la 94/95, con la llegada de Prosinečki. En aquel fútbol de tres extranjeros, nosotros teníamos cuatro yugoslavos. Los tres titulares eran Prosinečki, Jokanović y Nikola Jerkan atrás, y eso a mí me benefició, porque obligó a Antić a darme la alternativa.
Él también tenía mucha confianza en mí; trabajaba muy bien con los jóvenes. Me acuerdo de que nos hacía sesiones específicas los martes. El equipo no entrenaba el martes y bajábamos ocho o diez a entrenar con él, jugando cada uno en lo suyo; un trabajo casi personalizado. Apostó por Sietes, por mí, por Armando…
Hubo una camada de gente del filial grande ahí. Pedro Alberto, que en paz descanse, también. Yo empecé a hacer goles con Carlos. El de aquella temporada es el mejor Oviedo que yo vi. Era un escándalo cómo jugaba al fútbol; una maravilla verlo jugar en el Tartiere. Se juntaban nueve o diez internacionales en el campo. Disfruté mucho; jugué muy bien al fútbol ese año. Ojalá vuelva, pero creo va a tardar en verse eso: un Oviedo con diez internacionales.
Acabasteis novenos. Era un equipo bien compenetrado, también con la afición.
Con buenos veteranos, también. A mí, cuando llegué, me arroparon mucho, y siempre lo agradecí, tres jugadores que son Berto, Luis Manuel y Gorriarán. Me ayudaron mucho. La referencia mía, por supuesto, era Carlos, como delantero, pero, más allá de lo futbolístico, está la convivencia, el sentirte a gusto en el vestuario, y a mí eso me lo dieron sobre todo esos tres.
Por otro lado, se acertaba en los fichajes que venían de fuera. Siempre era gente que marcaba diferencias. Y se integraban bien con un grupo de gente asturiana que siempre era grande: llegábamos a juntar siempre cinco o seis asturianos en el campo. Estaba Berto, estaba Armando, estaba yo, Sietes, Manel… Se hizo una mezcla buena.
A lo largo de tu carrera, coincidiste con muchos yugoslavos, en el Oviedo y también después.
Una vez me puse a contar y me salían dieciocho o veinte. He tenido muchos compañeros extranjeros, pero lo que más he tenido ha sido una hilera de jugadores yugoslavos de todos los colores: Paunović, Bjelica, Jarni, Mirosavljević en el Cádiz, Tomić aquí, Martinović, Albert Nadj… Me acuerdo de cuando, estando en Cabeza de Manzaneda de pretemporada —tenía yo de aquella veintidós años, creo—, me metieron Eugenio Prieto y Antić a Slaviša Jokanović en la habitación.
Con quien primero durmió Jokanović fue conmigo. Muchísimos compañeros yugoslavos, y con todos he tenido buena relación. Y muy bien. Los yugoslavos son buenos para un grupo; no te dan un problema. Si fichas a un yugoslavo, es raro que te salga mal. Muy competitivos, además: tienen un gen competitivo en los deportes colectivos que es espectacular. Y se integraban muy rápido en todo: en la cultura, en el idioma…
¿Qué tal llevaban el drama de la guerra que sacudía sus países?
No se tocaba el tema. Se notaba la tensión. Nunca se habló; se les notaba incómodos. Era muy reciente. Tuvimos serbios, croatas… Y no, no. El tema era jugar al fútbol; juntarnos todos por una misma tarea, que era ganar un partido, competir bien. Ellos tenían buena relación.
Tal vez el yugoslavo más famoso con el que coincidiste sea Robert Prosinečki.
Un tipo supergeneroso, superhumilde. Lo recuerdo tirando faltas con el filial. A lo mejor lo llamaba el entrenador del filial, que entrenaba en el campo de al lado a la misma hora, y se ponía a enseñarles la posición del cuerpo, cómo golpear… Un tipo espléndido, y a diferencia de los otros, muy extrovertido. Jokanović, Jerkan…, eran más introvertidos, más reservados, pero a Robert le gustaban la fiesta, las cenas…
Y fumar.
Robert ponía el paquete de tabaco encima de la mesa si había una cena o una comida. Antić lo entendía bien, y el grupo también; sabíamos aceptar que era una cosa natural. En el descanso, echaba un pito antes de entrar al campo. Tampoco a la vista de todos, ¿eh? Se iba al baño, o a la zona de masajes. No pasaba nada. Lo tomábamos con naturalidad. Le sentaba bien.
¿Era una cosa rara, o había más compañeros que fumaran?
Siempre había alguna habitación donde se jugaba la partida a las cartas, al póker, y se fumaba. Yo he tenido compañeros, en el Oviedo y también en el Betis, que fumaban bastante. En algún momento se podía acusar en el físico, si era un partido fuerte. Era una época en la que se fumaba mucho más que ahora, también. Ahora se prohibió fumar en todos los lados y creo que eso ayudó a que la gente lo dejara, pero antes era bastante habitual.
¿Tú fumabas?
No, yo nunca fumé. Nunca me dio más. Me pasaba como a Ancelotti: podía fumar un puro en alguna celebración; me gustaba. Pero no me ha dado mucho más el fumar ni he tenido la inquietud de hacerlo.
Contabas hace poco en una entrevista que os daban primas cuantiosas por ganar al Sporting: unas 250.000 pesetas.
Sí, sí. El mayor premio era el Sporting, y si no lo había, ya procurábamos nosotros que lo hubiera, calentando a los presidentes y a los dirigentes esa semana para que nos incentivaran, fuera con una cena, o un premio económico, o… También por quedar por encima de ellos en la clasificación. También pasaba en el Betis con el Sevilla.
Seguimos repasando entrenadores. En la 1995/1996 llega al Oviedo otro yugoslavo: Ivan Brzić.
Muy buena gente. Llegó con un desconocimiento total de todo: de la ciudad, de la plantilla… Venía de haber trabajado en su día en Osasuna, pero sobre todo en Perú. Antes de venir a Oviedo había entrenado al Alianza de Lima. Su mujer era peruana. Lo desconocía todo, pero se apoyó mucho en Tensi, una figura que para el vestuario era, más que un segundo entrenador, un padre.
Conocía el día a día del club perfectamente, sabía cómo llevar a Eugenio Prieto, nos conocía a todos. Ese año había doce o catorce canteranos, y Tensi nos conocía a todos, tenía mucha mano izquierda, y sabía llevar muy bien el vestuario. Brzić supo escucharlo mucho y esa fue la razón, creo yo, de que la temporada fuera bien. Brzić fue conociendo al equipo, y llevaba el vestuario con mucha mano izquierda y mucha tranquilidad, dándonos mucho sitio. Escuchaba mucho a Berto, a Carlos, a los más veteranos.
Y al final aquel fue el equipo que, sin hacer nada del otro mundo, más partidos ganó fuera de casa en Primera División en la historia del Real Oviedo, algo a lo que no le dieron mucha importancia. Cada partido que jugábamos fuera, parecía que lo iban a cesar. Hubo hasta tres o cuatro ocasiones de irse la directiva al completo a La Coruña, a Vallecas, a San Mamés…, pensando en echarlo, y que el Oviedo ganase. Él lo tomaba con mucha risa.
Cuando ganábamos, en el restaurante, siempre decía: «¡El mejor vino! ¡Tensi, pide el mejor vino!». Decía: «¡Paga presi!». O: «¡Paga directiva!». Y pedía el mejor vino para los jugadores y para él, y cuando llegaba la cuenta a la secretaría, los empleados decían: «Pero ¿¡quién pidió este vino!?». Un personaje. Ese año hubo eso que se llama autogestión; una gran autogestión de la plantilla, del vestuario, y en gran parte fue gracias a Tensi, una figura histórica, que había sido jugador y al que nosotros respetábamos mucho.
Un Quini del Oviedo, por así decir, ¿no?
Sí, sí, sí, sí. De hecho, eran íntimos amigos. Le afectó mucho a Quini la pérdida de Tensi cuando falleció. Se llevaban bien. Eran eternos rivales, pero me pasa a mí con jugadores del Sporting. Tienes una gran rivalidad, pero también un gran respeto por el profesional que está enfrente.
Cada uno pelea por lo suyo con fuerza y con nobleza. Hoy en día, de lo que más orgulloso me siento es de tener el respeto de los que fueron mis compañeros, tanto en Oviedo, como en el Betis, como en el Cádiz, pero también de los rivales; de aquellos de los que fui rival y con los que tuve grandes peleas en el terreno de juego, pero con quienes no hay ningún rencor, ni ninguna mala cara, sino todo lo contrario.
¿Cómo era visitar El Molinón siendo la estrella del Oviedo? ¿Cómo se vive la rivalidad en el terreno de juego?
Bueno, yo tuve la suerte de que compartía un poco el…, ese ser el gran enemigo, ¿no?, con Carlos, que era también bastante caliente en algunas declaraciones. De aquella había toda la semana una guerra psicológica para calentar un poco el partido, al rival, con las declaraciones a la prensa. Es algo que ahora ya no hay; ahora los jugadores prácticamente no hablan, sino que dan unos mensajes muy marcados por los departamentos de comunicación.
De todas maneras, yo tengo comido en el puerto deportivo de Gijón con Juanele, o con Abelardo, o con Javi Manjarín, el viernes antes de un Sporting-Oviedo. Nos lanzábamos dardos, pero siempre con guasa y rivalidad sana. Y a mí, allí, no me querían mucho, pero igual que la afición del Oviedo no quería a Juanele o a Luis Enrique.
En el fondo, la afición rival casi siempre pone en la diana al que sabe que le puede hacer pupita. Pasa en todos lados: la afición del Barcelona ponía a Cristiano, y la del Madrid a Messi. Yo, por otro lado, le daba la vuelta, como te comentaba antes de la Tercera División y la época del Universitario. Me lo tomaba como un refuerzo para estar concentrado, activo, motivado; no me achicaba, sino todo lo contrario: me ponía más caliente y con más ganas de hacer daño; de hacer dos goles mejor que uno.
En 1996/1997 llega al Oviedo Juanma Lillo. Un entrenador peculiar.
