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La tradición de la primera noche de NBA, la tradición de quedarte dormido

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Stephen Curry, Anthony Davis y LeBron James , de la NBA, se echan unas risas (Foto: Cordon Press)
Stephen Curry, Anthony Davis y LeBron James , de la NBA, se echan unas risas (Foto: Cordon Press)

Se podría decir que mi relación actual con la NBA es complicada. Por lo que sé, así suelen ser las relaciones a distancia. No es que haya dejado de quererla, no es eso. Lo que pasa es que la vida te lleva por otros caminos y te dejas arrastrar por esas extrañas fuerzas que te acorralan.

Llega un momento en el que lo familiar y lo laboral es incompatible con las madrugadas de partidos y las mañanas de quedarte en la cama. Lo puedes estirar durante un tiempo, pero a la larga es inútil resistirse: al final, de alguna manera, te rindes y te convences de que eso -la NBA, la droga o la Play- ya no te gusta tanto como antes te gustaba.

Lo de rendirse es sin duda bueno para tu salud, para tu cuenta bancaria y para que no te deje tu novia. Rendirse es lo correcto, pero aún asoman algunos momentos del año en los que el cuerpo te pide un homenaje, un guiño al pasado heroico, un brindis por los viejos tiempos. El comienzo de la temporada en la NBA es uno de ellos.

No lo puedes evitar: se acerca la jornada inaugural y te pica todo. Comienzan los drafts en la fantasy y jugar en cuatro ligas te parece poco. Buscas la guía de Gigantes y solo necesitas oler el papel para que asome la lagrimita por el ojo. El algoritmo colabora ofreciéndote documentales en cualquier plataforma. Hasta los jugadores te ayudan: Lebron no se retira para que neguemos la realidad y pensemos que vivimos aún en 2008.

Y por fin llega el día. Doña Jornada Inaugural. Por la mañana tienes dudas, pero a medida que avanza la tarde te vas viniendo arriba poco a poco. Mientras apuras el Multichampions tomas la gran decisión. Piensas que igual no estás tan cansado, que igual el partido de Phoenix contra los Warriors no lo ves, porque es muy tarde y no llegas, pero quedarte hasta el Nuggets-Lakers de la 1.30 no es para tanto.

Piensas que no sería la primera vez que funcionas después de dormir 4 horas. Piensas también que podrías dejar al niño en el colegio y volver a la cama a dormir otra media hora crucial, antes de encarar el trabajo. Piensas que te lo debes, que te estás portando muy bien desde el verano. Piensas incluso que se lo debes a Montes y a Daimiel, por tantos años de gozo, y repites mentalmente «bienvenidos al curso baloncestístico 2023/24».

Así que aguantas. Coges algo de la nevera, coges algo de la despensa y te encastillas en el sofá a lo largo. En el programa de resúmenes de la Champions aparecen varios exfutbolistas comentando jugadas, demostrándote implícitamente que ya no estamos en 2008, pero no te das por aludido y dejas la mente en blanco. Tampoco ayuda luego el programa de Broncano, porque la invitada de La Resistencia es Melody, cuidado, la antigua niña prodigio que ahora de niña tiene poco, y ahí ya no cuela de ninguna manera lo de Lebron y 2008. Ahí algo hace clic, con Melody. Ahí un puño te golpea el hígado. Ahí empieza la cuesta abajo.

Como sea, llegas a la hora del partido boqueando. Ves a Guille y a Daimiel y te alegras como si encontraras en un after a dos amigos que se hubieran perdido en otro antro. La euforia dura poco, sin embargo. Empieza el partido, ves un par de canastas, pestañeas y resulta que ya están jugando los Warriors, y son las cinco y te duele un brazo.

La tradición del primer partido de la NBA se convierte en la tradición de quedarte dormido en mala postura y despertarte babeando y aturdido. Destrozado, caminas hacia la cama pensando que no pasa nada, que lo has intentado aunque hayas perdido. Que no se puede ganar siempre. Que por lo menos aún no te has hecho runner. Que ya tienes material para un artículo, porque te vas a la mierda, pero cobrando.

Un comentario

  1. Amén hermano, a mi el no ser padre me da más chances pero suscribo lo que escribes, ese espíritu Montes/Daimiel, esos primeros acordes de «Sirius» – The Alan Parsons Project… nada puede ser lo mismo, y está bien que así sea. Tampoco lo es ya la propia NBA, que planea una cierta decadencia, directamente proporcionalmente a la nuestra, esa que ya nos permite sentir, si acaso, cierta condescendencia paternalista por los siguientes trasnochadores.

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