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Juan Carlos Ablanedo: «En mis 15 años en el Sporting el descenso nunca fue nuestra batalla, nosotros peleábamos por la UEFA»

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Juan Carlos Ablanedo

Los setenta y ochenta fueron una edad dorada de los porteros norteños, de los que se decía que eran tan buenos porque empezaban a jugar en las playas del Cantábrico, en cuya arena perdían el miedo a tirarse. Iribar, Esnaola, Artola, Castro, Urruti, Buyo, Zubizarreta, Ochotorena… En San Sebastián no pasaba nada: tenían a Arconada. Y en Gijón no teníamos miedo: teníamos a Ablanedo.

El Gatu volaba entre los tres palos. La generación de este entrevistador no conoció su mejor versión, sino solo su declive, marcado por las lesiones, la trastada que le hicieron cuando los guardametas empezaron a tener que jugar con los pies y la propia decadencia del Sporting de los noventa; pero el Ablanedo de los ochenta ganó tres zamoras, y todo el que se enfrentó a él lo recuerda como un portero extraordinario.

Podría haber sido el de la Selección española durante muchos años si no hubiera existido Andoni Zubizarreta. También tuvo esa mala suerte; la de una época en la que las selecciones jugaban menos amistosos, los porteros suplentes no disputaban ni los pocos que se jugaban y los titulares adquirían hechuras de funcionario; la eternidad de un notario del atajamiento de goles.

Nos citamos con él en el Café Dindurra. Nació en Mieres, fue un one-club man y tras la retirada se alejó del fútbol, aunque siguió jugando con los veteranos del Sporting y los de la Selección española—. Cuando le contamos a un amigo abogado que vamos a entrevistarlo, nos dice: «Ablanedo, chaval. Un tío que estudió conmigo hizo el máster de la abogacía con él, ya el tío con cuarenta y muchos o cincuenta, y que encantador. Y eso, sacándose derecho y abogacía. Y no el máster del ESADE online en Madrid o cosas así: el popular del Colegio de Abogados de Gijón, con sus clases y yendo al aula y tal».

Naces en Mieres, en 1963. Era la época en la que los mineros del Pozu Fondón cantaban: «Los mineros del Fondón,/ todos lleven boína,/ con un lletreru que diz:/ «Todo sale de la mina». En aquel Mieres, todo salía de la mina, también. ¿Los ingresos de tu familia también?

Bueno, yo nací en Mieres, y mi hermano José Luis también, pero porque nos fueron a nacer allí. Mi madre era de allí de toda la vida y allí tenía a su madre, mi abuela, y a mis tías abuelas. Su padre, mi abuelo materno, trabajaba en la Fábrica de Mieres; una tía tenía una tienda de lanas; mi abuela algo relacionado con la hostelería, aunque no sé concretar… Fue a parirnos allí, pero realmente vivíamos en Avilés, donde trabajaba mi padre, que era facultativo de minas. A Mieres íbamos mucho, pero era en Avilés donde vivíamos, aunque también allí estuvimos poco tiempo. Luego, mi padre montó su propia empresa con sus hermanos y ya vinimos a vivir a Gijón.

Tenías un tío portero.

Adauto Iglesias. De pequeño, siempre me hablaban de él; nos contaban que había jugado en el Caudal, que se había ido al Madrid muy joven, luego al Celta de Vigo, y que ya mayor se marchó a trabajar a Australia. Yo no lo conocí hasta los quince o dieciséis años, cuando volvió de allá.

En Madrid no triunfó porque coincidió con dos grandes porteros del club: Bañón y Alonso. Y he leído una historia divertida acerca de él: era delantero centro, pero un fraile de La Salle lo castigó a jugar de portero por darle un balonazo a otro. A otro fraile, quiero decir.

Mira, esa historia no me la habían contado; no lo sabía (risas). Pero seguramente. Lo que sí sabía por mi madre, mi abuela, mis tías abuelas y mi tío —el hermano de Adauto— es que era un jugador de campo muy bueno; que le pegaba al balón con la zurda muy bien, y podía haber sido portero, delantero o centrocampista.

Juan Carlos Ablanedo

Tú ese buen juego con los pies no lo heredaste.

No (risas). En el patio del colegio sí que jugaba bien de delantero, según me dicen mis antiguos compañeros, pero claro, una cosa es jugar bien en el patio del colegio y otra jugar bien en El Molinón cuando, además, te cambian las reglas de repente.

Ya allí, en el patio del colegio, empiezas a jugar de portero. Y te gustaba tirarte y hacer palomitas.

En aquellos años, el portero bueno era el que hacía palomitas, y a mí me gustaba, sí (risas). La portería me gustaba muchísimo, pero bueno: jugaba de todo. Eran años en que, más que al colegio, ibas al recreo, a jugar al balón. Estábamos todo el día jugando.

De delantero aún llegaste a jugar algún partido en infantiles.

Sí. Con trece o catorce años, ya en el Sporting infantil, un día fuimos a jugar un partido contra los infantiles del Caudal de Mieres. Empecé no jugando y estaba en el banquillo, al final del partido, cuando se lesionó un compañero. En el banquillo solo estaba yo, así que salí a jugar los últimos cinco minutos. Me pusieron de delantero y metí un gol; un balón en largo que botó al borde del área, le pegué fuerte y entró. Mi experiencia como jugador de campo fue breve, pero exitosa (risas).

¿En tu familia, en tu entorno, en tu infancia, ya erais del Sporting?

Sí, sí, sí. En mi colegio, todos los niños éramos del Sporting. Me acuerdo de tener balones con las fotografías de los jugadores del Sporting. Luego, cuando entré en el Sporting infantil con doce años, la vinculación ya pasó a ser máxima, claro. Teníamos una credencial de jugadores de los filiales e íbamos todos los domingos a El Molinón. Para nosotros, tener aquella credencial era un orgullo impresionante.

Y qué Sporting era aquel, ¿verdad?

El gran Sporting de Quini; un equipo extraordinario. Cuando entrenábamos en Mareo, con catorce años, en ocasiones teníamos la suerte de coincidir con los jugadores del primer equipo; de cruzárnoslos por el pasillo de los vestuarios de Mareo. Salíamos todos a verles. Yo me crie viendo entrenar a Castro.

Y luego coincidirías con él, al igual que con otros varios de aquellos jugadores que llegaron a ser subcampeones de Liga.

Coincidí con casi todos: mucho tiempo con Joaquín, con Jiménez, con Cundi, algo menos con Redondo… Y tuve la suerte de jugar dos años con Quini cuando volvió del Barcelona.

También eras un poco del Madrid cuando eras pequeño, ¿verdad?

Por mi tío Adauto. Eras del Sporting y, como segundo equipo, tenías también una querencia por el Madrid, que era el equipo mítico donde había jugado tu tío.

Al Sporting llegas con doce años.

El padre de un amigo del grupo del colegio tenía a su vez un amigo que era entrenador de las categorías inferiores del Sporting. Un día fuimos cinco a entrenar a los campos de Roces y nos ficharon a todos. De ellos, tres llegamos a jugar en el Sporting de Primera División: mi hermano José Luis, Jaime y yo. De aquella, todavía no existía Mareo. Los infantiles jugaban en los campos de Roces, Los Depósitos se llamaba. Luego estaban La Fontanía, en Somió, y Los Fresnos, donde jugaban el equipo de Tercera División y el de Regional.

Eran instalaciones bastante precarias, ¿verdad?

En aquellos años no había luz artificial, y entonces, al final del entrenamiento, para los porteros, que hacíamos un entrenamiento específico, lo que se hacía era que mi padre se ponía detrás de una portería con las luces del coche encendidas para que viésemos algo (risas). Al menos, para que viese algo yo, que tenía las luces detrás: el entrenador, que tenía los focos de frente, no sé lo que vería (risas). El campo de Roces, encima, tenía una inclinación lateral, un desnivel: una banda estaba más alta que otra.

Como un billar inclinado.

Sí, sí. Cuando llovía, se embarraba. Y luego, en los vestuarios en ocasiones había agua caliente, pero no siempre. En fin, otra época. Pero la disfrutamos muchísimo.

