Ciclismo Ciclocross

Mundial de Ciclocross: Van der Poel se inspira en el duelo de todos los duelos

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Tampoco hay mucho que ver, por Hoogerheide. Tiene algo más de nueve mil hoogerheidianos, una iglesia rollo pastiche-gótico-kitsch, cuatro calles, cuarenta casas, siete bares (todo ello aproximado). Ah, y praos, praos por los alrededores, praos que rezuman limo y mala hostia, praos perfectos para lo que vinimos a hacer aquí.

El Mundial.

Quizá por eso tira en la zona lo del ciclocross. O Cx, que dicen los modernos, a mí no me miren. Si hasta tienen carrera anual, oigan. El Gran Premio Adrie van der Poel, que era un señor paliducho y de sonrisa triste, uno con palmarés estratosférico que incluye De Ronde, Lieja, Ámstel y mil cosas más. Ah, también fue campeón del mundo. De ciclocross, digo, en ruta solo trincó plata. Vamos, que homenaje lógico. Este Adrie se casó con la hija de Raymond Poulidor (pedigrí de primera en las bicis) y es padre de un tal Mathieu van der Poel, del que quizá hablemos más abajo (quizá, solo quizá, no se me aceleren, vayan ustedes a saber). Ah, van der Poel, Mathieu, ha ganado cinco veces la carrera de van der Poel, Adrie, esa que hacen todos los años en Hoogerheide. Pero es que van der Poel, Adrie, también se impuso en la carrera que conmemora a van der Poel, Adrie, porque la endogamia palmarestística arroja resultados sorprendentes…

(Sobre las palomas de competición dopadas y otros etcétera les cuento en ocasión diferente, ¿vale?).

Y, bueno, que con semejante currículum pues bien merecido lleva Hoogerheide ser sede del Mundial, ¿no? Del Mundial de ciclocross, oigan. Esto del ciclocross ha tenido impulso importante en los últimos tiempos, por aquello de que algunos de los más carismáticos tipos de ruedas finas se pasan regularmente al barro. Que no es cosa de hoy, pero sí llevábamos algún tiempo sin verlo. Así que ahora hay muchos (cientos de miles… qué digo, cientos de millones) espectadores que se cuelgan de la tele solo para ver desempeños del van Aert o el Pidcock de turno, creando cierta distorsión en los veteranos del asunto, que se comportan ante tales modas con aire de «la maqueta era mejor». O, pasado a la bici, «el bueno no era Merckx, sino un vecino suyo de Bruselas, lo que pasa es que pilló tendinitis con dieciocho años y ni siquiera pasó a profesionales». Que yo entiendo el snobismo (el snobismo es un pecado súper económico, así que lo practico con frecuencia), pero, oye, todos somos coleguillas, ven para acá, disfrutemos del asunto, no, no me cuentes siete mil clasificaciones concretas, que a mí me gustan las historias, los argumentos, las narrativas…

El Mundial de ciclocross se disputa desde 1950. Antes igual les daba pereza hacerlo, por aquello de que ciclocross era prácticamente todo, con aquel macadán tan poco liso. Y eso, en el cincuenta ganó Robic, que era ideal para estas cosas, con su cuerpo chico, su mala hostia y su cara de llevar mucho tiempo sin hacer caca. También se ventiló un Tour, ojo, no era un don nadie. Luego han vestido el arcoiris chocolateado tipos como Wolfshohl, los hermanos de Vlaeminck (Roger una vez, siete Eric, récord… siempre le reprocharon a Eddy que no probase más fuerte con esto del Cx), Thaler, Richard o Dominique Arnould. Esos de entre los que probaron (exitosamente) en asfalto, los mitos de camberas y campos a medio arar también incluyen tíos como Sven Nys, Roland Liboton o Renato Longo. Campanillas, claro, en el palmarés. Sumen que antaño prácticamente todos los de ruta probaban con la disciplina en invierno, y que este tipo de pruebas tienen mucho de verbena, festividad y celebración etílico-berreante… A ver, no les hablo del Mundial, que es cosa seria de narices, pero otros sitios…