Llegó muy joven. Era más joven que algunos jugadores. No sé si tenía treinta y dos o treinta y tres años. Y llegó con aquella filosofía de jugar en zona; de vivir en zona, como decía él. Entendía bien el juego posicional y nunca repetía los entrenamientos, que es una cosa que a mí no me pasó nunca con nadie.
Con un entrenador siempre hay cosas que se repiten durante la semana, y a veces te acaba aburriendo mentalmente la rutina, pero yo, de Juanma Lillo, no recuerdo que repitiera dos entrenamientos. No había rutina con él. Era totalmente diferente a Brzić, que era un entrenador tradicional: el partidillo de los jueves; pocos chinos, pocas señales en el terreno de juego… Con Lillo salías al campo y eran todo chinitos y zonas de trabajo, el campo todo dividido y estructurado por pivotes, una cosa increíble. Nos llamó bastante la atención.
Sin embargo, deportivamente el equipo no fue bien, y Lillo acabó siendo despedido en la jornada 34, con el Oviedo decimoséptimo en la clasificación. ¿Demasiado vanguardista, a lo mejor?
En la primera vuelta se jugó bien, pero él estaba demasiado obsesionado con lo de la zona. Era una obsesión total, y a gente como Onopko o como Berto, Bertín, gente de solucionar ellos por sí mismos las cosas con su inteligencia, con su derroche psíquico, con su capacidad para robar, apretar, morder… Esta gente como Gavi, el del Barcelona, ¿no? Gente a la que no puedes…, no sé cómo decirte, coartar. Lillo cortaba espacios. Cada uno tenía una zona.
Lo que luego hizo el Athletic de Bilbao de Bielsa, nosotros lo habíamos conocido en el Oviedo con Lillo. Fue un adelantado, y eso hay que reconocérselo, pero le faltó flexibilidad para entender que el fútbol necesitaba otras cosas; hacer otras cosas para ganar partidos.
Ahora bien, como entrenador, en la semana, en lo posicional, en leer el juego, en hablar de fútbol en una conversación… Que hay que tener mucha paciencia, ¿eh?, porque con él es fútbol, fútbol, fútbol, fútbol. Es muy obsesivo. Lo tiene ahora Guardiola de segundo entrenador. Yo tengo muy buena relación con él; me fue extraordinariamente con él.
Fue la temporada que más goles metiste en toda tu carrera: veinte.
Le gané una cena. Me retó en verano a que aquella fuera la temporada que más goles hiciera en Primera División; me dijo que lo iba a ser. Y acertó. El año anterior, con Brzić, había hecho once goles, y después de un partido contra el Atlético de Madrid aquí, en el Tartiere, que ganamos cuatro-dos y en el que metí dos goles y llegué a los doce, nos fuimos a cenar los dos solos en el mejor restaurante de Oviedo.
Luego, sí: la cosa no funcionó, los resultados no acompañaron. A lo mejor había que haber modificado alguna cosa en la forma de jugar; entender que en determinados partidos había que defender más. Con él no se defendía: era todo ataque, sobre todo fútbol de ataque. Nosotros veníamos de Brzić; de jugar muchas veces al uno-cero, a amarrar los partidos fuera de casa defendiendo bien. Pero eso no iba con su filosofía y al final le costó el puesto.
Para los últimos partidos de la temporada el entrenador fue José Antonio Novo, un hombre de la casa.
Habíamos pasado todos por él en el filial y tenía mucha mano izquierda y mucha tranquilidad. Fue como cuando ponían a Molowny en el Real Madrid; una cosa parecida: las cosas sencillas, escuchar mucho a los jugadores, sacar partidos en casa… Con él ganamos uno-cero al Zaragoza y al Sevilla en casa, empatamos varios partidos y, con cuatro pinceladas, sobre todo en lo defensivo, salvamos la categoría el último día aquí contra el Sporting, que estaba salvado.
Necesitábamos empatar y empatamos a ceros. El grupo, realmente, estaba bien. Era un equipo con mucha gente asturiana, más los portugueses —Paulo Bento y Abel Xavier—; Fernando Gamboa, el argentino; Onopko…
Al terminar aquel año, después de esos veinte goles, recibes varias ofertas de otros clubes: el Valencia, el Zaragoza, el Olympiakos y el Betis, adonde te vas finalmente, después de pagar por ti mil millones de pesetas.
En Valencia estaba José Ramón Fuertes, el asturiano: un histórico del Caudal de Mieres que había llevado ya a muchos jugadores para allá, donde había jugado también. Era muy amigo de [José] Carrete, otro asturiano que era una referencia allí. Me querían llevar. También tuve, sí, una oferta para irme a Grecia, pero a mí lo del Betis me gustaba mucho.
Cuando me lo ofreció Joaquín —el mítico Joaquín del Sporting, que era mi representante—, ni me lo pensé. Lopera ya le había comentado al Oviedo que iba a pagar la cláusula y a mí el Betis me transmitía jugar en Europa; jugar con Alfonso, que de aquella era un icono para todos los delanteros nacionales; jugar con Finidi, con Jarni… El equipo venía de jugar la final de Copa del Rey contra el Barcelona. Estaba en lo más alto, y no lo dudé. Era mucho dinero, además. Para mí, pero también para el Oviedo.
Lo que supongo que no te imaginabas era que fueras a descender a Segunda con el Betis.
No. Pero bueno: han bajado grandes equipos: bajó el Atlético de Madrid, el Sevilla, había bajado el Valencia unos años antes… Aquel año se juntaron un montón de cosas; la cosa fue en una deriva de poco a poco ver que nos metíamos en el pozo y sí: increíblemente bajamos, pero esas cosas pasan. Hay que acertar con lo que se ficha, con el entrenador, con los jugadores… Y si no se acierta, un equipo con mucho dinero, con un presupuesto grande, puede irse al hoyo.
En Sevilla vas a estar tres años. En tu primera temporada allí, la 1997/1998, te entrena Luis Aragonés. Todo el mundo que lo conoció tiene su anécdota divertida con él. ¿Cuál sería la tuya?
¡Uf! Con Luis hay tantas, tío… Mira, alguno aún se acuerda de esta en Chiclana, en Sancti Petri. Nosotros hacíamos la temporada casi siempre allí; y estando en el Novo Sancti Petri nos dio Luis Aragonés una charla un lunes. Llevábamos ya una semana allí, me parece; entrenando y corriendo con Jesús Paredes, que luego los dos estuvieron aquí en el Oviedo.
Aquel día nos da Luis Aragonés una charla previa al entrenamiento en el círculo central, con su energía habitual. Nos dice: «¡Esta semana vamos a hacer los mejores entrenamientos de todo el año! ¡Esta semana es la más importante en el trabajo físico!». Y a las doce y media o una de la tarde ese mismo día, dimite. ¡Ja, ja, ja!
Venía a apretarnos a nosotros, pero ya sabía lo que iba a hacer. O no, no sé. Era un personaje muy cambiante. Luis podía estar muy serio, muy serio, muy serio, que te comía solo con la mirada, y de repente estar muy afable y muy campechano.
De esta gente ciclotímica.
Sí. Cambiaba rápido de estado emocional, y claro, te sorprendía. Tenías que estar preparado para todo; llegabas a cada entrenamiento sin saber qué Luis Aragonés te ibas a encontrar, si el que quería que le dijéramos «buenos días» o el que no quería que le dijeras «buenos días». Podían pasar las dos cosas.
Aquel día llegó diciéndonos que aquella era una semana clave para cargar las pilas de cara a la temporada, una semana importantísima, y a las doce y media o una de la tarde nos pica Alexis Trujillo a la puerta a los jugadores, en las habitaciones del hotel, y nos dice que bajemos al salón del Novo Sancti Petri, que Luis Aragonés decía que se iba. Fue un gran disgusto para todos; una situación muy incómoda, además: Luis Aragonés gritando, Jesús Paredes con un disgusto impresionante, Lopera a mil por hora…
¿Por qué dimitió?
Pues dimitió por defender a Jarni. Para Luis, lo primero era el futbolista, luego iba el futbolista y luego el futbolista. Defendía a muerte al futbolista. Al que tuviera, al que fuera, se llamase como se llamase, tuviese galones o no tuviese galones. Robert Jarni, de aquella, se quería ir al Real Madrid y tuvo un enfrentamiento gordo con don Manuel Ruiz de Lopera.
Luis Aragonés tomó el camino de ponerse del lado de Jarni y esa fue la primera mecha de todo lo que pasó: la negociación de Robert Jarni para irse al Real Madrid. Luis le dejaba marcharse; decía que no le cerraba puertas; que el Real Madrid era el Real Madrid. Claro, Luis y Lopera: dos personajes tremendos. Lopera aparecía cada poco por la pretemporada y había cualquier historia a la mínima; semejante par de personajes era fácil que fuesen a chocar.
Te he leído contar que os impartía —Lopera, digo— arengas de cinco minutos y os ofrecía primas todo el rato.
Lopera se volvía loco, sí. Era mucho de premiar. Le encantaban los premios por bloques de partidos: cada dos partidos, cada tres partidos. Una prima por conseguir seis puntos, otra por conseguir siete, tal. Y cuando llegaba el día del Sevilla, se volvía loco, pero lo de los premios era todo el rato.
Igual nos premiaba con un frigorífico, que con un televisor, que a las mujeres con un cheque regalo de El Corte Inglés. Él decía que lo que quería el lunes era ver a nuestras mujeres subiendo y bajando por la escalera mecánica de El Corte Inglés, porque eso significaba que el equipo había ganado. Era feliz premiando, porque significaba que el equipo iba bien.
¿Qué tal la relación con Lopera en general?
Era un presidente con el que se palpaba la tensión en el día a día, porque era muy especial y era muy exigente, con esa exigencia de querer estar siempre en Europa, de querer estar por encima del Sevilla…, que por una parte es buena, pero también significaba un estado de tensión constante en el día a día, en el trabajo diario.
