
Madrugada del 9 de noviembre de 1996. Todavía se fuma en los bares. En este en concreto el humo ha formado una neblina dentro del local. Justo, dueño y barman a la vez, trabaja a destajo detrás de la barra poniendo botellines de cerveza de cinco en cinco y cubalibres, siempre con la compañía de un cuenco de pipas (muy) saladas. En aquella tasca, con la televisión de tubo en una esquina en lo alto, el jaleo se adhiere a los azulejos como la nicotina. Justo no da tregua, se mueve rápido en su pequeño espacio, como un central abandonado en la frontal del área ante un contraataque. Justo es muy del Real Madrid pero no esconde los banderines del Atleti.
Se aprietan unas veintitantas personas que se han reunido allí no para ver el fútbol sino el combate entre Mike Tyson y Evander Holyfield desde el MGM Grand de Las Vegas. A la hora señalada, Justo sintoniza Canal+ y manda callar: José Luis Garci está hablando en la televisión. Comenta el combate junto a Paco González, Julio César Iglesias y Esteban Cuesta. Dice que el público del Campo del Gas «tenía gracia de verdad, no buscada, espontánea, natural» y que los alrededores del Price no tenían nada que envidiar a los de Times Square. Pero Las Vegas es otro rollo: 17.000 personas aplauden a Holyfield, que boxea «en casa». No así a Tyson, que mira desafiante a la grada que lo abuchea. Se ve que su padre no le llevaba a ver boxeo (dice que apenas llegó a conocerle).
Para un infante de diez años, un bar a las tantas es un lugar todavía desconocido. Su padre no le ha hecho ninguna pregunta. Él tampoco las hace. Observa. No entiende por qué todos allí, en Casa Justo, se alegran tanto de ver en la pantalla a dos tipos que se van a dar de hostias. El chaval sabe, por lo que oye, que Tyson acaba de salir de la cárcel, y que aunque esta es su primera pelea como profesional contra Holyfield, los dos se habían enfrentado anteriormente como amateurs. También que la velada se había aplazado por una costilla que Tyson se había fracturado.
Al chaval su abuelo le había explicado hacía tiempo quiénes eran en el boxeo José Legrá, Pedro Carrasco y José Manuel Ibar «Urtain», pero estos dos, Tyson y Holyfield, son muy diferentes. «¡Esto revienta! Unos aplauden, otros chillan, pero nadie permanece inmóvil ni indiferente ante la llegada de Mike Tyson», anuncian a través del televisor de Justo. Un momento: ¿quién es el tipo del pelo de punta que está entre los dos boxeadores? Se ve que maneja, que es el jefe. Resulta ser Don King, el gran promotor, que posa en el ring con un cheque gigante cuya cifra va destinada a financiar los estudios de los universitarios menos favorecidos de la Universidad de Nevada.
Es tarde. Ya debería estar el crío en la cama durmiendo, pero ahora se encuentra soñando en Casa Justo.

La zona vital
–Al igual que todas las acciones humanas, extremas pero perecederas, el boxeo excita no sólo la imaginación del escritor sino también su instinto de dejar testimonio.
(Joyce Carol Oates, On Boxing)
¿El boxeo siente un gran respeto por el pasado? «Al menos en el pasado, los boxeadores han sido muy conscientes de los grandes campeones de décadas anteriores», responde la escritora Joyce Carol Oates. «Para mí, la historia del boxeo es una historia de maravillas: cada uno de los grandes campeones tenía un estilo, una identidad, una personalidad, un trasfondo, una historia únicos. Sin duda, esto sigue siendo cierto hoy en día».
Hasta su pelea con Evander Holyfield en el MGM Grand de Las Vegas, Tyson había ganado 45 peleas (39 de ellas por knock out) y solo en una ocasión había sido derrotado, en concreto por K.O. técnico ante James Douglas el 11 de febrero de 1990.
A Joyce Carol Oates no le resulta sorprendente que Mike Tyson haya perdido una o dos peleas incluso de amateur. Cuenta que su padre, Frederic Oates, solía llevarla a ver combates de Golden Gloves en Buffalo, Nueva York, siendo ella todavía una niña: «Eran combates de boxeo amateur. En realidad, nada que ver con los combates de adultos y profesionales. Los boxeadores aficionados son juzgados por el número de golpes dados, no por la potencia de los mismos», recuerda la autora de On Boxing (1987). Un día, durante un combate, le preguntó a su padre:
–¿Por qué aquellos hombres están dispuestos a hacerse daño?
