En los inicios de Jot Down, un viaje que hubo que hacer sí o sí, fue a Bulgaria, a buscar a Stoichkov. Estábamos deseando ver qué tal se le daba una entrevista con nuestro formato, una charla sin prisa, de largas horas, para repasar absolutamente todo. El resultado dejó patente su temperamento y personalidad…
Está presente en las calles de Bulgaria. Por las carreteras se pueden ver carteles en los que anuncia un rifle. Y también está en los cines. Acaba de estrenar un documental sobre su vida. Los búlgaros, cuando van a verlo, cantan los goles dentro de la sala como si fueran en directo. También lloran; la película repasa los momentos más duros en la vida de Hristo Stoichkov (Bulgaria, 1966), las dificultades que tuvo que atravesar para ser futbolista, que muchos no conocían. Ahora entrena al Litex Lovech. Los seguidores de este equipo todavía se pellizcan, no pueden creer que haya aceptado tomar las riendas de su modesto club.
Para la estación de autobuses de esta ciudad de 50.000 habitantes no ha pasado el tiempo. Es pequeña, pero el mural socialista que tiene dentro es enorme. Llama la atención que las mesas tienen todas un mantel y un jarrón con flores. Viene a recogerme Orlando, secretario técnico del Litex Lovech, un exoficial del Ejército cubano que llegó a Bulgaria en los ochenta a estudiar pedagogía militar, se enamoró y aquí sigue. Me lleva al campo de entrenamiento del equipo. Es un tapete, pero está pegado a un polideportivo en ruinas. Por el suelo hay trozos de estatuas. Al lado de la entrada al campo hay tirada una mano enorme empuñando una antorcha. Stoyan, representante de Hristo Stoichkov, me cuenta en portugués que antes había piscinas, gimnasios, pero que desde la llegada de la democracia nadie ha metido un duro ahí. Veo el final del entrenamiento del Litex. El equipo al que entrena Hristo va tercero. Son la revelación del campeonato búlgaro, un plantel que no supera los 23 años de media en el que destaca el mejor jugador joven de Bulgaria, Georgi Milanov.
A continuación vamos al estadio. Para poder jugar en Europa, tuvieron que construir una grada nueva. Tardaron cuarenta y ocho días. Cuando le enviaron las fotos al comisario de la UEFA no se lo creía. Les dijo que era PhotoShop y tuvo que venir él mismo a comprobarlo.
A Hristo le define perfectamente el «gen balcánico». Sabes que es peligroso cabrearle, ves que es contradictorio, pero en la que es su casa su hospitalidad no conoce límites y te das cuenta de que si logras que sea tu amigo, algo que por estas latitudes se cocina a fuego lento, lo será para siempre. Le digo que el objetivo de esta entrevista es recordar su carrera, sus vivencias, no meternos en polémicas, pero me interrumpe: «Me importa un carajo lo que puedan decir». Y no se corta un pelo. Pone de manifiesto los múltiples chanchullos que ha habido en las altas jerarquías de este deporte o en ligas profesionales importantes, que los controles antidopaje son una filfa. Tampoco se arrepiente de ninguno de los incidentes por los que se labró fama de polémico en España. Le toca la fibra recordar las gestas de su selección. No hay tema que no aborde hasta el final.
Durante la entrevista tiene un ojo puesto en el televisor. Los búlgaros han tomado las calles de Sofía, la capital, y se han cargado al Gobierno. Las noticias lo están dando en directo.
Hristo, ¿qué está pasando?
Ha dimitido todo el Gobierno. Aunque en realidad están pagando los platos rotos de todo lo que firmaron los comunistas. Son acuerdos con compañías eléctricas extranjeras que vienen de fuera y venden la electricidad más cara a los búlgaros. Encima ahora, que la gente está cobrando muy poco. Y como este primer ministro tiene un par de cojones y en mayo hay elecciones, ha dimitido y tiene tres meses para prepararse y ganar. La situación política es difícil de explicar porque es muy rara. Tenemos un tripartito formado por los comunistas, la minoría turca y el partido del rey de Bulgaria. Ese que vive en Madrid y no hace más que pedir dinero. Estuvo cuatro años de primer ministro robando a Bulgaria, como sus padres y sus abuelos robaban… Solo ha vuelto para recuperar sus tierras, sus montañas y sus árboles. Es un matao, pero como es familia de rey… El pueblo no quiere saber de él. Le recibieron con flores y le echaron tirándole huevos.
Yo no soy de ninguna ideología política. Si alguien me cae bien, le voto. Así mañana le puedo decir que le voté y que me ha engañado. Ayudo a Bulgaria, apoyo a quienes creo que van a hacer lo mejor para la gente y, si no, a la puta calle. El problema es que aquí los comunistas lo destrozaron todo. Y siguen siendo los mismos, solo se han cambiado la chaqueta y la corbata. Durante todo este tiempo no han hecho nada para el deporte, ni colegios para la educación. En los últimos 23 años no se ha hecho nada. Vivimos de recuerdos. Dicen «¡Hristo Stoichkov! ¡Nuestro Balón de Oro!» Y yo digo: No, eso es el pasado. Haz ahora una academia o unas instalaciones deportivas para que salga otro Balón de Oro en Bulgaria.
¿Cómo le va a Bulgaria desde que entró en la Unión Europea?
Tanto nosotros como Rumanía tenemos que estar en la familia grande. Pero no voy a tolerar que los holandeses o los finlandeses no permitan que los búlgaros y los rumanos puedan ir libremente a trabajar a sus países. Esto es discriminación. Me importa un carajo que se llame Fulanito quien lo diga. ¿Por qué somos diferentes? ¿Qué tienen ellos que les haga especiales? ¿Los holandeses? La mitad son extranjeros que vienen de fuera. ¿Finlandia? Tienen un géiser y nada más, piedras y agua. Si estamos dentro es porque cumplimos lo que dice la UE. La frontera la cumplo, la seguridad la cumplo, todo lo que me piden lo cumplo. Y está todo firmado. Barroso, quien por cierto es un gran amigo de Bulgaria, lo ha firmado. Y Olli Rehn. No puedo permitir que me digan que soy de segunda. Europa tiene que estar unida. Así se puede ayudar a los países que están atravesando dificultades. Grecia tiene dificultades y la Unión Europea le ayuda.
Hay quien esto lo ve al revés.
Si les jode Grecia, que la echen. Si no cumples, pues fuera. No puedes entrar. ¿Hay veinte mejor y todos sufriendo por uno? Fuera; si no vales, no vales.
¿Por qué eres independentista catalán?
No es así. Lo que ocurrió fue una cosa espontánea. Cuando ganamos la Copa de Europa, me acerqué a la valla, había gente con banderas y cogí una, que todavía está en mi casa. Tenía una estrella y yo dije, ¿bandera catalana, no? La cojo, voy al medio del campo, toreo y me graban. Al día siguiente, lo primero: «Hristo quiere la independencia de Cataluña». En fin, qué le vamos a hacer. Porque yo nunca he dicho que tengamos que ser independientes. Es imposible que España se pueda romper. Es muy difícil que el País Vasco se separe, o los andaluces. Es imposible. En primer lugar, porque la Unión Europea no lo va a permitir. Bruselas firmó un documento con España, no con los navarros o los vascos. En el papel de la Unión Europea pone «España como país». Por eso creo que no se va a conseguir. Que todo el mundo quiere la independencia, sí, claro.
