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Joaquín Caparrós: «Lo que le he visto a Reyes en el campo solo se lo he visto a Messi»

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Joaquín Caparrós

Esta entrevista encuentra disponible en papel en nuestra trimestral nº38 especial Armenia

El Sevilla FC que bajó a segunda división en el año 2000 no olía a ascenso, sino a segunda B e incluso a la desaparición. Estaba en la ruina y la inercia del declive era de años. El entrenador que se fichó no rompió la tónica, no despertaba especial ilusión. Tenía una carrera desarrollada sobre todo en tercera y segunda B, había debutado en segunda solo cuatro años atrás.

Sin embargo, Joaquín Caparrós (Utrera, 1955) inició la revolución más barata de la historia del fútbol. Fichó a coste cero y puso al club en órbita, una tendencia ascendente que sigue hasta hoy, dos décadas después. Se empezó a hablar del «estilo Caparrós», hubo apuestas por la cantera y por el bloque y equipos ante todo comprometidos con la causa. Tras una amplia trayectoria de diecisiete años en primera división, Caparrós fichó por Armenia. Una apuesta sorprendente, pero en la que volvió a alcanzar gestas épicas.

Era un niño sevillista, hijo de sevillista. Para que jugara, solo le regalaban balones.

Es generacional. Estábamos todo el día jugando al fútbol en la calle. Además, mi padre era muy aficionado y me lo metió por vena, era un gran socio y me llevaba todos los domingos a ver al Sevilla con una entrada infantil que había. En los Salesianos de Sevilla también jugábamos mucho, de forma más controlada, y mi padre consiguió meterme en las categorías inferiores del Sevilla. La afición se me iba multiplicando día a día. Fue mi pasatiempo y luego se convirtió en mi profesión. Cada vez me he enganchado más. 

Fichó por el Real Madrid.

Mi padre era administrativo en Agroman. Unos compañeros y él se marcharon y montaron una constructora por su cuenta y nos tuvimos que ir a Madrid. Para mí fue un golpe. Tenía doce años, y dejar atrás a mis amigos y al Sevilla FC me costó mucho. Fueron los directivos del Sevilla los que hablaron con el Madrid, pero yo no quise ir en principio.

Dije que, si el Madrid me quería, lo íbamos a saber, porque estaría jugando por ahí. Así que empecé en el Plus Ultra, un club de mucha solera. Ahí jugaron Luis Aragonés, Ramón Grosso… Era un equipo muy querido, pero iba a desaparecer y lo absorbió el Castilla, y por eso acabé en el Madrid. Pasé por el Juvenil A, con Manolo Sanchís de entrenador, y futbolistas que llegaron lejos, como Isidoro San José, que fue a un Mundial; Casuco, que fue muy importante en el Zaragoza, Enrique Magdaleno, Castañeda, Carlos Escribano… Y llegué al Castilla, con García Cortés.

Fueron unos años de mucha felicidad. Nos trataban genial. Luis Molowny lo llevaba muy bien. Hace poco tuve una comida con Vicente del Bosque y nos acordamos mucho de él. Dedicaba las 24 horas al Madrid. Encendía las luces por la mañana y las apagaba por la noche. Conocía a absolutamente a todos los jugadores de las categorías inferiores. También estaba Miguel Malbo, que nos ayudaba mucho. A los que más destacábamos, nos llevaba a un pueblo de Galicia, a Cedeira, que es precioso, es de cuento, y se come estupendamente. Son grandes recuerdos. 

El Madrid era tremendo. Nos inculcaban el respeto a los entrenadores y nos hacían guardar la uniformidad: camiseta por dentro y medias bien subidas, sobre todo si nos iba a ver Santiago Bernabéu. Ahora todo eso se ha perdido. Entonces, te decían que estabas defendiendo los colores del Real Madrid y eso implicaba muchas cosas, incluso en los entrenamientos. En Armenia, sin embargo, ese respeto sigue.

Le marcaron los yugoslavos.

Siempre tuve obsesión por entrenar, siempre me ha gustado. Estaríamos a finales de los sesenta y principios de los setenta, y no me conformaba con jugar, me preocupaba de más aspectos del juego. Por ejemplo, ahora hay analistas, pero cuando no los había, yo veía los partidos apuntando en una libreta cuántas veces tocaba la pelota cada uno, cuántos pases daban, cuántos balones se perdían.

También me quedaba a ver los entrenamientos de los demás equipos y recuerdo mucho a Miljan Miljanić, que trajo un preparador físico, Felix Radisic, que fue algo revolucionario. Hubo un antes y un después. En la escuela yugoslava se trabajaba mucho la formación, y Miljanić siempre estaba atento a los chicos de las categorías inferiores que destacaban para hacer trabajos específicos con ellos y que tomasen contacto con el primer equipo.

Yo todo eso lo veía y tomando notas. Tenía diecisiete años y me fui a la Federación Madrileña de Fútbol para sacarme el carné de entrenador, pero como el presidente era Teodoro Nieto, mi entrenador, me dijo que me mejor dedicase a jugar, que tenía proyección, pero estaba claro cuál era mi vocación. 

Era un mediocentro creativo.

No era físicamente fuerte, era más técnico. 

¿En qué se diferenciaba ese fútbol del actual?

La distancia cuando jugábamos contra alemanes era mucha. Entre las selecciones, había gran diferencia físicamente, y cada vez que al Real Madrid, al Barcelona o al Atlético les tocaban alemanes en Europa, era tremendo.

Luego, hablando con esos jugadores, me han contado que en los córneres lo pasaban fatal. Desde esa época, hemos evolucionado muchísimo. La gran diferencia se marca con los Juegos Olímpicos de Barcelona. España trajo a técnicos en todas las modalidades, desde atletismo a gimnasia y natación, y se creó una escuela.

Simultáneamente, de la carrera del INEF, de los preparadores físicos, tanto en Barcelona y en Madrid, que fueron las primeras, salieron generaciones muy bien formadas. Cuando se implantó la figura del preparador en todos los equipos, fueron cambiando las cosas.

Antes, el entrenador hacía también de entrenador de porteros, de preparador físico, de jefe de prensa… Todo ha cambiado mucho, pero España ha pasado de importar especialistas a exportarlos. Ahora se viene a España a ver nuestra metodología, a ver cómo trabajamos y mejoramos técnicamente a los chicos. 

Joaquín Caparrós

¿Cómo fue al final su carrera como jugador? 

Me marcó casarme muy pronto, con dieciocho años, y eso me hizo pensar mucho sobre mi futuro. Antes los equipos los llevaban empresas, había muchos bancos que lo hacían, y para fichar te ofrecían también trabajo. Yo estaba atento a eso. El Leganés me ofreció un puesto de trabajo y fiché, pero tuve una lesión grave de rodilla en Zamora.

Volví al Castilla, Manolo Sanchís contaba conmigo, pero me tuve que ir a la mili. También en el Madrid tuve una arritmia y me llevaron al doctor González Ruano, que me hizo mil pruebas de esfuerzo, estaban muy preocupados. Visité a casi todos los cardiólogos de Madrid hasta que tuvimos claro que era congénito.

Luego pasé por el Pegaso, me tiré un año allí espectacular, volví al Madrid, coincidí con Pineda y Espinosa, que jugó muchos años en el Sporting de Gijón, pero me cedieron al Díter Zafra, en Extremadura.

