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Mejor no tener en vídeo ciertos momentos de nuestra infancia

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Carrera infantil en California (Foto: Cordon Press)

Es una de las novedades familiares de este curso: mi hijo mediano se ha apuntado a atletismo. Todavía faltan unos días para que empiece, pero ayer pasamos junto a la pista, que está justo al lado de donde entrena a fútbol y, caminando cerca del tartán, aquello le pareció inmenso, mucho más de lo que creía. La verdad es que Teo no lo vio nada claro. «¿Seguro que no es más grande que la de la tele?» Cambié rápido de conversación, por si acaso, no fuera a ser que se desapuntara antes de empezar, que ya hemos pagado la matrícula.

Lo que ocurre con la tele es bastante curioso. A veces mejora la realidad y otras veces la estropea, sin criterio definido. Hay deportes que lucen en vivo y otros parecen nacidos para verlos desde el sofá, por la tele, en directo o en diferido.

Yo también me apunté de niño a atletismo, pero no en un club de verdad, sino como extraescolar en el colegio al que iba. En realidad, el profesor de Educación Física compaginaba aquello con dirigir el club local de atletismo, así que en la práctica venía a ser algo parecido, casi lo mismo. De hecho, hasta muchas de las clases en el cole eran puro atletismo. Hacíamos de todo: desde lanzar peso en un descampado hasta practicar la marcha en un circuito. Mis semanas favoritas eran las que dedicábamos al salto de altura. Me parecía algo súper exótico y divertido, y sobre todo distinto.

Las clases de altura eran doblemente altura: las hacíamos en la azotea del edificio. Altura en altura. Rozando el cielo, una maravilla. Primero descubríamos cuál era nuestra pierna de batida y después nos enseñaban unas pautas de técnica de lo más sencillas. Llegado el momento, el profesor se sentaba a un lado de la colchoneta con un listado y los demás nos separábamos en dos filas, según fuera tu pierna de batida. A medida que iba subiendo el listón y se acumulaban los nulos, quedábamos menos en cada una de las filas. Lo bueno del atletismo es que todo el mundo encontraba su sitio: algunos eran malos en altura, pero se «vengaban» con el lanzamiento de peso, o los que eran muy rápidos al sprint sufrían con la constancia de la marcha, y viceversa, esas cositas, esas lecciones implícitas al sufrimiento. Bajitos o altos, delgados o gordos; elige tu propia aventura.

La escena de la altura debía de ser bonita. Una treintena de estudiantes de educación general básica coloreando una azotea. Es una de las cosas que recuerdo y pienso, a veces: molaría tener un vídeo de aquello para poder verlo ahora. Lo pienso, pero a la vez dudo. No tengo vídeos del atletismo y quizá esa sea la razón por la que recuerde aquellas clases con cariño en el cerebro. Vamos, estoy casi seguro de ello, porque hace unos meses encontré una serie de cintas VHS que contenían partidos de fútbol, de cuando jugaba en infantiles y cadetes de pequeño. Vi algunos pasajes y se me cayó la vida entera. Jugábamos bastante peor de lo que parecía en mi recuerdo. Por ejemplo, un supuestamente heroico balón dividido que gané, y que en el momento levantó los ánimos de mis compañeros, no era en realidad para tanto. En el mismo partido marqué un gol de penalti y me impactó ver lo lento que se tiró el portero. Viendo aquellas imágenes pensé lo contrario: molaría no tener un vídeo de esto. Molaría vivir solo con el recuerdo.

A los dos días, sin embargo, ya estaba grabando vídeos de Teo en un entrenamiento.

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