¿Te gustaría?
Es muy difícil cambiar una política que existe desde hace tantos años. Los catalanes son como son, eso no se va a cambiar. Yo me siento catalán, me siento uno más. Vivo allí, tengo mi casa. Voy a morir allí. Me van a enterrar en Cataluña. Solo tengo una casa en Bulgaria y otra en Cataluña. También considero Chicago mi casa, pero donde más cómodo he estado es en Cataluña. Me he sentido verdaderamente bien. Le estoy agradecido a Cataluña y a los catalanes, y a los aficionados barcelonistas. Me siento así, no lo puedo cambiar. Fui capitán de la selección de Bulgaria y mi brazalete era la bandera de Cataluña. Me importa un carajo lo que digan. Hay imágenes. Hasta en mi último partido, un Bulgaria-Inglaterra del 99, llevaba mi senyera en el brazo.
Naciste en Plovdiv.
Es la segunda ciudad de Bulgaria. Es muy importante y tiene mucha historia detrás. Ha cambiado el nombre dos veces, por política, por la guerra, por el comunismo. Es una ciudad bien organizada, han salido buenos deportistas, como la atleta más importante de Bulgaria, Stefka Kostadinova. También muchos futbolistas, atletas. Estoy orgulloso de este pueblo.
Empecé a jugar al fútbol en la calle. Hoy en día ya no se hace, y es un problema. Yo pasé mi infancia en la calle. Jugábamos poniendo dos piedras para hacer la portería, o las mochilas del colegio. Era duro, pero disfrutábamos de verdad. Nos enfrentábamos barrio contra barrio, colegio contra colegio, bloque contra bloque, clase contra clase. Lo pasamos bien, aunque los recuerdos que guardo de todo aquello son las cicatrices que tengo en la cabeza. Recibía hostias por todos los sitios. Pero es que todos queríamos ganar. Barrio contra barrio era más duro, a veces eran más grandes que nosotros.
En realidad, yo era atleta. Comencé a hacer deporte en el atletismo. Corría 60 metros, 100 metros. Entonces era muy rápido. Y aún lo soy, ¿eh? Un día apareció el entrenador, se acercó y me dijo: ««¿Quieres jugar al fútbol?». Así empecé en el Maritza Plovdiv. La Maritza era una fábrica textil. También trabajaba en ella. Iba al colegio y luego a la fábrica cuatro o cinco horas. Desgraciadamente, con 13 o 14 años tuve que irme de Plovdiv para poder jugar. Con el comunismo existía el problema de que no me dejaban mejorar. Yo era muy pequeñito, pesaba 30 kilos mojado, y muy bajo de altura, no contaban conmigo. Los grandes no me cogían porque era pequeño y los pequeños porque era grande. Me tuve que buscar otra ciudad para poder seguir. Nos marchamos al lado de la frontera con Turquía, a una ciudad muy pequeñita, Kharmanli, de 30.000 habitantes. Ahí jugué en tercera división durante dos años y me fichó el CSKA. Directamente desde tercera. Con 17 o 18 años, estar en el CSKA fue como un sueño.
Otros jugadores del Este han elogiado la educación que recibieron durante el comunismo.
La educación con el comunismo era dura. No nos dejaban aprender inglés, ni alemán, ni francés, ni español, ni italiano, nada. Solo ruso. Nos obligaban a aprender ruso, que era fácil porque se parece al búlgaro, pero luego teníamos dificultades si salíamos del país. A los deportistas, cada vez que viajábamos, nos mandaban seguridad para que no nos escapáramos. Iban más agentes que jugadores. Salíamos a representar a un club y a Bulgaria y nos trataban como delincuentes. Si te intentabas escapar te metían en la cárcel. Pero no me quejo, estoy contento con la educación que recibí. De lo que sí me quejo es del comunismo, porque son gente que verdaderamente ha hecho mucho daño en el mundo. Hay que acabar con ellos.
Ognyan Atanasov fue tu primer entrenador.
Fue un amigo, un padre, un entrenador… y hasta hoy, que muchas veces le llamo y le hago consultas. Le respeto mucho porque me abrió la puerta para jugar al fútbol. Cada vez que estoy en mi pueblo o cuando estoy en Sofía viene a mi casa, que está abierta para él siempre. Entrenaba de forma espectacular. Había disciplina, pero era normal. Sin disciplina, sin organización, sin que esté claro a qué tienes que jugar, entrenar es muy difícil. Su método partía de que todo el mundo tiene que respetar a su compañero. Antes que nada, prefería amistad dentro del vestuario y amistad en el campo. Porque todos perdemos el balón, todos fallamos, nunca lo harás todo perfecto y otro compañero tendrá que ayudarle. También intentaba sacar lo mejor de todos, buscaba equilibrio en todas las líneas y esto me ayudó muchísimo.
Empezaste de central.
Sí, como Alexanco, pero me di cuenta de que los que valen dinero son los de medio campo para arriba. Como defensa, era duro, y al ser rápido nadie conseguía desbordarme. Pero un día Ognyan decidió que podía jugar en ataque y luego volver a defender. La velocidad que tenía se podía aprovechar más en ataque. Siempre he jugado con el 8, casi toda la vida. Empecé con el 5 de niño, de defensa. Me cambiaban un día al 4, otro día al 6, pero el 8 es muy particular en Bulgaria. Luego me lo dieron en la selección. Y una vez me puse el 4 porque le metí al Levski cuatro goles en el derbi y en el siguiente partido salí con el 4 para joderlos (risas).
Tus ídolos eran Cruyff y Platini.
El primer mundial que recuerdo fue el del 74, con diez u once años. Lo vimos por televisión, en blanco y negro. Pero mi primer gran ídolo fue Kevin Keegan. Cuando recibió el Balón de Oro, me dije: yo también voy a coger este trofeo. Soñar es gratis, pero si sueñas con lo que puedes conseguir lo haces posible. De Maradona no hablamos porque somos íntimos amigos, hermanos, compañeros, de todo. Diego es el ídolo de muchísima gente. De Platini recuerdo su primera época en el St. Étienne y luego en la Juventus con Boniek, que fue espectacular. Después Johan fue mi entrenador…
Así que Maradona y tú sois amigos.
Diego y yo somos amigos, como familiares, íntimos amigos. En el 86 u 87 nos conocimos, y a partir de ahí la amistad no ha dejado de crecer. Nos hemos demostrado que el uno vale para el otro. Todos los cumpleaños hablamos. En 2010 estuvimos en el Mundial de Sudáfrica. Estamos juntos cuanto podemos, porque la distancia es larga. En el 94 también estuvimos juntos, con la familia. Esto no se compra, es la amistad. Puede que él esté en Argentina y yo en Bulgaria, él en Inglaterra y yo en España, pero siempre tenemos tiempo para tomar un café y hablar de todo.
Tu primera suspensión fue en el 85.
