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Trifon Ivanov, el gran capitán búlgaro que tenía un tanque (pero no era para tanto)

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Ivanov, ante un disparo de Roberto Baggio (Foto: Cordon Press)

Hristo Stoichkov es un hombre de hierro, nunca mostró debilidad alguna, regateaba a los rivales como cualquier tipo de comentario que pudiera comprometerle. Pero como ocurre tantas veces hacia el Este, Hristo es duro, muy duro, pero por fuera, porque luego es blando por dentro. Lo pudimos ver en el homenaje a su viejo compañero Trifon Ivanov, fallecido solo con 50 años. Ver llorar a Hristo como un niño en mitad de un terreno de juego era tan conmovedor como desgarrador. Exactamente igual que las escenas del funeral en Veliko Tarnovo, el pueblo donde había nacido ese extraordinario central.

Ivanov también dejó su huella en el Betis, no solo sus recursos técnicos y una personalidad indomable, para lo bueno y para lo malo, también goles de chilena por la escuadra como este al Villarreal. Las palabras del locutor en ese vídeo lo expresan con toda claridad su situación en Sevilla: «pasa de ser un jugador proscrito a de nuevo ídolo de la afición verdiblanca». Esos días rindió a tal nivel que Cruyff quiso llevárselo al Barça.

Era peleón, cuando corría iba con la cabeza incrustada bajo los hombros y se lanzaba rápido al césped metiendo la pierna. Podía llevárselo todo por delante, pero lo normal es que alcanzara la bola mostrando una elasticidad en las extremidades inferiores impresionante. Los defensas ya no hacen tantas entradas como esas en el fútbol actual, pero Ivanov era un central de corte clásico.

Ivanov robándole el balón a Völler (Foto: Cordon Press)

Su hermano del alma, no obstante, fue Krassimir Balakov, eran del mismo pueblo y fueron ascendiendo juntos, aunque el centrocampista era un año menor y luego hizo carrera en el Sporting de Portugal y en el Stuttgart. Ivanov se forjó con buenas generaciones de jugadores que admitían pocos jóvenes.

En los primeros vestuarios en los que estuvo, algunos le sacaban diez años. Es notorio que cuando marcó su primer gol como internacional, contra la RDA, se fue a celebrarlo enloquecido y, cuando miró a su alrededor, no había nadie. Le estaban diciendo desde lejos «venga, chaval, que acabas de empezar».

Los primeros noventa, pese al Dream Team, fueron años de escuadras defensivas. Cuando Bulgaria alcanzó el mayor éxito de su historia llegando a las semifinales del 94, Brasil, que ganó el torneo, lo hizo con un 4-4-2 que perfectamente podría pasar por italiano.

Stoichkov e Ivanov

En ese fútbol, Ivanov era un crack. Un llega-a-todo. No solo por bajo, también dejó un glosario de despejes por alto en saltos inverosímiles. Y, por supuesto, goles. Era un excelente rematador de lo que viniese como viniese. De hecho, había empezado como delantero en las categorías formativas.

Antes de que lo fichara el Betis, Ivanov sonó para el Real Madrid. Spasic había sido una gran decepción para Ramón Mendoza y, en octubre de la 90-91, ya le estaba buscando sustituto. El primer nombre que sonó fue Belodedici, pero ya había jugado en Copa de Europa ese año con el Estrella Roja.

El rumano-serbio, de hecho, hizo muy bien en no ir al Madrid, porque esa temporada le esperaba alzar la orejona en Bari. El segundo candidato fue Ivanov, pero fue descartado por lo mismo, por haber debutado ya en el torneo europeo con el CSKA.

La prensa catalana especuló con el morbo de que la solución madridista al problema de Stoichkov fuese también búlgara. Al final fue al Betis. Tenía 25 años y había sido nombrado mejor defensa de Bulgaria ese mismo año. José Luis Romero, técnico verdiblanco, dijo: «los búlgaros son hombres con carácter, con sangre caliente, y por eso su adaptación a campeonatos como los de España, Portugal e Italia es mucho mejor».

