Champions League Apuestas deportivas

Tipos con suerte en el deporte: ¿por fortuna o por método?

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Que un instalador de tejados de un perdido pueblito inglés gane medio millón de libras por solo treinta peniques haciendo apuestas deportivas es una de esas historias que despejas de un plumazo. Como la de esa gente a la que toca el premio gordo de la lotería, oyes que existe pero no has conocido a ninguno. El inglés se llamaba Mick Gibbs, tenía cincuenta y nueve años, y usaba uno de esos métodos grises de perdedor resignado. Consistía en no gastar más de cien peniques a la semana, una libra, repartidos en dos o tres apuestas. Siempre de fútbol, y en menor medida de rugby, sus deportes favoritos. Pero Gibbs no elegía por probabilidad de ganar, análisis de resultados del equipo y del contrincante, por el entrenador que los llevara, ni nada de eso. Hubiera sido demasiado complicado y sobre todo le habría procurado pequeñas ganancias, al menos él lo consideraba así en su cabeza. Precisamente por eso apostaba cantidades tan pequeñas, porque estaba seguro, o casi seguro de perder.

La desventaja del método de este inglés es que tienes que jugar muchas veces para que la mera estadística te convierta en ganador, lo que puede no pasar nunca. Desde sus veinte a sus cincuenta y ocho años había jugado sin falta su libra todas las semanas, y tuvo que esperar a los cincuenta y nueve para que por fin le tocara algo. La cantidad fue enorme, medio millón de libras, pero es que su apuesta era también muy loca, decidió la posibilidad del resultado de la final de la Champions League de 2001 entre el Bayern de Múnich y el Valencia, que se disputó en Milán. Su opción de ganar era de 1 entre 1,6 millones y eligió un resultado más propio de partidos no profesionales, y desde luego prácticamente impensable para unos rivales que llegaban a la disputa de la copa prácticamente igualados en capacidad y habilidad de juego.

Cuando terminó el partido Gibbs ni se había acercado al resultado. Empate uno a uno. Media hora de prórroga con gol de oro que no logró el desempate. La tanda de penaltis tampoco se presentaba fácil de acertar. Santiago Cañizares en el Valencia fue uno de los porteros más reconocidos internacionalmente en las décadas de los noventa y dos mil. Oliver Khan, guardameta del Bayern, no era aún la leyenda que le haría entrar en la lista FIFA 100 de los mejores futbolistas vivos, pero ya se le consideraba el mejor valor del equipo alemán. Así que en aquel momento podemos afirmar que ambos estaban muy igualados. Imposible predecir qué pasaría.

La capacidad de ambos porteros mantuvo la tensión del final al borde del ataque cardíaco. Los dos primeros tiros sin gol. Después valencianos y muniqueses igualándose en el 2-2, 3-3, 4-4. El propio Mick Gibbs contó que en realidad él no estuvo viviendo esa tensión en directo. Estaba sentado frente al televisor, pero no se atrevía a encenderlo. Prefería esperar al resultado una vez acabase el encuentro. ¿Su apuesta? Loquísima y prácticamente imposible, derrota de los valencianos por 4-5.

Ocurrió. Y una de las imágenes más icónicas de aquel partido es la de Santiago Cañizares, captada por todas las cámaras. El portero valenciano, echándose a llorar como un niño, y consolado por sus compañeros de equipo. Desde luego que no había nadie en casa de un techador de Lichfield, pero si alguien hubiera estado habría visto los saltos de alegría del hombre que llevaba apostando desde los veinte años sin grandes esperanzas ni grandes gastos. El premio de medio millón de libras, que hoy puede parecernos no tan grande, era una auténtica fortuna en 2001, y más para un trabajador que ya se acercaba a la edad de jubilación.

Ganó por pura casualidad, pura suerte, como posiblemente ocurre en cualquier otro método para apostar. Especialmente si de lo que se trata es de resultados deportivos. La predicción más segura sobre qué equipo ganaría la final de la Champions League 2001, analizando su trayectoria, estaba al cincuenta por ciento. Y eso suele significar resultados que se mueven entre el 0-1 y el 1-2, o el 3-1 a los penaltis, eso si aplicamos la estadística de las finales de este campeonato a lo largo de las últimas décadas. Así que la lógica de Gibbs no podía ser más aplastante, daba igual poner un resultado loquísimo porque él solo iba a perder treinta peniques. Lo más curioso de todo es que sin él saberlo, la ciencia le da la razón.

Porque la suerte, en términos estrictamente científicos, no existe. Es solo una percepción subjetiva del ser humano. Lo demostraron los físicos en el nacimiento de la mecánica cuántica, que estableció el principio de que algunos sucesos en la Naturaleza son intrínsecamente aleatorios. Y por tanto el futuro no puede ser determinado, adivinado, incluso si tenemos toda la información sobre el sistema que conduce a sus acontecimientos. No podemos tener suerte. Fuera de la cuántica, esto se ha aplicado a la biología y la neurociencia, lo que significa que ni la conducta ni los pensamientos pueden ser predichos o determinados con un método. Por tanto, tampoco podemos predecir qué harán los jugadores y el portero en una final de la Champions League, o en cualquier otro encuentro. Ahora bien, la ciencia no contradice en absoluto el método Gibbs, aunque en esencia no tiene nada que ver con la suerte ni el azar, sino con la preparación y la oportunidad.

El éxito del inglés consistió en preparar el escenario del resultado, esto es, generar un método con alguna probabilidad, aunque baja, de generarle premios. Y no moverse de él, ni variarlo, en cuarenta años. Un gran acierto, según los matemáticos, que señalan a la falacia del jugador como uno de los errores más frecuentes entre las personas que apuestan. Tienden a establecer una pauta a partir de los resultados que observan, pero tal pauta no existe. Cualquier resultado sigue teniendo la misma posibilidad de salir, no puede acertar más ni menos. Así que desde la lógica matemática lo más acertado para Gibbs era seguir apostando treinta peniques a resultados locos e improbables, que tenían la misma posibilidad de ganar que todos los demás. Su método ponía las condiciones para el resultado, que sí es fundamental según la matemática, aunque no garantiza el éxito.

El tiempo es la segunda variable fundamental para que se produzca un resultado. Cuántas finales de la Champions League se tienen que jugar para que el resultado sea 4-5 a los penaltis. Muchísimas. Esa cifra salió en 2001 pero podría no haber salido aún, o salir en 2041, si es que entonces sigue celebrándose. Dado que la suerte, siempre según la ciencia, no existe, lo más acertado al emplear un método es no cambiarlo nunca y aplicarlo el mayor número de años posible. Lo que no quita que tenga la probabilidad de llegar al final de tu vida sin ninguna ganancia, o con una tan extraordinaria como la de Gibbs.

Todo esto tiene una consecuencia curiosa. Ningún deporte sería emocionante si pudiéramos predecir su resultado, y si pudiéramos hacerlo no existirían las apuestas.

Un comentario

  1. En realidad no apostó al resultado exacto, sino que había hecho en agosto una combinada con otros 14 campeonatos que ya había acertado y solo le faltaba que el Bayern fuera campeón de Europa.
    https://www.irishexaminer.com/world/arid-30013765.html
    En este artículo explica también que un par de años antes ya había ganado 157.000 libras con apuestas de ese pelo.

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