La Sociedad Deportiva Ponferradina tiene uno de esos estadios con nombre deliciosamente tradicional, aún inconquistado por el paciente veneno de la publicidad: El Toralín. Lo han reformado por dentro hace poco. Las paredes de sus pasillos interiores relucen de un azul intenso sobre cuyo fondo nos va llamando a la guerra una sucesión de consignas y símbolos: «Somos bercianos, somos guerreros»; una cruz templaria, por el castillo de Ponferrada, etcétera.
José Manuel Suárez Rivas, Sietes (n. 1974), trabaja ahora aquí, en una oficina a pie de calle en la que vemos una televisión encendida con un partido puesto y una pizarra con fotos de jugadores y chinchetas de colores. Es el director deportivo de este club recién descendido a Segunda B, que de momento es último cromo del voluminoso álbum de escudos que es la carrera como jugador y directivo de este canterano del Oviedo: Lealtad de Villaviciosa, Valencia CF, Racing de Santander, Numancia de Soria, Deportivo Alavés, Real Murcia, Real Avilés e incluso Real Sporting, e incluso un club inglés propiedad de Elton John, a quien por ello conoció en persona.
Eso, como jugador juvenil y profesional. Entrenar nunca quiso, pero ha sido scout del Tenerife y el Mallorca y director deportivo del Palencia, además de la Ponferradina. Como Johnny Cash podría cantar «I’ve been everywhere», pero, paradójicamente, no tuvo jamás vocación de nómada: por él nunca habría salido de su pueblo, una aldea asturiana del concejo de Villaviciosa, que ni es Anayo, donde nació, ni es Sietes, de donde tomó el nombre, sino Rales.
Los asiduos a su fiesta, los Mártires, lo han sido a toparse por allá, bailando suelto y agarrao delante de la orquesta, a Andoni Goikoetxea —y el admirable estoicismo con que lidia con los trompas que se acercan a preguntarle por su célebre patada a Maradona*— o el llorado Manuel Preciado, de quien Sietes nos participa de un recuerdo muy emotivo. Siempre se llevó muy bien, cuenta, con todos sus entrenadores.
* «Bueno, te lo voy a decir. Mira: la amiga soy yo»
Naces en 1974. Por lo que leo en Wikipedia, no en Sietes, la aldea de la que agarrarás el apodo, sino en la cercana Anayo.
Realmente, nazco en Oviedo, en el hospital; y casi nazco en el taxi, porque fuimos en taxi, y casi, casi… Pero sí: en aquel momento, mis padres vivían en Anayo. Me bauticé allí, pero, con un año, me voy a vivir a Sietes, que, bueno, como sabes, está a un par de kilómetros. En Sietes hago la Primera Comunión y estoy hasta los diez años, cuando, al fallecer mi abuelo, nos fuimos a Rales, también ahí al lado. Realmente, lo que me llama a mí es Rales, aunque si tuviera que vivir en Sietes, viviría encantado; y en Anayo, donde tenemos la casa de mi abuela —que ya no está habitable—, lo mismo.
Anayo es un pueblo precioso: esas vistas impresionantes de la Cordillera…
A mí lo rural me tira muchísimo. Menos en una ciudad, viviría en cualquier sitio. De hecho, me estoy preparando para, si llego allá, y me jubilo el día de mañana —jubilarme joven, idealmente—, irme a vivir al pueblo. Allí me siento liberado; me siento, no sé, volver a mis raíces. Es algo que me perjudicó en mi vida un poco; el ser tan de la raíz, la morriña esa de volver.
Lo pasabas mal cuando estabas lejos, ¿verdad? Lo pasaste mal en Valencia.
Me afectó, me afectó. Tanto profesional, como personalmente. De aquella, en los pueblos te enseñaban a… ¿Qué te decían tu padre y tu madre? «Pórtate bien, sé honráu, sé humilde…». Siempre ibas con esos valores que no te podían inculcar, o un poco predecir, o preparar, para aquello que te ibas a encontrar en un mundo donde de repente dabas ruedas de prensa con cuarenta medios de comunicación, una locura; o para la gente, la afición, el campo… Yo no estaba preparado.
