Cómo combinar en una sola biografía los éxitos más insolentes y la derrota mayor en todo el ciclismo. Cómo hacer que ambas realidades bailen, hagan mohines seduciéndose, guiñen ojos al aficionado. Qué prefieres tú, con qué te quedas. Haber sido, estar tan cerca de ser. Yorick a pedales, Sartre en bici.
Con todos ustedes… Laurent Fignon.
En los días de vino y rosas
Y, de repente, zas.
Nuevo ídolo, nuevo mito.
Le decían El Profesor, sí. Por sus gafitas de intelectual, por esa forma que tenía de responder, encantadora e irónica, sarcasmo del que agrada a sorbitos. Le decían El Profesor, porque venía de París y tiene ademán suave, lee libros, no se pasa el día hablando de tractores y mujeres. Le decían El Profesor, y él incluso llegó a pisar la Universidad, que era raro, entonces, para un corredor, pisar la Universidad. Una de las asignaturas en su examen de acceso fue Idioma Español. Exposición oral sobre el ciclismo ibérico. Pues sí, mire usted, Trueba, la puce, y luego Bahamontes, que estaba chiflado, y Julio Jiménez, Ocaña no, Ocaña era francés, al menos en lo de la bici, francés con todas las letras. Pum, aprobado.
El Profesor.
Así que venía ya distinto cuando pasó a profesional. Buena planta, futuro que promete, ciclista se forma. La Regie, nada menos, el equipo más grande entonces (con permiso de lo que llevase Peter entre manos). Dos tótems intocables, dos mitos hechos y haciéndose. Uno peleó con Merckx en el asfalto, otro pelea con Merckx en el Gotha.
Cyrille, Blaireau.
Pronto… destacar. A su nivel, pero destacar. Que tiene veintiún años y gana Critérium, que podía haberse cepillao la Blois-Chaville (esa París-Tours de toda la vida) si no hubiese roto la biela izquierda, con el consiguiente hostión. Ah, también debut en el Giro, un día de rosa, apoyo para la segunda victoria de Hinault. La carrera italiana será, siempre, carrusel de emociones para el parisino.
Año más tarde y… tres momentos. Tres fechas para cambiar toda la vida, tres pasos ineludibles. Serranillos, cuando destroza todo (maillot negro de camuflaje, bretón en furia desatada) para la etapa más mítica de siempre al sur de los Pirineos. O, dos meses más tarde, con Hinault anunciando su ausencia del Tour. También, claro, Alpe d´Huez. Primer amarillo, confianza, sonrisa. Sustituyó al gran líder, soportó el peso de todo un país. Finalmente entra como líder en su ciudad natal. Tras él Arroyo, Winnen y Van Impe. Por el camino quedaron Joop, Perico, el desgraciado Simon. Por el camino quedaron dudas y confianzas. Guimard siempre dijo sí, Laurent no lo veía del todo…
Eso fue por el camino.
Veintidós años, ganador debutante. Como Merckx, como Coppi, como Anquetil o Hinault.
Preparaos, estoy llegando.
Matar al padre
Tú ves el Tour de 1984 y te pones tontorrón pensando en la novela que sale. Claro que miras el de 1983 y menuda cosa tan guay. Y el de 1985. Y el siguiente ya ni te cuento, con Bernard jugando al psicópata, Greg haciéndose caca encima (literalmente) y toda aquella presión, todo aquel thriller. Ay, Blaireau, por qué corriste frente a Merckx, tío, que tendrías seis Grande Boucle, que no puedes desafiar a Eddy (al recuerdo de Eddy, al fantasma de Eddy). En fin, eso lo hizo perder, eso hizo que ganase para siempre. (Luego piensas en el 87, y en 88, y en ese 89 del que hablaremos y, en fin… que menuda época, coleguita, menuda época).
Pero todo eso, todo lo anterior, palidece contra el Tour de 1984. Porque el Tour de 1984 es una obra de Camus, es un mito griego, es un cómic de Neil Gaiman. El Tour de 1984 te lo pilla Freud y te saca siete libros, catorce artículos científicos y veinticinco inyecciones de farlopa, por el gustirrinín. El Tour de 1984 fue cuando Saturno quiso devorar a sus hijos, acabó siendo cuando Edipo mató al padre (de la máter no sabemos más cosa, afortunadamente… ¿quién sería la máter? ¿Lemond? ¿Köchli? ¿El mismo Cyrille? Vale, era su director, pero en este bendito deporte debes humillar, primero, a los tuyos. Es así de cruel).
