Ciclismo

Cuando Perico Delgado se volvió loco en Superbagnères

Es noticia

Fue el día más grande del periquismo. Cuando delirio e incomprensión entraron en todas las casas justo después del telediario, primera cadena, tampoco hay muchas más opciones. Fue esperanza y final amargo, fue tantas historias dentro de la historia.

Fue, sí.

Superbagnères.

Y no hubo nada antes. Aunque mira qué de cosas tuvimos antes.

Alguna cosa de antes

Lo de antes fue Luxemburgo. Que, vale, menuda injusticia, porque anda que no se pueden contar cosas de ese Tour. Que si resurrecciona un galo, que si vuelve de la tumba un rubio yanqui, que si mira los PDM qué rumbosos, que si un chaval enorme llamado Miguel Indurain trinca etapa en Cauterets y a lo mejor es más que un croner. Vale, guay, muchísimos asuntos. Hasta de pura estética, porque en Rennes, primera contrarreloj, algunos corredores del Seven Eleven y el mismo Lemond salen con unas pintas para ir llorando a casa, con un acople feísimo en el manillar que, seguramente, solo sirve para postureo, likes del insta y parecer aun más norteamericanos. Ya me dirás tú en qué te ayuda esa aberración…

Vamos, que tienes asuntos para hacerte trilogía de novelas, adaptación a serie (siete temporadas, pero a partir de la tercera baja mucho de calidad) y hasta un programa de no ficción en canal temático tipo «Nazis, Aliens y el Tour de 1989» (en esos sitios tienes que poner a Hitler y Alf obligatoriamente). Pero claro… es que comparas y se te queda el asunto pocho, porque…

Porque Perico. Porque Perico en Luxemburgo. Porque cagada como pocas veces se ha visto en la historia de este deporte. De cualquier deporte. De cualquier puta cosa en la vida, hostias, ya. A ver, que el tío llegó tarde a su reunión más trascendente en doce mesucos. Que no vino a tiempo a la oposición, que perdió el taxi para la cita con Cindy Crawford, que le dieron el Oscar y no estaba, que está el Rey de Suecia mirando el reloj y diciendo, coño, sí que tarda el de Segovia, si lo llega a saber no le cae el Nobel de Literatura. Todo eso hizo Pedro, todo. Ah, ese día, ese día inicial de julio, año 1989, ustedes podían leer por vez primera una palabras en la cinta de su frente (cómo se echan de menos esos adminículos horteroides que eran las cintas de la frente). Ba-nes-to. Debut soñado. Al menos Mario Conde debió despeinarse ese pelo engominao que siempre me llevaba en los ochenta. Dónde coño he metido mi pasta, pero qué mamarracho es este…

Y eso, Perico sale dos minutos y cuarenta segundos tarde. Doscuarenta. Es un montón, doscuarenta. Son ciento sesenta segundines, háganse cargo. Veinte veces más que ocho, esos ciento sesenta, por usar una comparativa absolutamente aleatoria. Ocho segundos es poquito tiempo. Miren… uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, ocho, ocho segundos. No da pa na, ocho segundos. Pero doscuarenta… madre mía, doscuarenta.

De aquello hay mil historias. Teorías. De lo conspiranoico a lo mortadelesco, de Dan Brown a Corín Tellado. Que si estaba con una mozuca, que secuestro exprés de ETA (Conde maneja posibles), que una sanción encubierta, que truco o trato con el organizador por 1988… Todo lo que ustedes quieran… manifestantes (en Luxemburgo), el tráfico loquísimo, abducciones alienígenas, Federico Martín Bahamontes reteniendo a Pedro para que no tuviese más Tours que él… En serio, lo que deseen inventar ya lo dijo otro antes. Delgado explica que se le fue el santo al cielo, que no encontraba cómo volver al Grand Départ, que pensó una hora y resulta que nanai. Y ¿saben lo peor? Que conociéndolo… te lo crees. Le quita glamour al asunto, épica, pero le añade un je ne sais qoui de lazarillodetormesismo le cae perfecto a Delgado, al Tour y a la bici. Ya saben.

Desde ahí, a remar.

