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Carlos Alcaraz nos está obligando a hacer lo que no queríamos: comparaciones

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Carlos Alcaraz
Carlos Alcaraz (Foto: Cordon Press)

Nacer en los ochenta no estuvo mal. Llegamos a tiempo de disfrutar la infancia, estamparnos con la bici, tirarnos piedras y ese tipo de cosas que ya no se llevan. Jamás fuimos peleles en manos de un algoritmo y solo los mayores fiscalizaban nuestros movimientos. El reguetón no existía y Google tampoco. Consumíamos revistas de papel. Todo bien.

Eran suficientes esos cachitos de felicidad que encontrábamos en la calle, la tele o la casa de los abuelos. Vivíamos en un mundo sencillo, medible y finito, incluso anodino, por lo que éramos más inocentes pero también más impresionables ante lo novedoso. Y quizá por eso nos quedábamos pasmados con aquel programa donde Carlos García-Hirschfeld nos mostraba los vídeos más insólitos del mundo.

Los niños de ahora ya lo han visto todo con 12 años. Han perdido la capacidad para sorprenderse, queman etapas como auténticos pirómanos y no tienen fronteras digitales. También es cierto que nosotros encontramos un abismo cuando salimos del cascarón: los precios inflados de la vivienda, el timo del euro, las ratoneras laborales… Una selva en la ciudad. Pero volvamos a lo bueno.

Nacer en los ochenta nos ha permitido zamparnos a Djokovic, Nadal y Federer desde sus comienzos y hasta que salieron los créditos. Hemos contemplado todo el proceso de leyendización. Dos décadas de certezas que, de alguna manera, nos autoriza a adueñarnos de los listones históricos del tenis, una licencia que nunca tendrá la Generación Z. A cambio, ellos podrán, aquí sí, sorprenderse mucho más que nosotros, que ya lo hemos visto todo en una pista de tenis. O eso creíamos. Porque si nos hubiesen dado un euro cada vez que dijimos que nunca volveríamos a ver algo como lo de Nadal, podríamos comprar Amazon.

Alcaraz
Alcaraz (Foto: Cordon Press)

En esta tesitura Carlos Alcaraz nos está obligando a hacer una cosa que no queríamos: comparaciones. Es tan injusto como inevitable, igual que el reparto de enfermedades, pero esto funciona así. Los periodistas somos expertos en hacernos trampas al solitario. El caso es que no podemos seguir disimulando ante semejante avalancha de datos que le legitiman como el potencial mejor tenista de todos los tiempos.

Para no aburrir me limitaré a dos: a la edad de 21 años la suma de los Grand Slam de Federer, Nadal y Djokovic juntos era de cuatro títulos. Alcaraz ya los tiene. Y el otro dato, en apariencia menos categórico, pero sin duda más determinante: nadie con 21 años recién cumplidos había ganado tres grandes en superficies distintas (pista dura, hierba y arcilla).

Y aquí está la clave de todo, insisto. Nadal labró su leyenda en la tierra, Federer en la hierba y Djokovic, a base de arañazos, en el cemento. Todavía no sabemos cuál es la superficie buena de Carlos. De hecho, es posible que no haya una buena porque entonces aceptaríamos que también hay mala y no tenemos argumentos para cometer semejante disparate. Es para pensarlo detenidamente. Dominar por igual todos los terrenos del circuito es una fantasía que ni siquiera ha estado al alcance de las tres cabras. Otro motivo más para pensar que Alcaraz puede superar todos los límites.

De verdad, no puede haber tantas personas equivocadas a la vez. Leo a los mejores analistas de tenis y coinciden. Nadie a esa edad era tan completo. Y es todo muy raro, porque en plena despedida de los tres animales mitológicos de un deporte con más de cien años de historia estamos ya acunando al elegido que pretende desbancarles. Está sucediendo todo demasiado rápido.

Confesando que adoro el tenis, pero no he cogido una raqueta en mi vida -Joaquín vibes- me cuesta lanzarme a la aventura de descifrar a Alcaraz. Si es que es descifrable, claro. Por eso prefiero dejar la tarea a quienes sepan hacerlo y detenerme en un momento concreto de la pasada final de Wimbledon.

Alcaraz (Foto: Cordon Press)
Alcaraz (Foto: Cordon Press)

Fue un instante fugaz y sucedió durante el séptimo punto del tiebreak del tercer set. Aquella bola la ganó Carlos y fue decisiva para llevarse el desempate y el campeonato. Lo que me atrapó de ese punto fue el dominio del bote pronto y lo que trasciende de ahí. Porque damos por sentado que un tenista con cuatro grandes en casa domina facetas del juego como el servicio, el resto, la dejada, la volea o el revés, los golpes de cada día, los macarrones del tenis.

Lo que no es frecuente, y menos a esa edad, es lucir un repertorio de soluciones tan ostentoso. No se le acaban los recursos. Dentro de la última muñeca rusa guarda otra más, y luego otra, y otra. Pero volvamos al bote pronto.

Podemos definir esa situación del juego como la bola que, bien por acierto del rival o mal posicionamiento propio, la pelota aterriza demasiado cerca de los pies. Tanto que no hay espacio para efectuar un golpeo limpio. Entonces es preciso hacer muy rápido dos cosas: pensar y ejecutar. Son centésimas de segundo sin margen para valorar alternativas. Solo hay tiempo para un único pensamiento y una ejecución. Sin más oportunidades.

Y justo en esos momentos, como si llevase milenios jugando a esto, Carlos siempre elige la opción correcta. Es un portento. El cerebro y las manos le funcionan a tal velocidad que podría hacer cálculos matemáticos imposibles, improvisar versos como un freestyler o hacer desaparecer el as de corazones. Alcaraz es Matilda, Arkano y el Mago Pop en una sola persona. La astucia, el talento y la magia. El arte de tomar decisiones y tomarlas todas bien, aunque no haya espacio ni tiempo. Un artificiero de la raqueta.

Más allá de su excelencia en el juego, al que me resultaría atrevido e incluso obsceno buscarle fisuras, hay dos cosas de Carlos Alcaraz que me tienen aturdido: su capacidad para divertirse en los momentos más críticos y que tenga haters. Lo segundo, poca solución tiene en este mundo de triunfadores de sofá y buscadores de casito.

Pero lo de verle disfrutar en puntos que deberían paralizarle medio cuerpo es fascinante. Definitivamente, creo que ahí está su gran secreto: cuanto más se tensa todo, más se divierte. Y sonríe como si no estuviera en el lugar más importante del mundo a punto de escribir la historia. Ya lo decía Andrés Montes cuando Carlos ni siquiera había nacido: la sonrisa del jugón.

Alcaraz (Foto: Cordon Press)
Alcaraz (Foto: Cordon Press)

Tras ver a Nico Williams y Lamine Yamal en la Eurocopa bailando mientras otros apretaban las mandíbulas, es posible que debamos enfocarlo todo desde otro prisma. Porque divertirse no es incompatible con intentar hacer bien las cosas. Que ocurre lo mismo en la oficina, si te ríes parece que no estás trabajando.

En fin, no quería yo cometer el periodisticidio de comparar a Alcaraz con Nadal, Federer o Djokovic, que parecemos nuevos, pero todo confabula para que lo hagamos. Un último dato: los tres bichos estuvieron condenados a repartirse los Grand Slam compartiendo circuito durante toda una vida y salieron a más de veinte por cabeza. Alcaraz lleva cuatro y tiene 21 años. Es posible que tenga cerca de 60 oportunidades más. Es lógico que pensemos las burradas que pensamos. Somos humanos.

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