¿Cuándo empezaron a llamarte el Gatu?

En juveniles. En el Sporting, en el primer equipo, había un portero, Claudio, que también era muy ágil, y a quien los compañeros le llamaban el Gato. Entonces yo creo que, de oír eso, también me lo empezaron a llamar a mí mis compañeros. Había otros motes en el vestuario, y el mío era ese.

Tus ídolos eran Arconada y Miguel Ángel.

Miguel Ángel era el portero del Madrid y de la Selección española, y luego ese puesto lo ocupó Arconada. Dos porteros extraordinarios, muy ágiles, muy potentes, con muchos reflejos. Eran mis ídolos, sí. Y luego, aquí en el Sporting, tuve la suerte de entrenar en muchas ocasiones con Castro.

Recuerdo que, cuando yo era juvenil, Tati Valdés me llevaba a veces a entrenar con el primer equipo, y me decía que me pusiese dentro de la portería, pegado a la red detrás de Castro, y me fijara en sus movimientos; en lo que hacía cuando le tiraban desde fuera del área o contra los tiros repetidos de los partidillos. Era un portero extraordinario, muy ágil, con una grandísima colocación, pero a la vez muy sobrio.

Y una gran persona también, ¿verdad? Murió salvando a dos niños de morir ahogados en la playa de Pechón, en 1993. Un palo enorme, ¿no?

Lo vivimos con muchísima tristeza, sí. Yo había convivido poco con él en el vestuario, pero algo coincidimos, e incluso hice al menos un viaje con el primer equipo en el que estaba él, a San Mamés. Le tenía muchísimo aprecio, y sabía no solo de sus virtudes como futbolista, sino también de sus virtudes humanas.

En el Sporting, serás Ablanedo II, siendo tu hermano mayor, con el que coincides hasta 1994, Ablanedo I. ¿Cómo era la experiencia de compartir vestuario con un hermano?

Pues una de las mejores que tuve como futbolista. En todos los vestuarios en los que estuve, tanto en categorías inferiores como en el primer equipo, hubo siempre muy buen ambiente, pero tener encima a un hermano te da una complicidad, una seguridad, muy grande, tanto dentro como fuera del terreno de juego. Y luego teníamos ahí a otro amigo de la infancia, que era Jaime.

Juan Carlos Ablanedo

Debutas con el primer equipo el 2 de enero de 1983 contra el Espanyol de N’Kono, Tintín Márquez y Lauridsen, y gracias a una carambola.

Sí, esas casualidades que… Yo creo que el debut de casi todos es así, de forma sorpresiva. Hay un día que te dicen: «Calienta, que sales». Yo ya subía a entrenar con ellos casi siempre, y Castro, aquel día, estaba lesionado. Yo estaba en el banquillo y expulsaron a Rivero, el portero suplente.

Me acuerdo de estar pensando: «Meca, ¡que no lo expulsen, que tengo que salir a jugar!». Pero lo expulsaron y entonces tuve que entrar, sustituyendo a Urrecho. Me acuerdo perfectamente de todo; tengo muy grabado todo lo que viví desde el banquillo hasta la portería: salir al campo, ir a la grada sur de El Molinón; era por la noche y llovía, lloviznaba. Luego, pues bueno: no me metieron ningún gol, así que la experiencia fue muy buena.

Fue el único partido que jugaste esa temporada. El entrenador del Sporting en aquel momento era Vujadin Boškov, que no confiaba en ti. Consideraba tus 1,77 metros de altura escasos para un portero; y la temporada siguiente, 1983/1984, en la que sigue estando él, juegas dos partidos de Liga y seis de Copa de la Liga.

Sí, él consideraba que para ser portero había necesariamente que ser de una talla superior. Era un gran entrenador, de muchísimo prestigio. De hecho, antes de entrenar al Sporting, había entrenado al Real Madrid. Aquel Sporting podía fichar a un entrenador de ese nivel.

Manejaba muy bien el vestuario y era de ideas muy claras, muy concretas. Una de ellas era esa; ese gusto muy determinado sobre cómo tenía que ser un portero. Pero bueno, yo el trato que tenía con él era normal: respetuoso y correcto. Al fin y al cabo, era un jugador del filial que de vez en cuando estaba en el primer equipo, nada más.

El entrenador que te convierte en titular es José Manuel Díaz Novoa, en la temporada 1984/1985.

Novoa fue la persona decisiva en mi carrera profesional, sí. Hubo un momento en que estaba muy desilusionado, muy decepcionado, y él, que era mi entrenador en el filial, me animó a continuar. Después, cuando lo nombraron entrenador del primer equipo, me llevó a un aparte y me dijo que iba a empezar jugando y que estuviese tranquilo; que no pasaba nada si estaba nervioso; que iba a tener tiempo, que iba a jugar. Y así fue.

Para mí fue decisivo que fuera él el entrenador, porque si hubiera estado otro, con otros gustos o que no me conociera como me conocía él, mi trayectoria hubiera sido otra. Hay momentos así en la vida, en que una persona concreta te marca tu futuro. En mi caso fue Novoa.

¿Valoraste marcharte a otro equipo en aquel momento de desilusión?

No lo recuerdo, la verdad; no tengo el recuerdo de pensar en irme a otro sitio. En aquellos años no había tantos movimientos como hay ahora. Lo que me decía era más bien un «hasta aquí llegamos, se acabó». Llevaba tres años en el filial y veía que al primer equipo no iba a pasar.

Pero pasaste. Y aquel primer año, ganas el Zamora; y al siguiente, vuelves a ganarlo. Carrera meteórica.

Sí, la verdad. Mi primera temporada fue algo que ni soñándolo. Debuto en el primer equipo del Sporting, juego con la Selección sub-21, me convocan para la absoluta y quedo portero menos goleado. Un jugador de veintiún años que acababa de debutar en Primera División no podía pedir más; era algo increíble.

Un Zamora no lo gana solo el portero, claro. Sueles contar que el equipo se conjuró para que lo ganaras.

Éramos un equipo que tenía muchísima calidad, y que defensivamente era muy fuerte. Hacernos un gol era muy difícil y eso no es solo labor del portero. Un portero, si no tiene una gran defensa, no tiene nada que hacer. Nosotros teníamos a los mejores centrales que había en aquellos años en la Liga: Maceda y Jiménez el primer año, y Mino y Jiménez el segundo.

Maceda era internacional, Jiménez lo había sido hacía poco y te daban muchísima seguridad; no solo por lo que hacían de forma individual, sino por lo que situaban al equipo; a los centrocampistas y a los defensas. Eran jugadores que daban instrucciones. Tenían muchísima calidad. Luego, los laterales eran Cundi, Redondo

Para mí son los mejores que hubo en el Sporting, y eso que los hubo muy buenos, antes y después. Pero es que además todo el equipo ayudaba en defensa, atrás. Entre unas cosas y otras, para hacerle un gol al Sporting, había que hacerlo muy bien. Había que desbordar al lateral con ventaja, centrar bien, anticiparse al central —que era complicado— y luego, bueno: hacerme gol a mí (risas).

Que un equipo quede el menos goleado es labor de todo el mundo, igual que el que un delantero quede máximo goleador. Para ser pichichi hay que tener más aptitudes que las de un portero, pero necesitas las asistencias; que lleguen balones alante. Nosotros teníamos todo eso. La relación entre nosotros era muy buena. Cuando mi generación llegó al primer equipo, había jugadores veteranos de una grandísima calidad que marcaban las pautas del vestuario.

Juan Carlos Ablanedo

Era una época de jerarquías más férreas que las de ahora, ¿verdad?

Sí, eso es. Ellos marcaban la forma de comportarse tanto dentro como fuera del terreno de juego, y nosotros lo asumíamos con mucha naturalidad por la confianza que teníamos en ellos. No solo eran grandes futbolistas, sino también personas de muchísimos valores. La integración era perfecta. Ellos nos ayudaban a nosotros y nosotros les aportábamos a ellos la juventud y la renovación de un equipo que había sido extraordinario.