(Luego vino el otro Luxemburgo, con su crono por escuadras, con su qué cojones haces, Pedro, con sus relevos de psicópata, con su apertura de patas Folgaria style. Pero aquí buscamos la causa de la causa, que siempre es causa del mal causado. Y esa causa fueron los doscuarenta de los cojones).

A remar.

El día de todos los días

Y eso, que Superbagnères. Etapa reina de los Pirineos, quizá etapa reina de aquel Tour tan raro, con mucha montaña en muchas jornadas a distancia cicloturista. Hoy sería carrera de gran fondo, pero es que hoy hasta existen youtubers sobre ciclismo, así que imaginen lo trágico del tema.

Superbagnères, oigan. Tourmalet, Aspin, Peyresourde y el puerto definitivo. Vamos, la Pau-Luchon de toda la vida, solo que subiendo a una estación de esquí en lugar de hasta Aubisque, que queda bien lejos, Aubisque. Dureza de sobra. Menos de ciento cuarenta kilómetros, Hinault llorando, Bahamontes dice que son todos unos flojetes, Garin se descojona desde su ataúd, pero qué le vamos a hacer… Indurain con el maillot a puntos rojos, Lemond amarilleando, Delgado que va el 89 en la general (más o menos), los chicos de PDM peleándose por quién la tiene más larga (quien tiene más larga la mecha para encender fuegos artificiales, no piensen raro), su médico diciendo que hay unas cosas buenísimas por las farmacias de Rotterdam. Ah, y Roche sin salir. Problemas en la rodilla. En la rodilla mala, oigan.

«Jamás hay que abandonar una etapa», dirá Stephen años después a Nige Tassell, autor del apreciable (y bastante anglófilo) Tres semanas, ocho segundos (Libros de Ruta, 2019). «Jamás acepté retirarme, o irme, por tonterías», concluye. Stephen, colega, menos lobos, que te echaron en el 91 por llegar fuera de control en una crono por escuadras. Que llegaste tarde porque estabas cagando, Stephen, que algunos dicen (malas lenguas) si lo hiciste a posta por cierto asuntillo de impagos. Que aquello del Tonton Tapis sonaba rarete, Stephen, que menudo maillot más mítico (y más feochulo), que parecías un jubileta con él, Stephen, que no me vengas con gaitas, Stephen, que te tiraste media década pegando sablazos, Stephen…

En fin.

Y bueno, empieza el rollo, y se sube Tourmalet, que siempre da morbo subir Tourmalet, siempre huele a historia el Tourmalet, porque los Pirineos son el Tourmalet, y los Alpes el Galibier, y el resto son terreno reconquistado e invenciones modernas. Se sube Tourmalet y van por delante dos ciclistas pequeñajos y peculiares. Dos de esos paradójicos. Robert Millar, pendiente, melenita, sablazos cada doce meses en España allá por mediados de los ochenta, grimpeur sin motor para veintiún días. Y Charles Mottet, que era minúsculo pero croneaba un montón, y hasta quedó segundo en un Giro, detrás de Bugno, que es como ganar, y encima te permite ir mucho rato cerca de Bugno, con el gustito que debe ser eso. Atacan, digo, se van solos, por detrás los buenos. Dice Lemond que si Fignon anda quedándose, que si echa mano a la moto de Graham Watson un ratuco bien gordo. Dice Lemond eso, y también Hampsten, pero Fignon no lo dice, y Graham Watson pone cara de musaraña, yo no lo recuerdo.

Aquello no se pudo ver. Tampoco es que viese demasiados paisajes Gregory aquella tarde, porque fue todo el día mirando el culo a Laurent, o a Rooks, o a Theunisse (a Theunisse mejor no mirarle a los ojos, por si le chispea el cable pelao), o a Lejarreta, o a Caritoux. Allí empezó Lemond a sacarse el título cum laude de chuparruedismo. Que sí, que no tenía escuadra, que llevaba tres años fuera de circulación por los perdigonazos de su cuñao, que en el Giro quedó a cincuenta y cuatro minutos (entre Rolf Järmann y John Carlsen), que se va ir descubriendo día a día. Yo todo eso me lo voy a acabar creyendo, Greg, pero menudo delirio chuparruedil, menudo no tragar aire, menuda actuación domingueriana ayer-salí-demasiao que te marcas, tío. Y luego lo del manillar. Ay, el manillar.

