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La juventud de Lance Armstrong, de las palizas de su padrastro al dopaje

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Lance Armstrong
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No solo la vida del ciclista estuvo llena de mentiras. Linda Armstrong, madre del siete veces ganador del Tour de Francia, Lance Armstrong, también construyó un relato con el que amortizar comercialmente la relación con su hijo. Conforme fueron llegando las victorias en el ciclismo, empezó a reflejar la imagen de una madre coraje, que había criado al hijo ella sola, y había conseguido, contra todo pronóstico, que llegara a la cima de las metas que se había propuesto.

Sin embargo, como los años deportivos de su hijo, había alguna que otra contradicción en el relato. En su autobiografía, No Mountain High Enough: Raising Lance, Raising Me, contaba que a los dieciséis años se había quedado embarazada de Lance, fruto de su relación con Eddie Gunderson, un joven problemático y rebelde. Su versión es que fue abandonada por su familia y que tuvo que sobrevivir sola con su hijo en los barrios más pobres de Dallas. Pero la familia Gunderson, en particular Willine «Mom-o» Gunderson, abuela paterna de Lance, tenía una versión muy distinta.

Willine ha contado que acogieron a Linda cuando fue expulsada de su casa. La adolescente embarazada se convirtió en parte de los Gunderson y encontró en ellos un apoyo que la mantuvo durante el embarazo y los primeros años de vida de Lance. Esta versión no encaja con la narrativa de la madre luchadora que «no tuvo a nadie». Es más, Linda fue esposa de Eddie durante más de dos años y, después de su divorcio, volvió a casarse rápidamente con Terry Armstrong, quien adoptó a Lance.

A lo largo de los años, Linda se ha esforzado por minimizar el papel de todos los que la rodearon. En su versión, los Gunderson apenas jugaron un papel secundario en la vida de Lance, mientras que ella cargó con todo el peso de su crianza. Sin embargo, los Gunderson recuerdan los momentos compartidos con el pequeño Lance, las reuniones familiares y los regalos de Navidad.

Lance Armstrong
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Recuerdan también cómo Linda, después de casarse con Terry Armstrong, cortó todo lazo entre Lance y la familia paterna. Incluso cuando Willine intentó mantenerse en contacto llevando regalos de Navidad, Linda los rechazó, dejando a la abuela con un disgusto importante.

Esta desconexión fue tan profunda que los Gunderson llegaron a perder completamente el rastro de Lance. Durante años, guardaron sus fotos como si fueran reliquias, rezaron por él en su iglesia y esperaron que, algún día, fuera él quien quisiera reencontrarse con ellos. Pero eso nunca ocurrió.

Linda no solo moldeó su narrativa, sino que también exacerbó las historias para generar un impacto emocional que fuera atractivo para los medios, ávidos en aquellos años de historias de superación.

El negocio llegó en conferencias motivacionales, donde contaba cómo Lance iba batiendo récords de niño con una bicicleta prestada y un cortavientos rosa. La mujer hablaba de que procedían de un entorno de pobreza extrema, pero que eso no la impedía acompañar a su hijo a carreras todos los sábados a las siete de la mañana. En cambio, como pudo comprobar la escritora Juliet Macur en Cycle of lies, durante ese periodo Linda no estuvo sola, contó con el apoyo de sus parejas y de sus familiares.

Otra figura clave fue Terry Armstrong, quien le dio su apellido después de adoptarlo. Según todos los testimonios, fue él quien le metió al crío la mentalidad competitiva hasta el extremo. Era un hombre que provenía de un entorno religioso y le inculcó valores férreos basados en una disciplina casi inhumana basada en severos castigos. Todos estos detalles, que son claves para entender al Armstrong ciclista, se omitieron también porque no encajaban bien con la historia que se quería llevar al marketing.

Un ejemplo elocuente de su comportamiento fue lo que ocurrió durante la primera carrera de BMX de Lance. Al caerse y empezar a llorar, Terry se le echó encima: «¡Ningún niño con mi apellido va a rendirse!». Este tipo de detalles fueron los que forjaron el carácter del chaval.

