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Yordan Letchkov: «Zidane trataba de imitarme»

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Yordan Letchkov (Foto: Cordon Press)
Yordan Letchkov (Foto: Cordon Press)

A Yordan Letchkov lo quiso fichar Mané para el Lleida, Irureta para el Racing, Heynckens para el Tenerife, Mendoza para el Real Madrid y Floro para el Sporting de Gijón. Ninguno lo logró. Nos perdimos un futbolista que jugaba en el centro del campo, no por nada, sino porque esa era la distancia más corta a todos los lugares del terreno de juego, porque era de los que habitaba en todas partes, pero no como leñero, sino como fino regateador y con un disparo lejano espectacular.

Además, contaba con una gran visión de juego y capacidad para asistir. Era lo que llamaríamos un especialista, pero no especializado en ninguna faceta técnica, sino especializado en ganar. Para ello se ayudaba también de su carácter. Una mala hostia fina.

Generalmente, se le recuerda por la Bulgaria del 94, toda una institución en la memoria colectiva del aficionado ya con cierta edad, pero desde la llegada de Google, a partir de 2011, lo que se difundió fue que el futbolista afrontaba problemas legales en su país tras su paso por la alcaldía de Sliven, su ciudad natal.

Yordan Letchkov salta con Sergi, de España
Yordan Letchkov salta con Sergi, de España (Foto: Cordon Press)

Llegó a enfrentarse a una condena de dos años de cárcel. Este titular dio la vuelta al mundo, pero la noticia de que el 21 de noviembre de ese mismo año fue finalmente absuelto ya no la recogió nadie. Una de las sentencias en su macrocausa, de hecho, condenaba a la fiscalía a indemnizarle por verter acusaciones no demostradas sobre él.

Últimamente, no ha dado guerra en titulares, pero en Bulgaria ha sido protagonista de las batallas intestinas dentro de la federación. Un dramón que ríete tú de Kassandra. Primero, como segundo de Mijailov, el portero de la selección en 80s y 90s. Una etapa calamitosa en la que Letchkov fue acusado de haber creado un «ambiente insalubre» en el combinado nacional.

A la vista de los hechos, el seleccionador Lubo Penev definió el fútbol búlgaro de ese época como «una taberna con orquesta». Quizá por ello Letchkov ha reiterado en los medios que si llegaron tan lejos en Estados Unidos fue porque no estaba Penev.

Se dijeron cosas preciosas. Letchkov le acusó de «haber sido amigos, beber juntos, pero nuestro error no fue despedirlo, sino nombrarlo (…) habla como un desequilibrado, pero le sigo respetando (…) es codicioso, todo lo que diga es por temas de dinero, tiene serios problemas económicos». Una pelea espeluznante que como telón de fondo solo tenía el reparto de responsabilidades por las derrotas del equipo.

Letchkov en el CSKA

Con el máximo goleador de la historia de Bulgaria, Dimitar Berbatov, acabó también fatal, este pidió su dimisión y Letchkov dijo que se trataba de un «joven jubilado millonario», que estaba buscando trabajo y no se le debería prestar mucha atención. Luego el capitán Ivelin Popov se retiró de la selección y le acusó a él de ser el responsable de su marcha.

Aunque ese no fue el único motivo, también fue por las críticas viscerales que recibía el equipo y porque, para algunos jugadores, según Popov, la selección no era una prioridad, hasta el punto de fingir lesiones para no ir a partidos que no les venían bien. Y eso ya hay que reconocer que con Letchkov no pasaba.

Con él vestido de blanco y verde, la selección alcanzó las mayores cotas de su historia junto a los famosos Stoichkov o los queridos Trifon Ivanov, del que ya hablamos hace poco.

Estéticamente, es cierto, hay que reconocerlo: lo mismo que Agustín Abadía del Logroñés, CarmeloEl Beckenbauer de la Bahía’ del Cádiz, Lombardo en la Sampdoria, Onopko en el Oviedo, Fernando en el Valencia, Spasic en Osasuna o el mismísimo Di Stefano en el Real Madrid, a Letchkov todos le recordamos porque era calvo y no se afeitaba los laterales de la cabeza. Hasta Joan Gaspart se refirió así a él cuando le preguntaron quién era el que más le había gustado del Mundial de Estados Unidos: «el calvo de Bulgaria».

Y como casi todos los alopécicos citados, ya es casualidad, Letchkov sobre el césped era un jugador entregado a sus diez compañeros. De los que daba el pase e inmediatamente auxiliaba al que lo recibía; de los que metía goles y despejaba en su área pequeña. También sabía regatear, no le faltaban arrestos para hacerlo y tenía gol. Su ídolo era el italiano Bruno Conti, uno de los héroes de Italia en el Mundial de España.