Cómo cuesta meterse en estas historias de redención hollywoodienses, macho. Lo de Lemond te lo dirige un Ron Howard, y eso nunca puede ser bueno…

Pero, a lo que íbamos… que se corona el Tourmalet y, ojo, ataque. Ataque de Perico Delgado. Bueno, ataque de toda su escuadra, porque salta primero Gorospe y luego él. Casi en Gripp, donde empiezan esos falsos llanos tan falsos (falsos como una promesa adolescente, falsos como un «no vuelvo a tomar copas») que hay desde allí hasta Espiadet. Mira, igual es buena idea lo del ataque bajando en dirección Campan. Oye, Miguel memorízame bien esta carretera, no vaya a ser que nos haga falta dentro de… no se, un par de años.

Aproximadamente.

Delgado y Gorospe juntos. Quedan casi cien kilómetros, y en cien kilómetros da tiempo para muchas cosas. Para pillar a Mottet y Millar, por ejemplo, para que se descuelgue Gorospe (asustao por si asomaba Hinault después de una curva), para que todos empiecen a fliparse, ojo, que está Perico loquísimo, que parece Bahamontes, Perico, que quiere orcieresmerlettear los Pirineos. Y la gente se vuelve loca. Porque el Perico es así, tiene bajonas brutales, pero también subidones que te ponen súper eufórico. Y hoy tocaba tontorrón. Empiezan a ganar tiempo, se entienden perfectamente esos tres cuerpoescombros. Se entienden incluso Delgado y Millar, que yo soy Millar y a Pedro le tendría algo de ojeriza, llámame rencoroso. Pues no, pum, relevucos bien buenos, segundos a favor, la cosa que pinta a inolvidable.

Un minuto, luego el par. Hay periodistas rehaciendo crónicas, porque hay periodistas que te escriben la crónica del Tour allá por la etapa doce, que nos conocemos, que a mí no me engañas. Algunos rechinan dientes, con todas las hostias que han metido a Pedro a ver cómo justifican ahora la épica. Pero bueno, solo iban quince años desde Suresnes y aquello sí que fue complicado, así que…

Pasa que por delante se entienden y por detrás pues… A ver, el líder es Lemond, y Lemond siempre se da mus, Lemond pilla tres chones-caballo y se da mus, Lemond nunca abre cordada, Lemond sonríe cuando hay cola en la Agencia Tributaria, porque es su hábitat, porque está allí, resguardaduco. Así que… nada. Fignon va justo, pero aun así pone al equipo para hacer cosas, porque tú a Guimard no le puedes ir con eso de «me duele el hueso de la risa, Cyrille, mejor probamos el jueves».

Na, imposible, Cyrille se jodió una rodilla contra Merckx (en ocasiones lo pienso) solo para poder decirte, oye, chaval, que yo me jodí una rodilla contra Merckx, no me vengas con chorradas. Luego, pues los típicos. Y el PDM. El PDM era un equipo pagafantesco muy clásico, uno que tiraba para amarrar los puestos del cinco al ocho, porque son muy importantes, y ya verás qué de publi allí, en periódicos de La Haya, con eso. Luchamos juntos, somos una familia, la clasificación por escuadras es tras-cen-den-tal. Iban con tricefalia, claro. Kelly, más años que la gripe, profesional con de Gribaldy. Rooks, que empezó como clasicómano, subía menos que Toni Coll y, hala, pódium del Tour, menuda transformación más guapa, ojalá alguien lo explique años después, tú mismo, sí, tú mismo, Stephen, papá cuéntame otra vez / esa historia tan bonita, esa con tres letras que reconoces haber usado desde 1989.

Y, bueno, luego estaba Gert-Jan Theunisse, que era muy fotogénico, pero no fotogénico tipo Brad Pitt en Leyendas de Pasión, sino fotogénico tipo Brad Pitt en Doce Monos. Gert-Jan Theunisse, que te lo imaginas en un hotel rodeado de nieve diciendo cosas como «no voy a hacerte daño, Wendy», etcétera, tampoco quiero usar palabrotas. Bueno, pues esos muchachos del PDM (ya ven, normalísimos, para protagonizar The Lost Boys), tiran, porque las tácticas de los equipos neerlandeses se aprenden en escuelas de súper élite, escuelas donde los mindundis no tenemos pupitre, y así, claro, no las alcanzamos a comprender. Si no es por ellos se planta Perico con setecientos doce minutos de ventaja en Superbagnères, y entra haciendo peinetas a todos.