Más adelante me ofrecieron jugar y un puesto de trabajo en Cuenca y ya no me moví en veinte años. Ahí compaginé jugar con mis primeros cursos como entrenador. No era fácil, porque estaba todo en Madrid, no existían las comunidades autónomas, pero conseguimos que vinieran profesores a darnos formación y con eso pude empezar a entrenar en regional. 

Pero dio el paso muy joven.

Tuve un año muy bueno antes, en el Tarancón, que no ascendimos, porque hubiera supuesto un marrón terrible para todo el club y el presidente. Querían que renovase, pero me quedé en Cuenca porque ahí trabajaba en una empresa de equipos hospitalarios.

Me tenía que levantar a las cinco de la mañana para trabajar, luego me iba a Madrid a entrenar y llegaba a casa a las tres de la mañana, para levantarme otra vez a las cinco. Era una verdadera paliza. Ya decidí quedarme en Cuenca y fiché por el San José Obrero y solo duré una jornada como jugador. Estaban hundidos económicamente desde que prohibieron los boletos, que eran como un rasca y gana para financiar el club, y tuvo que salir mucha gente. 

Me propusieron ser el entrenador y no me lo pensé dos veces, con veintisiete años; pasé de un domingo para otro de ser jugador a entrenador. Tuve que dejar a mis amigos en el banquillo, fue un choque grande. Para que se me respetase, empecé a hablarles a todos de usted.

Desde entonces, no he dejado de hacerlo, es una costumbre. Tuve que echar a varios jugadores, pero hice un equipo muy bonito, cogí chicos muy jóvenes y ascendimos esa temporada. A un par de chavales me los fichó el Atlético de Madrid y el Valladolid, y a uno, a Bernal, lo llegó a coger Cruyff para el Barcelona, aunque no terminase de cuajar. 

Quemó todas las etapas, primero en tercera con el Campillo.

Me surgió la oportunidad. Me llevé a varios chicos del San José y conseguimos mantener la categoría de un club de un pueblo de setecientos habitantes, compitiendo con equipos como el Toledo. Era un pueblo en el que el cura, en la misa de doce, le decía a la gente que fuera al fútbol por la tarde y se llenaba el campo. Entrenábamos por las calles del pueblo y los vecinos nos encendían las luces para que viéramos, nos sacaban agua, y me gritaban: «¡Que los vas a matar!». 

Y los traicionó, fichó por el máximo rival.

El Montilla, pero me fui con mucho dolor. Este ya era un equipo importante, que me llevó al Gimnástico de Alcázar. Dejé de trabajar en la fábrica y me cogieron en el Ayuntamiento de Cuenca para llevar asuntos deportivos. Llegamos a hacer un anteproyecto con unos chicos que venían del INEF para hacer algo interesante, pero cuando estaba entrenando al Moralo, me fichó el Recreativo. 

Me bregué en un fútbol, el de aquella tercera, que era de mucho contacto, había mucha picaresca. Los árbitros tenían que salir corriendo muchas veces, había mucha agresividad, iban asustados a los partidos. En muchas ocasiones teníamos que estar dos horas encerrados en el vestuario porque te rodeaba la gente, y hasta que no llegase la guardia civil no se podía salir.

Ahora todo ha cambiado, pero los padres y los abuelos de los niños también son un problema: se piensan que sus hijos van a ser figuras, maleducan a los críos, y eso introduce mal ambiente en sus equipos y no tiene nada que ver con los valores del deporte y del fútbol. 

Atravesaba Castilla-La Mancha todos los días.

Tenía muy claro lo que quería hacer. Por la mañana hacía entrenamientos con los niños de Cuenca, después los llevaba a sus casas en mi coche y luego me iba a Navalmoral de la Mata a entrenar, a Extremadura, y volvía. Pero con el Moralo tuve mucha suerte de que me ayudaran muchísimo los directivos, tal vez porque veían mis ganas y mi compromiso. Seguimos teniendo relación, de hecho. Era un padre de familia con dos hijos, todo aquello me generaba problemas, pero esa gente siempre estuvo ahí. 

Eso sí que es presión…

Cuando fiché por el Recreativo de Huelva, tuve que dejar mi trabajo en el Patronato del Ayuntamiento. Me iba a un club que estaba en crisis, ¡lo quería comprar Ruiz-Mateos! Pero tuve una fe tremenda, mi obsesión era formarme, leía todo lo que podía y no había internet. No era fácil desplazarse a ver otros entrenamientos, pero siempre que podía lo hacía.

Veía los de Beenhakker en el Madrid, luego los de Antić. Después, cuando hice los cursos para el título nacional, me crucé con Benito Floro, que para mí era un vanguardista, un adelantado que no tuvo la suerte de ser campeón en Tenerife.

Cogió al Albacete de segunda B y casi lo mete en la UEFA, pasó al Madrid y casi hace el doblete. Tuvo mucho feeling conmigo y me puso en orden. Nos pasábamos horas hablando. Benito es una persona con una imagen de ser muy serio, pero conmigo fue muy abierto, estuvo años contestándome dudas. Todo el mundo hablaba de Sacchi en el Milan, pero lo que él hacía, Floro llevaba tiempo poniéndolo en práctica en segunda B. Tenía nutricionistas, preparadores físicos, un equipo y una planificación, que ahora es normal, pero entonces eran pura vanguardia. 

Joaquín Caparrós

Mendoza tal vez quiso emular a Berlusconi, que Sacchi también venía del fútbol modesto cuando lo fichó el Milan.

Sí, pero Floro no tuvo suerte. Porque el fútbol, independientemente de toda la tecnología y ciencia que le metas, no dejará de ser nunca un juego. El factor azar o fortuna siempre estará ahí. A él le faltó. 

Usted subió el Recreativo de segunda B a segunda. 

Yo no tenía mucho nombre cuando llegué, pasé del Moralo al decano del fútbol español. Había terminado su contrato Manolo Villanova, que tenía mucho prestigio. La gente no confiaba mucho, pero sí quienes tenían que hacerlo: el presidente y el gerente.

Me ficharon porque habían venido a ojear jugadores del Moralo y se dieron cuenta de que, en realidad, lo que les gustaba era el equipo, cómo estaba organizado y cómo funcionaba. Cuando me dijeron que había interés en mí, no podía dormir. Me iba a la cama todos los días con un teléfono portátil de los antiguos, un ladrillo enorme, a ver si llamaban.

Cuando lo hicieron, solo pedí ser el máximo responsable del equipo. Gracias a eso, pude reunir a gente muy joven, sin nombre. Los jugadores tenían un perfil parecido, todos venían con mucho hambre y ganas de crecer. 

La verdad es que funcionamos como una familia, hicimos un equipo muy bonito en una situación económica complicada. Yo me pasaba las 24 horas en el club, vivía cerca y estaba solo, así que por las tardes me quedaba hasta las ocho o las nueve que cerraban, me pasaba por todos los colegios para motivar a los chavales con el club, les ponía vídeos y desencadenamos una «recremanía», porque los resultados acompañaban.

Si no ascendimos el primer año fue por el Numancia de Lotina, que era un equipo muy hecho y con mucha experiencia. Pero el presidente, tras perder contra ellos, allí en Los Pajaritos, con mucha gente de Huelva desplazada, nos dijo que había que animar a los jugadores, porque ese no era nuestro año, no estábamos preparados para subir. El recibimiento, sin ascenso, fue espectacular. No nos lo podíamos creer. Al año siguiente, con ese compromiso, con casi el mismo grupo, ascendimos. 