Digamos que lo del 83… bueno, en fin, vale. Tour barato, sin patrón, Perico bien cerca muchas etapas, la clavícula de Pascal, alternativas… Vaya, que no parecía eso el Ballon d´Alsace 69, ustedes me entienden. Si unos meses antes Bernard anduvo en la Vuelta destrozando organismos (y triturándose la rodilla), si allí Fignon era poco menos que equipier. Vamos, todos anhelaban el retorno del rey bretón para reclamar lo que suyo era. Por derecho (y por los hechos, que Le Blaireau pasaba bastante de palabritas amables). ¿El parisino de gafas? Bueno, pues un meritorio, llegará su instante, aprovechó oportunidad, fue Aimar, fue Pingeon, fue Joop en 1980. Veremos en los próximos años, que le quedan muchos. Pero ahora… es tiempo de seguir recolectando.
Ay.
Aquello fue una masacre. No tiene otro nombre, no se lo busquen. Una masacre. Fignon era Hulk, Thor, los Detroit Pistons de 1989, Juanma López y Dino Meneghin. Solo que con clase. Con mucha clase. Con toda la clase del mundo. ¿Recuerdan eso de ahí arriba, lo de Merckx? Pues en este julio Laurent fue lo más parecido a Merckx desde… bueno, desde julio de 1975…
Y eso que empezaron las cosas regular. Hinault que vence en la crono del principio, Hinault que celebra, que viste de amarillo, que, cuentan, es como si no se hubiese ido nunca. Aun anda el chavalín, el de París, tomando calostro, pudo pensar, solo que no lo dijo, porque Le Blaireau no decía palabrejas largas, solo metía dentelladas cortas. Y eso, que nuevo equipo (La Vie Claire de Bernard Tapie, de entonces Bernard Tapie aun era un tío al que respetar… yuppie ochentero clásico), nuevo maillot (esa cosa tan bonita de Mondrian), nuevo director (de Köchli decían si era maestro para Guimard… como si Guimard tuviese maestros, como si Napoleón hubiese tenido tutores), nuevos compis. Pero… todo igual, Hinault de amarillo, llega el pentacampeonato, qué lindo es esto de la bici, veteranos al poder, alonsanfans, etcétera…
Se llevaban bien. Bueno, no, se respetaban. Laurent siempre dijo que jamás tendría la fuerza de Hinault, que su potencial no tenía parangón, que sus gestas eran inalcanzables para él. Ya lo dejó escrito Guimard… nunca en la historia de la bici hubo nadie con la fuerza de riñones que tenía Le Blaireau. El de Yffiniac, por su parte, era parco, cortés. Ni una palabra de más, ni un gesto de menos. Así se hacen las cosas allá de donde viene.
Sí, se respetaban, pero es que eran tan diferentes… Bernard nació en pleno gaullismo, Laurent cumplió ocho años mientras los estudiantes buscaban playas bajo adoquines en su villa. Otra generación, otra forma de hacer las cosas, de entender el mundo. La ciudad, el campo. Al uno se le colaban ásperos recuerdos del brezhoneg en el murear, otro tenía ese encanto parisino que te cosmopolotiza el gesto. Nada que ver. Dicen que si chocaron ya desde el principio, en la primera concentración de invierno donde ambos coinciden. Que Fignon y Pascal Jules andaban todo el día con bromas, con chanzas, con ataques y picadillas en cada repecho del recorrido. E Hinault, claro, sufre. Sufre porque siempre cogió peso en diciembre, porque no le gustaba pelearse con la bici (Hinault no montaba en bici… peleaba contra la bici) aquellos despertares gélidos con poniente saltándote al morro.