Fue por unos incidentes con el Levski. Pero fue una tontería, un tumulto que se formó al final del partido. Como en cualquier partido que puedas ver en el mundo. Uno empujó a uno, otro a otro. Y a mí, como era el más joven, me suspendieron, y no tenía ni tarjeta. Pero se lio muy gorda. Le cambiaron el nombre a los equipos, que pasaron a ser el Sredets y el Vitosha. Fue todo porque uno era el equipo de la Policía y el otro el del Ejército, y los del Gobierno eran subnormales. Al cabo de unos meses todo volvió a la normalidad, pero yo, por un empujón, fui al calabozo. Me arrestaron y me enviaron al cuartel seis meses a hacer instrucción militar. Ahí, con dos mil tíos levantándonos a las cinco de la mañana, corriendo por la montaña con el fusil, limpiando por todos los lados. Fue duro de verdad. Durísimo.
Se decía que en el CSKA Penev metía los goles, pero tú eras el ídolo.
Con Lubo me llevo muy bien, soy padrino de su hijo. Lo que ocurría es que en Bulgaria buscan las polémicas con cualquier cosa. Yo soy un chico de pueblo y él es de la capital. Su tío era entrenador y mucha gente decía que jugaba por eso. Mil tonterías para meter mierda entre nosotros. Él es uno de los mejores delanteros de la historia del fútbol mundial junto con Hugo Sánchez o Van Basten. Lubo era, verdaderamente, un chico trabajador, lo demostró haciendo historia en el Valencia y en el Atlético de Madrid.
La selección de Bulgaria en los 80 atravesó una mala etapa.
En el último partido en casa contra Escocia teníamos que empatar o ganar, y nos metieron el 0-1 en el minuto 89; nos quedamos sin Eurocopa 1988. Y para el Mundial del 90, nos dejó fuera Rumanía, que eran espectaculares. Con Popescu, Gica Hagi, Lacatus, Balint…
Se inició la gran época de los equipos del Este.
Yugoslavia, ¡buf! 22 millones de habitantes y hoy día son Croacia, Macedonia, Eslovenia, Serbia, Montenegro, Bosnia. ¡Todo lo que salió de allí! En aquella época, quién podía pensar que el Steaua de Bucarest iba a jugar una final contra el Barcelona en Sevilla y la iba a ganar. Luego el Estrella Roja se la ganó al Marsella. Y después el Steaua volvió para jugar otra final contra el Milan de Gullit, Rijkaard y todos esos, lo que quiere decir que seguían peleando en lo alto. El Dinamo de Kiev o el CSKA de Moscú también eran fortísimos. Con el comunismo, con la disciplina y todo eso, para los jugadores era durísimo, pero también aprendimos.
Nosotros, el CSKA de Sofía, llegamos a jugar las semifinales de la Recopa contra el Barcelona. Cuando vi al equipo que teníamos enfrente… Con Johan Cruyff de entrenador y Bakero, Alexanco, Amor, Lineker, Eusebio, Txiki Beguiristain, Serna, Aloisio, Zubizarreta… ¡hostia! Era un equipo… me cago en diez, dije: ¡dónde vamos! Y luego, fíjate, perdimos por mala suerte. Para empezar, si en el primer partido llega a jugar Lubo Penev, que se lesionó, hubiese sido difícil que nos hubieran podido ganar. Pero en la vuelta fue peor, porque nosotros pedimos jugar en nuestro campo, que era más pequeño, más incómodo, pero el Gobierno se empeñó en que fuéramos a un estadio más grande, y Johan dijo: «Venga, vale, baile». Los subnormales del Gobierno no se enteraban de nada. Nos dieron un baile total. Se puso el Barça a tocar el balón y nosotros mirando. No estábamos acostumbrados a ver tantos pases, uno detrás de otro. Los comunistas es que no se enteran, solo sabían pensar en el comunismo.
En la eliminatoria anterior jugasteis contra el Roda de Michel Boerebach.
Aquí les ganamos 2 a 1. Íbamos 2-0 y nos metió Boerebach una falta desde muy lejos. Me cabreé con el portero que no veas, ¡eran cuarenta metros, joder! Chutaba muy bien este tío. Pero en la vuelta le salió todo mal. Iban ganando ellos 2-0, nos habían remontado la eliminatoria, y de repente Boerebach se la fue a ceder al portero, lo vi, me fui al área y me la terminó dando a mí, que marqué y fuimos a penaltis. Yo tiré el penúltimo. Lo metí. Al volver, me crucé con él, le miré a los ojos y le dije: «Hijo de puta, vas a fallar». Pum. Y falló, fíjate la rabia que tenía el tío. Tuvo muy mala suerte aquel día.
Le llamaban, como mucho, rubito, no Koeman. No confundamos, no, no, no. Koeman es único, ¿de acuerdo? Pero Boerebach no era mal jugador, de verdad. Ese Roda tenía un gran equipo, con jugadores muy jóvenes que luego fueron al Ajax, al Feyenoord, a equipos grandes. Tenía mérito porque Kerkrade es una ciudad muy pequeñita. Y Boerebach luego fue al Burgos.
Los periodistas extranjeros se quejaban de que no tenían acceso a los jugadores en Bulgaria.
Pero si dormían en mi casa. Recuerdo a Paco Aguilar, sobre todo, que fue el primero que se acercó a hablar conmigo de mi posible fichaje por el FC Barcelona. A Xavi Díaz, de RTVE. A Cubero, a Alfredo Martínez, Manolo Oliveros. Lo que ocurría es que nosotros estábamos en una zona privada a la que no podía entrar nadie, ni siquiera los periodistas búlgaros. Solo accedían para ver los últimos cinco minutos del entrenamiento y grabar algo. No eran entrenamientos abiertos, y esto fue lo más determinante que pudimos hacer, porque así logramos evitar que ocurrieran las cosas que se hacen hoy en día. Vas al lavabo y sacan que si estás con un calcetín blanco o un calcetín rojo, ¿qué cojones es eso?
¿Por eso cuando fuiste seleccionador te llevabas a los jugadores a la residencia de Todor Zhivkov, presidente de la República Socialista de Bulgaria?
Sí. Es que es una residencia muy, muy privada. Lo hacía para proteger al equipo. Ahí no puede entrar nadie, tiene todas las cosas que necesita un jugador. Aquí el comunismo echó mucho cemento e hizo muchas cosas sin pensar, como el Palacio del Pueblo de Rumanía. Esta residencia es enorme, gigante. Cuando yo jugaba íbamos mucho. Hay habitaciones grandes, comida perfecta en el restaurante, sala de juegos, piscina, jardines, sauna, masajes. Hasta políticos españoles han estado ahí, como Felipe González. Hay muchos animales, hay ciervos. Lo importante es que es un sitio muy seguro.
Cuando Penev fue a España un año antes que tú, ¿qué te contaba?
En la 87-88 vino a por mí el Panathinaikos, que era fuerte, espectacular y tenían mucho dinero. Los comunistas me prometieron que me iban a dejar fichar, pero una cosa es prometer y otra cumplir. Un general dijo que no, que yo me quedaba en Bulgaria. Que en el futuro no sabían, pero que en ese momento no podía irme. Igual al final fue mejor, imagina qué podría haber pasado si me llego a ir a Grecia. Y Lubo logró salir de Bulgaria en la temporada 89-90, noviembre o diciembre. Hasta junio que acabamos la liga hablamos muy poco, porque los teléfonos no eran como ahora; había esos móviles con antenas enormes y una maleta. Fue en la selección donde más cosas nos contaba del fútbol español. Todo muy favorable, muy positivo. Decía que todo era muy profesional, muy bien preparado en el vestuario. Entrabas y todo el mundo sabía dónde estaban sus cosas, tenías las botas limpias, si querías un café estaba el restaurante. Me daba mucha rabia que él hubiera podido salir y yo no.