En segunda, la permanencia, siendo el menos goleado…

Al no tener un nombre, siempre he tenido que pelear contra eso. Era muy joven, entrenaba a gente con más años que yo y algunos venían de primera división. A base de trabajar, me tenía que ir ganando la credibilidad del grupo. Cuando subimos, no ganamos los primeros cuatro partidos.

En el fútbol no hay memoria, y empezaron a decir que era bueno para segunda B, pero no para segunda. Por fin, ganamos al Badajoz en el partido retransmitido por Canal + y, desde ese día, pillamos una racha que casi subimos. Nos afectó una serie de historias extradeportivas, el club tenía que hacerse sociedad anónima y nos empezaron a fichar a muchos, firmaron los contratos antes de acabar el año, pero hasta eso el equipo iba como una moto. 

Luego vino el Villarreal, con Fernando Roig.

Para mí fue un máster. Fue un año difícil, el equipo venía de bajar, y me tocó hacer un cambio antipopular. Había jugadores que tenían su peña y tuve que sacarlos. Mi error fue hacer yo la preparación física, me metí en demasiadas cosas.

Reconozco mis errores, pero fue una experiencia tremenda. Cuando me cesaron, me di cuenta de que había cogido demasiadas competencias y la toma de decisiones debió ser más consensuada. Fernando me pareció una persona que tenía muy claro lo que quería hacer con el Villarreal, que era llevarlo a Europa. En aquel momento —ojo, porque estaba en segunda— podría parecer un poco prepotente…

Más bien hilarante.

Sí, pero mira luego. Y las conversaciones con él me parecieron muy enriquecedoras. Siempre estaba dispuesto a hablar contigo, tenía grandes dotes comunicadoras. Tuve a Imanol, que está ahora entrenando a la Real Sociedad, a Javi Gracia, otro entrenador, Craioveanu, Moisés…, muy buenos jugadores. 

Fue seleccionador de Andalucía.

Primero entrené a la selección de cadetes de Castilla-La Mancha, donde tuve a Casquero y a Jesús Muñoz, que luego jugó en el Atlético de Madrid y en el Deportivo de La Coruña. Lo de Andalucía lo recordé el otro día con Fernando Hierro, que me sorprendió mucho cuando lo convoqué.

Tenía muy claro que quería venir. Fue justo cuando se hizo oficial tener las selecciones autonómicas —Carlos Cano cantó el himno de Andalucía, fue precioso—, y a Hierro no lo dejaba venir el Madrid y él se empeñó. Pactamos que jugara un tiempo. Me acuerdo de que me llamó para decirme que no llegaba a la comida y, al llegar al hotel, no quiso subir a la habitación hasta hablar conmigo, y me preguntó qué plan había para el partido. Todo un profesional. 

Joaquín Caparrós

¿Cómo es el fútbol andaluz, cuál es su pedigrí?

Se está perdiendo. Nosotros, por nuestro clima, jugamos mucho en la calle. Ahora se ve menos, pero todavía se ve. Por eso somos muy descarados, eso nos lo da el clima, y los chicos descarados, de calle, luego lo son en el campo.

Me ha pasado con Jesús Navas, con José Antonio Reyes, con Antoñito… Ahora en las escuelas está todo muy automatizado y en la calle… La calle es la calle. Hay que pasar porque cruza una persona, o moverse porque viene un coche.

¿Qué supuso fichar por el Sevilla FC?

Para mí fue impensable, aunque llegué a un club en una situación muy difícil, con dos descensos en cinco años y una deuda gigantesca. Además, el Sevilla venía de tener a los mejores entrenadores del mundo, y que me contratasen a mí, que venía cesado del Villarreal, me hizo una ilusión muy especial. Iba al campo con nueve años, tenía todos los cromos de los jugadores. Incluso cuando estaba en Madrid, si venía el Sevilla iba al hotel y yo me llevaba mi gorra del Sevilla. 

Le tengo mucho cariño a Roberto Alés, que me lo presentó Pepe Castro, actual presidente del Sevilla. Me volvió a pasar lo mismo que con el Recreativo: la gente no pensaba que yo pudiera entrenar a un club de esa magnitud, se dudaba de si me podía adaptar a ese nivel de exigencia.

La clave fue que el consejo de administración, con Augusto Lahore, José María Cruz, Jaime Camacho, Antonio Galadí y muchísima gente, fuésemos como una familia. Acababa los entrenamientos y Monchi y yo nos sentábamos en una mesa con Roberto Alés y hablábamos de todo. Yo conocía toda la situación económica, era como uno más. Eso me implicaba mucho más. Aparte, mi padre ya me había hablado de esos directivos hacía años. Yo estaba disfrutando solo con estar a su lado. 

Se tuvo que fichar sin un duro.

A coste cero. Íbamos a ver en qué situación quedaban los jugadores, solo podíamos ir a por los que quedaban libres. David Castedo venía de no jugar en el Mallorca, Alfaro… El Sevilla necesitaba 2000 millones de pesetas, si no, la situación era muy complicada.

Hubo que vender a Marchena, a Jesuli y a Tsartas. Marchena no se quería ir, no se ha valorado realmente lo que hizo por el Sevilla. Eso lo viví yo, verle llorar. Cuando estaba en el aeropuerto para ir a Lisboa, se quería dar la vuelta. Hubo que convencerlo y gracias a eso el Sevilla pudo inscribirse y arrancar porque, si no, tenía problemas… ¡de existencia!

Lo bueno fue que Roberto Alés, con esas dotes que tenía, consiguió convencer a todo el mundo. Los fichajes que hicimos a coste cero vinieron porque era gente con mucho compromiso y se demostró. 

Incluso los que el año anterior no habían jugado bien en primera, empezaron a rendir.

Los Otero, Nico Olivera, Tabaré… La segunda vuelta de Zalayeta fue tremenda. También fue muy importante Pepe Prieto, que es una persona que hace grupo. Éramos una familia. Los entrenamientos eran muy, muy exigentes, pero luego todos los miércoles o jueves nos íbamos de cena ¡obligatoria! Nos íbamos al Rocío juntos, con la familia. Hacíamos el amigo invisible… Todo eso es imposible hacerlo ahora. 

Y una parodia de la Semana Santa.

Sí, nos cerraban la ciudad deportiva para nosotros y traíamos nuestro flamenquito, hacíamos la Semana Santa con Pablo Alfaro haciendo del Cachorro, otro de los Negritos, Nico, Zalayeta y Tabaré… Había un ambiente muy bueno y eso se notaba en el campo, donde éramos un equipo superantipático, pero para los demás. Entrenábamos muy fuerte, con mucha intensidad. 

El ascenso…

Un año muy bueno. Faltando dos o tres jornadas ya teníamos los deberes hechos. Fue un alegrón para todos. Volvimos donde teníamos que estar, pero con una idea de equipo. Todos éramos conscientes de que íbamos a seguir. 

¿No temía ser un fontanero al que luego se aparta para traer a una estrella de los banquillos?

No, había una conexión con la afición, mía con ellos y de ellos conmigo, y no hubo ni dudas. Empezamos la temporada de forma complicada, tuvimos que convencer a Roberto Alés de que siguiera, que quería dejarlo por motivos de salud, y lo logramos.