Lo cierto es que con pelo no llamó la atención. Mientras jugó en el Sliven entre 1984 y 1991, ningún club europeo preguntó por él, aunque metió la friolera de 55 goles en 155 partidos. Fue el mejor secreto tras el Telón de Acero hasta que la caída de este y un temporadón en el CSKA del 91, junto a Ivanov, le sirvieron para obtener una visa con destino a Alemania.

Letchkov y Donato (Foto: Cordon Press)

Sus mejores años en clubes los dio en el Hamburgo, en la liga alemana, dos veces elegido mejor centrocampista de la Bundesliga, donde disputó cien partidos. Allí fue testigo de un incidente inenarrable.

Letchkov veía a su equipo en la grada junto a su compañero Oliver Möller cuando una mujer sordomuda que estaba sentada a su lado le clavó un cuchillo en el estómago al alemán y se quedó ahí sentada, quietecita, mientras el búlgaro no daba crédito y el otro se desangraba. Nunca se supieron los motivos. Tampoco de por qué el entrenador Benno Möhlmann quiso ponerlo de capitán tras la marcha de Thomas von Heesen y sus compañeros no lo aceptaron. Y marchóse.

En el Olympique de Marsella se estaba gestando un equipo campeón a la altura de las circunstancias tras los años de sanción por los manejos de Bernard Tapie. Llegó junto al portero alemán Andreas Köpte, la promesa del Parma Franceschini, que quedó en poca cosa, el buen centrocampista francés Reynald Pedros, y el no menos bueno Xavier Gravelaine. Sin embargo, se la comieron a bocados. Undécimos en la tabla y con un 8-0 endosado por el otro Olympique, el de Lyon.

Esta vez no hubo problemas con los compañeros, sino con el entrenador y los aficionados. Mostró su talento, pero de forma intermitente. Dijo la prensa francesa: «El hombre de los tres pulmones y medio que se vio en Estados Unidos, ha perdido dos». Tenemos que creernos que en ese momento quiso ficharle un grande alemán, posiblemente el Bayern, pero él prefirió ir a Turquía porque la cultura es más afín y prefería estar en un mediano para destacar que en un grande para ser cola de león.

En el Besitkas, a las órdenes de Toshack, rompió unilateralmente el contrato –dijo que se retiraba y era mentira- y la FIFA le sancionó sin Mundial de Francia, donde nos lo hubiéramos encontrado en uno de nuestros más célebres ridículos, aquella eliminación española en primera ronda. Había llegado tarde de vacaciones y se negó a pagar la multa que le impuso el galés.

Pero nada de esto importa. Pasará a la historia del fútbol por sus hazañas con la camiseta de Bulgaria, que no fueron pocas. Participó hasta el minuto 82 en una noche memorable en el Parque de los Príncipes. Francia y Bulgaria se jugaban una plaza para el Mundial de Estados Unidos. A los galos les bastaba con empatar. Cantoná adelantó a los locales, pero Bulgaria empató y dio la vuelta al marcador con un gol por la escuadra en el último minuto de Konstadinov tras error de risa floja de David Ginola, el Mbappe de la época.

Bernard Lama, el portero sancionado años después por consumo de marihuana, ni la vio pasar. Francia se quedó en casa, Bulgaria fue al Mundial. Allí siguieron de fiesta a tope. La expedición estaba formada once jugadores ofensivos. Como era de esperar en estos casos, Nigeria les metió tres el primer día, para abrir boca.

Letchkov se quejó de que las estrellitas del equipo no corrían y Konstadinov le replicó públicamente que iba listo si se pensaba que al fútbol se jugaba sólo corriendo. Sentencia que pocos años antes también había dicho Butragueño cuando en el Bernabeu se empezó a cantar lo de «menos millones y más cojones».

Salvaron la cara y el goal average metiéndole cuatro a Grecia en el siguiente partido. Durante su himno, Letchkov salía hablando tranquilamente con el de al lado, pero luego hizo el tercero. Ay, qué tiempos cuando un jugador, como Stoichkov, le podía pisar el esternón a un rival, como le hizo a Spiros Marangos, y la vida seguía igual, todo en orden.

Y en la misma jornada en la que Diego Armando Maradona orinó efedrina y fue expulsado del torneo. Cuando luego los argentinos se enfrentaron a Bulgaria, Letchkov se partió el pecho contra Redondo y Simeone. Eso tampoco lo recuerda tanto la gente.