Afortunadamente, tuve la suerte de poder jugar contra el Barcelona. Antes habíamos jugado un torneo en Mallorca, donde me expulsaron, por cierto, uno de los peores árbitros de la época. Roca se llamaba, un tipo alto, un banquero. Una cosa es juntar dinero, y otra pitar. Sin saber ni una palabra de español, le hablé en búlgaro y no sé qué entendió, pero me expulsó. Cuando me fui al vestuario, me acerqué al banquillo del Barça a insultarles (risas) y festival total. Así fueron mis primeros contactos. Después vino José María Minguella al hotel y comenzó el seguimiento del Barcelona. Un año entero me siguieron. Fue el primer paso, y luego ya la semifinal de la Recopa, que fue determinante para Johan. En ese partido en el Camp Nou, la vaselina que le metí a Zubi es un gol espectacular, uno de los mejores que he metido.
¿Y Kostadinov qué contaba de cómo le fue en Portugal?
No contaba nada. Es muy cerrado, muy tímido. Habla a veces. ¿Cómo estás? «Bien». ¿En el entrenamiento? «Más o menos». ¿Dormiste bien? «Sí». Cortito en palabras, pero un gran jugador. Después de jugar en Oporto y ganar allí, era difícil que en España, en A Coruña, triunfase también. Aunque con el Bayern metió gol en la final de la UEFA. Es un ejemplo más que sirve para constatar que de los países del Este han salido muchos jugadores importantes. Lo que demuestra que tenemos carácter, tenemos la capacidad y, sobre todo, no nos vendemos. Yo, por lo menos, puedo hablar de mí: en mi vida, jamás, he hecho una cosa como esa; ahora lo estamos viviendo todos los días, con partidos amañados. Eso será lo último que haga en mi vida.
Ese año fuiste Bota de Oro con Hugo Sánchez.
Hugo juega 38 partidos y mete 38 goles, yo juego 24 y meto 38. No le gané porque me pararon. Si no me paran, en un partido meto dos, cinco, los goles que quiero. Pero el pensamiento aquí en Bulgaria es así. Pensaban que si lograba pasar a Hugo iban a decir que este era un país corrupto, con el fútbol amañado, una cosa de propaganda ridícula, pero los comunistas eran así, con la cabeza cuadrada. En el último partido yo tenía 37 goles, me faltaban 90 minutos para meter dos, era fácil. En 23 partidos había metido 37, en uno más, si juego como tengo que jugar y el equipo me ayuda, meto dos o tres fácil. Pero metí uno y me pararon. Les dieron órdenes de que no me pasaran el balón. Y así acabé con 38 goles, como Hugo. Pero, sinceramente, me quedé contento de que otra persona pudiera tener la Bota de Oro. Y Hugo lo sabe, hablamos muchas veces.
Iba a irme a España y todo el mundo podía pensar que los búlgaros éramos unos corruptos, que habíamos matado a Hugo Sánchez con partidos amañados. Y pensé, qué más da. Además, ¿por qué otro compañero no puede ser Bota de Oro, qué coño me importa a mí el Real Madrid, qué más me dan los otros equipos? Hugo y yo éramos compañeros, porque esto queda para toda la vida, Bota de Oro los dos el mismo año. Igual que en el Mundial del 94 con Salenko. Aquel día, si marcaba en el último partido también le pasaba, pero fallé tres. Estaba lesionado.
Pero dijiste que si Hugo fichaba por el Barça no habría sitio para los dos.
Nunca lo he dicho. Eso son cosas que alguien se inventa. Hugo es y será el delantero extranjero que más goles ha metido en el Real Madrid. Cinco años máximo goleador en España. Hablamos de una institución, del jugador mexicano más famoso del mundo. Como yo jugaba en el Barcelona y él en el Madrid han buscado polémicas, pero con él me llevo perfectamente. Con Butragueño me llevo muy bien también, y con Míchel. Ahora, en el campo, todos a tomar por saco. Mira, con Iván Zamorano, he estado a punto de romperle la cara en la entrada del vestuario, a puntito, y somos íntimos amigos, pero íntimos. En el campo no hay amigos. Después, cuando termina el partido, donde quieras. ¿Vamos de vacaciones? De vacaciones. ¿A beber? A beber.
¿Qué tal la llegada a Barcelona?
En el aeropuerto me recibió Zubizarreta. Yo venía de fichar y él se iba de vacaciones. Fue al primero que vi, un recibimiento muy rápido. Se me acercó, me saludó, me dio la bienvenida. Fue todo pura coincidencia. Y esa noche fui a cenar con Julio Salinas sin saber que era Julio Salinas. Julio ha jugado tres mundiales: 86, 90 y 94. Nos saludamos, y al día siguiente estábamos en el vestuario.
Luego siempre recuerdas los primeros partidos. Contra el PSV en pretemporada, que estaba Romario, y terminamos 2-2 en Eindhoven. Metimos Romario y yo todos los goles. El primer partido de Liga, contra el Espanyol, ganamos 0-1 y yo metí el gol. Al día siguiente, otro al Valencia. Otro al Betis. Y le dije a Koeman que ese año íbamos a ser campeones. Y él: la Liga es muy larga, es muy jodida… Pero yo estaba convencido de que ese año íbamos a ganar el campeonato. Conociendo a los compañeros, me daban tanta tranquilidad. Me preguntaba quién nos iba a parar. Con Julio Salinas ahí delante, Goicoetxea, Bakero, Laudrup, Txiki, Eusebio, Amor, Koeman, Alexanco, Ferrer, Nando.
No sé si el Barcelona tenía entonces complejos o no, lo que sé es que llegué yo y no tuvo más. Fuimos mejores. Día a día fuimos de menos a más, y ahí empezó la tumba del Madrid. Hasta hoy. En el año 90 comenzó su sufrimiento, ¡que sufra!
Y otra suspensión, por la patada al árbitro.
No me arrepiento. Estoy orgulloso, joder. Lo peor fue con los compañeros. Llevaba pocos meses en Barcelona y les mentí. Me preguntó Bakero si había pisado al árbitro, y le dije que no. «José Mari, te lo juro que no le he pisado». Y fue a defenderme a la televisión: «Me juró que no le pisó…» ¡Qué vergüenza! (risas) Al día siguiente, en el vestuario, me coge: «¡Hijo de puta, dime la verdad!». Me dio vergüenza y tuve que pedirles perdón a todos. Pides perdón y es fácil reconocer tu fallo, pero mentí en el primer momento.
Bakero era tu compañero de habitación.
¡Un búlgaro y un vasco entendiéndonos en catalán! Fue duro, durísimo (risas). Él fue uno de mis mejores amigos. Me abrió las puertas de su casa y yo no lo olvido. Hace poco le mandé un vídeo hablando. Tengo 50 tacos y son cosas a las que muy pocas veces les damos importancia, pero yo le doy mucha a cómo te reciben en el vestuario, en su casa, sobre el campo. Yo no me caso con cualquiera. Éramos un gran grupo, grandes amigos. No había clanes, por eso fuimos ganadores. No existían esos grupos, estábamos todos unidos. Pero unidos de verdad. Si fallas te mete una bronca el compañero, si metes gol el primero que te saluda es el que te ha echado la bronca. Espectacular fue, no puedo usar otra palabra.
