
«¡Bueno! ¿y esto? Pero vamos a ver, ¿alguien le puede decir que se esté quieto, por favor?», decía Juan Clavijo en la retransmisión de Eurosport. Habían transcurrido apenas 10 kilómetros de carrera y aún quedaban otros 148 para terminar la quinta etapa del Tour del UAE cuando Pogačar decidió atacar junto a su compañero Damen Novak. Estaba previsto que fuera una etapa tranquila, con un perfil llano, perfecto para el intento de escapada de algún ciclista necesitado de hacer méritos y que terminarían disputándose los sprinters en los últimos metros; pero la osadía del esloveno la convirtió en la más rápida de la prueba disputada en los Emiratos Árabes Unidos, con el pelotón persiguiendo durante 100 kilómetros al grupo del esloveno, hasta que le dieron caza a falta de 40 kilómetros. Porque sí, al final la etapa terminó al sprint, como estaba previsto, pero el arrebato de Pogačar no sentó demasiado bien en el pelotón y varios corredores se lo hicieron saber al llegar a meta.
Se especuló mucho acerca de la motivación de Tadej para desplegar una táctica tan incomprensible. Se habló de que pudiera formar parte de su entrenamiento. Porque no, el Tour del UAE no es la más exigente de las carreras, aunque forma parte del World Tour y tal vez, Pogačar tenía interés en aumentar el ritmo. Se habló también de que pudiera ser una manera de darle brillo a la carrera del principal patrocinador del equipo. Al terminar la etapa, Pogačar contó en rueda de prensa cuál había sido su motivación: «No me gustan las apuestas, pero esta vez sí que había una por medio», explicó.
«En Eslovenia a la tortuga le llamamos Francek y así llamamos a Florian (Vermeersch) dentro del equipo. Antes de la etapa le dije que si ganaba hoy se tenía que tatuar a Francek, la tortuga, en el brazo. Así que esa fue la apuesta. La verdad es que llevaba mucho tiempo sin hacer una». La explicación de Pogačar no ayudó a tranquilizar los ánimos de sus rivales, pero Tadej siguió con ese carácter alegre y despreocupado que tantas veces muestra: «Me lo pasé bien, ha sido un día bonito y hemos conseguido acabar la etapa una hora antes de lo previsto».
Pogačar es un ciclista que disfruta practicando su deporte y tiene unas condiciones que le permiten determinados excesos sin ninguna lógica aparente. El año pasado, por estas fechas, anunció el punto exacto en el que atacaría en la Strade Bianche. Fueron muchos los que se lo tomaron a broma, porque se refería a un punto a 80 kilómetros de meta, pero Tadej cumplió con lo anunciado, atacó en ese punto preciso y se marchó en solitario hasta la meta.
En la pasada Volta a Catalunya, de nuevo junto a su compañero Damen Novak, probaron una escapada inesperada como la del Tour del UAE, pero cuando el pelotón se organizaba para perseguirlos, pararon, se escondieron y volvieron a entrar, discretamente, a la cola del pelotón.
Ciclismo fuera del guión
Este tipo de alardes no suelen ser muy bien recibidos en el pelotón. En un deporte muy exigente a nivel físico, hay ciclistas que prefieren no derrochar el más mínimo esfuerzo. Toman el ascensor para evitar subir unas pocas escaleras andando o prefieren descansar en la habitación de un hotel, en vez de salir y tomar un poco el aire.

En estos casos, los alardes ofensivos del mejor ciclista del mundo, no sientan demasiado bien. Sobre todo cuando obligan al resto del pelotón a un sobresfuerzo inesperado. Cuando pusieron fin a los 100 kilómetros de aventura de Pogačar, el italiano de Movistar, Davide Cimolai, le reprochó su actuación al ciclista esloveno. Pello Bilbao, en un tono conciliador habitual en él, declaró a Marca al día siguiente de la etapa: «soy partidario de que la carrera esté abierta y no me gusta cuando hay equipos que intentan bloquear o intimidan a la gente para que no arranque. Eso me da mucha rabia, pero lo de ayer está un poco en el límite».
