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La última final Lakers-Celtics, cuando Gasol dejó de ser «Gasoft»

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Nadie esperaba a los Boston Celtics, pero la historia de la NBA es una sucesión de temporadas en las que nadie esperaba a los Celtics y los Celtics siempre acababan apareciendo, a menudo llevándose el título. Su curso 2009/2010 había sido el de un equipo en declive, lo normal cuando tus tres estrellas, Paul Pierce, Kevin Garnett y Ray Allen, tienen treinta y dos, treinta y tres y treinta y cuatro años respectivamente.

Después del título de 2008, en el que arrasaron de octubre a junio sin miramientos, el equipo daba muestras de agotamiento y Doc Rivers tenía que jugar sus bazas desde el banquillo con un mimo absoluto para no saturar a sus jugadores.

De hecho, la liga regular la acabaron con cincuenta victorias peladas, dieciséis menos que en 2008. Ganaron su división, sí, pero solo porque nadie más superó el cincuenta por ciento de victorias y solo los New Jersey Nets (40-42) lucharon hasta el último momento por meterse en los play-offs.

En el total de la conferencia solo pudieron ser cuartos, por detrás de los Cavaliers de LeBron James (61-21), los Magic de Dwight Howard (59-23) y los Hawks de Joe Johnson (57-25). Los promedios de sus big three bajaron radicalmente, de hecho ninguno superó los veinte puntos por partido, pero aún había muchas esperanzas puestas en Rajon Rondo, Kendrick Perkins resultaba un defensor fiable y desde el banquillo tanto el veterano Rasheed Wallace como los solventes Tony Allen, Glen Davis, Marquis Daniels o Eddie House cumplían su labor.

En primera ronda de play-off, los Celtics pasaron por encima de los Miami Heat y se citaron con los Cleveland Cavaliers en semifinales de conferencia. Aquel era el último año de LeBron James en su estado natal y la verdad es que, quitando la final de 2007 en la que fueron barridos por los Spurs (0-4), el resto de su estancia había rozado la decepción.

De James se decía lo típico de todas las estrellas que están a punto de serlo: sí, juega muy bien, decide partidos, pero no hace mejor a su equipo y se viene abajo en los momentos decisivos. El año anterior, Cleveland había caído en la final de conferencia ante los Orlando Magic pese a ganar sesenta y seis partidos en liga regular, una auténtica barbaridad.

Los Cavaliers eran favoritos, por supuesto, pero los Celtics tenían ese aire a perro viejo del que siempre hay que desconfiar. Boston ganó el segundo partido en Cleveland para recuperar el factor cancha, pero la alegría duró solo un encuentro, lo que tardó LeBron James en marcarse treinta y ocho puntos en el TD Garden y colocar la eliminatoria 2-1.

A partir de ahí, el apagón. Cuando todo volvía a la normalidad, Cleveland se vino abajo. Con un Rondo espectacular (veinte puntos y doce asistencias por partido en la serie), los Celtics ganaron en casa el cuarto, vencieron en Cleveland por más de treinta puntos de ventaja y finiquitaron la eliminatoria en Boston pocos días después.

En la final de conferencia, de nuevo con el factor cancha en contra, se pusieron 3-0 para empezar, con un excelso Paul Pierce. Los Orlando Magic, al borde de la descomposición definitiva, se acercaron al 3-2 pero no pudieron llegar más lejos. Contra todo pronóstico, los Celtics llegaban a su vigésimo primera final de la NBA.

Teniendo en cuenta que habían ganado diecisiete de las anteriores veinte, había motivos para el optimismo. Reencontrarse con los Lakers, dos años después de haberles humillado en la final de 2008, solo podía ser, en principio, una buena noticia.

El dudoso camino de los Lakers a la final

Ahora bien, los Lakers eran los vigentes campeones de la NBA y eso merecía un respeto. Cualquier equipo que tenga a Phil Jackson en el banquillo merece un respeto, sea el que sea. Más allá de la embarazosa derrota de 2008, cuando los Lakers parecieron unos niños frente a los hombres de Boston, el complejo de la franquicia venía de muy atrás.

Hasta once veces se habían enfrentado en una final, con nueve victorias para los de Boston, incluyendo las primeras ocho seguidas, de 1959 a 1984. Solo Magic Johnson había sido capaz de dar la cara y derrotar a los Celtics de Bird en 1985 y 1987. El pánico estaba servido.