Así que después, en la cena, Hinault pide palabra y dice que eso no puede continuar, que el ritmo debe ser más cómodo, que él es el jefe y al jefe no se le avergüenza frente a otros. Aunque sea en un humilde paseo, aunque nada tenga en laureles y palmarés. El orgullo… el orgullo es más importante. Todos miran al suelo, cuando Le Blaireau asoma los dientes todos miran al suelo. Salvo Fignon. Colega, si no quieres sufrir a lo mejor tendrías que entrenar más fuerte en casa. Silencio sepulcral. Hinault lo observa, sonríe un poco así, como sonríen los quinquis antes de robarte veinte duros. No dice nada. Al día siguiente, recordaba Fignon, hizo del entrenamiento un pasaje infernal. Reivindicándose, claro, pero también inflingiendo dolor, porque Bernard siempre quería inflingir dolor (incluso a sí mismo… quizá, antes que nadie, a sí mismo).
Esos eran Hinault y Laurent. Francia dividida. Y ahora, claro, han de chocar.
Solo que… imposible. Fignon arrasa como pocas veces se haya visto en julio. Cada día, cada etapa, es un calvario para Bernard. Aprieta dientes, nunca se rinde. Su rodilla aúlla. Pero es que Laurent… Laurent es bello, es joven, es hermosísimo. Laurent es arrogante y vanidoso, Laurent es Baudelaire sobre la bici, de tan dandi. Golpes, segundos aquí, minutos más tarde. Hasta el día de Alpe d´Huez. Le Blaireau ataca en Laffrey, porque no hay sitio más adecuado para el emperador que vuelve. Fignon captura casi sin esfuerzo. Y otra vez. Y otra. «Hasta que no me queden fuerzas, atacaré», dijo un día Hinault, y quizá pensaba en este Alpe, en esa llanada con viento. Demarraje seco, duro, demarraje suicida. Fignon, altanero y lleno de fuerzas, suelta una carcajada. Dónde va, dónde va El Tejón. Todos oyen. Es humillante para ambos.
Años después, en su autobiografía, Fignon relativiza, dice que no fue adecuado, que quizá… No importa, cumbre de su dominio. Arriba de Bourg d´Oisans caza a Hinault, lo deja tirado, apenas mira su rostro contraído en mueca. El rey no observa siervos, supongo. No alza los brazos (Lucho hace historia, Lucho es cafetero, Lucho es amateur) pero todos saben que el ciclismo tiene un nuevo patrón. Gana cinco parciales (dos contrarrelojs, la crono en cuesta, los finales en La Plagne y Crans Montana), el amarillo, segundo en la montaña, Renault vence por equipos. Tiene veintitrés años y dos Tour de Francia. Laurent, ¿hasta cuándo?, le preguntan en la tele.
Gano otros cinco Tours y lo dejo, responde.
Sonríe.
Él, únicamente, sonríe.
Ese muchacho tan simpático y sus años oscuros
Y después… nada.
Hay susurros, bisbiseos. Que si Laurent no entrena, que si le gusta mucho salir, beber, el rollo de siempre, etcétera (de lo que sigue hablaremos cuando toque, tranquilos). Que quiere abrirse paso en la tele, que es una celebridad social, que se ve demasiado su rostro (cabello rubio, gesto pícaro, gafitas de intelectual, más parisino que la Torre Eiffel y los precios caros) en sitios que no son L´Équipe. Nunca sabremos cuánto de verdad…
Es el talón de aquiles. Dolor, primero. Cirugía más tarde. Dos veces ganador, ausente en julio. Quinto de Bernard. Apretar dientes. Volveré con más brío, volveré mejor. No sabe lo que espera…
Un trienio. Un trienio de dolor, de latigazos, de buscarse a sí mismo para encontrar nadas. A veces, como si no costase, recuerdos de quien fue. La Valona, San Remo. Ese pódium en la Vuelta a España que lo ilusionó como un Seat Ibiza de segunda mano con 180.000 kilómetros. Eso sí, sus buenas perras amasa entonces, porque, dice, vendió a los colombianos paz por dólares. Años antes, cuando estaba en lo más alto, se fue hasta allí para correr el Clásico RCN. Que todo era una fiesta, que había farlopa mires donde mires, que los maleteros iban llenitos, que él mismo probó un par de rayas de aquello con olor a coco (Stephen King dixit) y ganó así la última etapa. Que se acojonó, por si positivo. Que todos empezaron a reírse. Positivo por farlopa, qué cosas tienes, Laurent. Salió bien, claro…
