Motor

Las 24h de Barcelona, desde el corazón del Team Africa Le Mans

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-Soy Marcos Castells y él es Pau Orteu… -empecé diciéndole a la chica de la entrada del parking.
-¿Público? -me preguntó, sin mirarnos.

-No, prensa -dijo Pau.

-De acuerdo…, tenéis que subir a la torre “A”, donde veréis el Press Media Centre. Ahí dais vuestros nombres y os darán las acreditaciones de prensa.
-Vale, gracias.

Fuimos con el coche a través del parking y después anduvimos hasta la torre que nos había marcado aquella chica. Nos encontrábamos en el Circuit de Barcelona-Catalunya para cubrir las 24h Series de Barcelona. Llegamos sobre las nueve y media de la mañana. Fuimos al Press Media Centre a recoger nuestros pases de prensa y bajamos donde los boxes de los equipos. Se estaba disputando la Alpine Elf Cup series. Al cabo de unos minutos, ésta finalizó y llegaron los Renault Clio; se iba a disputar la última carrera antes del inicio de las 24h. Hablamos con algunos pilotos de la Clio Cup, y decidimos ir a tomar un café.

Pasamos por los boxes. Ya estaban los equipos que iban a disputar la carrera de resistencia. Se mascaba la tensión y se respiraba un ambiente de estrés. Los mecánicos hacían algunos retoques, los jefes de equipo daban instrucciones a los pilotos y a otros miembros. Pasamos por el lado de la primera escudería española que vimos: E2P Racing. Decidimos entrar antes de desayunar. Le dijimos a un miembro del equipo que éramos de la prensa, y que nos gustaría hacer alguna fotografía y hacer algunas preguntas. Nos dijo que él no mandaba, pero que pasáramos. Vimos a un hombre viejo con la ropa de la escudería, y fui a preguntarle mientras Pau trataba de sacar alguna fotografía.

-Hola, buenas -le dije-, venimos de parte de…

-No español, please -me interrumpió.

Iba a seguir hablándole en inglés, pero me lo impidió uno de los mecánicos. Me cogió del hombro y me dijo que hablara con un tal Paco, que era él quien que gestionaba todo el equipo.

-¿Y dónde está Paco? -le pregunté al mecánico.

-El que está ahí sentado -y señaló a una mesa con tres hombres.

Cuando le quise preguntar cuál de los tres era, vi que había desaparecido. Me dirigí a la mesa. Uno de los hombres llevaba una gorra del equipo, acompañada de un polo del mismo y unos tejanos. El que estaba a su lado llevaba largas melenas y unas gafas de sol. Llevaba también un polo del equipo y unos tejanos. El último era un chico joven rapado que estaba apuntando cosas en una libreta, sudando y moviendo mucho las piernas. Iba con un pantalón de chándal negro y también un polo del equipo. Recé por no tener que hablar con aquél.

-Disculpa… -le dije al primero, el que llevaba gorra.

-Dime -me respondió alzando la vista.

-¿Es usted Paco?

-Sí, dime.

-Soy Marcos, periodista, y me preguntaba si podríamos estar tanto mi compañero como yo sacando algunas fotografías y entrevistando a los pilotos y los miembros del equipo -le dije.
Me sonrió y me dio una palmada en el hombro.

-Claro, chaval. Lo único es que no sé si te harán mucho caso… es una carrera importante para el equipo.

-No hay problema, intentaremos molestar lo menos posible.

Nos estrechamos las manos y salí del box. Pau salió unos segundos después.

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El box de E2P racing una hora antes de la salida.

-¿Qué te ha dicho? -me preguntó Pau, guardando de nuevo su cámara.

-Que podemos estar por ahí, pero que están muy ocupados.

Subimos entonces al Press Media Centre a desayunar y a observar la previa en las pantallas. Dejamos nuestras chaquetas en las taquillas, saqué mi bocadillo y me senté junto a una mesa mientras Pau iba a por los cafés. El ambiente en la sala de prensa era grisáceo, como si lloviera caspa. No había goce, aunque tampoco seriedad. No habían llegado muchos periodistas todavía, y los que sí habían llegado -unos diez- se encontraban pegados a sus ordenadores o mirando el teléfono móvil. Apenas ninguno había estado con los equipos; ni siquiera miraban las pantallas. Máquinas programadas para pintarrajear páginas, pensé.

Desayunamos, charlamos sobre la estructura del reportaje, nos bebimos el café y pusimos rumbo a los boxes. Fuimos al de Herberth Motorsport. De nuevo, le preguntamos a un mecánico si podíamos entrevistar al equipo y sacar unas fotografías. No dijo palabra, solamente se nos quedó mirando y señaló a otro hombre.

-¿Estás entendiendo algo? -le pregunté a Pau.

-Ni idea, pero vamos a ir con el señor ese que nos ha señalado -me dijo; los dos seguíamos mirando al mecánico.

-Supongo que será el jefe del equipo, ¿no?

-Vamos a comprobarlo.

Dejamos aquella estatua donde la habíamos encontrado y nos acercamos al hombre que nos estaba señalando. Resultó que sí era el jefe del equipo. Le hicimos las mismas preguntas que al resto y nos dijo que no querían prensa, ya que era una carrera muy importante para ellos y no querían ninguna distracción.

Seguimos pasando por los boxes, contagiándonos del ambiente eufórico de los equipos. En la escudería Red Camel es donde más estrés se palpaba. Mientras pasaba, vi como uno de los mecánicos empezaba a vomitar de los nervios. El vómito era de un estómago vacío, propio de una persona estresada, y es que muchos equipos se lo jugaban todo con esta carrera. Esto era las 24h Series, y muchos de los equipos aspiraban a competir en el Campeonato Mundial de Resistencia, una categoría superior a la que se narra en este texto. En el Campeonato Mundial, los equipos corren en Le Mans, el circuito con más prestigio dentro de las carreras de este estilo.

Unas semanas antes había contactado Pau con el Team Africa Le Mans, el único equipo no-europeo que competía en las carreras de resistencia, en el que, según vimos, todos los que participaban eran voluntarios, y los beneficios de la escudería estaban destinados a organizaciones que luchan contra la caza furtiva en Sudáfrica. Nosotros estábamos ahí para encontrar la Esencia de la Competición, y creímos que los sudafricanos nos podían dar una gran historia. Decidimos ir a su box. Había en él un ambiente exultante, aunque se notaba un fuerte estrés. Era una preciosa mezcla de tensión, orgullo y euforia.

A pocos minutos de iniciarse la carrera, los sudafricanos tuvieron que llevar el coche -un Ginetta- de nuevo al box, debido a algún error que les impedía competir. El jefe de los mecánicos, Cameron, se encontraba junto a sus compañeros haciendo lo que creían que iban a ser unas reparaciones rápidas. Empezaba la carrera el piloto neerlandés Jeroen Bleekemolen, que había competido en la Fórmula 3 y en la prestigiosa competición de turismos DTM, con el equipo de Opel. Los mecánicos hicieron salir del coche a Jeroen, que, con un rostro serio y con los nervios a flor de piel, tuvo que quitarse el mono y el casco a la espera de poder competir en la carrera.

En el equipo corría también Cristoforo Pirro, el hijo de la leyenda del automovilismo Emanuele Pirro, cinco veces campeón de Le Mans. Todavía no le tocaba competir. Pau quiso hablar con Cameron -el mecánico-, pero este estaba demasiado ocupado luchando por hacer correr el coche. Se acercó a Cristoforo:

-Soy de la prensa y estamos siguiendo los esfuerzos del Team Africa Le Mans durante esta carrera -le dijo Pau-, ¿hay algún problema con el coche?

-Hemos tenido un pequeño problema -dijo Cristoforo. Ambos se alejaron de la zona de trabajo para no molestar a los mecánicos-, ahora mismo no sé exactamente qué es pero intentaremos llegar a tiempo para la salida de la carrera. Serán solo unos minutos.

-De acuerdo, muchas gracias.

Quedaban tres minutos para las doce, y Cameron y su equipo no estaban consiguiendo que el coche arrancara. De todas formas, le dijeron a Jeroen -el primer piloto- que se preparara, que no les quedaba demasiado para tenerlo todo a punto. Me acerqué a Jeroen para saber con exactitud qué había pasado. Cuando me acerqué, su rostro pasó de denotar estrés y preocupación, a mostrar una sonrisa y una simpatía propia de un amigo.

-He visto que habéis tenido un problema con el coche -le dije a Jeroen-, ¿qué ha pasado exactamente? ¿Podréis comenzar la carrera?

-Bien -me respondió Jeroen-. Como puedes ver, no la empezaremos a tiempo…

Jeroen rio ante la situación. Puede que por estrés, puede que por resignación. Yo le devolví una sonrisa. Él siguió explicando:

-… Pero sí que correremos. Supongo que tardaremos unos diez minutos. Si te soy sincero, no lo sé, no tengo mucha idea de coches… creo que es algo relacionado con el motor. Gracias por preguntar, estoy un poco nervioso.

-Una lástima… sí -le dije. Él me dio una leve palmada en el hombro.

-Pues sí -me dijo, encogiéndose de hombros.

-Bien, no te molesto más. Solamente quiero desearte mucha suerte, luego podemos seguir hablando.

-¡Claro! Yo estoy encantado de participar. Muchas gracias.

Jeroen se alejó para hablar con el jefe de equipo, Greg Mills. Ya habían pasado prácticamente diez minutos desde el inicio de la carrera. Había algunos técnicos que se empezaban a desesperar. Vi que Cameron, el jefe de mecánicos, estaba dando instrucciones a uno de los técnicos. Me acerqué.

-¿Sabemos alguna cosa? -le pregunté- ¿El coche arrancará pronto?

-Sí… -me dijo, rascándose preocupadamente la cabeza; estaba estresado-, es la tapa de combustible. Mi compañero está acabando de arreglarla.

-Entiendo…

-En cuanto acabemos podremos empezar a tantear el coche.

Tras unos minutos, el coche arrancó. Iban unas cinco vueltas por detrás del penúltimo. Pau sacó algunas fotografías. El equipo celebraba la reparación, no sería la primera vez que no pueden finalizar una carrera a causa de las averías.

-Madre mía… a ver si la acabamos -dijo uno de los mecánicos, estresado, con cara de pocos amigos, mirando al techo del box.

-¡SOLO QUINCE MINUTOS! ¡Más rápido que en la Fórmula 1! -dijo otro técnico, entre risas, dándole una palmada en la espalda al primero. Ambos rieron. Había conseguido rebajar la tensión. Es importante mantener al equipo relajado durante una carrera de resistencia.

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El equipo repara el sistema de combustible bajo la atenta mirada de Cristoforo y Emanuele Pirro.

Nos dispusimos Pau y yo a salir del box; queríamos acabar de ultimar los detalles del reportaje y revisar el estado de la cámara, que era de carrete y de los años ochenta. Era una cámara preciosa, que sacaba fotografías increíbles, pero ya tenía unas cuantas décadas encima y debía ser revisada, según me contaba Pau. Yo asentía, sin entender exactamente qué significaban los términos que utilitzaba.

-Hostia, Marcos -me dijo Pau, golpeándome con afán el brazo.

-¿Qué pasa? -le pregunté, acelerando el paso. Me apetecía un cigarrillo.

-Está aquí Emanuele Pirro -me respondió. Le miré, tenía los ojos como platos y no sabía si acercarse a él.

-Vamos a hablar con él, es una leyenda viva.

Iba a encenderme un cigarrillo. Ante la situación, lo dejé en mi oreja e insistí a Pau en acercarnos.

-No… -me decía-, está ocupado, trabajando.

Lo dejé ahí y me acerqué al señor Pirro. Emanuele Pirro era un piloto italiano que había ganado cinco veces las 24h de Le Mans, tres de ellas seguidas -2000, 2001, 2002, 2006 y 2007-; también corrió algunas temporadas -1989 hasta 1991- en la Fórmula 1 con el equipo de Benetton, y ganó paralelamente en dos ocasiones el Fuji Grand Champion de 1989, un campeonato de pilotos japonés. Era, sin duda, uno de los pilotos de más prestigio de la historia del automovilismo. No podíamos quedarnos sin hablar con él. Me acerqué.

-Buenos días, señor Pirro -le dije. Se encontraba mirando el móvil. Llevaba entonces unos tejanos y una camiseta blanca. Levantó la mirada.

-Hola, buenas -dijo.