Por ahí se me escapa a mí la experiencia personal. Yo recuerdo que me llevaba el padre a ver ciclocross. A un sitio de aquí, de Torrelavega, que le dicen «El Patatal», y hace honor al nombre, oigan, porque aquello es para entrar con botas de pescar angulas. Tampoco sé decirles cuántas veces fuimos, porque nuestra niñez amplifica todo, como si estuvieses en la casa de Gran Hermano, pero varias. A mí aquello me gustaba un montón, que tiene su aquel de danza sobre barro, su punto de épica (la suciedad siempre es épica), su jenesequoi de atavismo, de carreras para bárbaros, de «antes todo era así y ahora os habéis puesto algo finolis, con vuestros tiktoks y vuestras mierdas». Luego dejé de ir a «El Patatal» para el Cx y continué visitándolo para otros asuntos (hay muchos niños en Torrelavega que llevan «Patatal» de primer nombre), pero tampoco vinimos a contar miserias, ¿no? Vamos, que me volví a aficionar como tantos, con todo este revival tan pre y postcovid, y hoy disfruto cual gorrino en fango, por usar imagen sencilla de retener…

Y ahora… pues este Mundial. Con dos favoritos. Únicos, indiscutibles, estaba el siguiente en las apuestas con menos posibilidades que Mikel Landa con el récord de la hora. Ausente Tom Pidcock (campeón en ejercicio y fantoche honorario, de los que a mí me gustan) quedaban ellos. Ellos. Desde cuándo, hasta cuándo. Dónde, por qué. Mires al lugar que mires. Ellos.

Mathieu van der Poel. Wout van Aert.

Empecemos por van der Poel. La última vez que estuvo en unos Mundiales, allá por las antípodas, casi acaba en la cárcel, cascándose con Cocodrilo Dundee y robando dos o tres koalas. Aquello fue algo feo, y abundaba en una cierta dispersión con el neerlandés. Van der Poel lleva un tiempo sin disfrutar sobre la bici (desde el Giro, dicen unos; desde la caída esa tonta de Tokyo, argumentaban los de mas allá), y eso se notaba, porque el tío parece arrancarse a golpes de genio, de inspiración. No es que gane sin ganas, pero con ganas parece ganar mas. Y mejor. Llegaba bien a Hoogerheide, aunque estos siempre llegan bien, de tan grandes que son…

Wout van Aert (Foto: @BELCyclingTeam)

Su némesis se llama Wout van Aert. Si van der Poel es el artista genial e inseguro, el que avanza a golpes de inspiración y sonrisillas, van Aert parece, más bien… un tractor. Sí, tú a van Aert lo pones en mitad de un campo y te lo salla entero, luego recoge berzas, desgrana mazorcas, da de comer a los conejos y, en casa, pinta el baño, la cocina y hace los deberes del niño. Vamos, que es un animal invencible, alguien programado para patear pedales, que lo mismo aplana adoquines por Roubaix que ataca a Pogačar en Hautacam, gana en los Elíseos o mastica barro con sabor caramelo. Es más fiable, mayor constancia. Y tiene un mechoncillo tontorrón justo en la frente, que también suma…
Duelo legendario (y no asusta usar la palabra), de esos que se van disputando durante décadas (sí, décadas). Parada en Hoogerheide. No será la última. Mundial, nada menos.

Y… salida. En Cx la salida es en asfalto, y a toda hostia. Un sprint de principio, no de final. Ciento ochenta pulsaciones y ya así hasta que pase horuca y pico. Hay codos, hay rodillas que se sacan más de la cuenta, hay dos o tres caídas en una herradura, hay rodadas como de tráiler por donde asoman hojitas de roble. Hay, también, van der Poel y van Aert a rueda de van der Haar, porque los buenos son, sí, buenísimos.

El recorrido es rápido (y una estufa gordísima… pero gordísima), las bajadas son vertiginosas, los tablones parecen más bajos y hasta esos árboles que enmarcan circuito parecen mirar curiosos a los dos grandes. Porque van der Poel pilla cabeza en una bajada de esas artificiales, y van Aert adelante a van der Haar, y qué pila “vans” y qué pocos “no vans”, y se viene otro duelo al sol, porque hace sol, pero también parece que rasca bastante el frío, y menos mal, porque el ciclocross tiene que tener aire de invierno, que de lo contrario es otra cosa. Bonita, pero otra cosa. Pena de lluvia, tú…

Es superioridad absoluta. Humillante, si quieren. Claro que esto mismo se puede decir en Monumentos, clásicas y prácticamente cualquier asunto que se dispute sobre ruedas. Porque, excluyan ustedes Vueltas, estos paisanos pasean dorsales y megalomanías durante diez u once meses cada doce. Época histórica, ya les dije. Una maravilla, ya lo saben.