Si bien la primera opción del club sevillano era Kostadin Yanchev, que fue a Las Palmas un año más tarde, resulta que el caro y por el que no se pudo pagar no era él, sino Yanchev. No obstante, con Hristo en el Barça, Penev en Valencia, Sirakov en el Español y Iordanov en el Sporting, España se había convertido en un destino preferente para una gran generación de jugadores búlgaros.

Trifon Ivanov

Cuando llegó al Betis, llevaba un mes apartado del CSKA por desobedecer al entrenador. Era defensa, pero le gustaba subir, y la autoridad del míster no era suficiente para impedírselo. Decía las cosas a la cara y como eran. Por ese motivo, confesó Juan Merino, llegó a convertirse en capitán verdiblanco, por decir lo que otros no se atrevían a pronunciar.

Cuando iba a debutar contra el Valencia, declaró en los medios que su compatriota Lubo Penev, delantero del equipo che, no era «nada peligroso» para él. En once minutos lo puso de manifiesto. Una entrada en un córner lo dejó fuera del partido. Por cierto, un encuentro arbitrado por Enríquez Negreira. En su siguiente encuentro volvió a mostrar precocidad.

Esta vez, de cara al gol. Veinticinco segundos de partido e Ivanov abrió el marcador con un remate de cabeza. En Barcelona la prensa se sorprendió, mientras cubrían el partido del FC Barcelona, Stoichkov, que estaba sancionado, cantaba el gol de su compatriota en Burgos. Hablaban por teléfono tres veces a la semana.

Trifon Ivanov (Foto: manquepierda.com)

Cuando la familia de Ivanov vino para pasar la Nochebuena con él en España, no les dejaron entrar en el país. No tenían visado. Precisamente, fue Stoichkov, que viajaba en el avión con ellos, quien intentara convencer a los policías de aduanas. Sin éxito. Su mujer y sus hijos fueron devueltos inmediatamente a Sofía. Era Stoichkov quien había realizado las gestiones para ese visado con la secretaría del Betis. Las conversaciones hubiera estado bien verlas transcritas después del éxito obtenido.

Ivanov aún no hablaba español, pero no tardó en empezar a defenderse. Dijo que la primera palabra que aprendió fue «calidad», pero no por el fútbol, sino por las mujeres. Poco después de la Nochebuena, Ivanov también sería sancionado como su amigo. Fue por una agresión al croata Zoran Vulic, del Mallorca. Pero luego iba tan sobrado como para apostarse con Stoichkov que iba a marcar dos goles en el Camp Nou y cumplió, aunque el Betis perdiera 4-2. Parece que se jugaron una botella de whisky y conducir uno el BMW del otro. El Barça llegó a interesarse por él para sustituir a Koeman tras una lesión, pero Lopera se negó a vender. Ivanov siempre consideró que esa fue su gran oportunidad de colocarse en la primera fila del fútbol mundial, y la perdió.

Esa fue la constante, actuaciones de lujo y desapariciones. Aunque, ciertamente, el Betis atravesó numerosos problemas esos años. El principal, que bajó a segunda. Ivanov tuvo que volver a Bulgaria y regresó en la 92-93 a las órdenes de Roberto Jorge D’Alessandro Di Ninno, con quien no se logró el ascenso, y después con Sergio Kresic, para quien no contó.