-Somos dos periodistas de aquí, Cataluña, y queríamos desearle suerte -le dije.

-Muchísima suerte, señor Pirro -añadió Pau.

-Gracias, chicos. Encantado -nos dijo con una sonrisa, y nos estrechó fuertemente la mano.

A la una del mediodía, la escudería alemana Herberth iba en cabeza, a unas cuatro vueltas de ST Racing, equipo en que corrían las dos únicas chicas del campeonato. El equipo de Paco -E2P- iba en quinta posición. Llevaban buen ritmo.

Subimos Pau y yo al Press Media Centre para poder comer algo y de paso mirar las estadísticas de la carrera. Cogí mi segundo bocadillo y Pau cogió el suyo. Nos sentamos en una mesa a primera línea del pitlane, justo encima del box de E2P Racing. La verdad es que no miramos demasiado las estadísticas. Solamente nos fijamos en el Team Africa Le Mans, que iba antepenúltimo. El maldito Jeroen es muy bueno, pensé. Seguimos mirando la carrera. El equipo de Paco parecía estar muy estresado, a pesar de ir en cuarta posición. Herberth seguía en cabeza. ST Racing iba a rebufo, no iban a dejar escapar la carrera fácilmente. Los sudafricanos habían cogido un buen ritmo, manteniendo el coche estable y a velocidad óptima para no volver a caer a las últimas posiciones.

Pau se quedó dormido sobre las dos del mediodía. La carrera no había variado mucho. Entró en boxes el coche de E2P Racing. Paco salió escopeteado hacia los mecánicos, que tenían cara de estar preocupados. Desde el Media Centre no logré escuchar lo que les decía, a pesar de los gritos de Paco. Uno de los mecánicos le discutía lo que decía, hasta el punto de que se quedaron ellos dos gritándose mientras el coche estaba parado en el pit. Paco parecía cada vez más preocupado. Imagino que el mecánico le estaba diciendo a Paco que debían meter el coche para solucionar alguna avería; Paco quería seguir la carrera. Lo intuí porque Paco ganó la discusión -él era el jefe y tenía la última palabra- y el coche salió de nuevo a la pista. Solamente perdieron una posición, que recuperaron al cabo de unas cinco vueltas.

Salí a fumar. La entrada del Press Media Centre se encontraba encima de todos los boxes. Desde ahí se veía el ambiente de los equipos. Muchos de los que iban por la media tabla estaban tranquilos; sabían que no iban a poder ganar, y sabían también que iban a acabar la carrera. No tenían por qué preocuparse… Por delante del Media Centre pasaban los espectadores que habían pagado más dinero y tenían derecho a estar por ahí. Todos los que pasaban estaban ilusionados de poder asistir. Había muchos niños. Cuando hay niños en un evento deportivo, sabes que el ambiente que se masca es de lo más sano; y más cuando los niños están contentos y con los ojos como platos. La verdad es que era precioso verlos. Antes de encenderme el cigarrillo, escuché una conversación de una familia.

-¿Te gusta, cariño? -decía la madre, que iba cogida de la mano de su hijo. El padre cogía la mano de la hija.

-¡SÍ! ¡SÍ! -respondía el niño, dando adorables saltitos. Su pequeña gorra de Ferrari votaba en su cabeza.

La madre seguía alimentando la alegría del crío con preguntas que solamente podían ser respondidas con «¡SÍ! ¡SÍ!». Me quedé un buen rato observándoles.

Me senté en las escaleras que llevaban a la zona de boxes para encenderme tranquilamente el pitillo. Había olvidado el mechero en el Media Centre. Se lo pedí al primer chico que pasaba por ahí.

-Por cierto -me dijo mirando mi pase de prensa-, ¿tú curras aquí?

-Eso intento -le dije, encendiendo el cigarrillo.

-¿Qué eres?, ¿periodista?

-Afirmativo.

-Espero que te vaya de puta madre… me acuerdo de tu cara, si te veo en algún periódico me acordaré de ti.

Nos dimos la mano, le guiñé un ojo en señal de agradecimiento y paseé por encima de los boxes.

Aquel día, 14 de septiembre del 2024, en el Circuit de Barcelona-Catalunya en Montmeló, sentí que me estaba aproximando a lo que veníamos buscando Pau y yo: la esencia de la competición. ¿Qué es competir si no el querer superar a tus rivales, al mismo tiempo que los respetas por su esfuerzo? ¿De qué vive la competición si no es de cada individuo en las gradas que siente que él mismo está compitiendo, y anima con ese ahínco? Durante aquellas 24h Series solamente me encontré a gente simpática, familias alegres, niños disfrutando, parejas gozando del rugir de los motores y del olor a gasolina que desprendía el asfalto, equipos orgullosos, equipos humildes, unidos por el competir y separados por la misma razón. Sobre todo, había pasión, mucha pasión… Quería que Pau se impregnara también de lo que había sentido yo durante los minutos del cigarrillo. Lo desperté y le dije de ir al pitlane.

Pasamos por encima de los boxes de los equipos. El ambiente estaba algo más calmado que al inicio de la carrera, ya no se palpaba tanto estrés.

-Está muy bien montado esto de los deportes -le dije a Pau, mientras mirábamos los boxes.

-¿A qué te refieres? -me respondió.

-Piénsalo… Los coches corren para los espectadores.

-Sí.

-Y los espectadores se enteran de lo que sucede gracias a los periodistas.

-Claro.

-Los coches corren para el espectador, que se entera de lo que pasa por los periodistas. Los periodistas no vivirían sin espectadores, ni sin historias que contar. Los coches no correrían si nadie les viera, necesitan ser vistos. Y los espectadores necesitan que los coches compitan y que haya alguien que pueda informarles de lo que sucede. Es un círculo perfectamente cerrado.

-Un círculo virtuoso perfecto.

Ambos reímos.

Entramos en el box del Team Africa Le Mans. Tanto Cameron como su equipo se encontraban algo más relajados. Miramos en la pantalla del box: seguían antepenúltimos. Nos acercamos al pitlane. Había un escándalo horrible. El ruido era tal que ni siquiera se podía lograr escuchar nada.

Los motores reventaban los tímpanos de todo aquel que se acercara. De todas formas, nos acercamos todavía más. Al llegar a la zona de los fotógrafos, vimos pasar el coche de los sudafricanos. Su rugido nos destrozó. Intenté decirle a Pau, a base de gritos, que volviéramos, pero no me oía. Él trataba de decirme lo mismo, pero yo no le oía tampoco. A base de gestos y gritos conseguimos entendernos y pusimos rumbo de vuelta al box. Seguíamos sin escuchar nada. Era un sonido uniforme que ocultaba todos los demás ruidos.

Anduvimos tranquilamente hacia el box de nuestros amigos sudafricanos. Vimos que se nos acercaban corriendo y chillando dos de los mecánicos de Cameron. Luego vimos que no nos gritaban a nosotros. Algo había vuelto a suceder con el Ginetta.

-¡EN CINCO MINUTOS! -gritó uno de los mecánicos, y ordenó que el coche siguiera.

No lográbamos entender gran cosa. Se notaba que no éramos más que unos novatos en aquel mundillo del motor. Nos quedamos mirando a ver qué sucedía con el coche del Team Africa. El otro mecánico me agarró del hombro:

-¡Vigilad en el pit! EL JODIDO BMW VA DEMASIADO RÁPIDO!

Y un BMW pasó a unos centímetros de mis piernas a prácticamente 50 km/h.

Volvimos a la parte trasera del pit. Me temblaban las piernas. Pau me dijo que había podido sacar alguna buena fotografía, pero en aquel momento no me importó. Había sentido miedo.

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La buena fotografía en cuestión, Jeroen sentado en el coche esperando para volver a salir.

Lo primero que pensé fue en irme a dormir, pero vi que Greg Mills -el jefe de la escudería- paseaba por ahí y quise charlar con él.

-¿Son buenas las sensaciones con el coche? -le pregunté. Mi voz todavía temblaba. Al cabo de unos segundos, cuando todo volvía a estar más tranquilo, me relajé.

-Los conductores están cómodos, pero con el tema mecánico estamos sufriendo bastante.

Me hizo sentarme en una silla plegable fuera del box. Él se sentó en otra igual a mi lado.

-Gracias -le dije al sentarme.

-¡No las des!

-¿Qué expectativas tienes para el equipo en esta carrera?

-¡Buf! Hemos empezado bastante tarde…-dijo, después se giró y gritó a un mecánico- unos veinte minutos, ¿no?

El mecánico se giró, confundido, y le preguntó qué estaba diciendo.

-¿Cuán tarde hemos empezado la carrera? -volvió a preguntar Greg.

-Diecisiete minutos -le dijo el mecánico, mirando el reloj. No entendí muy bien por qué razón miró el reloj si la carrera ya estaba empezada.

-Pues eso -siguió Greg-, diecisiete minutos.

El mecánico fue con Cameron.

-¿Cuál es el objetivo como equipo? -le pregunté a Greg.

-Bien… somos un equipo de voluntarios… ¡no!, de amigos, que se han juntado desde todos los rincones del mundo. Lo que nos gustaría ahora es que las próximas casi veintidós horas podamos coger buen ritmo y, sobre todo, poder acabar la carrera -respondió, con una amplia y fraternal sonrisa.

-¿A qué te refieres con que todos sois voluntarios?

-Pues que nos hemos juntado unos cuantos amigos de muchas, muchas partes del mundo -abrió sus brazos como para mostrar que venían de muchos sitios-, y queremos representar el espíritu de Sudáfrica. Más allá de que tenemos compañeros de Polonia, Italia, los Países Bajos…, creo que el «alma» del equipo se encuentra en la voluntad y los deseos de todos los que lo forman.

-Entiendo. Entonces, ¿qué hacéis con el dinero de los patrocinios y los beneficios de la escudería?

-Lo destinamos todo a organizaciones benéficas que luchan contra la caza furtiva en Sudáfrica. Tenemos diversos patrocinadores, pero el que reivindicamos es el que lucha contra la caza furtiva… este en concreto lucha contra la caza del pangolín.

Volvió entonces uno de los mecánicos al grito de «¡Greg!».

-¡Un segundo! -gritó Greg, luego se volvió a dirigir a mí-, pero eso no es lo único que nos define. También representamos la lucha, la competición, la fraternidad entre los miembros del equipo. Somos muchos los que dedicamos nuestro tiempo y energía… La imagen que queremos darle al mundo es la de la fuerza de un equipo unido y con ilusión. No es simplemente conducir un coche… ¿sabes?

Fui a responderle, más volvió el mecánico de hacía unos instantes, y le pidió a Greg que por favor fuese a donde estaban ellos.

-Lo siento -me dijo Greg, con una sonrisa-, me reclaman.

-Tranquilo -respondí. Greg me puso la mano sobre el hombro-, muchísimas gracias. Mi compañero Pau y yo estaremos por aquí.

-¡Gracias a vosotros!, ¡después hablamos!

Greg se fue a toda prisa a donde le reclamaban. Iba a comentarle a Pau la conversación que acababa de tener con el jefe de la escudería. Me sorprendió su amabilidad, su franqueza y su cercanía al conversar conmigo. Vi que Pau estaba teniendo una conversación con Cameron. Decidí acercarme, pero justo recibí una llamada de un amigo mío y de Pau, llamado Jordi. Jordi iba a venir con otro amigo, Guillem, a vernos mientras cubríamos la carrera. Decidí responder.

Mientras yo atendía la llamada, Pau se encontraba junto a Cameron en el box:

-¿Cómo supisteis de nosotros? -le preguntó Cameron- ¿Por qué os interesa nuestro equipo en concreto?

-Al principio fue pura casualidad -respondió Pau-, miré la lista de participantes para saber qué equipos competían y vi que había un equipo sudafricano, cosa que me sorprendió porque la mayoría de equipos son europeos.

-Entiendo.

-Seguí investigando un poco más y vi que erais un equipo de voluntarios y tanto a mí como a mi compañero Marcos nos pareció que esto era precisamente la esencia de este deporte. Nos parece una muy buena historia y la queríamos compartir con el mundo.

-Muchas gracias, de verdad -Respondió Cameron. Según me comentaba Pau, Cameron se sonrojaba cada vez que elogiaban su trabajo o a su equipo.

-Por cierto -continuó Pau-, ¿cuál es exactamente tu función dentro del equipo?

-Yo soy el car controller. Ya sabes, el chupachup.