No fue la única relación de Laurent con productos dopantes, claro. Era, seamos claros, hijo de su tiempo. Uno donde salir positivo conllevaba diez minutitos de pérdida, podías seguir en carrera. Uno en el que, ojo, lo que se buscaba es el dolor, hacerte daño por encima de tus posibilidades. Reventarlos o reventar. Vamos, la antes de la ÉPOca. En ese contexto… latines. Pero solo en ese contexto, si creemos lo que nos dice Fignon. Cuenta cómo, años más tarde, preguntó al médico. Oncología. Le acababan de diagnosticar el cáncer que acabaría matándolo. Oiga, ¿usted piensa que todo aquello tuvo que ver? El doctor pregunta, hazme un listado, qué tomabas. Anfetas, sobre todo, esto, esto, lo de más allá. Casi se echa a reír. Nada, hombre, nada. Si tú supieses…
Los años oscuros incluyen alguna historia adicional. Como cuando pedaleo meses con una solitaria alojada en su estómago hasta que el simpático bichejo tuvo a bien escaparse vía deyección en plena Grande Boucle. Más de un metro sumaba el platelminto, que así no hay quien rinda. O ese Tour del Porvenir, año ochenta y ocho. Prueba para amateurs y jovencillos, el Tour del Porvenir, pero anda Laurent tan desesperado que busca motivación en cualquier esquina. Digamos que se impone con lo justo (segundo es un compi, Gérard Rué… paliducho, gafotas y pelo pajizo… más tarde será gregario de Indurain), pero esa carrera iba a tener importancia fundamental en el devenir del ciclismo. Y es que allí, entre temporeros, meritorios y otras especies, Fignon coincide en cierta escapada con cierto ciclista. Grande, calvo, rostro con más venas que el cuello de Camarón, tirando a feo, menos sentido del humor que Eloy Olaya en verano del 86. Veinticuatro añucos gasta, el bigardo, que ya es edad para haber pasado con los buenos, creo, que con veinticuatro añucos Miguel ganó la París-Niza. Y este… nada. A chupar aire. Bueno, por lo que sea cae en gracia a Fignon, tú colaboras, yo te hago contratillo de aquí a unos meses. Hecho. Nada cambia, todo estaba a punto de cambiar.
Bjarne Lykkegård Riis ha pasado a pros.
Cómo cambiar una vida en ocho segundos
Laurent Fignon está cenando. Un restaurante, París. Seguramente con su pareja, o con alguna amistad. La anécdota omite detallucos, pero nosotros vamos a ponérselos. Fignon está terminando de cenar. Ramonea despreocupadamente un plato de queso mientras lee L’Hommerévolté. Alguien se planta allí. Tímido, nervioso. Laurent alza mentón, el otro balbucea. Usted es… usted es ese ciclista, el que perdió un Tour por ocho segundos. Fignon traga saliva. Otra vez. Lo mira fijamente.
No, yo soy ese ciclista que ganó dos Tours.
Es tan fuerte, el detalle…
Cómo se recupera uno de eso… cómo superar el recorrer tres mil doscientos ochenta y cinco kilómetros en bicicleta (la distancia entre Limoges y Moscú, lo que separa a Poulidor de Kapitónov) y que otro te gane por ocho segundos… ocho segundos… Dura menos de lo que tardas en decir americaine de merde… Y en tu propia casa, en la avenida por la que paseas cuando quieres soñar sueños de bicis.
No, no se levanta uno de algo así.
No se levanta.
Del Tour 1989 se ha escrito tanto… Que si Luxemburgo, que si Lemond vuelve de las cenizas (su cuñao lo confundió con un pavo, algo que solo pueden hacer los cuñaos), que si PDM sí pero no (y años después, cuando cantase su médico, se vería que no pero sí), que si aquello de Superbagnères, que si Alpe y Lemond con un culo gordísimo reptando penosamente, Lemond con sus rodillas marcando las dos menos diez, Lemond que cargaba nalguitas como para salirle siempre el palito más corto en los naufragios. Ese Lemond, ese milagro, tómenlo ustedes como les dé la gana…
Y lo de París, claro. Lo de París.