Lo tengo clarísimo.

Finales

Por Peyresourde, máxima ventaja. Casi cinco minutos sobre Fignon y Lemond. Casi cinco minutos. Que se mete Perico (mira, esta frase es muy de los ochenta) a menos del minuto, amigos, que está a sesenta segundines, que todo es posible donde antes nada posible era.

La locura. En casa, viendo la tele. A ver, tampoco hay muchas más cosas, no vayan a pensarse, porque no hay twitter, ni nelflis, y tampoco ha llegao la supernintendo, ni tenemos jornada de liga, pero no me jodan el símil, estamos pegaos a la pantallita. Comentarios lisérgicos, gritos de arriba España (figurados), y putos franceses (esto igual se escapó alguna vez), imágenes con los colores más cargados que tu tío Sebastián en Nochevieja. Solo falta David Lee Roth en calzoncillos y moviendo la pelvis para que esto sea la quintaesencia de ochentidad. A cambio tenemos a Perico meando delante de la cámara, en una metáfora tan poco sutil que pudiera firmarla Joaquín Sabina

Digamos que esa subida final fue apoteosis del periquismo. Por fantocha, por épica, por incomprensible a ratos. Por, sí, quedarse en el «ok, pero no, sigo con mi marido, que tiene muy buen fondo». Primero fue lo de la micción exhibicionista, después el ir perdiendo ventaja, más tarde empezar a repartir insultos entre imbéciles que corrían junto a los corredores. Y, momento álgido. Hermoso. Bellísimo. Cuando queda kilómetro y medio. Perico va tirando de Millar y de Mottet, y hay dos paisanucos trotando a su derecha. Uno viste de amarillo y lleva gorrita, otro va con chubasquero rojo y tiene pinta de no haber subido nunca Carmona. Vamos, que un «Capitán Pescanova» y un gordinflas.

Agobian, agobian mogollón, agobian tanto que Perico se enfada, Perico se china, Perico coge la ponchera y se la arroja, con fuerza, al marinero de agua dulce. Tampoco llegó la sangre al río, pero tiene su punto como secuencia de acción. La cosa es que aprovecha Pedro y, ya que tiene pulsaciones altas, pues pega demarraje, los dos atletas pechugones hacen fuerza, el gordo acaba cayendo de morrucos contra el asfalto, porque los gordos siempre terminan comiendo suelo (o haciendo el supermeneo en Los Goonies… todo muy corrección política). Bueno, que Millar pilla rueda y Millar termina batiendo a Pedro al sprint, porque Pedro al sprint era un poco Mikel Landa, y un sprint entre Delgado, Landa y Marino Lejarreta abriría, calculan en el CERN, agujeros de gusano capaces de teleportarnos a dimensiones paralelas, dimensiones donde Lance Armstrong ganó un Tour de Francia, dimensiones donde Jesús Montoya acabó de amarillo en el 92, dimensiones donde Boonen tiene cinco Roubaix (puto Hayman, tú).

«Una de las victorias más impresionantes en el Tour desde la Segunda Guerra Mundial», dijo Phil Liggett. Claro que sí, coleguilla, están Aix-les-Bains, Mourenx, Les Orres y esta de Millar. Claro que sí… Mira, Phil, una cosa… esos otros triunfos que comentas… ¿están ahora aquí con nosotros, en esta habitación? En fin, ya les dije sobre la britishfilia.

Eso.

Ah, lo de detrás. Theunisse y Rooks le sacan veinte segundos a Fignon, lo cual justifica ab-so-lu-tamente-te haber salvado el culo a todos durante media jornada. Ya cerquita de Superbagnères, cuando asoma el hotel al fondo, ataca Laurent. Lemond sale a su rueda (Lemond tiene esa fijación con las ruedas), pero luego revienta, y empieza a hacer eses, y se alza, y se deja caer, y le ha crecido un montón el culo (nunca se explicó Luis Ocaña el diámetro nalgar de Greg Lemond), y no puede con los guantes, no puede con las zapatillas, no puede con ese maillot amarillo que va a perder. Por poco. Cinco segundos sacaba a Fingon en la general, por siete palma ahora. Nada. Qué son siete segundos, ¿imaginan un Tour que se pierda por siete segundos? Qué ridículo, macho. Siete segundos. Empataos. Siete segundos.