Ese año era muy importante la permanencia porque se iban a negociar los derechos de retransmisión y había que cerrar esos tratos estando en primera división. Todos nuestros esfuerzos tenían que ir dirigidos a la permanencia, porque no era lo mismo sentarse en la mesa como equipo de primera que de segunda. Hicimos entrenamientos tremendos ese año. 

Casi se entra en Europa.

No se entró por el famoso partido en el que entró el Alavés, con la famosa imagen del presidente de Osasuna alegrándose de la derrota de su equipo. Y cómo fue el gol… 

Sacó a Reyes.

José Antonio fue el futbolista con mayor talento que he tenido. No sé dónde podría haber llegado si hubiese tenido otra cultura deportiva. Lo que le he visto a Reyes en el campo solo se lo he visto a Messi.

Era un futbolista técnica y físicamente buenísimo. Dominaba todas las facetas del juego. Tenía una alegría, con su forma de ser era muy querido dentro del vestuario, hacía grupo. Era un portento. La prueba está en que en su primer año en Inglaterra se quedaron alucinados. Por otros factores no pudo llegar más lejos, pero…

Joaquín Caparrós

¿Faltaba lo que llaman «entrenamiento invisible»?

Otra cultura deportiva. A él ya le hizo debutar Marcos, de todos modos, con dieciséis años. Al principio, tuvo una rotura en un dedo, pero exigí que viniera a la concentración y lo mandábamos, con su muleta y escayola, a ver las ruedas de prensa y contarnos qué se había dicho. También estuvo viendo todo el trabajo táctico que hacíamos en los entrenamientos sentado en la grada. 

¿Cómo descubrió a Javi Navarro?

Marcó a Zalayeta con el Elche y nos pareció un marcaje de diez. Se anticipaba en todas. Le seguimos y pudo venir porque le dejaron en Valencia; le había prometido Cortés dejarle salir porque había sido muy castigado por las lesiones. Así fue, y mira qué pedazo de jugador a coste cero nos llevamos.

Se retiró Pepe Prieto y nos quedamos con Alfaro y él, que eran un tándem de centrales curioso, uno zurdo y otro diestro. Además del compromiso que tenían, era gente muy querida por sus compañeros. 

Alfaro fue capitán desde que llegó.

Cuando llegué, saqué a Pepe Prieto como capitán porque había mucha gente nueva. Al final de la pretemporada, cuando ya se conocían todos, hicimos una votación y salió Alfaro. 

En la 2002-2003, en la liga de las estrellas, y el Sevilla en el once más empleado solo tenía un extranjero.

Tenía un grupo espectacular. Era impresionante cómo David Castedo dosificaba los esfuerzos para jugarlo todo. En los aeropuertos veías que se sentaba en su propia maleta y te decía: «Míster, es que no quiero regalar nada». Si lo veíamos sentado, decíamos: «Mira a David, cómo se dosifica». Eran bromas, pero es que lo jugó todo. 

Dani Alves llegó y estaba muy desubicado.

Le costó adaptarse. Este fichaje lo hizo Antonio Fernández y luego Ramón Vázquez fue a Brasil a por él. El Sevilla hacía entonces un seguimiento al fútbol brasileño, cosa que ahora sería imposible. Tanto en Brasil como en Francia ya no puedes fichar a un chaval joven. Mira lo que pagó el Madrid por Vinícius. Lo que hicimos con Adriano, Alves o Baptista: ahora nos pedirían cincuenta por cada uno. 

En este caso, Daniel tenía un hambre y unas ganas de triunfar que no te lo podías creer. Le fuimos metiendo poco a poco, tuve que tomar una decisión difícil y dejar fuera a Torrado, porque no podíamos tener cuatro extracomunitarios. Era mundialista y tuve que elegir.

En el plano mediático fue muy duro, y me dieron por todos los sitios, pero al final salió bien. Confiaba mucho en Daniel ¡Es que era muy pesado! No paraba de entrenar. Jugaba un domingo y, si el miércoles íbamos a un pueblo, me pedía ir y jugar también. Si recuperábamos al llegar a Sevilla un domingo, los que no habían sido convocados hacían un entrenamiento más fuerte. Él quería entrenar con ellos y, de todos, ¡era Dani el que más intensidad metía!

Los compañeros le decían: «Pero dónde vas…». Les hacía unas entradas… Luego Guardiola me ha contado que en el Barça fue exactamente igual. 

Empezó de interior.

Sí, y en un partido lo saqué de segundo punta, en Mallorca, y nada más salir, con todas sus narices, tiró y dio en el palo. Luego hubo un gol con un pase de Alves a Reyes, que hizo sus regates y remató Antoñito, pero la jugada fue de Alves. 

Y Baptista venía de mediocentro.

Buscábamos un 5 y nos trajeron a Julio. Vi muchos vídeos, y le dije a Monchi que no era mediocentro, que no era lo que necesitábamos, que este tenía mucha llegada. Luego, en los entrenamientos, en espacios reducidos, era espectacular en los remates. Era un animal. Iba de cabeza, remataba con las dos piernas. No se lo pensaba.

A propósito, le ponía en los entrenamientos enfrente de Javi Navarro y Alfaro, y había unos choques… No se decían nada, pero cuando la pelota iba por medio… No tengo palabras. Y yo tampoco decía nada. Encima, cuando por fin le puse de segundo delantero, él no quería, porque su intención era ir al Mundial, y ahí Brasil tenía muchos jugadores, pero seguí poniéndolo ahí.

Un día vino el seleccionador brasileño y le vio meter tres goles de segundo punta, que hizo un gol de cabeza espectacular en la portería de los Biris, y Parreira dijo en la prensa que había sido un acierto ubicar ahí a Julio. Eso para Baptista fue un subidón y ya no quería volver atrás [risas].

Monchi decía que había traído al nuevo Mauro Silva.

Eso queríamos. Aparte, era muy buena gente. Se adaptó a Sevilla, le encantaba la feria. Ahora está de entrenador en el Valladolid B y se vino a Sevilla en mi segunda etapa a aprender. 

¿Por qué no funcionó en el Madrid?

Es complicado. Lo fichó Luxemburgo, que era un entrenador brasileño. Este fichaje se lo canté a Monchi, porque después de un programa de Televisión Española nos llevaron a cenar y estaba ahí Butragueño. Recuerdo que me empezó a preguntar por Baptista, como persona.

Al llegar, dije: «Nos lo quitan». Ya de blanco, sin embargo, las cosas no son sencillas, había muchos jugadores en ese puesto y el Madrid no jugaba como nosotros. 

La verdad es que tuvimos la suerte de que acertamos con todos los brasileños, también con Renato, que era muy querido por sus compañeros. Tenías que verlos a todos vestidos de flamencos con sus mujeres para la feria… Me acuerdo de que esto lo criticó mucho Lopera porque lo consideró una falta de respeto, o no sé qué. Adriano, igual: con él no sabíamos si era diestro o zurdo, todavía no lo sé, le daba con las dos constantemente. 

Se llegó a Europa.

Sí, nos eliminó el Parma, pero el equipo iba creciendo. La filosofía, hasta ese momento, era de vender para crecer, pero se pasó a tener la necesidad de comprar y que dieran rendimiento inmediato. Había que meterse en la Champions. 