Por otro lado, tampoco había sido una temporada fácil para los Lakers. Con la rodilla de Andrew Bynum dando problemas un año más, Pau Gasol se tuvo que acostumbrar a jugar de pívot puro, algo a lo que no estaba habituado en los Grizzlies ni en la selección española, especialmente bajo su aro. A pesar de la excelente defensa sobre Dwight Howard en las finales de 2009, el mito de «Ga-soft» estaba aún muy presente en la prensa estadounidense.

Gasol en 20’13 (Foto: Cordon Press)

Desde su llegada a la NBA en 2001, Gasol había sido rookie del año, all-star, había convertido una franquicia perdida como la de los Grizzlies en un habitual de los play-offs y se había coronado a los veintinueve años con su primer anillo. No bastaba.

Para muchos, Gasol seguía siendo una lacra en defensa, un tipo demasiado alto para coger tan pocos rebotes, que no valía para enfrentarse a tipos más duros y fuertes. Tampoco parecía fiable en los momentos decisivos. Que su solo fichaje a mitad de la temporada 2007/2008 llevara a los Lakers de ser un buen equipo a ser finalista de la NBA no se acababa de valorar lo suficiente.

En cualquier caso, los Lakers seguían siendo el equipo de Kobe Bryant. Todo pasaba por sus manos y él no tenía dudas en lo que respectaba a Pau. El resto de la plantilla parecía calcada a las habituales de Phil Jackson en sus distintos equipos: mucho jugador de complemento, algunos con más talento, como Ron Artest, que sustituía a Trevor Ariza en la posición de alero, o Lamar Odom, una garantía en cualquiera de los puestos interiores, y otros con más empeño que otra cosa como Farmar, Vujacic, Brown, Walton, Powell o Mbenga. Al frente de las operaciones, con treinta y cinco años ya cumplidos, el eterno Derek Fisher.

El añadido de Bynum para la fase final les daba un punto extra y, de hecho, se notó en la primera ronda ante los Thunder de Durant, Westbrook e Ibaka. Kobe apenas tuvo que esforzarse, con veintitrés puntos por partido.

Gasol se fue a los dieciocho puntos, doce rebotes y casi cuatro asistencias. La eliminatoria duró seis partidos. Aún más fácil fue el choque contra los Jazz en semifinales de conferencia: apenas cuatro partidos, de nuevo con un Pau Gasol estelar: más de veintitrés puntos y catorce rebotes a sumar a los casi cuatro tapones por encuentro.

El último escollo antes de la final eran los Phoenix Suns, el equipo de Steve Nash y Amar’e Stoudemire.

De Nash poco hay que decir, con recordar que fue MVP de la liga en los años 2005 y 2006 debería bastar. Los Spurs se cruzaron en su camino al anillo. El problema para los Lakers era Stoudemire y eso no daba buenas sensaciones de cara a la final: jugador explosivo muy marcado por las lesiones, Stoudemire se comió a todo el juego interior angelino, tanto a Gasol como a Bynum y en menor medida a Odom, un jugador cuya inteligencia dentro de la cancha excedía con mucho la que demostraba fuera de la misma. Los dos primeros partidos, jugados en el Staples Center, fueron dos victorias fáciles de los Lakers.

Los dos siguientes, sin embargo, fueron para los Suns: en el tercero, Stoudemire se fue a cuarenta y dos puntos y once rebotes. En el cuarto, se quedó en veintiuno y ocho, pero el juego coral de los de Phoenix permitió que toda su colección de segundos espadas destacara: Nash, Frye, Barbosa, Richardson y Dudley superaron los diez puntos de anotación, cifra que no alcanzaron por los pelos el veteranísimo Grant Hill, Goran Dragic, Lou Amundson y Robin López.

El quinto encuentro de la serie iba a ser el decisivo, como siempre, y todo parecía decidido cuando los Lakers se adelantaron 74-56 a falta de tres minutos para el final del tercer cuarto. Sin embargo, los Suns empezaron a meter los triples, Nash sacó de nuevo su nivel MVP apoyado por un sorprendente Channing Frye y, a falta de dos minutos, una nueva canasta del imparable Stoudemire dejaba el partido en 95-94 para los Lakers.

Con 101-98 y veintiún segundos por jugarse llega la jugada clave: los Suns se lanzan al que parece que va a ser el último ataque. Nash se juega un triple pero falla. Coge su propio rebote y se la pasa a Richardson, que vuelve a fallar. Con menos de cuatro segundos, el balón cae en las manos de Frye que se la pasa de nuevo a Richardson, para que, esta vez sí, a tabla, anote el triple que empata el partido: 101-101 y 3,5 segundos por jugarse.