Trifon Ivanov

Al parecer, un día le dijo al croata que tenía problemas para entrenar. El técnico le envió a un reconocimiento médico y, al no encontrarse nada, fue condenado al banquillo. Cuando le volvieron a dar la oportunidad, salió expulsado e insultando al árbitro, por lo que le cayeron tres partidos. La web manquepierda rescató un artículo de Diario 16 sobre el particular:

En los ambientes futbolísticos europeos circula desde hace tiempo una especie de rumor que cada vez parece más cercano a la realidad: los futbolistas búlgaros pertenecen a una categoría que hasta ahora parecía reservada a los porteros. O sea, que están locos (…)En España, en concreto, raro es el jugador búlgaro que no se ha destacado por sus locuras dentro o fuera de la cancha. Ahí está Hristo Stoichkov, protagonista de continuas polémicas con árbitros, rivales y hasta con su presidente; ahí está, también, Luboslav Penev, enfrentado durante más de un año con la Prensa valenciana y cuestionado no por su rendimiento sino por su conocimiento exhaustivo de la noche valenciana; ahí está, en fin, Trifon Marinov Ivanov, el defensa búlgaro que no ha dejado de vivir en el ojo del huracán, por una u otra razón, desde que llegó al Betis con la temporada 90-91 ya iniciada.

…con el tiempo, todo cambió. Ivanov fue bajando su rendimiento y, a la par, perdiendo su carisma hasta convertirse en un caso sin arreglo (…) Nadie en el Betis ha podido conseguir que Ivanov se centre en su papel de defensa en lugar de subir alegremente al ataque, algo para lo que, por su calidad, parece capacitado pero que presenta la contrapartida de que la retaguardia bética suele quedar desguarnecida.

Lo intentó José Luis Romero, y fracasó; lo intentaron Esnaola, D´Alessandro, y de nuevo Esnaola, pero no fue posible. Lo intenta, ahora, Sergio Kresic, y cuando parecía que iba bien encaminado, todo se va de nuevo al traste por la expulsión, acompañada de insultos al árbitro, que el búlgaro sufrió en Santiago

Se podrán hacer muchas frases hechas sobre esta situación, pero el mito de que los eslavos son gente de palabra, aquí queda contrastado. Que era un defensa que subía y que poco le importaba lo que le dijera el entrenador, es lo primero que reconoció cuando puso un pie en España. En entrevistas posteriores a su retiro, admitió que se le iba un poco la flapa y que eso le causó no pocos problemas a lo largo de su carrera, como acabamos de leer, pero también se quejó de que hoy, que los centrales tienen que saber mover el balón e incluso sumarse al ataque, le habría ido mucho mejor. Pero sus indisciplinas no se reducían a eso, en el Neuchâtelm, el entrenador Gilbert Gress prohibió los descapotables y eso fue suficiente para que él fuera a entrenar en uno. Ese año metió ocho goles.

En su último año en el Betis jugó solo tres partidos. Al final, acabó subiendo al equipo Serra Ferrer, que puso en órbita al club (tercero en la 94-95) e Ivanov se fue al Mundial de Estados Unidos, donde firmó el mayor éxito de su país en el torneo. Entre Dallas, Chicago y Nueva York se fraguó la leyenda de El Lobo. Ivanov metía miedo a los rivales que habían visto los cromos de Panini. «Relájate», le dijo a su seleccionador Dimitar Penev, «con mi mirada sedienta de sangre, se morirán de miedo. Rudi Völler caerá al suelo cuando sienta mi aliento». Y no era solo una cuestión de aspecto, en el Rapid de Viena también se llevó sanciones por agresión.

Una vez fueron ocho partidos por zumbarle un codazo a un jugador del FC Linz que le había llamado «búlgaro de mierda», la misma suerte corrió Vialli en un partido internacional en el que le escupió, pero al mismo tiempo realizaba hazañas como jugar un partido contra el Sporting de Lisboa escasos días después de una operación de menisco, casi horas. En ese Rapid hizo historia, lo llevó a la Copa de Europa y a la final de la Recopa, que perdieron contra un gran PSG con Raí y Djorkaeff. Su compañero en el eje de la zaga, Peter Schöttel, recordaba de él que siempre le decía «ho, ho», que «puede significar izquierda y también puede significar derecha».