«Cómo corrió», decían los locutores argentinos cuando lo cambiaron al final de la segunda parte. Podía correr medio campo para entrar a alguien por detrás (Balbo, por ejemplo) quitársela y montar una contra. En una de estas, nada pudo hacer la albiceleste ante la velocidad de Stoichkov, que marcó el primero tras un gran pase de Konstadinov.

Tuve la suerte de poder preguntarle a Hristo personalmente si ese día Argentina estaba deprimida por el positivo de Maradona. Me mandó a tomar por el culo. Se los repasaron porque ellos eran mejores. Punto. La verdad es que Stoichkov y Kostadinov llevaron más peligro que Caniggia/Ortega y Batistuta.

Y aunque fue suplente, Kiriakov salió para llegar in extremis a goles cantados argentinos un par de veces. Lástima que ni Deportivo de la Coruña ni Mérida supieran aprovecharlo. En fin, pasaron segundos de grupo.

Yordan Letchkov (Foto: Cordon Press)

En octavos, contra México, se tenía que dirimir quién iba a perder en cuartos contra Alemania. Los búlgaros comenzaron fuerte, adelantándose, en un partido igualado que empató México de penalti y al final estuvo a punto de llevarse. Esa pena máxima la ejecutó García-Aspe casi sin carrerilla. Un detalle a tener en cuenta, porque en la tanda de desempate, los dos primeros disparos México volvió a lanzarlos sin carrerilla, con dos pasos escasos, y protagonizó uno de los momentos más hilarantes de la historia de la competición.

Especialmente, el lanzamiento de Marcelino Bernal, puede que uno de los más ridículos jamás tirados. Borislav Mijailov, el portero que se había presentado en Estados Unidos con más pelo que en México 86, hizo el resto y los búlgaros se plantaron en octavos. Letchkov metió el de la victoria, dijo años después que muy tranquilo, porque si no entraba ese, valía con meter el siguiente y le tocaba a Hristo. La fiesta en el hotel fue sonada. Solo Stoichkov y su mujer, Marlana, se fueron a dormir a una hora prudente.

El siguiente encuentro fue contra la temida Alemania. Un digno final del camino, pero… «A nosotros sólo se nos atragantaron los nigerianos y en Alemania no veo ningún negro», dijo Balakov, antes de ese cruce de cuartos, demostrando que iban sobrados y así fue. Sobre el campo dicen que eran un equipo unido y tal, pero eran un caos, defendían a la buena de dios, o mejor dicho, gracias a dios que estaba Ivanov ahí, pero lograron, como con los franceses, darle la vuelta al marcador.

Letchkov tuvo protagonismo de ida y vuelta. Le hizo un penalti a Klinsmann, por lo que se indignó, aunque era claro, pero luego, en plancha, marcó de cabeza el gol de la victoria. Es difícil calibrar cuál fue mejor, si el de Stoichkov del empate, con el que se hizo el póster de la película que repasaba su vida, el cual empapeló toda Bulgaria, o el de Letchkov, que fue de videojuego.

Con el tanto, en la televisión alemana se hizo un silencio sepulcral, parecía que se había ido el sonido. Rudi Guntendorf, técnico alemán y de selecciones exóticas, dijo en los medios: «Los búlgaros eran hombres auténticos y entre los nuestros había demasiados maricas». Pobre, falleció en 2019, si no hoy seguramente estaría diciendo que echa de menos de los 80 y que, contra el capitalismo, la doctrina de la Iglesia.

Yordan Letchkov
Yordan Letchkov (Foto: Cordon Press)

Bulgaria estalló en una fiesta colectiva. Trascendió que una mujer asesinó a su marido con un cuchillo de cocina cuando llegaba a casa borracho tras la celebración por miedo a que le hiciera algo a sus hijos. El padre de la mujer de Letchkov, su suegro, salió a la terraza con un rifle y se volvió loco disparando. Su hija le regañó por despertar al niño. Y peor fue en la calle: «La gente estaba extasiada, recuerdo un camión lleno de mujeres desnudas», dijo la señora Letchkova.

Este partido sigue siendo sagrado hoy para los búlgaros. Muchos alemanes no dan crédito cuando conocen a uno y lo primero que le preguntan es cómo vivió este encuentro. A veces el interlocutor no sabe ni a cuál se están refiriendo.

La concentración búlgara no era menos demencial. La prensa puso el foco y todo el globo terráqueo alucinó con ellos. En los aviones iban cantando, fumando, bebiendo, molestando a la tripulación. En los hoteles, tenían todas las mesas alrededor de la piscina llenas de botellas de cerveza. En un telediario, entre una nube de humo, se podía distinguir a Letchkov jugando a las cartas con un pañuelo en la cabeza para no quemarse la calva.