Van der Poel que tira, el otro a rueda. A veces se enganchan en fangos, o corrigen curva, o suben con fatiga escaleras. Pero son las menos. Lo habitual es que vuelen, que tracen horquillas mejor que Fonsi Nieto (mejor que Gelete Nieto era muy cruel), que naveguen sobre barrizales como el motocultor que tengo yo por la huerta, que no vean cómo me ayuda a mí, el motocultor, en la huerta. Resulta hipnótico, resulta bello. En el deporte de la suciedad y los esfuerzos agónicos, van der Poel y van Aert viven trenzando versos…

Mírenlo, háganme caso.

Si me buscan narración pues… oye, es que es solo un duelo. Un duelo. Te saca Blasco Ibáñez novela, te hace Ridley Scott película. Vigilarse, conocerse. Llevan Mathieu y Wout pegándose buenas hostias desde la adolescencia en estas lides. Factor sorpresa inexistente, pero muchas deudas por pagar (esto no es un Indurain contra Bugno, aquí está bastante repartido el rollo). Van Aert con su maillot de Bélgica (el maillot de Bélgica acojona como Atila, Gengis Khan y Shaka de Virgo, aproximadamente), el casco ese espantoso fabricado con las gafas de Marion Cobretti, manos sobre gomas de frenos; van der Poel de blanco, pinta de «ven, que te cuento cómo chuleé De Ronde a Tadej», los trapecios cada vez más tochos, que va a terminar como The Rock, con los trapecios, que menudo cuerpo para no ganar Lombardía, amiguete.

Eso, paz tensa. No relevos, porque casi siempre tira el neerlandés, pero respetándose. Pasar kilómetros, ratito. Son tan superiores que se lo pueden permitir, hicieron hueco, nadie cerca. Vigilar, vigilarse. Ambos esperan hasta las cuatro últimas vueltas. Otra particularidad del Cx… aquí la distancia definitiva se decide una vez comenzada la prueba. En Hoogerheide fueron diez giros, y en el séptimo atacó van der Poel. En una bajada, en un tobogán que hizo esprintando como si fuera Abdoujaparov en los Elíseos. Tres curvas, cuatro derrapajes, saltan tapines como si fuera el área del viejo Atocha. Van Aert vuelve. Primer aviso.

Luego… reflexión. Tenemos que hablar, démonos un descanso, qué te parece si salimos con otras personas. Eso, los momentucos que pretendes queden olvidados, los que nunca vas a contarle a tus hijos. Dos vueltas sin tralla, dos vueltas en plan relajación, dos vueltas en el balneario, en la bañera con hielo, en ese butacón que hay al fondo del bar y donde tantas veces amaneciste. Todo para el último giro, vamos a hacer bien las cosas, vamos a dejar imágenes pal yutub.

Vale, vuelta final. Tira van der Poel, luego van Aert, rueda, espalda, giro, curva, tensión. Wout parece acelerar un poco, Mathieu caza fácil. Llevan una hora como locos y trazan con más frescura que usted recién salido de casa. Ah, los maillots van limpitos, lo que es, se mire por donde se mire, una tragedia (est)ética. Todo al sprint. Como tantas veces, como desde que se conocieron. Han echao más sprints estos dos entre ellos que Alfonso Gutiérrez en toda su carrera como pro…

Van der Poel arranca primero… agarrado arriba (el landismo llora), Wout que coge el manillar donde hay que cogerlo, Wout que acelera, Wout que ha ganado sprints en la Grande Boucle, Wout que lo tiene todo para imponerse… van der Poel mueve la bici como el Chava Jiménez subiendo Lagos, tiene los codos abiertos «Óscar Sevilla style». Pero acelera, sigue, celera, Wout ni le enseña la bici, Wout que no da miedo, Wout hace segundo, Mathieu gana. Es su quinto Mundial, ya solo tiene a Eric de Vlaeminck por delante.

Yserbit hace tercero, pero es que a Yserbit (y a todos los demás que son como Yserbit pero no son Yserbit) apenas se le ha visto, porque van Aert y van der Poel iban sudando carisma en cada curva. Es el mejor final para la temporada de ciclocross, es el mejor comienzo para el año de bicis.
Pinta bien, el asunto.

2 Comentarios

  1. No sé cómo poden dar algunos “ entendidos” favorito al sprint a Van aert frente MVP . Le ha ganado casi siempre desde críos en este tipo de final ( tour de Flandes incluido)

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