–Porque los boxeadores no sienten dolor igual que nosotros.
Tal y como manifestaba en On Boxing, Joyce Carol Oates no tenía (ni tiene) la pretensión de justificar el boxeo como un deporte; nunca lo ha considerado como tal. Sí veía Friday Night Fights en los sesenta, sin embargo, no comenzó a escribir sobre boxeo hasta finales de 1980, primero con la novela You Must Remember This (1987) y después en On Boxing especialmente.
También firmó en Life Magazine (febrero del 87) el artículo Kid Dynamite: Mike Tyson is the most exciting heavyweight fighter since Muhammad Ali, en el que hablaba del primer mundial de los pesados del Consejo Mundial de Boxeo logrado por Mike Tyson, que venció a Trevor Berbick en el Hotel Hilton de Las Vegas el 22 de noviembre de 1986: «Al principio del segundo asalto, Tyson derriba a Berbick a la lona con una poderosa combinación de golpes, incluido un gancho de izquierda; cuando Berbick logra ponerse de pie valientemente, es derribado por segunda vez con un gancho de izquierda en la cabeza, para ser precisos, en la sien derecha, una ‘zona vital’. Acompañado por el clamor salvaje de la multitud como por una especie de música exótica, Berbick lucha por ponerse de pie, con la expresión vidriosa como la de un hombre atrapado en un sueño; se tambalea por el ring con piernas temblorosas, cae otra vez, sobre las cuerdas; como por un puro esfuerzo de voluntad se levanta, se tambalea por el ring en la dirección opuesta, está precariamente de pie cuando el árbitro, Mills Lane, detiene la pelea», describía Oates. «No han pasado más de nueve segundos desde el golpe de Tyson, pero la secuencia, en cámara lenta, ha parecido mucho más larga. La imagen de pesadilla de un hombre luchando por mantener la conciencia y el control físico ante nueve mil testigos probablemente permanecerá en la memoria: es una imagen tan inevitable en el boxeo como la del boxeador extático con sus manos enguantadas levantadas en triunfo».

A través del manager de Tyson, Jimmie Jacobs, Joyce Carol Oates conoció a Mike Tyson después de la noche contra Trevor Berbick. «Fui la primera persona en entrevistar a Mike Tyson para una publicación importante (Life), en noviembre de 1986; ahora, Mike ha sido entrevistado 88.000 veces», subraya Oates, que dedicó a Tyson dos trabajos más: el libro Mike Tyson (2003) y el artículo acerca de Undisputed Truth. My Biography (2013) en New York Review of Books (2013).
Recuerda que Tyson sabía bien cuál era la historia de este deporte; había visto películas y vídeos de grandes púgiles con su entrenador Cus D’Amato. «Al principio se identificó con Jack Dempsey y modeló su personalidad en el cuadrilátero basándose en él, y más tarde se identificó con el (condenado) Sonny Liston. Muhammad Ali siempre habló con mucho respeto y admiración de Jack Johnson, cuyo estilo ágil en el ring y su intrepidez (tanto dentro como fuera del cuadrilátero) causaron una gran impresión en Ali», continúa la autora. Lo certificaba también Donald McRae en The Guardian tras haber entrevistado a Tyson en Las Vegas durante el año 2014: «Posee un conocimiento enciclopédico del boxeo, que resulta más irresistible cuando pasa de un gran boxeador a otro, de Ted «Kid» Lewis a «Baby» Arizmendi, de Harry Greb a Jack Britton, el peso welter de Nueva York que se dice que hizo 350 peleas».
En un lance de la entrevista con el flamante nuevo campeón mundial de los pesados –en el apartamento de Jimmie y Loraine Jacobs en el East Forties de Manhattan a finales de 1986–, Joyce Carol Oates le preguntó a Mike Tyson:
–¿Qué estabas pensando cuando le diste el golpe de gracia a Berbick?
–Esperaba que no estuviera herido. Fue un puñetazo deliberado, en la cabeza, con mala intención, en una zona vital.
