Ciclismo

Pantani, Berzin, Indurain y el Giro de nuestras vidas

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Berzin, Pantani, Chiappucci e Indurain. Foto: Cordon Press.
Berzin, Pantani, Chiappucci e Indurain. Foto: Cordon Press.

Si le preguntas a un aficionado medio por los dos Giros que ganó Miguel Indurain en 1992 y 1993, es poco probable que le venga a la cabeza un recuerdo nítido. Quizá el duelo con Chiappucci del primer año, adelantamiento incluido en la última contrarreloj, quizá Bugno vestido de lo que por entonces se denominaba maglia ciclamino y por supuesto el mítico anuncio del compresor con el que nos deleitaba Telecinco en las pausas de publicidad o el «Nessun dorma» con el que TVE iniciaba sus retransmisiones.

Aquellos tres años de Indurain en Italia se suelen asociar con dos nombres: Mortirolo y Pantani, en alusión a la famosa etapa con final en Aprica que presentó en sociedad a «il Elefantino» de Cesenatico.

No es mal recuerdo y la épica siempre será la épica, pero aunque se podría conceder que aquella etapa fue decisiva en la derrota de Miguel, no conviene olvidar que, igual que pasa con el gol de Redondo en Old Trafford —que lo metió Raúl— o el de Caminero en el Camp Nou el año del doblete —el balón lo acabó metiendo en la portería Roberto Fresnedoso—, el Giro de Pantani lo acabó ganando un semidesconocido, Eugeni Berzin, un hombre cuya fama duró poco y que representa probablemente lo peor de una época: la de la Gewiss-Ballan del doctor Ferrari.

No es que el ruso fuera un «piernas», precisamente. Con veinte años fue campeón del mundo de persecución en categoría amateur, título que revalidó al año siguiente. Pasó al profesionalismo con veintidós, al Mecair italiano, y demostró ser un buen contrarrelojista con ojo para las carreras de una semana siempre que la cosa no se pusiera demasiado dura. En 1994, ya corriendo con Gewiss en el maillot, Berzin asombró al mundo ganando la Lieja-Bastogne-Lieja, probablemente la clásica más propicia para los escaladores.

Indurain a rueda de Berzin (Foto: Cordon Press)

Aquello habría resultado sorprendente de no ser por el rendimiento de su equipo hasta ese momento: Giorgio Furlan, un ciclista con un palmarés interesante, ganador de la Flecha Valona y de la Vuelta a Suiza en 1992, además de contar con varias etapas en pruebas importantes, se había convertido de repente en el dominador absoluto del pelotón: ganó la Milán-San Remo sorprendiendo a los esprínteres, se impuso en la Tirreno-Adriático, una prueba generalmente dura, con Berzin de escudero en la segunda plaza, y todavía tendría tiempo de ganar el Criterium Internacional, una competición explosiva que combina en un fin de semana una etapa de fondo, una contrarreloj y un final en alto.

A partir de ese momento de esplendor, prácticamente desapareció hasta finales de año y durante el resto de su carrera apenas conseguiría una victoria más: una etapa en el Tour de Romandía del año siguiente.

Furlan no era el único que «producía» para la Gewiss, cuyo consejero médico, el citado Michele Ferrari, hoy en día sancionado de por vida por ser el gurú detrás de los triunfos de Lance Armstrong y el US Postal, llegó a asegurar que la EPO era «como el zumo de naranja. Solo te sienta mal si lo tomas en exceso».

La gran estrella del equipo, o el líder en la sombra al menos, por su experiencia, era Moreno Argentin en su última temporada, un ídolo en Italia por haber sido campeón del mundo en 1986 y haber ganado decenas de clásicas importantes, incluyendo cuatro Liejas, un Lombardía, un Tour de Flandes y tres Flecha-Valonas.

Indurain en el Giro de 1994 (Foto: Cordon Press)

Precisamente, su victoria en esta última prueba en el mágico 1994 ha pasado a la historia como uno de los hitos del dopaje de equipo, un dopaje que se demostraría muchos años más tarde, en 1999, al hilo del escándalo Festina del año anterior. No solo ganó Argentin sino que el pódium fue enteramente del color azul cielo de la Gewiss: segundo, Furlan; tercero, Berzin. Ni siquiera hizo falta un esprint, se repartieron los puestos por jerarquía y punto. Hasta ocho italianos se colaron entre los diez primeros clasificados.