Casi te vas al Nápoles en el 92, en pleno despegue del Dream Team.
Estuve a punto de fichar, pero Diego Maradona me dijo que no dejara el Barcelona nunca por el error que había cometido« él. Y cuando te habla un amigo de verdad le crees, porque el fútbol italiano en aquella época era fino. Todo el mundo sabía quién ganaba el campeonato, cuántos goles ibas a marcar… como para dejar el Barcelona e irme al Nápoles. Aunque casi, casi estaba hecho. Todo listo para mi transfer y di marcha atrás. Ya me sentía muy catalán y barcelonista; sentía los colores, la gente, la camiseta, y dije: no.
Cambié de opinión cuando fui a Nápoles. Entonces pensé: ¿por qué tengo que irme de una ciudad tan importante como es Barcelona a una más pequeña? Y de repente me dije: me quedo. Fue así, de repente. Vi que el Barcelona era mi equipo. Y me prometí una cosa: no iba a jugar nunca en un equipo español para enfrentarme contra el Barça. Podría ir a uno extranjero, pero dentro de España, imposible. No podía. No me dejaba mi corazón.
Julio Salinas dijo que antes de la final contra la Sampdoria se os comían los nervios.
Fuimos dos horas antes del partido, pero a las nueve de la mañana habíamos estado jugando al golf con Johan. Casi todo el equipo, todos muy tranquilos. En realidad fuimos a Londres sabiendo que éramos mejores y que íbamos a ganar. Primero, porque cuando quieres ganar algo, lo buscas, no esperas.
Dificultades tuvimos contra el Kaiserslautern antes del gol de Bakero. En el primer partido ganamos 2-0, pero pudimos marcar 14. Fuimos allí sabiendo que éramos mil veces mejores y comenzó el partido y gol, y luego otro, y en el medio tiempo tres y estábamos fuera. Pero ahí va, cuando quieres algo y lo buscas, lo encuentras: el más pequeño del campo metió gol de cabeza. Después de este partido vino el Benfica, y le dimos un repaso de arriba abajo. Sabíamos que éramos mejores e íbamos a ganar. ¿Qué tenía la Sampdoria? Gran equipo, pero ¿Mancini contra Laudrup? Me quedo con Laudrup. ¿Vialli y Stoichkov? me quedo con Stoichkov (risas). ¡Soy más rápido, joder!
Tiró una vaselina que estuvo a punto de entrar.
Tuvo la suya, pero yo también. De cabeza, Bakero también la tuvo. Con 0-0 tiré una al palo… Mira, sigo: ¿Bakero contra Katanec, el esloveno aquel? ¿Berthold contra Koeman? Compáralos. ¿Pagliuca y Zubizarreta? ¿Goico y Lombardo? ¿Con Cerezo donde estaba Guardiola?
Salimos de España convencidos, de verdad. Pero claro, fuimos dos horas antes al vestuario y esto te come los nervios. Luego entrando al partido ya tienes las cosas claras, te han dado el masaje, estás más concentrado y tranquilo. Ahí sembramos el fútbol del Barcelona de hoy.
Pero el CSKA de Moscú al año siguiente…
Ahí pagamos. De tan seguro que íbamos a ganar, perdimos. Íbamos dos cero, a los diez minutos de partido, y perdimos 2-3. Cosas del fútbol. En el vestuario hablamos de poner más concentración, yo había perdido un balón en el medio del campo que… Teníamos que ser conscientes de que el partido iba en serio, pero te meten uno, dos, ay, ay, ay y tres. Fue un fallo… si llegábamos a la final del 93 también podíamos ganarla. Y cuando pierdes una oportunidad también la pagas, ahí tienes lo que pasó luego contra el Milan. Estábamos convencidos de que éramos los dominadores, sin importar ni quién ni a qué hora, si llovía o caían piedras. Entonces fuimos a Atenas y acabaron con nosotros.
«He tenido que sacar de centro para tocar el balón», dijiste tras esa final.
Es verdad. No tuvimos opciones. El mes que quedó ahí antes de la final fue clave. El Milan cambió el calendario del campeonato y nosotros también se lo pedimos a la federación para descansar una semana, no tres días. Pero como siempre, Villar no se moja los pantalones porque en Baracaldo no hay agua. Jugamos el sábado, el domingo fiesta por todo el mundo, porque éramos campeones, cojones, y el miércoles, catacrac: cuatro a cero. Hay que recordarlo, es bueno para sacar conclusiones. Cuando estás tan seguro no es tan bueno, siempre hay que estar alerta.
¿Qué admirabas de ese Madrid que dices que mandasteis a la tumba?
Nada. Siempre hemos hablado bien de Butragueño. Muy educado, un señor en el campo, un amigo de verdad. Muchas veces hablamos por teléfono. Cada año por Navidad le mando una postal y las recibo personalmente de él. Pero con quien más amistad tengo es con Hugo. Hablo también con Míchel, con Fernando Hierro, con Buyo, con Chendo. Pero con quien más amistad tengo es con Hugo y Emilio, que siempre se pone al teléfono, siempre te contesta bien. Esto hoy falta en el fútbol, por el rollo comercial, que acabará con este deporte. Tantos intereses, comisiones…
De verdad que no le tenía miedo a nada de aquel Madrid. Hierro defendía su interés y yo el mío. Cuando me veía me tenía miedo y me tenía que pegar, hacerme entradas duras para asustarme, pero muy pocas veces me podía alcanzar. Hubo piques en el campo del Madrid, o cuando me expulsaron porque Quique Sánchez Flores se cayó como un tronco. ¡Cuando eres hombre tienes que serlo de día, de noche y mediodía, en el campo no puede haber niñatos! Si te doy, aguantas y tiras para delante. A mí me han dado muchas veces, ¿me quejo? Aprieto los dientes y sigo.
¿Recuerdas aquella portada del Marca con Hierro dándote un puñetazo?
No, no, no, queriéndome dar un puñetazo, no dándome. Si me da, sabe que le doy yo y cae más rápido. Pero no tiene importancia, queda ahí. Hoy llamas a Hierro y seguro que te cuenta cosas diferentes a lo que pasó en el campo.
Tuviste mal rollo con Koeman.
Fue un malentendido, de verdad, una mala interpretación. Cuando dije aquello de que el que no llora, no mama, no era por él. Se sintió ofendido, le pedí perdón con Bakero delante. Jamás puedo hablar mal de un compañero. En el campo sí, meto broncas, pero así como se entendió, no. Se les metió en el cabeza que era por Ronald, también podían decir que era por Laudrup, pero me entiendo perfectamente con ellos.
¿Tus mejores años fueron con Romario?
Romario como persona era pa amb tomàquet. Bailando, descansado, cansado… siempre, el cabrón. Mejor jugador en el área no va a nacer en muchos años. Era el mejor del mundo, dos puntos, firmado Hristo Stoichkov.
Con Romario explotamos, éramos dos delanteros, pero la gente no debe confundirse: ninguno era mejor que el otro. También Laudrup para mí era, es y será, el mejor centrocampista con el que he jugado. Junto con dos búlgaros de la selección, Letckov y Balakov. En Barcelona, cuando más disfruté jugando, fue con Laudrup y con Gica Hagi. Jugadores espectaculares.
