Tyler Hamilton ha repasado su carrera deportiva en el podcast Roadman, un recorrido en el que no podía faltar el tema del dopaje, que le obligó a retirarse. La primera mitad de su carrera la hizo como gregario de Lance Armstrong, al que ayudó a ganar los Tour de 1999 y 2000. Luego se convirtió en jefe de filas a las órdenes de Bjarne Riis en el equipo CSC. Ahí dejó una página difícil de olvidar en este deporte, escaparse más de cien kilómetros y ganar la etapa con una clavícula rota. Sin embargo, en los años siguientes, empezaron a llegar los positivos y las revelaciones de la Guardia Civil en la Operación Puerto no hicieron más que confirmarlos.
En esta entrevista, Hamilton no niega nada, sino que pone fecha a sus inicios con el dopaje. Todo comenzó en España en 1997, dice, cuando un médico del equipo le dio una pastilla de testosterona, pero lo hizo con engaños: «Dijo que era para cuidar mi cuerpo, que no era dopaje, que era por mi salud». En ningún momento se planteó si estaba bien o mal, solo tenía claro que no quería revolucionar el equipo oponiéndose a algo que le estaba recomendando el médico. Se limitó a obedecer: «Lo único que quería era no causar problemas».
Antes de ese día, el pelotón se burlaba del U.S. Postal: «No fuimos recibidos con los brazos abiertos». Los tomaban por advenedizos estadounidenses y se reían de ellos: «El pelotón nos daba muchos problemas, le gustaba divertirse a costa del equipamiento que llevábamos». La llegada a sus filas de Adriano Baffi y Viatcheslav Ekimov subió su nivel en 1997, pero ese fue el mismo año en el que empezaron a doparle a él. Sin embargo, recuerda que el ascenso del equipo sorprendió a todos: «Creo que con el tiempo les demostramos que estaban equivocados».
Más adelante, ya empezó a pensar sobre lo que estaba haciendo con las pastillas, pero ya era tarde. El médico le había introducido en el dopaje lentamente. Cuando se quiso dar cuenta de lo que estaba haciendo, ya estaba dentro: «Primero te lo tomas y luego, más tarde, piensas en las consecuencias». Después ya no fueron pastillas aparentemente inofensivas, sino que pasó a las inyecciones: «Ahí sí que sentí que estaba dando un paso más».
Al principio, las inyecciones fueron subcutáneas, a él le parecía extraño, pero se fue acostumbrando. El siguiente escalón fueron las autotransfusiones. Ahí ya tuvo que empezar a hacer viajes clandestinos para poder seguir el procedimiento. Ponía en peligro su salud, reconoce, pero lo peor fue psicológicamente: «Las odiaba, estuviera la sangre entrando o saliendo. Estás ahí sentado y, simplemente, piensas ¿Qué estoy haciendo? Esto es una locura». Aquello acabó con su moral: «Me sentía muy… sucio. Sucio».
El escándalo Festina de 1998, con el punto de mira puesto en Richard Virenque, hizo que aumentara la vigilancia y las prácticas dopantes, al empezar a carecer de una impunidad como la que habían tenido, tuviesen que pasar a la clandestinidad, lo que hizo que fuesen más peligrosas. Hamilton recuerda cómo antes de 1998 las sustancias se distribuían entre el equipo sin ningún tipo de problema o cortapisa, pero luego todo pasó a realizarse a escondidas: «Después de 1998 todo pasó a ser oculto y empezó a ser extremadamente peligroso desde esa fecha».
Los médicos les daban las indicaciones, pero los ciclistas tenían que conseguir las sustancias y consumirlas por sí mismos: «Pasó de estar administrado por el equipo a que solo nos guiasen en la dirección correcta, pero tenías que encargarte tú mismo».
Además, las agujas empezaron a circular porque, a partir de 2000, empezaron los controles para detectar EPO de forma efectiva: «Antes de ese año, no había test para EPO, te la podías tomar cinco minutos antes del control». Con los cambios, Hamilton revela que los médicos fueron los que les advirtieron de la nueva situación: «Nos pidieron que tomáramos menos… y es ahí donde el dopaje sanguíneo entró en juego». Estos cambios y la necesidad de tener que planificar su propio programa de dopaje donde más le repercutieron fue en la salud mental: «El estrés aumentó a otro nivel, sin duda».
Los viajes clandestinos que menciona le llevaban ni más ni menos que a España, donde el know how del dopaje, traído desde la RDA, estaba a la orden del día. Dice que venía forma clandestina e insiste en que lo detestaba: «Hacía esos vuelos secretos para ver a este tipo que me conocía… lo odiaba profundamente».
Al igual que le ocurrió a Floyd Landis, que estuvo al lado de Armstrong, tener que vivir ocultando lo que hacía le comió la moral y la autoestima. Hamilton confiesa que se sentía atormentado: «Desde el primer día en el que empecé a doparme, en la primavera de 1997, hasta el final de mi carrera, siempre me molestó hacerlo, no podía soportar tener esa doble vida».
Los síntomas de ese estado depresivo se manifestaron en forma de ansiedad e insomnio. «Me pasaba la noche pensando sobre las consecuencias, ya sabes, mirando al techo, normalmente entre las dos y las tres de la mañana». Pero no estaba pensando realmente en su salud ni en la competición. Su siguiente respuesta le delata, se refiere al pánico a ser descubierto, que es muy distinto.