Después de esta apoteosis y por si lo contado no fuera suficiente, el desconocido Vladislav Bobrik ganaría Lombardía en octubre y Piotr Ugrumov, otro exsoviético, sería segundo en el Tour tras poner contra las cuerdas a Indurain. Nada, en cualquier caso, comparado con lo que se vivió en el Giro de Italia.

Una semana de exhibiciones constantes

Es tentador comparar el Giro di Italia con la Vuelta a España. Las dos son patitos feos comparados con el cisne del Tour de Francia y se han acostumbrado a vivir en la sombra. Sin embargo, lo que se vive en Italia con el Giro no tiene nada que ver con lo que se vive en España con la Vuelta. Los corredores italianos sueñan con ganar su carrera, una aspiración mucho mayor que la de ganar el Tour. De hecho, desde los triunfos de Felice Gimondi y Gastone Nencini en los años sesenta solo Pantani (1998) y Nibali (2014) han conseguido imponerse en París.

Durante muchos años, ganar el Giro siendo extranjero se podía considerar una heroicidad. Fignon lo sufrió en sus propias carnes en 1984, cuando la organización se valió de todo tipo de triquiñuelas para conseguir que Francesco Moser le levantara el triunfo en la última contrarreloj. También lo sufrió Stephen Roche en 1987, víctima del bullying al que le sometió su propio equipo, el Carrera, y la prensa italiana en favor de su compañero Roberto Visentini.

Desde los tiempos de Eddy Merckx ningún extranjero había conseguido repetir victoria hasta que llegó Indurain y se hizo con las ediciones de 1992 y 1993. No sentó demasiado bien pero el campeón era el campeón y así había que tomárselo. En la edición de 1994 no había un candidato patrio muy claro que oponer a Indurain —Bugno, Chiappucci y Chioccioli habían fracasado tantas veces que poco se esperaba ya de ellos— así que las esperanzas estaban puestas en el poder de Carrera y Gewiss como conjuntos y en el propio recorrido, extremadamente montañoso y con pocas contrarrelojes, es decir, al contrario de cuando era preciso que los citados Visentini y Moser o incluso un rodador puro y duro como Saronni ganaran la ronda.

Pantani en el Giro de 1994 (Foto: Cordon Press)

El navarro llegaba después de cinco grandes vueltas ganadas de manera consecutiva, pero algo tocado de una rodilla y sin apenas resultados a lo largo de la temporada. Su actuación en Romandía había sido nefasta y en el equipo se apresuraron a aclarar que Miguel no había venido a ganar «sino a recuperar sensaciones».

El inicio de Giro de la Gewiss fue, como cabía esperar, fulgurante. En la primera contrarreloj de 7 kilómetros, Berzin consiguió ser segundo, entre De las Cuevas e Indurain. Al día siguiente, Argentin la liaba tras un ataque de Ugrumov y se colocaba líder, con el ruso de segundo clasificado. Tras una jornada de relativa calma, con victoria de Gianni Bugno en un grupo reducido, llegó la esperada etapa de Campitello Matese y ahí no hubo piedad: primero Ugrumov y luego el propio Argentin empezaron a imponer un ritmo en cada pequeña cota que rompió el pelotón en mil unidades.

Justo cuando las fuerzas flaqueaban, Argentin se echó a un lado y atacó como una fiera Berzin. Suya fue la etapa y el liderato. Las diferencias, para ser una etapa de media montaña resultaron enormes: cuarenta y siete segundos a un grupo con Rebellin, Pantani, De las Cuevas, Tonkov, Bugno, Indurain y Hampsten. Llevábamos solo cuatro días en Italia y la Gewiss ya había dado su puñetazo en la mesa ante la total inoperatividad del Banesto, con el típico equipo de circunstancias donde solo Gerard Rué y Montoya parecían salir un poco de la mediocridad.

En fin, la mala noticia era que no había acabado la primera semana y Miguel Indurain ya estaba a 1 minuto 05 segundos de Berzin. La buena era que la Gewiss había dejado de jugar a los cuatro líderes y tras la explosión de Furlan, Ugrumov y Argentin ya solo quedaba uno al que vigilar.