Hay una frase en mi vocabulario: «nunca digas ‘yo’ antes de nombrar a tus compañeros y a tu entrenador». Sin ellos, es imposible. Ahora hay muchos personajes que cuando meten gol, dicen: «¡yo, yo, yo!» ¿Qué cojones tú? ¿Quién te ha dado el pase? ¡Vete a tu pueblo a ver si metes ese gol! Con Romario fuimos la dupla más terrible del fútbol español y mundial, pero sin el entrenador, compañeros, masajistas, fisios, doctores, público, presidente, hubiera sido imposible. Lo pienso así y voy a morir así. En la vida me oirás decir «yo». Me preguntan si soy el mejor, ¿y si no me la pasa Laudrup? ¿Si no me centra Goico? También jugué con Rivaldo y Ronaldo, con los tres «R».
De Ronaldo dijiste que era demasiado individualista.
Nunca me han gustado los individualistas. Nunca me han gustado los egoístas que siempre piensan en ellos.
¿Qué te parece Cristiano Ronaldo?
Una o dos veces he hablado con él y se ha portado fantásticamente bien. Le pedí dos camisetas para mis hijos, tres días tardó en mandármelas. No es justo compararlo con Messi. El fútbol se juega, se disfruta; si comparas, vienen los roces. ¿Crees que Messi tiene algo contra Ronaldo, o Ronaldo contra Messi? No creo. Pero la prensa ha estado todo el día que si Messi mete, Cristiano no mete. Messi tal, Cristiano tal.
Hagi era muy individualista también.
Gica es espectacular, en Rumanía le quieren muchísimo. Ha montado una academia de fútbol. Soy su padrino de boda. Es el futbolista más grande de la historia en Rumanía. Pero es muy difícil jugar en el Madrid y luego venirse al Barcelona. Mira también Prosinecki. Solo Luis Enrique, que era más duro, fue al Barcelona y disfrutó, jugó más. Aunque Gica sufrió lesiones importantes en el Barça. No pudo explotar, tan grande como era.
Tenía una zurda que no veas. Individualmente, claro que le gustaba tocar el balón, jugar con el balón, hacer la jugada y terminarla, porque era un carácter ¡peor que yo! Es que él era la hostia. Me acuerdo de una vez que fuimos a Rumanía y éramos VIP. Teníamos una puerta para nosotros en el aeropuerto. Y él no quería. Le decía, vamos, que nos está esperando gente importante. Y al cabrón le daba vergüenza: «No, no, yo respeto a los rumanos, me pongo el último en la fila». Se hizo la cola con… tenía una maleta de aluminio antigua. Siempre iba con ella, nunca la soltaba. Un día compramos un acordeón, tiramos sus cosas y se lo metimos dentro. Le dimos el cambiazo, y al abrirla en el hotel de la concentración, nada de cremas de afeitar: ¡un acordeón!
Con Johan terminaste mal, y a tu regreso al Barça le echaste de menos.
Mal con Cruyff no he estado nunca; malentendidos, sí. A ningún jugador le gusta que le cambien; él lo hacía para joderme, para que estuviese más motivado al día siguiente. Eso no lo entiende la gente. Pero ¿sabes cuántas veces he ido a comer a su casa para que me explicase cosas en la pizarra? Me ponía la comida más barata del mundo. Una ensalada y, en mitad, un huevo. Y yo: Joder, míster…. Y él me contestaba: «típico holandés».
Johan hoy sigue teniendo el mismo toque que cuando jugaba, en cada entrenamiento iba y chutaba a tocar los palos. Siempre que lo hacíamos, él ganaba. Siempre, y apostando dinero. Una vez en Tenerife me ganó cien mil pesetas, el cabrón. Me dijo: si marcas un gol te doy cien mil, si no, me pagas tú. En el primer tiempo íbamos 2-0. Laudrup un gol y Goico otro. Y en el medio tiempo, me cambia. Le digo: «¡Por qué me cambias!». Y dice: «Paga las cien mil pesetas». Qué hijo de puta, siempre jodiendo.
Pero allá donde voy ha estado él. Con la fiesta del Balón de Oro, en la Bota de Oro del Mundial. ¿Por qué? Porque es mi entrenador, mi padre, joder. Cambió algunos conceptos de mi juego, me movió, pero la gente no entiende cuál es el verdadero trabajo de Johan. No puedo pedir más de él. Le estaré siempre agradecido.
De Robson dijiste que no entendía de fútbol.
Eso fue por un partido en el que nos dejó a Pizzi y a mí en el banquillo. En la eliminatoria de Copa en el Camp Nou nos metieron nada más empezar 0-3 contra el Atlético de Madrid. Me enfadé tanto que miré a Mourinho y me puse a calentar sin pedir permiso. En cuanto entramos, marcamos. 1-3. Vimos que íbamos a ganarlo. Por el movimiento de los jugadores del Barcelona y porque el Atlético se iba cada vez más atrás. Aunque en el segundo tiempo falló Bahía, 1-4, y se puso muy cuesta arriba. Pero pudimos remontar. Cuando quieres, puedes. Dudo que yo dijera que Robson no entiende de fútbol.
Del que dije de todo fue de Van Gaal. Sin duda, el peor de todos. No quiero ni perder el tiempo nombrándole. Era cuadrado como el tabique de una casa. Tenía un gran problema y sigue teniéndolo: Johan Cruyff. Cada vez que oye su nombre le sale espuma por la boca, empieza a sudar, le pica el cuerpo, sufre una presión terrible. ¡Pero dónde está él y dónde estás tú! El tío sigue enfadado porque Johan le echó del vestuario del Ajax. Con lo tozudo que eres, cómo te van a dejar ahí, ¿para limpiar las botas? Era, de verdad, muy cuadrado.
¿Tu experiencia con Mourinho?
Era un tipo absolutamente calmado. Miraba las cosas cada día. Entrenamiento, personajes, cómo es un jugador, cómo se mueve, todos los detalles del entrenamiento los escribía. Era muy correcto. Quizá a alguien le cae mal, pero es imposible caerle bien a toda España. Mou es un tipo muy bien preparado para hacer cosas grandes, bien hechas. Cuando dicen que es maleducado, digo: «Quien siembra, recoge. Si no preguntas, no te contesta». ¡Es que es verdad! Si te provoco y te digo: «Hijo de puta, ¿qué tal?», tú contestas igual. Tiene un carácter duro, no pises la línea. Con lo preparado que está, llamarle traductor… ¿Estabas ahí para ver si solo era traductor? ¿Por qué hablas?
¿Alguna vez has visto a algún jugador del Barça hablar mal de él? ¿En Portugal? ¿En el Chelsea? ¿En el Inter? Nadie habla mal de él. En Madrid, sí. Bueno, cuidado: dicen que alguien habla. Es muy fácil hacerlo desde detrás. ¡Sal! Si tienes cojones, da la cara y sal. Pero no creo que estén hablando mal de él. Dicen que es Iker, que no se entienden, que la novia, que el Twitter, que no sé qué… Todo mentira. Y si es verdad, que salga y diga: José, hablo mal de ti. No creo que vaya a suceder. Iker no es tonto. Los que escriben eso son… mira, si dejas un balón y un melón, cogen el melón.
Imagino que estarás orgulloso de Pep.
