
Ha estado alejado de los focos durante muchos años, pero motivos tenía. Cuando Jordi Soler se retiró a finales de los noventa, no le quedaron ganas de seguir ligado al baloncesto, apenas tenía 30 años y había perdido la ilusión por jugar. De este modo prefirió alejarse de ese mundo, de todo lo que tuviera que ver con un balón y una canasta o, lo que es lo mismo, de lo que había sido su pasión desde muy jovencito.
Jordi fue uno de los mayores talentos españoles de su generación. Nacido en Mataró el 21 de marzo de 1969, empezó a destacar desde muy pronto y el Barça lo fichó con 14 años para sus categorías inferiores. Enseguida comenzó a entrar en la dinámica del primer equipo, se había convertido en uno de los jóvenes con un futuro más prometedor del panorama nacional.
El baloncesto corría por sus venas y no le faltaba desparpajo para no achantarse ante nada ni ante nadie. Su calidad también traspasaba fronteras, siempre era uno de los mejores con la selección en los torneos juveniles y júniores, incluso se le llegó a comparar con Drazen Petrovic, el Petrovic de bolsillo lo llamaron.
Sin embargo, sufrió demasiados infortunios a lo largo de su carrera y no pudo brillar tanto como prometía en sus inicios. Pese a todo, cosechó muy buenos años en la ACB, que se lo pregunten a la gente de Cáceres, allí era un ídolo, el jugador franquicia de un equipo que llegó a disputar la Copa Korac. También jugó a muy buen nivel en Manresa, Murcia y Llíria, pero la suerte no estaba de su lado y decidió echar el cierre y olvidarse del baloncesto.
Parecía como si la tierra se lo hubiese tragado, no había manera de encontrar noticias de Jordi Soler, pero finalmente pude encontrarlo y hablar durante más de dos horas con él. Sabía que su historia en el basket había sido complicada, pero no podía imaginarme todo lo que había sufrido, sobre todo a nivel psicológico. No obstante, sus años como deportista le han servido de aprendizaje en su vida posterior, porque Jordi también ha vivido situaciones muy adversas después del baloncesto aunque, afortunadamente, las ha superado junto a su mujer, la persona que siempre ha estado a su lado.
No ha sido fácil contar su historia, hay demasiadas sombras, pero también muchas luces. Soler era un base diferente, de los que hacían levantarse al público de sus asientos, tenía algo especial, magia, era de esos jugadores que enganchaban a los aficionados. Además, no le faltaba carácter, por eso no miraba para otro lado si se topaba con alguna injusticia, que las hubo. Jordi no soportaba la falsedad, amaba la justicia tanto dentro como fuera del deporte, de hecho, siempre se ha considerado un justiciero.
Cuéntanos qué has hecho desde que te retiraste. Se ha sabido muy poco de ti desde entonces.
Me retiré relativamente joven, alrededor de los 30 años. Desde entonces he estado bastante alejado del baloncesto. Lo único que me ha mantenido vinculado ha sido mi hija, que juega actualmente, y a la que sigo con mucha atención. Pero más allá de eso, no he vuelto a participar, ni siquiera en partidos de veteranos. He estado completamente fuera del mundo del baloncesto.
Actualmente trabajo en una empresa familiar dedicada a la alimentación. Ofrecemos servicios de catering para empresas y organizamos eventos. Estoy muy contento con lo que hago y, afortunadamente, tengo mucho trabajo.
¿Estás viviendo en Mataró?
No, vivo en Sant Vicenç de Montalt, que está a unos quince minutos de Mataró.
¿Pasaste una temporada fuera de España, en Chile, después de dejar el baloncesto?
Sí, te explico. Cuando dejé de jugar, empecé a trabajar con mi padre en una empresa de construcción. Sin embargo, la crisis de 2008 lo cambió todo. Mi padre falleció en 2005 o 2006, y la empresa, que empleaba a unas 400 personas, acabó desapareciendo. Fue un golpe durísimo.
La empresa funcionaba bien, había mucho trabajo, pero dejó de haber liquidez. La gente no pagaba y, al final, tuvimos que cerrar. Como socio y propietario, viví el proceso con mucha angustia. Lo perdí prácticamente todo en el intento de salvar la empresa y proteger a los trabajadores.
A pesar de lo duro que fue, aquella experiencia me sirvió de aprendizaje. Cuando ves que todo funciona y de pronto llega una crisis que arrasa con todo, te replanteas muchas cosas. Mi mujer, que es chilena, y yo decidimos hacer un cambio de vida. Nos fuimos tres años a Chile con nuestros hijos, que entonces tenían 14 y 10 años.
¿La mayor es tu hija?
No, el mayor es Pol, que ahora tiene 27 años.
Entonces, la que juega al baloncesto es la pequeña.
Exacto, Laia, que ya no es tan pequeña: tiene 24.
¿Juega en Mataró?
Sí, está en el Talenom Boet Mataró, en la Liga Femenina 2.
La experiencia en Chile fue fantástica. Vivimos allí tres años y fue muy enriquecedora. Después, decidimos volver a Barcelona porque nuestros hijos ya eran mayores y pensamos que Europa ofrecía mejores perspectivas para ellos. Desde entonces, en 2014, nos establecimos de nuevo aquí y nos dedicamos por completo al sector del catering y la hostelería.
Supongo que, gracias a la figura de tu padre, Josep María Soler, el baloncesto estuvo muy presente en tu vida desde pequeño. Tu padre fue jugador del Barcelona, entre otros equipos, a comienzos de los setenta, y también llegó a ser internacional con España.
Totalmente. Para mí, el baloncesto lo era todo. Empecé a jugar desde muy pequeño: acompañaba a mi padre, lo veía entrenar y también practicaba con él. Mi primer contacto fue en el colegio Valldemia, en los Maristas de Mataró, y luego pasé al histórico Mataró, aunque hoy en día ya no sé cómo se llama, porque ha cambiado de nombre varias veces.
A los 14 años me incorporé al FC Barcelona, empezando en el equipo juvenil. En realidad, el Barça me fichó cuando todavía estaba en edad infantil. Recuerdo que en aquel momento mi madre era presidenta del Mataró. A ella también le apasiona el baloncesto, y ya se sabe que, en esas categorías, si no hay alguien empujando desde dentro, todo se desmorona. Se involucró como presidenta para que yo pudiera seguir jugando, para mantener vivo el proyecto.
Cuando el Barcelona mostró interés en ficharme, mi madre, en su doble papel de madre y presidenta, puso una condición: no podía dejar que el club se quedara sin nada a cambio. Así que se acordó organizar un partido entre el Mataró y el primer equipo del Barça, aquel en el que jugaban figuras como Epi y Sibilio.
¿Ese partido se jugó en Mataró?
Sí, en Mataró. Recuerdo perfectamente lo nervioso que estaba con apenas 14 años. El pabellón estaba lleno y jugué algunos minutos. Pero lo más impactante fue entrar en el vestuario y compartir espacio con jugadores que eran mis ídolos. Fue una experiencia realmente especial.
Entonces, ¿ese fue tu debut con el primer equipo del Barça?
No estoy seguro de si puede considerarse un debut oficial. Recuerdo que mi verdadero debut llegó más tarde, con 17 años. De ese partido en Mataró tengo imágenes vagas, aunque fue muy emocionante. Creo que mi debut real fue ese posterior, ya como jugador consolidado en el primer equipo.
Cuando el Barça te ficha, tú aún eras infantil, pero te incorporas directamente al juvenil de primer año.
Correcto.
Enseguida empezaste a destacar y te convertiste en uno de los jugadores más prometedores de tu generación. He hablado con antiguos compañeros tuyos que recuerdan con admiración tu calidad. Por ejemplo, Toni Pedrera, que compartió equipo contigo en el júnior del Barça, me comentaba que cuando bajabas del primer equipo para entrenar con ellos, parecía otro nivel, otro mundo.
El primer año que jugué en el juvenil del Barça fue, probablemente, uno de los que más disfruté. Me lo pasé realmente bien. El entrenador era Josep Claret, una persona con la que conecté mucho. Éramos un equipo competitivo, aunque no al nivel del Joventut, cuya cantera siempre fue muy potente.
Recuerdo que ese año quedamos cuartos en Cataluña, y aun así logramos clasificarnos para el Campeonato de España. Tuvimos que enfrentarnos al cuarto de Madrid en Zaragoza, en un partido decisivo, y lo ganamos. Eso nos dio el pase al campeonato nacional que se celebraba en Betanzos, Galicia. Curiosamente, viajamos solo nueve jugadores; no recuerdo bien por qué, pero lo cierto es que fue una experiencia inolvidable. Nos divertimos muchísimo y acabamos terceros de España.
En ese torneo ganamos al Real Madrid, aunque caímos en semifinales contra el Joventut, como tantas otras veces. Tenían una generación impresionante: Ruf, Morales, Pardo, Medianero, los hermanos Jofresa, Dani Pérez… Aun así, logramos imponernos en el partido por el tercer y cuarto puesto gracias a una canasta mía en el último segundo. Fue un triunfo muy especial.
Después pasé al equipo júnior, donde estuve cuatro temporadas. El primer año todavía era juvenil, pero ya competía en categoría superior. Ese mismo año nos proclamamos campeones de España en Zaragoza. Teníamos un auténtico equipazo: Ferrán Martínez, Heredero, Crespo, Julián Ortiz… En la final vencimos al Zaragoza en su propia cancha por 25 puntos de diferencia. A mí me dieron el premio al mejor jugador joven del torneo, ya que era el más pequeño del equipo.
A partir de entonces, los tres años siguientes entrenaba y jugaba regularmente con el primer equipo. Era un ir y venir constante entre el júnior y el primer equipo. Siempre competíamos bien, aunque en los campeonatos de España solíamos caer en semifinales, normalmente contra el Joventut, que seguía siendo una cantera imponente.
El año que ganamos éramos claramente superiores, pero después, con las salidas de varios compañeros, nos quedamos prácticamente Ferrán y yo, y resultaba muy complicado superarles. Aun así, siempre logramos acabar terceros, lo cual no dejaba de ser un buen resultado.
A nivel internacional también tuviste un papel destacado con la selección española en aquellos años. Creo que fuisteis subcampeones en el Torneo de Mannheim en 1987, solo por detrás de Estados Unidos, y perdisteis por muy poco aquel partido.
Sí, fuimos a Mannheim con Manel Comas como seleccionador. Fue una experiencia extraordinaria. Perdimos contra Estados Unidos por apenas cuatro puntos. Aquella selección tenía una química excelente, nos llevábamos muy bien y jugamos a un gran nivel durante todo el torneo.
También participaba la mítica Yugoslavia en aquellos torneos. ¿Recuerdas a algunos de sus jugadores?
Sí, claro. De aquella generación recuerdo especialmente a Danilović y Komazec. Eran los dos grandes talentos del equipo yugoslavo, al menos los que más destacaban para nosotros en aquel momento.
¿Sentíais que se os valoraba más en los torneos internacionales que en las ligas domésticas?
No tengo esa sensación, la verdad. No percibí una diferencia clara en cuanto al reconocimiento.
¿Llegaste a recibir alguna oferta de universidades estadounidenses en aquella época?
Sí, recibí una propuesta, aunque no fue nada concreto ni comparable con lo que ocurre hoy en día. De hecho, mi hija se marchó a Estados Unidos hace cinco años y su experiencia fue completamente distinta. En mi caso, ni siquiera me lo planteé seriamente. Era una época en la que prácticamente nadie tomaba ese camino; de haberlo hecho, habría sido uno de los primeros. No se llegó a formalizar nada y finalmente no fui.
Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, y después de haber visitado a mi hija en su universidad allí, reconozco que me impresionó mucho. Aquello es otro mundo. Ella estuvo un año —tenía previsto quedarse cuatro, pero regresó por la pandemia—, y lo que viví allí fue increíble. Yo he jugado en el Barcelona, pero puedo decir que el vestuario y el pabellón de una universidad estadounidense de nivel medio superan, en muchos aspectos, a los de clubes como el Madrid o el propio Barça. Era una auténtica pasada.
