Boxeo

¿Qué nos quiere decir Mike Tyson con su imagen de estudio Ghibli?

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Imagen publicada por @MikeTyson en X
Imagen publicada por @MikeTyson en X

Traicionando al maestro Miyazaki, sí, pero ha sido conmovedor como cualquiera de sus obras. Cuando ChatGPT ha habilitado su función de dibujar como el estudio Ghilbi, uno de los primeros en unirse ha sido Mike Tyson. Se ha hecho un autorretrato y es precioso.

Es una imagen que contrasta con todo lo que supuso su nombre en los años noventa. En aquella época, escuchar su apellido era pensar en un tren de mercancías pasándole por encima a alguien. La prensa se esforzaba por fortalecer esa idea, se le describía como «peligroso», «animal», «monstruo», «salvaje», «pitbull»… En cambio, su conducta fuera del ring lo retrataba más como un cobarde, un agresor de mujeres.

Nada de eso impidió que encontrase una amplia base de fans masculina. Porque si en algo han desatado los boxeadores negros en Estados Unidos ha sido por desencadenar verdadera neurosis en la población de ese país, una sociedad democrática pero que nunca ha logrado superar las consecuencias de su Guerra Civil. En un deporte tan popular, cuando un afroamericano se situaba en lo más alto, había obsesión por darle un significado, un rol.

Neil A. Wynn, en Deconstructing Tyson, citaba unas palabras de Floyd Patterson en las que se quejaba de que en su oficio, el púgil debe limitarse a morder el protector bucal, apretar los puños y pelear fingiendo que odiaba a su rival. «Hay tanto odio entre las personas que quieren aparentar ser morales, que contratan a boxeadores para que odien en su lugar. Y lo hacemos. Entramos al ring y dejamos que haya odio entre nosotros ¿De qué otra forma podrían negros como Clay o yo, nacidos en el sur, pobres y con poca educación, ganar tanto dinero».

Mike Tyson (Foto: Cordon Press)
Mike Tyson (Foto: Cordon Press)

Pero en ese lance, cuando tenían que enfrentarse a blancos, entraban en conflicto la masculinidad y el racismo. ¿Puede un ser inferior ser más macho que nosotros? Esa es la pregunta que subyacía en todas las persecuciones que sufrieron los boxeadores negros que se salieron de la norma, que trataron de ser independientes. Cassius Clay era un joven educado, que venía de ganar una medalla para Estados Unidos en los JJOO de Roma, pero cuando dejó de mantener un perfil humilde, con declaraciones sencillas y complacientes, y pasó a decir lo que pensaba, se le empezó a percibir como una amenaza. Cuando se convirtió al Islam y se cambió el nombre, como es sabido, cruzó una línea. Patterson siguió llamándolo Clay y, cuando se enfrentaron, Alí le molió a golpes llamándole a él «América».

Decía Eldridge Cleaver, un pantera negra citado por Wynn, que «el ring de boxeo es el punto máximo de concentración de la masculinidad en América, el campo de pruebas a puñetazos de la hombría, y el campeón de los pesos pesados, como símbolo, es el verdadero Mr. América».

Tyson tomó ese título al asalto. En 1986, con solo veinte años logró el título, fue el más joven de la historia en conseguirlo. Hasta entonces, había sido un joven correoso. Creció en Brooklyn y ya había estado preso en 1979, cuando solo tenía 12 años, por robar un bolso. La única forma que tenía de encontrar la paz era cuidando a unas palomas que había en la azotea de un edificio. Iba a verlas, las alimentaba. Eran su mundo, su vía de escape de una realidad muy dura. Por eso, siguiendo la línea de iconos negros del boxeo, Tyson se identificaba más que con nadie con Sonny Liston, que era de Arkansas, pero también había nacido en la pobreza extrema. Había logrado a pesar de ello ser campeón, pero nunca dejó de estar estigmatizado.

Y la encrucijada en la que se encontró Tyson es en que todo su «salvajismo» sirvió para confirmar todos los prejuicios racistas sobre los hombres negros. No solo por sus características de «bestia» sobre el ring, sino porque se divorció después de pegar a su mujer, Robin Givens, recibió varias demandas por agresión y acoso sexual y acabó violando a Desirée Washington en 1991 después del certamen de Miss Black América en Indianapolis.

El juicio paralelo de ese caso llegó a cotas de vergüenza ajena inimaginables. Se cuestionaba la acusación de la mujer porque tenía que ser consciente de lo que era meterse en la habitación de «la bestia» a altas horas de la noche. Que Tyson fuese a intentar satisfacer su apetito sexual como un animal se daba por descontado. ¿Acaso existía la posibilidad de que ocurriera otra cosa? Por otro lado, en su defensa se jugó otra carta ¿No es la mujer negra naturalmente promiscua?

Le cayeron seis años. Salió a los tres por buena conducta y, poco tiempo después, en una discusión de tráfico –reunió multas durante toda su vida- agredió a dos ancianos. El juez dijo que pudo haberlos matado y le metió otro año de cárcel. Dentro de la prisión, agredió a otro recluso. El goteo de noticias era constante. La «bestia» no tenía remedio.

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Mike Tyson de niño

El 29 de junio de 1997, cuando se enfrentó a Evander Holyfield en un combate que se siguió en todo el mundo, se coronó cuando le arrancó la oreja de un mordisco y la escupió en la lona. En el London Times, recuerd Wynn, se comparó la escena con la película Reservoir Dogs.

Poco después, cuando su rival fue Francois Botha, blanco, amenazó con matarlo. Además, recogía todo el subconsciente estadounidense con sus declaraciones, decía: «Hombre blanco, voy a matarte». Esa vez, para la prensa, lo que había ocurrido era una victoria del gueto sobre el sistema. A favor de esta asociación estaba la amistad que le unía a 2Pac, que fue asesinado justo después de un combate de Tyson, para mayor simbolismo.

