Saltos de ski

Esos saltos de Año Nuevo: Sobre el trampolín de Garmisch-Partenkirchen

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Interior. Noche. Palacio versallesco, centro de Madrid. Dos o tres cuadros de Velázquez cuelgan de las paredes, al fondo distinguimos estanterías llenas de incunables y siete señores y señoras conversan animadamente mientras beben Moët & Chandon y fuman puros bien gordos. Sede de una empresa editorial, como habrán ustedes deducido.

Voz en off: ¿Sabes qué estaría to guapo? Un artículo sobre los saltos de esquí.
Marcos Pereda (interpretado por él mismo o por Juan Diego Botto, depende del presupuesto): Los saltos de esquí, eh…
Voz en off: Sí, colega, los de Año Nuevo.
Marcos Pereda (primer plano, sin que se vea papada): Ah, claro, los de Año Nuevo… controlo, controlo mogollón, la de veces que habré dicho eso, en Año Nuevo, lo de yo controlo, y tal… así que los saltos.
Voz en off: Los saltos.
Marcos Pereda: Vale, perfecto, los saltos. Hecho. Seriedad y rigor como siempre, ¿no?
Voz en off: Tú a tu bola… pero no te metas con…
Marcos Pereda: Nada, tranqui, entiendo que aquello estaba fuera de lugar, con las ovejas y el burro… lo tengo en mente, no vuelve a ocurrir.
Voz en off: Vale, perfecto… ¿ponemos otro disco de música clásica?
(Dramatización).

Ok, saltos de esquí. En Año Nuevo. ¿qué sé yo, exactamente, sobre los saltos de esquí en Año Nuevo? Que son en Garmisch Parten… Girmisch Portin… Espera, que copipego… Garmisch-Partenkirchen… guay. Ah, y que forman parte de un torneo. Los Cuatro Trampolines, que suena así como a peli de kung fu setentera (Bruce Lee contra la banda de los Cuatro Trampolines). Y que… en fin, que son en Año Nuevo. Es jodido, el tema.

El saltador ucraniano, Kalinichenko

Yo toda la vida he celebrado Nochevieja en un garaje. Bueno, a ver, cenaba con mis padres en su casa (teníamos casa) y luego me iba al garaje de mi colega Monqui, con todos mis otros colegas, y allí hacía un frío de cojones (yo es que tengo mogollón de años y he conocido Nocheviejas con frío) y se brindaba amistosamente, se tomaban dos o tres whiskis de malta y se debatía sobre el imperativo categórico de Kant y sus implicaciones iuspositivistas. Creo, aproximadamente, no me pidan milagros. Luego íbamos a la “Zona de Vinos” (en Torrelavega tenemos una “Zona de Vinos”, porque nos gusta la literalidad y las direcciones claras) y nos juntábamos con otras peñas (estaban por allí los epicúreos, dos o tres seguidores del existencialismo, los rizomáticos de Deleuze e incluso Alex Paranoias, que había leído mucho a Peter Wessel Zapffe) y, claro, pues te acabas liando entre subordinadas, síntesis y paradojas verbales. Vamos, que yo solía volverme al redil con mi compadre Carlitos, ya de amanecida, tras comprar unos churros con chocolate, que siempre fue idea pésima, lo de los churros con chocolate, que ya me dirás tú la necesidad, de esos churros con chocolate, pero era algo que no se soslaya, los churros con chocolate. Dormir y despertarme para el roscón de reyes, aproximadamente. Y así enero tras enero.

Vamos, que para hablar de los saltos toca documentarse. Profundamente.

Llamo a mi amiga Elsa, que esquía. Yo entiendo que no es lo mismo esquiar que hacer saltos de esquí, pero, oigan, juego con las cartas que hay. Así que llamo a mi amiga Elsa, o quedo con ella para el vermú, o algo. Hola, Elsa, ¿Qué opinas de los tradicionales saltos en Garmisch-Partenkirchen? Silencio. Silencio. Silencio. Bueno, ¿a quién ves favorito este año? Silencio. Silencio. Silencio. Silencio. Estás muy raro tú, ¿no? Silencio. Silencio. ¿Piensas, como yo, que Garmisch-Partenkirchen es con lo que sueña cualquier saltador desde pequeñito? Silencio. Silencio. Marcos, tío, ¿hay algo que quieras contarme? Silencio. En serio. Silencio. Bueno, venga, vale, pide otro vermú, que tienes el día tontísimo. Sí, dos más.
Vale, a por otra fuente. Pero tres días más tarde, que me duele la cabeza.