Tengo entendido que fue la Universidad de Oregón la que te hizo la oferta. ¿Puede ser?
La verdad, no lo recuerdo con certeza.
¿Lo viste como algo muy lejano, algo a lo que no diste importancia?
Exactamente. En aquella época era todo mucho más complicado. Nadie tenía información ni referencias sobre lo que significaba jugar y estudiar en una universidad americana. El idioma también era una barrera importante. Hoy en día la mayoría de los jóvenes habla inglés, pero entonces no era así. No teníamos el dominio ni los recursos que existen ahora.
Aun así, ofrecerte una beca universitaria americana indica que veían en ti un potencial enorme. No era una oportunidad que ofrecieran a cualquiera.
Puede ser, pero, siendo sincero, en aquel momento no se le dio la importancia que merecía. No se llegó a abrir una conversación real ni hubo una propuesta formal sobre la mesa. Era una época en la que prácticamente nadie daba ese paso. No era algo habitual, y por eso simplemente se dejó pasar.
Estuviste en el Barça desde 1985 hasta 1989 y debutaste en el primer equipo con apenas 17 años. ¿Qué crees que vieron en ti para darte esa oportunidad tan joven en un equipo de altísimo nivel?
No lo sé con exactitud. Supongo que dentro de la cantera destacaba, era probablemente el mejor o uno de los mejores de mi generación. En esos casos, siempre es positivo tener a un jugador júnior que pueda ayudar al primer equipo, aunque solo sea para entrenar o aportar energía en momentos puntuales.
Estuve cuatro años en el club, y durante tres de ellos, siendo aún júnior, ya estaba integrado en la dinámica del primer equipo. En los dos últimos años ya era prácticamente un miembro más de la plantilla profesional, más allá de la etiqueta de «júnior».
Aunque oficialmente siguieras siendo júnior, ya estabas plenamente incorporado al primer equipo.
Sí. Recuerdo perfectamente mi debut. Tenía 17 años, aún iba al colegio, y jugué unos minutos contra el Breogán de Lugo. Fue un momento muy especial.
¿Cómo recuerdas esos primeros entrenamientos con el primer equipo? ¿Impresionaba entrar en ese vestuario?
Sí, claro. Desde pequeño estuve muy vinculado al baloncesto por influencia de mi padre, y además soy del Barça desde siempre. Soy socio desde niño y un apasionado del fútbol también: iba al estadio con mis padres desde pequeño. Así que poder vestir la camiseta del Barcelona era un sueño, era estar en mi club.
Entrar en ese vestuario imponía mucho. Estaban figuras como Epi, Nacho Solozábal, Sibilio… y también Juanito De la Cruz. Gente a la que admiraba desde la televisión y con la que de pronto compartía entrenamientos, viajes, vestuario. Recuerdo especialmente un viaje a Canarias para disputar un amistoso; fue el primero que hice con el equipo. Estaba absolutamente nervioso, porque aquellos jugadores eran mis ídolos, y de repente estaba allí, entre ellos.
¿Cómo fue tu adaptación? ¿Los jóvenes con talento que os incorporabais al primer equipo erais bien recibidos, o podían veros como una amenaza?
No, para nada. El ambiente era excelente. Los jugadores veteranos eran, además de muy buenos deportistas, grandes personas. Eran los mejores en lo suyo, muy trabajadores y, sobre todo, gente con valores. Nunca tuve ningún problema. Siempre me sentí respetado, y el trato fue impecable. Hablar de Epi o de Nacho Solozábal es hablar de referentes, tanto en lo profesional como en lo humano.
Nacho Solozábal y Quim Costa compartían contigo el puesto de base en aquellos años.
Sí, cuando empecé en el primer equipo, ellos dos eran los bases. Quim Costa era un jugador muy distinto a Nacho. Su perfil era defensivo, con mucha intensidad y entrega. Nacho, en cambio, era un jugador inteligente, cerebral, el capitán. Mandaba sobre la pista y cada año se le notaba más evolucionado.
Recuerdo que, cuando todavía no formaba parte del primer equipo, Nacho era un base que apenas lanzaba a canasta. En la etapa con Antoni Serra, durante la final de Ginebra, apenas anotaba; hacía dos puntos por partido como mucho. Su rol era el de director puro, distribuidor del juego. Pero llegó un momento en el que tuvo que asumir también responsabilidades en la anotación. A partir de ahí, su evolución fue imparable. Nunca fue un jugador llamativo en lo estético, pero era tremendamente eficaz. Siempre sumaba.
Un jugador sobrio, como decías, pero con una gran aportación.
Sí, sobrio y fiable. Siempre hacía lo que el equipo necesitaba.
¿Recuerdas si Nacho o Quim te daban consejos?
No directamente, o al menos no en forma de recomendaciones explícitas. Pero estar con ellos cada día ya era una lección constante. Entrenábamos mañana y tarde, compartíamos muchísimas horas, y todo era aprendizaje. Ver cómo se comportaban, cómo entrenaban, cómo gestionaban los partidos… Era suficiente. La convivencia diaria con jugadores de ese nivel era, en sí misma, una escuela.
¿Crees que el baloncesto de entonces era distinto al de ahora?
Sin duda. No sé si tú opinas lo mismo, pero tengo la sensación de que el baloncesto de mi época era muy diferente al actual.
Sí, ha cambiado mucho.
Muchísimo. Antes los partidos se seguían por la radio, en los clásicos carruseles deportivos. No se podían ver como ahora, que están disponibles en múltiples plataformas. Los periodistas viajaban con nosotros en el mismo avión. Era impresionante.
Recuerdo, por ejemplo, a Jordi Basté, que hoy en día es una figura muy reconocida en la radio catalana. En aquella época era un auténtico fanático del baloncesto y nos acompañaba a todos los partidos europeos como corresponsal. Había mucha más cercanía entre el equipo y los medios. Se respiraba una conexión distinta con la afición, había identificación con los jugadores, con los clubes.
Hoy todo ha cambiado. Los equipos han ido transformándose, hay una gran presencia de jugadores extranjeros y creo que la gente ya no se siente igual de vinculada a los colores como antes. Lo noto en mi entorno: muchos amigos que seguían el baloncesto con pasión han dejado de hacerlo. Y mira que yo lo sigo, me sigue gustando. Aunque esté alejado profesionalmente del deporte, continúo viendo partidos, especialmente del Barcelona, pero eso no es lo habitual. En general, noto un desapego mayor por parte del público.
Durante tus cuatro años en el Barça, tu entrenador fue Aíto García Reneses. ¿Qué aprendiste de él? ¿Qué te dejó como legado?
Aíto es un gran entrenador, muy serio y con una gran capacidad para hacerse respetar. De él aprendí mucho en cuanto a disciplina, metodología y exigencia. Sin embargo, a nivel deportivo, no tuve oportunidades reales para jugar. Estuve en la dinámica del primer equipo durante los dos o tres últimos años, entrenando mañana y tarde, viajando con el grupo… pero no conté con minutos en pista.
Él no confió en mí como jugador. Supongo que no vio en mí las características que necesitaba para aportar al equipo. También es cierto que tenía por delante a dos grandísimos bases como Solozábal y Quim Costa, que en aquel momento eran superiores a mí. Pero, aun así, no dispuse de ocasiones reales para demostrar si podía estar a su nivel.
La sensación fue esa: entrenar y viajar constantemente, pero sin llegar a participar en los partidos. Fue una etapa valiosa por todo lo que aprendí, aunque deportiva y emocionalmente resultó dura.
Toni Pedrera me contó una anécdota que tú mismo le explicaste hace años y que él sigue recordando. No sé si te acordarás. Me la transmitió tal cual: «A falta de un minuto para el final del partido, Aíto saca a Jordi para jugar. El Barça iba ganando o perdiendo de mucho, y nada más entrar se tira un triple… y lo falla. Después Jordi me dijo: ‘No te puedes imaginar la que me cayó de Aíto’, y eso que Aíto era tranquilo. Me contó que al día siguiente lo llamó y le puso la jugada del triple repetida 30 veces, explicándole que eso estaba mal hecho… pero Jordi no tuvo complejos en jugársela».
(Ríe) Sí, puede ser. Pero, como te decía antes, lo cierto es que apenas tuve minutos. No jugaba prácticamente nunca. Pero, hay uno que guardo con especial cariño. No recuerdo exactamente el año, pero tú seguro que lo sabes: fue en la Copa del Rey de Valladolid.
La del triple de Solozábal en el último segundo. Temporada 1987/88.
Eso es. En esa Copa del Rey jugué. En cuartos de final nos enfrentamos a Estudiantes, y el partido no iba bien. De forma inesperada, en la segunda parte Aíto decidió sacarme. Era algo raro porque, como te decía, no solía jugar. Pero salí a pista y, por alguna razón, el equipo mejoró. Remontamos, jugué bien —incluso muy bien— y conseguimos ganar el partido.
Ese partido fue especial para mí porque era un torneo importante, y me sentí útil. Recuerdo que el periodista Lluís Canut, que retransmitía los partidos por radio, me apodó en directo como el Petrovic de bolsillo, por mi estilo de juego y estatura. Aquel mote se me quedó grabado.
Al día siguiente jugamos la semifinal contra el equipo anfitrión, contra el Fórum Valladolid. Creo que Quim Costa estaba lesionado o con molestias, y eso me abrió una oportunidad. Salí de titular. Jugué unos 20 o 22 minutos. Y fíjate: no metí ni un solo punto. Ni uno. Creo que quizá lancé una vez a canasta, como mucho.
Lo curioso es que, al final del partido, al llegar al vestuario, Aíto se acercó a mí y me dijo: «Te felicito por cómo has jugado hoy». Y me lo dijo completamente en serio. Fue algo que me marcó. Yo era un jugador que solía anotar, siempre había hecho muchos puntos en categorías inferiores, pero aquel día entendí que se puede hacer un buen partido sin necesidad de anotar. Y más aún, que un entrenador lo valore.
Eras un jugador con magia, con puntos, muy creativo.
Sí, siempre me caractericé por eso. Pero en aquel partido de semifinales, por ejemplo, no me tocó anotar. Supongo que tenía compañeros muy importantes que ya asumían esa responsabilidad ofensiva. Aun así, recuerdo perfectamente lo que me dijo Aíto tras el partido. Luego vino la final y no jugué ni un minuto. Solozábal disputó los 40 minutos completos y acabó siendo el héroe con aquel triple decisivo. Ganarle al Madrid en el último instante fue algo impresionante.
Para mí, aquella Copa del Rey fue muy significativa. Aunque no participara en la final, jugué como titular en semifinales y tuve minutos importantes en cuartos. Me sentí parte del equipo, y eso ya fue especial. Pero, si soy honesto, creo que fue la única gran aportación que pude hacer con el Barça en esos cuatro años. En general, mi participación fue mínima. Jugué muy poco.
¿Te quedaste con la espina clavada de no haber tenido más oportunidades en el Barça? Eras un jugador con mucho talento, algo que se veía claramente en tu rendimiento con las selecciones inferiores. ¿Alguna vez te has preguntado qué podría haber pasado si te hubieran dado minutos?
No lo sé. Lo cierto es que el primer equipo en aquellos años era muy potente. Ganábamos las ligas y competíamos a gran nivel. Luego llegó Petrovic al Madrid, aquella fue su temporada estelar… Pero en mi caso, ni siquiera cuando ganábamos de 20 puntos se me daba la oportunidad de jugar. Así eran las cosas. El entrenador manda, y si no confía en ti, poco se puede hacer.
Lo que sí tengo clarísimo es que durante aquellos dos años y medio o tres que estuve en el júnior, y al mismo tiempo integrado en la dinámica del primer equipo, nadie puede poner en duda mi actitud. Iba cada día a entrenar con una ilusión desbordante, con unas ganas enormes. Me sentía un privilegiado por formar parte de ese grupo. Entrenaba como si estuviera en una montaña rusa emocional, con una intensidad que, en retrospectiva, casi parece bipolar (ríe). Pero esa era mi entrega, eso sí tengo claro.
