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Nacho, el mal y sus tiranos

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Nacho, del Real Madrid, le entra a Portu, del Girona (Foto: Cordon Press)
Algo que solemos llevar bastante mal –en el deporte y no solo en el deporte- es la irrupción de lo imprevisible. Por lo general, que se cumplan nuestros prejuicios y nuestras expectativas nos proporciona una estimable dosis de paz mental. No es tanto que lo sucedido sea bueno o malo, positivo o negativo: es más importante que todo sea como habíamos decidido.
Cuando no es así, algo chirría. Nacho, el defensa del Madrid, realizó en el campo del Girona una entrada durísima, que seguramente pareció todavía más escandalosa porque la acción no se correspondía con la imagen del autor que nos habíamos construido. «¡Pero Nacho! ¿Qué haces? No te reconozco». Ese muchacho aparentemente modélico, que nunca se queja, que no lleva tatuajes, que ayuda a las ancianas a cruzar la calle y a llevar la compra y que va bien peinado y bien vestido mutó de repente en carnicero a domicilio.
En el instituto -siempre vuelvo al instituto porque todo pasó ya en el instituto-, esto se veía muy claro. Después de algo así, Nacho se habría visto obligado a acudir a tutoría. Allí, en un cuarto con persianas bajadas, un par de profesores le habrían dicho que no estaban enfadados, sino tristes y decepcionados. Nacho miraría al suelo con los ojos llorosos, avergonzado por su agresión impropia y escucharía a sus padres, asumiendo el castigo. Había deshonrado a la familia. «Él no era así, pero desde que se junta con Rudiger…». Las malas compañías.
En una escena de la serie Compañeros -siempre vuelvo a Compañeros porque todo pasó ya en Compañeros-, Alfredo, el personaje que interpreta Francis Lorenzo, exclama «A mí no me digas nada, que soy el hijo díscolo». Al hijo díscolo, lógicamente, se le exige de una manera distinta que al hijo responsable. De este último se espera y se asimila una fiabilidad natural que no siempre recibe el mérito que debería. Si Nacho lo hace bien, es que simplemente «cumple» con lo esperado. Si Nacho fuera el hijo díscolo, lo de Girona nos habría impactado mucho menos, por descontado.
El hijo díscolo la lía y se lava las manos. Tú veías a Perico Delgado sufrir una pájara en un etapón del Tour y entraba en el marco de la lógica –pues nada, cosas que pasan-. Pero cuando Miguel Indurain se quedó descolgado en aquel puerto del Tour del 96 causó un trauma perplejo a toda una generación de aficionados. Recuerdo verlo atónito en el salón de actos de un monasterio, junto al Moncayo, durante un campus de fútbol. Recuerdo que estaba comiendo una bolsa de Cool Bits y recuerdo la sensación generalizada de estupor en mayores y niños. Lo recuerdo todo al detalle porque Indurain nos había acostumbrado a que hacerlo bien –ganar 5 Tours uno detrás de otro- fuera simplemente «cumplir» con lo esperado. Por eso nos entraban ganas de llorar. No sabíamos muy bien qué, pero algo estaba terminando ese día.
De ti no lo esperaba. Eso le dice Valle -siempre vuelvo a Compañeros porque blablabla– a Luismi en un capítulo en el que se porta mal con ella. De él no lo esperaba, por eso le dolió tanto, porque Luismi era una bellísima persona y no otro de tantos. De Quimi, en cambio, sí lo esperaba y no pasaba -casi- nada. De Indurain no lo esperábamos.
El hijo responsable –Nacho, Luismi, Miguelón- debe asumir, quiera o no, una exigencia mayor en sus actos. No sé si exagero al decir que de ellos depende que sigamos creyendo en la raza humana, porque si nos fallan los buenos, ¿qué nos queda? El mal y sus tiranos.
De todas maneras, a mí no me digáis nada: soy el columnista díscolo. Envío el texto y me lavo las manos.

Un comentario

  1. Bueno Quimi no sé, porque no seguía la serie, pero Miguelón mamó de Perico y Nacho de Pepe…creo que está todo dicho.

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