A ver, dijimos que lo de Garmisch-Partenkirchen forma parte de un torneo mayor. Los Cuatro Trampolines, sí. En Oberstdorf, en Garmisch-Partenkirchen, en Innsbruck, en Bischofshofen. Austria y Alemania, sitios que parecen súper baratos para organizar excursiones. Que se hace desde el año 52 (aunque la primera edición termina en 1953, por aquello de cubrir invernada). Que ganó un noruego, y luego fineses, y soviéticos, y alemanes a uno y otro lado, y austriacos, y japoneses, y hay un canadiense y un hijo de Checoslovaquia, y un suizo, y un polaco y hasta un esloveno que no es Primož Roglič, sino Primož Peterka. Nada más. ¿Españoles? Bueno, mira, yo qué sé.
Vale, en Garmisch-Partenkirchen se celebraron unos Juegos Olímpicos, así que el sitio trae solera. Sucede que fueron los de 1936 (igual vienen a sonarles, sobre todo en su versión estío… epicidad, Leni rodando, Jesse Owens, un hijoputa con bigote haciendo como que sonríe). Vamos, que mejor corre un tupido velo. Aquello tuvo lugar en el Olympia Skistadion de la Große Olympiaschanze, y mola decirlo, porque esos nombres suenan súper contundentes. Y nada, que allí ganó un noruego, por si tenían esa duda mordisqueando su curiosidad. Ah, el trampolín que se salta cada primer día de enero no es el mismo por donde deslizaron en el 36. Como estaba bastante viejuco lo cambiaron por otro con todos los adelantos y las modernidades (no me pregunten más), inaugurado en 2008. Luce mejor, porque allí no colgaron, que se sepa, esvásticas a tutiplén.

A ver, más cosas. Evento multitudinario. Hasta cincuenta mil paisanucos viéndolo en directo (esto no es acercarse al pabellón que está al lado de casa, ¿eh?), audiencias acumuladas que superan los quince millones de televidentes (la mayoría en estado semicomatoso, baba deslizándose por su mentón y pupilas de quien hizo muchas cosas que no debió hacer… pero quince millones). Que sus campeones son estrellas en cada país de origen, que ganan más dinero que un reportero bien pagao. Que protagonizan anuncios y son modelos para niños chicos (qué mejor modelo que alguien saltando Maracaná y medio y aterrizando sobre ese epítome del desequilibrio que son los esquís).
Cosas veredes.

Vale, vamos avanzando. Ahora pasamos a los asuntillos prácticos. El trampolín de Garmisch-Partenkirchen tiene altura de sesenta metros y longitud de ciento tres metros. Se superan en el descenso los cien por hora (a ver, eso lo hacen quienes saben de estos rolletes, usted igual no… por cierto, los saltadores de esquí, ¿le echan narices el primer día o hay trampolines pequeñucos para ir jugándote el pellejo cada vez más? Ah, mundo de dudas insondables). Lo de los saltos tuvo su origen en Noruega, allá por el siglo XIX. Que debían ser inmensas las hostias, allá por el siglo XIX, porque todo era más recio, allá por el siglo XIX. Que en Oslo, capital, tienen su trampolín de extrarradio, y deja unas vistas preciosas del fiordo y el Museo Munch. Que un tío saltó doscientos cincuenta metros en Vikersund (doscientos cincuenta metros, macho… yo el uno de enero no puedo ni correr esa distancia), que en Garmisch-Partenkirchen anda el récord por ciento cuarenta y cuatro (Dawid Kubacki, por si tienen curiosidad). Ah, y que una de las leyendas de estos asuntos, el finés Matti Nykänen, gasta biografía como para hacer serie en Nelflis o similar, porque fue campeón olímpico cuatro veces, sacó un par de discos (uno con éxito, otro meh), se casó con una ricachona, tuvo movidas gordísimas, acabó de stripper en un bar y apuñaló a otro paisano en una sauna (desconocemos dónde llevaba el cuchillo) tras discutir sobre el resultado en un pulso de pulgares (júrolo). Pisó celda, claro, durante casi el añito.

En fin, que eso. Mira, suena interesante lo de los saltos, colega, igual me animo este año a verlo. Espera, miro cuándo lo echan.
¿Cómo? ¿En Año Nuevo? No jodas…

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