¿Cómo te notabas en esos entrenamientos? ¿Te veías muy inferior al resto como para no disfrutar de minutos en los partidos? ¿O te veías capacitado para jugar más? Es decir, entrenabas cada día con Nacho, con Quim… ¿y sentías que no desentonabas?
No, ya te digo que no desentonaba en absoluto. Pero al final… el Barcelona es el Barcelona. Si quitas a Navarro y a Pau Gasol, ¿cuántos jugadores han salido de la cantera del Barça?
Esto precisamente lo hablaba con algún jugador de tu época, y me decía que era muy complicado tener un gran futuro saliendo de la cantera del Barça. En cambio, en Estudiantes o Joventut, al tener más continuidad con el primer equipo, muchos acababan teniendo carreras más exitosas.
Sí, sí. Pero ya te digo: yo hacía vida cien por cien de sénior. Viajaba cada día, entrenaba mañana y tarde. Era uno más. Creo que ayudé mucho, como cualquier jugador en su sitio. Ayudaba en el día a día, porque al final los entrenamientos son más importantes que los partidos. Siempre he pensado que tú juegas como entrenas, eso lo tengo clarísimo.
Recuerdo que una cosa buena que tenía el entrenador es que los entrenamientos eran muy cortos. Te cuento una anécdota: en el Palau, antes de la remodelación, había un reloj de agujas, de los de toda la vida, que estaba arriba del todo. Entrenábamos cada día a las 17:30 y a las 19:00 se terminaba, sí o sí, porque después entrenaba el equipo de balonmano de Valero Rivera, con Urdangarín… vamos, el Dream Team.
De 17:30 a 17:45 hacíamos el calentamiento, y de 17:45 a 19:00 era el entrenamiento. Pero ese entrenamiento de una hora y cuarto era súper intenso. A veces pensamos que para entrenar bien hace falta estar muchas horas, y no es así: hay que ser intensos, pam, pam, pam.
Y me acuerdo de Sibilio… era impresionante. Si llegábamos tarde, teníamos la típica multa del año. Y él siempre llegaba a las 17:29 y 59 segundos. Dejaba el coche en medio de la calle, venía corriendo… era increíble (ríe). Decías: «Este tío siempre llega así».
Apuraba, ¿no?
Apuraba, apuraba. Y por las mañanas hacíamos entrenamientos más específicos: tiro, pesas, ese tipo de trabajo más individual.
Tu último año en el Barça coincide con la llegada de Petrovic al Real Madrid. Previamente, el Barcelona había mostrado interés por el croata. ¿Cómo vivisteis aquella temporada con Dražen en el eterno rival? Según las estadísticas oficiales de la ACB, jugaste un poco más aquel año: 14 partidos.
¿Ah, sí?
Sí. En la 88/89 jugaste 14 partidos y firmaste un 7/12 en triples, un 58,3%.
¿No me digas?
También figura que acumulaste 102 minutos en total, a más de 7 minutos por partido.
Vale, vale…
Bueno, pues el tema de Petrovic… Para mí era algo muy especial. Yo tuve dos ídolos. El primero fue Epi. De pequeño era mi referente absoluto, y cuando entré en el vestuario del Barça y empecé a compartir equipo con él, fue impresionante. Le tenía muchísimo respeto.
Y el segundo era Petrovic. Me acuerdo de verlo en los partidos de Copa de Europa con la Cibona, jugando contra el Madrid, junto a su hermano. Lo copiaba todo. Me pasaba horas entrenando solo cuando vivía en Mataró. Como mi madre era la presidenta del club, tenía las llaves del pabellón. Los domingos me iba allí, abría, encendía las luces, ponía mi música en el radio casete… y me quedaba toda la tarde entrenando. Pero literalmente me dedicaba a imitar los movimientos de Petrovic, una y otra vez. Me encantaba. Su técnica individual, su estilo, todo. Eran horas y horas solo, repitiendo jugadas, una detrás de otra.
Cuando fichó por el Madrid, que era el rival y tal, pues bueno…
¿Se te cayó un mito cuando Petrovic fichó por el Madrid?
No, no, para nada. Pero claro, en ese momento ya pasó a ser un rival. Recuerdo perfectamente aquella liga, que se decidió en el quinto partido en el Palau. Fue espectacular. En esos años había muchísima rivalidad. Ir a jugar a Madrid era una experiencia intensa. Me acuerdo de que, en una ocasión, nos rompieron los cristales del autobús con piedras. No es como ahora. Entonces era todo mucho más radical, muy heavy.
Ganar aquella final fue algo muy bonito. Muy emocionante.
¿Estabas en el equipo en ese quinto partido decisivo?
Sí, sí, estuve.
¿Cómo lo recuerdas? Aquella final, que muchos daban por ganada para el Madrid de Petrovic, terminó siendo conocida por algunos como «la liga de Neyro», por la polémica actuación arbitral. El Madrid terminó el partido con solo cuatro jugadores en pista.
Bueno… lo que pasa es que a los madridistas, cuando no ganan, les cuesta aceptarlo. Les costaba entonces y les cuesta ahora. Si te fijas, cuando ves partidos de Euroliga, el Madrid es un equipazo, pero si las cosas no van como quieren, pierden los papeles. No aceptan perder. Ni en fútbol ni en baloncesto.
Lo de «la liga de Neyro» es la etiqueta que pusieron algunos porque les convenía. Cada uno cuenta la historia desde donde le interesa. Pero aquella final fue impresionante. El ambiente en el Palau era increíble. Se vivía con una pasión brutal. Fue una victoria muy especial.
¿Recuerdas cómo estaba el equipo cuando llegasteis al vestuario? ¿Cómo celebrasteis aquella liga?
Fue impresionante. Ganar una liga siempre es importante, pero hacerlo contra el Madrid, que era un equipo top, lo hacía aún más especial. La gente estaba eufórica. Después del partido nos fuimos a cenar para celebrarlo. Fue una noche muy bonita.
Volviendo a Petrovic, ¿recuerdas algún partido que te impactara especialmente? ¿Alguna imagen suya que se te quedara grabada?
Sí, recuerdo muchísimo los partidos de la Cibona.
Es muy recordado el primer partido de Copa de Europa que jugó en Zagreb contra el Madrid en la 84/85.
Es que en aquella época no se veía tanto baloncesto en televisión, solo retransmitían los partidos del Madrid. Y yo, que era culé desde pequeño, siempre quería que el Madrid perdiera. Lo normal.
Encendías la tele y veías a aquel animal —porque era un animal competitivo— hacer lo que hacía… era espectacular. Y encima les ganaban. Entonces pensabas: «Este tío es Dios» (ríe). Era un escándalo. Me acuerdo que en el partido de vuelta en el campo del Madrid, también les ganaron.
Sí, la Cibona ganó al Real Madrid 5 partidos seguidos en Copa de Europa durante las temporadas 84/85 y 85/86.
Sí, fue increíble. Mi último año en el Barça, yo creo que fue el año que perdimos la Final Four contra Jugoplastika.
Sí, la Final Four del 89.
Que fuimos a Múnich y aquello fue muy heavy, fuimos allí como favoritos y jugamos contra la Jugoplastika.
En semifinales.
Nos metieron una paliza… Y de eso sí me acuerdo, porque aparte yo estaba en aquella final como jugador, aunque no jugaba, pero también estaba como seguidor igual. O sea, quedar campeón de Europa era importantísimo para el Barcelona, y me acuerdo que aquella noche fue tan terrible, tan terrible… En el vestuario, en la cena… fue tan terrible. Porque es que nos metieron, es que no los vimos venir.
Y me acuerdo que después, el partido del tercer y cuarto puesto contra el Aris, yo jugué. Me hizo jugar al final un rato. Bueno, fue una pena porque, ostras, ya que estábamos allí…
Pero claro, después, cuando ya no estuve yo, perdimos la final de Zaragoza contra la Jugoplastika, y fue la bestia negra.
Fueron 3 años seguidos perdiendo contra la Jugoplastika en la Final Four.
Eso es.
¿Recuerdas alguna anécdota con Drazen Petrovic el año que estuvo en el Madrid? Por entonces ya se te conocía como el Petrovic de bolsillo, no sé si tuviste la oportunidad de cruzar alguna palabra con él.
No, no.
¿Cómo te sentías con ese apodo? ¿Te gustaba que te llamasen así? Todavía hoy hay gente que te sigue recordando como el Petrovic de bolsillo.
Creo que me gustaba, que me hacía gracia. También te digo, no te miento, yo cuando lo vi por primera vez yo copiaba cosas suyas, esto te lo digo en serio, entrenaba horas copiando los movimientos que él hacía.
¿Qué era lo que más intentabas copiar, sus fintas, pasarte el balón entre las piernas, el reverso…?
Sí, sí. Por ejemplo, yo tenía dos o tres ejercicios o jugadas que hacía. Una muy buena, que era increíble, y que hacía en cada entrenamiento durante toda mi vida, era la de penetrar, pararme a dos metros del aro, fintar, el pívot o quien sea me saltaba para hacerme el tapón, yo hacía el reverso y hacía la bandeja con la derecha. Y mira que entrenaba cada día con mis compañeros, y cada vez les hacía lo mismo… y siempre me saltaban.
Esa era una. La otra era la de pasar el balón entre las piernas y pasármelo por detrás de la espalda. Era pam, pam, un cambio y otro cambio.
Y la otra que hacía mucho también era la parada en salto, fintarla, que me saltasen, y entonces hacer otro paso y tirar.
Sí, recuerdo que esta la hacía mucho Petrovic.
Sí, pues esto, esto lo hacía yo. Yo creo que, al final, cuando una persona te dice esto —lo de Petrovic de bolsillo— es porque ve cosas que uno le copia al otro, y dice: «Ostia, pues este es el de bolsillo» (risas).
¿Había mucho cachondeo con esto, quiero decir, con lo de tu apodo, entre los compañeros del Barça?
No, no, creo que no.
Me has dicho antes que te ponías música cuando copiabas los movimientos de Petrovic en los entrenamientos que hacías por tu cuenta. ¿Recuerdas qué canciones o qué tipo de música escuchabas?
No, no me acuerdo. Eran las canciones que yo escuchaba en aquella época, pero yo siempre iba con mi radio cassette… Claro, estamos hablando de cassettes.
La temporada 89/90 te vas cedido al TDK Manresa.
Sí. Cuando se terminó aquello, me acuerdo que jugué mi último partido con el Barça júnior en el Campeonato de España de Badalona, que perdimos la semifinal contra el Joventut (risas). Claro, imagínate un Campeonato de España que empezaba un miércoles y tú jugabas dos o tres partidos, y luego jugabas la semifinal contra el Joventut… Yo terminaba los campeonatos muerto, porque jugabas 40 minutos, defendíamos como locos y al final ya no podías más.
Me acuerdo que se terminó el torneo y me puse contento, porque ya me quería ir de la dinámica del Barça. Claro, son cinco años, los últimos cuatro con dinámica del primer equipo, jugando muy poco… y ya quería salir para jugar.
Y nada, me acuerdo que me querían ceder al Huesca y yo no quise ir allí. Me quise ir a Manresa porque podía jugar minutos —en Huesca también, pero bueno—, Manresa estaba al lado de casa y yo podía seguir viviendo en mi casa. Al final me fui a Manresa.
El entrenador era Flor Meléndez. Juanito De la Cruz también se fue allí, que me lo pasé muy bien con él, era una persona súper cariñosa, muy graciosa… era impresionante. Estaba Peñarroya también, el entrenador del Barça ahora.
Y George Gervin.
George Gervin lo ficharon a mitad de temporada. Fue un año en el que pude jugar muchos minutos, fue mi primer año en ACB. Lo otro era… sí, pero no. Ya jugaba de titular, jugaba 30 o 40 minutos y jugué, yo creo que muy bien.
Casi 14 puntos por partido en ACB esa temporada.