Lopera estaba pendiente hasta de los bocadillos que se comían en el área de servicio cuando viajábamos, de la ropa… Si querías una camiseta tenías que ir a pedírsela a su casa; al Jabugo Center, como le llamábamos, que era una manzana entera que era de él. Lo llamábamos Jabugo Center y ahí tenía él las camisetas, los chándales…
Para cualquier cosa, había que pasar por su casa para hablar con él, y tener un poco de mano izquierda. Había que entenderlo, saber llevarle. Yo con él siempre me entendí bastante bien, tanto cuando apostó por mí y me fui del Oviedo como cuando tuve la posibilidad de volver a los tres años.
Una de las más recordadas características de Lopera era su desbordante religiosidad, esa devoción barroca suya. ¿Cómo vivíais ese aspecto en el vestuario?
Buah. Lo de Lopera con la religión era una cosa tremenda. En el vestuario había un cuarto aparte, donde las duchas, en el que él tenía su santuario; una pared llena de estampitas de todo: estaba el Gran Poder, por supuesto, la Magdalena, la Esperanza de Triana, los Gitanos…
Mientras nosotros nos vestíamos, sabíamos que don Manuel estaba ahí, a lo suyo, rezando por nosotros, por que no se lesionase uno, por que el árbitro pitase penaltis a favor y no los pitase en contra, por lo que fuera. Y luego, a la vuelta del calentamiento, cuando quedaban tres minutos y estabas con los nervios de ponerte la camiseta para salir a jugar o tal, siempre te esperaba a la puerta del vestuario y te decía una frase de estas así religiosas: que Dios reparta suerte, que Dios te dé salud, no sé qué.
Tenía una frase, una palabra, para cada jugador. E iba con sus estampitas a todos lados. Contaba Eugenio Prieto, que lo había visto al coincidir con él en el palco, que él tenía una estampita en cada solapa de la chaqueta, y besaba una cuando el Betis atacaba y otra cuando el equipo defendía.
La temporada que comentabas, en la que dimite Luis Aragonés en plena pretemporada, acabáis teniendo cinco entrenadores.
Empieza Luis y luego lo coge Luis del Sol, un mito, una leyenda en el Betis, la Juventus y el Real Madrid, que era el segundo entrenador. Está tres semanas y luego viene António Oliveira, el portugués, que dura otras tres semanas. Lo coge Vicente Cantatore y dura un mes o dos; dimite y dice que deja el fútbol. Y entonces llega Javier Clemente y es el que salva la temporada. Pero sí: la temporada 98/99 fue una auténtica locura en el Betis. Oliveira llegó con un desconocimiento total, y Cantatore, un poco entrado en años. Cinco entrenadores, imagínate.
¿Qué tal con Clemente? Otro personaje muy especial.
Llegó y lo primero que dijo fue: vamos a hacerlo sencillito. Se acabó jugar al medio campo. Teníamos de portero a Toni Prats, que le pegaba al balón que la rompía. La ponía de área a área con una facilidad tremenda. Entonces, los entrenamientos eran lo más simple: Toni Prats se ponía el balón en el suelo, como hacen los porteros modernos ahora, la ponía al borde del área y nos juntábamos Alfonsito y yo con los dos centrales, y Finidi por la derecha y, por la izquierda… ¿quién? No era Robert Jarni, uhm… No sé si era Ángel Cuéllar.
Bueno, Javi lo que quería era que tirásemos el balón por arriba y que le pegásemos Alfonso y yo de cabez… ¡Fernando, el del Valladolid! El extremo izquierda era Fernando, que era muy fuerte. La cosa era jugar a la segunda jugada. A partir de ahí, el primer partido de Clemente con el Betis ganamos uno-cero; le marco yo gol al Salamanca. Y luego jugamos siempre al cero-cero, uno-cero, cero-cero, uno-cero… y así nos salvamos. Él quería el concepto sencillo; jugar al delantero y nada de pasar el balón por Alexis Trujillo y sacar la pelota fuera. Hacerlo simple.
Ese gol al Salamanca que dices, si no me equivoco, fue el número 1500 del Betis en Primera. Se lo metes a Stelea.
Sí, ese fue.
Con Alfonso te llevaste bien, ¿no? No hubo rivalidad entre delanteros.
Muy bien, sí. Con Alfonsito, muy bien. Es un tipo bastante humilde. Hacía de todo, además. La gente se queda con el talento de los recortes, pero era una bestia físicamente. Corriendo era el primero; un derroche físico espectacular. Cuando llegué, aquel año con Luis en el que estaba Angelito Cuéllar, que volvía del Barça, estaba yo, estaba Alfonsito, Jarni a la izquierda y también estaba Kowalczyk, el polaco, lo que más me llamó la atención fue lo que corría Alfonso, y el físico que tenía.
No era un nueve. Alfonso, de medio campo p’alante, jugaba de todo. Bajaba al medio campo, se ponía por la derecha… A mí eso me venía bien; Luis en las charlas lo comentaba. Yo quizás fijaba más a los centrales y era más nueve, más rematador, y Alfonso era más un segundo punta al que le gustaba participar del juego. Yo, en aquel Betis, era más estar a definir; la definición. Pero íbamos bien de cabeza, y jugamos grandes partidos.
Luis hacía una cosa que luego vimos en Guardiola, jugábamos mucho con tres líneas de tres y un punta. Lo de jugar con ese carril, como se juega ahora, y eso que hacen de que un central se incorpora al medio campo, lo hacía Luis Aragonés con Hristo Vidaković, que rompía y se incorporaba muy bien en el centro del campo para la conducción y la superioridad numérica.
Eso también lo hacía bastante Jerkan aquí en Oviedo, pero Vidaković tenía todavía más profundidad. Se incorporaba muchas veces en ataque. Recuerdo una pared que tengo yo con él. Conducía muy bien por el centro; un poco lo de Hummels en el Borussia. Y rompía líneas con paredes; le gustaba mucho eso a Hristo. Con esa pared que digo, ganamos tres-dos en el Villamarín al Madrid de Roberto Carlos; el Madrid de Ámsterdam, que gana en el noventa y ocho la final con Mijatović.
La Séptima.
Sí. Pues a ese Madrid le ganamos nosotros tres-dos con Luis Aragonés. Que, mira, no debe de haber muchos jugadores que ganaran tres-dos al Real Madrid, y yo lo gané tres-dos tres veces.
Tiene mérito, sí: es un resultado inusual.
Sí: no es uno-cero. Pues tres veces. Con el Oviedo aquí, en el Bernabéu haciendo dos goles y en Sevilla con el Betis. Yo metí el segundo y Vidaković el tercero, después de hacer la pared. Luego se rompió el cuádriceps…
Es interesante eso que dices de la modernidad de Luis Aragonés.
Ya estaba entrado en años. Luego vino al Oviedo, luego se fue al Mallorca, después va y coge la Selección… Y ya con nosotros, en el Betis, parecía que tenía muchos años, pero era un entrenador moderno, sí. La gente lo identifica con el contraataque, con el contragolpe, pero ya hacía eso que comento de las tres líneas de tres y la incorporación del central que hacía la superioridad numérica en la conducción.
Además, se adaptaba; era flexible. Jugaba al contraataque, sí; a veces salíamos a la contra con Finidi y con Jarni, que eran dos flechas. Pero otras veces le gustaba dominar. Era bastante flexible. Y en lo que era el número uno era en el otro fútbol.
Las pillerías de viejo zorro, ¿no?
Sí: los cambios de ritmo, manejar los momentos del partido…
Lo de ese vídeo tan famoso de la Eurocopa de 2008, ¿no?, cuando les dice a los jugadores que provoquen a Schweinsteiger. «El rubio se calienta como la madre que lo parió, díganle cositas…».
Claro. Lo que te decía antes de los centrales, habla con aquel nueve, que se arruga; o con este otro, que se asusta; o este portero no va bien del lado derecho, o aunque sea alto el primer palo le cuesta, no sale. Detalles de esos. Era un entrenador que, más que en la charla, te enseñaba viniendo a decirte algo de repente mientras te tomabas un café, o en el vestuario mientras te ponías las botas. Algo de ese fútbol añejo, de pillo, de vivo. Ese era Luis Aragonés.
Te sigo preguntando por mitos con los que coincidiste. ¿Qué tal jugar con Finidi?
Muy bien. Finidi es un atleta. Hubiese sido un atleta de los ciento diez metros vallas o los cien metros lisos y hubiera dado alguna medalla a Nigeria, estoy seguro. Era una pasada. Finidi jugaba como por un carril, por una recta en la que no sabías cómo, pero eliminaba a todos los que tenía delante, a veces porque se la tiraba despacio, otras porque hacía una especie de eslalon muy lineal, muy estilo ahora Valverde, cuando jugaba Valverde en la derecha.
Algo así, pero con el balón no tan pegado al pie. Finidi se la tiraba más larga. Había veces que, cuando llegaba Finidi, Alfonso y yo todavía no habíamos llegado al remate. Era un velocista. Con dos toques, plas, ya se plantaba en la línea de fondo, y muchas veces nosotros no habíamos llegado, y la culpa era nuestra. Él ya sabíamos que la iba a poner, y no necesitaba que fueras a hacer un apoyo.
Finidi… Es un poco entender el juego y al compañero que tienes al lado, ¿no? Hay gente que quiere que vayas a hacer una pared, o que te acerques o tal, pero a Finidi no; a Finidi había que dejarlo solo. Se las arreglaba solo. Se la tiraba larga y tu tenías que estar en tu sitio, en el área, para que cuando él la pusiera, llegase. Era un gran profesional, además, y muy competitivo.
Luis Aragonés se lo llevó luego al Mallorca. Tuve algo de relación con él, porque luego hubo una época en la que entrené al Betis Deportivo, y él vino a trabajar a la secretaría técnica. Ahora está de entrenador de Nigeria. Lo sigo; tenemos contactos comunes, porque él vive en Mallorca.
En lo estrictamente personal, ¿te costó adaptarte a Sevilla: tan lejos de Asturias, un clima tan distinto, etcétera?
No, muy bien. Me costó mucho los dos primeros meses, por el calor. Mucho. Sufrí en la pretemporada. Era un nivel físico más alto a lo que estaba acostumbrado. Yo siempre fui bastante físico: aparte de la idea que se tenga de mí como goleador, yo fui un jugador de correr mucho.