Hay un paisano de Gijón que siempre me lo dice: «Tú tuviste el as, el tres y el rey, ¡y perdiste la partida! Tabes en Valencia, joven, perres, tal, ¡y tabes pensando en volver a Rales! Pero ¡¿qué tien Rales?! ¿Qué cojones tien Rales?». No lo entendía. Yo le digo: mira, lo que yo tengo con Rales no te lo voy a poder explicar, pero es un sentimiento que está ahí dentro. Cuando estoy allí, noto una liberación, una tranquilidad, una paz que en otros sitios a lo mejor no.
Aquí [en Ponferrada] estoy muy a gusto. Cuando vengo, me cuesta arrancar, venir para acá, me da una morriña de la Virgen. Pero me levanto aquí a las siete y estoy como… bien. No tengo esa necesidad de decir: buah, a ver cuándo vengo a Rales. Pero bueno, son cosas que, sí: me perjudicaron un poco. Me acuerdo de que, cuando estaba en el Racing, me vino una oferta del Espanyol, buenísima de aquella. Pero yo estaba bien en Santander.
Iba constantemente a casa: salía los lunes, volvía los martes; no había autopista todavía y tardaba un poco más de lo que se tarda ahora, pero me daba igual. Tenías esa libertad. En Valencia no lo había pasado bien; y si me iba a Barcelona, sabía que iba a estar agobiado otra vez y que mi rendimiento deportivo iba a ser malo. En Santander jugaba, mi rendimiento creo que era bueno, y entonces me quedé allí. Me pasó lo mismo más tarde, cuando recibí una oferta para jugar en Grecia un par de temporadas.
¿En qué equipo?
Puf, no me acuerdo ahora mismo. Pero me acuerdo de que cogía el avión el lunes por la mañana en Madrid. Primero en [el aeropuerto asturiano de] Ranón y luego en Madrid. Y el domingo, cuando me puse a hacer la maleta, estaba en Rales y subí arriba a una ladera, donde el cementerio, desde la que hay una vista muy guapa. Se ve el pueblo, se ve todo el paisaje que se ve desde allí: la ría de Villaviciosa, la playa de Rodiles, tal. ¡Y me empezaron a salir unas lágrimas…!
Llamé al representante y le dije: «No voy». Quería matarme. Pero me daba igual. «Me da igual», le digo; «prefiero que me digáis de todo que ir allí y saber que no voy a rendir, que voy a estar mal». Me quedé, no podía irme. Me ponía allí arriba, donde el prau de la fiesta, y no podía, no podía. De aquella me fui al Lealtad [de Villaviciosa] y luego al Avilés.
Tus padres eran agricultores, ¿verdad?
Agricultores ahí en el pueblo, sí. En casa siempre hubo vacas: siete, ocho vacas; nueve vacas, diez como mucho. Rales es un pueblo que está muy limitado para la agricultura; para tener herramientas, tractores, tal. Son fincas muy empinadas; no son favorables para tener una ganadería grande.
Mi padre también trabajaba en un monte; estaba de encargado en un monte de un paisano que había comprado muchos montes. Era un poco el encargado de llevarlo todo: cortar, plantar… Mi madre llevaba la casa y la ganadería y mi padre lo compaginaba un poco todo.
¿Cómo son tus primeras patadas a un balón?
Ya en Sietes. La verdad es que fue algo inaudito, porque en mi casa nunca se jugó al fútbol. No había afición, ni tradición. De aquella, en el pueblo, jugabas, pues con un primo que tenía yo allí. Nada, cuatro patadas. Andábamos más en bici que otra cosa. Luego empecé a jugar en la escuela, donde yo me acuerdo de que cogía un balón y, pimba, regateaba, pim, pam, y metía goles, y la gente decía: «¡Joder, cómo juega Sietes!». Ya me llamaban Sietes, de aquella, porque éramos tres o cuatro joses en clase, y uno era Jose Cardín, otro Jose Nosedónde… y yo era Jose Sietes.
Esto, ya en la Villa, no en Sietes, claro.
Sí, estudié en la Villa, en el colegio público. Y nada, me acabaron cogiendo para el equipo de futbito. Empecé a jugar con ellos. Claro, yo tenía un problema, que era el subir y bajar de Rales. No había transporte público, no había nada.
Mi madre era quien conducía en casa, pero, joder, gasolina, perres, tal. Eran todo hándicaps, pero bueno: al final, con el esfuerzo de uno y de otro, me apunté al equipo, y aquel año quedamos campeones de Asturias.