Sí, jugué muy bien. Lo que pasa es que, al final, me lesioné en el aductor, que era mi punto débil, y no pude jugar. Y al final tuvimos que disputar el playoff de descenso y nos salvamos en Tenerife, en el último partido.
Y la llegada de George Gervin fue muy curiosa, porque claro, era… aunque yo no lo conocía.
¿No lo conocías?
No, yo la NBA no la seguía y no lo conocía. Me acuerdo que era un tío muy gracioso. Él vino a Manresa con casi 40 años, y el tío era tan bueno, tan bueno, que iba andando… él jugaba andando, no podía correr, pero tenía una mano increíble. Era impresionante.
Me acuerdo de una anécdota: el primer día en el vestuario, se mete allá y le veo ponerse seis calcetines. Y yo pensé: «¿Y este tío qué hace?». Y le pregunté, y me dijo: «No, es que yo en lugar de vendarme el pie, me pongo calcetines» (risas). Y yo: «Ah, vale, vale».
Qué curioso.
Curioso, sí, sí. O sea, él se metía calcetines en lugar de tape. Y bueno, fue un año que estuvo muy bien, que fue mi primer año.
¿Era tan frío como su apodo decía, Iceman?
Sí, sí, sí. Iceman, era muy frío. Siempre te decía: «Ey, ey, take it easy, take it easy, tranquilos, eh» (risas). Claro, tú con 20 años querías correr, y él iba ya de vuelta de todo. Y nada, estuvo muy bien.
Me has dicho antes que eras muy culé. Me han contado alguna anécdota tuya mientras estabas jugando o entrenando a la vez que jugaba el Barça de fútbol.
Sí. Si entrenábamos físico y coincidía con algún partido del Barça de fútbol, yo iba con los cascos escuchando el partido. Y todos me decían: «¿Cómo van?». Y al descanso de mis partidos igual… o sea, cuando había partido de fútbol yo siempre estaba pendiente del fútbol (risas).
Y de pillar algún disgusto y no cenar si perdían.
Bueno, cuando eres joven… (risas).
¿Y si te hubiese llegado una oferta del Madrid, siendo tan culé?
No pasó, ¿no? (risas). No pasó, no vale la pena hablar de esto porque es que no pasó (risas).
La temporada siguiente sigues cedido, pero vas al Murcia, un recién ascendido.
Sí, allí ya decidía yo. Total, me fui al Murcia porque Moncho Monsalve me quiso fichar, me hizo una oferta muy buena, a nivel económico y a nivel de jugar, y fue un año… para mí fue mi mejor año, a nivel de todo. Porque allí conocí a mi mujer, que es chilena y jugaba con el equipo de voleibol de Murcia.
¿Cómo se llama tu mujer?
Se llama Sara Andrea. Y allí la conocí.
En primer lugar, también tengo que decir que la ciudad de Murcia es muy bonita, la gente es muy amable, muy cariñosa, y desde el primer día me encantó. Conocí a mi mujer al principio de la temporada, y en cuanto al equipo, yo tenía de entrenador a Felipe Coello, y desde el primer día era su niño, era su… Moncho Monsalve era el director técnico, me quería mucho y confiaba mucho en mí, pero el entrenador era Felipe Coello.
Pues claro, cuando tú tienes un entrenador y te deja hacer lo que te da la gana, pues…
Eras su niño.
Sí. Y jugaba súper bien, porque sabías que tenías la confianza del entrenador. Fue un año muy chulo, porque fue el primer año del Murcia en la ACB y el pabellón —que era el pabellón antiguo— estaba lleno. Ganamos al Madrid, ganamos al Barça… estuvo súper bien, me lo pasé muy bien.
Y allí fue mi primera experiencia en la que me convocaron para el concurso de triples de la ACB. Fui a Zaragoza, y también fue una experiencia muy chula para mí. Yo tenía 20 o 21 años.
Fue un reconocimiento.
Sí, fue un reconocimiento. Los triples no se dieron muy bien, pero bueno, eso es lo de menos. Estuvo muy bien.
En Murcia tuviste de compañero a Mark McNamara, que por lo visto había hecho de Chewbacca en Star Wars.
Sí, lo ficharon a mitad de temporada. Porque empezamos con Ralph McPherson, que era muy bueno, y luego teníamos al otro americano, que era mormón también, que era Tom Gneiting, y lo cambiaron por el Chewbacca, por McNamara, sí.
Claro, supongo que llamaría mucho la atención que un compañero de equipo hubiese hecho de Chewbacca en Star Wars, ¿no?
Sí, hombre, claro. O sea, cuando lo ficharon: «Sí, este hacía de Chewbacca». Lo que pasa es que hacía de Chewbacca… pero tú no lo veías, porque estaba dentro del traje (risas).
¿Y él qué decía? ¿Recuerdas algo?
No, no… al hablar en inglés, tampoco hablaba mucho.
Me comentó Toni Pedrera que, en tus comienzos en el Barça, eras una persona un poco tímida, y que aquel año en Murcia notó un cambio muy grande en ti: más extrovertido, más abierto, precisamente por haber conocido a tu mujer. En definitiva, que te vino muy bien aquel año en Murcia.
Bueno, a ver… yo en el Barcelona, cuando tú estás en un equipo en el que todos son figuras y tú eres joven, pues estás más tranquilito y tal. Y yo soy una persona muy tranquila, que no hablo mucho, hago mi vida, intento pasar desapercibido, ¿sabes?
En Murcia encontré a una gente muy chula. Me acuerdo de JJ Davalillo, que era veterano, y aparte vivíamos en el mismo departamento, y me ayudó muchísimo. A nivel particular, de adaptarte en Murcia, de vivir solo… Estuvo muy bien.
En la temporada 91/92 regresas al Barcelona con Maljkovic de entrenador.
¿Qué pasa? Que con el Barça juego dos partidos cuando estoy en Murcia. Juego un partido amistoso en un pueblo de Murcia, y me acuerdo que hice lo que quise. O sea, ¿sabes ese partido que haces lo que quieres? Contra el Barça, ¿eh? O sea, eres superior a todos, estaba tranquilo y jugaba…
Y supongo que allí el entrenador me vio y preguntó: «¿Este tío quién es?» (risas). Y le dijeron: «Este tío es del Barça, este tío está cedido». Y él: «Ah, vale, vale».
Y luego, en el partido de liga en Murcia —porque no jugamos en el Palau, antes había un campeonato en el que había equipos con los que no jugabas en campo contrario, no sé por qué, no me acuerdo—, me acuerdo que jugamos en Murcia contra el Barça y ganamos de 10. Y yo creo que con esos dos partidos Maljkovic me quiso fichar.
Cuando acabó la temporada, sabía que me quería fichar, pero tuve que ir a Andorra a hacer un torneo de postemporada, de estar una semana en Andorra con un equipo joven y haríamos tres o cuatro partidos contra la Jugoplastika y otros equipos. Y fui allí, y me acuerdo que el primer entrenamiento fue lo peor que me pasó en mi vida (risas). Aquello era la guerra. O sea, Maljkovic era increíble. Tú no sabes, no te puedes imaginar.
Me han contado salvajadas de sus métodos de entrenamiento.
No, no, no… es que… bueno, la gente vomitando. La gente vomitando en el parqué. Después de dos horas de entrenar, te hacía hacer líneas, pero como loco. O sea: «¡Pam, pam, pam, y va, y va!». Acababas muerto.
Y luego entrenábamos… y por la tarde jugábamos. O sea, llegamos a Andorra en autobús, llegamos al hotel, y nos hace entrenar dos horas. Y por la tarde, jugamos el primer partido contra la Jugoplastika. Me acuerdo que ganamos, y yo jugué muy bien. Pero cuando acabó el partido ya estaba roto (risas). Me tuvieron que coger entre Xavi Crespo —que era mi compañero de habitación— y alguien más. Me tuvieron que coger en camilla, a hombros, porque no podía ni andar, de la caña que nos metía.
Claro, al final tú estás en Murcia, entrenando hora y media tranquilamente y tal… y de repente… Pero gracias a Dios, yo jugué bien aquel partido.
Y yo estaba esperando si el Barça me quería fichar o no. Bueno, acabó aquel stage y yo me fui a Mataró con mi mujer, porque claro, cuando tú eres jugador y eres joven no tienes una casa fija, y yo en verano me iba a casa de mis padres, luego haces un viaje y tal…
Y me acuerdo que después de aquel torneo, tenía muchas ganas de volver al Barça. Muchas. Era la ilusión de mi vida volver al Barça como sénior, que alguien me fiche. Estaba esperando si el Barça me quería fichar. Pasaban los días, pasan tres días y yo no tenía equipo. Y a las 12 de la noche —así como lo oyes, 12 de la noche— suena el teléfono y me llama el mánager o director general del Barça, y me dice: «Mañana a las 8 en las oficinas». Y yo digo: «¿Mañana a las 8?». Y él: «Sí, mañana a las 8», y cuelga el teléfono. Imagínate, lo misterioso…
El director general del Barça en aquel momento llama por teléfono, y yo estaba esperando algo, y me llama: «Mañana a las 8 en las oficinas». Vale. Pues yo me cojo el coche con mi mujer y me voy a las oficinas del Barça a las 8 de la mañana. Y me siento con el mánager del Barça. ¿Sabes quién era?
Aíto.
Sí, Aíto García Reneses. Bueno, me meto allí, me siento, y me dice: «Bueno, yo como mánager general no te quiero fichar, pero el entrenador sí». Y yo: «Ah».
¿Así, tal cual?
No, no, así, así, así. O sea, de la misma forma que una persona llama a las 12 de la noche —que no es normal— y te dice: «Mañana a las 8 en las oficinas» y te cuelga… no es normal.
No, para nada.
No es normal, para nada. Bueno, y yo voy allí y lo primero que me dice es esto. Y él: «Pero Boza Maljkovic sí te quiere fichar, tiene preferencias por ti, le gustas mucho, pero yo no… si fuera por mí, no. O sea, que bueno, que vale, que fichas».
Y yo, en aquel momento, claro… por una parte estaba contento, pero claro… Yo tengo una pregunta: si te dicen esto, ¿tú fichas?
Él (Aíto) quería hablar conmigo porque mi representante —bueno, no era mi representante, pero me ayudaba con estos temas— era un amigo de mi padre que trabajaba en el Barça, un exárbitro, Carlos Bagué. Había trabajado en el Barça y Aíto dijo que no quería hablar con trabajadores del club, que quería hablar solamente conmigo, con un chaval de 21 años.
Me dice esto, se levanta y dice: «Bueno, ya te puedes ir». Y yo le digo: «Un momento, por favor. Vale, pero yo tengo entendido que voy a fichar, ¿no? Porque ya me has dejado claro que tú no me quieres, pero que el entrenador sí, y al final tú decides que sí. Pero, ¿te puedo hacer una pregunta? Yo, como profesional, ¿voy a cobrar algo? Porque no me has hecho ninguna oferta».
Claro.
Porque el tío se iba sin hacerme una oferta, ¿vale? Yo ya lo conocía, he estado cuatro años con él, ¿sabes? Y yo ya…
Y va y dice: «Ah, sí, tienes razón, tienes razón». Mira, no he conocido una persona más lista que él. Es súper listo, súper listo.
Yo, cuando fiché por el Murcia —en aquella época—, se hacían dos contratos: se hacía un contrato oficial y se hacía un contrato de imagen. Pues el hombre (Aíto) me dijo: «Sí, vas a cobrar tanto». Me ofreció lo que yo cobraba en Murcia, lo mismo. Pero la parte oficial… si yo cobraba 15, la oficial era 8 y la otra era 7. Yo cobraba 15.
Pues él me ficha por el Barça —el mejor equipo o el segundo mejor de Europa, da igual— y me ficha cobrando la mitad del año anterior.
Y digo: «Pero, ¿cómo se te ocurre hacer esto?». Y él: «Bueno, yo te pago lo mismo que cobrabas el año pasado». Y yo: «Tú sabes que no cobraba esto. Tú sabes que cobraba el doble. Y aparte, tú me fichas para jugar en el Barcelona. O sea, tengo que cobrar mucho más».

