El City de Guardiola entra en su peor racha de derrotas, incluso recibe alguna goleada. Como no podemos creerlo, el entrenador catalán se ve forzado a explicar que «es difícil cuando tienes que jugar sin cuatro centrales, dos centrocampistas de contención, sin el mejor jugador del mundo, Rodri, y sin tres extremos. Devuélvanme a mis jugadores y ya verán el City».
La palabra de Pep suele ser sagrada, sin embargo, acaso a estas alturas, después de la colección de títulos conseguida, por primera vez no estamos dispuestos a aceptarla. Así que perseveramos en preguntarnos cómo es posible perder partidos de ese modo, si el equipo es dirigido desde la pizarra de Guardiola.
Ese método capaz de convertir a un buen De Bruyne en un futbolistas imparable, o hacer de Kovacic un Rodri. Es complicado, para el creyente, pasar de lo divino a lo terrenal. Se entiende. Aunque quizá exhumar una lección de historia que abarque toda una temporada y refuerce los hechos de actualidad nos haga, de una vez y para siempre, pasarnos al honesto lado de la razón.
¿Recuerdan el primer City de Guardiola?
Por extraño que parezca, hubo un equipo de Guardiola que, sin acumular lesionados, no ganó título alguno. Pero ya nadie lo recuerda, o quiere recordar. Un equipo que acabó a quince del líder, el Chelsea de Courtois y Hazard, dirigido por Conte, otro técnico que sabe lo que se hace.
Tampoco estuvo cerca del subcampeón y cayó en octavos de Champions, también, aquel equipo de la temporada 16/17. Era un City que venía de ser, dirigido por Pellegrini, cuarto en Premier y semifinalista en Champions. Y que se reforzó mucho para Guardiola, como cada City, pero no lo suficiente. Llegaron Stones y Sané, pero también Gabriel, Nolito o un Bravo decadente.
Y Gundogan se lesionó para Navidad y hubo de ser operado. De ahí se explican aquellos resultados. El que Guardiola no mejorase a Pellegrini, el que «perdiera» por primera y, hasta ahora, única vez. Porque el fútbol, para un entrenador, va de tener grandes futbolistas y no desaprovecharlos, como dijo Ancelotti, el otro más grande de la historia.
Entonces Guardiola pidió más certezas y los poderosos del club se las dieron. La temporada siguiente llegaría, sin ir más lejos, Bernardo Silva, figura del Monaco que los eliminase en Europa. Hoy es leyenda del club. También firmarían a Walker, el mejor zaguero del Tottenham que los apartase del subcampeonato. Hoy es leyenda del club. Y el joven Ederson, heredero en el Benfica del mito Julio César, un acierto por el que se pagaron 40 millones para arrebatárselo al Barça, que también lo pretendía. Es el mejor portero que ha tenido nunca el City. Además se recuperó Gundogan. Entonces, ya estaría.
Con ellos, la pizarra de Guardiola volvió a llenarse de conceptos válidos hasta recuperar la Premier para un City que, en adelante, siguió reforzándose bien y ganando títulos locales. Así se llegó al año 2022. De aquel primer City de Guardiola sólo quedaron Stones, De Bruyne y Gundogan, ahora acompañados de otra serie de futbolistas inmortales. Junto a Bernardo y compañía, estaban Dias, Akanji, Rodri, Grealish o Foden. También Julian Álvarez, campeón del mundo a quien tocó ser suplente porque había llegado Haaland para que el City de Guardiola, ya sí con una alineación integral, pudiera ganar la deseada Champions.
Ellos también son historia
La alineación del City campeón de Europa es la parte buena de la historia y nadie la olvidará. Sin embargo, por el otro extremo, no parece menos histórica la que Guardiola conformó casi una década atrás, en su llegada a la Premier. Sin títulos, su valor no es material, sino muy superior: es simbólico y revelador. Y ha de ser reconocido.
Veterano Bravo, que llegaste para mejorar a Hart y permitiste que Caballero asaltara tu puesto. Clichy y Kolarov, ¿a quién elegir? Joven Stones, que ganaste luego, como centrocampista, la fama que te es esquiva como defensor. Otamendi, tu mal pie que propició más tarde la conversión de Fernandinho a zaguero, uno de los inventos de Guardiola que hemos decidido olvidar en favor del relato.
Sagna y Zabaleta: o por qué Navas, con toda su carrera hecha, empezó a jugar de lateral. Fernandinho, ojito derecho del míster, digno antecesor del determinante Rodri, limitado escudero de De Bruyne y Silva, que en ese contexto parecían menos de lo que son.
Por ello, a sus 33 años, Touré volvió a tener minutos con Guardiola, a quien poco después acusó de revanchista y déspota por la guerra que tuvieron durante aquel reencuentro. Joven Sané, eterna promesa a quien Nolito restó minutos. Sobrevalorado Sterling, indiscutible en los primeros Citys de Guardiola, intrascendente en Chelsea y Arsenal una vez traspasado, aún sin cumplir treinta años. Agüero, brillante mediapunta obligado a jugar como referencia ante la limitación de Gabriel Jesús, en aquel rígido sistema.
Integrantes del único equipo de Guardiola que no ganó títulos, sois tótem. Vuestra figura recuerda a los futboleros de bien la única verdad del fútbol, hoy pervertida por las manoseadas libretas de estilo guardiolista. Verdad última que, como no podía ser de otro modo, el infatigable ganador Guardiola tuvo clara desde su primer gran equipo, aquel Barça que iba desde Valdés hasta Messi.
Verdad que expuso, en su día, con la humildad que caracteriza a quien encierra sabiduría real. Siervos de Guardiola, dice así: «El mérito es que tengo muy buenos jugadores. El fútbol es de ellos. El mérito es haber sido escogido. No hay que darle tanta importancia al entrenador».
Admiro a Guardiola. Le considero uno de los mejores técnicos de la historia. Creo que con frecuencia se le malinterpreta: es verdad que es un genio táctico, un gran innovador del fútbol, pero lo que le hace diferente es su carácter ganador. O quizás, lo que le hace realmente diferente es la fusión de genialidad táctica con espíritu ganador. No es fácil encontrar un entrenador que conjugue ambas cosas con ese nivel de excelencia.
Dicho esto, creo que los elogios excesivos ayudan a crear esa caricatura venenosa del «inventor del fútbol». Guardiola, como todos, también se equivoca, desaprovecha (o incluso estropea) jugadores y pierde batallas tácticas con grandes entrenadores. Eso no le hace peor, le hace humano y falible y, por tanto, más digno de admiración.