
En Jot Down Sport trabajamos con una idea sencilla y, a estas alturas, casi melancólica: que una entrevista no es un trámite, sino un diálogo que merece respeto. Preguntar bien exige tiempo, conocimiento y una cierta humildad. Escuchar exige aún más. A veces, después de días de lectura y de preparación, después de la conversación —larga, sosegada, sin prisa—, uno cree haber capturado un instante de verdad, algo que no se había dicho antes, o al menos no de esa forma. Lo publicamos con orgullo. Y apenas unas horas más tarde, ese mismo fragmento ya está en varios portales deportivos, escamoteado, alterado, despojado de contexto y de firma. Como si el trabajo hubiera sido suyo, como si las palabras hubieran salido de la nada. Es el modo en que se roba ahora: con elegancia burocrática y un cinismo técnico que se escuda en el algoritmo.
No hablo de anécdotas ni de excepciones. Hablo de una costumbre, de un sistema. Las redacciones han aprendido que lo importante no es conseguir el contenido, sino colonizar el espacio donde ese contenido se vuelve visible. El terreno de juego ya no es el papel ni la web, sino Google Discover. Ahí se decide todo: quién llega al lector, quién desaparece. Y en ese nuevo orden, la autoría se vuelve prescindible y nos obliga a hacer uso del comprobador de plagio. Molesta. El objetivo no es ya informar mejor, sino posicionar antes. Mejor si lo ha dicho otro. Más rentable si parece que lo has dicho tú.
Los medios y pseudomedios con más potencia de fuego digital han convertido esta práctica en una maquinaria. Detectan lo que otros descubren —una frase, una declaración interesante, un titular con posibilidades virales— y lo reescriben lo justo para no parecer una copia. Cambian el sujeto, modifican el tiempo verbal, reformulan el adjetivo. A veces ni siquiera eso. Saben que el algoritmo no penaliza el descaro. Saben también que la mayoría de los lectores no hará el esfuerzo de buscar el origen. Y con eso basta. La historia queda registrada a su nombre. El mérito se evapora.
En el deporte, este fenómeno es especialmente feroz. Quizá porque aquí se ha normalizado la idea de que cualquier declaración, por el simple hecho de haberse pronunciado, pertenece al dominio público. Da igual quién preguntó, cómo preguntó, por qué preguntó. Lo que importa es el titular. Y si ese titular puede ser inflado, dramatizado, convertido en carnaza emocional, mejor aún. A veces el protagonista dice algo sensato, incluso anodino. Basta con un matiz, con una entonación, para que alguien lo recorte, lo titule como una «rajada», lo presente como una «bomba». La prensa deportiva ha hecho de esta exageración una retórica propia. Pero una cosa es exagerar y otra muy distinta es usurpar.
En Jot Down Sport preferimos una aproximación distinta. No corremos tras la inmediatez, ni buscamos la frase encendida. Nos interesa la conversación, la historia, la complejidad del personaje. No siempre se logra, pero cuando sucede hay algo hermoso en ello. Por eso duele ver cómo ese trabajo se convierte en materia prima para otros medios, que ni preguntaron ni escucharon. Duele, sobre todo, comprobar la eficacia con la que consiguen que su versión —más corta, más superficial, más orientada al clic— sea la que domine en Discover. La que se convierte en la noticia. La que obtiene reconocimiento.
Los manuales de estilo han sido sustituidos por hojas de cálculo y plugins de SEO. Ya no se debate sobre el rigor, sino sobre la conveniencia. Y lo conveniente, se dice, es ser rápido, ser breve, ser viral. En ese contexto, los medios que aún aspiran a hacer periodismo son tratados como si estuvieran jugando con reglas antiguas. Como si no hubieran entendido que hoy el contenido no se firma: se embosca. Que las ideas no se atribuyen: se disuelven. Que lo importante no es decir algo nuevo, sino repetir lo que ya funciona.
Sería ingenuo pensar que esto va a cambiar. El ecosistema digital favorece la reproducción, no la creación. Premia al que copia rápido, no al que piensa despacio. Cualquier intento de reclamar la autoría choca con la realidad: el lector medio no distingue entre el original y la réplica. Y las herramientas legales, cuando existen, son lentas, caras e ineficaces. En el fondo, lo que se está discutiendo aquí no es solo un problema de plagio, sino una cuestión de modelo. ¿Para qué hacer periodismo si el periodismo es inmediatamente borrado por quien sabe optimizarlo mejor?
Puede que tengamos poco margen. Puede que nademos contracorriente. Pero seguiremos haciendo las cosas a nuestra manera. Porque creemos que preguntar bien sigue teniendo sentido. Porque escuchar merece más que un refrito. Y porque, al menos de momento, no estamos dispuestos a regalar nuestras palabras a quien no ha hecho el esfuerzo de merecerlas.