
Luka Dončić, LeBron James y Steve Nash han conversado en Mind the Game sobre lo humano y lo divino y, por supuesto, sobre baloncesto. El esloveno ha comentado lo que ha supuesto fichar por Los Angeles Lakers y estar junto a LeBron, uno de sus ídolos de toda la vida. Y LeBron, por su parte, ha elogiado el control del ritmo de juego de Luka y su capacidad para imponer su estilo sin dejarse arrastrar por la presión del rival.
Porque en la entrevista el fan parecía LeBron, que está fascinado por la visión de juego que tiene Dončić: «En la cancha, nunca permite que nadie le diga dónde tiene que ponerse. Siempre ha sido al revés».
LeBron destaca además que Luka «siempre impone su ritmo» y que eso obliga a todos sus compañeros a estar alerta: «Tenemos que estar con la cabeza en alto, porque nunca sabes cuándo te va a llegar el balón, y eso es una gran ventaja». A lo que el esloveno contesta: «Les digo a mis compañeros: cuando salto, quedaos en vuestro sitio. Si no tengo otra opción, sé dónde estabais antes y os encontraré».
Esta habilidad, explica, no es innata: la desarrolló con el tiempo. «No lo hacía de niño. Creo que fue al llegar a la NBA cuando empecé a hacer esos pases». Admite que su tamaño y visión le permiten hacer cosas que otros no pueden, especialmente cuando la defensa baja la guardia creyendo que la jugada ha terminado. «Aprovecho ese momento para castigarles».

Dončić a su vez reconoce que nunca había compartido vestuario con un jugador así y que cada día aprende de él, especialmente por su ética de trabajo. «Llega al pabellón diez horas antes del partido. Cuando yo llego, él ya ha terminado de entrenar. Me quedé en shock». Aunque todavía están acoplándose el uno al otro, asegura que la conexión mejora cada día: «Aún es un trabajo en progreso, pero creo que nos estamos entendiendo mejor y mejor».
En la segunda parte del encuentro, no ha faltado el recuerdo de Luka del Real Madrid. Fueron tiempos duros para él porque era muy pequeño: «Fue una decisión difícil. No hablaba español, apenas sabía decir ‘hola, ¿cómo estás?’». Durante los primeros dos o tres meses casi no hablaba con nadie, pero eso lo obligó a aprender rápido y adaptarse. «Fue un cambio enorme. Estaba lejos de mi familia, todo era nuevo… pero terminó siendo una experiencia que cambió mi vida para mejor».
Fueron tres años en los que vivió en un dormitorio escolar, compartiendo habitación con otros jugadores, hasta que el club construyó su propia residencia. «Era como vivir en un hotel. Muy cómodo».
Le marcó profundamente la exigencia que había en la cantera blanca: «Entrenábamos de 7:30 a 8:30, luego íbamos al colegio de 9:15 a 17:30, y después volvíamos a entrenar de 18:00 a 21:00». Solo los miércoles no tenían sesión por la tarde, y los fines de semana jugaban. Aun así, Luka afirma con claridad: «Me encantaba entrenar».
Destaca que había trabajo técnico diario, «primero media hora o tres cuartos de fundamentos», seguido de situaciones de ventaja (como 4 contra 3, o 2 contra 3), centradas en la toma de decisiones y lectura del juego. Esa pedagogía, explica, es lo que diferencia al sistema europeo: más entrenamiento, menos partidos, y un enfoque real en el desarrollo del jugador.
Porque luego, los entrenadores son exigentes, pero con todo el grupo. «Cuando tenía unos 15 años tuve un entrenador muy duro, pero lo era con todos, del 1 al 12». Ese tipo de trato, lejos de desmotivarlo, le ayudó a crecer: «Me gritó, me hizo llorar en el descanso de un partido que íbamos ganando de 30, porque no estaba jugando con seriedad».