Bulgaria en su debut en Estados Unidos’94, Ivanov es el segundo por la derecha (Foto: Cordon Press)

Coñas al margen, que Bulgaria pasase por encima de Francia, eliminándola en el Parque de los Príncipes, fue lo más bonito que le pasó en la vida, sobre todo porque no fue para ir al Mundial de turismo, sino a dejar huella. Una vez retirado, presumió, con esa determinación tan característica, que no dieron la campanada, que fueron superiores a Francia y en todo momento sintieron que se la iban a repasar. «Tuve la certeza, desde el primer hasta el último minuto, de que íbamos a pasar», declaró en So Foot.

El cuarto de Larsson, Ivanov pidió el cambio o si no se iba él mismo del campo (Foto: Cordon Press)

Las escenas que más han circulado de la gesta fueron esos planos que aparecieron en todos los telediarios en los que los jugadores búlgaros se preparaban para su partido de cuartos frente a Alemania, la vigente campeona del mundo, sumidos en una nube de humo de tabaco mientras jugaban a las cartas y bebían cerveza. En la citada entrevista, Ivanov explica que bebían y fumaban para estar mejor para el partido, aunque resulte difícil de creer: «Sí, era para quitarnos el estrés del torneo… las expectativas puestas en nosotros… relajarnos, tranquilizarnos. No pensar en los problemas, en el deber. Porque si repites todo el tiempo lo mismo como una máquina, llega un punto en el que empiezas a cometer errores». Además, «si quieres algo y está prohibido, es peor, porque lo quieres aún más».

Luego cayeron contra Italia, responsabilizando a los árbitros, y en el tercer y cuarto puesta, Suecia les pasó por encima. Aquello era pura anarquía y cuando Larsson marcó el cuarto, Ivanov pidió que le sustituyeran, que dimitía. Desde ese día, la selección no volvió a brillar. De hecho, Trifon asumió la capitanía para poner orden entre los diferentes clanes del vestuario, los del CKSA y los del Levski. A veces Stoichkov no quería entrenar e Ivanov tenía que mediar entre él y el grupo de Sirakov. Tuvo que ser él mismo el que clasificara al equipo para Francia 98 con un gol ante Rusia. Pero ya no había solo problemas entre los compañeros, muchos se negaron a jugar con el equipo nacional porque había lío con la Federación. El resultado se vio en el terreno de juego, España les metió seis y los envió a casa (donde se iba también ella, por cierto, aunque golease). Él ya no quiso volver con la selección.

Trifon Ivanov

Ivica Osim lo quiso para su Sturm Graz, que jugaba Copa de Europa, pero no fichó porque su mujer no quería vivir ahí, aunque es la segunda ciudad austriaca. Solo pudo jugar un año este torneo, pero al menos llegó a visitar Old Trafford. De hecho, ese fue el problema. Se enfrentó a sus compañeros porque iban como turistas, no como rivales. Antes del partido, estaban comprando merchandising y souvenirs en la tienda del estadio. A él no le hizo falta comprar la camiseta, se la regaló Cantona.

Cuando colgó las botas, también rechazó todo protagonismo, aunque ocupara puestos de responsabilidad. No quería verse en los periódicos, ya había tenido suficiente como jugador. Se sabe que le gustaba la caza y la vida tranquila. Se mantuvo económicamente con un negocio de gasolineras que le ayudó a impulsar el presidente del Rapid, al que le unió siempre una gran relación de amistad. Eso le permitió coleccionar coches y, entre cuadriciclos y otras extravagancias, un día se compró un tanque.

Aquello le cabreó mucho, porque un periodista le preguntó por él. Le dijo que sí, que lo tenía, y que lo había conducido una o dos veces, para probarlo y ver cómo iba ¡No era para tanto! Pero el plumilla fue con eso en un reportaje, «conduce un tanque», y le cabreó bastante. Tanto que se deshizo de él, aunque la anécdota ha quedado para los restos.

Stoichkov ante el féretro de Ivanov

Un infarto se lo llevó demasiado pronto, en 2016. Solo tenía 50 años.

 

 

 

 

 

 

Un comentario

  1. Se fue muy temprano Tuño,pero nunca te olvidaremos!!!!!!

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