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¿Equipos como Jumbo-Visma están matando el espectáculo en el ciclismo?

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Jonas Vingegaard, Sepp Kuss y Primoz Roglic (foto: Cordon Press)

La Vuelta 2023 estaba llamada a ser una de las más interesantes de los últimos años, gracias a una lista de participantes plagada de estrellas. Pero no, terminó siendo una exhibición coral del Jumbo-Visma. Tan superior, que los aspirantes renunciaron pronto a dar batalla, demasiado pronto y la última semana sólo ha tenido el interés que le ha dado el orgullo herido de Evenepoel y la rumorología alrededor del equipo dominador de La Vuelta. Lo que se hablaba y se ordenaba por el pinganillo, lo que se decidía en el autobús, las miradas y los gestos entre Roglič, Vingegaard y Kuss. Si el eterno gregario, fundamental en anteriores victorias de sus compañeros, merecía ganar o si el equipo debía dar libertad a Roglič y Vingegaard. Todo eso se ha analizado con lupa y se ha convertido en objeto de debate. Hasta que, el día del Angliru arreciaron las críticas por dejar al líder a merced de los elementos y el Jumbo-Visma decidió poner orden. Se acabaron las hostilidades. Kuss ganaría La Vuelta y el equipo aseguraría un histórico triple podio.

Demasiado frío, demasiado previsible. Porque al aficionado le gusta el deporte y le gusta que sea la carretera la que decida el ganador. El dominio apabullante del Jumbo-Visma, ese triplete que no se veía en La Vuelta desde los primeros tiempos del KAS y que, en el caso del Tour, obliga a remontarse a los años veinte para encontrar algo parecido, ha sido incontestable. Y la exhibición del equipo de «las abejas» ha tenido en La Vuelta su colofón, pero se ha extendido a lo largo de toda la temporada. Han ganado Giro, Tour y Vuelta, con tres ciclistas diferentes. Una hazaña sin precedentes. Pero también han acumulado victorias en las clásicas, donde Van Aert, Van Baarle y Laporte han asegurado victorias en Het Nieuwsblad, E3 Classic, Gante-Wevelgen y A través de Flandes. Además Roglič y Vingegaard se han llevado la victoria en Tirreno-Adriático, Volta a Catalunya, Itzulia y Dauphiné. Tantos éxitos que el debate acerca de si los grandes equipos matan el espectáculo vuelve a estar sobre la mesa.

Un debate tan viejo como el ciclismo

Ya a finales de los años veinte, el señor Desgrange, fundador del Tour, decidió terminar con los equipos comerciales y dar paso a los nacionales. Un poco por evitar que las tácticas de equipo fueran determinantes en la carrera y otro poco por ver si de una vez ganaba algún francés, que desde el final de la I Guerra Mundial, Henri Pellissier había sido el único capaz de lograrlo y por entonces, eso era todo un ataque al orgullo nacional. ¿Qué pensaría Desgrange de los 38 años que ya acumulan sin victorias francesas?

Equipo Solo Superia en el Tour’65 (Foto: Cordon Press)

De cualquier manera, grandes equipos ha habido siempre y de todas las características. Los grandes campeones han exigido estar rodeados de los mejores gregarios. Ciclistas que les acompañaran en sus estrategias más ofensivas y que amortiguaran las pérdidas cuando les fallaban las piernas. Lo hizo Coppi con el Bianchi, Merckx con el Molteni o Armstrong con el US Postal. También Van Looy con su «guardia roja», capaz de asegurar que las carreras llegaran al sprint y en las mejores condiciones para el campeón belga.

Los ha habido que han reunido a varios campeones en el mismo equipo. Como el extraño caso de La Vie Claire, más propio del fútbol que del ciclismo, pero que reunió a Hinault y Lemond y fue capaz de dominar el Tour durante un breve espacio de tiempo gracias al dinero del controvertido Bernard Tapie. Lo hizo también el Astana, en aquel Tour que juntó a Armstrong y Contador y que acabó implosionando y con todas sus figuras fuera del equipo.

Otros han tenido un liderazgo más horizontal, en los que las tácticas de equipo quedaban por encima de los esfuerzos individuales. Fue el caso del KAS, capaz de dominar La Vuelta en los 60 y 70 y de inquietar en el Tour a todo un Merckx. También lo hizo la ONCE, revolucionando las tácticas de equipo en los noventa y obligando a sobresfuerzos a Miguel Indurain. Y queda para la historia aquel triplete del Mapei, el de la filosofía de vincere insieme, en la París-Roubaix; con Muuseuw, Bortolami y Tafi acatando las órdenes de equipo y entrando juntos en meta.

El Sky en el Tour de 2017 (Foto: Cordon Press)

En la última década, el Sky británico consiguió ser el dominador de las grandes vueltas gracias a un presupuesto muy superior al de sus rivales, que le permitió contar con gregarios que podían haber sido líderes en cualquier otro equipo. Con una estrategia de equipo muy conservadora y jerárquica, el Sky corría para un líder incuestionable, fuera Wiggins, Froome, Thomas o Bernal y que sería el ganador final, apoyado en un equipo capaz de controlar todas las circunstancias de la carrera.