Jackson pide tiempo muerto y ordena una jugada para que lance Kobe Bryant a falta de dos segundos. El tiro es malo, muy forzado, pero Ron Artest consigue hacerse con el rebote y lanzar el balón arriba, casi sin tiempo, un poco a lo que salga. La pelota toca el tablero y cae en la canasta. Victoria de los Lakers, que sellarían su pase a la final días más tarde en Phoenix, con treinta y siete puntos de Kobe.

La hora de la venganza para Pau Gasol

Lakers contra Celtics. Solo decirlo ya le pone la piel de gallina a cualquier buen aficionado a la NBA. Los campeones de 2009 contra los campeones de 2008. Su segunda final en tres años, la decimosegunda en la historia de la NBA, el duelo más repetido.

Puede que los Lakers tuvieran un equipo más joven y el factor cancha a favor, pero los Celtics venían embalados, superando sin demasiados problemas a verdaderos equipazos y con la intención de subir un grado defensivo la temperatura del Staples Center.

Era una serie soñada para todos, pero sobre todo para Pau Gasol. Sabía que no podía permitirse otra actuación catastrófica como la de 2008. En juego no estaba solo su segundo anillo sino probablemente su reputación para los años venideros.

¿Era uno más de esos europeos blanquitos que se venían abajo en cuanto un chico del barrio le ponía en su sitio o era de verdad un campeón con todas las letras? Los números de Gasol en play-offs apuntaban a lo segundo —rondando los veinte puntos y diez rebotes por partido— pero su incapacidad para frenar a Stoudemire había levantado dudas.

Aparte, los Lakers tenían que decidir qué hacían con Bynum. Obviamente, el estado de su rodilla le alejaba de su mejor versión. Aunque seguía siendo el titular, poco a poco Lamar Odom le fue adelantando en minutos en cancha. La conexión entre Odom y Gasol era mejor en ataque y Lamar compensaba su escasez de centímetros con un mejor entendimiento del juego, y, en particular, de los ajustes defensivos y el famoso triángulo ofensivo de Phil Jackson.

Como dos años atrás, los dos grandes equipos de la NBA se daban cita en la final. Esta vez, sin embargo, la serie empezaría en el Staples Center, con victoria para los Lakers por 102-89 en un partido en el que Gasol solo descansó un minuto y medio, anotando veintitrés puntos y catorce rebotes a sumar a los treinta de Kobe Bryant.

Enfrente, poca historia. Los Celtics apenas se mostraron combativos, lastrados por las faltas de Ray Allen y Paul Pierce y por su poco acierto en el tiro exterior (1/10 en triples). Tres días después, la historia sería bien distinta: Ray Allen metió ocho triples para un total de 11/16, Rondo logró un triple doble y los Celtics dominaron de principio a fin pese a una pequeña pájara en el tercer cuarto. Los veinticinco puntos de Gasol no sirvieron para evitar que la eliminatoria quedara igualada rumbo a Boston.

Por entonces, las finales se jugaban con un extraño formato 2-3-2, es decir, un equipo jugaba de local los dos primeros y los dos últimos partidos mientras que el otro hacía de anfitrión en los tres intermedios. Siempre me pareció que era una fórmula especialmente injusta: el, en teoría, peor equipo no solo jugaba un partido menos en casa que su rival, sino que, además, para hacer valer su ventaja de cancha tenía que ganar tres partidos seguidos, algo que, a este nivel, era realmente complicado.

Ahora bien, si lo conseguían, si los Celtics lograban ganar esos tres partidos seguidos, se llevarían el título… y la última vez que ambos equipos habían jugado un encuentro de las finales de la NBA en el TD Garden el resultado había sido 130-92.

La fortaleza mental de los vigentes campeones se medía en un partido llamado a marcar el resto de la serie: los Lakers, en su tercera final consecutiva, no se vinieron abajo y empezaron pisando fuerte, basándose sobre todo en su trío ofensivo Kobe-Gasol-Odom. Al poco de empezar el segundo cuarto la ventaja se fue a los diecisiete puntos (20-37) y, pese a los arreones de los Celtics, no bajaría de los doce al descanso, gracias en parte a un renacido Andrew Bynum.