Cada etapa de cada carrera está prevista para un determinado desarrollo, para el que se mentaliza y se prepara cada uno de los ciclistas. Luego la etapa puede discurrir de manera más o menos exigente, pero dentro de un guion previsto. Que un ciclista tome la iniciativa y convierta la carrera en algo completamente imprevisto, puede no sentar del todo bien, pero se acepta dentro de los límites de la competición.
La séptima etapa del Tour de 1995, entre Charleroi y Lieja, era apropiada para escapadas en busca de un triunfo de etapa, hasta que, a falta de 25 kilómetros, Miguel Induráin puso la carrera patas arriba. Había escuchado a Manolo Saiz gritar a los corredores de la ONCE: «¡Ahora! ¡Está solo! ¡Hay que reventarlo!». A Miguel le entró un arranque de orgullo y atacó, convirtiendo el resto de la etapa en una persecución entre el pelotón y el ciclista navarro, con Bruyneel a su rueda tratando de seguir el ritmo del gigante.
En meta, el ataque de orgullo de Induráin se tradujo en 25 kilómetros de ritmo frenético y 50 segundos de ventaja frente al resto de favoritos. Para el recuerdo quedó como una de las grandes etapas de Miguel. Al fin y al cabo, aunque se discutió si había sido un ataque apropiado o no, había sacado una ventaja en la general que le ayudó a vestirse de amarillo en la contrarreloj del día siguiente.
También a Bernard Hinault le gustaba romper el guion establecido de alguna carrera. El francés tenía el Tour del 79 ganado cuando, en la última etapa, camino de París, no dudó en responder al ataque de Zoetemelk, segundo en la general a 13 minutos de Hinault. No era necesario responder al ataque, no corría peligro su maillot amarillo, pero Hinault no iba a permitir que el segundo de la general se le escapara. Probablemente, aquel gesto no sentaría demasiado bien a más de un sprinter, privados de la victoria de etapa más deseada por todos ellos, pero dejó la extraña imagen del maillot amarillo entrando ganador en la meta de los Campos Elíseos.
Tres años después, Hinault repitió aquella extraña imagen metiéndose en el sprint del pelotón y sorprendiendo a Sean Kelly. Una vez más, algún sprinter pensaría que se había metido en un terreno que no le correspondía, pero, con la victoria en la mano, terminaba con cualquier posible reproche.

En el caso de Pogačar, la bravuconada tenía difícil aceptación en el pelotón. Se esperaba que fuera una etapa tranquila y el ataque del esloveno obligó al pelotón a un esfuerzo con el que no contaban, en una carrera que no deja de servir como preparación al inicio de la temporada. Además, Pogačar no obtuvo ninguna recompensa.
Ni la victoria de etapa, ni ventaja en la general; que podrían haber justificado el ataque a 150 kilómetros de meta. Esa falta de recompensa, sumado a la explicación del propio Pogačar de que fue consecuencia de una apuesta, dejaron en el pelotón la sensación de que se trató de una frivolidad por parte del esloveno. Al fin y al cabo, el ataque del líder de la general y mejor ciclista del mundo, obliga a responder a todo el pelotón y este tipo de esfuerzos innecesarios no suelen sentar demasiado bien.
Pogačar tiene un carácter amable, también es extremadamente competitivo cuando hace falta, pero necesita rebajar un poco la presión en determinadas carreras. El problema es que, siendo el mejor ciclista del mundo, cualquier decisión que tome tiene consecuencias en el resto del pelotón. Que anuncie su participación o no en una carrera determina la participación de otros ciclistas.
Un ataque suyo cambia el desarrollo de una carrera, altera la jornada en el pelotón y aumenta la audiencia en televisión; igual que ocurre a la inversa si llega a abandonar. Ese es el peso que tiene su presencia después de una temporada pasada de dominio apabullante. La etapa en los Emiratos es una evidencia de ello y un aviso para el corredor. Pero dejémosle que se divierta, que los aficionados también nos divertimos con él.