Bajo una supervisión estricta de su padrastro, Lance no solo hacía deporte, sino que vivía en su vida cotidiana con una disciplina militar. Cualquier picia que hiciera u orden que desobedeciera de su padre, le caían castigos físicos. Años más tarde, el ciclista reconoció que todo aquello fue traumático.

Lo que sí que hizo su madre fue adoptar un papel de cómplice del crío. Ella le animaba a que se saltase las normas. Es más, hay testimonios que aseguran que esta protección que ella le daba a su hijo le creó disputas muy agrias con su pareja. En este entorno contradictorio, problemático e histérico, Armstrong fue forjando una personalidad agresiva y un orgullo patológico.

La cuestión es que, tras su divorcio, Linda eliminó la presencia de Terry de todas las biografías. Quedó reducido a «el vendedor». Parece que años después, Terry llegó a enviar documentos a los medios para demostrar que había estado presente en su infancia, pero la historia «oficial» de Linda eclipsó cualquier intento que hiciera. Era, de hecho, mucho más atractiva.

Pero las historias de Terry aportaban mucho más. Por ejemplo, cuando contó que Lance abandonó el fútbol porque no podía soportar los errores de los demás. Y eso fue lo que le condujo a los deportes individuales, donde al menos podía tener el control total sobre los resultados.

Lance Armstrong
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Lance no tardó en destacar. A los 13 años, ganó su primer triatlón y pronto comenzó a competir con adultos, a menudo venciendo a competidores veteranos. Sin embargo, este ascenso estuvo marcado por esa mentalidad competitiva extrema. Sus entrenadores y compañeros recuerdan cómo Lance humillaba verbalmente a sus rivales con frases como: «¿Has venido a perder? Porque no tienes nada que hacer aquí». Esta actitud, aunque efectiva en su carrera deportiva, también alienó a quienes intentaban guiarlo.

Rick Crawford, un triatleta profesional que entrenó a Lance, recuerda que este rechazaba cualquier tipo de autoridad o límite que se le impusiera. El entrenador reconoció su talento, pero también que su relación acabó mal. Era un conflicto constante llevarle. Le pasó tres cuartos de lo mismo a Scott Eder, su siguiente entrenador en triatlón y el que le convirtió en profesional. Mientras tanto, su madre, que no era ajena a esa ambición, falsificó documentos para que pudiera participar en pruebas contra adultos.

El siguiente nombre que apareció en su ascenso fue JT Neal, un masajista deportivo que conoció a Armstrong en 1989 en Texas, cuando este todavía se dedicaba al triatlón. Una prueba de que el relato de Linda hay que cogerlo con pinzas es que fue este hombre quien acogió al adolescente y lo integró en su propia familia por las relaciones tormentosas que tenía en la suya.

No solo le ayudó a convertirse en un profesional, también le sacó las castañas del fuego en momentos como cuando le arrestaban por conducir borracho. Lo que no fue tan protector fue introducir a Armstrong en el dopaje, los ciclistas jóvenes se inyectaban sin control soluciones intravenosas para aumentar su rendimiento y se sometían a tratamientos especiales para convertir sus cuerpos en máquinas de pedalear. De hecho, consciente de lo que había, le construyó un garaje para que estacionase el primer deportivo que se comprase tras triunfar en el deporte.

Cuando Armstrong se unió al Motorola en 1992, el equipo ya contaba con mecanismos para el consumo de sustancias prohibidas perfectamente implementados y en funcionamiento. A Lance no le costó nada incorporarse a esas prácticas, como tantos otros, cayó con el autoengaño tan extendido de que no quedaba otro remedio, si lo hacían todos, era la única forma de competir.

En el Motorola el dopaje estaba tan normalizado que era parte del entrenamiento. Médicos como Max Testa y soigneurs como John Hendershot desempeñaron roles cruciales en la administración de sustancias a los ciclistas, ya sea a través de inyecciones, mezclas personalizadas o instrucciones detalladas sobre el uso de EPO. Se convirtió en campeón del mundo.

Lance Armstrong (Foto: Cordon Press)
Lance Armstrong (Foto: Cordon Press)

Metido en materia, pronto se dio cuenta de quién era el doctor Michele Ferrari y vio que era la pieza clave estratégica para convertirse en el número uno, el médico italiano era conocido como un «creador de campeones». En 1995, Armstrong viajó a Italia para reunirse con él en su oficina en Bolonia.

