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Potenciemos el Grand Prix para vendérselo a los saudíes

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Grand Prix (Foto: TVE)

Lo dicen los que saben, lo dicen los de siempre, los expertos. Los golfistas tienen que ir más rápido. Las etapas deben ser más cortas, sobre todo en las grandes vueltas. En el fútbol no se puede perder tiempo. En nombre del espectáculo (?), se ha declarado la guerra al aburrimiento.

Y por no discutir, por no parecer abuelo, y aunque por el camino matemos el suspense, el drama y la verdad, podría estar de acuerdo. Voy más allá, de hecho: si la Kings League es el futuro del fútbol, ¿por qué el Grand Prix del verano no sustituye a los Juegos Olímpicos? Lancemos un decreto. Es lo menos que merezco.

Partamos de la base de que a mí no me gusta sufrir. Por lo general, no me sienta bien: lo detesto. Este verano, mi primo Víctor me recordó el día que fuimos al cine en Navidad, cuando teníamos nueve o diez años, para ver Parque Jurásico. Él ya la había visto, por lo que manejaba información privilegiada, así que me pasé la película preguntándole quién iba a morir y cuándo, y cómo, y si todo aquello daba mucho miedo. Salía un tipo en la pantalla y yo cogía a mi primo del brazo y le decía «¿este muere? ¿sí? ¿ahora? ¿en serio?», pesadísimo, así todo el tiempo. Ya he escrito que no me gusta sufrir, por lo que sea. Emociones, las justas, o ninguna, si puedo elegir lo prefiero. Y si no estaba para sustos con diez años, en el momento de mi máximo rendimiento, imaginad ahora que estoy cansado y viejo.

Por eso, resuelvo: cambiemos el deporte profesional por el Grand Prix. Yo con el deporte sufro, y no lo puedo evitar, y con el Grand Prix me divierto. Me da igual quién gane, mis hijos lo gozan e incluso un día podría ir al programa mi pueblo. Las gaviotas malotas son geniales, de verdad, me quito el sombrero. Los troncos locos, de ensueño. El tiro al pingüipato, una fantasía. Lo de tirar los bolos, estupendo. Quizá revisaría lo de la patata caliente, porque casi siempre ganan los que empiezan, y me pico y me altero, pero lo demás lo veo perfecto.

Además, ahora que el fútbol, por su falta de dinamismo, dejará de interesar a los jovenzuelos, el Grand Prix podría rescatar todo ese talento. No tendrá que volver al atletismo Salma Paralluelo. Haaland por fin podrá dedicarse al juego idóneo para su cuerpo y convertirse, con permiso de Wilbur, en el mejor jugador del Grand Prix de todos los tiempos. También Mariano el del Sevilla, antes conocido como Mariano el del Madrid, sería buenísimo en esto, que le tengo tanta fe que lo ficharíamos en mi pueblo.

Apostemos todo al Grand Prix, propongo, y cuando estén todos convencidos, cuando estén todos atrapados dentro, vendámoslo a los árabes y volvamos con sigilo a las etapas largas, el golf lento y el fútbol feo. Prejubiladme. Es lo menos que merezco.

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