En la segunda parte, los de Boston llegaron a colocarse varias veces a solo dos puntos de sus rivales; la última, a falta de dos minutos para el final del partido, con una canasta de Kevin Garnett que ponía el 80-82 en el marcador. Ahí se quedó la cosa: Derek Fisher anotó su típica canasta decisiva con tiro libre adicional —metió once puntos en el último cuarto— y Kobe Bryant se encargó de matar el partido: 84-91 para los Lakers y la garantía de que la serie volvería a Los Ángeles.

El cuarto partido fue una pesadilla para los Celtics, de la que salieron gracias a la sorprendente actuación de Glen Davis, un hombre que siempre le causaba problemas a Gasol. Hizo falta que los locales anotaran treinta y seis puntos en el último cuarto para remontar las primeras ventajas de unos Lakers ya entregados definitivamente a Odom en el juego interior.

Con 2-2 en el total de la eliminatoria, el quinto partido se antojaba de nuevo decisivo y esta vez los Celtics se sintieron más cómodos manejando la presión: entre Pierce, Garnett, Rondo y Allen anotaron setenta y cinco de los noventa y dos puntos del equipo y consiguieron que los Lakers cayeran en la vieja trampa de darle todos los balones a Bryant.

Gasol en 2011 (Foto: Cordon Press)

Kobe acabó con treinta y ocho puntos y unos buenos porcentajes, pero nadie le acompañó: Gasol fue el único que pasó de los diez puntos y por poco, se quedó en doce. Los Celtics se adelantaban 3-2 y el «momentum» había cambiado por completo de bando.

Se masca la tragedia en el Staples Center

Sin ser malos, los dos partidos de Boston habían sembrado dudas acerca de la fiabilidad de Pau. El primero, por su incapacidad de cerrarle el aro a un jugador tan limitado técnicamente como Davis. El segundo, por su poca participación en ataque y sus malos porcentajes.

Con todo, estaba claro que esta final se iba a ganar a la manera de los Celtics, es decir, en defensa. Si los Lakers querían vencer no podían permitirse esos parciales de 8-0 o 10-0 en pocos minutos que rompían los partidos a favor de los de Boston.

En ese sentido, el sexto partido fue un ejemplo de lo que había que hacer: los de Phil Jackson bajaron el culo y dejaron a los de Rivers en treinta y un puntos en la primera mitad. El partido ya estaba roto por entonces, 51-31, pero ninguno de los dos equipos quiso dejarse ninguna bala en la recámara.

Incluso con 78-51 en el marcador, Jackson mantuvo a Gasol, que se quedó a una asistencia del triple doble, y a Kobe en el partido. Tampoco tuvieron demasiado descanso ni Allen ni Garnett ni Pierce. Nadie quería relajaciones, aunque los Celtics solo consiguieron reducir la ventaja a veintidós puntos (89-67).

Y así se llegó al último partido de la serie. Ganar un séptimo encuentro fuera de casa en una final era una heroicidad. En toda la historia de la NBA solo había sucedido tres veces, el problema es que dos las habían protagonizado los Celtics… y la más sonada había sido precisamente contra los Lakers en 1969, cuando todo estaba preparado para la celebración, globos y orquesta incluidos, y el equipo de Wilt Chamberlain y Jerry West se vino abajo.

De hecho, la mística de los Celtics con los séptimos partidos ha formado siempre parte de su leyenda: hasta siete de sus diecisiete títulos habían llegado tras ganar el partido definitivo, cuatro de ellos ante los Lakers.

Nunca habían perdido un séptimo encuentro. Y para más inri, los Lakers solo habían ganado uno desde que se mudaron de Minneapolis a Los Ángeles: en 1988, contra los Detroit Pistons en el Forum de Inglewood.

Por todos estos motivos y por la supuesta ventaja mental de los Celtics, la mayoría de expertos daban a Boston como favorito… y poco tardaron los de verde en darles la razón: en un primer cuarto horrible, lleno de fallos, de nuevo la aparición de Glen Davis fue decisiva para que los visitantes pasaran de perder 11-10 a ganar 14-23 al final del periodo, culminando el trabajo de su compañero Rasheed Wallace en los primeros minutos.

La empanada de los Lakers era de época y como ni Kobe ni Pau parecían capaces de sacar adelante al equipo, tuvo que ser Ron Artest el que se pusiera los galones. Creo que eso lo dice todo del grado de desesperación de los locales.

Canasta tras canasta del díscolo alero angelino, los Lakers remontaron los nueve puntos y se colocaron dos arriba (25-23). Tuvieron a los Celtics casi cinco minutos sin anotar un solo punto, pero cuando lo hicieron el tiovivo dio de nuevo la vuelta: del 25-23 al 31-38 para acabar la primera mitad con una ventaja de seis puntos, 34-40.