Ambos rieron.

-Habéis tenido un problema técnico justo antes de comenzar la carrera. Por el olor me ha parecido una fuga de combustible, ¿qué era realmente?

-Resulta que en el tanque de combustible tenemos unos bloques de espuma que previenen el sloshing1, y la espuma estaba bloqueando la entrada del combustible, así que el combustible no llegaba al motor. Al final lo hemos conseguido quitar y hemos podido salir -explicó, sonriendo.

-Muchas gracias por tu tiempo, Cameron, estaremos por aquí a menudo, pronto te vendré a preguntar más cosas -acabó Pau.

De mientras, yo había acabado de hablar con Jordi, y fui hacia el box para avisar a Pau de que ambos estaban de camino. Me topé con Jeroen Bleekemolen, que acababa de salir del coche para que entrara Emanuele Pirro.

-Hola, Jeroen -le dije, guardando mi móvil en el bolsillo-, soy Marcos, el periodista de antes.

-Sí, sí, me acuerdo -me sonrió y me estrechó la mano.

-¿Qué tal son las sensaciones de la carrera? ¿Estás cómodo?

-Sí… el coche es muy cómodo, la verdad. El único problema lo hemos tenido con el no-sé-qué de la gasolina, según me ha dicho Cameron.

-Sí.

-Es decir, hemos perdido bastante tiempo. Ahora bien, al menos he conseguido recuperar las seis vueltas y adelantar a un par -y me guiñó un ojo y rió. Yo también me reí. La verdad es que fue espectacular lo que hizo.

-¿Y qué expectativas tienes como piloto y como equipo?

-Las únicas expectativas aquí son como equipo y, como hemos perdido, lo mejor que podemos hacer es acabar la carrera… ¿sabes? Aquí participan coches muy rápidos y pilotos muy jóvenes… A mí me gusta coger mucha velocidad.

-Entiendo… sí, ya te he visto que intentas pisarle los talones al que tienes delante sea el coche que sea.

Ambos reímos. Jeroen se encogió de hombros y respondió:

-¡Hombre! Eso se llama competir.

-Pues sí -le dije.

-Por cierto… -me dijo, señalándome como tratando de decir mi nombre.

-Marcos.

-Marcos, hablas bien el neerlandés, ¿de dónde eres?

-Vivo aquí al lado de Barcelona, pero viví cinco años en Rotterdam. Ahora tengo el idioma algo oxidado…

-Lo hablas perfecto, no te preocupes.

-¿Tú de dónde eres?

-De Haarlem.

Pusimos rumbo al box. Los mecánicos estaban, de nuevo, estresados y con cara de preocupación.

-¿Sentías que al coche le pasara algo? -le pregunté- Como veo a todos los mecánicos otra vez preocupados…

-Sí… que yo sepa, el coche va perfectamente. Es lo único que te sé decir, no conozco los tecnicismos. Pero sí, el coche se sentía bien. Sé que han abierto el tanque de gasolina… bien, en realidad, no lo sé. Supongo que han abierto el tanque de gasolina para asegurarse de que no había nada bloqueado. No sé si hay algo bloqueado, pero me ha dicho Cameron que la gasolina no acaba de entrar de manera fluida.

-¿Y eso qué comporta?

-Que la gasolina entra de forma muy lenta. De momento, es el único problema que tenemos… ¡espero que sea el último!

No fue ni por asomo el único problema que tuvieron. Vi a lo lejos que Pau ya salía del box.

-¡Perfecto, Jeroen! Nos vamos viendo por aquí, que supongo que tendrás faena.

-No te preocupes… si quieres alguna cosa, comida, cerveza, un refresco… que sepas que puedes coger lo que quieras.

Y Jeroen marchó al box y se sentó en una silla, al lado de Cristoforo Pirro y de Greg Mills. Pau y yo subimos al Media Centre a esperar la inminente llegada de Jordi y Guillem. Yo sentía que todo mi cuerpo estaba agotado, como si todos los coches de la carrera me hubiesen atropellado y arrastrado por el asfalto. A Pau se le veía más fresco.

-¿Vas bien? -le pregunté a Pau, una vez nos habíamos sentado delante de las pantallas.

-Como nunca -me respondió.

Nos pusimos a mirar las pantallas. La clasificación seguía igual, y siguió igual durante prácticamente media hora. A unos diez minutos para las tres de la tarde, vimos que el KTM de Christian Loimayr había tenido un choque con el rival de delante. Estaba entrando a boxes. Pau se levantó corriendo para poder sacar alguna fotografía y yo fui tras él caminando. Me resultó extraño que chocara precisamente él, ya que llevaba una carrera muy estable, siguiendo un buen ritmo sin tomar demasiados riesgos.

Pau barrió a todo aquel que se le pusiera delante. Yo también me apartaría si se me acerca un tío de más de metro ochenta corriendo con la mirada fija en un sitio muy específico. Yo, que no iba corriendo ni soy alto, debía ceñirme a apartar a las personas a base de empujones. No podía permitirme el lujo de que se apartaran de mí.

Cuando llegué al box de Razoon Racing, vi que el piloto que había tenido el accidente había incluso salido del coche. Esto era grave. El piloto era un austríaco, grande y con cara de pocos amigos; parecía que la fisionomía de su rostro ya estaba determinada a ser incapaz de sonreír. De todas formas, me acerqué a él; mi curiosidad ya era demasiado grande como para tener miedo de aquel hombre. Saqué la grabadora, esperé pacientemente a que el austríaco insultara a una de las chicas que les acompañaban, y entonces me acerqué:

-Muy buenas… -dije-, ¿qué ha pasado con el coche? Llevábais buen ritmo.

-Pues que me he dado un golpe -me dijo, sin mirarme, con un inglés agresivo y seco.

-Ya… me refiero a la causa. ¿Ha sido algo técnico, algún contrincante, una mala curva…?

Su rostro pareció relajarse. Incluso me miró al responder:

-Un Porsche que he intentado adelantar me ha cerrado… lo he esquivado… lo he intentado volver a adelantar. Pero me ha cortado y le he dado por detrás -me respondió. Gesticulaba mucho al hablar, y acompañaba las gesticulaciones con bruscos movimientos de la cabeza y del cuerpo. Era como ver un gran robot hablando inglés con un marcado acento alemán.

-¿Tiene solución? ¿El equipo le podrá poner remedio?

-Eso espero… sí, eso espero. El caso es que hemos perdido mucho tiempo. Adiós.

Y se fue rápidamente hacia el coche, apartando a las chicas y metiéndole prisa a uno de los mecánicos.

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El box de Razoon Racing después del choque.

Eran prácticamente las tres de la tarde. Pau y yo llevábamos unas seis horas rodeados de estímulos y estábamos impregnados de las sensaciones de la carrera. Nos sentíamos eufóricos, nerviosos, a la vez que agotados. Necesitábamos descansar unos minutos. Aprovechamos que Jordi y Guillem estaban llegando al circuito y decidimos dejar nuestras pertenencias -la cámara y la grabadora- en nuestras respectivas taquillas en el Press Media Centre con tal de tomar una cerveza con ellos. Subimos las escaleras, abrimos las taquillas, dejamos nuestras cosas, cogimos las carteras y fuimos a la entrada del circuito a esperar la llegada de nuestros amigos.

-¿Cómo lo llevas? -le pregunté a Pau.

-De momento, perfecto, me lo estoy pasando genial -me respondió.

Llamé a Jordi, y me dijo que estaban cruzando el parking; su llegada era inminente. Por suerte para nosotros, nos habíamos situado en la parte de atrás del circuito, de manera que el rugir de los motores se escuchaba como un mero aleteo de moscas. Encendí un cigarrillo mientras Pau trataba de localizar a Jordi y Guillem. Me dispuse a observar el ambiente. En la parte trasera del circuito, es decir, donde se encuentran las entradas a las gradas, el ambiente era más de preocupación y no tanto de pasión. Las familias estaban agobiadas porque no encontraban la puerta por la que debían acceder, o bien se estaban yendo, por el cansancio y el hambre de los niños. Había más familias del segundo tipo. Se veía que los padres no deseaban irse, pero si el niño necesita dormir y alimentarse, entonces se debe obedecer.

-Parece mentira que no lleguen -rugía Pau.

-Son tíos muy calmados -le dije.

Volvió a llamar.

-¡Jordi! -chilló Pau al teléfono- ¿Dónde estáis? Llevamos ya diez minutos esperándoos… sí.

Habíais… sí… déjame acabar… habéis dicho hace rato que ya habíais llegado.

-Sí, ya estamos, ya -oí decir a Jordi tras el teléfono.

Tras un par de minutos más, vimos cómo por fin se acercaban a nosotros. Jordi era bajito, con el pelo corto y rizado; Guillem era alto, con el pelo largo y liso.

-Ya era hora -les dije.

-El tío este camina muy muy lento -me dijo Guillem.

Les dimos una breve vuelta por el circuito. Pasamos a la zona VIP a disfrutar un rato de la carrera. Los sudafricanos habían conseguido volver a coger un buen ritmo. Iban quintos por la cola en la competición general, y en cuarta posición de siete en su categoría. No estaba nada mal. Después paseamos un rato por las gradas del área norte. Daba gusto ver la carrera desde ahí. A diferencia del resto del circuito, la grada del área norte estaba a rebosar de gente. Había parejas de jóvenes y ancianos, familias, grupos de amigos… Se notaba la tensión. La mayoría de los que asistían apoyaban al equipo E2P Racing, pues era el único equipo español que competía. Paco estaría orgulloso de ver aquellas gradas.

Tras unos veinte minutos en el área norte, decidimos bajar a la zona de los bares. A Jordi y a mí nos apetecía una cerveza, y todos queríamos comer alguna cosa. Resultaba extraño pensar que Pau y yo «vivíamos» en el circuito. A pesar de que eran solamente 24 horas, cuando estas 24 horas son del tirón, es decir, que no las asimilas como se suele asimilar un día cualquiera a causa del no dormir y de la actividad constante, se siente uno como si realmente viviera en el circuito y conviviera con todas las personas que en éste se encontraban. Las seis o siete horas que llevábamos ahí metidos se sentían como un día entero. Pau y yo habíamos comido unos bocadillos hacía poco rato, pero como el horario ya no existía, volvimos a comer. La cuestión era no pasar ni hambre ni sed, lo demás no importaba.

-¿Te apetece una birra? -le pregunté a Jordi.

-Sí -me dijo-, ya me dirás cuánto te debo.

-Venga.

Me dirigí al foodtruck y esperé pacientemente a que el hombre de delante hubiera pedido su hamburguesa con extra de queso junto con una lata de Red Bull. Pagó en efectivo. Era mi turno:

-¡Buenas! -empezó diciendo la mujer- ¿Qué quieres que te ponga?

-Hola, buenas… pues… dos cervezas.

-¿Sin alcohol?

-No, con alcohol. Cervezas normales.

-Lo siento… no tenemos cervezas con alcohol.

-¿Cómo que no tenéis cerveza normal?

-Es una ley del gobierno, no se permite la venta de alcohol en competiciones deportivas.

-¿Qué gracia tiene entonces el deporte?

-¿Quieres las cervezas sin alcohol o no?

-Ahora vuelvo, voy a preguntar qué es lo que quieren entonces.

-Vale.

La simpatía con la que me había empezado a atender aquella mujer se desvaneció en cuanto abrí la boca. Volví a la mesa. Estaban todos riendo. Pau y Guillem tenían su propia cantimplora de agua. Yo tenía en la taquilla una botella de plástico que daba asco de solamente verla, que iba rellenando con café. Jordi solamente tenía un bocadillo.

-Jordi -empecé-, no tienen cerveza normal, sólo sin alcohol.

-¿Qué dices? ¿Por qué?

-Por lo visto es una ley.

-Pues píllala sin alcohol, a mí me la suda.

Volví a la cola. Una señora y sus dos hijas habían pedido unas patatas fritas con bacon, tres bocadillos de panceta con queso y tres latas de Red Bull. Me sorprendió que se dejara consumir aquello y no una cerveza. Volvía a ser mi turno.

-¿Te has decidido? -me dijo la mujer.

-Sí. Dos sin alcohol.

-¿Tienes vasos?

-No.

-Pues entonces son dos euros más.

-¿En serio?

-Si después devuelves los vasos, te devolvemos los dos euros.

-De acuerdo.

-Serán nueve euros en total.

-En efectivo.