Pasa que entre tanto estruendo se nos escurre una melodía más suave. Otro Lázaro que vuelve. Quizá su infierno pilló menos caldas que el de Greg, pero también tuvo lo suyo. Porque esa temporada Fignon podía haber firmado tarjeta de visita para incomparable. Monumento (otra San Remo), Giro de Italia (segundo fue Giupponi, pero qué quieren), Tour de Francia. Oh, sí, el doblete. Anduvo cerca en 1984, pero aquella última crono fue más sucia que Ethan Hawke en Reality Bites. Y ahora, en la madurez… no se escapa. Como Coppi, como Anquetil, como Merckx, como Hinault. Sus hermanos, sus iguales (falta Roche, pero es que me jodía el símil). Tercer Tour. Thys, Bobet. La leyenda, el aetérnum. Para siempre. Sonrisas, retorno, dominación.
Y, sin embargo… ocho segundos.
Ocho.
Segundos.
Vale, para quienes lo vivieron han quedado otras cosas. El temple, los gestos. Fignon era arrogante, era muy suyo, era distinto. No regalaba, porque no se sentía en la obligación de andar regalando. Fignon, en aquel Tour, comete muchos errores. Algunos sobre la carretera. No ir con todo en Aix les Bains, no atacar en la curva veintiuno, no llevar casco en la crono final, su melena al aire, su imagen de ciclista clásico que vence sobre la sofisticación, sobre el horterismo de colores y pintas que me llevaba Lemond. Iba a ser Lapize pintándole el morro a Vince Neil, pero…
Ojo, también fuera de la bici tuvo sus cositas. Lo de celebrar por anticipado el triunfo, en aquel TGV camino de París, con champán, brindis y cara más tensa que Shakira abriendo un sobre de la Agencia Tributaria. O el escupitajo, sobre todo el escupitajo. Que le fue a una cámara de la Televisión Española por puro error. Lo explica Laurent, hay una tele franchute tocándole las gónadas, preguntando por doping, acusándole de cosas que hicieron otras personas, atribuyendo acciones, trampas, fraudes. Y eso hasta veinticuatro horitas antes de la crono en cuestión. Así que… puajjj. Venganza sobre quien no es, eso por no usar padrinos…
Nunca se recuperó de todo aquello Laurent. Estuvo encerrado en su casa, silencioso, taciturno, las persianas abajo, rumiando culpas e instantes. Se ganan tan fácil ocho segundos, se pierde tan fácil la cordura… Después salió, entrenemos para los Mundiales, que son en Francia, en Chambéry. Es el más fuerte, pero no rompe, no logra romper. Sprint de once y gana Lemond. Otra vez gana Lemond. Que venía por pasar el rato, que, como estaba aburrido, anduvo folla que te folla toda la madrugada anterior. Ese Lemond.
Puta suerte.00
Después… fogonazos. Lo de su discusión con Cyrille, el Tour de 1991 corrido a su puta bola, pasando de Luc Leblanc como quien pasa de un don nadie (y qué es un Luc Leblanc para un Laurent Fignon). El fichaje por Gatorade, los ojos como platos viendo medios, preparaciones, tentación. El parisino se pone en plan Bartleby. Una etapa en el Tour, un corrido final por México. Este no es mi ciclismo, no… mi ciclismo era de etapas agónicas, era de atacar en los avituallamientos, en mi ciclismo los grandotes se quedaban por las montañas y nos hacían sufrir sobre adoquines. Ahora ya no, ahora ya nada.
Ese no era su ciclismo. Fue, quizá, el último de una época.
Laurent Fignon falleció en 2010. Cuentan que si los años habían dulcificado su carácter, que si tenía el aprecio de muchos, que si cargaba con la admiración de todos. El batallador irredento, el atacante sin medida.
Se fue, sí, El Profesor.
Podía gustar más o menos, pero era inevitable admirarlo, por mucho que lo negaras. No hubo otro como él.
Único, irrepetible, un ciclista que marcó un tiempo irrepetible. Contra más veo, escucho y leo de ciclismo más me gusta el parisino.
Curioso que, Fignon, tan odiado en España (no por mí, que siempre fue mi favorito, quizá por rebelde, quizá por llevar gafas, en ambos casos como yo) es ahora recordado con muchísima admiración.
Hay que decir que, además de su mala suerte (forúnculo, lesiones en rodillas, solitaria), fue atracado en Italia en el 84 y en la misma Francia en el 89 (homologación de bici de triatleta que, poco después, le negó la UCI).