Stoichkov le dio clases de español a su masajista, que luego, cada vez que se cruzaba con nuestros periodistas, les saludaba amigablemente con un «chúpamela», mientras el extremo del Barça se partía y él no entendía nada.

Fue la única selección que no tuvo empleados de seguridad en el hotel. El entrenador, Dimitar Penev, tío del aludido ariete -que se perdió ese Mundial por culpa de un cáncer de testículos-, dijo de ellos «Están locos, pero les quiero». Stoichkov, por su parte, comentó que no funcionaban como un equipo, sino «como una banda».

Tristemente, cayeron contra Italia en semifinales. Los azurri, que venían de ganarnos a nosotros con memorable codazo en el tabique nasal a Luis Enrique, vencieron con todas las de la ley en lo concerniente al juego, pero el árbitro no sancionó un penalti sobre Letchkov y unas manos claras de Costacurta dentro del área.

En el tercer y cuarto puesto, desinflados, Suecia les metió cuatro. Cuando se fueron, los miembros del FBI encargados de escoltarles, después de haberse pasado 45 días en bares de copas con ellos «trabajando», les dijeron que les iban a echar de menos. «Parecían sinceros», dijo Letchkov.

En la Eurocopa del 96 seguían siendo un buen equipo. Contra España, en el primer partido, desde luego no se achicaron. Tenían el partido en la mano y Alfonso empató digamos que colocándose en la posición adecuada para que un balón que impactó contra él fuese a puerta.

Hay quien dice que Letchkov fue el mejor de este encuentro y del siguiente, una victoria por 1-0 a la Rumanía de Hagi, aunque Stoichkov estuvo explosivo en todos. La derrota contra Francia en el último partido les dejó fuera de los cruces, España había empatado con los galos, concretamente, con un gol de Caminero en  el 86. Nos metíamos con España por sistema en aquellos años, pero ese grupo era chunguísimo.

En cuanto a los búlgaros, nunca más volvieron a levantar cabeza y Letchkov, tras colgar las botas, ahora en serio, se hizo con la presidencia del club de fútbol de su ciudad natal y luego con la alcaldía, para después ser muchos años concejal.

Letchkov en el Olympique.

Tiene una Fundación que ayuda a los niños, «Стоте войводи», una traducción válida al castellano es «Cien comandantes», pero también valdría «cien caciques». Como político, le define más la segunda acepción. Si repasamos un reportaje de 2009 en el diario Capital, veremos que en España no sólo nos perdimos a un extraordinario futbolista, también a un gestor de los que gustan en la piel de toro.

Presidente del equipo de fútbol local, se le acusó de que el club recibía dinero del Ayuntamiento, del que era alcalde. También de añadir rotondas para que las carreteras fuesen a parar a un complejo hotelero dirigido por su mujer. Las carreteras de la ciudad tenían baches y socavones, menos las que llevaban a los hoteles de la familia.

Los contratos iban a empresas dirigidas por sus amigos de la infancia. Licitaciones que se llevaban siempre empresas relacionadas entre sí. Precios inflados en la obra pública. Un sinfín de acusaciones que le costaron el puesto, pero luego fue restituido en él.

Yordan Letchkov (Foto: Cordon Press)

Decía: «No ha nacido el que me dé órdenes». Se preguntó la redactora que cubrió su trayectoria si discrepar es equivalente a «ordenar cosas». Los calificativos que dedicó a la oposición aclaran la respuesta: «gilipollas», «idiotas». Hacía peinetas por doquier a todo el mundo. Una vez escapó de la policía en un control y les tiró la documentación por la ventanilla.  La montó tan parda en el cargo que movilizó a buena parte de la ciudad en su contra hasta que lograron echarle votando al palo de una escoba si se presentaba contra él.

Y en una de sus múltiples apariciones en los medios ya fuese por la política municipal, por la federación o por recordar a la Generación Dorada del 94, ya pasados muchos años, hizo la mejor declaración de su carrera y por la que merece pasar a la historia, una frase que yo, personalmente, ya he incorporado a mi forma de hablar. Es el nuevo «Felipe González es amigo mío». Dijo Letchkov en 2014: «Zidane me dijo allá por 1996 que estaba intentando imitarme y que aprendió a golpear el balón de cabeza viéndome a mí, a nadie más». ¿Saben una cosa? La pienso sinceramente: igual es verdad.

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