Me gustaba trabajar, ayudar en defensa, bajar a defender los córneres, no estar muy estático, sino colaborar, trabajar, presionar. Era bastante guerrero, batallador. Y yo cuando llegué pensaba que esa parte me iba a ser fácil, pero los dos primeros meses me costaron, porque era un nivel alto de físico; había gente fuerte físicamante.
Alfonso era una pasada. Juan Merino, igual. Te hablo de Finidi, te hablo de Jarni. Gente internacional, que venía de jugar en Europa, la Recopa. Me costaron hasta los rondos: no eran un rondo como se entiende a veces en algún equipo, una cosa para echar un rato, sino una exigencia de la hostia. Si te tocaba estar dentro, podías tirarte ahí dos o tres minutos que no había manera de salir.
Y eso: el calor.
Los dos primeros meses, la primera pretemporada con Luis Aragonés, fueron quince días en Sevilla y el resto en Sancti Petri y en Holanda, y yo los quince días de Sevilla los sufrí mucho, porque eran correr series de mil con Jesús Paredes y muchísimo calor. Se entrenaba muy temprano; había que madrugar mucho. Se empezaba, me acuerdo, a las ocho y media o nueve de la mañana, porque allí, con el calor, a las once ya no puedes hacer nada. Luego se entrenaba otra vez muy tarde, a las ocho o nueve, y se hacían temas más técnico-tácticos.
Eso se me hizo duro, pero lo que es el día a día, la ciudad, me encantaron. Soy bastante extrovertido, no soy para nada introvertido, y me gustó Sevilla. También me cuidaron mucho los veteranos; los Alexis Trujillo, Juan Ureña, Merino… Hicimos un grupo fantástico. Era gente muy alegre, y para mí, además, el Betis era estar siempre con la novedad: viajar por Europa, ir a jugar contra el Chelsea, contra el Bolonia, a Copenhague… Me adapté bien.
También tuve ya entonces cercanía con Cádiz: me acercaba mucho. El germen de la idea, luego, de ir a Cádiz estuvo ya ahí, en los años del Betis. Me gustaba el carnaval. Después estuve dos años entrenando al Betis B. Entre unas cosas y otras, viví doce años en Cádiz y cinco en Sevilla; casi soy medio andaluz. Soy asturiano y muy de Oviedo, pero le tengo mucho cariño a Cádiz y a Sevilla.
Son ciudades muy especiales.
Sí, sí. Cuando te decía por qué elegí el Betis, pensaba en eso. La dimensión del Betis sale de lo futbolístico. Es una forma de vivir y de sentir el fútbol distinta, muy del día a día en la calle, de estar y de vivirlo todo el día en la calle. Vas a la cafetería, a la carnicería, a la compra, y es constantemente Betis-Betis-Betis. El Sevilla igual, por supuesto. Esa dimensión de hablar constantemente de fútbol, para mí también fue una novedad, y luego en Cádiz no te digo nada. En eso, creo que elegí bien. Betis y Cádiz fueron dos muy buenas elecciones.
La temporada 1998/1999 es en la que llega Denilson. Fue el fichaje más caro del mundo hasta la fecha —cinco mil millones de pesetas que hoy serían 31 millones de euros—, pero resultó ser un bluf; un jugador irregular y con poco acierto de cara al gol.
En la presentación estaba el estadio lleno a reventar. Cinco mil millones, sí. Había venido a jugar un Betis-Flamingo, me parece, y luego quedó cedido en el Flamingo me parece que seis meses, hasta que acabó una liga brasileira. Me suena, ¿eh? Luego vino y se encontró con Javi Clemente, con el que tuvo una relación, ¡ja, ja, ja!, de lo más convulsa. No entendió Javi Clemente a Denilson. Era un estilo de fútbol que no le…
La cosa individualista y preciosista de los brasileños, ¿no?
Claro. El fútbol de Clemente era el fútbol vasco este de la garra, la lucha, la entrega, los duelos; el fútbol directo. Y Denilson, que tiraba doscientas bicicletas… Yo no vi hacer una bicicleta más rápido en mi vida. Pero no era una: te tiraba siete, ocho, nueve, una pasada. Era individual, sí.
A Deni le costó mucho entender el juego colectivo. Era superindividual. Le dabas la pelota y siempre hacía la misma: se la jugaba; intentaba regatear a tres o cuatro; te hacía un eslalon, una bicicleta… Alfonso y yo nos desesperábamos muchas veces.
Era muy diferente a Jarni, que para Alfonso y para mí era gloria bendita, porque era llegar a los tres cuartos y saber que nos la iba a poner, y fuerte. Denilson era todo lo contrario: jugársela. Él centraba más bien raso, de cabeza; no era un gran centrador. Jugaba uno contra uno o buscaba una bicicleta o…, ¿cómo se llama eso por arriba que tiran ahora? Los regates estos raros que hay ahora. La culebra, o no sé qué. Un sombrero, ¿no? Deni era eso: un malabarista del balón. En el vestuario hacía unas cosas con un calcetín que yo alucinaba.
Un Ronaldinho.
Sí, pero Ronaldinho jugaba más por dentro, iba más al gol… Denilson tenía muy poco gol. No metía goles. Regateaba, tiraba a media distancia… Jugaba en la línea del extremo izquierda, pegado a la banda, su sitio era ese: el córner, ir al córner a regatear. Por dentro, nada, no era una cosa extraordinaria, y no tenía mucho gol. Alfonso y yo nos desesperábamos, ya digo. Le costó funcionar en el Betis, a Denilson. Era un balón para él y otro para los demás.
En la 1999/2000, tenéis tres entrenadores: Carlos Timoteo Griguol, Guus Hiddink y Faruk Hadžibegić.
Griguol traía un desconocimiento importante. Era un gran entrenador, un referente, en Argentina.
Por allá lo llamaban El Maestro.
Sí. Había entrenado al River Plate, no sé si al Boca, no sé si a Independiente… Era el maestro de Cúper y una institución allá. Pero vino el hombre un poco mayor y con un método de trabajo, entre comillas, antiguo, que no caló en el vestuario.
Tenía un aspecto llamativo: gorra, polos estampados, vistosas gafas de sol, corbatas estrafalarias…
Era un tipo peculiar, sí. Nos llevamos bien con él; era campechano. Pero nos mató en lo físico. El preparador físico, que lo había sido de Maradona, era Valdecantos, otra institución. Nos metía una paliza y, después de una hora con él, nos cogía Griguol, que nos metía otra. Ese año fue el que más corrí y más entrené físico en mi vida, y fue el equipo que peor estuvo físicamente.
Todavía lo hablamos algunos jugadores cuando nos juntamos. Era una paliza constante. Griguol sacaba las pesas al terreno de juego: primera vez que lo vi en mi vida. Llegábamos y estaban las pesas ahí montadas. Hacíamos el trabajo en un círculo de pesas en el campo, con el calor de Sevilla, y luego la transferencia a carrera. No corrí más en mi vida. Y el equipo, al final, hizo crack. En la segunda vuelta, nos caímos físicamente.
También llegó diciendo que no toleraría el desorden y que pediría a sus jugadores que controlaran su vida privada.
Era como un padre; un señor mayor muy preocupado de estas cositas: de que no saliéramos, de ponernos una hora para ir para casa… Teníamos un concepto de él más de padrazo que de entrenador. Cuando nos acordamos de aquella etapa, hablamos más del preparador físico, de Javier Valdecantos, que era un crack. Echábamos más horas con él que con el entrenador.
De Griguol también me acuerdo de que, en el parking de coches increíble que había allí, entre los cochazos que había, él se bajaba de un Seat Toledo blanco. Nos hacía gracia, porque parecía casi un taxista más que un entrenador del Betis. Él iba del entrenamiento a casa y de casa al entrenamiento y quería que nosotros también hiciéramos esa vida hogareña, pero claro: Sevilla.
Te puedes imaginar. Sevilla es una ciudad en la que vives en la calle, entre la Feria, la Semana Santa, los eventos que hay constantemente… Es una ciudad de calle y de aquella los futbolistas estábamos cerca de la gente; estabas en la calle con la gente, de pintas de cerveza, alternando.
Griguol quería que descansáramos, también porque, como decía, nos metía mucha caña en lo físico. Él estaba obsesionado con lo físico, con el gimnasio, y sabía que estábamos cansados. Su forma de transmitir en las charlas también era muy pausada. Le faltaba la energía de Luis Aragonés.
En edad estaban más o menos igual, pero el carácter de Luis, la energía de Luis, que igual te cogía por la pechera, que te pegaba dos bocinazos, que te soltaba una bronca tremenda por una chorrada, ese agitar el vestuario, ese carácter indomable, en Griguol era todo lo contrario: frío, tranquilidad, pausado…
El orden frente a la furia.
Sí, sí. Las revoluciones, ¿no? Uno a veces se pasaba de vueltas y el otro se pasaba por defecto; era demasiado bajo de revoluciones. El equipo aquel año no tenía gracia. El del Betis suele ser un fútbol alegre. Tenías jugadores de talento para eso: Alexis Trujillo, Ángel Cuéllar, Alfonso, Finidi, Vidaković… Pero con Griguol, era un equipo triste.
En la concentración de pretemporada en Holanda, tengo apuntado que dijo Griguol: «Tenemos jugadores para hacer tres equipos y solo quiero 22».
No quería malas caras. Pasaba también con Irureta, que tuvo algún enfrentamiento desagradable con gente como Djalminha. Son entrenadores con un concepto un poco antiguo del fútbol y que no se sienten cómodos con el jugador que no juega y que te pone cara de culo, como decimos nosotros, o que comió torcido.
Para Griguol o para Irureta era mejor tener dieciocho o dieciséis jugadores que veintidós, porque sabía que, teniendo veintidós, tendría a ocho encabronados, o con mala cara, o que podría surgir un grupo de tres o cuatro que le montaran un lío en el vestuario, o aparecer ese jugador veterano que tiene más cercanía con los dirigentes y que puede, de alguna manera, moverte la silla.
Ese enfrenamiento con un futbolista enfadado, a Griguol no le gustaba. Luis Aragonés cortaba por lo sano; no había nada que hacer. Javi Clemente, lo mismo: convencer a Javi Clemente de algo es imposible, por racional o de sentido común que te parezca.