Interludio
Era febrero de 1988 en Nueva York y el director José Luis Garci se hallaba en la cuarta planta de Doubleday repasando los títulos de la sección deportiva de la librería de la Quinta Avenida. Y allí, en una estantería con otros tomos, extrajo un ejemplar de On Boxing, «quizás el ensayo más inteligente que se le ha dedicado al ‘noble arte’ en los últimos cuarenta años», alababa en Campo del Gas (2016). «Joyce Carol Oates ha contado que iba de niña al Madison Square Garden de la mano de su padre, igual que Manolo Alcántara llevaba a su hija Lola a las veladas del Palacio de los Deportes», continuaba.
A José Luis Garci le llevaba su padre al boxeo y a los combates de lucha libre (catch) en el Price como premio por haber sacado buenas notas. Eran veladas «envueltas en griterío y humo», recordaba situando la época entre 1956 ó 1957. Dice que aquellos miércoles de «oro y bulla» alteraban las rutinas de casa. «Se suponía que a las ocho y media, cuando empezaba la novela de Radio Madrid de Sautier Casaseca […], yo debía tener terminados mis deberes y recogidos los libros».

Igual que a su amigo, el narrador de boxeo Jaime Ugarte, a Garci le gusta el fútbol. Ugarte es del «viejo y querido» Athletic de Bilbao, mientras que Garci es del Atlético de Madrid de Luis Aragonés, Adelardo Rodríguez, José Eulogio Gárate o Larbi Ben Barek. «El Atleti es el Humphrey Bogart del fútbol. Un equipo que siempre se ha movido dentro de la estética del cine negro y su fatalismo romántico. Tiene el atractivo de los perdedores. Aunque a veces preferirías ser un poco más feo y ganar», declaraba José Luis Garci en Panenka. «El Atleti tiene algo misterioso, casi imposible de definir. Tiene un poder extraño que cautiva y enamora a la gente. Es como esos grandiosos secundarios americanos que acaban haciéndose los amos de la pantalla».
Boxeo en rojo y blanco
Ondea al sol de febrero la bandera rojiblanca del Atlético de Madrid con el escudo clásico. En este descampado de hormigón a los pies del Metropolitano, el boxeo hay que buscarlo. En lo que fue el desaparecido Vicente Calderón, hubo en su día un gimnasio donde hicieron sombra los campeones de Castilla de la sección de boxeo amateur del club, fundado el 15 de marzo de 1966 con Pedro París como fundador y preparador.
En el museo del Metropolitano, pasadas las vitrinas de las copas, sigue el palmarés de las otras disciplinas del Atleti a lo largo de su historia: baloncesto, fútbol sala, hockey, balonmano, rugby, béisbol, voleibol, petanca y boxeo, representado por los guantes con los que Agapito Gómez ganó su cuarto Campeonato de España. «He ganado siete campeonatos de Castilla», afirma rotundo Agapito. El primer trofeo que levantó, en 1977, se lo regaló a su madre. Tiene también otros galardones en su apartamento de Guardamar del Segura, donde veraneaba con sus padres. «Estuve en seis campeonatos de España, pero en el 77 no pude ir porque era menor de edad. Por eso no fui al Campeonato de España ese año. Estuve el siguiente, en el 78, con 18 años. Perdí en la final con Antonio García, mi primer zurdo». Agapito nunca se había enfrentado a un zurdo y, con algo de amargura, dice que en el boxeo nadie se acuerda del subcampeón: «El campeón es el que sale en las fotos, el que se menciona en los libros. Del subcampeón de España de amateur no se acuerda nadie».

Siguiendo el paseo por el museo del Metropolitano, uno se encuentra con otra reliquia: la chaqueta del chándal del entrenador Pedro París, al que Agapito Gómez considera un padre: «Pero tenía muy mala hostia», añade. «Lo mismo te daba una hostia que te daba un abrazo. Todos los boxeadores del Atlético de Madrid le teníamos un respeto increíble». Pero antes de esto, fue el preparador Manolo Pombo quien puso sobre aviso a Agapito: había un gimnasio en las proximidades de su casa, al lado del campo del Rayo Vallecano. Y allí que fue. El boxeador llamó a la puerta y entró, entonces se acercó a hablar con Pedro París:
–Mire usted, vengo de parte de Manolo Pombo.
–Aquí no se viene de parte de nadie. Aquí el que manda soy yo.
Ese fue el primer recibimiento de Agapito Gómez –por parte de Pedro París– en el club de boxeo del Atlético de Madrid. «Cuando se enfadaba con la gente, Pedro París sacaba una navaja, la abría y se empezaba a limpiar las uñas mirándote». «Pedro París era un jefe. Nadie podía con él, era indestructible, una institución, y para mí se merece todo», retoma Óscar «Rayito» Sánchez, cuya camiseta y calzón, además de su medalla de oro de campeón de España en el 95 se pueden ver también en el museo del Metropolitano.