Ay, cuando entró la primera vez al vestuario, sin barba, asustado. Como diciendo, ¿dónde estoy, dónde estoy? ¡En Barcelona! (risas). Era un chico muy bien plantado. El FC Barcelona planta bien, tiene una buena academia y sabe cómo sacar jugadores. Era un líder del Barça B y lo tuvo más fácil para entender nuestro juego, en su posición de 4 tan famosa, y que el equipo siguiera explotando. No dudé ni un minuto cuando Laporta le puso de entrenador. No había motivos para dudar de él. Entiende perfectamente el juego del equipo, la calidad de cada jugador y los resultados no tardaron en llegar. Empezó a ganar muy rápido.
¿Qué te pareció lo que hizo Figo?
Fue un grandísimo jugador, sin duda, un compañero de vestuario. Uno de los mejores extranjeros que han pasado por Barcelona. Te lo explico: Figo no sabía lo que iba a pasar en este fichaje. ¿Puedes imaginar que alguien pague 10.000 millones de pesetas de transfer? Mmm… algo raro, ¿no? Cuando tienes ganas de ganar elecciones, puedes. Pero, sobre todo, cuando uno tiene que recoger comisiones, también mueve montañas. Cuando Florentino Pérez ganó las elecciones, depositó los 10.000 millones. Y Figo se quedó, cómo decirlo, entre el martillo y la piedra, no sabía si poner la cabeza o la mano. Creo, sinceramente, que si pudiera dar marcha atrás, la hubiese dado. El que llevaba los fichajes tenía algo firmado: si no le traía, pagaba; si le llevaba, cobraba. Fácil.
Sinceramente, con la mano en el corazón te lo digo, no le comprenderé en mi vida. Cuando un futbolista besa el escudo del Barça y veinticuatro horas después se marcha al Madrid… Siempre lo hablamos en Barcelona entre los amigos: cuánto daño hizo al Barça. A mí me importa un carajo Figo, pero hizo mucho daño al FC Barcelona. Hubo una época muy mala después. Con Figo en el Barcelona el Madrid sufría, y él cambió la dinámica con el fichaje.
Tengo que decirte que el recuerdo de la Bulgaria que alcanzó las semifinales en el Mundial del 94, jugando como el ejército de Pancho Villa, me pone piel de gallina.
Johan nos bautizó como una «banda no organizada» (risas), pero teníamos un grupo bastante fuerte. Te lo cuento desde el principio. Fallamos en un partido fundamental contra Israel en Sofía. Si ganábamos, el último partido de la liguilla clasificatoria no valía para nada, pero empatamos a dos, cosas de la vida. A Francia, que también le valía la victoria contra Israel, pues había perdido 2-3. De modo que solo les quedaba ganarnos o empatar con nosotros. Y nosotros solo podíamos ganar. Después del partido de Israel, les dije a los jugadores, a los masajistas, a todos los que estábamos: «Quedan tres semanas para ir a París y vamos a ser ídolos de este país, vamos a ir a ganar a Francia».
En aquel momento todo el mundo alucinaba. ¡Francia! Que tienen a Cantoná, Papin, Blanc, Le Guen, Lamá, Ginolá, Desailly, Deschamps. Eran un equipazo. Pero claro, Bulgaria tenía a Letckov, Balakov, Ivanov, Mihailov… ¿Cantoná es mejor que yo? ¿Ginolá es mejor que Kostadinov? ¿Papin es mejor que Penev? En nombres, puede. Uno está en el Manchester, otro en el Marsella. Vale, pero oye, que yo juego en el Barcelona, que no es cualquier equipo. Que Emil está en el Oporto, coño, Letchkov en el Hamburgo, Balakov en el Sporting de Lisboa, que tampoco es cualquier equipo. Vamos a ir a ganar. Y lo hicimos, 1-2.
El vestuario del Parque de los Príncipes tuvo que ser una fiesta…
Pregúntale a Romario, que te cuente él, que estaba allí. Vino el cabrón para ver el partido, sin pedir permiso al Barça. Tuve que llamar yo a Johan Cruyff para decirle que estaba conmigo y que no pasaba nada. ¿El vestuario? Locos perdidos. Es que era nuestra última oportunidad. En ese equipo teníamos ya 26, 27 y 28 años, era la recta final de nuestras carreras.
Bulgaria había estado cinco veces en mundiales y nunca había ganado ningún partido, como mucho empates. Nuestro objetivo era ir para al menos ganar un partido, ser los primeros búlgaros en ganar un partido en un Mundial. Éramos tontos de cojones.
Pero el primer partido, contra Nigeria, fue un desastre. Nos metieron 3-0. Fue duro. Qué le vamos a hacer. Luego vino Grecia, en cuatro días. Los griegos están aquí, a cien kilómetros. Ellos habían perdido 4-0 contra Argentina. Llamé a Diego y me dijo: «Vais a ganar también 4-0». El equipo era malísimo, pero lo peor es que después de perder el primer partido, el entrenador hizo siete cambios. Nosotros no hicimos ninguno. Y sí, le metimos 4-0 a Grecia. Dije: «Ahhh, de puta madre, primera victoria en nuestra historia». Como que ya estaba hecho lo principal. Ya solo quedaba Argentina, que fue sin Diego por eso que le pasó…
Efedrina.
¡¡Mentirosos!! Para mí es injusto. Diego lo que tenía fue una enfermedad. Estaba mal, teníamos que ayudarlo a salir. Para eso estamos, no solo para comer, beber y sacarnos fotos. Y la FIFA le prometió a Diego, sabiendo que tenía un problema, que no le iba a sacar el dopaje. ¡Y se lo sacan por un jarabe! ¿Tú te crees que es justo? Todo para hacerse publicidad.
Independientemente de los usos de la efedrina, ¿crees que fue una traición?
Le cogieron a él para dar ejemplo. Junto con dos más. Fue una operación de promoción.
¿Estás diciendo que le habían prometido que no daría positivo en los controles?
Seguro, segurísimo. ¿Alguien había hablado antes del Mundial de que se dopaba? No, y luego ya se pusieron todos a decir que si era narcotraficante. Estos, que comen caviar, toman champán y no saben de fútbol nada, que viven de puta madre. Yo no perdono esto a la FIFA. Cada uno puede caer y cada uno puede levantarse, pero no de esta manera.
¿Quién era el presidente? Havelange. ¿Qué podemos decir de él? No hay palabras. Ahora va saliendo, poco a poco, dónde se compran los mundiales, cómo, a quién, por cuánto. Cuando tú, cinco meses antes, para hacer publicidad, anuncias que viene Diego Armando Maradona, nadie hablaba de esto. Y luego, cuando solo faltan seis partidos del campeonato, ¿qué le importa a la FIFA, si ya ha hecho su publicidad y las comisiones estaban repartidas? Es muy duro, no perdono. Hay que ser justo, no puedes jugar con las personas. No les importa hacer daño, ni qué va a pensar el país, la familia o los padres, no les importa. Y no lo entenderán en su puta vida, así de claro.
Os enfrentasteis a Argentina sin él.
Argentina era muy competitiva, pero sin Diego…
Estaba Redondo.
¡Redondo no pasó del medio campo! Estaban él y Simeone, recuerdo. Nosotros jugamos al contraataque. Primer gol, mío. Y segundo, de Sirakov. Estuve contento de que Bulgaria pasase a segunda ronda, pero me quedé muy triste por que a un amigo le tratasen así, tanto a su mujer, como a sus hijas, como a sus padres. Diego es mi íntimo amigo, le voy a defender a muerte, ahí donde vaya. No se compra la amistad, se demuestra… Luego eliminamos a México
¿Teníais presente el gol que os metieron de tijereta en el 86, el de Negrete?