Una victoria inusual. Lo normal era que ganaran el campeonato clubes de Gijón o de Oviedo.
Claro. De hecho, jugamos la semifinal en Gijón y ganamos, ¿cuánto fue…?, siete a dos. Yo metí cinco goles en aquel partido. Y luego, jugamos en Oviedo la final y ganamos cuatro a dos; yo metí dos goles aquel día. Entonces fue cuando me llamaron del Sporting, pero de aquella, uf, con las combinaciones que había antes, las carreteras que había antes, aquellos pueblos…, era imposible.
Así que entré interno en la Universidad Laboral. Ahí ya podía estudiar, entrenar y tal, pero para mí fue un año malísimo, malísimo. Si lo recuerdo, lloro. Todavía hoy voy a Gijón, paso por delante de la Laboral y me revuelve un poco. De hecho, yo no era muy buen estudiante, pero nunca repetí curso, siempre lo sacaba todo bien.
Decían los profesores que, con poco que hiciese, ya pasaba; que sacaba las cosas bien. Pero aquel año me quedaron, me acuerdo, dibujo, matemáticas y taller. Y bastaba con aprobar una para pasar; podías pasar con dos. Pero no me presenté ni en junio, ni en septiembre. No me presenté a ninguna, porque no quería volver. Y lo que es el desconocimiento.
Pasados unos meses, mi madre tenía un disgusto tremendo, pero yo le decía: jolín, mama, es que no quiero volver allí. Voy a la Villa, adonde quieras, pero no quiero volver allí. Pero entonces me dice mi madre: «No, no, es que el problema es que no nos dieron la beca, y tuvimos que pagar todo el año». De aquella eran, no sé, doscientas mil pesetas, una cosa así. Aquello me mató. Se me quedó ahí metido.
Claro, uf.
Me puse a trabajar con quince años de pinche en una cristalería-carpintería de PVC en la Villa, y desde allí seguía yendo a Gijón. Salía a las seis de trabajar y cogía el ALSA para ir a Gijón. En el ALSA me recogía [Pepe] Acebal. Acababa como a las nueve, y el siguiente ALSA no salía hasta las once y media, así que hacía autostop en La Guía, donde el Tik, para volver a la Villa. ¡Tengo pasado unas odiseas de chaval…!
Subir luego con una Vespino que tenía a Rales, de noche, lloviendo, por la carretera de antes además, que era mucho peor que la de ahora… Que a veces la moto me dejara tirado, y tener que acabar subiendo andando, llegar a casa a las doce y media de la noche, a la una de la mañana, y al día siguiente tener que levantarme a las siete para ir a trabajar… Al final dije: mira, no me compensa. Ya no jugaba mucho aquel segundo año en los juveniles del Sporting, además. Y me fui a los juveniles del Lealtad de Villaviciosa.
Equipo con el que debutas en el fútbol profesional.
Debuto con ellos en Tercera División, sí. Y fue cuando me vino a buscar el Oviedo. Yo no quería ir: estaba un poco quemado con lo de Gijón y decía que no, que me quería quedar allí, en Villaviciosa, trabajar allí, jugar allí. Fueron mi padre y mi madre quienes me dijeron: «Para trabajar ya tendrás tiempo en esta vida, hombre. Tú aprovecha». Me pagaron la pensión en Oviedo, la estancia allí, y allá me fui.
Luego lo cogí con tantas ganas que ya fue todo como muy seguido y muy fácil. Tuve suerte con la gente que me rodeó y que me acogió; sobre todo con Tensi, que para mi fue como un padre. Me ayudó mucho.
Algo me han contado de un ¿ojeador? del Sporting que te dijo que no valías para jugar al fútbol, y que luego resultó ser —las vueltas de la vida— el encargado de darte un premio al mejor futbolista asturiano del año o algo así.
No un ojeador, sino el entrenador, Muñiz; el entrenador mío aquel año en juveniles, con el que al final no jugaba y dije «prefiero marchar». Que oye, es normal. ¡Por juveniles pasan tantos chavales…! Y no es que no valgas: simplemente en ese momento hay otro mejor. Ahora lo ves desde otro punto de vista. Un jugador, de un año para otro, evoluciona mucho.