— ¿Algo más?
Mucho más.
Y dice: «Bueno, el club no tiene más dinero». Y me dice: «¿Sabes qué puedes hacer? Te puedes ir al juez único». Y yo: «¿Qué es esto?». Y él: «El juez único es un juez que tiene la ACB para resolver problemas como el tuyo, si no estás de acuerdo con lo que yo te quiero pagar». Lo tenía todo estudiado.
Y digo: «Ok, ok», y me fui. Me acuerdo que me fui a comer con mi padre y con mi mujer y tal, y yo les dije: «Me voy de aquí, que paso de este tío. Es que no, es que ya está bien, da igual, da igual jugar en el Barça. Yo quiero jugar…». Y ellos: «No, que es una oportunidad…».
Y al final fiché y me fui al juez único. Y yo creo que fui la primera persona en España que fue al juez único. ¿Y qué hizo el juez único? Pues el juez único, en un apartamento, en una casa de Barcelona, fuimos los dos: él y yo. Aíto y yo. Y él empezó primero a hablar con un señor que era el juez único, y cuando acabó, yo estaba en la sala esperando, él salió y me dijo: «Ahora te toca a ti».
Yo me senté allí y le expliqué al juez el caso, que yo cobraba esto… Yo ya estaba jugando la temporada en el primer equipo.
Bueno, ¿aquella temporada qué pasó? Que empezamos… el equipo era un equipo flojo para ser el Barcelona. Los americanos eran flojos, o sea, no. No, el equipo no era el Barcelona. Yo no sé quién finalizó expresamente el equipo… y al cabo de dos meses echaron a Maljkovic. Claro, imagínate: echaron al que me fichó (risas).
Y allí ya metieron de entrenador a Manolo Flores y yo ya no jugué más. Solamente jugué en el campo del Maccabi, me acuerdo que se lesionó no sé quién, y salí y metí tres triples seguidos. Pero ya no jugué más.
Pero, calla, calla… esto no es lo malo: yo estuve de agosto a diciembre sin cobrar. No me pagaban. ¿Por qué no me pagaban? Porque el juez único todavía no había resuelto el tema, y yo no cobraba.
Me acuerdo que mis compañeros —Jiménez, tal, tal…— sabían esto, y me decían: «Si necesitas dinero, yo te lo dejo, ¿eh?, y ya me pagarás después». Y yo: «No, no». Yo, gracias a Dios, siempre… mi familia también, no he tenido problemas, pero imagínate.
Aquello fue el año que jugamos en Montjuic, en el Sant Jordi. Y me acuerdo que un día, después del entrenamiento, me encontré a Aíto en el parking, y me fui a él y le dije: «A ver, lo que no es normal es que yo esté trabajando aquí y que no se me pague ni un duro. Esto no es normal. Esto no está bien. Porque lo más normal es: si estamos esperando que el juez único diga lo que tengo que cobrar, pues me dais el dinero, y luego, si es más, pues ya me lo daréis, y si es menos…».
Y él: «Ah, sí… no lo había pensado» (risas). Un puto crack, ¿sabes? No lo había pensado.
Me acuerdo que de repente salió el veredicto y lo publicaron en el periódico: «Soler gana la batalla» o algo así. Y me acuerdo que fue el partido que jugamos en Granollers, y entro al vestuario y me viene Epi, y dice: «Jordi, te felicito. Eres el primer jugador de la historia del baloncesto español que todo el mundo sabe lo que cobra» (risas).
Tiene razón, porque salió en el periódico. Y al final el juez único dictó, me pagó lo mismo que yo cobraba en Murcia: las dos partes.
Madre mía, qué historia…
Historia, historia… pero no se acaba así. Sigue la temporada, yo no juego, el equipo va mal, nos eliminan en la Copa de Europa fácil, y en la liga no jugamos ni los playoffs de las finales. O sea, que fue mal.
Yo no jugué. Yo entrenaba, pero no jugaba. Claro, ¿qué pasa? En enero me empezaron a pagar el dinero, y me pagaron todo el dinero que tenía atrasado. Y cuando se acaba el año, me viene Hacienda… y me mete una hostia en impuestos. Porque el Barça, ¿sabes lo que hizo?
No.
No es lo mismo que yo cobre en diez meses separados —cinco meses del 91 y cinco del 92—, pues todo me lo metió en el 92. Y ahí tuve que pagar unos impuestos el doble de lo que tenía que pagar. O sea, un desastre. Un desastre.
Bueno, este fue el año aquel que yo tenía tanta ilusión y que se fue todo a la mierda.
Aquel año fue el último de Nacho Solozábal, que se retira, quedando un puesto vacante en el base para la temporada siguiente, al que tú podías haber optado.
Se retira Solozábal… no, no se retira. Solozábal se retira porque el otro no lo quería.
Porque Aíto no lo quería, ¿no?
Y se tardó mucho tiempo en retirar su camiseta, cuando Solozábal es el primero que tenía que estar ahí: el capitán, un señor, un profesional. Ya te digo, de las personas más señores que he conocido en el baloncesto.
¿Y entonces qué pasó con Solozábal?
No lo sé. Yo ya estaba fuera. Y se retiró porque el Barcelona no quiso renovarlo. O si lo quiso renovar, supongo que, conociendo al otro, le hizo una oferta de mierda.
Es muy heavy todo esto.
Es heavy, pero cuando tú tienes 21 o 22 años… Mira, a mí me gustaría volver a aquella época y tener la experiencia que tengo ahora, porque claro… lo que me afectó, ahora no me afectaría.
Te afectó mucho aquello siendo tan joven, ¿no?
Hombre, claro. Es que te sientes como un…
¿Y al año siguiente?
Al año siguiente se acaba todo.
Tenías contrato para un año en el Barcelona, ¿verdad?
Sí, tenía contrato para un año. Acaba la temporada y me voy. 21 años. Soy jugador del Barça. ¿Sabes que no tenía ninguna oferta?
Me puedo hacer una idea.
No tenía ninguna oferta. Y yo me acuerdo que estaba en verano, y estaba allí esperando… y no tenía nada. No tenía nada.
Habiendo hecho el año que hiciste en Murcia y teniendo el futuro que tenías.
Claro. En Murcia soy top, estoy en el Barça, aunque no jugué mucho o juegue poco… estoy en el Barça. O sea, ¿y nadie me quiere fichar? Digo: «¿Cómo puede ser? ¿Cómo puede ser? No sé por qué, pero… ¿cómo puede ser? ¡Ostia, Dios, joder, cómo puede ser!».
Y al final mi representante me dice que Llíria me quiere fichar. Que me pagan muy poco, muy poco, muy poco (risas), pero bueno. Digo: «Vale, vamos a Llíria».
De hecho era una de las preguntas que tenía, ¿cómo no te llegaron ofertas mejores que la del Ferrys Llíria?
No tenía nada, nada, Javi, nada.
¿Alguien se encargó de que no te llegase nada?
Hombre, claro. Eso hacía.
Bueno, me voy a Llíria a finales de agosto o así, y mira… no lo sé, pero fue súper chulo.
¿Sí?
Sí, sí, porque mira… no sé si conoces el pueblo de Llíria.
No, no lo conozco.
Bueno, es un pueblo que está a media hora de Valencia, es pequeñito y tal. Pero me alquilé un chalet en La Eliana, que es un pueblo residencial, una casa súper chula, con piscina… súper chula.
Y empecé allí y, al principio, fue complicado por el entrenador, que era Andreu Casadevall. No confiaba mucho en mí. Bueno, jugaba, pero… hostia, aquello que sabes que no tienes la confianza del entrenador. Y al final cambió todo, y ya sí, ya pude jugar muchos minutos.
Me acuerdo que éramos últimos, habíamos perdido 12 partidos seguidos, y me acuerdo que era Navidad y nos dan tres días de fiesta. Había jornada el día 27. ¿Y el día 27 sabes quién venía?
El Barça.
El Barça, joder. Y yo pensando: «Claro, voy último, que tengo que ver a mi amigo allí, nos van a meter de 50…». Pues chico, no sé qué pasó, que vinieron allá y fue el primer partido que ganamos después de 12 partidos seguidos perdiendo. Yo metí 34 puntos, hice lo que quise… Bueno, aquello fue como una vendetta, todos los periódicos, la vendetta…
Aquel día lo disfruté, sinceramente. Lo disfruté porque se ganó a un Barça que venía con todo. Y a partir de ahí yo empecé a jugar súper bien, el entrenador ya confiaba en mí, pero tuvimos que jugar el playoff por la permanencia.
Contra el Cáceres.
Y nos tocó el Cáceres. Y aquello ya fue increíble porque fue… no sé por qué… Jugamos el primer y el segundo partido en Llíria, y ganamos un partido cada uno. Y fuimos a Cáceres, que lo entrenaba Manel Comas. Perdimos el tercer partido y ganamos el cuarto partido en Cáceres de 1.
Pero lo más sorprendente fue que, aquellos tres días en Cáceres, todo Cáceres no paraba de decir mi nombre. Todo el mundo. No sé por qué, me querían fichar. Y todo era: «¡Jordi, Jordi, Jordi!». Cuando salía al pabellón, todos: «¡Jordi, Jordi, Jordi, vente el año que viene!». Y yo: «¡Pero si el año que viene estaréis en segunda!» (risas).
Bueno, jugamos el quinto partido en casa, y te tengo que decir que fue un partido… no sé cómo decírtelo, pero fue un partido que yo creo que interesaba que el Cáceres siguiera en ACB y que Llíria no, ¿sabes lo que te digo?
Y te lo digo porque en la primera parte íbamos ganando, nos fuimos al vestuario ganando de 8, pero con los tres americanos con tres faltas. Y me acuerdo que los árbitros eran Neyro y Sanchís, los dos más veteranos. Y yo a Sanchís lo conocía de mi padre y tal, tenía muy buena relación con él. Y yo, en la segunda parte, me fui a él y le dije: «¿Qué estás haciendo?». Y él me dijo: «Jordi, sigue jugando», ¿sabes?, como diciendo…
No te metas en líos.
Yo creo que interesaba. Tú sabes que en el baloncesto, los árbitros si son buenos… que no es como un penalti en el fútbol, ¿sabes? Aquello de falta por aquí, falta por allá… Y al final se perdió porque yo me fui con cinco faltas, me parece, bueno… y al final perdimos.
Claro, fue un varapalo muy fuerte. Pero acaba el partido —y yo siempre era el jugador que salía el último del vestuario, siempre, me quedaba allí, me duchaba, pensaba, reflexionaba…— y me acuerdo que, cuando salí del pabellón, que estaba hecho polvo, si había mil personas del Cáceres viendo el partido, toda la gente del Cáceres chillando mi nombre: «¡Jordi, Jordi!».
En Llíria.
En Llíria, Llíria, sí.
Y al cabo de tres días me hicieron una oferta, una súper oferta de varios años, con mucho dinero. Me querían. ¿Y sabes quién era el entrenador?
Manolo Flores, ¿no?
Manolo Flores. Que fue compañero de mi padre en el Barça, que cuando yo era pequeño fui a ver su homenaje, que yo iba al Palau a ver a mi padre cuando entrenaba, y estaba él. Y cuando me entrenó en el Barça, en el Sant Jordi, aquel año… no me hizo jugar nada.
Y me llamó. Y me dijo: «Jordi, yo te quiero fichar. Es muy importante para el Cáceres, y para mí también…». Y confió en mí.
Y fueron tus mejores años de baloncesto.
Sí, sí, fue súper bien, sí.
Eras un ídolo en Cáceres.
Era un ídolo. Era un ídolo.
Fuiste el fichaje estrella, por encima incluso de los americanos.
Sí, pero yo no sé… Yo iba andando por la calle y toda la gente me paraba. Los niños pequeños: «¡Jordi, Jordi, Jordi!». Ni Jorge ni nada. Era Jordi, era como su… era Jordi (risas).
Como algo de ellos.