Me sirvió los dos vasos de plástico con cerveza sin alcohol y me volví a dirigir a la mesa con Pau, Jordi y Guillem. Estaban los tres comiéndose sus bocadillos. Yo abrí el mío y empecé a comerlo también. Miré la gran pantalla que había en el circuito. E2P Racing se había puesto en tercera posición. Paco debía estar eufórico. Los de Team Africa Le Mans estaban estables, seguían a buen ritmo y parecía que no tenían ningún problema más con el coche. Deseé que así siguiera. Lo comentamos con Pau; ambos estábamos prácticamente rezando por los del equipo sudafricano.

-Una pregunta -dijo Jordi-, ¿esto cómo funciona? ¿Es como la Fórmula 1?

-No exactamente -le dije.

-¿Y cómo va? Porque 24 horas son muchas horas. ¿Es simplemente que todos corren contra todos y haber quién acaba primero?

-Bien, más o menos. Mejor pregúntaselo a Pau, que te lo sabrá decir mejor.

Jordi se cambió de silla con tal de estar más cerca de Pau y que le explicara cómo funcionaba la competición. Yo charlé un rato con Guillem sobre temas que no tenían nada que ver con la carrera.

-Dime más o menos cómo funciona -prosiguió Jordi-, que hay coches que llevan casi cincuenta vueltas de ventaja, otros que se están media hora parados… ni siquiera corren con coches parecidos, son todos de gamas muy diferentes.

-Verás… El formato no es exactamente como en la Fórmula 1. Aquí no es simplemente ganar, acabar primero. El gran logro aquí es acabar la carrera. Son 24 horas, hay muchos factores en juego.

-Sí… pero entonces, ¿por qué los coches son de gamas tan diferentes? No lo entiendo.

-En todas las carreras de resistencia corren, a la vez, varios tipos de coches. En todas hay diferentes categorías.

-Ah… es por eso que ninguno va por la misma vuelta, ¿no?

-Exacto…

-Vale, vale.

-En esta, por ejemplo, hay tres categorías: los GT3, que son los más rápidos y normalmente los llevan las escuderías con más dinero; los GT4, que son también de gama alta, aunque algo más baja que los GT3; y los GTX, que son los más minoritarios y corren con unos coches especiales KTM. ¿Entiendes?

-Vale… sí. Creo que entiendo.

-El equipo que estamos siguiendo, por ejemplo, va quinto por la cola, ¿lo ves? -y señaló en la clasificación al Team Africa Le Mans.

-Sí.

-Pero en su categoría van cuartos, de un total de siete. Ellos no aspiran a ganar la carrera, aspiran a, principalmente, acabarla e intentar quedar lo más arriba posible en su propia categoría.

-Ah, hostia, pues mola. Hay pequeñas competiciones dentro de la misma.

-Exacto.

-Los que os gustan a vosotros, los sudafricanos, ¿qué coche llevan?

-Un Ginetta. Ese que es amarillo y verde -y Pau señaló a la pantalla, esperando a que enfocaran el coche, es decir que estuvo unos veinte segundos señalando la pantalla-, ¡Ese!

-Vale, vale, pues ya seguiré sólo a ese -y soltó entonces Jordi una pequeña risa, como confirmando su propia idea.

Nos acabamos las cervezas sin alcohol -me quejé a cada sorbo-, finalizamos nuestros bocadillos y volvimos a las gradas del área norte a seguir disfrutando de la carrera.

Estuvimos media hora en la grada. Durante ese tiempo, el Team Africa Le Mans tuvo que parar en boxes cuatro veces. Algo pintaba mal. No nos acercamos en todo ese rato porque parecía que se iba solucionando, pero llegadas las cinco de la tarde, vimos que Emanuele Pirro -el que llevaba el coche en aquel momento- había salido del vehículo mientras los mecánicos lo metían en el garage. Pau y yo nos preocupamos como si el problema fuera nuestro. Se había convertido en algo personal, nuestra relación con el equipo sudafricano. Les dijimos a Jordi y Guillem que teníamos que ir hacia el box, que volveríamos en cuanto supiéramos algo. Asintieron y siguieron mirando la carrera.

Pau salió escopeteado hacia el box con tal de poder sacar buenas fotografías. Yo le di mi cigarrillo a Jordi y fui andando hacia ahí. No había necesidad de que yo llegara tan pronto; cuando hay algún tipo de problema, los equipos se muestran reacios a comentarlo con un periodista. Ya había tenido hacía unas horas un problema con el equipo de la escudería Razoon (Austria). Yo pasaba por ahí para encenderme un cigarrillo, y desde el Media Centre observé que su coche había tenido una avería importante. Cumpliendo con mi labor como periodista, me acerqué a una de las chicas que trabajaba ahí para preguntarle qué les había pasado.

-Verás… -empezó diciendo la chica-, no te podemos…

-¡ME CAGO EN DIOS! -gritó alguien desde dentro. Me asomé al garaje. Era el piloto que acababa de tener la avería. Salió del box, agarró una cantimplora de aluminio y me la lanzó con la peor de las intenciones. Me tocó el brazo.

-¡Lo siento! -me dijo la chica.

-FUERA. VETE DE AQUÍ -reiteró el piloto.

Esa fue la mala experiencia, y así aprendí que el reportero debe llegar siempre cuando el problema ya se ha enfriado. Es una cuestión de integridad física.

No podía suceder lo mismo con mis amigos de Sudáfrica, por lo que fui andando tranquilamente observando el ambiente. De tanto observar, me olvidé por completo de mirar al frente, y choqué con una animadora, o modelo, o grid girl oficial de a saber qué equipo; probablemente de algún GT3. La chica casi cae al suelo; llevaba unos tacones demasiado altos y finos como para soportar todo mi peso. Me insultó un par de veces en un idioma que no entendí y se fue elegante con sus tacones de aguja y su apretado vestido azul.

Al fin, llegué al box del Team Africa Le Mans. Había un ambiente de preocupación. Los mecánicos estaban trabajando al máximo para arreglar el problema del coche. Pau sacaba fotografías mientras recibía instrucciones de Cameron. Entonces vi cómo Pau apartaba restos de goma del box con tal de que no molestaran al equipo.

Observé al señor Pirro hablando con su hijo, Cristoforo. Charlaron unos minutos en italiano, después, Cristoforo se sentó en una silla al lado de Greg, el jefe de equipo, y se dispuso a discutir con él. Greg estaba relajado.

Me acerqué a Emanuele Pirro. Estaba de pie mirando a la distancia a los mecánicos.

-Buenas, señor Pirro -le dije.

-Oh, hola, ¿qué tal? -me respondió, escondiendo su preocupación tras una sonrisa.

-Hace rato que el coche no puede aguantar más de una hora en el circuito, ¿qué es lo que ha pasado?

-Una rueda ha derrapado y con ella todo el coche -me respondió, encogiéndose de hombros-, a ver qué podemos hacer.

-¿Pero tiene solución?, ¿podrás salir a la pista pronto?

-No… sí. Todo bien, todo va bien. No tenemos por qué preocuparnos. Muchas gracias -y se dirigió a Cameron.

El señor Pirro sonaba sincero. Decidí creerle, a pesar de que las caras de su equipo indicaban lo contrario. Paseé unos momentos por el box: la esposa de Greg me ofreció hamburguesas y cerveza -de verdad, con alcohol-, que muy agradecido rechacé. Había comido demasiado las últimas horas, no podía permitirme aquellas hamburguesas gigantes llenas de queso y salsas. La verdad es que se veían deliciosas. En la barbacoa también se estaban cocinando grandes piezas de cordero, y en los platos había ensaladas y otros acompañamientos. En las escuderías más grandes habían contratado grandes caterings, que servían platos de comida diminutos y artísticos. Nuestros amigos tenían hamburguesas y carne. Vi su pasión por el deporte gracias a la comida. La cuestión es que nadie pasara hambre, y que se alimentaran con comida preparada especialmente para ellos. Era personal, fraternal, que la esposa del jefe del equipo se preocupara por alimentarlos. La comida sabe mejor cuando sabes que te la hacen especialmente a ti, en una señal de respeto y preocupación. Dudo que los caterings del resto del equipo sirvieran mala comida, mas no era comida fraternal, sino que era empresarial, como un trámite necesario para el bienestar de los trabajadores, y no como una muestra de cariño hacia un compañero.

El Team Africa Le Mans había perdido una sola posición de categoría; todavía tenían algo que decir. El coche finalmente salió. Esta vez lo llevaba Jeroen. Él fue el que más horas acabó corriendo de toda la carrera.

Me llamó Guillem para decirme que iban a Montmeló -municipio- a por unos kebabs, que estarían de vuelta en un par de horas. Faltaban entonces unos quince minutos para las siete. Volvían justo para cenar los cuatro, pensé. Le dije a Pau de ir al Media Centre a organizar las grabaciones y a descansar unos minutos. Accedió.

Subimos al Press Media Centre, nos sentamos de nuevo encima del pit de E2P Racing y observamos la carrera por las pantallas. El equipo de Paco había bajado una posición. El Team Africa Le Mans seguía quinto de siete en su categoría, y cuarto por la cola en la competición general. Organicé algunas de las notas que había estado tomando, cogí un refresco de mi taquilla e intenté relajarme. Pau comprobó que su cámara siguiera en buen estado y fue a por un café.

-Este café es mágico -me dijo Pau al volver.

-¿Qué dices? -le respondí, desconcertado.

-No importa cuánto tiempo lo tengas, nunca se enfría. Es totalmente mágico.

-Será verdad.

Los minutos se convirtieron en una hora. Seguía lloviendo caspa en el Press Media Centre. El cansancio nos abrazaba. La carrera seguía igual que cuando habíamos subido. Algunos zombies de la escritura se iban. Paco salió del box para gritar no-sé-qué a un mecánico. Nuestros amigos habían conseguido recortar un par de vueltas a los que iban una posición por encima de ellos en la categoría. Seguro que Cameron y Greg estaban orgullosos. Caminé por la sala de prensa para estirar las piernas. Pau y yo estábamos casi completamente solos. Salí a fumar y a que me diera el aire. Vi de nuevo vomitar a alguien de la escudería Red Camel. Si la comida fuera casera no pasaría esto, pensé. Empezó a anochecer.

Llamé a Jordi. Me estaba empezando a entrar hambre y necesitaba estirar las piernas en algún sitio alejado del ruido de los motores. Me dijo que llegaban al circuito en unos cinco minutos. Le dije a Pau que preparara sus cosas, que íbamos a cenar. Él no tenía cosas a preparar, por lo que preparé las mías. Cogí otro de mis bocadillos, me puse una cazadora estilo baseball y salí. Pau se puso también un abrigo. Bajamos por las escaleras laterales del circuito. Había más gente de la esperada. Muchísimos cuerpos subiendo y bajando escaleras. Muchísimos gritos y risas que se intercalaban unas con otras. Conseguimos zafarnos de la multitud y llegamos a la parte trasera del circuito. Pau salió rápidamente por la puerta a mi derecha. Yo me dispuse a salir.

-¿Volverás? -me preguntó un segurata.

-Sólo si tú me lo pides -le respondí, con un tono melancólico.

-¿Qué? Digo que si vuelves más te vale tener la entrada de los dos días.

-Soy de la prensa.

-Déjame ver tu acreditación.

Se la mostré.

-Vale, pasa.

Salí. Estaba Pau esperándome de brazos cruzados. Hacía frío. El verano ya acababa.

-¿Por qué has tardado tanto? -me preguntó Pau.

-A saber.

-¿Dónde están esos?

-A saber.

-Los voy a llamar.

Les llamó. Por lo visto Jordi y Guillem estaban a unos cien metros de nosotros. Fuimos hacia ellos. Pasamos por un agujero entre unos arbustos con tal de salir rápidamente del circuito e ir a cenar. Resultó que la puerta estaba a diez metros; no hacía falta cruzar por el agujero. Salí de entre los arbustos sucio y con un leve arañazo en la cara. ¿Por qué tanta prisa?, pensé. Jordi y Guillem estaban esperándonos fuera, y nos dijeron que querían ir a cenar al Viena, un restaurante de autoservicio. A mí no me importaba dónde cenar; tenía mi propia cena. Pau, Jordi y Guillem no tenían nada. Cruzamos un par de calles y llegamos al restaurante. Nos sentamos en la terraza; había bastante gente. Di por hecho que venían del circuito. Cabía más gente en el circuito que en la propia ciudad, o al menos eso me parecía.