La temporada 1984/1985 también es en la que vuelve Quini, que deja el Barça con treinta y cinco años para jugar sus últimas tres temporadas en el Sporting. Sus mejores días ya habían quedado atrás, pero imagino que mantenía una calidad enorme. ¿Cómo era verle jugar, cómo era entrenar con él? ¿Qué significó para tu evolución como portero que ganó zamoras entrenar con alguien que había sido siete veces pichichi, cinco en Primera y dos en Segunda?

Era de una calidad extraordinaria: cómo remataba de cabeza, cómo te encaraba en el uno a uno… No había forma de pararlo, siempre te hacía gol. Me hacía darme cuenta de mis limitaciones como portero; era uno de estos delanteros de mucha calidad —como, en aquellos años, Butragueño, Schuster…— de los que lo más que puedes esperar es que fallen, que no tengan el día, porque aunque tú lo hagas muy bien, aunque estés al cien por cien, son tan grandes que te van a hacer gol.

Tengo el recuerdo de que, en los entrenamientos, Quini se te encaraba con el balón, tú ibas ahí superrápido, bien situado, bien colocado, concentrado, y daba igual: Quini te hacía gol. En los entrenamientos, otras veces, se le centraban balones y él remataba de cabeza o de volea, y, de cabeza, yo no vi después a ninguno que rematara como él, con esa precisión. Era como si te la tirase con la mano.

Te la ponía al palo con una facilidad pasmosa, y las voleas también eran extraordinarias. En el vestuario era un ídolo; nuestro referente, por cómo nos trataba. Tuvimos muchísima suerte de convivir con un futbolista y una persona como él. Hacía equipo. Era una persona alegre, te transmitía tranquilidad, seguridad, confianza, ánimos. El compañero perfecto y un jugador extraordinario que definía los partidos. Yo coincidí con él como jugador dos años, pero es que tiempo después, cuando era delegado del equipo, a veces entrenaba con nosotros y seguía siendo muy superior a todos.

He encontrado por ahí una entrevista que te hicieron a los 24 años en El Mundo Deportivo. Contabas allá que no tenías supersticiones, «pero sí costumbre»: ¿a qué te referías?

Pues no recuerdo a qué me refería con veinticuatro años, hace casi cuarenta (risas). Hombre, yo no era supersticioso en el sentido de que no hacía algo pensando «si no hago esto antes de salir a jugar…». Eso, en absoluto. Lo que sí tenía era la costumbre de, cuando llegaba al vestuario, dejar muy bien colocada la ropa que iba a ponerme para salir a jugar, después de quitarme la de calentar.

Los guantes, las medias, las botas, los pantalones, la camiseta que iba a poner, los dejaba muy bien preparados para, según llegara del calentamiento, tenerlo todo ahí bien organizado y poder ponérmelo con calma. Era metódico; también en el sentido de que, por la mañana, ya estaba muy concentrado, pensando en el partido, en los jugadores contrarios… Estaba muy responsabilizado del partido, de la tarde, un poco abstraído del entorno, no solo esa mañana, sino ya el día antes.

¿Estudiabas a los delanteros rivales; tratabas de predecir lo que iban a intentar hacerte?

Pensaba en ellos, sí; sabía con quién iba a jugar y también apuntaba los penaltis; qué jugadores tiraban los penaltis en el equipo contrario y para qué lado habían tirado los últimos. Muchas veces acertaba: había penalti, lo tiraba el que tenía anotado, del que sabía que habitualmente lo tiraba a mi izquierda, y resultaba que lo tiraba por la izquierda.

Ahora esto de predecir penaltis supongo que ya sea un servicio de los equipos muy tecnificado; algo de lo que se encarguen específicamente trabajadores del club que recaben los datos y le hagan llegar esa información al portero. Pero, de aquella, eras tú el que se buscaba la vida, ¿no?

De aquella éramos yo y mi padre tomando nota cuando veíamos Estudio Estadio, sí.

En 1985, debutas en la Copa de la UEFA contra el Colonia.

Un grande de Europa en aquellos años, y le plantamos cara. En Colonia empatamos a ceros; hicimos muy buen partido, también yo personalmente. Del de vuelta recuerdo el ambiente extraordinario que había en El Molinón. El estadio, en aquel entonces, tenía gradas de pie, y estaba casi lleno. Recuerdo el gol de Mino de cabeza y la explosión de aquella grada.

Era el minuto 2 del partido. Pero en el segundo tiempo, los alemanes remontaron con goles de un tal Engels y un tal Dickel.

Nos eliminaron, sí. Me hicieron dos buenos goles, pero yo quedé con la duda dolorosa de si podía haber hecho más. En uno de ellos, resbalé: fue un muy buen tiro desde fuera del área, pero recuerdo que había resbalado al primer impulso. Y el otro fue en un uno a uno; me dribló.

Juan Carlos Ablanedo

¿El calor de la grada en un partido, sea a favor tuyo o contra ti, se nota, o está uno tan abstraído que no influye?

No, no: es muy bueno para el equipo tener el apoyo de tu grada. Es fundamental, aunque yo sí que intentaba abstraerme totalmente y, de hecho, lo hacía. En El Molinón estaba muy concentrado, y cuando iba fuera intentaba adaptarme al escenario, a las gradas, al campo, a los espacios.

Hay campos a los que llegaba y me adaptaba nada más empezar y otros que eran más grandes, de grada más abierta, y donde me costaba algo más calcular las distancias, los espacios. Pero lo que es el ambiente a mí me encantaba; me encantaba jugar cuando el campo estaba lleno. Si era a favor, fenomenal; y, si era en contra, también.

Los campos con ambiente, el salir a un campo lleno, me gustaban, y recuerdo que a mis compañeros también. Me gustaba mucho, sobre todo, ir a Bilbao, a San Mamés, y a San Sebastián, al viejo Atocha. También al Bernabéu —aunque allí jugué poco, porque coincidió muchas veces que estaba lesionado—, a Mestalla, al Sadar, al Calderón —que también era un campo con un ambiente muy intenso—, a Valladolid…

Justamente en Valladolid es donde, en octubre de 1986, ganas la Eurocopa sub-21 con la Selección. Con protagonismo, además: detienes dos de los tres penaltis italianos, a Giannini y Baroni, y con el que también ha fallado Desideri los azzurri ya no tiran más, porque con los tres que ha metido España ya es campeona. Se te considera el principal artífice del triunfo español. Vialli recordaba, años después, que no había visto «portero alguno en Europa como Ablanedo».

Fue la final soñada de un portero, sí. Ganar, hacer un buen partido, llegar a los penaltis y parar un par de ellos. La final era a doble partido, y también tengo muy buen recuerdo del primer partido en Roma. Jugábamos contra aquel equipo italiano que, más tarde, fue el titular de la Selección italiana en Italia ’90; un grandísimo equipo: Mancini, Vialli, Zenga, Donadoni

Allí nos ganaron dos-uno, y para la vuelta en Zorrilla ya nos dijeron unos días antes, en la Federación, que el campo iba a estar lleno, lo que fue un gran estímulo. Ganamos dos-uno y entonces fuimos a penaltis, y pasó lo que tú dices. Nosotros éramos Sanchís, Quique Sánchez Flores, Andrinúa, Patxi Salinas, Eloy, Elduayen, Roberto Fernández, Eusebio Pineda… Hace tres o cuatro meses nos reunimos todos en Madrid a comer, y estaban todos o casi todos.

En septiembre de aquel mismo año habías tenido un recordado pique con Hugo Sánchez en un partido contra el Madrid. Te pisó, le diste una patada, Andújar Oliver pitó penalti y expulsión y Hugo le metió el gol a tu sustituto, Pedro Rodríguez.

Eso es, sí (risas). Yo recuerdo que tenía el balón y se acercó. Vi que me pisaba y mi reacción instintiva fue pegarle una patada; un acto reflejo totalmente. Luego me di cuenta de lo que había hecho y de las consecuencias y lo lamenté mucho. La anécdota me la siguen recordando en ocasiones aficionados y algún periodista como tú (risas). A él se lo recuerdan también.