Perico afirma que ha sido su peor rival, pues atacaba incluso en el avituallamiento y Peio Ruiz Cabestany habla maravillas de él de cuando coincidieron en Gatorade.
Pocos ciclistas han protagonizado tantos libros, documentales y conversaciones como él.
Cuando visité París tuve que ir a presentar mis respetos a su lápida.
Para los aficionados, no perderse su libro «Éramos jóvenes e inconscientes».
No añado ni una coma a tu comentario Luis. Totalmente de acuerdo.
Yo sí añado. Aunque es cierto lo que decís de la prohibición del manillar de triatleta por la UCI tras el Tour de 1989, mo lo es menos que la organización del Tour ofreció a Fignon utilizarlo tb pero, como el cuenta en su apasionante a la par que autoexculpatoria autobiografía (éramos jóvenes e inconscientes) en el Súper U tenían por norma no utilizar un material que no hubiesen probado antes. Pero se les permitió hacerlo en una decisión, es verdad, polémica y salomónica.
No obstante, quitar mérito a LA CALIDAD Y LOS HUEVOS DE GREG LEMOND en ese Tour, sin equipo, un ADR en quiebra, equipo de rodadores belgas, es profundamente injusto. Y tras 2 años sin.correr por aquel terrible accidente de caza
Buenas… aprovecho para agradecer a todos los comentarios, de verdad, un honor.
Pasaba únicamente para aclarar lo de los atracos que dice Luis… en el texto dejo clarinete el del Giro, que aquello debió ser escandaloso… lo de París prefiero ni tocarlo, porque al final es una «norma técnica» que se aprueba o no… y se aprobó. Para mí de manera injusta, también lo digo claro, pero aprobada. O sea, que hay una diferencia entre el Giro 1984 que le roban a Fignon y el Tour 1989 que le hurta la tecnología. No sé si me explico, creo que prefiero escribir historias que respuestas, jajaja
En serio, muy agradecido a todos
Marcos , tu artículo es excelente y me gustan esos ucos tuyos tan cántabros, preciosa y única tierra a la que tanto he ido. Pero puestos a agradecimientos, podrías haberme dado las gracias por corregirte lo de «infringit» dolor. Que es INFLIGIR. Porque veo que hace un par de días te has pasado por aquí y tras leer mi comentario admonitorio lo has corregido…pero mal tío. Porque, salvo error tipográfico, has puesto INFLINGIR. Esa segunda n sobra.
Grande tu libro Arriva Italia.
Un cordial saludo
Fignon era tan odiado como amado, pero se merecía que el autor del artículo escribiera con más claridad sobre su carrera. Qué desorden, qué conglomerado de datos sin explicar!
Muy buen artículo, como siempre ocurre con los de Marcos. Aunque no debería confundir infringir (cometer una infracción) con infligir (causar o producir un daño).
Buenos días.
Coincido plenamente con Costa, José Antonio y Luis.
Por otro lado, y una vez más, agradecerte, Marcos, tus artículos porque me transportan a una literatura llena de atmósferas idílicas donde toda palabra huye de la inanidad y cobra todo el sentido y razón de ser.
Si encima, este artículo es sobre nuestro malogrado Laurent, pues ¡Qué decirte! que me has alegrado el día.
Creo recordar que en la película Rapa Nui, el «orejas cortas» amigo del protagonista llegaba a afirmar en un momento dado que él solo creía: «en lo que sentía, en lo que veía y en lo que no tenía». Pues buen, eso mismo me pasa a mi. Lo que sentía (siento), lo que veía y lo que no tenía, era Laurent Fignon.
Aún hoy me viene a visitar un sueño recurrente en el que la UCI anuncia que se le concede al profesor el Tour del 89 al encontrar pruebas irrefutables del complot que hubo detrás de aquella bici que llevaba Lemond y que acertadamente, comenta Luis.
En fin, los grandes entre los grandes no se miden por el número de victorias sino por el recuerdo eterno que deja en los aficionados y Fignon es uno de ellos. Representa todo ese inconformismo, falta de hipocresía, autenticidad y valentía, que todos deberíamos anhelar, no solo en el ciclismo, sino en la vida.
Saludos a todos.