Gasol paliaba sus fallos en ataque (apenas seis puntos) con una gran intensidad bajo los aros (diez rebotes), de Kobe se sabía más bien poco, por no hablar de Bynum, Fisher, Odom y compañía.

Fiarse toda la temporada a Artest parecía una receta perfecta para la derrota y mucho más cuando los Celtics aprovecharon otra sequía anotadora para ponerse trece puntos arriba (36-49), rondando los diez de ventaja durante todo el tercer cuarto, siempre cerca de romper el partido en cualquier momento y, con el partido, la final.

Sin embargo, los Celtics perdonaron y los Lakers lucharon como nunca. Gasol añadió cinco puntos y cuatro rebotes, para un total de once y catorce, y por un momento pareció que Odom salía de su letargo. Un arreón final les acercó a solo cuatro puntos al final del periodo (53-57), pero el silencio del Staples Center y el 4/19 en tiros de campo de Kobe Bryant no auguraban nada bueno.

Sasha Vujacic y Ron Artest, los héroes improbables

Solo que, de repente, los Celtics empezaron a parecer viejos y cansados. Su demoledor juego interior parecía echar de menos al lesionado Kendrick Perkins, una pieza clave en aquel equipo por su energía defensiva. Sin Perkins, Gasol se hizo el dueño del partido a base de coger rebotes en ataque o simplemente palmearlos en dirección a algún compañero.

Rondo ya no era el jugador explosivo, capaz de correr el contraataque y cargar el rebote en ataque, de la primera mitad, Pierce y Allen volvían a estar fallones y solo la garra de Kevin Garnett mantenía a los Celtics por delante.

Aquello, sin embargo, no podía durar. A falta de piernas, los Celtics optaron por defender con las manos, concediendo demasiados tiros libres a su rival. Hasta treinta y siete veces fueron los locales a la línea en todo el partido y no siempre los iban a fallar.

Con 61-64 en el marcador y a falta de seis minutos, Gasol volvió al poste bajo, echó atrás a Garnett y cuando vio llegar la ayuda de Rondo se la dio a Fisher para que anotara uno de sus triples bombeadísimos. Empate. Menos de un minuto después, una canasta forzadísima de Bryant daba a los Lakers su mayor ventaja del partido: cuatro puntos.

Gasol en 2012 (Foto: Cordon Press)

Ahora sí, el Staples rugía y junto al Staples, el omnipresente Gasol, aquellos tiempos de melena descontrolada y barba de náufrago. La jugada más representativa del partido se dio a falta de un minuto y medio, con los Lakers aún cuatro puntos por delante (74-70) y la bola en manos de Pau, que vuelve a postear a Rasheed, le echa para atrás, ve venir la ayuda de Pierce y Garnett y en vez de doblar el balón se la juega en una suspensión improbable. El balón gira en el aire, golpea un par de veces el aro y acaba entrando ante la desesperación de los orgullosos verdes.

Aún quedaba partido: Wallace anotó un triple y Artest le contestó con otro, su vigésimo punto de la noche. Otros dos triples visitantes, uno de Allen y otro de Rondo, desde una esquina a falta de diecisiete segundos, colocaron el marcador en dos puntos de diferencia (79-81). Para evitar que le hicieran falta a Artest, Phil Jackson sacó a Sasha Vujacic. Jackson era esa clase de entrenador, de los que se juegan su undécimo anillo con un «balones a Vujacic».

Por supuesto, le salió bien: el esloveno recibió la falta, anotó los dos tiros libres y el último tiro a la desesperada de Rajon Rondo acabó en el decimoctavo rebote de Pau Gasol. Diecinueve puntos, dieciocho rebotes, cuatro asistencias y dos tapones. No está mal para un tipo blando que se viene abajo en los momentos clave.

Los Lakers ganaron el título y lo ganaron como lo solían perder: en un partido espeso, duro, combativo y lleno de faltas y rebotes. Como muestra, un botón: los tres grandes anotadores exteriores de los dos equipos —Pierce, Allen y Kobe— tiraron cuarenta y  cinco veces a canasta. Solo metieron catorce. Aquel era un partido para Artests y Gasoles. Para Odoms, incluso, y desde luego para luchadores como Davis o Wallace.

Un comentario

  1. Fantástico relato. He vuelto a «ver » aquella final…… brutallll.
    Muchas gracias

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