Pau entró para comprarse algo de cenar. Guillem le acompañó.

-¿Puedo dejaros aquí la cámara? -preguntó Pau.

-Claro, déjala -le dijo Jordi.

-La mesa está muy guarra.

-Me la cuelgo del cuello y no le pasa nada.

-No me fío un pelo de cómo trataréis la cámara.

-Relájate, coño, que no le va a pasar nada.

Finalmente se la llevó. Me comí medio bocadillo, y dejé la otra mitad para acompañar a Pau. Jordi había traído un par de cervezas -de verdad- de una tiendecita en Montmeló. Vi a Guillem y a Pau charlar en la cola. Había tal cola que si no supiéramos que era un restaurante, parecería que estábamos en un comedor social durante la posguerra.

-¿A qué hora acaba la carrera? -me preguntó Jordi.

-A las doce del mediodía -le respondí.

-¿Y desde qué hora lleváis aquí metidos?

-Desde las nueve de la mañana.

-¿No habéis dormido?

-Desde las nueve, nada. Bueno, Pau se ha echado una siesta, pero nada del otro mundo. Pau está quince minutos menos cansado que yo.

Jordi rio levemente y se encendió un cigarrillo. Le acompañé. Seguimos charlando mientras Pau esperaba a ser atendido. Seguimos hablando de banalidades unos minutos. Entonces nos abordó un hombre, bajito y calvo, muy sonriente.

-Perdonad -empezó-, ¿tenéis un cigarro para dejarme?

-Sí -le dijo Jordi-, pero es de liar.

-No hay problema.

Jordi le dio el tabaco. El hombre empezó a armárselo.

-¿De dónde sois vosotros? -nos preguntó, ya fumando.

-De por aquí cerca -le dije.

-Yo soy de Badalona, ¿eh?

-Ah.

-Es imposible encontrar tabaco por aquí, ¿eh?

-Ni idea, vengo preparado.

-He venido aquí con la parienta para ver la carrera, ¿eh?

-Oh.

-Ahora hemos venido para comer algo… ahí en el circuito es todo jodidamente caro, ¿eh? -Sí, supongo. Yo soy de la prensa y tampoco nos ofrecen nada. Sólo agua y café. -¿Estás aquí currando y no te dan ni agua ni comida ni café?

-Agua y café sí que nos dan.

-Ah… Pues ya os podrían dar comida, ¿eh?

-Pues sí. Llevo aquí quince horas y sólo me alimento de bocadillos.

-¡Te quejarás! -ahora parecía que estaba enfadado.

El hombre siguió fumando, mirándonos como si buscara una conversación larga y tendida. Unas cinco mesas delante de nosotros había una señora muy flaca que no paraba de mirarnos. Supuse que era la mujer del hombre que seguía sin decir nada, fumando. ¿Estaría cansado de su mujer? Quién sabe, la cuestión es que seguía ahí con nosotros.

-Vaya ruido hacen los coches, ¿eh? -preguntó, o afirmó.

-Pues sí… -dijo Jordi.

-Ya te digo -añadí.

Yo tenía demasiado sueño como para decirle amablemente que se fuera. Me limité a beber cerveza y a fumar. La terraza del Viena me había adormecido. Necesitaba estímulos para seguir despierto toda la noche y toda la mañana siguiente. Jordi siguió comentando con el hombre bajito lo ruidosos que eran los coches.

-Yo he venido mucho a ver la Fórmula 1 -decía-; mi mujer me dice siempre «Manolo, compra las entradas, que así salimos de casa». La verdad es que las entradas de la Fórmula 1 son caras, ¿eh?

-Ni idea -respondía Jordi-, no he ido a ver la Fórmula 1, pero tiene pinta de ser caro. -Los coches de Fórmula 1 también montan una ruidera que no veas, ¿eh? -Supongo.

-Yo ahora soy precavido y me pongo unos tampones para poder ver la carrera a gusto -dijo, muy convencido de su sabiduría.

Solté una pequeña risa. Nadie se inmutó. Tuve que intervenir.

-¿Unos tampones? -le pregunté, mirándole fijamente.

-Sí. Me los da mi mujer.

-Una decisión inteligente. Sin los tampones, el ruido puede llegar a ser insoportable.

-Ahí lo has dicho, chaval.

Finalmente, Manolo se dirigió a la mesa de la mujer que teníamos delante para seguir cenando. Al cabo de unos minutos, Pau llegó con un bocadillo de salchichas. Guillem se había comprado una hamburguesa. Estuvimos más o menos una hora en el restaurante. Charlamos y reímos. A Pau y a mí nos fue bien ese rato de desconexión; sentíamos que el ruido de los motores se nos había quedado incrustado en la conciencia, como si de unas migrañas se tratara. Finalmente, volvimos al circuito. Jordi fue a sentarse en algún lugar tranquilo del circuito y Guillem se fue lejos del ruido a dormir en un saco que se había traído. A pesar de ser todavía verano, la temperatura bajaba drásticamente a partir de la puesta de sol. Pobre chaval, pensé.

Dimos una vuelta por los boxes. En las carreras de resistencia suele estabilizarse el ritmo de los coches cuando anochece, y los equipos se muestran algo más relajados. No se considera necesario arriesgarse cuando se acumula el cansancio de las trece horas anteriores. La carrera se mantuvo estable en todos los sentidos -posiciones y ritmo- durante las siguientes dos horas.

Sobre las once de la noche, vimos Pau y yo a través de la pantalla que el coche del Africa Le Mans derrapaba en la grava y que volvía a su box. Pau salió del Press Media Centre como una bala, cámara en mano, y yo fui tras él caminando, con prudencia. Llegó Pau al box y sacó algunas fotografías. Yo me limité en ese momento a observar el ambiente del equipo. Greg charlaba, agobiado, con uno de los técnicos; Emanuele Pirro también se limitaba a impregnarse del estrés acaparador del box; Cameron y dos mecánicos más hacían unos ajustes en el coche. Ciertamente era una lástima, pues llevaban algunas horas -unas tres, quizás cuatro- aguantando un buen ritmo y manteniendo la posición en su categoría. Vi que Pau se acercaba a Cameron. Me puse a su lado, como tomando apuntes:

-El box está lleno de grava -decía Pau-, ¿qué ha pasado?

-El coche ha salido del circuito en la última curva. Hemos apartado los bloques de espuma y Cristoforo no se esperaba la desestabilización que provoca el sloshing en el depósito. El coche y el piloto están bien… estamos quitando la grava y hemos tenido que cambiar una correa del motor. Todo bien de momento pero el coche está hasta arriba de grava.

-Ostras… lo siento por vosotros.

-Así son las carreras… cosas que pasan.

Justo al acabar la frase, uno de los técnicos le pidió a Cameron ayuda con el coche y tuvo que irse rápidamente. Pau y yo nos quedamos un rato en el box. Las caras eran de preocupación, de estrés. El coche estaba fallando demasiado; si no era por el motor, era por el sloshing, y si tampoco era el sloshing, era por algún fallo humano. Tenía todo el equipo los nervios a flor de piel mientras Cameron y los demás técnicos solucionaban los problemas que habían surgido en el coche.

Pasaron algunos minutos y finalmente volvió a arrancar el coche. Era como un déjà vu constante el box del equipo sudafricano: los primeros veinte minutos del coche estando en la carretera se respiraba un aire tranquilo y de satisfacción; al cabo de media hora, se veía al equipo algo nervioso tras una mala curva, un repentino cambio de ritmo, etcétera; los nervios subían como la marea una noche de luna llena cuando el coche empezaba a fallar realmente; y ya era máximo cuando el piloto se veía obligado entrar al box; los nervios se mantenían fuertes mientras se reparaba lo que fuera que estuviera fallando; y cuando al fin conseguían sacar el coche a la pista, se volvía a respirar un aire tranquilo y de satisfacción. Y así constantemente.

El Team Africa Le Mans no era el único equipo que sufría constantemente, lo que les diferenciaba de los otros «sufridores» es que ellos seguían en la competición. Si alguien no sabe qué significa exactamente «competir», solamente tienen que ver una carrera de los sudafricanos, y ellos iluminarán el camino hacia su significado.

Por suerte, el coche se mantuvo algunas horas más en la carretera. Como ya dijo Greg Mills, lo importante era acabar la carrera. Por el momento no estaban solamente encaminados, sino que habían conseguido, a lo largo de la carrera, avanzar algunas posiciones en su categoría. Iban cuartos de siete.

Subimos al Press Media Centre. Empecé a redactar el presente reportaje mientras Pau atendía la carrera a través de las pantallas y el pit del E2P Racing, que se mantenía entre las cinco primeras posiciones. Paco debía estar contento, o no, quién sabe. Tanto él como sus técnicos estaban separados de los mecánicos, y no podíamos acceder a él. Me supo mal porque Paco me caía bien. Me tenía que limitar a verle a través de una ventana, observando cómo gritaba a los mecánicos y a los pilotos, en un éxtasis de pasión por su profesión.

Estuve trabajando en el reportaje una hora. Después nos limitamos a simplemente observar la carrera. El cansancio empezaba a pasar factura.

-Pau -dije.

-Dime.

-Necesito un jodido café… se me caen los ojos.

-Espérate, que voy a la máquina.

-Gracias, compañero.

Ya llevábamos demasiadas horas despiertos. Más allá de algunos bocadillos, mi cuerpo estaba lleno de tabaco y café. Pau volvió con los cafés: dos cafés largos con un poco de azúcar. Pura gasolina para nuestros agotados cuerpos.

Eran prácticamente las tres de la madrugada. Bebíamos café y trabajábamos en el texto cuando el Ginetta del Team Africa Le Mans volvía a entrar en el pitlane. Como de costumbre, Pau salió disparado. Yo le dije que iría algo más tarde, que lo mejor era seguir escribiendo. Lo cierto es que me costaba mantenerme de pie. Había alcanzado un delirio propio de los hombres que no duermen y ya no pueden controlar su cuerpo. Pau salió disparado, como he dicho, bajó las escaleras y se abrió paso a base de golpes y empujones entre los equipos. Cuando finalmente llegó al box lo que se encontró fue una escena desalentadora. Los sudafricanos no se limitaron a hacer algunos retoques en el pit, sino que metieron el coche en el garaje. Según explicaba Pau, el equipo estaba dividido en dos: unos miraban desesperados y confundidos a los segundo, los mecánicos, que se agazapaban alrededor del parachoques trasero del coche. Pau fue inmediatamente a buscar a Cameron, con quien ya había consolidado cierta confianza personal y profesional.

-He visto el coche entrando al pitlane y he venido corriendo -empezó diciendo el fotógrafo-¿qué ha pasado?

-Creemos que es la bomba de líquido diferencial, la estamos cambiando ahora mismo, a ver qué tal nos va… -respondió Cameron, fingiendo que el problema era leve.

-Vaya… pero ya tuvisteis problemas con el diferencial del mismo coche hace siete años, en Misano. ¿Tiene relación con el problema de ahora?

-Sí, algo. El problema es que este coche no ha corrido lo suficiente… no lo hemos podido probar todo lo que nos gustaría. Pero bueno, esto es una carrera de resistencia, son cosas que pasan. Probaremos a instalar otra bomba y líquido nuevo y a correr otra vez.

-Muchas gracias, Cameron. Suerte con el coche.

Mientras tanto, me conseguí levantar de la silla del Media Centre y comencé a bajar las escaleras. Me encendí un cigarrillo, tropecé por las escaleras, le di un golpe con la rodilla a un chico que subía, traté de pedir disculpas, se me resbaló el brazo de la barandilla y caí de espaldas contra el suelo. En el momento lo vi trágico, heroico: «periodista arriesga su vida buscando la Verdad de los hechos». En retrospectiva, fue una escena ridícula. Lo único admirable fue que el cigarrillo no cayó de mi boca. Me levanté y anduve hacia el box del equipo sudafricano.

Llegué lo más rápido que pude. Vi que Pau salía del box y que el equipo estaba preocupado.

Pau! -grité.

-¿Qué?, ¿qué pasa? -me respondió, frunciendo el ceño. Por lo visto había gritado demasiado. -¿Qué ha pasado con el coche?

-Se sobrecalienta el diferencial y…

-¿Sí?

-Sí. Y creen que es la bomba de líquido.

-¿Qué es todo eso?

-¿El qué?