Gran artículo de Marcos… Fignon fue muy grande y siempre tuvo la raza de campeón aunque su cuerpo machacado por las lesiones no diera para más…. la grinta que dirían los italianos. Me meo de risa con el apunte del sportinguista Eloy tras la eliminación de México 86…. una pincelada al puro estilo Pareda….
Soy frances, no puedo entender todo en el articulo, pero es un placer y grande emocion de ver que haya aun extranjeros que conocen este fenomenal corredor, gracias
No solo conocemos a Laurent, sino que muchos le admiramos.
Muy buena la referencia a Extremoduro
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Marcos, el dolor se INFLIGE no se «infringe». Se infringen o vulneran o conculcan etc las leyes. Pero el dolor o el castigo se INFLIGE.
Lamentable.
Por otro lado, es absurdo y hasta ridículo (muchos españoles son así , qué le vamos a hacer…) infravalorar el gran Tour de Perico en 1989 con sesgados argumentos como que «tras su pésimo inicio con el increíble despiste en la prólogo y su hundimiento psicológico al día siguiente en la CRE (que le dejó último, farolillo rojo a algo más de 7 minutos del entonces líder Breukink) lo tuvo más fácil porque con tanto tiempo perdido le dieron mucho margen en la montaña (durísima aquel año por cierto…)».
Pues bien, eso es solamente una verdad a medias porque, dado el excepcional rendimiento de Pedro Delgado en las durísimas etapas de montaña , ahí codo a codo con Lemond y el tristemente desaparecido Laurent Fignon (aparte del admirable mérito de no hundirse tras el nefasto inicio y acabar tercero, algo jamás visto en el Tour ni el la Vuelta ni en el Giro ni creo que en ninguna otra carrera) es obvio que, de no haberse producido el inadmisible despiste de Luxemburgo que le costó 2 minutos y 40 segundos ya de entrada, el Tour hubiese estado en igualdad total de condiciones para los 3 (Lemond ni partía como favorito, ni de lejos, su mérito es brutal por correr sin equipo y tras 2 años fuera de la competición). Sin esa pérddida de más de 2 minutos, el segoviano hubiese hecho un tiempo de unos 10 miuntos y 30 segundos en el prólogo. Como el servicio de documentación soy yo, mi excepcional memoria que trabajo además siempre, les diré que un estratosférico Breukink ganó ese prólogo con un tiempo de 9 min 54 seg 47 centésimas, segundo fue Fignon con 10.00.48, tercero Kelly con 10.00.86 y cuarto un sensacional Lemond con 10.00.92.
Perico hubiese quedado a 30seg más o menos de Fignon y Lemond y la montaña y el Tour habrían sido increíbles, y por supuesto que Pedro, que junto con Fignon dejó tirado a Lemond en aquella etapa memorable de montaña (no recuerdo dónde, la memoria por grande que sea es tb falible…)sacando al americano 1 min y 19 segundos.
Por cierto que Fignon tuvo un comportamiento muy antideportivo y provocador al principio con Pedro Delgado tras el inicio rocambolesco de éste, en plan guerra psicológica (el propio Pedro lo cuenta en el magnífico libro 8 segundos, de un veterano periodista estadounidense o canadiense), intentando desestabilizarle aún más con frases como «venga Pedro retírate que ya no tienes nada que hacer» y similares «lindezas». De hecho, y aunque ya en 1989 el parisino no era el pavo real de los gloriosos años 83 y 84, dice el autor de ese libro de por 8 segundos que lo mejor que le pudo pasar a Fignon como persona fue perder ese Tour y perderlo de esa manera tan terrible e inesperada. Una especie de karma por provocar y molestar a Perico. Desde entonces, afirma que el parisino fue muchi más prudente y humilde. Tb menciona el propio Fignon en su «Éramos jóvenes e inconscientes» que, tras aquel brutal mazazo de la crono de París, no volvió a pisar jamás los Campos Elíseos, y que los días sgiuientes anduvo como zombi . Increíble que un parisino de pura cepa deje de ir a los Campos Elíseos durante21 años, tal fue el disgusto de Fignon. Y sí, los que recordamos (yo tenía 11 y 12 años) sus gestas del 83 y sobre todo del 84 machacando a Hinault, el tejón, le blaireau o el caimán, lo primero que se nos viene a la mente es el Tour de 1989 perdido por esos fat´´idicos e históricos e imborrables 8 segundos.
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