Antes de sentarte con él, ya tenías las de perder. Griguol se parecía también a Brzić: esta gente con la que podías ir al vestuario a hablar, plantearle tus argumentos, etcétera. Pero cuando había algo que torear, Griguol siempre mandaba por delante a ese preparador físico que te decía, que era muy respetado.
Ese año, solo metes un gol.
Sí. Yo no fui mucha carne de banquillo, pero aquel fue el año que menos jugué. Empecé fuerte: hice goles en el Trofeo Carranza, que le ganamos a la Lazio. El Carranza es un torneo al que Lopera le tenía mucho cariño. Yo tengo tres: dos carranzas con el Betis como jugador y otro como entrenador, con el Cádiz. Pues bueno: empecé bien, pero luego Griguol no me dio continuidad; la confianza de saber que jugaba un domingo sí y otro también.
Perdí algo de confianza, y en la segunda vuelta jugué poco. Tengo la espina que ese año que bajamos fue el año en el que coges las estadísticas y debió de ser el año que menos jugué en Primera. Igual veinticinco partidos, que a lo mejor ahora es mucho, pero yo jugaba siempre treinta y ocho o cuarenta. Y sí, solo un gol. Toni Prats hizo dos, y hubo mucho cachondeo con eso. Toni le hizo un gol de falta al Madrid y luego creo que hizo otro de penalti.
Es verdad que era uno de aquellos porteros con gol, como Chilavert.
Toni le pegaba al balón en las faltas que te ponías en la barrera y te reventaba. Le pegaba fortísimo. Las faltas las tiraba él muchas veces. Y aquel año hizo más goles que yo, pero luego vuelvo al Oviedo y, aunque bajamos, hago quince goles; una cosa alucinante. Le pasó a Joselu en el Alavés y en el Espanyol, me pasó a mí y no le habrá pasado a muchos más. Joselu ficha por el Madrid después de haber hecho quince o dieciséis goles y descender con el Espanyol, y yo hice quince aquel año.
¿Qué tal Hiddink?
Estuvo poco tiempo. Llegó para sustituir a Griguol, pero estuvo muy poco, creo que un mes. También tuvo una discusión con Lopera en el Sancti Petri. Cada vez que íbamos a Sancti Petri era tragedia (risas). A Lopera le encantaban las concentraciones, concentrarnos. Era como un castigo.
Cuando perdíamos un partido en el Villamarín, mandaba a las mujeres a por la maleta o la bolsa de deporte y nos íbamos a Sancti Petri en cuanto acababa el partido, concentrados hasta el domingo siguiente. Le encantaba, y aquel año que perdimos bastantes partidos, pues fuimos mucho. Hiddink llegó con una filosofía totalmente distinta, de fútbol total. Era divertidísimo entrenar con él: todo el día con balón.
Era un entrenador afable y que daba bastante manga ancha a los jugadores, ¿verdad?
Sí, muy afable, muy buena gente. Tenía ese carácter campechano, abierto, holandés. Y en el trabajo diario era lo de Lillo: balón, pelota, rondos, ejercicios en triángulos, en cuadrados, partido reducido, tal. Era superdivertido. Yo de Hiddink me acuerdo de la diversión. Dejamos de correr. Con Griguol era correr-correr-correr y ahora era balón-balón-balón. Pero tuvo una gorda con Lopera.
Se fue, no a raíz de un mal resultado, sino de una bronca en Sancti Petri. Estábamos en una reunión en un salón de actos ahí en el hotel Novo Sancti Petri. Lopera también era mucho de reuniones, de juntarnos y darnos una charla. Y no sé a raíz de qué se enfrentaron, pero en la misma reunión, Hiddink se levantó de la mesa presidencial, que estaba ahí con Lopera, y dijo: «Señores, me voy» (risas). Así se fue Hiddink.
Luego Lopera puso a Hadžibegić, que había jugado en el Betis y era amigo suyo, y también de Rafael Gordillo. Había entrenado a equipos franceses: al Lille, al Nantes, al Troyes, uno de estos. Era como de la casa y cogió el equipo cuatro o cinco partidos, pero ya estábamos sentenciados.
¿El descenso fue duro?
Sí. Por inesperado. Con el Cádiz también bajé y, como todo descenso, fue desagradable y un disgusto, pero no fue un drama, porque se veía venir. Éramos modestos y cabía dentro de las posibilidades. Tu pelea era por no bajar y te podía tocar. Un año te toca. Pero en el Betis era inimaginable. Cuando arrancamos la temporada en Sancti Petri, ¿cómo íbamos a pensar que el equipo iba a descender? Nunca se pensó en bajar.
Solo después de Hiddink, cuando lo coge Hadžibegić, empezó a estar claro que bajábamos. Creo que había que ganar tres de tres o una cosa así, y lo apretamos, pero estábamos ya sentenciados. Pero bueno, episodios de estos en el Betis… El Betis también es el manque pierda; el bajar, subir, bajar, subir… Inesperadamente bajas e inesperadamente subes.
El Betis se ha movido siempre en esto. De aquella fue sorprendente porque el concepto era de un equipo rico y con pasta, no de uno humilde o modesto o del pueblo. Lopera presumía de tener dinero, de haberle quitado a Alfonsito al Madrid. Me había traído a mí por mil millones, a Benjamín por mil seiscientos… Iba a golpe de talonario.
Tu buen hacer en el Betis te lleva a la Selección, adonde te lleva Clemente, y con la que juegas dos partidos: tres minutos de uno contra Eslovaquia y los noventa de otro disputado contra las Islas Feroe en El Molinón, donde marcas un gol. ¿Qué recuerdo tienes de ese paso breve por la internacionalidad?
Ese partido en El Molinón fue el momento culmen de mi carrera. El debut contra Eslovaquia fue especial, por supuesto: tengo la camiseta de ese partido, en el que jugamos de blanco, además. Pero el culmen fue el partido contra las Islas Feroe, en el que jugamos de rojo, con la roja. Era en casa.
Era El Molinón y eso era especial por más que hubiese preferido el Tartiere, pero el recuerdo que yo tengo, más que fuera en El Molinón, es que fue en Asturias, entre asturianos, con toda la familia, con el grupo de amigos.
Después del partido, invité a todos a una corderada a la estaca en Noreña. Nos juntamos todos: los abuelos, tal, toda la gente cercana a mí. Encima hice gol. Ganamos tres-uno, Luis Enrique marcó dos y yo el primero, al rechace de un poste o algo así, de un remate de Raúl. También jugó el Pitu [Abelardo] y creo que Javi Manjarín. Fue un partido muy asturiano, y nos clasificamos para el Mundial de Francia 98.
Que te quedaste con la espinita de no jugar.
Entré en la preselección de veintiocho de Javi Clemente, y fui a una miniconcentración de dos o tres días creo que a Barajas, a un hotel, y luego a Las Rozas; no estoy seguro. Sé que fue en Madrid. Grabamos un spot publicitario; un rollo para el Mundial. Luego, a Francia, iban veintidós y yo fui uno de los seis que se quedaron fuera.
Pero bueno, fueron otros que eran mejores, así que no me supuso ningún trauma. Estaba Alfonsito, estaba Urzaiz, estaba Julen Guerrero, estaba Kiko Narváez… Además, me trataron de lujo, sobre todo Fernando Hierro y Zubizarreta. Me pasó lo mismo que en el Oviedo y en el Betis: siempre tuve buenos mayores, buenos veteranos, que es algo que luego me ayudó para cuando me tocó ser yo el hermano mayor en el Cádiz; ser uno de los veteranos junto con Ramón de Quintana.
Éramos los mayores en un equipo de gente joven con sueldos bajos que había dormido en el vestuario, encerrados en el Carranza; gente que no había tocado ni la Primera División, ni la Segunda. El aprendizaje que yo tuve con los Berto, los Hierro, los Zubizarreta, los Alexis Trujillo, me vio bien para eso; para ser yo el hermano mayor de aquella gente.
Después de descender con el Betis, vuelves a Oviedo, donde te reencuentras con Antić, que acababa de regresar a Asturias después de cinco temporadas al frente del Atlético. Gente que conoció al primer y al segundo Antić ovetense me ha contado que las cosas con él fueron muy distintas en esta segunda etapa. Y gente que conoció solo al primero guarda muy buen recuerdo de él y gente que solo conoció al segundo lo guarda muy malo.
Puede ser, sí, sí. Radomir Antić, en esa segunda etapa, donde se equivoca es en enero; enero del 2001, cuando trae a Collymore.
Otro gran bluf, como Denilson.
El efecto Collymore alteró mucho todo. No es por echar la culpa a Stan Collymore, que era un buen tipo, ¿eh? Pero bueno, duró un mes. El equipo estaba octavo o noveno. Jugamos bien en la primera vuelta, también con seis o siete canteranos: estaba Iván Ania, estaba yo, estaba Dani Amieva, estaba el Chino Losada conmigo arriba, Boris de central, Rubén…
Es verdad que la situación fue incómoda desde el principio, porque ese verano fallece Petr Dubovský, que había sido compañero mío también. Yo ficho muy a última hora, cerrándose ya el mercado.
¿Para sustituir a Dubovský?
No, bueno: no era para sustituir a Dubovský, pero faltaba gente arriba y Radomir me conocía bien. Yo con Radomir había funcionado bien y había hecho goles. Tenía muy buena relación con él, y él insistió en mi fichaje, y tengo que decir que en lo deportivo resolví: metí quince goles, lo que te decía antes, una cosa increíble.
¿Tenías ofertas de otros equipos?
De Lillo, para el Zaragoza. Yo, ese verano, podía irme a Zaragoza o volver al Oviedo, pero por circunstancias preferí volver al Oviedo. La cosa empezó yendo de lujo: fue llegar y el primer día, con Las Palmas, metí dos goles. La celebración fue dedicarle el gol a Petr. Y hasta enero, ya digo, funcionamos muy bien.
Íbamos octavos y ahí Radomir quiso darle un retoque raro al equipo. Se lesiona Chino Losada, se rompe tibia y peroné chocando contra Molina en Riazor, y se habla con Carlos, a ver si vuelve de México y nos echa una mano. En enero estuvo entrenando con nosotros.