Desde el departamento de marketing del club se dijo que llegaba el salto de calidad.

El Sevilla se consolidó en primera división, eso era muy importante. Nos fijamos solo en el área deportiva, pero un club tiene que evolucionar también en el resto de áreas. Aquí, se creció en lo deportivo, pero en lo económico se fue soltando deuda, se creó el departamento de marketing, el de comunicación, y lo que iba creciendo era la marca Sevilla.

Hay ejemplos de lo contrario: La Real Sociedad llegó a Champions y al año siguiente bajó, el Betis se metió en Europa y al año siguiente bajó, el Celta entró en Champions y al siguiente bajó, el Zaragoza entró en Europa, y al siguiente, tal… Eso es porque se creen que un club solo es el área deportiva, y ese es el mayor error que se puede cometer.

El Sevilla, paralelamente, hizo crecer las otras áreas, se abrieron las tiendas, todo poco a poco. Los demás no lo hicieron y lo pagaron. Al Betis le costó caro y el Zaragoza todavía lo está pagando. A la Real también le costó subir. 

Fichó también a Darío Silva.

Nos dio un dolor de cabeza porque nos quitó la Champions, por eso se pusieron los ojos en él y vimos que era lo que necesitábamos. A simple vista podría parecer un poco díscolo, pero era muy noble y muy querido por los jóvenes. Ayudaba mucho a los chavales.

A Sergio Ramos lo recogía en Camas y lo llevaba a entrenar cada día. En las fiestas que hacíamos al final de pretemporada en Isla Canela era el rey. 

Apareció un mito como Jesús Navas.

Otro futbolista de calle. Hace poco estuve viendo vídeos antiguos de él, con diez años, y era igual que ahora. Exactamente lo mismo, una forma de jugar idéntica. Es el tipo de jugador que se está perdiendo, un regateador, creativo, con improvisación. Aparte, fue muy querido en el vestuario.

Al principio fue un poco frágil, pero lo puse con Pablo Alfaro en la habitación y se sentía mucho más seguro. Navas es muy familiar, y su hermano Marcos debutó también. Creo que una vez llegaron a jugar los dos. 

No puedo olvidar que una vez fuimos a jugar a la sierra, no sé a qué pueblo, me lo llevé, no lo puse en la primera parte, y había alguien detrás todo el rato gritando: «¡Hay que sacar al 27!». Cuando lo saqué: «¡Qué bueno es el 27! ¡Así se hace, como el 27!». Pregunté quién era ese hombre, y resulta que era el abuelo de Navas [risas].

Le vino muy bien ser tan familiar, la prueba es que sigue viviendo en Los Palacios, tiene ahí a sus amigos. Ese ambiente le protegió mucho. Nunca lo vas a ver por ahí, para él todo es su familia y sus amigos. 

Y Puerta, que podría haber llegado al nivel y la dimensión de Ramos.

Tenía mucha alegría y mucho talento. Empezó jugando de extremo, pero Manolo Jiménez lo retrasó al lateral. Y sí, estoy seguro de que se hubiera ido al Real Madrid también, ya estaba en la selección con Luis, iba como una moto. Me acuerdo de que me lo llevé para jugar contra la Real Sociedad y lo vi como apagado.

Le pregunté a Antoñito qué pasaba, si es que estaba cagao, y me dijo que no. Entonces, le pedí que lo demostrara contando un chiste. Y Puerta nos contó un chiste con un arte espectacular. Así se integró. Era un pedazo de futbolista al que había que meterlo en el equipo poco a poco, pero que siguiera su curso natural.

Con los chavales hay que emplear la ley de la supercompensación: cuando llegan al primer equipo después de mucho esfuerzo, hay que frenarlos un poco, y luego, pam, pegan el subidón. 

Joaquín Caparrós

El regreso de Jesuli no fue como se esperaba.

Apretamos mucho para que volviera, venía de hacer una temporada en el Celta espectacular, pero él quería volver. Y no cuajó. Siempre nos hemos preguntado por qué. Creo que el único que sabe lo que pasó es él. Lo único es que Jesuli, en el vestuario, con la gracia que tenía, era muy especial. Se juntaba con Gallardo, Carlitos y Antoñito, y de verdad que daba gusto ir a entrenar, ir a una comida, estar con ellos. 

Ramos…

Me hablaron de él y lo empezamos a subir. En la selección española le dije a Ginés que se fijara para las categorías inferiores porque le iba a subir al primer equipo. Se lo llevó a un entrenamiento, le pregunté y me contestó: «¿Que qué tal? El mejor».

Me alegré porque ya me lo iba a llevar convocado y lo iba a poner. A partir de ahí, otro que estaba obsesionado con ser jugador. Veías cómo te escuchaba en los entrenamientos. Es muy listo y cogió los buenos hábitos de gimnasio de Pablo Alfaro y Javi Navarro.

Yo había creado un área de fuerza con Bernardo Requena y se hacía ese trabajo específico. Y Sergio se iba con ellos siempre, y la prueba de que le fue bien es que Bernardo sigue siendo su preparador personal. De hecho, Bernardo ha crecido, estuvo con Zidane de preparador de fuerza. 

Sergio también sabía ya cómo iba la nutrición, entrenaba mucho, se quedaba muchas veces para mejorar su golpeo de pierna. Tenía muchísima personalidad de líder. Con la edad que tenía, antes de empezar el partido, iba él a darle un golpe en el pecho a todos los jugadores. Alfaro me decía: «Cómo viene este niño, viene como un cañón». Y en el campo, igual: si le hacían una entrada a Jesús Navas, iba Sergio y se encaraba con tíos que a lo mejor tenían cinco años más.

Recuerdo que desde el principio ya se tiraba faltas teniendo al lado a Baptista y Darío Silva, y las metía. Y lo que ha conseguido no es fácil, que llegó con los galácticos, con Beckham, Ronaldo y compañía, y se asentó. Porque un jugador en Madrid se pierde: eres el centro de todo, chavales jóvenes con buenos coches, y tal…

Creo que a Sergio, de todos modos, le vino bien que le acompañara la familia. Si al final en tu casa están tus padres, es bueno, porque tu padre y tu madre te tiran de las orejas. También es importante que es muy amigo de sus amigos. Sigue tratándose con Darío Silva, por ejemplo. 

El Madrid se llevaba todo lo que sacaba el Sevilla.

La carretera de Utrera tiene algo, hemos dado ya tres campeones del mundo. La Masía, con Iniesta, Xavi, Pedro y Busquets, tuvo cuatro, y el Sevilla ahí puso tres, y porque Reyes y Puerta, tal… Que no los vamos a decir, porque todo el mundo podría decir entonces que otro que podía llegar no llegó, pero siguen siendo tres. 

El equipo recibía muchas críticas por jugar fuerte, pero desde el incidente de Navarro con Arango se pasó a darle al tentetieso.

Nos criticaba un sector de la prensa que veía que el Sevilla hacía daño, que era un competidor que iba creciendo y podría ser un problema para los equipos importantes. Nos pusieron una etiqueta, pero no nos afectó.

Con lo de Arango hay mucha leyenda. El médico, Escribano, hizo un estudio, que presentamos, en el que explicaba que Javi venía de que le hubieran roto la nariz. Arango vino en carrera. Él, por protección, cerró los brazos, pero no lo levantó para darle, lo tenía pegado. El problema es que Javi tenía muchísima fuerza y pasó lo que pasó. Menos mal que no fue nada, porque nos llevamos un susto grande. 