Hugo sigue contando que tú le pisaste primero, cabreado porque se te ponía del lado derecho para obligarte a despejar con la izquierda, tu lado malo. Y que le decías: «Indio cabrón, quita de ahí».

No, no. Yo no le dije eso. Nunca lo insulté. Tampoco recuerdo haberle pisado, la verdad. Lo dice él, pero yo no recuerdo eso en absoluto. Desde luego, no recuerdo ningún insulto. Él era un delantero extraordinario, muy inteligente, y le gustaba provocar, pero yo, en los partidos, estaba muy concentrado en mi trabajo.

No quería nunca dejarme llevar ni por una grada que me dijese nada, ni por una provocación, ni estar enfadado con un delantero, ni irritarme, porque eso me sacaba de mi concentración. Estaba a lo mío. Pero bueno, aquello dio para mucho.

Hugo se convirtió en una figura odiada por el sportinguismo, una afición que ya era muy antimadridista, al menos desde que las malas artes arbitrales arrebataron al Sporting la liga 1978/1979, de la que había sido campeón de invierno, y que al final se llevó el Madrid. El «así, así, así gana el Madrid» nació aquel año en El Molinón.

Yo estuve en aquel partido. El Sporting, la jornada anterior, había jugado contra el Salamanca, y en ese partido habían expulsado injustamente a Ferrero, por lo que no pudo jugar el partido en El Molinón contra el Madrid, en el que el Sporting se jugaba la liga.

Ferrero era muy importante, así que el Sporting jugó contra el Madrid no teniendo a sus mejores jugadores. Perdimos cero-uno con un gol de Santillana de cabeza, y también hubo alguna decisión polémica durante el partido. Fue cuando nació el «así, así…», efectivamente. Yo, aquel partido, ya estaba en la grada sur tres horas antes de que empezara, guardando el sitio, pero el campo ya estaba lleno cuando llegué.

A la selección absoluta, te llama Vicente Miera a raíz de un partido en La Romareda, en el que Sporting y Zaragoza empatan a ceros y tú haces una actuación sensacional. Y te vas al Mundial de México, pero no llegas a jugar.

Tenía veintidós años; llevaba dos en Primera División. Era un sueño. Además, iba con Eloy, que era compañero de aquel Sporting, y con José Luis Rubio, que era fisioterapeuta del Sporting en aquellos años. Y fue un Mundial en el que, si no se hubiesen lesionado Goikoetxea y Maceda, hubiésemos llegado a semifinales, y nos hubiéramos enfrentado a Argentina.

Recuerdo las gradas llenas, muchísimos aficionados españoles que residían allí y que iban a vernos al hotel y a las concentraciones, y un ambiente extraordinario. Había una pequeña desorganización en todo, eso sí. Después de uno de los partidos, llegamos a un hotel que estaba en obras y entonces nos tuvimos que marchar a otro al que llegamos de madrugada y en el que estaba la Selección danesa, que era contra los que nos enfrentábamos.

Era un mundial ya de otra época que estaba olvidándose, pero todo muy entrañable, con mucha cercanía con los aficionados. El de Italia, cuatro años después, ya tuvo una organización perfecta, pero era todo un poco más frío.

Juan Carlos Ablanedo

Te perjudicó tener delante a Zubizarreta y a Urruti.

Zubizarreta era el titular, pero tenía que serlo. Era un portero extraordinario, técnicamente perfecto en todo: sus movimientos, su colocación, su blocaje, las salidas por alto… Muy ágil, también. En los dos mundiales fuimos compañeros de habitación, y tuvimos una relación cercana. Era una persona excelente, de trato muy cercano, que se preocupaba por ti. Y luego me hablabas de Urruti. A él lo conocí en aquel mundial.

Me había enfrentado dos veces con él, pero sobre todo lo había visto mucho cuando venía a jugar a El Molinón con el Espanyol. Era un parapenaltis extraordinario, con un instinto tremendo, y además muy alegre, muy bromista, alguien que creaba muy buen ambiente. Guardo muy buen recuerdo de la Selección. Pasaba como con el Sporting: éramos todo gente joven que hacía lo que le gustaba, muy recompensada en todos los aspectos, así que el ambiente siempre era bueno.

En un momento dado podía haber un mal resultado que afectara al grupo, pero en general se daban todas las circunstancias para que hubiera buen ambiente, más allá de que algún compañero, aun estando en la Selección y en un mundial, no estuviera conforme con no jugar.

Aquello de Poli Rincón, que hizo un numerito con una maleta vacía, haciendo como que se iba a España en protesta por no jugar, ¿no?

No recuerdo, no sé. Pero normalmente el ambiente era muy bueno. Para mí, que no jugaba, estar ahí ya era un premio. Sabía que el que jugaba era Zubizarreta, pero daba las gracias por estar allí. No tenía nada por lo que quejarme.

Partidos con la Selección, solo jugarás cuatro: el primero en El Molinón, en septiembre del ochenta y seis, un amistoso contra Grecia. Entras en la segunda parte, sustituyendo a Zubi.

Debuté aquí en El Molinón, efectivamente.

¿Te pusieron por eso, porque era tu campo?

Sí, bueno, recuerdo que yo estaba en el banquillo, cambiaron a Camacho y, al sentarse, le dijo a Miguel Muñoz: «¡Míster, saque a Juan Carlos, que está en El Molinón! ¡Tiene que debutar, tiene que sacarle!». Realmente, eran años en los que el portero suplente no jugaba. Ahora juegas partidos completos.

También había menos amistosos.

También había menos, pero, en aquella época, ni los amistosos jugabas. Yo creo que es bueno que el que no es titular habitual se acostumbre al ambiente, a salir al terreno de juego con la absoluta, para que no pase que debutes un día en partido oficial sin haber jugado nunca, llevando dos años de suplente. Pero eran otras costumbres las que había.

En 1988 os tocó la lotería a los jugadores, técnicos y empleados del Sporting, que os repartisteis cuatrocientos millones de pesetas.

A todos menos a Kevin Moran, que no jugaba, sí (risas). Tocó en la Peña Jiménez, y el tema era que en el vestuario, como casi todos teníamos peña, nos cambiábamos las loterías de las peñas de unos y otros. Teníamos lotería de las peñas de todos los compañeros. Nos quedamos todos sorprendidos al ganar aquella. Fue la prensa al vestuario; hay alguna fotografía de todos posando con el décimo.

En 1989 te toca hacer la mili, y la temporada 1989/1990 —la de tu tercer zamora— no te incorporas hasta la jornada 7. Los seis primeros partidos de liga los hace Isidro, y, en ellos, el Sporting solo araña un punto. En la jornada 7, ya contigo entre los tres palos, también perdéis, pero luego encadenáis una larga racha de empates y victorias. Una cosa que hoy nos resulta extraña, esto de las milis de los futbolistas, y que paralizasen sus propias vidas y comprometiesen al mismo equipo, pero no había tutía: había que hacerla.

Nosotros hicimos una instrucción de dos meses y medio en Madrid como cualquiera, y luego nos incorporamos al cuartel de ferrocarriles de Oviedo. Todos los días a las ocho de la mañana teníamos que estar en el cuartel. Estábamos una hora y media o dos y ya nos dejaban venir a entrenar.

Luego, las guardias las hacíamos los domingos, cuando jugábamos aquí. Terminaba el partido y nos íbamos al cuartel a dormir. Bueno, a dormir no: a pasar toda la noche de guardia; a hacer la imaginaria, creo que se llamaba. Nuestra mili era algo que ahora mismo sería impensable.

Nos dieron facilidades, pero la tuvimos que hacer, y fue una mili exigente por nuestro ritmo de entrenamiento y de viajes, que en algún momento pagábamos porque veíamos que no había manera de descansar bien. En alguna ocasión incluso comentamos en el club y hasta en el cuartel que aquello nos estaba suponiendo una merma en nuestra condición física; algo que no era gravísimo, pero sí perjudicial para un deportista de élite que tiene que estar al cien por cien.