Pero entonces se descarta a Carlos y Antić se empeña en traer a Stan Collymore.
Sí: se hace esa apuesta, y eso lo altera un poco todo. El equipo estaba muy controladito, con el Chino arriba conmigo, pero de repente esa lesión y lo de Collymore trastoca las cosas, lo vuelve todo un poco loco. Vino prensa de Inglaterra, pero, en los primeros partidos, Collymore ya estaba fuera de forma.
Se pierde en Las Palmas el primer partido de la segunda vuelta, en el Insular, luego perdemos aquí creo que con el Celta… Se fue enrareciendo todo. Viene Veljko Paunović, eso lo enrarece todo más por decisiones que toma Antić de poner a Paunović en vez de a otru de casa… Coses d’estes, ¿no? Antić también hace alguna declaración desafortunada sobre la inexperiencia de la plantilla… Entre unas cosas y otras, el ambiente no era el mejor y fuimos poco a poco, pa-pa-pa, cayendo, cayendo, cayendo. En descenso solo estuvimos una jornada: la última.
A mí me pasaron cosas rarísimas. El único día que estuvimos en descenso fue el que bajamos, en Mallorca. No nos habíamos metido en descenso ni en la penúltima jornada aquí, que había sido el escándalo aquel de Losantos Omar, cuando me hace penalti Helguera, que me marca los tacos en la espalda, pero me expulsan a mí. De hecho, el Comité de Competición me quita luego la sanción. Era penalti y nos poníamos dos-uno en el marcador con el Real Madrid. Al final empatamos, luego perdimos en Mallorca y nos fuimos a Segunda.
Permaneces en el equipo las dos siguientes temporadas en Segunda y vives el descenso deportivo a Segunda B, y luego administrativo a Tercera, de la 2002/2003. La primera de esas temporadas —con un esfuerzo de mantener a Onopko, Nadj, Iván Ania, tú mismo…, para subir a Primera rápido— el equipo, nuevamente, empezó muy bien, pero a mitad de temporada empezasteis a pinchar, hay quien dice que porque, al dejar de cobrar, desconectasteis.
No, no desconectamos. Es una cosa que afecta, como a ti en tu trabajo o a cualquiera en cualquier orden de la vida. Lo ves hoy en cualquier manifestación cuando hay unos empleados que dejan de cobrar. Hoy en día hay manifestaciones por todo. Cierra no sé qué empresa y hay manifestación a favor de los empleados, para reclamar.
Para nosotros, las dificultades para cobrar ya empezaron en el 2001. Se habla mucho de 2003, de un episodio que fue muy desagradable para todos, pero la cosa ya venía de muy atrás. En septiembre de 2001 ya no se cobraba y hubo jugadores que tuvimos que ir a cobrar por el juzgado. Aquel año, cuando yo vengo del Betis, en octubre o noviembre todavía no había cobrado la ficha. Ni Iván Ania, ni muchos otros.
Aquel año, haciendo quince goles, tuve que reclamar en el juzgado mi ficha, y la gané por sentencia en noviembre de 2001. El ambiente estaba enrarecido, claro. No se cobraba. No cobrábamos los jugadores y tampoco los empleados. Aquel primer año en Segunda, aun así, estuvimos peleando por subir con el Atleti de Madrid; arriba siempre: terceros, cuartos, quintos.
Para solucionar la situación, una manera, la primera o la más sencilla, era ascender. Eso es de cajón, de sentido común. Otra cosa es que te afecte en el rendimiento diario, en el día a día, porque es verdad que se hablaba mucho de eso. La prensa también estaba mucho más cerca del vestuario; hoy está todo más aislado y nadie se entera de nada. Nosotros éramos carne para la prensa, y Oviedo es pequeño.
¿Cómo era esa vida sin cobrar?
Pues incómoda, pero mira: las horas de entrenamiento, y cuando jugabas al fútbol, eran justamente en las que te aislabas. Estás en un vestuario, conviviendo con los otros, vistiéndote, dando un masaje, hablando de fulanito, de la lesión de menganito, animando al que está lesionado para que vaya recuperando… Un vestuario es como una familia.
Hay gente más introvertida que se viste y no habla con nadie, otro está leyendo un libro y otros estamos gastando bromas, y en esos momentos no se habla gran cosa del tema. Pero cuando acabas de entrenar y ya te vas a la cantina, o al bar a tomar la cerveza de la una de la tarde, o después de ducharte, si te juntas con tres o cuatro, vuelve el tema y de lo que se habla es de buscar soluciones: este necesita el dinero, el otro no cobra nada… Cada uno con sus historias.
La bola se va haciendo más grande y esto no es un enchufe; no hay un interruptor que te desconecte la cabeza.
¿Teníais que prestaros dinero unos a otros o así?
Bueno, sabíamos que había jugadores con dificultades, y si entraba poco dinero del Oviedo, unos cobraban antes y otros más tarde. Los que teníamos una nómina más grande cobrábamos más tarde. Había que entenderlo; no pasaba nada. Pero mira, lo tengo aquí apuntado, para no olvidarme.
Te estoy hablando de 2001. Septiembre, octubre de 2001. En seis años, desde el noventa y cinco, el Oviedo traspasó a Jokanović por trescientos millones de pesetas al Tenerife; a mí por mil millones al Betis; en el noventa y ocho, a César al Deportivo por mil doscientos millones; a Iván Ania en el 2001 por cuatrocientos al Tenerife; a Boris en el 2002 por doscientos…
Si lo sumas, no sé lo que saldrá, pero tres mil y pico millones. Un club que ingresa este dinero en seis años, ¿cómo es posible que en el 2001 tenga dificultades para pagar a los jugadores? ¿Eh? Yo no sé qué fue de mil millones que cogieron por mí, ni de los cuatrocientos de Iván Ania del 2001. La gestión de eso, la administración de esos ingresos, no la hicieron ni aficionados, ni futbolistas.
Si fuese hoy en día, no se hubiera llegado a la situación del 2003, porque en el 2000 o 2001, la Liga ya hubiera dicho a los dirigentes: miren, hay un fair play financiero y usted puede pagar hasta aquí, o estos ingresos van para aquí y esos ingresos van para allá, y no podéis tener ese presupuesto, tiene que ser menos el gasto en salarios, tiene que ser de equis.
Esto hubiera pasado ya el año de Radomir, el que bajamos a Segunda, no en 2003. Puedes bajar a Segunda, ¿eh? Hay muchos equipos que bajan a Segunda. Ha bajado el Zaragoza, bajó el Málaga a Segunda B, bajó el Mallorca, bajó el Deportivo.
Eso es una cosa deportiva que sí se puede achacar a los jugadores, porque oye: fallaste un gol a puerta vacía, o estuviste toda la temporada lesionado o lo que fuera. Pero todo este dinero de traspasos que te estoy diciendo, la administración, la gestión de ese dinero, no fue responsabilidad nuestra. Los nombres serán otros, pero no los de los jugadores, ni de los aficionados.
En la segunda temporada en Segunda, ya solo estuvisteis en la parte baja de la tabla y el aficionado recuerda comportamientos poco profesionales, como poco esfuerzo en el campo, salir de fiesta después de una derrota, etcétera.
Nah, eso son clásicos. Es un clásico que lo escuchas aquí, lo escuchas a la afición del Dépor de cuando bajó el Dépor, a la del Málaga cuando bajó el Málaga… Clásicos y tópicos. El jugador que sale al campo quiere ganar. La principal solución para un problema de una entidad es que la pelotita entre. Esa es la principal medicina: no hay otra.
El mejor tratamiento es meter goles. ¿Cómo vas a pensar en que vale más perder que ganar? Hay que ser muy retorcido. Ahora, la gente puede decir lo que quiera. Puede decir que esto no es Coca-Cola [Oli señala su vaso], que es otra cosa. Pero es Coca-Cola.
Por lo que pasó en aquellos días, buena parte de la afición del Oviedo no tiene hoy buen recuerdo tuyo, atribuyéndote el liderazgo de la negativa a aceptar unas garantías de pago que, al no aceptarse, significaron aquel descenso administrativo a Tercera. Los peor pensados suponen que lo que sucedía era que, si bajabais a Tercera, quedabais libres para iros a buenos equipos, mientras que en Segunda B, categoría semiprofesional, se os podía retener.
Pero si no es así, hombre, eso no es así. Vuelvo a repetir que lo que pasó en 2003 es un final superdesagradable para todos, ¡para todos!, y muy triste, pero que es consecuencia de esos ocho años anteriores donde no se hizo lo que se debió hacer y donde se tenía que haber parado los pies a los que estaban equivocándose.
A nosotros, criticarnos en lo deportivo: qué malu eres, no corres, la tiras fuera. Ahí, sí. En lo otro, yo tengo la conciencia tranquila de que hice todo lo que estaba en mi mano como oviedista, como jugador: negociaciones con los compañeros para perdonar dinero, bajar cada vez más dinero hasta que llegásemos a un límite que alguien lo pudiera de alguna forma resolver, hablar con la AFE, con todos, la moratoria de veinticuatro horas… Pero allí nadie salió a resolver nada. Nadie.
Yo no vi a nadie. Había un dirigente del Oviedo del que no voy a decir el nombre que trataba diplomáticamente de templar, de calmarnos un poco, pero yo no vi a nadie negociar con ningún jugador nada. Y todas estas cosas no hace falta que nadie me las cuente: estuve yo allí. Yo sé lo que viví, las horas que eché, lo sabe mi familia; saben todo lo que yo hice para intentar salvar la situación. ¡Pero no estaba en mi mano! La solución no la tenía yo. Ahora, ¿que lo cómodo y lo fácil es…?
Pero no solo en Oviedo: en todos los lados. Señalar y poner el dedito a los futbolistas: eso es muy cómodo, muy fácil, muy sencillo. Ponérselo a otros es más difícil, no sé si por intereses o por afinidad a los personajes. Luego, con el tiempo, los juzgados, en el juicio a los administradores, nos dieron la razón; dijeron que los responsables habían sido ellos.