La fama no nos afectaba, íbamos igual al campo del Madrid, con nuestra línea, y donde fuera. Sabíamos que éramos fuertes atrás y contundentes, pero arriba teníamos muchísima creatividad con Navas o Reyes. Dábamos miedo, pero porque éramos muy competitivos.

Un día, en una eliminatoria de Copa íbamos ganando 1-0 al Madrid y expulsaron a Zidane. Veníamos de haberles metido en la liga cuatro goles en muy pocos minutos y temían que esto pudiera ser igual. En la ida habíamos perdido 2-0. Entonces, en el descanso, Valdano entró al vestuario del árbitro a decirle que estaba pitando al Real Madrid. ¿Qué pasó? Tarjeta roja nada más salir a Javi Navarro y el partido acabó así, 1-0. Una pena, porque ese año merecíamos llegar a esa final. 

Con este grupo tan bueno que hemos repasado uno a uno, con esta progresión ascendente, ¿por qué fichó por el Deportivo de la Coruña?

Yo quería dos años, y el club decía que uno. Pedí dos más que nada por una cuestión de confianza, porque estaba convencido de que íbamos a seguir creciendo. Habíamos estado a punto de meternos en Champions y veía que el año siguiente iba a ser en esa línea, pero no hubo acuerdo. Antes de irme, ya estaban firmados Palop y Luis Fabiano. Y, efectivamente, así fue: el Sevilla ganó su primer título europeo. 

Decidí irme al Dépor por un reto y fueron dos años también muy buenos. Con Augusto César Lendoiro me pasó lo mismo: me dijo que él a Irureta le llevaba año a año. Decidí rechazar esa oferta, irme al hotel y darlo por terminado. Entonces nos llamaron corriendo, y al final llegamos a un acuerdo y pasó una cosa curiosa.

Cuando empezamos con la Intertoto, me llamó Lendoiro para hacerme tres años. Quería hacer un proyecto. Entonces me tuve que volver a negar, pero porque ya había visto que era un vestuario complicado [risas]. 

Al ver los éxitos del Sevilla de Juande, ¿no sentía celos?

Como sevillista, ver que el Sevilla consigue títulos me hizo sentir una alegría tremenda. Comenté desde A Coruña la final para la SER. Además, tuvieron un detalle conmigo: el consejo de administración me organizó una comida dentro del estadio y me regalaron una réplica de la Copa de la UEFA. 

Y en el Dépor, la reconversión.

La verdad es que con Lendoiro me llevé bien. Teníamos muchas reuniones nocturnas en las que hablábamos de todo hasta las tantas. Era muy buen entendedor de fútbol, pero también hablábamos de política, de la situación de A Coruña, de todo…

Sobre la reconversión, yo le decía que teníamos que españolizar el equipo, y él me contestaba: «Vale, pero eso no lo podemos decir en los medios de comunicación». Hubo que tomar medidas muy antipopulares. Estaban Molina, Víctor Sánchez, Coloccini, Tristán, Luque, Sergio, Scaloni, Acuña, Romero, Valerón, Capdevila

Vaya pedazo de equipo…

Pero tuve que hacer el recambio. Trajimos a Verdú, que venía de segunda B del filial del Barça; a Arbeloa, igual; Filipe Luís, lo mismo… 

Filipe Luís era el mejor de aquel Castilla, pero la gente se fijaba más en jugadores como Balboa o Jurado.

Es que ese Castilla era espectacular, seguí mucho a ese equipo, había ido mucho a verlo. Cuando pregunté por Filipe Luís, me dijeron que se había ido a Brasil, que no quería jugar más en segunda división. Tuvimos que ir a por él. Me dio su teléfono Arbeloa.

Me dijo Lendoiro que teníamos ya a Capdevila y a Romero. Pero Capdevila estaba gordo y abandonado, no jugaba, y a Romero, que le quedaba un año, no le íbamos a renovar. Al final contactaron y lo trajeron. Había veces que podía poner a Romero y a Filipe Luís por delante.

Eso sí, a Capdevila le puse en contacto con Antonio Escribano, y cómo se puso, tanto que ya no renovó. Estuvo a punto de fichar por el Betis, me preguntó y le dije: «¿Al Betis? No, vete al Villarreal» [risas]. Tenía tal confianza conmigo que me hizo caso. Fíjate, todo lo que consiguió con esa decisión. Luego Filipe Luís, con Lotina, explotó. 

Joaquín Caparrós

Se dijo que los jugadores del Dépor pasaron de tener coches deportivos a otros más corrientes, de mariscadas a pizzerías…

Fue un cambio tremendo. Tengo historias muy fuertes de todo aquello, pero no puedo contarlas. Muy duras. Venía de Sevilla, donde todo funcionaba muy bien con la dirección deportiva, pero aquí el que gestionaba el club era Lendoiro, y por las mañanas estaba descansando porque se había pasado la noche en vela resolviendo problemas, que eran muy complicados porque los jugadores tenían sus derechos, seguían perteneciendo al club.

Habían estado acostumbrados a ganar siempre, y ahora… La pena fue que llegáramos a semifinales de Copa los dos años y no entrar en una final. En la segunda, el Sevilla nos barrió, pero en la primera, con el Espanyol, cuando la ganó Lotina, lo tuvimos todo a nuestro favor en la vuelta y no pudimos. Las cosas son como son. 

En el Athletic lo presentaron con flamenco de fondo.

Me facilitaron la salida gracias al comportamiento que tuve con el Dépor, a que no pusiera trabas a la salida de Arbeloa al Liverpool, etc. Del Athletic tenía muy alto concepto por mi forma de ver el fútbol. Fui a un club donde la mayoría de entrenadores que habían tenido eran extranjeros y de prestigio, pero también estaba en una fase complicada.

Estuvo a punto de bajar a segunda. Hubo elecciones presidenciales y no tenía dudas de que iba a ir porque era el elegido de los dos candidatos. Una vez dentro, me leí mucho la historia del Athletic, quería saber bien dónde iba y me identifiqué e identifico totalmente con esa sociedad. Fueron años de trabajo con una filosofía distinta. Me hubiera gustado despedirme en euskera. Sigo siendo socio del Athletic. El último año allí incluso me matriculé en Periodismo y estuve yendo a la universidad con los chavales. 

Les hizo jugar en euskera, de hecho.

En el fútbol hay que utilizar todas las armas que tengas y una de ellas era el idioma. Los rivales pueden entender el inglés e incluso el francés, pero el euskera es mucho más complicado. Tienes la seguridad de que nadie lo va a saber. Con el catalán, por ejemplo, es más fácil ver por dónde va, pero el euskera no lo entiende nadie y teníamos que utilizarlo. Además, servía para reivindicar lo nuestro. 

Subió a Muniain y montó un equipo, pero otra vez los laureles se los llevó el que vino después.

Es como lo que me habéis preguntado antes con el Sevilla. Creo que soy más hacedor de equipos, que es algo que me gusta. Me encanta mirar abajo y hablar con los técnicos de las categorías inferiores. En este caso, en Lezama era Blas Ziarreta.