Sí. Pero el porqué… no lo sé, sinceramente.
Porque eras un jugador con magnetismo, tenías algo que enganchaba a la gente.
Sí, sí. Y empezó la temporada. Me acuerdo que me tuvieron que ingresar en una clínica allí porque cogí un virus en el estómago y no pude jugar los primeros cinco partidos. Y perdimos los cinco partidos. Y cuando debuté —que fue en Girona— ganamos. Y a partir de ahí ya supongo que fue todo… o sea: viene Jordi, ganamos, empezamos a ganar, pim, pam… Y me acuerdo que quedamos quintos o sextos.
Os clasificáis para la Korac.
Y jugamos los cuartos de final de liga contra el Joventut, que venía de ganar la Copa de Europa, y me acuerdo que en la primera parte ganábamos. O sea, que cuidado… Y nada, fue súper chulo.
Eras uno de los máximos asistentes de la liga aquel año.
Sí, sí, estuvo muy bien. Cuando ganamos al Valencia para ir a la Copa Korac, me acuerdo que en la plaza de Cáceres, en el ayuntamiento, toda la plaza llena, nosotros en el balcón… bueno, un recuerdo muy bonito.
Y Cáceres, una ciudad muy bonita.
Sí, es bonita. Lo que pasa que también te digo: Cáceres es muy bonita la zona antigua, pero estás muy lejos de todo. Y en el año 94 no había nada. No había televisión, no había internet, no había teléfonos móviles. Estabas muy solo, estabas muy alejado de todo. Vivir en Cáceres era complicado cuando uno es de Barcelona. No es como ahora, que ahora tienes internet, tienes televisión, tienes teléfono… Antes no.
Pues bueno, al año siguiente…
Pero antes de eso, Jordi, ¿cuando llegas a Cáceres te comenta algo Manolo Flores de lo que te había pasado en el Barça el último año?
Bueno, él me llamó para fichar y me dijo que no tenía nada contra mí y que me quería fichar sí o sí. Que confiara en él. Y yo: «Vale». Me fui allí. La llamada de teléfono ya me sirvió.
Tu segunda temporada en Cáceres.
Aquel verano me casé. Yo creo que fue el mejor verano de mi vida mientras estaba jugando, porque fue un año súper bueno, me casaba, tenía un año más de contrato allí, estaba tranquilo… Súper bien.
Y al año siguiente jugamos, pero claro, ya teníamos que jugar la Copa Korac y la liga. Y estando en Cáceres era complicado, porque viajábamos en autobús a todos los sitios. Viajábamos los jueves por la noche, dormíamos en el autobús, llegábamos los viernes al destino y jugábamos el sábado. Y después del partido, otra vez autobús de 10 o 12 horas.
Y fue un año que, en la Copa Korac, estuvo muy bien, porque jugamos semifinales.
Sí, en la fase de grupos os quedáis por delante del Stefanel de Milán de Bodiroga, Gentile y Fucka.
Y les ganamos allá. Lo que pasa es que en el partido de cuartos de final mi codo se fue a la boca de un italiano, y me hice una herida… y tuve la mala suerte de que, cuando fui al hospital para curarme, se me infectó. Bueno, fue un desastre. O sea, fui al hospital para curarme… y se infectó aquello. Estuve de baja y no pude jugar las semifinales contra Berlín.
Contra el Alba de Berlín de Pesic, que finalmente serían los campeones de la Korac.
Sí. Y me acuerdo que fui a Berlín y no pude jugar. Fue una pena.
¿Fichaste por dos años en Cáceres?
Sí, fiché por dos años.
¿Y por qué se produjo tu salida después del segundo año?
Bueno… ahora tengo 55. Te podría decir que fue el error de mi vida en el basket. Puede ser. Puede ser, sí.
Me quise ir porque, cuando me pasó lo del codo, hubo problemas. La gente se me puso nerviosa, gente que dijo que no sé qué… Bueno, pues allí pasaron unas cosas que ya ni me acuerdo, sinceramente. Y al final de la temporada… no sé por qué.
Bueno, yo creo que… un sitio como aquel, donde me querían tanto, no lo encontraría en ningún sitio. Pero, ¿cuál era el otro sitio donde me sentí muy bien también? Murcia, ¿vale? Y tuve la oportunidad de ir a Murcia.
Claro… (resopla) en aquel momento, ¿qué pensé? Yo, cuando estuve en Cáceres, fui a la selección. El segundo año, Lolo Sainz me cogió para la selección. Yo creo que fui el primer jugador de la historia del Cáceres en ir a la selección española. Bueno… y yo estaba en mi top.
Y cuando pasó aquello pensé: «Mira, entre jugar en Murcia o jugar en Cáceres, pues a lo mejor prefiero jugar en Murcia».
Sinceramente, tiene que ver con una cosa: porque me encantaba la ciudad de Murcia. Y quería vivir en Murcia. En Cáceres me sentía un poco… ya te dije, un poco como aburrido. En Cáceres no había nada.
Y nada, me fui a Murcia. El Cáceres no quería que me fuera, y tuve que pagar yo dinero para irme. O sea, imagínate. Imagínate la animalada que hice.
Bueno, y me fui a Murcia porque el entrenador era Oleart, lo conocía de la selección española con Manel Comas, era catalán, nos llevábamos muy bien. El presidente, que era Valverde, también lo conocía de la primera época. O sea, que me querían mucho allí también.
Pero antes de seguir con Murcia, a mitad de tu segunda y última temporada en Cáceres el club fichó a Serguei Bazarevich porque Nebojsa Ilic andaba lesionado. Es decir, se fichó a un base para suplir a un escolta siendo tú la estrella del equipo. ¿No sé si te lo tomaste como una falta de respeto contigo?
No me gustó. No me gustó, y yo creo que fue una causa por la que me quise ir. Yo creo que sí, sí… tienes razón. Ahora que me lo has contado, pues sí.
O sea, yo me acuerdo que hasta hablé con Manolo (Flores) un día. Le dije: «Oye, no lo entiendo». Yo seguí jugando… o sea, yo jugaba de 2.
Te cambiaron de posición para que Bazarevich jugara de base.
Yo jugaba de 2, pero claro… era mi sitio, era mi campo, era mi equipo. Y me viene un tío —que era muy bueno, pero que iba a lo suyo—… Pues en eso, sí que tienes razón: me molestó.
Y al final, pues supongo que entre que quería cambiar de aires por la ciudad y esto me molestó, pues me quise ir.
¿Te arrepientes ahora, después de tantos años, de haberte ido de Cáceres?
Sí. Sí, sí. Porque, bueno, al final cuando uno es joven se piensa que tiene el mundo en sus manos y tal, y no tiene la experiencia. Y yo creo que de un sitio como Cáceres…
Una cosa es que te fichen a un ruso, pero de eso no tiene la culpa la gente. La gente me quería. Lo que me hizo la gente de Cáceres, es que no te puedes imaginar el cariño que te daban. O sea… impresionante.
Bueno, me fui a un sitio donde me querían también. Al final fui tonto porque me fui, tuve que pagar dinero de mi bolsillo para ir allí. Y bueno… sí, pues sí.
¿Puede ser que aquella decisión fuera un calentón? ¿A lo mejor te precipitaste y, si lo hubieses pensado un poco más, no te hubieses ido?
Puede ser. Pero ya te digo, cuando tienes 24 años te piensas que eres el dueño de todo. Y estaba en mi mejor momento.
Te vas a Murcia con Josep María Oleart, que le conocías, como acabas de comentar. ¿Cómo fue aquel año?
Bueno, aquel año pasó de todo. Empecé y me acuerdo que en los primeros 12 o 13 partidos era el mejor jugador español de la liga.
Tuviste muy buenos números en Murcia, 13 puntos por partido, más o menos como en Cáceres.
Sí, los primeros 12 o 13 partidos… yo creo que jugué hasta mejor que en Cáceres. Súper bien. Y tuve la mala suerte de un partido en Valladolid… un compañero…
Bobby Martin.
Bobby Martin, que me dio un codazo en la sien, aquí en la cabeza, al lado, en medio del partido… Y bueno, yo seguí jugando, porque yo jugaba los 40 minutos, jugando bien o jugando mal, da igual. Y yo seguí jugando.
Y me acuerdo que jugaba y estaba raro, porque hice cosas como raras. Al final del partido me desmayé en medio del campo y estuve 30 minutos fuera. Estuve 30 minutos casi muerto.
¿Nada más acabar el partido te desmayaste sobre la pista?
Sí, me desmayé. Y me parece que salió una mujer con un rotulador y me sacó la lengua. Me llevaron al vestuario y se ve que estaba sin conocimiento, la gente rezando, con mucho miedo. Y me acuerdo que me desperté en la ambulancia. Me ingresaron en Valladolid, estuve la noche allí, y luego me llevaron en ambulancia a Murcia.
Y nada, estaba bien y tal, pero ¿qué pasa? Que no me tuvieron que operar porque la fisura que tenía era pequeña. Por un milímetro no me tuvieron que operar. Pero tuve que hacer reposo cuatro meses. Y fue la semana antes de ir a la selección española. Estaba convocado para ir con Lolo Sainz.
Nada, estuve cuatro meses sin jugar y fue una pena, porque estaba en mi mejor momento. Y luego, al cabo de cuatro meses, jugué. Jugamos la Copa del Rey en Murcia.
Creo que sufriste un traumatismo cerebral y también un ataque epiléptico.
Sí, sí… bueno, yo no me enteré, pero sí, sí.
O sea, que fue durísimo aquello. Temiste por tu vida, ¿no?
Sí. Estuve 30 minutos fuera, sí, sí.
Estuviste 4 meses de reposo.
Sí, 4 meses. Yo estaba perfecto, pero claro, no podía jugar.
Después ya empecé a jugar, jugué la Copa del Rey en Murcia, que yo tenía mucha ilusión por jugarla. Pero yo no volví a ser el mismo. O sea, ya no era… ya me costó. Yo no era aquel jugador que hacía lo que quería, ya me costaba.
Y me acuerdo que en la Copa del Rey ganamos al Unicaja en cuartos de final, y jugamos las semifinales con el TDK Manresa y perdimos de 4. Que el Manresa en la final ganó al Barça.
También te digo: yo fiché por el Murcia porque tenía mucha ilusión de jugar la Copa del Rey. Sí, en serio, tenía mucha ilusión. Jugamos la Copa del Rey, pero ya te digo, no jugué tan bien como antes… no sé si por miedo, no sé.
Es que es normal después de aquel incidente y de haber estado 4 meses sin jugar. Psicológicamente también te tuvo que afectar.
Sí, sí. Fue una pena.
Y luego también tuviste otro encontronazo con Bobby Martin en un tiempo muerto.
Sí… ahí… yo creo que aquel suceso me marcó mi vida. Yo creo que aquello, lo que viví allí, me marcó para mi vida. Creo que me marcó el no tener ganas de jugar. Ya pensé: (resopla) «¿Y para qué? ¿Y para qué…?».
Pasó que estaba en un partido de baloncesto normal y corriente, jugando un partido en Murcia, en ACB, y de repente… yo soy el base.
Contra el Taugrés, ¿no?
No me acuerdo, puede ser, no lo sé.
Y yo soy el base, yo soy el que manda en la pista, ¿vale? Y yo en la pista era un jugador con carácter, eso sí. Cuando uno sabe lo que hace, pues sabe lo que hace. Y yo tenía que dirigir a mis compañeros.
Y aquello… que el entrenador me parece que pide un tiempo muerto, y yo me voy a Bobby Martin y le digo algo, pero le digo algo bien. Le digo: «Oye, haz el bloqueo así» o «sácala fuera», no me acuerdo, no sé…
Y él está sentado allá, él está sentado en el banquillo, y yo voy para allá y… me mete un puñetazo en el estómago. Claro, imagínate tú, que estás jugando un partido, que estás con las pulsaciones altas, y de repente un tío como Bobby Martin, que es una bestia humana, te mete un puñetazo en la boca del estómago… y me quedé sin respirar. Me caí al suelo.