-El diferencial.

-Es lo que transmite la potencia del motor a las ruedas traseras. Si deja de funcionar, el coche no puede correr. Y esto tiene un líquido refrigerante dentro que impide que el metal se expanda al calentarse. Están teniendo problemas con eso: para hacer llegar el líquido a donde tiene que ir.

Pau lo explicó todo muy rápido, gesticulando exageradamente con las manos con tal de ilustrar de cada pieza de la que hablaba. Los ciegos y los sordos le hubieran entendido.

Ahora que los dos estábamos al corriente de lo que pasaba con el coche, podíamos entender qué trataban de hacer los mecánicos. En un abrir y cerrar de ojos, Cameron desmontó toda la carrocería trasera del coche, de manera que podíamos ver su interior. Los tubos de escape, conductos de fluidos y cables se sostenían en el chasis gracias a un gran número de bridas, con cinta americana en algunas secciones, ese coche parecía haber pasado una guerra. Mientras Cameron limpiaba de residuos de goma la carrocería de fibra de vidrio, un concilio de expertos mecánicos se agazapaba alrededor del eje trasero del coche. En el centro del grupo, un hombre de avanzada edad sostenía un cilindro metálico conectado al coche mediante tubos de goma entre sus manos, interpretamos que eso era la bomba del diferencial. Parecía el corazón de un robot. Con un movimiento rápido de manos, desconectó los tubos del cilindro y de repente un líquido espeso y negro brotó desde dentro del coche, le habían seccionado una arteria y estaba teniendo una hemorragia, manchando el suelo blanco del box. Cameron, el más rápido de los mecánicos, dejó lo que estaba haciendo súbitamente y puso un cubo debajo del diferencial, cosa que contuvo el derrame de manera definitiva. Tenía toda la escena una belleza incalculable.

Unos echaban serrín debajo del coche mientras otros reemplazaban la bomba del diferencial. Una vez instalada, rellenaron el depósito con fluido nuevo y volvieron a montar la carrocería. El coche al fin se volvió a iluminar.

Se dirigió Cristoforo Pirro hacia el vehículo y apareció, como una aparición divina, Jan Lammers. Divina porque no le habíamos visto entrar en el coche. Lammers es un piloto neerlandés que corrió en la Fórmula 3 Europea, la Fórmula 1 y las 24 Horas de Le Mans. Estaba sin camiseta, con el mono ignífugo por la cintura. Era un hombre bajo y muy delgado. Tenía el cabello rizado y sus ojos eran enormes y azules. Estaba tranquilo, esperando a que el coche estuviera a punto. El ruido de los motores era prácticamente insoportable. Solo nos entendíamos a gritos

-¡HOLA SEÑOR LAMMERS! -le chillé.

-¡UF! -exclamó-, ¡Un momento! ¡Vamos a otro sitio!

Salimos del box, dejando el ruido atrás.

-Discúlpeme si interrumpo… -seguí diciendo.

-Tranquilo, es un placer…

-Marcos -le dije. Intuí que me estaba preguntando el nombre.

-Encantado, Marcos -nos dimos la mano. Me la apretó con fuerza como si la hubiese confundido con el volante del Ginetta.

-Quería preguntarle por sus sensaciones con el coche -continué- ¿Cómo se ha sentido?, ¿se conduce bien?

-Bueno, ahora al menos no tenemos ningún problema -rio-, pero hemos tenido muchos, y seguramente seguiremos teniendo porque el diferencial se calienta mucho, hemos tenido que cambiarlo, pero sigue pasando lo mismo… es complicado.

-Bien… pues toca esperar, ¿no? -empecé a sentirme mareado, pero aguanté el tipo.

-Exacto, sin presiones -dijo, muy relajado-. Al final, todos somos voluntarios y amigos, hemos venido a demostrar que sabemos competir y a pasárnoslo bien.

-Leí, señor Lammers, que…

-Sí… soy viejo -y se puso a reír, dándome un leve golpe en el hombro. Yo me esforzaba por mantener la concentración en la conversación.

-Usted… -balbuceé- ganó las 24h de Le Mans 1988, ¿verdad?

-Pues sí, pero después de tantos años te olvidas -y volvió a reír. Qué diferente era el carácter del señor Lammers en contraposición del de los mecánicos ante una situación de estrés o problemas…

-Dios mío… pero usted, ¿cuántos años tiene?

-Yo tengo sesenta y ocho. Creo que soy el más viejo… Estoy con Emanuele, que ganó cinco veces el Le Mans -y señaló a un dormido Emanuele Pirro.

-Sí, correcto. Él tiene sesenta y dos, si no me equivoco.

-Sí… o más… Ya ni lo sé -seguía riendo simpáticamente-, cuando pasas los cincuenta… Pero eso, lo que quería decir que lo divertido con este equipo es intentar hacer piña, pasárnoslo bien, competir…

-Me ha comentado antes Greg que todo el dinero que conseguís recaudar va destinado a una organización que lucha contra la caza furtiva.

-Correcto.

-¿Y todos los miembros del equipo se dedican profesionalmente a la ingeniería o al automovilismo en general?

-Uy… en absoluto. Bien, hay algunos que sí que se dedican a las carreras de GT4 en Sudáfrica, pero son una minoría en el equipo.

En ese momento apareció Pau, que me pidió que le introdujera en la conversación. Le expliqué lo comentado con Jan Lammers. A Pau le sorprendió el hecho de que no se dedicaran profesionalmente.

-Disculpe, señor Lammers, le estaba comentando a mi compañero lo que me ha dicho sobre que la mayoría de los miembros del equipo no se dedican profesionalmente a las carreras.

-En absoluto, en absoluto… Somos todos voluntarios. Discúlpame, Marcos, me reclama alguien de mi equipo.

-Gracias, señor Lammers por dedicarme unos minutos.

-¡Gracias a ti! Por cierto -dijo con un tono repentinamente serio-, intenta dormir un poco, que te veo muy cansado…

-Sí… -me encogí de hombros, no me esperaba su preocupación-, es que llevamos aquí con todo el equipo desde las nueve de la mañana…

-Descansa, joven, que ya toca. Yo he llegado hace unas horas, correré unas cuatro y después volveré a los Países Bajos. Bien, me voy, que tengo que estar en el coche en… -miró su reloj- tres minutos exactamente.

-Perfecto, ¡muchas gracias!

-¡Gracias, joven!

El veterano se vistió con una agilidad increíble, se puso el casco y entró rápidamente en el coche, comprobó que dentro estaba todo en orden y cerró de un portazo. Cameron y otros mecánicos empujaron el coche fuera del garaje y, tras un estruendo y un rugido, el Ginetta volvió a la pista, desapareciendo en la oscuridad del circuito. Al cabo de unos cuatro segundos ya solamente se oía, a lo lejos, como el aleteo de una avispa, el motor. El equipo ya no estaba eufórico como en anteriores reparaciones; se encontraban simplemente aliviados. Estaban agotados, y cuando se está agotado no hay espacio ni para la alegría ni la tristeza. Lo que diferencia al Team Africa Le Mans de la mayoría de equipos de estas competiciones es que ellos no tenían un equipo suplente de mecánicos y técnicos, como sí tenían las grandes escuderías. Ni Cameron ni los demás mecánicos trabajan por turnos. Llevaban desde que empezó la carrera a las doce del mediodía, trabajando y trabajando sin poder descansar ni durante un par de horas seguidas. Los accidentes, errores de motor y los fallos humanos no solamente fastidiaban al piloto o les perjudicaba en cuanto a la clasificación, sino que también destrozaban físicamente al equipo.

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Cameron da la señal al piloto de salir otra vez al circuito, se puede observar el desgaste en la carrocería.

En el box sudafricano ya estaba todo tranquilo. Había salido Jan Lammers a la pista y parecía estable. Cristoforo Pirro descansaba al lado de su padre, que dormía desde hacía un par de horas. Me sorprendió la facilidad con la que se dormía la gente en los boxes, teniendo en cuenta el ruido constante de los motores y las voces de todos los que estaban en el box o pasaban por delante. Ni siquiera llevaban cascos que cancelan el ruido. Era realmente admirable.

Mi fotógrafo y yo queríamos despejarnos un poco. Cruzamos el box y salimos al pitlane, y paseamos por delante de los boxes de los equipos. En la mayoría de ellos se respiraba calma. Pau se entretenía sacándoles fotos a los mecánicos dormidos de todos los equipos por los que pasábamos. Se acercaba lenta y sigilosamente con la cámara como una leona acercándose a una gacela. Todo estaba tranquilo. Era un goce pasear por ahí a aquellas horas. La tranquilidad se esfumó. Nuestro paseo nocturno pensado para relajarnos coincidió con la entrada en boxes de muchos equipos de GT3. Tuvimos que esquivar el Audi R8 de la escudería Saintéloc, que paró a poco más de un palmo de nuestras rodillas. Intentando apartarnos del peligro, nos topamos con el McLaren de Optimum Racing, que pretendía entrar en su box y pasó a un par de metros de nuestras espaldas. Salidos del susto, el BMW de Poulsen Motorsport pegó un frenazo a menos de un metro de nosotros. Bien, esta cadena de sustos nos sirvió para, efectivamente, estar bien despiertos y despejados. Decidimos abandonar el pitlane para tranquilizarnos de verdad. Queríamos tomar un café y yo quería fumarme un pitillo. Es bien sabido que van perfectos para la tensión y el estrés.

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Pit stop nocturno del Audi de Saintéloc Racing, el desgaste del coche resulta evidente
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Un mecánico de Saintéloc Racing duerme después de horas de tensión y cambios de neumáticos.

Fuimos a través del box del Team Africa Le Mans, pues eran los únicos que no nos miraban extrañados al pasar de un lado a otro. Llegando, vimos que el coche había vuelto a entrar al garaje. De nuevo, malas noticias para los sudafricanos.

Pau entró casi desesperado al box.

-¿El diferencial otra vez? -gritó a Cameron, abriendo muchísimo los brazos.

Cameron no pronunció palabra, solamente asintió. Se le veía agotado y tenía la cara completamente ennegrecida por los fluidos del motor del Ginetta. Uno de los mecánicos más veteranos estaba metido debajo del coche y forcejeaba con la bomba de fluidos, intentando desmontarla. Después de una corta, pero intensa lucha, la pieza cedió, empezando a chorrear líquido negro que esta vez no manchó el suelo; lo habían visto venir. Los mecánicos hablaban entre ellos, algunos en inglés, otros en afrikáans, pero en todos se podía ver la misma preocupación de no saber qué hacer. Nos quedamos allí observando. Pau hizo alguna que otra foto, pero todo el mundo estaba demasiado ocupado para hablar. Mientras unos examinaban la bomba de fluido, otros comprobaban el sistema eléctrico y limpiaban la carrocería. El box, que unos minutos antes estaba tranquilo, ahora rebosaba de actividad. Después de observar un rato la escena, le preguntamos a Cameron, como ya era costumbre, qué pasaba con el coche.

-Es el diferencial otra vez, cambiaremos la bomba y drenaremos por completo el líquido, creemos que hay aire en el sistema, así que vamos a tardar un rato. Después pondremos una bomba nueva, líquido nuevo y veremos qué tal nos va -nos comentó.

Ciertamente, era una situación desalentadora. Aun así, Cameron, con su actitud contraria a la resignación, se mantenía centrado y con un optimismo sorprendente. Los mecánicos más veteranos revisaban todas las piezas del coche e iban haciendo comentarios. Cameron iba de un lado a otro del box, limpiando y buscando todas las herramientas que le pedían. El ritmo del chico era frenético. Era una operación tan delicada que incluso vinieron mecánicos de la escudería CWS Racing -Gran Bretaña-, que ya se había retirado de la carrera a causa de un fallo del motor y que tenían el mismo modelo de coche que el Team Africa Le Mans, para ayudarles.

-¿Qué hacen ahora? -le pregunté a mi fotógrafo.

-Están deliberando si hacer la reparación o retirarse -me dijo, completamente centrado en los movimientos de los mecánicos.

Después de mucha deliberación, parece que se ponían manos a la obra. El equipo puso un cubo de plástico debajo del diferencial y empezó a drenar el sistema de fluido.

-Esto es un proceso lento, va para largo -me dijo Pau mientras sacaba fotografías.

-Bueno -dije-, ¿vamos a la sala de prensa?

-Venga.