Él me habló de un chico con catorce años con mucho talento. Cuando llegué me extrañó mucho que hubiera como dos equipos, el Athletic y el Lezama, porque era un club que, con su cantera, aspiraba a entrar en Europa. Hablamos de unirlo todo y empezamos a hacer los partidos de los miércoles llevándonos a todos los chicos que tenían proyección.

Logramos hacer una familia con Jabo Irureta, Manolo Delgado Meco, José Ángel Iribar y también con el chico de comunicación, Patxi Xabier Fernández, «Jabotxa», que me ayudó mucho, también con el euskera, y algún trabajo de Periodismo me lo hizo él [risas]. 

Salieron muchos Iturraspe, Javi Martínez, De Marcos, Susaeta…

Balenciaga, Toquero… Creamos un grupo maravilloso. Íbamos a entrenar también por la tarde, se descansaba allí, ¡no salíamos de Lezama! Eso lo percibió la gente, que es agradecida. Viví en el centro de la ciudad y veía cómo se vivía todo, como algo especial, las cosas que me decían esos abuelos y abuelas…

Entonces, ¿por qué salió?

Porque no ganó las elecciones Fernando García Macua. Tenía contrato, y de haber ganado habría seguido más tiempo. El Athletic no es sociedad anónima, hay elecciones cada cuatro años y salió Urrutia, que tenía en su programa a Marcelo Bielsa. 

Y adéu.

Claro.

Ahí hubo un punto de inflexión, luego en el Neuchâtel las cosas no salieron bien.

Soy una persona de acción, y eso me ha llevado a tomar buenas decisiones, pero en la vida a veces hay que tener algo de pausa y yo, en ese momento, no tuve nada. Surgió la oportunidad de ir a Suiza, quería entrenar. Había una persona que quería llevar al club a Champions, hacerlo crecer, y nos contrató porque quería llevar ahí toda nuestra infraestructura.

Llevé seis o siete técnicos entre médicos, preparadores físicos, entrenador de porteros y fisios, y me quedé corto, porque quería haber llevado a un delegado también y a más gente. Económicamente, no nos ponían ningún tipo de pegas. Empezamos bien, pero solo una semana. Hubo problemas complicados en lo personal con los técnicos y los jugadores. Enseguida vimos que eso se había ido de madre. 

Lo que trascendió es que el propietario entró con sus guardaespaldas armados al vestuario.

Sí, sí, entraban al vestuario a poner orden, a ver a quién tenías que cambiar. Son cosas de las que no quiero hablar. Fue muy fuerte cómo trataba a los jugadores. Hicimos una familia también, había chicos de muchos sitios, con varias lenguas, y nos entendimos a la perfección.

El problema es que mediáticamente estábamos muy conectados con España y, si salía algo, los medios suizos alucinaban de que sucesos de ese tipo pudieran tener lugar en Suiza, un país que se supone muy tranquilo.

Me prohibieron hacer declaraciones. Entonces hice una rueda de prensa para anunciar que sería la última porque me habían prohibido hablar. Todos los aficionados me apoyaron con pancartas con mi nombre, pero todo salió bien porque salimos de allí sin ningún tipo de percance. 

En la década de 2010, de vuelta en España, cambió rápido de equipo sin que nada cuajara: Mallorca, Levante, Granada, Osasuna…

Menos en el Levante, donde cometí un error: creo que debía haber seguido porque tenía buen feeling con el presidente y me querían, pero me fui al Granada. En todos estos equipos hubo un denominador común. Ahí empezó la época de no haber comunicación entre los departamentos de un club. Aunque en el Mallorca sí tuve buena relación con Lorenzo Serra, que fue mi rival en el Betis, pero la vida es así. 

Durante esas dos décadas se enfrentó varias veces a campeones de Europa: el Real Madrid de Del Bosque, el de Ancelotti y el de Zidane; el Barça de Rijkaard y el de Guardiola…

Me impresionó el Barcelona, que nos quitó una final de Copa, y con el Athletic una Supercopa. Fue una hegemonía. No solo era por los campeones del mundo que se reunieron ahí, sino que luego había varios jugadores más que eran los mejores del mundo en sus posiciones.

El once de Pep Guardiola podía tener seis o siete jugadores que eran los mejores del mundo en su puesto, que encima tenían al mejor jugador de toda la historia, que ha sido Messi. La verdad es que ese equipo impresionaba. 

Pero el Madrid ganó más Champions.

Es que ahí está Modrić, que es un futbolista muy especial, que parece que hace ballet. Una elegancia…

Regresó a Sevilla, tuvo los problemas por su enfermedad, y luego emprendió una aventura sorprendente y cargada de épica: Armenia.

Estoy disfrutando de un cargo que no había tenido nunca: ser seleccionador. Tenía un buen contrato en el Sevilla, era querido dentro del club, pero vino Ginés Menéndez a decirme que necesitaba un seleccionador. Simplemente, hubo feeling… Vi que el presidente de la federación armenia era una mezcla de Alés y el presidente del Recreativo, y no me equivoqué. Ahora he firmado la renovación. 

¿Qué conocía de Armenia?

Nada, sabía del país por Eurovisión. Carlos Marchena me había hablado de Ereván, y me dijo que me iba a gustar la ciudad. Le llamé luego y le dije que tenía razón, que me encantaba. Es una ciudad muy abierta, muy segura.

La gente tiene muchísimo sentido del humor. Es un país muy castigado en la historia y, paradójicamente, conservan un gran sentido del humor. Tienen ganas de vivir, me encuentro muy a gusto entre ellos. 

Le llamaban «comandante Caparrós».

Porque ascendimos a la división B de la Liga de las Naciones tras terminar primeros, son cosas del fútbol. Hay mucha ilusión porque ahora jugamos con selecciones de más nombre, como Gales, Irlanda o Ucrania. Palabras mayores. En ilusión no nos gana nadie. 

¿Era difícil entrenar cuando el país estaba en guerra?

Nos rompió todos los moldes. Aquí hacemos rotaciones, pero allí teníamos que jugar tres competiciones, y el 90 por ciento de los partidos los tenían que jugar los mismos jugadores. Llegaba un momento en el que veíamos que no iban a aguantar.

Nos concentrábamos y los jugadores me decían en la víspera que estaban destrozados, pero salían y se notaba el esfuerzo. El segundo día lo mismo, pero otra vez lo daban todo. El aspecto mental y emocional nos lo dio todo.

A veces había sesiones de entrenamiento que teníamos que cambiar por el estado anímico de los jugadores, que tenían a sus amigos y familiares directos en la guerra, que estaban muriendo. Nosotros al menos logramos transmitir con hechos que el cuerpo técnico era uno más de ellos, y lo vieron y lo valoraron. 

¿Qué hechos?

Muchas veces, el lenguaje no verbal dice más que el verbal. Un abrazo, un detalle… Nosotros nos emocionábamos cuando estábamos cara a cara con ellos. Nos poníamos en su situación. Notaron la empatía, y eso nos hizo crear el grupo, otra gran familia. 

Jugadores de categorías inferiores, incluso árbitros, tuvieron que ir al frente.

Y alguno falleció. Durísimo. Muy duro. El país estaba muy triste. Recuerdo las colectas que hacían los chavales por la calle para enviar dinero a compatriotas, familiares y amigos en la zona de guerra. Estaba todo el país involucrado, todos pendientes de lo que pasaba en la guerra, de las noticias. Es lo que veían los jugadores en el vestuario, una situación que encima se nos juntó con la pandemia. Sin embargo, luego hubo detalles reconfortantes con lo que estábamos haciendo.