Es interesante el caso de Óscar. Su padre, José Sánchez «Josán», era boxeador del Real Madrid y amigo de Pedro París. «En el 66 se da un fenómeno curioso», comienza hablando el ex futbolista, periodista y representante Petón (José Antonio Martín Otín). «El Madrid había tenido una sección de boxeo y la liquida. En realidad empiezan a liquidar secciones los dos clubes. El Atlético de Madrid fue el primer equipo de Castilla y el segundo de España que trae el baloncesto y el rugby».
Fue la revista Boxeo la que publicó la noticia de la creación del club de boxeo del Atlético de Madrid: «Al amparo de lo que será el Estadio del Manzanares, donde funcionará un gimnasio habilitado para boxeo, el señor José María de la Concha [secretario técnico de la entidad madrileña] ha luchado contra viento y marea para que el boxeo aficionado castellano se vistiera de rojiblanco. El presidente del club, el señor Vicente Calderón, igualmente se ha esforzado porque así sea y el hecho es que el equipo del Hogar Vallecano, campeón de Castilla en tres ocasiones y vencedor en otras 12 de los Torneos Paulino Uzcudun, Young Martin, Antena Deportiva y similares –en una palabra, uno de los más fuertes de cuantos existen en España– lucirá la camiseta del Atlético de Madrid», se podía leer en la mencionada publicación.
Hasta su desaparición en 1997, la sección de boxeo del Atlético de Madrid se alzó con no pocos títulos, como el campeonato de Castilla, donde fueron imbatibles durante 17 años, desde 1966 hasta 1982. De aquellos años se recuerda a Agapito Gómez, Manolo Calvo, Fernando Armesto, Isidoro Mota, Mariano Pérez, Agustín Senín, Julián del Burgo López, Cristóbal Díaz Valero, Óscar «Rayito» Sánchez… Continúa Petón con el relato: «El Real Madrid hace desaparecer la sección y hay una orfandad, entonces Pedro París se va al Hogar Vallecano, que era uno más de los hogares que tenía el Frente de Juventudes en Madrid». «Entonces asume los mandos de la sección de boxeo del Atlético de Madrid hasta que muere», aporta Óscar «Rayito» Sánchez, uno de los boxeadores que –como dice Petón– más dentro lleva los genes del Atlético de Madrid. «Para mí, lo del Atlético de Madrid no es solo fútbol; es el sentimiento de ser rojo y blanco. Es una forma de vida, un tipo con coraje, agallas, y sin arrugarse ante nada ni nadie. Si te caes, te levantas. Creo que eso es lo que significa ser un verdadero aficionado al Atlético de Madrid, un luchador que no teme nada», remata Rayito.

La llamada de la sangre
Un coche se detiene obedeciendo al semáforo. Dentro, el padre que lo conduce espera paciente y en silencio a que cambie el color del disco. Sentado detrás, y mirando por la ventana que tiene a su derecha, va su hijo. El padre agarra el volante, sigue con la vista al frente, y el chaval, que gira la cabeza hacia él, le pregunta: «Papá, ¿por qué somos del Atleti?». El hombre no sabe qué decir; la cuestión del niño le ha sorprendido con la guardia baja. Escudriña a su retoño a través del espejo retrovisor. No es fácil de explicar.
Nunca le preguntó el ex boxeador Manolo Calvo Villahoz a su padre (Manuel Calvo Fernández) por qué eran del Atlético de Madrid. Dice que en casa eran colchoneros porque siempre estuvieron vinculados al Atleti: «Mi padre estuvo un tiempo entrenando en el gimnasio del Atlético de Madrid, siendo profesional, cuando el gimnasio estaba en la calle Concordia, en Vallecas. Se casó con mi madre, y el padrino de boda fue el doctor Enrique Ibáñez, el médico de los jugadores del Atleti. Mi padre tiene la insignia de oro y brillantes del club, le hicieron socio de honor, y también realizó el saque de honor en el Vicente Calderón», comienza narrando el campeón de Europa del peso pluma (en 2001) desde el pub Calvo’s, en Carabanchel. Allí expone cartelas y galardones, tanto suyos como de su padre, también campeón europeo en el mismo peso pero en 1968.