Bueno… aquello que… allí, claro, a mí lo que me sorprendió fue que el tiempo muerto siguió. Yo me quedé en el suelo hecho polvo. Nadie me vino a… El único que vino fue el preparador físico, que aparte era mi amigo.
¿El único que vino a interesarse por ti fue el preparador físico, del resto del equipo no se acercó nadie?
Sí, los otros estaban haciendo el tiempo muerto normal. Bueno, yo me recupero, y el partido sigue jugándose. Me cambian porque yo estaba en el suelo. Empiezan a jugar, Bobby Martin sigue jugando… y yo estoy en el banquillo, y en aquel momento yo no entiendo nada.
Normal.
No entiendo nada. Y me voy al entrenador, que era mi amigo… o sea, que era una persona que…
Que conocías desde tu infancia.
Que nos llevábamos súper bien y tal, y le digo en catalán, eh: «¿Però què fas? Però què fas? Però no has vist què ha passat?». Y me dice: «¿Qué quieres que haga?». Y ahí ya me cojo un rebote y le digo de todo al entrenador. De todo no, de todo no, porque yo tengo educación… Le dije mil veces que era un cobarde.
¿Le dijiste a Josep María Oleart que era un cobarde?
Que era un cobarde. Claro, era un cobarde, un cobarde. Porque claro… o sea, si un tío ve que un tío le da un puñetazo a otro y no hace nada, y que, aparte, el que pega sigue jugando… Es que no lo entiendo, sinceramente, Javi.
Es que es muy fuerte. Yo he visto las imágenes y he hablado con unos y con otros. También tengo el testimonio de Bobby Martin, que no sé si quieres escucharlo. Lo que estábamos comentando hace un rato del baloncesto de antes y de ahora… tú piensa, Jordi, que esto ocurre ahora. O sea, si esto sucediera en la actualidad…
Sí, pero es que lo peor, ¿sabes qué fue? Que yo iba a casa y mi abuela —que ya no está, claro— me llama llorando y diciéndome: «¿Pero qué ha pasado? ¿Qué ha pasado? Que te he visto en la tele ahí tirado y nadie te hacía caso». Imagínate, una mujer de 80 años…
Bueno, pero esto no acaba así. Acaba el partido —que me parece que se perdió—, y vamos al vestuario, y viene el entrenador con una furia, diciéndome de todo: que me voy a enterar, que tal… Y a partir de ahí, de aquello, se rompió todo.
El club me cogió al día siguiente —los directivos que me querían tanto, y que yo fiché por el Murcia pagando dinero de mi bolsillo, me querían tanto, tanto, tanto— que me apartaron del equipo.
Y a partir de allí, ¿qué pensé? Pensé: «Vaya mierda» (risas), «vaya mierda de mundo, vaya mierda de todo…».
Aparte, mis compañeros, que cada jueves venían a casa a jugar a cartas, y mi mujer les hacía tortilla, les hacía comida… Mis compañeros, nada, eh.
¿No te llamó nadie?
Mis compañeros, todos calladitos, ¿vale? Todos calladitos.
Claro, piensas… (resopla). Qué quieres que te diga, Javi… O sea, ahí yo perdí la ilusión del basket, en serio. La ilusión del basket y la confianza con la gente. Porque al final, joder, somos jugadores, pero eres compañero con gente, eres tal… Y al final, yo perdí la confianza con todo.
Al final me tuvieron que readmitir y jugué los últimos 6 o 7 partidos, no me acuerdo… pero sin… Aquello que, bueno, estás jugando y… Allí yo creo que se terminaron mis ganas de jugar.
Es que es normal, Jordi, has vivido episodios muy duros y no te ha acompañado la suerte en algunos momentos, como por ejemplo con lo del codazo de Bobby Martin o con todo lo que te pasó durante tus años con el primer equipo del Barça. Creo, sinceramente, que si hubieses tenido un poquito más de suerte, tu carrera hubiese sido totalmente diferente.
¿Pero sabes lo bueno? Que no me preocupa. O sea, al final eso te curte. Porque cuando en 2008 yo pierdo la empresa, con 400 personas —cuatrocientas personas, eh— tú no sabes lo que son 400 personas… es mucha gente. Y yo tuve que invertir todo mi patrimonio para salvar la empresa y lo perdí todo.
Y tenía a los piquetes, los sindicatos… allí vi cómo eran los sindicatos. ¿Y sabes qué? Dios me dio paz. Dios me dio paz. O sea, me dio paz. ¿Sabes aquello de que todo se va a la mierda…? Pues me dio paz. Intenté salvar a mis trabajadores… Bueno, al final pude conseguir que los trabajadores fueran a otro sitio, que les pagaran y tal. Y yo lo perdí todo.
Y había gente que me decía: «Tú no avales nada, no avales nada». Y yo: «A ver, soy yo el responsable. Yo tengo que ayudar a la gente. Me da igual, yo quiero dormir tranquilo…».
Supongo que todo esto que me ha pasado en el baloncesto me ha servido en mi vida, sinceramente. ¿Qué importa haber jugado, en lugar de 4 o 5 veces con España, haber jugado 50? ¿Qué importa? ¿Qué importa si ya nadie se acuerda de ti? O sea, ¿qué importa?
Lo importante es que yo tengo dos hijos que están súper bien educados, que tengo una mujer con la que soy feliz, que tengo una vida buena… ¿qué importa?
Al final, las cosas que pasan… yo tengo la certeza de que sirven para algo. Y la experiencia que yo tengo ahora, la tranquilidad que me dio en su momento esto, supongo que es por las experiencias que he vivido. Es que he vivido experiencias…
¿Qué es lo más heavy que has vivido en el baloncesto? ¿Lo que viviste en tu último año en Murcia o todo lo vivido en el Barcelona?
Yo creo que son diferentes. Yo creo que mi etapa en el Barcelona, cuatro años, con la edad que tenía… Porque estamos hablando de que tenía 18, 19, 20 años… Es que te podría contar mil historias del Barça.
¿Te apetece contarnos alguna?
No… Pero si quieres un día hablamos tranquilamente de esto. Es que miles. O sea, miles, miles cuando era júnior… Miles. Cómo me trataron psicológicamente… increíble. O sea, no te puedes imaginar.
Y al final todo se acaba cuando eres profesional, con eso de «no te quiero fichar», «no te pago» y todo esto. Y luego se acaba y nadie te quiere fichar, ¿no?
Pero durante cuatro años, haciendo cosas que dices: «Madre mía, ¿pero qué hacéis…?».
De los compañeros me has hablado bien, ¿te refieres más a nivel de entrenadores?
Sí. Pero en mi época del Barça los compañeros son seniors, son veteranos, están en otro mundo, ¿entiendes o no?
Sí.
Ellos no saben lo que me pasa a mí en el día a día cuando eres júnior y todo esto. O sea, desde un día que juegas en Granollers con los júniors, ganas de uno en el último segundo con un triple mío, meto 39 puntos, ganamos el partido, mis compañeros me cogen, me meten en la ducha… Yo me voy a casa el domingo por la tarde y soy el más feliz del mundo. O sea, satisfecho.
Llego el lunes al Palau, a entrenar con el júnior, y me espera el entrenador del júnior y el otro… diciéndome que lo de ayer fue un desastre.
¿Tu partido con el júnior?
Que lo del día anterior —39 puntos y habíamos ganado de un punto y tal—, que aquello no era baloncesto.
Fíjate… ¿Un machaque psicológico?
Sí, sí, sí.
Tu último equipo ACB fue el Fuenlabrada, pero ya estabas muy desanimado después de lo que te había ocurrido en Murcia, ¿verdad?
Sí. Cuando acabó lo de Murcia me fui de vacaciones sin ningún tipo de ganas. Me fui a Chile, estuve de vacaciones para ver a mi familia. Me estaban buscando equipo, y me llamó mi representante para irme a Fuenlabrada… Yo tenía que seguir jugando, era joven.
Me fui a Fuenlabrada y fue el primer año en el que no tenía ganas de jugar. O sea, sí que tenía ganas… pero no tenía ganas. No, no.
Y allí no cuajó, todo muy mal. Cambiaron al entrenador… un desastre. Y cuando acabó la temporada ya estaba bastante fuera. Y ya te digo, para no retirarme estuve mirando a ver qué hacía y me fui a Melilla, tres o cuatro meses, un poco para ver. Allí es donde nació mi hijo, en aquel verano. Y cuando acabé lo de Melilla pensé… es que cuando uno ya no tiene pasión, no vas a jugar bien. Es que es imposible. No vas a jugar bien. Y lo dejé.
Pero creo que también jugaste en Mataró y Mongat.
Sí, lo de Mataró fue antes de irme a Melilla, porque estaba esperando a ver si se hacía algo y tal, y al final salió lo de Melilla y me fui allí.
También te digo: yo todo esto lo he podido superar por mi mujer.
Tu mujer te ha apoyado mucho, ¿no?
Al final, mi mujer y yo somos uno. Estamos todo el día juntos. Desde que la conocí en Murcia hasta el día de hoy, estamos todo el día juntos. O sea, trabajamos juntos… estamos todo el día juntos.
Ella tuvo que soportar barbaridades, malos días… Y me he apoyado en ella en cada momento.
Yo creo que cuando salí del Fuenlabrada, pues aquello de para no dejarlo… lo intenté, a ver qué tal, aunque a veces me engañaba. Me fui a Mataró a entrenar y tal, y luego vine a Melilla, y Melilla… bueno, fue tal… y allí ya está. Allí ya está.
Tenías solo 30 años y ya no tenías ganas de seguir, y eso te honra porque…
Aparte que ya tenía un hijo. A nivel económico he tenido suerte, que nunca me ha faltado de nada. He tenido una familia que siempre hemos estado bien. Y bueno, al final me fui a trabajar con la familia y cambié todo. Pasé de jugar a trabajar. Es un cambio de todo.
Y has estado muy desconectado del baloncesto desde que te retiraste. ¿Es como si hubieses querido cerrar esa puerta con llave y arrojarla al fondo del mar?
Totalmente. Totalmente. No tengo relación con nadie. Mira, el sábado pasado…
Estuviste con José María Pedrera.
Sí.
Vi la foto que subió al Facebook.
Sí, estaba en Mallorca, porque mi hija juega y se lesionó del hombro, y la operaron y tal.
¿Y cómo está?
Bien. Ha pasado cinco meses sin jugar, y en Mallorca fue el primer partido que jugó. Y me dije: «Pues me voy a Mallorca». Y voy a un bar antes del partido y oigo: «¿Jordi?» Y yo: «Ostia, Jose». Y estaba él allí. Pero ya te digo, estoy desconectado.
Yo creo que, con todo lo que me pasó… lo de Murcia también me marcó. Me marcó. No el puñetazo de Bobby Martin…
Lo de después, que es más duro.
Lo de después. Después… hostia, joder. Yo que siempre he sido un justiciero… Yo siempre he sido un justiciero. A mí me impactó mucho cuando Aíto se cargó a Sibilio. Me impactó mucho. Fue después de la Jugoplastika, de la Final Four. Y cuando acabó la Final Four fuimos a jugar al campo del Estudiantes en Madrid, y Aíto no hizo jugar nada a Sibilio. Lo castigó.
Y a Sibilio, al terminar el partido, en la radio le preguntaron el porqué, y me parece que dijo que fue una… ¿cómo se llama la palabra?, una…
¿Una pataleta?
Una pataleta de niño pequeño. Y ahí ya le hizo la cruz y lo echó del Barça. Y allí, a mí lo que me impactó en el vestuario fue que nadie de las vacas sagradas, que eran sus compañeros de toda la vida, hizo nada. Y aquel era el momento en que, si los Solozábal, Epi y tal hubieran alzado la voz, pues a lo mejor este hombre hubiera tenido que irse él.
Eso me impactó. Porque vi que no había tanto compañerismo. Vi que en el mundo del deporte cada uno va a su bola.
¿También has visto un poco de falsedad en el mundo del deporte?