Hubo un chico que fue a la guerra y perdió una pierna. Su madre llamó al presidente de la federación para darle las gracias, porque, gracias a lo que había logrado la selección de Armenia, había visto que su hijo volvía a sonreír después de meses sin reírse, sin hablar, casi sin comer, pero después de los partidos contra Rumanía e Islandia, lo abrazó y volvió a verle una sonrisa.

Todo gracias al deporte. Estas situaciones luego se las contaba a los jugadores. Para mí todo esto ha sido una ventaja con respecto a las demás selecciones, porque nosotros no hemos jugado once contra once, sino todo un país contra once rivales.

En guerra y confinados por la COVID-19, cuando jugábamos estaba todo el mundo pendiente y nos convertimos en la única alegría que podían tener. Eso luego lo veías reflejado en el terreno de juego. 

Se hizo viral lo del himno armenio.

Teníamos que jugar fuera los partidos porque en Armenia no nos lo permitía UEFA. Contra Macedonia nos pusieron el himno al principio y, una vez que ganamos, fui corriendo a pedir que lo pusieran otra vez para se viera antes de la desconexión televisiva. Son gestos importantes, era necesario que eso lo viera todo el país.

Aunque no fue algo preparado, me salió de dentro. Creo que la gente ha valorado este compromiso. Hace unos días di una charla de dos horas en el Teatro de la Ópera, en un escenario histórico, y fue espectacular. Hubo mil estudiantes, conté con unos setenta chavales que habían estado en la guerra, fue muy emotivo.

Vino incluso gente de recursos humanos de empresas. Llevé un traductor, pero el ambiente que había no entendía de idiomas, es lo que digo de la comunicación no verbal. 

¿Ha visto el país, sus iglesias, las primeras cristianas de la historia?

Desgraciadamente no, apenas he salido de Ereván. Hay una ciudad deportiva enorme, con unas instalaciones magníficas. Me meto ahí por las mañanas y por las tardes veo fútbol y no he podido hacer turismo. Espero tener pronto la oportunidad. 

¿Cómo está viviendo los adelantos tecnológicos que cada vez son más habituales en el fútbol?

Al fútbol ahora le falta rock and roll. Nos quieren hacer otro fútbol, que me parece muy bien, porque todo evoluciona, pero los extremos son malos. El fútbol de antes enganchaba también a la gente. Ahora hay cada vez menos relación entre los entrenadores y los directivos. Entran en juego los agentes, hay mucho intermediario, falta esa empatía que creo que es fundamental para conseguir objetivos. 

Los profesionales queríamos que los clubes se convirtieran en sociedades anónimas para que trajeran especialistas y todo funcionase mejor, pero en realidad, paralelamente, eran las empresas las que se fijaban en el deporte para funcionar igual.

Sin embargo, fueron los clubes los que adquirieron la frialdad de las empresas. Ahora todos somos números. Hay especialistas para todo, pero igual el de marketing no conoce al de administración, y las organizaciones de los clubes son cada vez más amplias, muy grandes.

Igual con el aficionado, los jugadores ya no van a las peñas. Yo lo hice en el Recreativo, el Sevilla y el Athletic, cada miércoles me llevaba al equipo a jugar partidos en la provincia. Así dábamos minutos a los que no estaban jugando. También introducíamos a los jóvenes en el primer equipo, y hacíamos afición, venía la gente, se acercaba la peña local. 

Esos partidos, como eran los miércoles, en Sevilla los llamaban la Champions League.

Hasta los utileros se venían arriba. Un año hicieron una copa de cartón, con sus orejeras y todo, y como ganamos, creo que fue en La Rinconada, abrieron hasta champán. Incluso los titulares que no jugaban esos partidos se vinieron en sus coches para la celebración. Ese ambiente era espectacular y todo eso se ha perdido. El mundo del fútbol ha cambiado a una velocidad enorme, pero como la vida. No tiene por qué ser distinto. 

Por no mencionar los precios…

Sí, te compras dos camisetas y cuestan 180 euros. Además, ahora son los propios jugadores los que al margen del club tienen entrenador personal, nutricionista, analistas que les miran los partidos y les dan consejos. Llevan toda una empresa en la espalda que muchas veces choca con los intereses del equipo.

Si el entrenador no lo saca, esta gente de su entorno llama a la dirección deportiva para quejarse porque el míster dice, por ejemplo, que se meta por dentro y ellos consideran que tiene que ir abierto. 

Ahora en los clubes están contratando a matemáticos y a telecos para las áreas de I+D. Estos analistas ya le dicen al entrenador lo que tienen que hacer. Ya no vale que a ojo veas que uno tiene talento, ellos te lo dan demostrado en datos. Hay un montón de analistas para un montón de datos.

Hasta controlan al preparador físico, le dicen cuándo hay que frenar. Hay una pelea con ellos, porque manejan muchísimos datos, pero el exceso de información te lleva a la desinformación. Este problema está pasando ahora en el fútbol. Yo su información la limito a cinco minutos, errores y aciertos y ya. No le puedes meter vídeos y vídeos a los futbolistas y luego, cuando llegan a casa, también el vídeo que les han creado los de su empresa personal. 

¿Los datos no ayudan a fichar?

Depende del club donde estés. Si te estás jugando al Champions, los fichajes tienen que ser de rendimiento inmediato, eso te lo da un futbolista de veintisiete o veintiocho años que tienes que pagarlo y ya lo has visto. Un club que tiene que crecer puede mirar abajo.

El Barcelona, ahora, por necesidad, está tirando de la cantera, pero cuando traigan un delantero no será de ahí, tendrán que vender la Sagrada Familia para pagar doscientos kilos y no hay más tu tía. Ahí no vale un seguimiento. Si quieres a un Haaland o Mbappé, tienes que pagar. 

En otros equipos puedes hacer un seguimiento y ver la proyección, pero si necesitas un rendimiento inmediato, no. El Salzburgo sí puede funcionar así: si no entra dos años en Champions no pasa nada, no es su objetivo, prefieren comprar por diez y vender por cuarenta, pero el Barça no, estos no se pueden permitir no estar en Champions, lo miren por donde lo miren.

No se la puede jugar a traer gente con proyección, tienen que traer a alguien que garantice veinte o treinta goles. Al Madrid, al Atlético y al Sevilla les pasa igual. 

No lo vemos convencido con la tecnología…

La FIFA nos está metiendo un juego tecnológico, el VAR va a ir a más. Y se está perdiendo creatividad. Está cambiando, tanto entrenamiento con tantos conos hace que todo sea distinto. Se ha perdido algo que no sé cómo explicarlo.

Cuando yo iba al colegio, íbamos todos con el mismo babi y en un campo había ocho balones de ocho partidos, tenías que saber quiénes eran los tuyos, los otros y qué partido estabas jugando. ¡En la portería había cuatro porteros! Todo eso te daba la creatividad, un talento que se está perdiendo. 

Joaquín Caparrós

2 Comentarios

  1. Extraordinaria entrevista, me atrevería a decir que de largo de las mejores a un hombre de fútbol en el histórico de esta revista. Me quito el sombrero. Gracias.

  2. Juande Ruiz

    Tremenda entrevista, fútbol de verdad

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