No. Porque yo metí uno mejor (risas).
Esa tanda de penaltis de ese partido fue de risa.
La de ellos.
Horrorosa, esos penaltis sin carrerilla.
Porque eran defensas. Se habló mucho de esos penaltis, pero lo que pasó es que su entrenador se equivocó profundamente al no sacar a Hugo Sánchez.
Y Alemania.
Después de haber ganado a Argentina y a México ya nos daba igual todo, pero el partido más duro era contra Alemania. Nosotros estábamos en la piscina, jugando a las cartas. Cervecitas, salchichas, patatas fritas, dando el festival, como siempre. Salieron las imágenes y ahí fue cuando Johan Cruyff dijo que éramos el mejor equipo, pero una «banda no organizada».
Cuenta cómo le enseñaste español a tu masajista.
Eso no se puede poner.
Sí, no te preocupes.
Le dije al masajista de Bulgaria que el saludo más habitual en español era «Hola, chúpame la polla, gilipollas». Entonces se iba a los periodistas españoles y les decía: «¡Hola! Chúpame la polla, gilipollas». Y luego venía extrañado: «Joder, Hristo, cómo se han puesto». Y yo: «Es un saludo, qué quieres» (risas). Todavía me preguntan los periodistas que estuvieron allí por el masajista de Bulgaria.
Un caos de concentración.
No. Hay mucho mito. Después de los partidos sí que salíamos, hasta las tres o cuatro de la mañana. Pero 48 horas antes del siguiente partido, todos sabíamos lo que teníamos que hacer. A mediodía qué querías que hiciéramos, con cuarenta grados de calor en Nueva York. O jugar a las cartas, o al parchís. Porque, además, todo esto te permite no pensar en el partido, estar libres. Pero 48 horas antes cada uno sabía qué tenía que hacer. Sabíamos qué era obligatorio para nosotros. Es fundamental, no puedes llegar tan lejos si no.
Cuando Letchkov marcó a Alemania los locutores germanos se quedaron en silencio casi un minuto sin saber qué decir.
Sí. No estaban acostumbrados. De aquel día, vuelvo a ver las imágenes en Bulgaria y alucino. Tanta, tanta gente en la calle. Espectacular.
Os roban contra Italia.
Esto sí que quiero que lo pongas: es un hijo de la gran puta. Así de claro. Que no le vea nunca solo. Robando a mi país. Subnormal. Me importa un carajo lo que digan. El peor árbitro de la historia. Si le veo por ahí le rompo la cara. Le voy a escupir. Robar a un futbolista puede ser, que no te pite un penalti… ¿Pero robar a mi país? ¡Mi país! Este maricón de mierda. ¿Sabes qué es escuchar que en veinticuatro años no han jugado Italia y Brasil la final? Es duro entenderlo. Yo juego al fútbol, no hago negocios como estos que beben champán y toman caviar. Estos sí son ladrones. Robando a mi país, que tiene cinco millones de habitantes. La gente llorando, los niños, que ven a un tío como este robando, que se ha visto en todo el mundo.
Pero el regreso, un lujo…
Fue increíble. Ver a la gente emocionada, alegre. Ver que este equipo trae la medalla del Mundial y un jugador la Bota de Oro. Solo con cinco millones de habitantes, ¡qué más podíamos pedir!
Te retiraste en Estados Unidos, pero hiciste cuatro temporadas, cuando los otros futbolistas que van allí no suelen hacer tantas.
Es que fue espectacular, de verdad. Chicago Fire fue mi última etapa como profesional, en Washington luego ya fui más entrenador y jugador, otra cosa. A Chicago fui por petición de la MLS, Don Garber, comisionado de la Liga, y Bob Bradley, el entrenador. Además de por petición de los 150.000 habitantes búlgaros que viven en Chicago. Fue una etapa espectacular, ver a jugadores jóvenes con tres europeos del Este. Éramos Piotr Nowak, capitán de Polonia, Luboš Kubík, de la República Checa y Hristo Stoichkov, los tres zurdos. Y teníamos a Zach Thornton, el mejor portero de la liga, Chris Armas, el mejor centrocampista. Dema Kovalenko, un ucraniano, y Diego Gutiérrez, otro zurdo. Fue increíble. Bradley era un entrenador, un amigo, era muy educado. La organización era de diez. Vivía en la misma calle que vivía el 23, Michael Jordan. Una zona muy bonita. En la liga también jugaba Carlos Valderrama…
Te pilló el 11S de lleno.
El 10 de septiembre estaba en Buenos Aires en el homenaje a Diego. Fue un miércoles, y como tenía que jugar el sábado en la liga con Chicago, le pedí a la organización que me cambiara el vuelo para ir directo, sin pasar por Miami. Me cambiaron los billetes, sin problema. Me despedí de Diego y a las 10:30 estaba en Chicago. Me levanto, los chicos van al colegio, mi mujer hace el desayuno, tomamos un café, voy a salir al entrenamiento y antes pongo la televisión española; allí era mediodía, para ver el deporte y todo eso. Entonces RTVE deja la imagen, sin voz ni nada, de las dos torres, y zas, un avión. Mi primera reacción fue pensar que alguien había chocado sin querer, una avioneta pequeñita, sin importancia. Seguimos con el café y otro, ¡¡fus!! Y quince minutos después, ¡otro en Washington! Y yo: «Hostia puta, aquí empieza la guerra, pasa algo raro». No sabía qué hacer. Llamé a mi mujer para que trajera a los niños a casa. Me fui al entrenamiento y el entrenador llorando, los jugadores llorando. Muchas de sus familias trabajaban en Nueva York. Todos estaban mudos, con el estómago encogido. Lo pasamos mal de verdad. Las torres cayendo, la gente tirándose de las ventanas. Muy duro, muy desagradable. Y esto devolvió a Estados Unidos muchos, muchos años atrás.
En la MSL le partiste la pierna a un chico.
Fue sin querer. Se me ha quedado grabado para toda la vida. Lloré. Fue un partido en Washington. Cuando pasa algo raro, es que es raro. Un balón en medio, bota, pongo la pierna hacia delante, toco el balón, fue muy rápido, venía de un saque del área, y con la fuerza con la que toqué la bola, me caí en la pierna de un jugador, con toda la fuerza y la velocidad. La pierna pffff… el hueso fuera… hueso por aquí, por allá… la primera vez que lesioné a un jugador, tantos años jugando al fútbol, y esa fue la primera vez en mi vida. Pero fue sin querer. Lo quiero repetir y no sale. Quiero hacerlo y no puedo. Era un mexicano.
Me dicen por aquí que en las pachangas con tus amigos sigues siendo igual que competitivo que siempre.
No me gusta perder. Ahí sigo.
¿Cómo quieres que te recuerden?
Como alguien que siempre quiere ganar. Como un luchador, un ganador, alguien que nunca perdonó nada. Visca Catalunya!
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Muy «bonita» la entrevista-masaje, pero a pesar del intento de blanqueamiento, este tipejo es de lo más detestable que ha pisado un campo de fútbol. Macarra, pendenciero, faltón… pero venga, seguid dándole coba, que no cuela.
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