La primera semana acababa con una contrarreloj llana de cuarenta y cuatro kilómetros en Follonica. Antes de empezar el Giro, Indurain ya contaba con llegar algo retrasado a la cita. «Si estoy a unos cuarenta segundos y todo va bien podré aspirar a la maglia rosa», dijo en su momento.

Evgeni Berzin (Foto: Cordon Press)

Sin embargo, todo fue mal. Desde el principio. A los once kilómetros ya cedía veintisiete segundos con respecto a un Berzin que volaba. A los veintidós, la desventaja se disparaba a 1 min 41 s y a la llegada a meta quedó en 2 min 34 s. La primera vez desde la Vuelta de 1991 en la que Miguel perdía una contrarreloj con algo en juego. De hecho, terminó cuarto, por detrás también de De las Cuevas y Bugno, apenas unos segundos por delante de Ugrumov.

La diferencia en la general era de 3 min 39 s. Tan lejos le veía Berzin que llegó a afirmar que Indurain «no era rival» y que temía más a «De las Cuevas y Bugno». Se dejaba al hombre más importante de aquel Giro.

Y en eso llegó Pantani…

En 1994, Marco Pantani no era nadie. Un gregario de lujo de Claudio Chiappucci con habilidad para la montaña pero poco más. A los veinticuatro años, no había pasado de un cuarto puesto en el Giro del Trentino como mejor clasificación en su palmarés y, después de una pésima contrarreloj, navegaba decimocuarto en la general, a más de siete minutos de Berzin. Peor le iba a su jefe de filas, perdido a casi once minutos del liderato.

Si la Gewiss tenía a Ferrari, el Carrera tenía a Conconi, que era el gran maestro de la medicina deportiva en Italia. Conconi no solo aconsejaba a la gran escuadra italiana de principios de los noventa sino que llegó a experimentar con ellos en la Universidad de Ferrara los métodos de detección de EPO que la UCI le había encargado. La historia de dopaje sistemático del Carrera en aquellos años bien valdría un artículo pero de momento creo que con este enlace les puede valer.

Conconi, por cierto, supervisó a Miguel Indurain en los primeros años de su carrera deportiva. Curiosamente, cuando llegaron los triunfos y Conconi empezó a colaborar más activamente con Banesto, Indurain prefirió desmarcarse y recurrir a médicos españoles, principalmente, como sabemos, a Sabino Padilla.

En cualquier caso, la era Conconi parecía terminar, fulminada por su discípulo Ferrari y sus «zumos de naranja» y del Carrera apenas se sabía nada. Pantani se coló en un par de escapadas, como un buscavidas cualquiera. En la décima etapa se juntó a Pascal Richard, Claudio Chiappucci, Michele Bartoli y otros, pero los Polti de Abdoujaparov les cazaron a poco de llegar a meta. Dos días más tarde, sucedió algo parecido. Seguía decimotercero, a siete minutos y medio de la general, y pocos medios prestaban atención a ese hombrecillo con una alopecia temprana y las orejas de soplillo.

Pantani en el Giro’94 (Foto: bikeraceinfo.com)

Eso, por supuesto, hasta que llegó su apoteósico fin de semana en los Dolomitas. En la decimotercera etapa, consiguió por fin abrir algo de hueco junto a su inseparable Pascal Richard. Un minuto de ventaja que le colocaba por primera vez entre los diez primeros de la general. Al día siguiente, sábado, se escapó en la ascensión al Monte Giovo, alcanzó al grupo donde tiraba su compañero Chiappucci y en la bajada consiguió cazar y dejar de rueda de nuevo a Richard para conseguir su primera etapa en una gran vuelta, sacar cuarenta segundos a los hombres fuertes y quedarse sexto, aún a  5 min 36 s y con la mirada puesta en la siguiente etapa: la del Mortirolo, con llegada a Aprica.

La etapa que recordará toda una generación

Era domingo y, en París, Sergi Bruguera y Alberto Berasategui se disputaban el título de Roland Garros mientras Arantxa Sánchez-Vicario lograba su segundo entorchado en el cuadro femenino. El patrioterismo deportivo estaba preparado para que Indurain culminara la jornada, con todas las reservas que merecía el caso: Berzin y la Gewiss, sobre todo Argentin, parecían imparables, el navarro tenía que enjugar más de tres minutos… y aún estaban De las Cuevas y Bugno por delante dando guerra.