En el Calvo’s se respira un ambiente parecido al de Casa Justo, pero la televisión no está encendida, tampoco es de madrugada; no habla José Luis Garci y Mike Tyson no es el protagonista, sino las gestas familiares que Manolo Calvo (padre) logró en el ring antes que su hijo, que orgulloso habla de la llamada de la sangre.
En el hogar de los Calvo la afición por el boxeo y el Atlético de Madrid se desarrolló más o menos a la par, siendo el pugilismo lo primero que influyó al entonces joven Manolo. «Mi padre hizo toda su carrera amateur en la Ferroviaria. Las primeras peleas profesionales también las hizo allí, con Manolo del Río. Luego, cuando firmó contrato con Segundo Bartos, se fue a entrenar al Palacio de Deportes». Bartos decía que Manolo Calvo (padre) y Luis Folledo eran sus dos boxeadores más destacados. Cuando enfermó, Calvo se puso entonces a las órdenes de Pedro París. «Él ya era profesional cuando empezó a entrenar en el Atleti. No podía competir a nivel amateur porque ya estaba boxeando como profesional».
–¿Cómo fue la vida de tu padre hasta que llegó a Madrid?
–De película. Nació el 22 de septiembre de 1941 en Loranca de Tajuña, un pueblo de Guadalajara. Estuvo allí hasta los siete años, criado por su abuela. Luego, se fue a vivir con ella y su padrastro a Alcalá de Henares, y empezó a trabajar cuidando ovejas. Nunca fue al colegio. Aprendió a leer y escribir gracias a las clases nocturnas que daba el maestro del pueblo.
–Y a ti, ¿cuándo te empezó a interesar el boxeo?
–Desde siempre. De pequeño, con cinco años, ya decía que quería ser boxeador. En el colegio, cuando nos hacían esos test psicológicos, unos decían que querían ser ingenieros o médicos, pero yo siempre respondía que quería ser boxeador. Mi padre me llevaba al gimnasio algunas veces, y aunque me daba largas, siempre me las ingeniaba para insistirle. Al final, me puso una condición: aprobar el graduado escolar. Y lo hice. Cuando tenía 16 años, empecé a entrenar en el gimnasio del Atlético de Madrid.

Manuel Calvo Fernández, fallecido el 10 de septiembre de 2021, era un padre muy exigente, y no solo en el boxeo. Aconsejaba a su hijo que si no se entrenaba al límite no iba a saber responder en las situaciones complicadas en el ring. Y tenía razón. Cuando le decía que estaba mal, él ya sabía que tenía que esforzarse más. Eso le motivaba. «Mi padre siempre me apoyó, aunque también era muy crítico cuando hacía falta. Siempre me compararon con él, pero nunca me molestó. Mi padre me decía que no debía importarme, porque éramos boxeadores completamente diferentes. Él era más fuerte, mientras que yo debía depender de mi habilidad y rapidez. Cada uno tenía su estilo», argumenta Manolo hijo.
–¿De quién es el boxeo?
–El boxeo es de todos los que lo quieran practicar. No pertenece a nadie en particular. Es un deporte universal. No importa tu raza, tu origen, tu clase social. El boxeo no distingue, iguala a todos. Cuando subes al ring, da igual si llegas en un Ferrari o andando; lo único que importa es cómo peleas.
–¿Y de quién es el Atlético de Madrid?
–El Atlético de Madrid es de todos los que quieran ser parte del club, ya sea como deportistas, aficionados o integrantes. Es un club universal, no distingue por raza, idioma o procedencia. Todo el que quiera ser del Atleti es bienvenido.
Es tarde. Llueve en Carabanchel. Y Manolo Calvo tiene un último pensamiento: a pesar de los golpes que le han dado personal y deportivamente hablando, piensa como Frederic Oates: los boxeadores no sienten el mismo dolor que el resto de los mortales.
Buenísimo artículo. Muchas gracias.
Espléndido artículo en la línea del fabuloso ejercicio periodístico especializado del autor, que podemos leer largo y tendido en su magnífico libro ‘A un gancho de la gloria’. Evocador para los aficionados al noble arte y todo un placer para los amantes del pugilismo. Por fin tenemos a nuestra Joyce Carol Oates en España y el injustamente castigado boxeo, que Carlos H. Vázquez está resarciendo. Quedo a la espera del segundo libro y otros muchos artículos como este.
Un artículo precioso. Enhorabuena.