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Cuando el fútbol le estalló en la cara a Bolsonaro

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La Memoria Histórica es una lucha que se libra en todo el mundo, no solo en España. Da igual cómo haya realizado cada país su transición, las fuerzas de la internacional fascista en cada país trata de endulzar el pasado dictatorial o, en definitiva, todos los referentes autoritarios. Ante todo, los nuevos movimientos de extrema derecha se rebelan contra la autonomía personal y muchas veces da igual si aluden a personajes de izquierda o derecha, el denominador común es que sean símbolo de disciplina, de anulación del individuo y culto a la masa como reflejo de la voluntad nacional.

En Brasil, Jair Bolsonaro intentó rehabilitar públicamente la imagen de la dictadura militar que gobernó el país entre 1964 y 1985. Era un gesto que rompía con el consenso democrático establecido tras el fin del régimen, pero le daba igual. Quiso que las Fuerzas Armadas conmemorasen el 55 aniversario del golpe de Estado que depuso al presidente legítimo João Goulart.

A lo largo de su carrera política, Bolsonaro ha elogiado a torturadores, ha defendido la brutal represión del régimen y ha llegado a declarar que el error de la dictadura fue «torturar y no matar». Su intención no era solo homenajear un pasado autoritario, sino reescribirlo, presentando la dictadura como un periodo de orden, prosperidad y moralidad frente a la «amenaza comunista».

Sin embargo, lo que Bolsonaro llamaba «revolución», la mayoría de historiadores, periodistas y defensores de los derechos humanos lo reconocen como una dictadura civil-militar que suspendió derechos políticos, censuró medios, persiguió opositores y dejó más de 400 personas asesinadas o desaparecidas forzadamente. Fue una etapa de represión sistemática y corrupción estructural, amparada por parte de los medios, la Iglesia y los grandes empresarios. Hasta el fútbol, que fue empleado como herramienta de propaganda, especialmente en la Copa del Mundo de 1970, no se libró de esa manipulación.

Paradójicamente, esta vez la respuesta llegó desde el fútbol. 51 colectivos de hinchas antifascistas publicaron un manifiesto titulado Gol en propia puerta: la dictadura militar impuso una derrota a Brasil. El texto circuló ampliamente en redes sociales, foros de hinchas y medios progresistas. En él, los firmantes denunciaban el carácter criminal del régimen, reivindicaban la memoria de las víctimas y señalaban que el deporte fue instrumentalizado como opio del pueblo. El manifiesto también vinculaba el pasado autoritario con el presente político, acusando a Bolsonaro de marcar «un gol en contra de la democracia» al alentar la conmemoración de una dictadura, entre otras medidas involucionistas.

Los firmantes pertenecían a aficiones muy diversas, desde clubes históricos como Corinthians, Vasco da Gama, Flamengo y Fluminense, hasta de equipos menos mediáticos como el Comercial-SP o el Goytacaz. Eran hinchas organizados, con una identidad política común, comprometidos no solo con la lucha contra el racismo, el machismo o la homofobia en las gradas, sino también con la defensa activa de la democracia y los derechos humanos. Muchos de estos colectivos ya se habían movilizado antes hartos de la mercantilización del fútbol.

El manifiesto no detuvo las celebraciones impulsadas por el gobierno, pero logró articular un rechazo público amplio y simbólicamente potente. Ofreció una contranarrativa sólida frente al revisionismo histórico de la extrema derecha, devolvió al fútbol su potencial como espacio de resistencia y ayudó a activar una memoria crítica en sectores populares.

El texto tenía un lenguaje especialmente emotivo. Representaba la dictadura brasileña como la quintaesencia del crimen de estado, a sus agentes como «sádicos delincuentes» y daba nombres: Sérgio Paranhos Fleury y Brilhante Ustra. Dos torturadores de opositores políticos, que han sido durante años el símbolo del terror institucionalizado en Brasil.

Aunque fuera un texto elaborado por ultras de fútbol, citaba las conclusiones de la Comisión Nacional de la Verdad ,órgano oficial que documentó los crímenes de la dictadura, y menciona investigaciones de historiadores y periodistas. Estaba muy currado para que no lo pudieran desautorizar con «defectos de forma».

Su publicación generó un rechazo público inmediato en distintos sectores de la sociedad brasileña, especialmente entre quienes veían con preocupación el intento del gobierno de normalizar una etapa histórica caracterizada por la violencia institucional y la supresión de derechos. El texto funcionó como catalizador de un malestar latente y sirvió de altavoz para una parte significativa de la ciudadanía que se resistía a aceptar la legitimación del autoritarismo bajo el disfraz de patriotismo.

La contundencia del mensaje, unida a la diversidad de colectivos firmantes, incomodó al discurso oficial, al poner en evidencia que la exaltación de la dictadura no era unánime ni aceptada con indiferencia. Bolsonaro, que acostumbraba a minimizar o ridiculizar a sus críticos, se enfrentó a una respuesta inesperadamente organizada y transversal, surgida no desde los partidos o las instituciones tradicionales, sino desde las gradas de los estadios.

El efecto fue un shock para el gobierno. Generó un efecto dominó. A él se sumaron posicionamientos explícitos de clubes históricos como Corinthians, Vasco da Gama y Bahía, que utilizaron sus redes sociales y sus partidos como plataformas para defender la memoria democrática. En un país donde la FIFA prohíbe las expresiones políticas dentro del fútbol, estos gestos adquirieron una relevancia fuera de lo común.

El caso del Corinthians, que exhibió una estatua de Sócrates junto a una pancarta con el lema «Ganar o perder, pero siempre con democracia», recuperó la memoria de la Democracia Corinthiana como referente ético y político. Tres años después, Lula da Silva ganaba las elecciones por un 0,9 de los votos. Cuando apareció el manifiesto, Bolsonaro todavía gozaba de gran popularidad. El gesto no hizo temblar las encuestas tan pronto, pero fue la primera piedra de las protestas. Se acabó la aceptación pasiva.

 

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