Parecía imposible pero durante unos minutos se hizo realidad. Solo unos minutos, los que todo el mundo recordaría después durante años y a los que siguió la primera gran «pájara» de Indurain y la consagración de Marco Pantani como el mejor escalador de la década.

En una etapa memorable, los corredores pasaron primero por el Stelvio, con Franco Vona en cabeza, seguido de Nelson «Cacaíto» Rodríguez. Tras el descenso, con los hombres de la Gewiss controlando, llegaba el Mortirolo, casi un desconocido para el aficionado español.

Las cuestas eran descomunales y los ciclistas se retorcían, quedándose clavados en sus curvas. Ahí no había margen para el control y Pantani aprovechó para lanzar su primer ataque. Berzin y De las Cuevas le cogieron la rueda y se fueron del pelotón donde Indurain prefería seguir a su ritmo.

Hizo bien el navarro. Nadie sabía por entonces hasta qué punto podía reventarte Pantani cuando intentabas seguirle cuesta arriba. A los pocos metros, explotó De las Cuevas y poco más tarde hacía lo propio Berzin. Era la primera señal de debilidad del líder, un chico de veinticuatro años recién cumplidos, sin experiencia en carreras de tres semanas. Indurain vio que era su momento y subió el ritmo un grado más.

Bugno desapareció del mapa, De las Cuevas desapareció del mapa y Berzin aguantó y aguantó… hasta que también tuvo que descolgarse del grupo del navarro, donde solo Ivan Gotti le seguía el ritmo.

En la cima del Mortirolo, Pantani tenía 51 segundos de ventaja sobre Indurain, que a su vez aventajaba en 47 sesgundos a Berzin, sin ningún corredor para ayudarlo. Lo que pasó después forma parte de la historia del ciclismo: el Carrera decidió esperar a Indurain y afrontar en compañía el llano entre puerto y puerto.

La ventaja con Berzin no dejaba de subir: un minuto, minuto y medio, dos minutos… El Giro se le iba al ruso, completamente agotado y con la mirada perdida, acompañado de un grupo de corredores —Chiappucci, Belli, Gotti…— que no estaban dispuestos a darle un relevo.

La ventaja llegó a los 2 min 20 s, poco antes de afrontar la última subida: el Valico di Santa Cristina, en principio poco más que un trámite después de lo pasado. Ahora bien, en cuanto empezaron las primeras cuestas, Pantani volvió a ponerse de pie, a bailar sobre la bicicleta y a fijar la mirada adelante, sin concesiones. Indurain y Rodríguez le seguían como podían hasta que dejaron de hacerlo. El navarro había cometido el mismo error que Berzin en el Mortirolo: subestimar el ritmo del Elefantino. Poco a poco fue cediendo metros sin remisión.

Berzin. en el GIro de 1994 (Foto: bikeraceinfo.com)

Chiappucci saltó del grupo de atrás y adelantó a Miguel. También lo hizo Belli. Cacaíto se les pegó a la rueda mientras el de Banesto seguía con el rictus descompuesto. Esto no lo habíamos visto nunca. Por delante, Pantani volaba y por detrás Berzin se acercaba peligrosamente.

En poco más de cinco kilómetros, el de Carrera consiguió meterle casi cuatro minutos a Indurain, que mantenía poco menos de un minuto de ventaja sobre Berzin. De repente, el Giro era cosa de dos y él era el tercero, el que sobraba. En meta, no cambiaron mucho las cosas: Pantani consiguió su segunda victoria consecutiva, con Chiappucci completando el doblete italiano casi tres minutos después. Indurain fue quinto, a 3 min 36 s y Berzin sexto a 4 min 06 s. Conservaba la maglia rosa por poco más de un minuto.

Un relevo sin demasiada continuidad

Obviamente, todo el mundo habló del relevo. La generación del 64, la de Indurain, Bugno, Breukink, etc. daba paso a la del 70, encabezada por Berzin y Pantani, pero con Bartoli, Casagrande o Belli como otros exponentes. El resto del Giro incluía muchas etapas de montaña, pero a Pantani le faltó gasolina.