Hamilton describe cómo vivía con un miedo constante a ser descubierto en cualquier momento como miembro de una red de dopaje. Nunca podía librarse del miedo, le seguía constantemente: «¿Cómo no va a descubrirse nuestro secreto? Pensar en eso me tenía aterrorizado». Cuando explotaba un escándalo, los implicados caían como moscas: «Un minuto estás compitiendo contra alguien de Festina, y al minuto siguiente lo ves en televisión esposado en una comisaría de policía francesa».
Darle vueltas a cuándo iba a estallar todo el escándalo le hacía vivir en una tensión continua: «Estuve petrificado hasta que, al final, efectivamente, todo salió a la luz». Al final, se convirtió en una persona extremadamente egocéntrica, reconoce: «tienes que estar tan centrado en ti mismo, en tu salud, tu peso y tu dieta, que todo lo demás queda en segundo plano». Los ciclistas se aislaron unos de otros, recuerda, se dejaron de hablar, ya no podían confiar entre sí ni compartir abiertamente cuáles eran sus métodos.
El conflicto moral era algo que era capaz de apartar en su propia cabeza, le daba menos problemas que el miedo a la ley. «Te arremangas, te esfuerzas un poco más y, si tienes conciencia, la metes al fondo de tu mente». Tenía que justificarse continuamente para poder salir adelante, racionalizar lo que estaba haciendo, aunque no tuviera mucho sentido, peo en caso contrario era difícil poder lidiar con el conflicto ético y emocional que implica mejorar el rendimiento de forma insalubre e ilegal.
En este punto surge la excusa más habitual, la misma que ha estado difundiendo Jan Ullrich este verano. Todos lo hacían. En su caso, Hamilton dice que la presión para ser competitivo en un entorno en el que todo el mundo se estaba dopando fue lo que le «obligó» a seguir haciéndolo. Para estar al pie del cañón, no tenía más remedio que hacer lo mismo que estaban haciendo sus rivales: «Pensaba: ‘esto es lo que necesito para competir, si no, los otros también lo están haciendo, así que tengo que hacerlo».
El proceso de autojustificaciones, explica, le llevó a creer que no tenía otra opción. Era un sistema: «En ese momento el deporte no era muy permisivo con los que querían mantenerse limpios». De hecho, su sensación era que el fenómeno era colectivo y que, poco a poco, se había instalado en todo el pelotón: «Lentamente, lentamente, el dopaje fue creciendo lentamente».
Cuando le pillaron, en 2004, no por esperado el golpe fue menos doloroso: «La vida se me vino abajo, de verdad, la vida se me vino abajo». Al principio, su salida fue la más frecuente: la omertá. Confiesa que pensaba que ese era su deber: «Incluso después de que me pillaran, me mantuve en silencio, pensaba que estaba haciendo lo correcto. Estaba decidido a llevarme los secretos a la tumba».
Esta actitud intransigente y firme por su parte duró lo que tardó Jeff Novitzky, agente del FBI, en llamarle por teléfono. En ese momento se sintió acorralado y no le quedó más remedio que enfrentarse con la verdad: «Estaba al borde de un precipicio, solo podía decir la verdad o saltar, pero decidí retroceder».
En cambio, sincerarse, para su sorpresa, fue un descanso. Sentarse durante horas en Los Angeles a largar delante del Gran Jurado Federal de Estados Unidos le sentó de maravilla. Le hizo sentirse liberado: «Esas siete horas posiblemente hayan sido el mayor alivio que he tenido». Ahora siente que, gracias a que le cogieron, es mejor persona: «Probablemente, fue una de las mejores cosas que me han pasado, de verdad».
Los años que vinieron después, de todos modos, fueron una travesía en el desierto: «Fue una década muy dura, muy difícil, muy difícil; una década muy difícil, sin duda». En todo ese proceso llegó a arrepentirse de lo que había hecho con anterioridad, pero considera que es fundamental difundir todo lo que ocurrió: «Es muy importante no olvidar lo que pasó». Comenta que actualmente trata de hablar con los jóvenes todo lo que puede y que, afortunadamente, hoy el ciclismo ha cambiado mucho con las políticas de limpieza y transparencia.
Pese a justificarse con el todos lo hacían, Hamilton ahora considera que tuvo varios momentos en los que surgió la oportunidad de tomar una nueva dirección y dejar de doparse, pero no lo hizo: «Ojalá hubiera tomado esa decisión, incluso uno o dos años después». Además, ya no guarda rencor al sistema corrupto que le metió en esa tesitura: «Los he perdonado, y a mí mismo, hace mucho tiempo».
Así se llega a un nombre y un apellido claves en toda esta historia: Lance Armstrong. Dice que, aunque tuvo problemas con él, ya no tenía ningún resentimiento hacia él y le desea lo mejor a él y al resto de compañeros del equipo: «Estoy con él, no le guardo ningún rencor. La vida es mucho mejor cuando perdonas».
Incluso le comprende: «Lance pasó por muchas cosas en su vida cuando era joven que yo no conocía, sufrió acoso por parte de su padrastro. Cuando comprendí todo eso, sentí empatía hacia Lance, y entendí los movimientos que hizo». De hecho, cree que él tomó el mismo camino: «Sé que hoy está arrepentido de muchas de las cosas que ha hecho». Para rematar, se alegra de que Armstrong y Ullrich hayan vuelto a verse porque «tienen mucho que aportar al deporte si se lo permiten».