Según cuenta, fue un momento determinante. «Ese entrenador cambió mi forma de ver el baloncesto. Ese año no perdimos ni un partido y ganamos la final por 30 puntos». Tampoco olvida su debut con el primer equipo a los 16 años: «Estaba temblando. Lo recuerdo perfectamente».
LeBron James contra las pantallas
Ahí a LeBron lo que le molesta es el punto hasta el que está llegando la tecnología. Dice que la presión en el deporte infantil ha crecido por culpa de las redes sociales y la sobreimplicación de los padres. «Ahora ya no es el camino del niño, es el camino de los padres».
Comparando con su infancia, afirma: «Nuestros padres no sabían si un niño tenía un entrenador personal o no. Ahora lo ves todo en redes, y piensas que si tu hijo no entrena cinco veces por semana, no va a llegar». Considera que muchos padres quieren evitar que sus hijos sufran, pero eso les priva de experiencias formativas: «La vida tiene más ‘noes’ que ‘síes’. Si no están acostumbrados a oír ‘no’, ¿cómo van a sobrevivir como adultos?».
LeBron también defiende con fuerza el papel de los entrenadores exigentes. «Espero que a mis hijos los entrenen con más dureza que a los demás. Que les digan lo que haga falta, como sea que lo digan». Él mismo cuenta que nunca se involucró en los entrenamientos de Bronny ni de Bryce: «Nunca llamé a un entrenador. Nunca estuve sentado en una práctica viendo cómo lo usaban».
Y recuerda cómo su propio entrenador en el instituto lo echó del primer entrenamiento de su segundo año: «Dijo: ‘¿El mejor sophomore del país? ¡Mis cojones! ¡Fuera de la cancha!’». Para LeBron, esa dureza fue una lección: «No me dejó creérmelo. No iba a darme ni una señal de que yo era ‘el elegido’».
LeBron lanza una crítica directa a la obsesión actual por el bag, esa idea de tener un arsenal de trucos y movimientos espectaculares. «Yo entro en redes y veo: ‘LeBron no tiene bag’. Y me siento ahí con 50.000 millones de puntos pensando: ¿cómo que no tengo bag?»
Reivindica la eficiencia por encima del adorno: «Los grandes jugadores hacen lo fácil: llegar al aro, meter tiros libres, tirar triples abiertos… el juego se gana haciendo jugadas fundamentales, no con tu bag». Aconseja a los jóvenes centrarse en lo útil: «Puedes ganar 200 millones en la NBA si defiendes y metes un triple desde la esquina».

Al escuchar a Dončić hablar del orgullo que supone para él representar a Eslovenia, en la comparación que hace LeBron su país no sale bien parado. «Aquí todo gira en torno a las ciudades: soy de Chicago, soy de Houston… Nadie dice ‘soy de Estados Unidos’. En otros países, representas a tu nación».
Reconoce que ese orgullo se perdió en EE. UU. durante años y que costó recuperarlo: «Nos dieron una paliza en 2004, perdimos el Mundial en 2006… hasta que entendimos que esto era real». Según él, el orgullo nacional genera ética de trabajo, compromiso y sentido de pertenencia: «Cuando tienes ese orgullo, lo das todo por estar ahí. Sabes lo que estás representando».
Por último, Dončić ha aprovechado para promocionar su fundación Inside Youth Basketball, que compara los métodos de formación en Europa y EE. UU. «Cada vez más niños abandonan el deporte porque ya no se divierten. Yo quiero que los chavales vuelvan a pasárselo bien jugando al baloncesto».
Lo que pretende es reunir los puntos fuertes de cada una de ellas y combinarlas en una misma escuela: «Lo más importante es que los niños se diviertan, como me divertía yo de pequeño». Apuesta por devolver la creatividad y el juego libre a la formación: «Antes jugábamos en la calle. Ahora todo está demasiado programado».

En este punto, LeBron considera que comercialización del deporte ha llegado demasiado lejos: «Muchos entrenadores personales y técnicos quieren ser más famosos que el propio niño». Lamenta que el objetivo de ayudar al jugador ha sido reemplazado por la búsqueda de notoriedad. «Sus intenciones no son puras. Quieren salir en cámara, dar entrevistas, cuando el foco debería estar en el chico».
Desde su experiencia como padre, LeBron defiende la importancia de los descansos y del juego no estructurado. «Les hemos dicho a nuestros hijos: esto no es algo de todo el año. Uno, no queremos que os queméis. Dos, tiene que haber tiempo para la familia».
Recuerda que él creció jugando al aire libre con amigos, sin entrenadores, y que eso fue clave para su desarrollo: «Vamos a jugar. Cinco contra cinco, dos contra dos, tres contra tres… o al 21. Así nació gran parte de mi creatividad». Para él, jugar en la calle, en una pista de asfalto bajo el sol del verano, es el filtro natural: «Si puedes soportar eso y sigues amando el juego, entonces sabes que es de verdad».
Tremenda lección de vida de dos grandes, tres mejor dicho.