Decidido, íbamos a descansar un rato mientras Cameron y los demás mecánicos intentaban poner solución a la avería. Salimos del box.

Marcus! -gritó alguien tras de mí. Me giré. Era Greg Mills.-Esto es por seguirnos durante toda la carrera, os estamos muy agradecidos.

Nos dio a Pau y a mí el sombrero que llevaban todos los miembros del Team Africa Le Mans.

Nos sentimos como si ya formáramos parte de la escudería.

-Muchas gracias, señor Mills -dije-, muchísimas gracias por dejarnos estar aquí con vosotros.

-Muchas gracias -continuó Pau-, de veras.

Greg nos dio un golpecito en el hombro, nos apretó fuertemente la mano y volvió con los mecánicos.

Llegamos al Press Media Centre para intentar dormir al menos una hora. Nos resultó imposible. El suelo estaba duro y frío. Pau sí que consiguió descansar unos diez minutos, pero yo no supe encontrar una posición que no me dejara la espalda hecha añicos. Traté de tumbarme bajo una de las mesas con el sombrero cubriéndome la cara y utilizando mi chaqueta como almohada, pero tampoco tuvo efecto. Tampoco ayudó que la escudería que dirigía Paco -E2P Racing- estuviera justo debajo de nosotros. Dio la casualidad de que justamente cuando nosotros tratábamos de descansar, ellos estaban probando el motor para devolver el coche a la pista. Se sentían las vibraciones del Porsche a través del hormigón que separaba la pista de la sala de prensa.

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Últimas comprobaciones antes de volver a salir.

Después de prácticamente una hora de puro delirio por falta de sueño nos rendimos y decidimos bajar a ver cómo les iban las cosas a nuestros amigos. Antes de llegar ya escuchábamos el rugir del Ginetta. Estaban haciendo las últimas pruebas antes de que volviera a salir al circuito. Estaban empujando el coche hacia el pitlane justo cuando entramos nosotros en el box. Cameron dio la señal y el coche salió a la pista. Los mecánicos se felicitaban entre ellos, aunque con moderación. Era casi como si dijeran «A ver qué pasa ahora». Se podían ver sonrisas mientras algunos se estrechaban la mano, el sueño sudafricano resucitaba por segunda vez. Cameron también sonreía y hablaba con otros mecánicos. Pau se acercó para hablar con él. Estaba entusiasmado por saber cómo lo habían conseguido.

-¡Habéis conseguido reparar el coche!

-¡Sí! -dijo el mecánico rápidamente y con entusiasmo.

-¿Y cómo lo habéis…?

Pau no acabó la frase, y Cameron no respondió. Los dos se giraron al escuchar el coche volviendo al pitlane después de solo una vuelta. Había un silencio sepulcral en el garaje, todo el equipo quedó en estado de shock, el diferencial se había recalentado por tercera vez, el coche necesitaba reparaciones urgentemente. Empujaron el coche hacia el box, Jan Lammers salió del coche y repitieron el procedimiento al que ya estaban acostumbrados. La misma escena se repetía: el coche derramaba líquido negro en un cubo mientras los mecánicos hablaban y miraban los bajos del coche. En este punto, tanto Pau como yo ya habíamos desarrollado cierto vínculo con el equipo, y la tercera parada en boxes nos decepcionó enormemente. Queríamos verlos ganar, pero parecía que no iban a poder ni terminar la carrera. Cuando nos recuperamos un poco del susto, buscamos a Cameron otra vez, aunque a estas alturas ya sabíamos qué le pasaba al coche; solo queríamos saber qué tenían pensado hacer: si iban a intentarlo de nuevo o si iban a abandonar la carrera. Mi fotógrafo volvió a hablar con él:

-Hola, Cameron, veo que volvéis a tener problemas con el diferencial -asintió con una expresión seria- así que, ¿que tenéis pensado, vais a volver a intentarlo?

-Llegados a este punto nuestra única meta es poder acabar la carrera, eso ya sería como una victoria para nosotros. El diferencial no para de sobrecalentarse, hemos cambiado la bomba varias veces y sigue pasando. Vamos a arreglar el coche lo mejor que podamos y a esperar hasta que quede poco para acabar la carrera para ver si podemos ver la bandera a cuadros. Saldremos al circuito cuando quede poco tiempo en el reloj. -nos dijo, con una fuerte ilusión y una lucidez sorprendente.

-Muchas gracias Cameron, sigue luchando, buena suerte.

-Gracias, Pau.

Ahora que los dos sabíamos que el coche no iba a salir del box hasta poco antes de las 12 del mediodía, nos pudimos relajar un poco. Llamamos a Jordi y dimos una última vuelta por el pit lane, nos pusimos justo en la entrada, donde repostaban los coches. Había un Porsche llenando el depósito. Subimos al pit wall con Jordi: había unas vistas insuperables del final de la última curva, nos apoyamos en la valla y charlamos un rato mientras veíamos pasar los coches. Por fin, un momento de merecido descanso, aunque no nos sacábamos la mala suerte del Team Africa Le Mans de la cabeza, no podíamos hablar de otra cosa, aunque a esas horas de la madrugada apenas podíamos hablar coherentemente entre nosotros. Al rato volvimos Pau y yo a la sala de prensa, donde nos decidimos a intentar dormir, esta vez en serio. Jordi fue a asegurarse de que Guillem no sufriera de hipotermia.

Ya en la sala de prensa, Pau se tumbó en el suelo, usando su chaqueta como cojín, mientras que yo innové un poco y me fabriqué una cama con dos sillas que coloqué en medio del pasillo. Él se durmió enseguida, y yo lo hice algo más tarde. Dormimos unas dos horas y media. Cuando nos despertamos ya se hacía de día.

Después de prácticamente una hora de puro delirio por falta de sueño nos rendimos y decidimos bajar a ver cómo les iban las cosas a nuestros amigos. Antes de llegar ya escuchábamos el rugir del Ginetta. Estaban haciendo las últimas pruebas antes de que volviera a salir al circuito. Estaban empujando el coche hacia el pitlane justo cuando entramos nosotros en el box. Cameron dio la señal y el coche salió a la pista. Los mecánicos se felicitaban entre ellos, aunque con moderación. Era casi como si dijeran “A ver qué pasa ahora”. Se podían ver sonrisas mientras algunos se estrechaban la mano, el sueño sudafricano resucitaba por segunda vez. Cameron también sonreía y hablaba con otros mecánicos. Pau se acercó para hablar con él. Estaba entusiasmado por saber cómo lo habían conseguido.

-¡Habéis conseguido reparar el coche!

-¡Sí! -dijo el mecánico rápidamente y con entusiasmo.

-¿Y cómo lo habéis…?

Pau no acabó la frase, y Cameron no respondió. Los dos se giraron al escuchar el coche volviendo al pitlane después de solo una vuelta. Había un silencio sepulcral en el garaje, todo el equipo quedó en estado de shock, el diferencial se había recalentado por tercera vez, el coche necesitaba reparaciones urgentemente. Empujaron el coche hacia el box, Jan Lammers salió del coche y repitieron el procedimiento al que ya estaban acostumbrados. La misma escena se repetía: el coche derramaba líquido negro en un cubo mientras los mecánicos hablaban y miraban los bajos del coche. En este punto, tanto Pau como yo ya habíamos desarrollado cierto vínculo con el equipo, y la tercera parada en boxes nos decepcionó enormemente. Queríamos verlos ganar, pero parecía que no iban a poder ni terminar la carrera. Cuando nos recuperamos un poco del susto, buscamos a Cameron otra vez, aunque a estas alturas ya sabíamos qué le pasaba al coche; solo queríamos saber qué tenían pensado hacer: si iban a intentarlo de nuevo o si iban a abandonar la carrera. Mi fotógrafo volvió a hablar con él:

-Hola, Cameron, veo que volvéis a tener problemas con el diferencial -asintió con una expresión seria- así que, ¿que tenéis pensado, vais a volver a intentarlo?

-Llegados a este punto nuestra única meta es poder acabar la carrera, eso ya sería como una victoria para nosotros. El diferencial no para de sobrecalentarse, hemos cambiado la bomba varias veces y sigue pasando. Vamos a arreglar el coche lo mejor que podamos y a esperar hasta que quede poco para acabar la carrera para ver si podemos ver la bandera a cuadros. Saldremos al circuito cuando quede poco tiempo en el reloj. -nos dijo, con una fuerte ilusión y una lucidez sorprendente.

-Muchas gracias Cameron, sigue luchando, buena suerte.

-Gracias, Pau.

Ahora que los dos sabíamos que el coche no iba a salir del box hasta poco antes de las 12 del mediodía, nos pudimos relajar un poco. Llamamos a Jordi y dimos una última vuelta por el pit lane, nos pusimos justo en la entrada, donde repostaban los coches. Había un Porsche llenando el depósito. Subimos al pit wall con Jordi: había unas vistas insuperables del final de la última curva, nos apoyamos en la valla y charlamos un rato mientras veíamos pasar los coches. Por fin, un momento de merecido descanso, aunque no nos sacábamos la mala suerte del Team Africa Le Mans de la cabeza, no podíamos hablar de otra cosa, aunque a esas horas de la madrugada apenas podíamos hablar coherentemente entre nosotros. Al rato volvimos Pau y yo a la sala de prensa, donde nos decidimos a intentar dormir, esta vez en serio. Jordi fue a asegurarse de que Guillem no sufriera de hipotermia.

Ya en la sala de prensa, Pau se tumbó en el suelo, usando su chaqueta como cojín, mientras que yo innové un poco y me fabriqué una cama con dos sillas que coloqué en medio del pasillo. Él se durmió enseguida, y yo lo hice algo más tarde. Dormimos unas dos horas y media. Cuando nos despertamos ya se hacía de día.

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Foto sacada a traición a Marcos Castells

Al despertarme, vi que Pau ya se había ido a alguna parte. Salí un momento de la sala de prensa para observar las vistas al paddock. Me sentía como si todos los coches de las 24h de Barcelona me hubieran atropellado. Me pesaban las piernas y notaba un pinchazo muy doloroso en la sien. Volví a entrar para servirme un café y volví a salir a encenderme un cigarrillo. El Auto Racing Club Bratislava, uno de los equipos retirados, cuyo box se encontraba debajo de la sala de prensa, estaba bebiendo champán, vino y cerveza al ritmo de We No Speak Americano, entre otras canciones que se hicieron muy famosas en los años noventa del siglo pasado y principios de éste. Todos reían y bailaban y bebían. Eran las seis de la mañana.

Volví a entrar, me lavé la cara y los dientes y llamé a Pau. Me dijo que estaba tomando un café a pocos metros del Media Centre, y que me había tratado de avisar, mediante gestos y gritos, de que ahí se encontraba. Yo estaba muy aturdido como para haber visto u oído nada. Me puse el sombrero, salí en su busca y, efectivamente, estaba a pocos metros de donde yo había tomado el café. También mi querido fotógrafo portaba el regalo que nos habían hecho nuestros amigos.

Bajamos al fin las escaleras para ir al box de nuestros amigos sudafricanos. Sabíamos que no iban a salir hasta al cabo de, prácticamente, seis horas, pero deseábamos saber cómo estaban. De camino, vimos el Lamborghini del equipo eslovaco. Seguían bailando y bebiendo. El resto de equipos estaban o bien calentando neumáticos o bien discutiendo. La cuestión es que en las últimas horas de la carrera se volvía a mascar una fuerte tensión, por parte de los equipos que competían, o un fuerte fatalismo hedonista, por parte de los eliminados.

Finalmente, llegamos al box del Team Africa Le Mans. En el exterior del box, es decir en el lado que daba al paddock, estaba uno de los mecánicos preparando una barbacoa para todo el equipo con tal de alimentarse al acabar la carrera. Dentro estaba muy tranquilo. Los mecánicos dormían, excepto Cameron. Yo me senté en una silla al lado de Greg Mills y de su esposa. Pau entró al box para sacar alguna fotografía y para hablar con Cameron. Éste quería saber cómo los habíamos encontrado y por qué estábamos tan interesados en su historia.

-Miramos la lista de participantes de la carrera -respondió Pau- y nos sorprendió ver que entre todos los equipos europeos había uno sudafricano. Entonces os buscamos en internet y nos fascinó vuestra dedicación. Además de ser un equipo de voluntarios y donar vuestros beneficios a ONG, sois un equipo de amigos y participáis sin buscar solamente la victoria, sino por la emoción de participar. Eso nos pareció precioso.