Sí. Al final… yo siempre lo he pensado. Antes no es como ahora. Antes había titulares y suplentes. Antes yo jugaba 40 minutos y el compañero no jugaba. ¿Sí o no?
Sí, claro.
O sea, es como yo cuando jugaba en el Barça, que no jugaba. Pues cuando yo estaba en Cáceres, había otro que no jugaba. Es así. Y al final tú te levantas cada día y tienes que ir a entrenar y tienes que ir a pegarte contra tu rival, que es tu compañero. Porque o juegas tú o juego yo. Es así. Y eso se nota.
El entrenador que consigue que eso no se note puede tener más éxito, pero es así. Y al final esto es lo que más me ha impactado en el baloncesto: que no hay compañerismo.
O sea, lo que más te ha impactado en el baloncesto es la falta de compañerismo, ¿no?
Yo creo que sí. Porque he vivido épocas —no por mí, porque a mí no me afecta—, pero veo cosas, injusticias que pasaban en un vestuario y nadie hacía nada por el otro. Es decir, nadie hace nada. Cada uno…
Intenta salvar su culo.
Intenta salvarse él, ¿sabes? Porque, joder, es como… no sé, es decir, si hay un entrenador que actúa mal, o hay un presidente que actúa mal, tú tienes que decir algo. Yo creo. No sé. En tu vida, si hay algo que no ves bien, ¿lo dices o te quejas? Pues en un equipo igual, creo yo.
En cambio, tu forma de ser, el haber sido una persona que no aceptaba la falsedad ni las injusticias en el deporte, ha hecho que no estés vinculado al mundo del baloncesto ni tengas relación con toda esa gente.
No, porque no me… o sea, a ver, hay mucha gente que está metida en el baloncesto porque es una forma de vivir.
Sí, porque les compensa.
Les compensa económicamente o a nivel de ego.

Sí, pero tiene mucho mérito que hayas cerrado esa etapa, que hayas seguido con tu vida y que tengas una vida plena, como tienes con tu mujer y con tu trabajo, sin vivir del pasado.
Yo cuando veo ahí al Barça, o veo tal, y veo a los exjugadores que están en el palco y tal… pues bueno, vale. Es aceptable. Hay gente que necesita esto.
Sí, por lo que me han contado, hay alguno que necesita eso y no ha parado hasta conseguirlo.
Sí. Y tú sabes que en la vida, para conseguir algo, hay que hacer la pelota, hay que hacer tal… Y yo no soy nada de esto. Yo siempre he dicho las cosas que pensaba. A veces he tenido discusiones con mi mujer porque ella me decía: «Es que no puedes decir las cosas que piensas, porque hay cosas que no le gusta escuchar a la gente». Pero yo siempre he pensado así.
En el vestuario he tenido problemas con entrenadores por defender a compañeros.
Por todo lo que me estás contando, me cuadra totalmente.
Porque si había algo… que no trataban bien a un compañero, joder, pues yo decía: «Oye, tú, esto está mal, joder, o sea, respeto, por favor». Pero claro…
Pero no todos eran así.
Es una forma de cultura, supongo. O una forma de ser de la persona, yo qué sé.
Agradecimientos a Albert Illa, José María Pedrera y Toni Pedrera
Qué gran entrevista !
Vamos mejorando, en esta transcripción solo hay 19 «pues», algunos de ellos que posiblemente sí dijo el entrevistado.
Magnifica entrevista!!!! Felicidades a los dos!!!! Honesta, directa y sincera como es Jordi.
Me ha encantado esta entrevista, me ha dado pena y un poco de rabia algunas cosas que cuenta Jordi , vivió momentos duros y nos ha hecho ver el otro lado “sucio” de algunos mal llamados “deportistas”
Me ha dado la sensación de que Jordi Soler necesitaba contar todo lo que llevaba dentro. Se agradece que las entrevistas saquen el lado menos bueno del deporte, como ha sido este caso. Muy buenas la de Montero y esta. Felicidades
Otra más espectacular!!
No dejas de sorprenderme!!
Una pena que jugadores así sufrieran lo que sufrieron, ratificamos lo del amigo Aito vaya tela.
Que curioso como conoció su mujer y mejor amiga de la cual recuerdo de esos derbis contra club voleibol Albacete .
Enhorabuena y un abrazo!!
Jordi era mi jefe en el Grupo Katorce, de construcción, después de muchos años tuvo que cerrar por la crisis. Empecé con su padre, Josep María Soler, una gran persona, un padre para mí y para todos sus trabajadores. Jordi era una muy buena persona, pero tuvo mala suerte con la empresa y el momento. De todas maneras guardo grandes recuerdos de la empresa, de él y de su padre, dos grandes personas. Yo lo entiendo, cuando comenta lo mal que lo pasó cuando cerró la empresa, a mí me paso igual, la verdad, no fueron buenos momentos. Después de eso comencé a estudiar y hoy en día soy abogado y trabajo de ello y me va muy bien, pero se muy bien por lo que pasó y no se lo deseo a nadie. La verdad es que no volví a saber de él, tan solo que se fue a Chile con su mujer e hijos. Jordi, si lees esto, un abrazo muy fuerte para tí y tu familia.
Una forta abraçada Jordi!!!
Una gran entrevista que desvéla la vida de uno de los mejores jugadores de baloncesto que ha tenido España.
La gran suerte de Jordi ha sido la de tener a Sara siempre a su lado.
una estupenda entrevista. hacia tiempo que no sabiamos nada de Jordi. gracias
pd. te ha faltado comentar el problema que tuvo Jordi con Bobby Martin en un partido. sigo sin saber que pasó aquel dia, en el que jordi recibió un puñetazo en la barriga de un compañero de equipo que le sacaba 2 palmos de estatura. a partir de ahí el juevo de jordi en Murcia ya no fue el mismo.
Sí lo comenta.
Me parece que no has leído la entrevista
Muy curioso el aldeano. Se queja de que el Madrid cuando no gana, pierde los papeles. Lo dice un tío que es hooligan furibundo del equipo que tiene corrompida a la cúpula arbitral de fútbol y baloncesto. Este era un chulángano prepotente y engreido al que Aito y Bobby Martin pusieron en su sitio. La prueba está en la absolutamente mediocre carrera que tuvo. Por lo demás, buena entrevista de Balmaseda, como casi siempre.
He leeido todas las entrevistas de Jot Down, y mira que he disfrutado muchas con todas ellas. La de Jose Montero incluida, pero ésta la mejor! Un gran estratega Aíto… En fín… Jordi, eres el millor de la teva generació. Jo et tenia com a referència absoluta!
Gran artículo, Javier. Nos traes un lado muy desconocido del baloncesto de los 80 y 90, pero también muy interesante.
Muchas gracias por la entrevista. Cuando era un chaval, me fascinó ver jugar a Jordi Soler en el Cáceres. Ningún jugador me llegó tanto y eso que los primeros años ficharon a jugadores de mucho nivel. Fue un shock que se fuera al Murcia.
Hace unas semanas, por pura nostalgia, vi un partido del Cáceres en la Korak que encontré en YouTube. Pensaba que había idealizado a aquel equipo que quedó 5º en la ACB y luego jugó las semifinales de la Korak, pero comprobé que eran tan buenos como recordaba, en especial Jordi Soler, que solía dejar destellos de mucha calidad.
Entrevista de las de verdad. Gran trabajo!
Larga, concisa, profunda.
¡Qué cachondo, no ve nada raro en el Barça-Madrid de Neyro pero se extraña en el Lliria-Cáceres que pitan Neyro y Sanchís
Yo vi jugar a Jordi en su primer año en Murcia, soy un privilegiado. Creo que quise jugar al baloncesto por él. Era adictivo verlo…
Sí que nos acordamos de ti Jordi. Siempre. I LOVE this game
Gracias, gracias y gracias por hacernos ver las diferentes caras del deporte a través Jordi Soler, persona por encima de todo y todas las dificultades que te encuentras desde niño y como se van magnificado estás a lo largo de tu vida.
La entrevista es espectacular y te engancha hasta el final, de nuevo gracias.
Ciertamente esta entrevista a Jordi Soler es profundamente sustancial e interesante.
Su autor, Javier Balmaseda, ha sido capaz una vez más (y ya van muchas) de extraer con brillantez y emotividad los carices importantes de la supervivencia en el baloncesto profesional.
Se verifican numerosos aspectos informativos ya recogidos en la entrevista anterior (igualmente magnífica) a José Montero, que curiosamente también fue base del Barcelona teniendo como entrenador a Aíto García Reneses. En la opinión sobre éste coinciden ostensiblemente.
Ciñéndonos al artículo sobre Jordi Soler (que compartió el puesto de base en el Barcelona con Solozábal y con Costa), destacan varios asuntos:
— Anecdóticamente, en la foto de su «cromo» aparece driblando al que fuera su ídolo en la infancia Drazen Petrovic; en la instantánea siendo rival en el Real Madrid.
— Percatarse de la evolución del desapego de los aficionados a su club de baloncesto de toda la vida a causa de la abundancia y aumento de jugadores extranjeros en detrimento de los nacionales.
— Divertidas anécdotas con George Gervin en su cesión al Manresa.
— En su cesión a Murcia: enamoramiento al conocer a su actual esposa (jugadora chilena de voleibol) y divertimentos con su compañero Ralph McPherson (actor Chewbacca en La Guerra de las Galaxias).
— Enfrentamiento entre Aíto y Maljkovic en su regreso al Barcelona.
— Momentos dulces en Cáceres: participación en la Copa Korac, llamamiento de Lolo Sainz a la selección española, etc.
— Desmayo sufrido en Valladolid, recibiendo un puñetazo en el estómago de su compañero Bobby Martin, dejándolo sin respiración. ¡Y sin penalización para el agresor! ¡Y sus compañeros… todos calladitos! LAMENTABLE… ¡Al igual que en el Barcelona cuando despidieron a Chicho Sibilio (emblema del club!). PENOSO.
— Fracaso en Fuenlabrada, Melilla.
En fin… lo dicho: formidable entrevista.
Chapo, Javier Balmaseda.
Chapó, Jordi Soler.
Y chapó, Jose Montero (por lo contado en la entrevista anterior).
Solemos confundir lamentablemente conversación, entrevista y perfil. A una entrevista, como a un perfil, hay que pedirle cosas que solo un periodista o un escritor sabe hacer. Reflexión, apertura, contexto, cierre, porqué… Me parece la conversación de un aficionado que confunde lo interesado por lo interesante. Con buena voluntad, pero un aficionado. Es este el nivel que requiere un lugar como Jotdown?
100% de acuerdo. Es el estilo habitual del entrevistador, que no me gusta en absoluto. Lo interesante y curioso es ver que todas sus entrevistas terminan plagadas de comentarios, la inmensa mayoría superpositivos.
Conozco la historia de Jordi Soler y pensaba que nunca la haría pública porque es muy fuerte. Afortunadamente Javier Balmaseda y Jot Down lo habéis hecho posible. Está es la entrevista más deseada para los que nos aficionados al baloncesto en los 80. Enhorabuena por el entrevistón
Que entrevista, piel de gallina, q curioso o q cruel, cuando juegas en un «gran club» y te vienen a buscar de pequeño influyen muchas cosas para llegar arriba, algunas lógicas otras muchas de suerte, yo tampoco tuve suerte. Pero por suerte mis padres lo tuvieron claro, a tope con los estudios y a seguir disfrutando del baloncesto pero en casa.
Según ha empezado la entrevista parecía que le costaba contar cosas y abrirse, pero según ha ido avanzando me ha dejado sorprendido por todo lo que ha contado, nada habitual en este tipo de entrevistas, lo de Aito, su salida de Cáceres, los problemas en Murcia y el encontronazo con Boby Martín. No me esperaba que lo contase todo. Una pena todo por lo que tuvo que pasar. Enhorabuena por haber conseguido que Jordi se abra de esa manera. Bravo.
Habéis puesto el nivel muy alto con esta entrevista, difícilmente superable, y eso que Soler no era una estrella.