En la decimoctava etapa, una cronoescalada al Passo del Bocco, Berzin volvió a ganar, aunque esta vez Indurain estuvo a mejor nivel que en Follonica y solo perdió veinte segundos. Pantani se fue más lejos, a minuto y medio, y aunque consiguió conservar la segunda plaza, su desventaja con respecto a Berzin volvía a rozar los tres minutos. Todo un mundo.

Lo intentó en los Alpes, por supuesto. En la antepenúltima etapa, se quiso marcar «un Chiappucci», es decir, lanzarse en solitario desde casi la salida y superar a todos los colosos aumentando diferencias, esperando que alguien se viniera abajo. Junto a Hernán Buenahora pasó por el Agnello y llegó a tener dos minutos de diferencia en la base del Izoard, pero aquello, con Argentin tirando del grupo, no iba a ningún lado.

En el descenso se dejó coger y ya subió Lauteret con Berzin e Indurain. En la última ascensión a Les Deux Alpes no hubo sorpresas, de hecho fue Indurain el que impuso el ritmo y Pantani, acusando el esfuerzo, a punto estuvo de quedarse rezagado. Al final llegaron con el mismo tiempo.

Berzin tocaba el triunfo con los dedos a falta de una etapa de montaña, la que separaba Les Deux Alpes de Sestrières, el santuario de Chiappucci. Apenas ciento veinte kilómetros. No pasó nada. Los favoritos se limitaron a vigilarse y a quedarse como estaban y ni la nieve ni las dos ascensiones al puerto final cambiaron la clasificación.

Berzin estaba exultante y todos se preguntaban hasta dónde llegaría su dominio. Lo de Pantani se veía como poco más que una excentricidad que el tiempo corregiría y sobre Indurain se centraban todas las dudas… «El Tour lo ganará Rominger», dijo Berzin en un ataque de sinceridad, y muchos creyeron que así sería.

Mapa del Giro de 1994

Pero no. De todos los miembros de la generación del 70, solo Pantani tuvo continuidad: ese mismo año fue tercero en el Tour, por detrás de Ugrumov… y de Miguel Indurain, ganador por cuarto año consecutivo. De Rominger no se supo nada, retirado casi a las primeras de cambio. En 1995, ganó otras dos etapas en el Tour, aunque no pudo repetir podio y logró la medalla de bronce en el también mítico mundial de Colombia.

Tras un 1996 complicado, Pantani resurgió en 1997 ganando dos etapas en el Tour de Francia, donde quedó tercero tras Ullrich y Virenque, incluso optando a clásicas como la Lieja o la Flecha Valona.

Su gran año fue 1998, cuando derrotó in extremis a Tonkov en el Giro y a Ullrich en el Tour para conseguir un doblete histórico. Al año siguiente, cuando estaba a punto de conseguir su segundo Giro consecutivo, la organización le descalificó por superar el 50% de hematocrito en un control previo a la antepenúltima etapa.

Últimamente, se ha hablado mucho de conspiraciones y de mafias, pero seamos realistas: para pillar a Pantani no hacía falta excavar demasiado. Su relación con las sustancias dopantes y sus flirteos con las drogas recreativas acabaron hundiéndolo en un pozo que acabaría con su suicidio —o su sobredosis, no está claro— el 14 de febrero de 2004.

En cuanto a Berzin, ¿qué quieren que les diga? No tuvo ninguna continuidad. En 1995 y 1996 tuvo sus momentos puntuales, tanto en Giro como en Tour, pero siempre lejos de la victoria. El hombre llamado a dominar el ciclismo mundial, capaz de arrasar en clásicas, vueltas de una semana y grandes vueltas, de repente engordó hasta el punto de que parecía un esprínter más perdido en el grupo del coche escoba. En 2000 intentó participar en el Giro por última vez pero no consiguió pasar ni el primer examen de hematocrito y lo mandaron a casa.

Menos de un año más tarde, cuando ni siquiera había cumplido los treinta y uno, se retiró definitivamente del deporte.

2 Comments

  1. Miguel Robledo Restrepo

    Un hematocrito no tiene nada qué ver con sustancias recreativas y si Pantani cayó en ellas, nada tuvo qué ver con el ciclismo sino con las mafias que no lo llevaron al suicidio, más bien, lo asesinaron.

  2. Como echaba de menos tus artículos sobre ciclismo.
    Gracias.

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