Tuviste mala suerte con las lesiones a lo largo de tu carrera: una fractura de maleolo, otra de mandíbula, la rotura de los ligamentos de las dos rodillas, una luxación de hombro… Por una de estas últimas, estuviste siete meses de baja en 1991, y aquella temporada no jugaste ningún partido, porque además coincidió con la buena forma de Emilio Isierte, que llegó a establecer el récord de imbatibilidad de un portero en el Sporting: 697 minutos.

Las lesiones son la cara más desagradable del deporte. Puedes tener o no tener; tener pocas o tenerlas todas, como me pasó a mí (risas). Tuve mala suerte y lesiones importantes y graves. La suerte que sí tuve fue que luego hacía buenas rehabilitaciones, bien atendido por los médicos, los fisios, los entrenadores…

Siempre me recuperé bien, aunque, viéndolo con perspectiva, con distancia, te das cuenta de que fueron lesiones graves, que en aquel momento eres joven, tienes mucha fuerza, mucho ímpetu, y parece que no te hacen mella, pero sí que te merman y, de alguna manera, cambian tu forma de jugar. Por otro lado, está la pérdida de dos temporadas completas, o algo más, sin jugar.

¿Te resientes de aquellas lesiones a día de hoy?

No, no. Para la edad que tengo, practico muchos deportes con normalidad. Hago senderismo; me gusta mucho caminar. Dos o tres días a la semana también salgo a correr, hago bicicleta, y, en invierno, si el tiempo es propicio, voy a esquiar a Pajares, a San Isidro… Evidentemente, tengo que adaptar el deporte que hago a mi condición física, que no es la que te permite jugar un partido de fútbol con chavales de veinte años; o sí te permite jugar, pero no competir. Pero mi condición física es buena.

Juan Carlos Ablanedo

¿Al fútbol sigues jugando?

No, ahora la verdad es que no. Jugué mis dos últimos partidos justo antes de la pandemia, con la selección española de veteranos. Con los compañeros del Sporting —con los que también he jugado, aunque menos que con España— sí que jugué un partido de futbito hace poco, pero, en campo, el último lo jugué hace cuatro años. Lo disfruté muchísimo; fue un partido de estos de ganas, de campo grande, intenso.

¿Cómo es esa selección española de veteranos de la que te confieso que no tenía noticia? ¿Quién juega, contra quiénes, quién es el seleccionador…?

La federación tiene una asociación de futbolistas que fueron internacionales, y esa asociación, entre otras cosas, juega partidos contra selecciones nacionales de otros equipos, también de veteranos.

Hay torneos. Es un ambiente extraordinario. Desde mis cuarenta y tantos años, que fue cuando ese equipo empezó a tener actividad, y hasta hace cuatro años fui muy frecuentemente y jugué partidos a montones, partidos muy bonitos, en los que juegas con toda la equipación de la Selección española, vas a jugar a un campo por ahí y te ponen el himno nacional y el himno de la otra selección.

Tengo viajado a Shanghái, a Kazajstán, a Georgia, a Alemania, a Francia, a México… ¿Quiénes son los seleccionadores? Pues una vez es uno y otra vez es otro. Yo jugué con Clemente de seleccionador, con Goikoetxea… Se van cambiando. Y juegas con gente de tu generación y gente más joven. Si entras en la página web de Leyendas España ves quién está. El presidente hasta hace poco era Fernando Giner, el que jugó en el Sporting y el Valencia.

¿Y es un combinado único, con veteranos de todas las edades? ¿O, igual que por abajo hay una selección sub-17, sub-21, etcétera, por arriba también hay niveles de veteranía?

No, no. A esa selección de veteranos llaman a los que pueden ir y te puedes encontrar con gente de tu generación, más joven o mayor. Yo jugué con Albelda, con Juanfran, con Marchena, con Capdevila…, siendo un cacho mayor que ellos, habiéndose ellos retirado hacía muy poco.

Pero, por arriba, también jugué con Carrasco, que tiene seis, siete, ocho años más. De portero, jugué con Contreras, al que saco diez años, y con Buyo, que me saca cinco. Es una mezcla de generaciones. Si entras en Leyendas España, ahora van a jugar un partido, y ahí verás la mezcla de gente.

[Lo comprobamos al llegar a casa. El próximo partido de Leyendas España, en el momento de transcribir esta entrevista, será un enfrentamiento benéfico, el 12 de octubre, entre un combinado español dirigido por José Antonio Camacho y uno de veteranos de la Región de Murcia, para recaudar dinero en favor de Cris contra el Cáncer. Se disputará en el Estadio BeSoccer La Condomina (ahora se llama así). Y los convocados con España son Koke Contreras, Ricardo López, Juanfran, Quique Romero, Raúl Bravo, Iván Campo, Paco Jémez, Marchena, Capdevila, Otero, Diego Capel, Amavisca, Gerard López, Ito, Senna, De la Red, Manu del Moral, Dani García, Víctor Fernández, Diego Tristán, Salva Ballesta y Munitis.]

¿Las porterías son del tamaño reglamentario, o más pequeñas? Con la edad se pierden reflejos, y supongo que esos siete metros se hagan muy grandes.

No, no: cuando juegas en campo, es igual. Donde sí son más pequeñas es en fútbol indoor, que también jugué muchas veces, y es en un pabellón y con una portería un poco más pequeña, jugando cinco pa’ cinco. Esos torneos son muy intensos y muy divertidos: te tiran constantemente.

Volvamos atrás en el tiempo. La mandíbula te la rompes en un partido contra el Rayo, en enero de 1993. ¿Qué pasó? ¿Cómo se rompe la mandíbula un portero?

Un córner. Salí a despejar de puños y choqué con un compañero, me parece que Abelardo. Fuimos los dos a por el balón y chocamos. No sé si le di con la mandíbula en su hombro o su codo y me la rompí. Estuve mes y medio con los dientes grapados. Hasta que no te haces a ello, es muy incómodo.

¿Beber con pajita y tal?

Sí, en un primer momento era con pajita, pero no era práctico. Al final, en vez de comer, bebías solo líquidos. La primera semana, con eso de no poder comer, de no poder masticar, te pones nervioso, pero una vez pasan diez días te acostumbras a beberlo todo.

Esos años te armaron otra putada: fue el momento en el que los porteros empezaron a tener que jugar con los pies. ¿Fue un cambio progresivo, o brusco?

No, no: fue de una temporada para otra. Cambió el reglamento y ya no podías coger el balón con las manos; lo de la cesión lo tenías que resolver con el pie. A mí me afectó, pero yo creo que a todos los de aquella generación que ya éramos veteranos nos afectó. Ahora los porteros ya tienen desde niños trabajo con los pies y no supone para ellos una novedad, pero además hay un trabajo en equipo para resolver esas situaciones.

Pero, aparte del cambio ese del reglamento, también habían ido haciendo aparición sistemas de juego nuevos, que implicaban más al portero, ¿no? El máximo exponente de eso era el Barça de Cruyff, pero supongo que habría ido permeando a otros equipos.

Nah, eso eran equipos aislados, determinados, en los que el portero jugaba más adelantado. Pasaba con Molina, por ejemplo, pero ya había pasado antes con Urruti, y estamos hablando del año ochenta y cuatro, ochenta y cinco.

El cambio grande fue ese cambio con las cesiones: ya no podías coger el balón con las manos y tenías que salir con el balón en los pies, y ahora los porteros, además de estar preparados para jugar con los pies, tienen a sus jugadores que van a apoyarles para darles opciones para salir jugando desde atrás. En mis años no se salía jugando el balón desde atrás; es más: estaba como prohibido.

La cosa era el patadón p’arriba, ¿no?

Tenías que pegar fuerte p’alante, sí. Y a mí me supuso un cambio grande, porque ni estaba acostumbrado, ni tenía una gran pegada. Hubo un año o dos ahí que se hizo complicado, hasta que la cosa se resolvió con ese trabajo en equipo para darle opciones al portero. Nos había pillado un poco por sorpresa a todos.

¿Se daban situaciones muy frustrantes, de impotencia, de nervios…?