Miguel tomando medidas antes de Luxemburgo

Perico ha recuperado tres minutos y medio, más medio el otro día… cuatro en los Pirineos. Está a tres en la general, así que casi seguro gana el Tour, porque esto no hay quien lo pare, arriba Perico, viva el Perico Delgado, está ganao, está ganao, y el año que viene Campeones del Mundo en Italia, ganao, igual hasta la Quinta triunfa en la Copa de Europa, no me tires de la lengua. Eso, que casi seguro gana el Tour, pero al final no, porque las cosas son como fueron y no como debieron ser. No importa, quizá sea más hermoso así, la persecución sin premio, la odisea que hunde barco frente a Itaca, porque tiene mal puerto, Itaca.

Sea como fuere… aquel día fue mágico, aquel día fue inolvidable.

Superbagnères.

18 Comentarios

  1. Excelente artículo para no enterarse absolutamente de nada. Salvo que el protagonista es Perico y algo tienen que ver en la historia un montón de nombres al azar de ciclistas.

  2. Me lo escribe un alumno de tercero de la ESO y le suspendo

  3. Magnífico. Grandes recuerdos.
    Gracias por el artículo. Más como este. Me he reído mucho.

  4. Sin duda alguna, lo mejor de este arículo, son las fotos.

  5. Reconozco que si no eres un aficionado desde aquellos años y no viviste aquél Tour como lo vivimos muchos,hay detalles que se te escapan a lo largo del relato…yo,que lo disfruté a tope y lo recuerdo perfectamente no sería capaz de hacer un relato tan bien resumido (y tan cachondo…) de aquella jornada y con tantas referencias a los protagonistas de la historia…se ha escrito mucho sobre las razones del retraso de Perico en la salida de Luxemburgo pero yó apuesto por lo de la tía buena con la que se le fué «el santo al cielo», que si Lemond fué 3/4 de Tour a rueda de Fignon, que si el manillar de triatleta del americano, que si Gorospe teniendo pesadillas con Hinault (buenísima esa parte🤣)… todo parece un cuento pero todo fué verdad, Lemond le levantó un Tour a Fignon en 8 segundos.

  6. Vuelve a ser imposible seguir el hilo argumental del artículo. luego que si hate

  7. No leen, porque es demasiado leer para ellos y luego se atreven a decir… Porque no es cuestión de que no dispongan de tiempo, es que leer les da pereza… Gracias por el artículo.

  8. Grande Marcos, imposible dejar de leerte.

    • Magnífico relato de aquel inolvidable Tour. Aquel que Delgado se despistó demasiado y que, sin embargo, nos tuvo pegado las tardes de sobremesa esperando el espectáculo que daba con sus demarrajes, donde Lemon se pasó sacando ventajas en las cronos y chupar ruedas de Perico, que era al que había que vigilar y los 8 segundos del último día en la crono de París. Pobre Fignon!!

    • Pues a mí me encanta. Si no viviste aquello, no te enteras de (casi) nada ¿y qué? Leí el artículo porque vi aquella etapa y fue la leche.

  9. Buenos tiempos aquellos, y qué jóvenes éramos. Me ha encantado el artículo, aunque comprendo a los que no vivieron esos días que no entiendan nada…

  10. Un día increíble, aquél. Aunque el estilo narrativo es de 1° de EGB.

  11. Simplemente, en el prólogo del Tour 1989 le sucedió a Perico lo que nos puede suceder, o nos ha sucedido, a cualquiera. Se extravió o perdió la orientación en las calles de aquella ciudad.
    Eso le pasa a cualquiera y al que diga que no, que levante la mano

  12. Pingback: Txomin Perurena, último adiós a un campeón (casi) desconocido

  13. Pingback: Nacho, el mal y sus tiranos

  14. Pingback: Tour de Francia: Hazañas y miserias, «sígueme si puedes»

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*