-Muchas gracias por tus palabras, de verdad. -respondió el mecánico, sonriendo- En cierto modo me recordáis a nosotros de alguna manera. Vosotros también tenéis esa pasión. Vosotros con el periodismo y nosotros con las carreras.

-Exacto, nos apasiona lo que hacemos, y más si se trata de una historia como la vuestra, que no lo habéis tenido fácil -Cameron rio humildemente ante las palabras de mi fotógrafo.

-Todo esto me recuerda a una carrera de hace un año. Estábamos en Killarney, un circuito cerca de Ciudad del Cabo, era de noche y tenía tres coches a mi cargo. En poco rato, todos y cada uno de los coches volvió a boxes con problemas mecánicos -vuelve a reír-; fue catastrófico. Llovía mucho y los coches estaban hechos una mierda, fue un desastre, pero fue nuestro desastre, ¿sabes?

-Entiendo… -dijo Pau, escuchando con atención.

-A pesar del caos conseguí divertirme y valió la pena. Este es el espíritu de este equipo. De hecho, anoche fue la definición de no rendirse nunca. El coche entró en boxes varias veces, lo reparábamos y volvía a averiarse una y otra vez durante horas. Ahora tenemos el coche aquí parado, estamos haciendo pruebas como podemos, y aun así me lo estoy pasando muy bien -decía orgulloso y sonriente.

-Esto es lo que para nosotros os hace más interesantes que los otros equipos, vuestra manera de hacer las cosas. Aun así, ¿crees que podréis acabar la carrera?

-Yo creo que sí -respondió con un tono optimista- el coche no puede correr diez minutos seguidos sin sobrecalentarse, pero aun así puede correr, saldremos unos minutos antes de terminar la carrera.

-Muchas gracias por la conversación, Cameron, y mucha suerte.

Entonces se despidieron con un apretón de manos y Cameron volvió a atender sus quehaceres, mientras el resto del equipo empezaba a despertarse poco a poco, preparados para otro día de carreras, problemas técnicos y esfuerzo físico y mental. Quedaban ya menos de seis horas para finalizar.

Pasaron las horas. Tomamos un café con Jordi y Guillem, haciendo tiempo hasta el retorno a la pista del equipo sudafricano. Más o menos a las nueve de la mañana, Jordi y Guillem se fueron a sus casas. Pau y yo también estábamos exhaustos, teniendo conversaciones delirantes mientras el sol quemaba nuestros cerebros. Los temas de conversación variaban, pero el que surgía cada vez era el del Team Africa Le Mans. Estábamos preocupados por saber si realmente podían acabar la carrera. ¿Aguantaría el diferencial? No lo sabíamos. Debíamos esperar unas horas para poder saberlo. Confiábamos en Cameron y su equipo, pero no se ganan carreras solamente confiando. Debían seguir probando el coche y conseguir que aguantara una, dos, quizás tres vueltas para acabar la carrera a las doce del mediodía. Si se alzaba la bandera a cuadros y algún coche no estaba en el circuito, quedaba ese equipo descalificado, como si no hubiese corrido la carrera en absoluto. Por ello debían asegurarse de que el coche pudiera aguantar, al menos, un par de vueltas.

Volvimos al box de los sudafricanos. Seguían probando el coche y haciendo arreglos. Ante la tranquilidad del equipo decidimos subir de nuevo al Press Media Centre. Yo debía continuar el presente texto y Pau quería comprobar que todo estuviera en orden con su cámara. En las pantallas de resultados de la sala de prensa, vimos que el equipo E2P Racing había descendido hasta la posición quince a causa de un fallo de motor que había provocado que estuvieran muchas horas en el garaje haciendo reparaciones. Me asomé y vi que Paco estaba serio, con los brazos cruzados mirando la carretera. La rabia no le cabe dentro, pensé.

Seguía pasando el tiempo. Nos bebimos otro café. La cámara estaba en orden y el texto estaba por lo menos empezado. Habíamos trabajado. Me levanté de la silla con el objetivo de coger mi último bocadillo. Sentía como si la fuerza de la gravedad no me afectara; mi cuerpo levitaba hacia mi taquilla; el sombrero del Team Africa Le Mans me acompañaba entre caricias y besos. Quizás ni siquiera me estaba moviendo, sino que la taquilla se acercaba a mí. La Tierra se movía alrededor de mi persona mientras yo tosía y fumaba y escupía. Al fin, la taquilla llegó a mí y… había olvidado la contraseña. Sabía que tenía tres, quizás cuatro números. ¿Cuántas combinaciones son posibles? Fui como pude hacia la chica que se dedicaba a vigilar y ayudar a los periodistas, que viene a ser lo mismo.

-Hola… -empecé.

-¡Hola, dime! -me respondió, muy contenta y simpática.

-Verás… -tosí y resbalé ridículamente-, se me ha olvidado la contraseña de mi taquilla.

Vi que mi fotógrafo ya tenía su comida. Me lanzó un gesto de sorpresa al verme tirado sobre la mesa de aquella chica. Le devolví un gesto de calma.

-¿No te han dado el papel con la contraseña? -me preguntó- Intuyo que sí, pero que lo has perdido, ¿no?

-Bueno… está dentro de la taquilla -ambos reímos levemente.

-¿Cuál es tu taquilla?

-La… em…

-¿Tampoco te acuerdas?

No me podía creer lo que me estaba pasando. No recordaba nada. Demasiada presión; si me lo llega a preguntar de manera casual, seguro que lo hubiese sabido.

-Era la… setenta y… algo -la chica volvió a reír. Debió pensar que yo era un narcoléptico.

-¿Vienes con alguien?

-Con mi fotógrafo.

-Dadme vuestros nombres.

-¿El mío primero?

-El que sea -y la chica volvió a reír. Yo ya no sabía si reía por cortesía o a modo de burla.

-Marcos Castells Giménez.

-¿Ese es el tuyo?

-Correcto.

-Tu taquilla es la setenta y siete.

-Perfecto, gracias.

Fui hacia la taquilla, orgulloso de mi capacidad resolutiva. Llegué a la taquilla setenta y siete. Dios… pensé, la contraseña. Pau miraba desde la mesa, comiéndose unas Oreo y burlándose de su reportero. Miré de nuevo a la chica, que parecía estar muy muy lejos. Ella volvió a reír. Me sentí como Stańczyk, haciendo reír a la reina y sus súbditos, sin saber siquiera cuál era el motivo de la risa. ¿Sería mi ropa? ¿Mi cara? Quién sabe. Decidí acercarme de nuevo a ella, con el rabo entre las piernas, a hacer exactamente la misma pregunta con la que había ido hacía dos minutos.

Antes de poder dar el primer paso, ella ya estaba a mi lado. Fingí no asustarme.

-Setenta y siete, ¿verdad?

-Correcto.

-Era 6-3-9-6. ¿Te la cambio por una que recuerdes?

-Mejor, sí.

-Dime.

-Em… 2-6-0-5

-¿Seguro?

-Segurísimo.

La cambió. Le di las gracias y se marchó riendo a sus adentros por mi estupidez; tuvo una paciencia sorprendente ante la situación. Habíamos perdido mucho tiempo con la tontería de mi taquilla. Me comí rápidamente el bocadillo, me bebí un Nestea y salí a fumarme un cigarrillo. Mi cabeza todavía era pesada. Llevábamos ya veinticuatro horas ahí metidos, habiendo dormido poco más de dos horas. Yo iba en piloto automático, cogiendo conciencia solamente cuando era necesario. Cuando no era necesario -o no me daba cuenta de que lo era-, me movía como un autómata con ojeras y sombrero.

Nos dieron las once. Quedaba una hora para acabar la carrera. Bajamos al box del Team Africa Le Mans para saber si finalmente sacarían el coche las últimas vueltas. Cameron nos afirmó que sí: estaban listos. Solamente debían asegurarse de tener las ruedas a la temperatura idónea y podrían acabar las 24h de Barcelona. Había sido una carrera llena de sufrimiento y estrés, que merecerían haber sido vividos si conseguían entrar antes de que ondeara la bandera a cuadros. El último en correr iba a ser Greg Mills, el jefe de la escudería. Se puso el mono e hizo algunos estiramientos. Era un gran hombre de casi dos metros. Le deseamos suerte, nos guiñó un ojo e hizo el gesto de OK. Pau se acercó a Cameron.

-¿Cuándo podréis salir? -le preguntó.

-Intentaremos salir los últimos quince o veinte minutos. Hemos vaciado de aceite el motor, con lo que el coche estará reventado al acabar la carrera -afirmó.

Me quedé expectante por los alrededores del box. Los mecánicos trabajaban sin cesar; Greg estaba relajado, esperando a correr las Vueltas de Gloria; Los Pirro -padre e hijo- charlaban y comían, despreocupados; Pau sacaba fotografías. Si uno no se encontraba en el ambiente, éste parecía tranquilo, como si el Team Africa Le Mans simplemente estuviera dejando pasar el tiempo hasta acabar la carrera. Mas si te encontrabas en él, como Pau y como yo, se podía percibir la histeria de todos el equipo. Sus cuerpos se veían tranquilos, y todas sus acciones parecían desenfadadas, pero el espíritu de Sudáfrica estaba en juego en esta carrera. No era un mero «acabar», sino que era una cuestión de orgullo, de demostrar que la idiosincrasia del equipo no era simple palabrería. Así sucede en las guerras, y se dejó entrever sin moralina en esta carrera. La Esencia de la Competición es la imposición de la idiosincrasia por encima de cualquier cálculo racional.

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Greg Mills comenta la situación con su equipo pocos minutos antes de salir.
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El magullado Ginetta G55 del equipo esperando pacientemente a su nuevo piloto.
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Concentración absoluta.

Quedaban veinte minutos de carrera. Cameron lanzó una señal al equipo para que se preparara para el final. El estrés y la euforia era contagiosa; se movía como un virus por el aire y calaba en el corazón de cualquiera que pasara por el box. Greg se pone el casco. Le damos un apretón de manos. Pau le saca una fotografía justo antes de salir. El espíritu sudafricano iba a imponer su orgullo por encima de las circunstancias.

Greg dio la primera curva. El ritmo del coche no era espléndido, pero ya no importaba. Salió todo el equipo al pitwall, y nosotros con él. El ruido de los motores acaparaba todos los demás sonidos. Era un silencio estruendoso.

Se nos acercó un segurata a mi fotógrafo y a mí para decirnos que no estábamos asegurados y que, por tanto, no podíamos estar en el pitwall. Fingimos no entender el castellano y que no podíamos escuchar nada por los motores. Nos dejó en paz. El sombrero del Team Africa Le Mans ayudó, intuí.

Greg hizo la primera vuelta. Nada más cruzar la meta, salió a relucir la bandera a cuadros. No quedaban ni tres minutos de carrera y todo indicaba a que Greg y su equipo iban a poder finalizar.

A las 11:59, Greg hizo la tercera vuelta. El coche iba cada vez más lento y emitía unos sonidos de lo más extraños. Incluso pensé que quizás explotaba, pero di por hecho que Cameron lo tenía todo controlado. El equipo ya solamente esperaba el alivio de las doce; el alivio de pensar que lo habían conseguido, que su voluntad se había impuesto.

Se hicieron las doce y sonó un pitido enorme. Todo el Team Africa saltó de euforia. Cameron nos dio un abrazo muy muy fuerte. Les dimos la mano al resto del equipo. Algunos nos abrazaron, otros nos dieron una palmada en el hombro. Pau y Marcos habían sido los únicos periodistas con la suerte de haber fraternizado con un equipo como este. Un equipo con un ímpetu excelente, ilusionado por competir, una fuerte voluntad y una hermosa fraternidad.

Greg salió del Ginetta, cruzó la puerta y abrazó fuertemente a todos los miembros del equipo que se cruzaban en su camino. Era un hombre grande, que amaba su escudería y todos aquellos que en ella participaban. Le dimos un fuerte apretón de manos -que me hizo daño- y le acompañamos al box. Empezaron a meter carne en el fuego de la barbacoa. Nos despedimos entre abrazos y enhorabuenas y nos marchamos a por el coche.

La carrera la ganó Herberth Motorsport; la competición la ganó el Team Africa Le Mans.

 

  1. El movimiento de los líquidos dentro del tanque de combustible, puede provocar la desestabilización del vehículo.

 

Un comentario

  1. Artículo excelente, muy fresco y novedoso.

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