Sí, te alterabas. Te ponías nervioso y eso afectaba al resto de tus compañeros e incluso a tus jugadas de portero-portero. Después de una jugada que se había resuelto con dificultades, ya no estabas tranquilo ni en una jugada normal. Lo trabajábamos, pero yo también tenía mis limitaciones, y ya llegaba tarde. Ni yo podía adaptarme de una forma rápida, ni entre todos éramos capaces de encontrar una solución.

Juan Carlos Ablanedo

El Sporting, en los noventa, aún juega una Copa de la UEFA, pero después inicia su declive. En 1994/1995, juega la promoción; aquel doble partido entre un equipo de Segunda que aspiraba a subir y uno de Primera que aspiraba a no bajar. Fue contra el Lleida y las imágenes del partido de vuelta que uno puede ver ahora en YouTube impresionan: fue el mayor lleno de la historia de El Molinón, donde entonces aún había gradas de pie. Cuarenta y pico mil personas en el campo. Y se gana 3-2. ¿Cómo lo recuerdas?

Lo vivimos con muchísima intensidad. El ambiente era extraordinario, histórico, efectivamente, y fue una fiesta para todos los que estábamos allí; jugadores y aficionados. Era como ganar la Champions. De aquella fue nuestra Champions. Evitamos el descenso, que luego no se pudo evitar.

¿Había en esos años una conciencia de «si no es este año, será el siguiente, pero vamos a acabar bajando»?

No, yo creo que no lo había. El haber vivido la promoción no nos hizo pensar que pudiéramos bajar. Durante toda mi etapa en el Sporting, que duró quince años, nunca percibimos que el descenso fuera nuestra batalla. Nuestra batalla era meternos en la UEFA. Por el descenso peleaban otros, no un equipo como el Sporting. Fuimos poco a poco acercándonos al desastre, es verdad, pero yo creo que nadie podía pasar aquello.

Y termina por pasar en la fatídica temporada 1997/1998, en la que el Sporting establece un récord, aún imbatido, de temporada en Primera con menos puntos: trece, siete menos que el siguiente peor equipo, que es el Córdoba de la 2014/2015. ¿Cómo se vivió en el vestuario?

Con dolor, con sufrimiento. Éramos todos profesionales, y a nadie le fue indiferente. Lo sentimos muchísimo. Aquello no funcionó. Podíamos haber dado más de lo que dimos, pero no fuimos capaces.

¿Qué fallaba? ¿La compenetración entre los jugadores?

No sé. La temporada no la empezamos mal; me acuerdo de que hicimos buenos partidos. Pero todo empezó a torcerse, dejamos de hacer goles, en defensa no es que nos machacasen, pero llegaban una vez y nos hacían gol y al final ya salíamos al terreno de juego —yo al menos— pensando que nos iban a meter un gol que no merecíamos en una jugada tonta. Pasó muchas veces; perdíamos muchos partidos por cero-uno o uno-cero, y al final salíamos pensando que iba a pasar algo, y así pasaba.

Profecía autocumplida.

Sí, acababa pasando. Fue una cuestión mental, quizá. Salíamos y no podíamos ni competir, cuando había jugadores buenos, que podían competir. Estábamos todos un poco por debajo de nuestro nivel. No sé. Lo vivimos con mucho sufrimiento y años después, cuando lo recuerdas, sigue doliendo, y no tanto por ti como por lo que supuso en la historia del Sporting.

¿Cómo se vivía la cosa en la calle? ¿Recibíais burlas, insultos…?

No, no, no. Burlas e insultos, nada. Pero sí percibíamos que la afición estaba disgustada y enfadaba, y que nos culpabilizaba a nosotros de lo que estaba pasando. Eso sí se percibía claramente.

Siempre que se hacen recopilaciones de los mejores chicharros de Raúl, sales tú. Te metió uno de los mejores de su carrera, con el exterior y de vaselina. Fue aquella temporada: octubre de 1997, en El Molinón. ¿Cuál es tu recuerdo de ese gol?

Lo recuerdo con frustración, porque llegué a tocar el balón; a darle con la palma. Lo que pasa es que el balón cayó con fuerza y no pude meter la mano con la intensidad necesaria, pero quedé a un palmo, a muy poco de haber hecho una gran parada. En ocasiones pienso que, si me hubiera pillado con alguna lesión menos a las espaldas, la hubiese llegado. Pero bueno, evidentemente, fue un gol de un gran futbolista, que nadie se esperaba que hiciese eso.

¿Hay alguna gran parada que recuerdes con especial orgullo?

Uhm… No recuerdo ninguna en concreto, sino en general la sensación del instante después de hacer una gran parada. Las haces por instinto; no eres consciente de lo que vas a hacer. No piensas «voy a tirarme», sino que reaccionas automáticamente.

Los reflejos de gatu.

Son reacciones automáticas, realmente no sabes lo que hiciste, pero de pronto la gente está aplaudiéndote, y el cómo te encuentras después es una satisfacción, una sensación, a la que no le puedes poner palabras.

El portero es pocas veces el héroe y muchas veces el villano de los partidos. Hay mucha carga sobre sus hombros. Se recuerdan más sus fallos que sus aciertos. Si le preguntamos a la gente por Arconada, uno de los mejores porteros de la historia de España, lo primero de lo que se acordará no será una gran parada, sino el fallo tonto aquel en la final de la Eurocopa del ochenta y cuatro.

Bueno, pero el portero eso lo tiene asumido. Sí, siempre se dice que un delantero puede fallar un gol y no recibir la crítica que recibe un portero cuando se lo marcan. Pero el reconocimiento que tienes cuando haces una buena parada compensa esos malos ratos. Y no solo el reconocimiento, sino tu propia satisfacción, que es lo contrario de cuando llegas a casa y te quedas dando vueltas a ese gol que fallaste claramente, o a esos de los que te dicen «no pudiste hacer nada», pero tú sabes que podías haber hecho más.

¿Veías grabaciones tuyas para mejorar, o te daba palo verte? Es verdad que no había tantas como ahora.

En ocasiones veía los reportajes; no siempre. Pero no: no teníamos esa posibilidad de ver grabaciones de cualquier cosa que hay ahora. No había tantas.

Con la perspectiva de los años y la experiencia, y viendo que ahora hay otras formas de entrenar, me doy cuenta de que mi forma de parar tenía una serie de virtudes, pero que podía haber mejorado en determinadas facetas simplemente con una observación, con dos consejos de posicionamiento que hubiesen mejorado muchísimo algunas jugadas. En nuestra época, el entrenamiento del portero era un entrenamiento físico, de desgaste, de rapidez, de agilidad y de repetición; pero no de colocación, de pensar.

Esteban me contaba que, a un año o dos de retirarse, un buen entrenador de porteros le dio un consejo del que pensó que ojalá se lo hubieran dado a los veinte años, porque hubiera parado más goles. No recuerdo exactamente qué era, pero una cosa sencilla, tonta.

A mí eso me pasó con un entrenador que tuvimos, García Remón. Él había sido portero del Madrid, y también me dio un consejo del que pensé que ojalá me lo hubiera dado a los veinte. Era un cambio de posición, de colocación; que no partiesen las jugadas desde donde yo estaba, sino desde un metro más alante. Parado, ¿eh? Que me pusiese un metro más adelante.

No era una gran distancia, pero marcaba la diferencia. El caso es que, para cambiarlo, se necesitaba mucho entrenamiento, mucha repetición. Yo había entrenado y repetido durante años lo otro; un metro más atrás. Y ahora tenía que convertir en natural lo contrario de lo que antes había naturalizado.

Juan Carlos Ablanedo

¿Cuál era tu mayor virtud como portero?

Yo creo que era muy rápido. Cuando ahora veo alguna imagen mía, de los primeros años sobre todo, me llama la atención lo rápido que era. También tenía muy buen blocaje y era decidido en las salidas; en el uno contra uno. Era rápido. Iba todo en la rapidez. Debajo de la portería, a la hora de lanzarme, de tirarme, me adelantaba muy rápido; y en el uno contra uno, en las pelotas disputadas, también lo era; tenía mucha velocidad en esas distancias cortas en las que te mueves.

Por otra parte, de ahí la frecuencia de las lesiones, ¿no? Los uno contra uno las provocan con más facilidad. Le pasó también al Pichu Cuéllar: se lesionó con mucha facilidad y era por eso.