Ahí, cuando el Sky encadenó cinco Tours consecutivos y siete victorias en ocho años, se volvió a hablar acerca de la necesidad de introducir algún tipo de control presupuestario y esta polémica se ha agudizado con la temporada tan dominante del Jumbo-Visma. Porque el aficionado puede sentir simpatía por acciones como la de Van Aert, dejando a su compañero Laporte entrar victorioso en la meta de la Gante-Wevelgem o viendo que Vingegaard o Roglič respetan el liderato de Kuss. Este tipo de gestos suelen despertar admiración, sí, pero lo que espera el aficionado, lo que le hace vibrar y genera grandes audiencias, es cuando la carrera se disputa hasta el último metro y son varios los ciclistas con opciones de ganar. Es por eso que este tipo de debate se abre cada vez que un equipo domina una carrera y genera la sensación de que el ganador se decide desde el coche o en la habitación del hotel, como ha ocurrido en los últimos años con el Sky o el Jumbo.

La polémica

Lo cierto es que el equipo de «las abejas» ha sido uno de los grandes animadores del pelotón en los últimos años. A diferencia del Sky, que puso en práctica un ciclismo de control, con gregarios que imponían un ritmo tan alto a las etapas de montaña que reducían el espectáculo a los últimos 3-4 kilómetros, el equipo Jumbo ha dejado en los últimos años varias jornadas para la historia, generalmente apoyados en unas tácticas de equipo muy ofensivas. Así es como fueron capaces de doblegar a Tadej Pogačar entre el Galibier y el Granon en el Tour de 2022 o como empezaron a ganar el de este año, entre el Soudet y el Marie Blanque.

Jumbo-Visma en el Tour 2023 (Foto: Cordon Press)

También es cierto que el éxito del Jumbo no se basa en un alto presupuesto, que sí lo tienen, pero no es suficiente para explicar el rendimiento del equipo. Porque el Ineos, heredero del Sky, les dobla el presupuesto y sin embargo, hace tiempo que no son capaces de dominar una carrera. Esta temporada, el triunfo de Pidcock en la Strade Bianche y la segunda plaza del propio Pidcock en la Lieja y de Geraint Thomas en el Giro han sido sus mejores resultados. El Jumbo, por el contrario, con un presupuesto más cercano al del Movistar que al del Ineos, ha sabido sacarle mucho más rendimiento fichando bien, mejorando el entrenamiento y la puesta a punto, invirtiendo en nutrición y cuidados a los ciclistas, hasta reunir un grupo de más de cien empleados, entre médicos, masajistas, psicólogos, mecánicos…

Un alto presupuesto no asegura por sí mismo el éxito deportivo, pero, en el ciclismo moderno del UCI World Tour, el dinero se concentra cada vez en menos manos y se corre el riesgo de acotar las opciones de éxito. Este año el 60% de las victorias en el World Tour las han conseguido ciclistas del Jumbo, UAE, Quick Step y Alpecin, entre ellas las tres grandes vueltas y los cuatro monumentos disputados hasta la fecha. Si, como parece, la entrada de Lidl junto al equipo Trek incluye a este equipo en esta élite del ciclismo, se puede cerrar la posibilidad de las grandes victorias a todos los equipos que no tengan un presupuesto cercano a los 30 millones. Con la excepción del Alpecin, con un presupuesto más bajo pero que gira alrededor de un fuera de serie como Van der Poel.

Alberto Contador ya avisó hace años de que esta situación podía alejar a muchas marcas del ciclismo, obligadas a inversiones demasiado grandes para lograr victorias y propuso un tope salarial como solución. El director del Bora, Ralph Denk, también avisó a principios de este año de que «tenemos que tener cuidado de no crear un ciclismo de dos velocidades» y el director del Groupama, Marc Madiot, ahondó en la idea: «Si no limitamos los presupuestos, nos mantendremos en una situación en la que los grandes equipos pueden controlarlo todo. Pueden elegir el día, la hora y el lugar en el que hacer estallar una carrera».

Jumbo-Visma en el Giro 2023 (Foto: Cordon Press)

Desde la UCI, su presidente David Lappartient ya declaró el año pasado que «estamos elaborando una hoja de ruta para abordar, junto a la AIGCP, estos problemas en los próximos años. Este es definitivamente un punto en la agenda, porque no queremos que todos los buenos corredores estén en unos pocos equipos. Tiene que haber un campo de batalla equilibrado». Son varias las opciones encima de la mesa; desde el modelo de la NBA o la NFL, con límites salariales que igualan las opciones de las franquicias, a la versión de la MLS, que permite tres excepciones por equipo y que ha posibilitado que Messi, Busquets o Jordi Alba jueguen con el Inter Miami sin tener que renunciar a buena parte de su salario. En el fútbol europeo existe el Fair Play Financiero, pero únicamente trata de controlar la deuda de los clubes y no impide las diferencias entre ellos.

Las opciones están encima de la mesa y la UCI deberá discutirlas junto a los diferentes equipos. Mientras, en la carretera seguirá compitiendo una generación de ciclistas incomparable que garantizan un espectáculo muy atractivo para las próximas temporadas y que la UCI debería saber rentabilizar.

 

 

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