Y yo no hablo de culpables, además, ¿eh? Hablo de responsabilidades. Responsables de lo que pasó hay muchos. Los jugadores en lo deportivo, por supuesto, por descender. Otros, por no gestionar ese dinero bien. Otros, por contar cosas como no fueron; cosas que no son verdad. Cada uno de los que estuvieron allí cuenta el relato como más le interesa, y otros se creen el relato que más les conviene.
Yo el mío lo tengo formado en base a que estuve allí, en esas negociaciones. En esas; en las anteriores no, ¿eh? En lo de septiembre del 2001 me tuve que arreglar yo solo, y ahí no hubo denuncias a la AFE. Podía haberlas habido perfectamente, porque todavía no habíamos cobrado la ficha. ¡Pero es que en 2002 también pasó!
En 2002 el Oviedo se salva sobre la campana, por un acuerdo de un crédito —ahora le llaman palanca— entre La Caixa y el Principado de Asturias, que lo avala. Si no hubiera llegado ese crédito en 2002, ya se hubiese dado el mismo problema que se dio en el 2003; el equipo ya hubiera descendido por impago.
Y hubo jugadores que perdonaron dinero para que el crédito llegase para todos, porque no llegaba para todos, y cuando digo «para todos» es para los empleados, y lo saben ellos, muchos de ellos; saben que hay jugadores que perdonaron dinero porque el crédito no llegaba, en el montante total en 2002, para pagar las fichas de jugadores y empleados que llevaban sin cobrar tres o cuatro meses, porque de aquella no se pagaba ni la luz, ni las flores de los funerales de los muertos. Todo eso no hace falta que nadie me lo cuente: lo viví yo.
A la gente, a veces, no le gusta escuchar cosas que son duras, desagradables, de su propia familia, pero si son hechos, son hechos: no hay tutía. Pasó así, y todos esos millones que se fueron acumulando, los maquillajes económicos que se fueron haciendo para que luego, de repente, se descubriera el pastel de todo lo que debía el Oviedo, no los hice yo.
Y el Oviedo volverá a ser lo que fue si tiene unos dirigentes que gestionen bien el presupuesto, que inviertan, que pongan dinero, porque claro: hay que poner dinero, y ese día nadie conformó, nadie puso un cheque, nadie hizo nada, perdonando jugadores ese día el setenta y el ochenta por ciento de la ficha para salvarlo. Nadie apareció con nada, ni los bancos dijeron okaya ningún cheque, ni a ningún talón, ni nada.
¿Tienes una experiencia, digamos, cotidiana de esa manía de la afición? ¿Vas tranquilo por la calle, te paran, te dicen cosas…?
Bueno, la gente ya, con el paso del tiempo… Yo en Oviedo vivo bien y voy con la cabeza arriba sin ningún problema. Además, Oviedo es pequeño, y yo voy percibiendo que a muchos les van llegando cosas que les hacen darse cuenta, con el paso del tiempo, de que el tema no fue como se lo contaron.
De todas formas, mira, los momentos duros también te hacen de filtro para conocer realmente a los que tienes al lado: de los amigos, del que te mira de lado, del que se cruza de acera. Yo me siento muy de Oviedo, soy del centro de Oviedo de toda la vida, seré oviedista igual.
La gente no tiene que andar repartiéndome carnés de socio ni carnés de tal. Yo sé los sentimientos que tengo hacia el Real Oviedo. Quiero que esté en Primera, por la ciudad, por los aficionados, por el propio fútbol; porque yo he ido toda mi vida, desde pequeño, al Tartiere de la mano de mi abuela y de mi abuelo y he vivido cosas muy grandes con el Oviedo; porque le debo mucho al Oviedo.
En el día a día, en la calle, con el paso del tiempo, percibo normalidad. Siempre hay alguno que… Joder, hay forofos, claro, y si vas de forofo, de radical… Los radicales no quieren entender nada. El radical en ideas, no solo en el fútbol, no quiere escuchar, no le interesa escuchar, no quiere saber nada, y tampoco tengo yo ganas de convencer, no voy por ahí tratando de convencer, no tengo ningún interés. Esto te lo cuento a ti ahora, pero cada vez hablo menos de ello. No tengo mayor interés.
Seguimos repasando tu carrera. Te vas al Cádiz, donde estás tres temporadas; las dos primeras, en Segunda, y la tercera, en Primera.
La mejor decisión deportiva que tomé en mi vida fue irme a Cádiz. Al Universitario y al Cádiz. Cuando pasó el desarrollo ese tan triste, tan malo, con el Oviedo, me aislé en la montaña quince días, y luego tenía la posibilidad de irme a México. Hubo mucho jugador del Oviedo en México: Ricardo Bango, Carlos… Yo estaba en contacto con un amigo mío, de aquí de Oviedo, que tenía mano en el Cruz Azul.
Pero entonces subió el Cádiz en el playoff de ascenso a Segunda, contra el Universidad de Las Palmas. Yo sabía que estaba allá Michael Robinson, con quien tenía buena relación por lo que sea. Siempre me ponía muy bien en El tercer tiempo. Aquel día, se me iluminó la bombilla, y le dije a mi mujer: «Joder, creo que mañana igual llamo a Michael Robinson, porque ¿tú sabes que subió el Cádiz?».
Nosotros veraneábamos mucho ahí abajo, y mi mujer me dijo: «No lo dudes: llámalo». Lo llamé a la una de la mañana; no esperé al día siguiente. Sabía que al bueno de Michael le gustaba mucho el gintonic, y que no iba a estar en la cama. «¡Michael!». «¡Coño, Oli!». Ya le resbalaba la lengua un poco. Le digo: «Oye, ¿tienes que hacer fichajes?». «Sí, sí». «Pues habla con José y con el presidente, y si quieres que vaya al Cádiz, voy al Cádiz».
Sin hablar de cantidades. Al día siguiente me llamaron el presidente, Antonio Muñoz, y José González, el entrenador. «Oye, ¿es cierto que…?». «Sí, sí». «Te podemos pagar esto». Digo: «Me vale. Ahora, renuevo cada veinticinco partidos. Si juego veinticinco partidos y funciono, renuevo. Si sigo jugando, puedo jugar cinco o seis años más. Cada veinticinco partidos, renuevo». «De acuerdo». Me firmaron el contrato y me fui, y esa renovación me la fui ganando todos los años.
El último año también jugué veinticinco partidos, pero ya renuncié a jugar. Eso: la mejor decisión. En Cádiz son la hostia. Yo allí me siento querido.
Es un equipo muy especial, con una afición única.
El equipo es una locura. La gente a la que llevo a mi casa al Puerto, la familia, la gente que viene a veranear conmigo, alucina. Allí soy un ídolo para la gente; me quieren con locura. Me adapté muy bien a la ciudad; me impregné de todo: del carnaval, de la forma de vivir alegre… Cádiz es una maravilla.
Me dedicaron los Golfus de Roma un pasodoble precioso en el Teatro Falla, en la final del carnaval, que es la hostia; salí de rey mago… Tengo contactos y amistad con los grandes chirigoteros de Cádiz, los grandes autores de carnaval, todos son amigos míos: El Selu, El Yuyu, Manolito Santander, que en paz descanse, que hizo el himno… Lo del Cádiz es una locura.
Jugué y luego entrené al equipo: yo empecé el último entrenamiento en junio de jugador y lo acabé de entrenador, como Luis Aragonés, entrenando a los que fueron mis compañeros. Y luego me quedé nueve años más. Viví en El Puerto de Santa María doce años y me siento gaditano de adopción. Cojo el coche y voy de Asturias a Cádiz como el que va de Oviedo a Noreña, con una facilidad de la hostia.
Tu primer entrenador allá fue José, un clásico del futbol andaluz; y el segundo, el uruguayo Víctor Espárrago.
José es una leyenda del Cádiz. Había sido delantero con Mágico González y compañía. Venía, como los jugadores, de estar abajo, de lo más bajo, encerrado en el vestuario, de no cobrar… Los jugadores tenían unos sueldos bajísimos, pero subieron a Segunda y venían con hambre. José era un entrenador joven, pero con mucha ilusión.
Y luego estaban Mami Quevedo, Ramón de Quintana, Armando el portero, que luego fue a Bilbao, al Athletic… Juntamos un grupo de cuatro o cinco veteranos buenos con hambre, con fuerza, y buena gente, en un vestuario de gente humilde pero alegre. Estábamos todo el día en el vestuario cantando, otro tocaba la guitarra, otro tocaba la caja, siempre flamenco en el vestuario.
Un equipo superalegre y modesto. Teníamos unos vestuarios hechos una mierda, la ciudad deportiva era un desastre, con todo sucio, pero era volver al fútbol de siempre, a la base. Yo, que venía de ser internacional, ¡si ves el vestuario donde me vestía en el Cádiz…! Pero eso te curte, y subimos a Primera, y con el dinero de subir a Primera, en junio de 2005, pusimos la primera piedra de la ciudad deportiva nueva, con el periódico y demás.
El presidente invirtió ese dinero en la ciudad deportiva y yo tengo ese orgullo cada vez que voy y veo la ciudad deportiva: que la primera piedra está puesta ahí por nosotros.
Cuelgas las botas con 34 años. ¿La retirada fue dura?
Siempre lo es. El día después del futbolista es lo más jodido. Hay dos formas de irse: o que te deje el fútbol, o que lo dejes tú. Si te deja el fútbol, es por una lesión grave, que no fue mi caso. La otra opción es dejar tú el fútbol por circunstancias: porque te falte la motivación, porque pienses que lo has hecho todo o que no quieres ser carne de banquillo, porque pienses que ya pasó tu momento y que viene gente joven apretando detrás, porque no quieras hacer mucho las maletas… ¡Hay tantas circunstancias…! El hombre y sus circunstancias, como digo yo.
Yo creía que ya había llegado mi momento. Para mí, ir al Cádiz fue volver a reivindicarme; tener una revancha conmigo mismo. Conseguí volver a Primera División; además siendo protagonista el día del ascenso, en Jerez, con un golazo. Y el año de Primera lo acabamos ganando cinco-cero al Málaga, y dije: ¿sabes que te digo? Que con un cinco-cero y treinta y cuatro años, prefiero dejar yo el fútbol a que el fútbol me deje.