Se lesionó en los cruzados, sí; lo que no sé es si fue en un choque o un mal tiro. Sí: puede ser que tu estilo de juego te propicie lesiones. También puedes tener sencillamente mala suerte. Una de las primeras mías, que yo creo que desencadenó las dos de rodilla, fue por ir muy rápido en el uno contra uno.

Me encontré con otro futbolista que fue al choque a disputar aquel balón muy rápido: Javier Aguirre, el que fue hasta hace poco entrenador del Mallorca, que entonces jugaba en el Osasuna. Él también era muy impetuoso, muy noble, y fue a disputar el balón como fui yo, los dos muy nobles, muy rápidos.

Chocamos y él se lesionó muy grave; rompió la pierna aquel día. Y yo dañé la rodilla en la que meses después me lesioné el cruzado. A lo mejor los futbolistas de ahora, ni el jugador va a esa jugada así, ni va así el portero.

Tu último partido en Primera fue contra el Oviedo, en marzo de 1998. El último derbi asturiano en Primera. ¿Cómo eran aquellos Sporting-Oviedo? ¿Qué tal os llevabais con los jugadores del eterno rival?

Bueno, yo creo que como son ahora. Obviamente, han cambiado cosas desde aquel último derbi que yo viví hace veinticinco o treinta años: hay otros medios de comunicación, otras tácticas, otras formas de entrenar y de concentrarse, el estado del terreno de juego también es diferente. Pero la experiencia para el futbolista al salir a El Molinón o el Carlos Tartiere es la misma: el ambiente, la semana previa, el tratamiento especial de los medios, sigue siendo igual.

Con la gente del Oviedo la relación era cordial. Podía surgir algún roce durante el partido, pero la relación era cordial, y la que tenemos ahora estando ya retirados es de amistad. Son personas con las que tienes mucha conexión, porque no solo viviste la misma experiencia de ser futbolistas profesionales, sino unos derbis muy intensos. Encima, muchos somos de Asturias, así que la relación es muy buena más allá de que, bueno, llega el domingo y quieres ganar al Oviedo sí o sí.

Oli me contaba que, en la semana previa al derbi, siempre se hacían declaraciones para calentarlo, pero de manera deliberada, planificada.

Bueno, no dudo que algún compañero hiciese eso, y algún presidente también, pero no era mi estilo, y sí: era una puesta en escena, una actuación. Luego empieza el partido y nada de eso influye. Lo que sí influía, pero es una cosa que creo que cambió, era la presión, la tensión, el miedo a perder, que te hacía jugar con miedo. El otro día quedaron tres-uno, y el Sporting metió tres, pero el Oviedo tampoco tenía ningún miedo e iba a ganar el partido. Los dos salían con ganas y yo no sé cuándo se dio eso: igual están cambiando las cosas.

En el Sporting, todavía juegas el primer año en Segunda, la temporada 1998/1999, pero solo dos partidos. Y al acabar, te retiras. ¿Cómo fue tomar esa decisión?

Era el momento. Ya durante la temporada anterior había percibido que tocaba. Lo asumí y lo acepté como algo normal en la carrera de un deportista. No fue algo traumático para mí. Fue doloroso que el Sporting estuviera en Segunda, la experiencia del descenso, pero la retirada, en realidad, ya la estaba viviendo en el día a día; ya estaba anticipando lo que era no jugar los domingos; estar en Gijón mientras el equipo había viajado.

Se creó más tarde, pero podrían haberte dado el One Club Man Award, ese premio que el primero en ganar fue Matt Le Tissier, que estuvo diecisiete años en el Southampton, y más tarde ganaría Puyol, por sus quince años en el Barça. Tú tampoco jugaste nunca en otro equipo que el Sporting y sus filiales. Te sondearon otros, incluido el Real Madrid, pero nunca llegaste a irte. ¿Por qué? Es verdad que el Sporting te amarró bien con el mejor contrato de la época, pero, si uno quiere irse, se va.

Yo entendía en aquellos años que el Sporting estaba entre los mejores y competía con ellos; el objetivo era la Copa de la UEFA, yo estaba en la Selección española… Entendía que mi desarrollo como futbolista ya se podía completar plenamente en el Sporting.

Por otro lado, cuando llegaban estas ofertas, el Sporting quería que me quedase en el club, me pedía que me quedase y llegábamos a un acuerdo. Había voluntad por las dos partes: yo aquí estaba feliz, porque competía, y el club entendía que yo era un valor importante; prefería que me quedase antes que cobrar un dinero.

El que más cerca estuvo de contratarte fue el Deportivo, que ofrecía 180 millones de pesetas.

Los que más cerca estuvieron fueron el Dépor y el Atlético de Madrid, sí.

Jesús Gil llegó a llamarte personalmente, ¿no?

Sí, sí. Estaba en la casa familiar, con mis padres. Sonó el teléfono y lo cogió mi hermano José Luis. Preguntaban por mí. Dice: «¿De parte de quién?». «De Jesús Gil». Mi hermano pensó que era una broma y contestó algo como: «¡No me tomes el pelo!». «¡Que no, que soy Jesús Gil!» (risas).

Hablé con él y me comentó el interés que tenía en ficharme. Le contesté que tenía contrato con el Sporting, me dijo que ya lo sabía y le dije que hablara con el club, para ver cómo se podía hacer esto o no. Habló con el Sporting, yo hablé con el Sporting y al final aquella temporada quedó en nada.

A la siguiente se volvió a repetir, pero volvió a pasar lo mismo. Luego, un día, después de un partido en el Calderón, fue a saludarme al vestuario. Fue muy curioso, aquello. Pero yo esto lo hablaba con el club y el club tampoco estaba muy interesado en traspasarme, ni al Atlético de Madrid, ni al Dépor. Nos juntábamos dos partes que, ni yo tenía gran interés en marcharme, ni el club en perderme.

¿Nunca tuviste representante? ¿Las negociaciones eran siempre así, directamente contigo, llamándote al teléfono de casa?

Lo tuve al principio, pero yo les comentaba que las relaciones con el club las llevaba yo; que, si había que hablar con el Sporting, lo hacía yo. La verdad es que al final no intervenían en nada: ni con el Sporting, ni con otros clubes con los que hablaba. Me acababan llamando a mí. Y esa empresa estuvo muy poco tiempo. Las negociaciones las llevaba yo, realmente.

Los noventa fueron un momento de turbotecnificación del fútbol, por así decir. Eloy se acordaba, en la entrevista que le hice, de un entrenador del Valencia que llegó con un sistema informático de anotación de pases, tiros y demás. Tú que también venías del fútbol anterior, más artesanal por así decir, ¿cómo viviste esos cambios, qué recuerdos tienes al respecto? Es verdad que el Sporting no era el Valencia…

Empezaba a nacer eso, sí. En mis últimos cinco años recuerdo sobre todo ir viendo incorporarse nuevas técnicas de entrenamiento, nuevas tácticas. También la nutrición: ya te hacían controles de peso, análisis de sangre durante el entrenamiento… Si había un entrenamiento en el que hacíamos esfuerzos grandes, inmediatamente después había allí una mesa en la que te pinchaban, para hacerte luego un análisis.

Había controles antes de iniciarse la temporada y durante la temporada también; un mayor control de la condición física. Recuerdo la incorporación del trabajo de gimnasio; que uno o dos días a la semana fuéramos a entrenar al gimnasio, cuando anteriormente lo que se hacía eran abdominales y punto. Se hacía un trabajo bien estudiado, científico, de los ejercicios. También se empezaba a mejorar el terreno de juego. Luego ya fue un cambio brutal, claro.

¿Y progresivo, o con idas y venidas? ¿Un Benito Floro venía con cosas nuevas y luego un Montes, otra generación, más chapado a la antigua, las revertía, se me ocurre por ejemplo?

No, no. Era progresivo. Se iban incorporando pequeñas cosas que ahora mismo no recuerdo exactamente; tendría que darle vueltas. Pero Floro había venido con un preparador físico —aunque ahora que lo pienso ya lo teníamos antes— y Montes siguió con un preparador físico. No sé. Era progresivo. Y era para bien.