La diferencia era que Alí se emancipó en el contexto de las demandas de los derechos civiles, Tyson se convirtió en un personaje polémico tras los disturbios de Los Ángeles, recortes brutales de las ayudas sociales, como fue el welfare reform, un desempleo que duplicaba al de los blancos, el inicio de la gentrificación, una nueva forma de segregación, y la «lucha contra la droga», que también tenía un matiz racial. Tyson encarnaba la figura del bad nigger, la máxima expresión de la irreverencia. La escritora Joyce Oates fascinada por él ya en los 80 decía que observándole que parecía ambicionar todo lo que América podía darle, es decir, todo lo que podía negarle.

Porque Tyson nunca ha parado de competir, incluso en esta década ha seguido subiéndose al ring, incluso se puede decir que él ha puesto de moda los combates entre veteranos. Y la vida sigue igual, en 2022 golpeó a un pasajero en un avión, pero el gran matiz llegó cuando apoyó a Trump en las últimas elecciones. Lo dijo en tono amenazante: «Voy a votar por Trump ¿va a hacer algo alguien al respecto?».

En 1988, Trump fue promotor de Tyson, organizó su pelea contra Michael Spinks en Atlantic City, que batió récords de taquilla. El boxeador no guarda mal recuerdo de aquella relación. Mientras estuvo preso, Trump le apoyó y pidió que pudiera seguir boxeando aunque estuviera encerrado. Es curioso que haya imágenes de un combate suyo y que, entre el público, lo estén viendo juntos Trump y Alí, entre otros famosos.

Volviendo al edificio de Brooklyn en el que Tyson se refugiaba con sus palomas, en una ocasión, un chico que abusaba de él, descubrió lo que tenía ahí. Se acercó al nido y cogió una paloma delante de él. El pequeño Mike se puso muy nervioso, le pidió que se la devolviera, pero este chaval lo que hizo fue arrancarle el cuello y tirársela a los pies convulsionando y sangrando. En ese momento, Tyson se lanzó sobre él y le molió a golpes. Aunque el chico era mayor que él, se llevó una paliza. Fue su primera pelea.

Así lo relató él mismo en su autobiografía Undisputed Truth

Me vieron venir y dejaron de agarrar a las palomas, pero Gary todavía tenía una debajo del abrigo. Para entonces, ya se había reunido un montón de gente a nuestro alrededor.

—«Devuélveme mi pájaro» —protesté.

Gary sacó el ave de debajo del abrigo.

—«¿Quieres el pájaro? ¿Quieres el puto pájaro?» —dijo. Y entonces simplemente le retorció el cuello al ave y me lo lanzó, embadurnándome de sangre la cara y la camisa.

—«Pélealo, Mike» —me animó uno de mis amigos—. “No tengas miedo, solo pelea con él»

(…)

Así que decidí: «A la mierda». Mis amigos se quedaron en shock. No sabía lo que estaba haciendo, pero lancé unos golpes alocados y uno de ellos conectó, y Gary cayó al suelo. Wise solía saltar mientras hacía sombra, así que después   de tumbar a Gary, el culo se me puso a dar saltitos. Me parecía lo más cool que podía hacer. Tenía prácticamente a todo el barrio viendo mi momento de gloria. Todos empezaron a gritar y a aplaudirme. Fue una sensación increíble, aunque el corazón me latía con fuerza en el pecho.

El amor por las palomas del pequeño Tyson surgió cuando unos vecinos de su barrio lo adoptaron como chico de los recados. Estaban construyendo un palomar en un tejado y le encargaron cuidarlas. Cuando las palomas aterrizaban en otros edificios, donde no estaba su palomar, el crío tenía que ir, subir y espantarlas para que fueran a su casa.

Mike Tyson de adolescente
Mike Tyson de adolescente

Lo que hacían esos hombres no era nada extravagante en aquel Brooklyn, desde los capos de la mafia hasta los niños del barrio tenían palomas. Tyson recuerda que, con siete años, llegó a ser un verdadero obseso de las palomas:

Aprendí a manejarlas, a conocer sus características. Luego se convirtió en algo en lo que llegué a ser bastante experto, y me enorgullecía ser tan bueno. Todos soltaban sus palomas al mismo tiempo, y el juego consistía en tratar de atrapar las palomas de los demás. Era como las carreras de caballos. Una vez que se te mete en la sangre, no lo dejas nunca. Desde ese día, dondequiera que viví, siempre construí un palomar y tuve palomas.

En alguna ocasión, iba con la ropa manchada de excrementos de paloma y oliendo a ellas. Cuando le veían los demás niños, le ridiculizaban y se reían de él. Eso tampoco le abandonó nunca. Cuando estuvo en la cárcel y no tardaron en aparecer los problemas con otros internos, le insultaban mofándose de su amor por las palomas. En su decadencia, cuando consumía cocaína, llegó a hacerlo solo para estar junto a sus palomas.

Por eso esa imagen que proyecta con la ternura de un Miyazaki (saqueado) encaja con un comentario que hizo cuando lo perdió todo y tocó fondo:

—«Soy rico, Mario»—le dije—. «No tengo reloj, ni dinero, ni teléfono, pero me siento en paz. Nadie me dice ‘ve aquí’, ‘ve allá’, ‘haz esto’. Antes tenía coches que nunca conducía y ni siquiera sabía dónde estaban las llaves. Tenía casas en las que no vivía. Todo el mundo me robaba. Ahora no tengo nada. Nadie me llama, nadie me molesta, nadie me persigue. Esto es la paz. Esto es ser rico, hermano»

A pesar de sus músculos, fue demasiado el peso.

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