Ya había corrido, ya me había esforzado, ya había recuperado la sensación de jugador importante, había vuelto a meter goles, y no quería retirarme con una lesión. Quería tener la capacidad de irme a esquiar, jugar un partido de fútbol sala, andar en bicicleta…
Pero fue una retirada peculiar: te hacen entrenador del propio Cádiz la temporada siguiente, aunque solo duras once jornadas.
En la última semana de entrenamientos, que ya era una semana de entrenamientos relajados, después de acabar la temporada, surgió la idea de proponerme a mí como entrenador. Me lo ofrecieron. Yo me había sacado el título nacional ya el año aquel de Antić, aquí en Oviedo. Me gustaba entrenar.
Me gusta el fútbol; de hecho, ahora estoy de comentarista en Tiempo de juego, donde me divierto mucho. Me lo paso muy bien comentando los partidos. También hago colaboraciones con Canal Sur, que ya había hecho mucho tiempo atrás en el Cádiz. Y me gusta entrenar, pero el día que me cesaron también lo viví con una tranquilidad tremenda, sin ningún trauma.
Ese paso de jugador a entrenador de una misma plantilla es una experiencia curiosa, te he leído comentar en alguna entrevista: de pronto entrenas a gente que han sido tus compañeros, o aun tus amigos, y tal vez esperen algún favoritismo que, cuando no se lo das, significa tensión.
Me acordaba yo de algunas situaciones viendo a Xavi Hernández tomar decisiones sobre Alba y sobre Piqué, sí. Es más difícil para la otra parte que para el entrenador. Lo de Xavi yo lo viví con Ramón de Quintana; con Armando, el portero, que fue compañero mío de habitación durante tres años…
Tú tomas decisiones como las tomaría otro, pero el que lo tiene que encajar, aceptar con madurez, entender que tú eres el entrenador y no dejas de ser amigo, pero cuando toca entrenar, toca entrenar, y la amistad no puede condicionarte, es el otro. De hecho, yo tomé unas decisiones a favor y otras en contra de esos jugadores y al final no pasó nada: hoy en día, me llevo fenomenal con ellos.
¿Se sufre mucho más entrenando que jugando?
¡Mucho más, ho! Como jugador te dedicas a lo tuyo, a hacer tu tarea lo mejor posible, a competir, a estar bien físicamente, y ya está. Salvo cuando eres ya veterano y estás un poco pendiente del que está triste para animarlo, del que está lesionado para animarlo, de una reunión con el presidente o lo que sea, y tienes más responsabilidades, con veinte, veinticinco años, estás a lo tuyo.
Pero el entrenador tiene que estar al minuto. En cuanto acaba un partido, ya estás pensando en el siguiente. Ancelotti ganó la Champions y se puso a pensar en la Copa de Europa del año que viene, en el entrenamiento, en Mbappé, en a quién trae, en a quién no trae, en la temporada que viene. Y tienes que verle la cara a uno que está mal porque durmió mal, porque tiene críos, o un recién nacido, y durmió mal ayer, y tienes que…
Después del Cádiz has entrenado al Marbella, el Écija, el Betis B y el Marino de Luanco. ¿Qué tipo de entrenador eres? ¿Ofensivo, o defensivo? ¿Estricto, o afable?
A mí me gustan los partidos con ritmo, con físico. Me gusta competir y entenderlo como lo entendía de jugador: luchar, batallar, ser valiente, no arrugarse, ser positivo. Siempre he sido muy positivo en el campo, muy optimista.
Es lo que quiero ver reflejado; no salir con miedo a nadie porque te meta patadas, no arrugarte. Y partidos con ritmo; me gustan los partidos con ritmo, no me gustan los partidos con pausas, con ritmo lento, ese fútbol de ahora, que el portero la toque más que el medio campo, que el portero la toque más que el extremo. Yo fui un jugador de carácter.
Cualquier aficionado al fútbol que me haya visto, aparte de cosas como los goles de cabeza, recordará de mí que yo era un peleas de la hostia; uno que se pegaba con los defensas, que corría, que trabajaba, que presionaba, que tenía carácter, que competía. Y me gusta ver eso reflejado en el campo cuando entreno. Claro, es imposible. A Xavi también le gustaría ver reflejado su fútbol en el Barcelona, y no creo que lo esté viendo…
¿Qué cosas has incorporado a tu forma de entrenar de los sucesivos entrenadores que tuviste?
Hostia, no sé, chico. ¡Tuve una variedad de tantos, tío…! Mira, Antić y José González le daban mucha importancia al balón parado, y una cosa de Antić que se me quedó para siempre, y se lo digo a mis jugadores cuando entreno, es que el delantero —nos decía a Carlos y a mí— tiene que provocar faltas fuera del área, para que venga luego Prosinečki, o Dubovský, y sea gol casi seguro.
El delantero tiene que tener pelea con el central; tener al central caliente, para que cometa errores y haga un penalti innecesario; el cuerpo a cuerpo. Eso lo cogí de Antić. Luego, el contraataque de Luis Aragonés, ese fútbol de transiciones rápidas, también me gusta. Y Espárrago es el entrenador que yo he tenido que más escuchaba, que más se apoyaba en escuchar a los futbolistas.
Había jugado el Mundial con Uruguay, había sido campeón con Peñarol, entrenó al Sevilla y al Valencia, había tratado a unos jugadores de la hostia, y era bastante mayor cuando nos entrenó a nosotros, pero se apoyaba mucho en escucharnos en el día a día, en los descansos…
Dices que «el fútbol ha cambiado demasiado rápido en el siglo XXI. Es que ha cambiado hasta el lenguaje: cuando oigo hablar de los bloques, de trabajar en altura… Es que parece que me hablan de otro deporte». ¿Se ha tecnificado demasiado?
Sí, sí, sí. Yo creo que a veces se dicen palabras para que la gente no lo entienda, cosas sacadas del diccionario de la RAE para que parezca que sabes más, o que la gente no entienda lo que dices. Yo no me considero muy mayor: tengo cincuenta y dos años. Y me he actualizado en el lenguaje: tengo una niña de veinte años.
Pero el fútbol ha cambiado muchísimo. En el siglo XXI, en veinte o veinticinco años, ha evolucionado más la forma de jugar que en todo el siglo XX. Ya no digo la tecnología, que por supuesto, sino el propio juego, la forma de entenderlo: el protagonismo del portero con los pies, cómo inicia el juego…
Yo veo un partido del Mundial del ochenta y dos o la Eurocopa del ochenta y cuatro y se parece más a lo que conocí en el Oviedo o el Betis en el noventa y siete o el noventa y ocho que lo que se parece eso a lo de ahora. El ritmo, el contraataque, la intensidad… Ahora es otra cosa; son posesiones largas, te hablan de la altura…
A veces parece que te estén hablando de una urbanización; de registros de la propiedad. Antes todo era en un lenguaje más coloquial, más de calle, igual que el propio futbolista. Yo aprendí a jugar en la calle Asturias con mi hermano, quitándonos rápido cuando venía un coche, o tirando a la puerta de un garaje y quitándote de la puerta del garaje cuando salía uno.
Todo ese lenguaje nuevo, yo lo entiendo, sé de lo que hablan, pero a mi padre, por ejemplo, a la gente mayor que lleva viendo fútbol setenta años, no le hace ningún bien. Creo que habría que hacer las cosas más sencillas. Yo trato de hacerlas más sencillas. No soy tampoco un filósofo, pero trato de hacer un lenguaje coloquial, también cuando soy comentarista en la radio. Hablar para la gente de la calle y no tanto para el profesional.
¿Cómo has vivido el frustrado playoff de ascenso del Oviedo?
La verdad es que lo tuvo más cerca que nunca el Oviedo. Creo que hubo dos momentos clave en la eliminatoria. Para mí, el Espanyol estuvo KO en el Tartiere en esos diez minutos en que le anulan el gol a Masca por un mínimo fuera de juego.
Con el dos-cero, el Oviedo tenía pie y medio en Primera División. El Espanyol estaba KO. Y en el partido de vuelta, pues hubo cinco minutos fatales o trágicos para el Oviedo, que fueron esos cinco minutos antes del descanso, cuando hizo los dos goles del Espanyol. La idea del Oviedo en la primera parte parecía que era más jugar al cero-cero, a protegerlo, que a buscar el gol. Y con el dos-cero se hizo muy difícil.
Precisamente con el Espanyol, se habían jugado muy bien los dos partidos de Liga y la ida de la eliminatoria, y en un solo partido que se hizo mal contra ellos, se quedó fuera. Pero bueno, así es el fútbol. Lo tuvo cerquita. Ahora ya, toca trabajar en la base del año que viene, con el cambio de entrenador.
Hay que acertar con el entrenador y dar ilusiones nuevas. La gente se ha enganchado mucho al equipo; hay una afición muy joven que quiere ver cuanto antes al Oviedo en Primera División. A ver si la temporada que viene es la buena. La promoción es difícil. El Oviedo tiene que plantearse un equipo para subir directamente.
Va a ser una Segunda muy atractiva, pero difícil, muy dura, con los equipos andaluces y el ascenso del Dépor y el Castellón, que seguramente hagan un buen equipo. Pero hay que plantearse el ascender directo. El playoff ya vemos que es muy complicado: un mal día te echa fuera. La mentalidad tiene que ser la de subir directo, pero bueno, fácil no va a ser.
Tranquilo Oli, los mediocres siempre van a tener a alguien a quien echar la culpa de sus errores. Los jugadores actuasteis bien y fuisteis solidarios con los empleados en aquellos nefastos días. Me alegro de que te hayan ido bien las cosas. Que seas feliz.
Pero no fue Oli el que, carbayón hasta la médula, se negó en 2003 a firmar un pagaré por el que el Oviedo saldaba sus deudas y al ser el único que no firmó (debían firmar todos) el Oviedo descendió administrativamente a Tercera y casi desaparece?
Porque eso es lo que recuerdo yo haber leído entonces
La versión que da él no es la que yo leí. No sabemos cuál será la verídica