Todos esos nuevos métodos de entrenamiento, de cuidar el tema médico, etcétera, da lugar a que ahora los futbolistas estén al cien por cien con treinta y cinco años, y se retiren con treinta y siete. Mis tres últimas temporadas fueron menos exigentes que las primeras, que eran quince días de agotamiento puro. Luego eso ya no era necesario; se había pasado de lo físico a lo técnico y eso dio lugar a que los futbolistas alargaran su carrera deportiva.

Juan Carlos Ablanedo

He leído por ahí Benito Floro instaló bicis estáticas y un arquitecto tuvo que poner enchufes para ellas, porque Floro (¿o el arquitecto?) pensaba que eran eléctricas.

Puso bicis, sí, sí, y también adaptó al vestuario a unas bañeras de hidromasaje, una sauna pequeña… Era un entrenador con ideas avanzadas.

Hay quien las recuerda más como peregrinas que como avanzadas.

No, a mí me parecía que era un entrenador que iba muy por delante de todos nosotros; un entrenador para una generación posterior. La nuestra no entendía todo lo que él nos quería transmitir porque veníamos de entrenar de otra manera. Era un adelantado; alguien para futbolistas de quince años después. Realmente nos superaba.

Después de retirarte, te desvinculaste del fútbol. Mientras jugabas, habías ido estudiando derecho poco a poco, asistiendo a las clases de la Universidad de Oviedo por las tardes.

Empecé en Oviedo, sí, pero, dos o tres años después, lo dejé y me matriculé en la escuela de graduado social de Gijón. Eso sí lo terminé y luego me volví a matricular en derecho en la UNED, que es donde acabé licenciándome. Terminé la carrera después de dejar el fútbol; tuve dos etapas.

Jugar y estudiar a la vez es complicado.

Te exige organización; saber que todas las tardes que no tengas entrenamiento te vas a sentar a las cuatro o las cinco y vas a estar estudiando cuatro o cinco horas, y que los días que no puedas, porque viajas o porque tienes entrenamiento por la tarde o porque juegas de miércoles, ese trabajo que no has hecho se te acumula para las siguientes tardes que te pongas.

Tienes que marcarte ese objetivo. Para mí, terminar unos estudios era una ilusión personal; tenía esa aspiración y, con orden, organización y disciplina, pude llevarla a cabo. Es algo que estoy muy orgulloso de haber conseguido.

¿En qué consiste tu trabajo, tu día a día desde entonces?

Soy abogado y agente de la propiedad inmobiliaria, que en su época era un título que había que sacar con un examen en el Ministerio de Fomento. Ahora ya no es así, sino que te puedes colegiar como agente de la propiedad inmobiliaria con un título universitario, pero yo tuve que ir a Madrid.

Tenía esa ilusión y lo hice. Después, durante diez años, tuve una agencia inmobiliaria, y en un momento dado empecé a compaginarlo con la abogacía, que es a lo que ahora me dedico al cien por cien; y en el sector inmobiliario, a tasaciones inmobiliarias y tal.

¿Tienes ganas de jubilarte?

Por ahora no me lo planteo. Evidentemente, con el paso de los años ves que aquello que parecía imposible que llegase sí llega, pero yo sigo disfrutando con el día a día y pensando en mejorar, en reciclarme, en estudiar. El momento está ahí, pero bueno.

¿Siempre tuviste claro que tu vida laboral después de la retirada no tendría que ver con el fútbol?

Sí. No sé por qué razón, pero tenía pensado dedicarme a otras actividades. No sabía qué camino sería el que siguiese, pero lo que no quería era seguir vinculado al fútbol como entrenador. No sé por qué, pero no me veía. Cuando terminé COU, ya quería estudiar derecho, aunque no descubrí que era mi vocación y algo con lo que disfrutaba hasta años después. Me parecía que me podía gustar, pero que disfruto con el ejercicio del derecho, que me lo paso bien, no lo descubrí de verdad hasta años después.

¿Qué es lo que más te gusta del derecho?

Me gusta estudiar; ver, de cada asunto, los hechos, el derecho aplicable, lo que dice la jurisprudencia… En ese ínterin yo estoy a gusto, concentrado, y me encuentro bien, motivado.

¿Tu experiencia como futbolista te ha servido de alguna manera para ser bueno en tu trabajo actual; hay enseñanzas del deporte que te hayan servido para ello?

El esfuerzo, sobre todo. Ese momento de lesión en el que estás tu solo y está todo muy lejos, porque aquella pierna es un palo y estás tu solo con un fisio que te ayuda, y hay que sacarla adelante.

Recordar eso, aquellos momentos en que estuviste esforzándote solo y eso te dio resultado, te sirve mucho; te ayuda cuando tienes otros objetivos, como sacar un estudio, del nivel que sea. Son cosas distintas, pero en ambas tienes que esforzarte, tener orden, disciplina…

La satisfacción personal cuando consigues volver a jugar después de una lesión grave y cuando terminas unos estudios es muy parecida: «¡Qué bien que hice esto!».

¿En tu trabajo tienes la experiencia de que gente con la que tratas diga «¡coño, Ablanedo!» y te pida autógrafos y demás? ¿Tienes alguna anécdota divertida que contar sobre eso? En plan que te lo haya pedido un juez después de un juicio o yo qué sé.

Se dan situaciones curiosas, sí. El fútbol está en todos los sitios; en cualquier ambiente en el que te muevas después de haber jugado quince años en el equipo de tu ciudad, en la Selección española, etcétera, te va a pasar. Tampoco quiero dar detalles (risas), pero tengo anécdotas curiosas, sí; curiosas y agradables. Me pasa a diario y, tantos años después, lo disfruto mucho. Lo paso bien y lo agradezco.

Juan Carlos Ablanedo

En aquella entrevista que te hicieron a los 24 años en El Mundo Deportivo te describías como católico practicante, aficionado al cine, a la música y a los paseos. ¿Sigue siendo válida esa semblanza para el Ablanedo de hoy?

Sí. Soy católico practicante y mis aficiones cuando tengo tiempo libre son, bueno, hacer deporte; hacer mucho deporte.

Para terminar, no quería dejar de preguntarte por tus ideas políticas. Eres afiliado del PP, has sido (¿eres?) secretario ejecutivo de Deporte Profesional del PP de Asturias…

No, no. Participé en alguna ocasión en alguna comisión, pero nada más.

…y, en las últimas elecciones municipales en Gijón, ocupaste el número 14 —de no salida— en la lista liderada por otra deportista: Ángela Pumariega, medallista de oro olímpica de vela.

Soy afiliado al Partido Popular y participé en las últimas elecciones, sí. Con los años, te das cuenta de cómo la política nos afecta a todos en el día a día. Yo entendía que el proyecto del Partido Popular de Ángela era el que más bien podía hacerle a la ciudad y colaboré con él, no con la intención de ser político profesional, porque ni tengo vocación ni creo que tenga las cualidades, sino pensando que podía participar y colaborar. Entré en la lista, participé en el acto electoral, me hicieron alguna entrevista… Pero no quería ir más allá.

Entiendo que te ofrecieron un puesto en la lista y pediste que fuera de no salida, ¿no?

No, bueno: me propusieron colaborar en la campaña, me dijeron que les gustaría que participase, y el puesto en el que me dijeron que podía ir ya era ese: el catorce. Yo no tenía más interés que ayudar a Ángela, que pienso que es una buena persona, con capacidad para hacer cosas importantes por la ciudad.

¿Qué tipo de persona de derechas eres? ¿Te sientes más bien conservador, más bien liberal…?

Bueno, yo tampoco… ¿Derecha? Yo lo que propugno es la iniciativa individual. Creo que tenemos que tener todos libertad para desarrollar nuestro proyecto vital, personal y profesional; sin límites, respetando evidentemente a los demás. No soy partidario de que el Gobierno, el poder político, me limite; limite cuál sea el camino que deba seguir. En el día a día, estoy pendiente de las cosas, pero a nivel ciudadano.

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