Ferrari sometió a Armstrong a una evaluación física y quedó impresionado por su potencial, le calificó como un deportista «asombroso». Sin embargo, dejó en claro que para alcanzar niveles superiores de rendimiento, debía seguir estrictamente su plan, el cual incluía un régimen de entrenamiento intensivo y el uso controlado de sustancias dopantes. Nada que no se estuviera haciendo ya en su equipo, pero ahora se iba a realizar mejor. Ferrari le cobró 10.000 dólares por la consulta inicial y acordó que le entregaría el 10% de sus futuros ingresos.

En ese momento, Ferrari ya estaba siendo investigado por las autoridades italianas por fraude y dopaje, estaba en el punto de mira por la mejora inexplicable del Gewiss-Ballan, pero Armstrong pensó que los beneficios eran superiores a los riesgos. No solo le administró EPO, también hormonas de crecimiento y testosterona en calendarios detallados que indicaban cuándo y cómo debía administrarse cada sustancia para maximizar el rendimiento y evitar detección en controles antidopaje. Una información, él como eludir los controles, más valiosa que las propias sustancias.

Los documentos le llegaban a Armstrong por fax a horas intempestivas, para que nadie pudiese detectarlos. Pronto, el rendimiento empezó a aumentar hasta cotas impensables. Empezó a destacar en contrarreloj y escalada. Así fue llegando lo que todos ansiaban: el dinero. Llegaron los patrocinios de Nike, Giro, Oakley y Milton Bradley.

La relación de Armstrong con Linda, fue especialmente complicada durante este periodo. Su madre empezó a notar un distanciamiento emocional con su hijo. A pesar de su éxito financiero, Armstrong no contó con ella para las decisiones importantes, como la compra de su casa en Austin. Pero eso no fue lo peor. Cuando Linda tuvo problemas en su tercer matrimonio, el ciclista se negó a ayudarla económicamente.

En esta época, los testimonios de los amigos del ciclista hablan de un ego subido por las nubes y una total falta de empatía con todo el mundo. Neal y Linda consideraron que igual necesitaba un psicólogo deportivo, porque el trato desagradable y egoísta, meramente instrumental, era común a todos los que le rodeaban, especialmente a sus parejas sentimentales, a las que renovaba con demasiada frecuencia según sus interesess. Armstrong lo rechazó, se había comprado un barco y motocicletas de gran cilindrada y que exhibía en su mansión. Aquí los testimonios de sus amigos recabados por Macur apuntan a que sufría el mal del nuevo rico, solo tenía lujo, pero alrededor sentía  un gran vacío emocional.

Lance Armstrong (Foto: Cordon Press)
Lance Armstrong (Foto: Cordon Press)

Tenía un asistente personal, John Hendershot, que le facilitaba la EPO y la hormona del crecimiento y el calendario con cada dosis para evitar la detección. También le preparaba cócteles de esteroides combinados con diluyentes como aspirina o anticoagulantes, necesarios para evitar problemas como el espesamiento de la sangre.

Muchos ciclistas recurrieron a estos métodos durante años noventa, solo ellos saben con qué brutalidad lo hicieron, pero Armstrong en octubre de 1996 recibió un diagnóstico devastador: cáncer testicular avanzado con metástasis en los pulmones y el cerebro. La noticia llegó tras meses de ignorar señales de advertencia como dolores persistentes, tos con sangre y migrañas intensas. Los médicos le dieron menos del 50% de probabilidades de sobrevivir. En cuestión de días, fue sometido a cirugías y tratamientos intensivos en el Centro de Cáncer de la Universidad de Indiana.

Pronto, todo su entorno de confianza, que en ese momento eran sus cómplices, se hizo la misma pregunta ¿Sería por el dopaje? Su asistente John Hendershot fue uno de los más afectados. Aunque después Armstrong rechazara la idea de que el dopaje fuera la causa directa de su enfermedad, admitió que el uso de hormonas de crecimiento probablemente había acelerado la propagación del cáncer. Hendershot no pudo superarlo. Abandonó el ciclismo en cuanto lo supo. El ciclista, en cambio, tenía otros planes. Pero eso ya es otra historia.

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