Tal jugador no juega bien y al año siguiente explota, o al revés: el que va como un tiro luego ya no da el nivel. Pero sí, pasó aquello: luego me fui al Oviedo, debuté con el Oviedo y fue un poco sonado. Y jugamos un torneo contra el Sporting en Revillagigedo, un torneo que eran cuatro equipos, y me nombraron mejor jugador del torneo. Pero fue él mismo el que me votó mejor jugador del torneo, ¿eh? Es injusto que el pobre Muñiz se quede con esa etiqueta.
Me decías que en tu casa no había mucha afición al fútbol, pero en tu entorno, en Rales, en el colegio, ¿la gente, tú mismo, erais más bien del Sporting o más bien del Oviedo?
Mira, mi padrino era del Oviedo, pero mi primer balón, que me regaló él mismo, estaba firmado por jugadores del Sporting. De aquella yo creo que sonaba más bien el Sporting: en aquel entorno, Villaviciosa, la costa, tal, se era más bien del Sporting, que además estaba en Primera de aquella. El Oviedo estaba en Segunda, incluso había estado en Segunda B algún año. Éramos más bien del Sporting. Lo del Oviedo, realmente, me llega cuando voy allí.
Tus padres, si no me equivoco, soñaban, como tantos padres humildes, con que estudiaras una carrera. ¿Les disgustó que tu camino acabara siendo el fútbol?
A mi madre, más; a mi padre, menos. Mi madre quería sacarnos del pueblo. Decía que no quería que tuviésemos una vida como la de ellos; que teníamos que salir del pueblo; que la ganadería, la agricultura, no daban nada, y que teníamos que salir, estudiar, formarnos y tal. Sí que se disgustó mucho cuando dejé de estudiar. Mi padre…, bueno. Era más tal, ¿no? «Bueno, bah, a trabayar». No le dio mucha importancia. Pero mi madre sí.
Quería que estudiásemos, lo mismo yo que mi hermana. Pero hay que decir que luego me apoyó mucho cuando tuve que jugar, cuando tuvo que ir a buscarme y demás. Me ayudó muchísimo, muchísimo. Tuve suerte en ese aspecto, pero, aunque no la hubiese tenido, la cosa de ella era, pues oye, ayudarlo, y luego, lo que salga.
Tus primeros pasos los das como delantero, ¿no? ¿Cómo acabas ubicado en la posición de defensa?
En el Sporting ya me pusieron de interior; al ser zurdo, en banda izquierda. Y todavía en el Oviedo debuto en el medio campo, como extremo o como banda izquierda. Es Antić el que, dado mi físico, mi recorrido, mi tal, decide ponerme de lateral; pero me pone de lateral con el número once atrás.
Él ya trabajaba mucho la psicología; Antić para eso era muy bueno. Me dijo: «Te voy a poner de lateral, pero quiero que solamente pienses en atacar. Tú ataca, tira p’alante, y luego ya estará Berto para ayudarte, o Rivas. Tú ataca». De aquella no era como ahora, que sí que hay laterales muy ofensivos. El lateral no era una figura muy presente en ataque, pero Antić, en el Oviedo, sí me inculcó eso.
Te iba a preguntar seguidamente por él; por tus recuerdos de él.
Antić fue una figura muy importante para mí. Él y Tensi; dos personas que ya no están aquí y de las que he sentido mucho su muerte. Sobre todo la de Tensi, porque ya digo que fue como un padre para mí. Yo sé que él influyó mucho en Antić. Era su segundo entrenador, e hizo que Antić confiase mucho en mí.
En una época donde no era fácil que saliesen jugadores jóvenes, donde no había mucho joven, que apuestes por un chico de diecinueve o veinte años de aquella, que le des minutos y todo, no era habitual. Él ya digo que trabajaba mucho la psicología.
¿Cómo la trabajaba?
Básicamente, te hacía ver que no estabas ahí por casualidad. Te hacía salir con confianza. Te decía que tenías unas cualidades y una fortaleza; que no te arrugases. De aquella, en el campo, siempre te venía el típico que te decía: «¿quién eres, cuánto ganas?». Para arrugarte, ¿no? Antić te decía que no te arrugases.
También tuve la suerte de tener muy buenos jugadores al lado; gente que te ayudaba en los errores, que te ayudaba mucho, también en el campo, hablándote, aconsejándote y todo eso. Me tocó la mejor época del Oviedo; tuve esa suerte.
¿De qué jugadores concretos de aquel Oviedo guardas mejor recuerdo?
Ah, no, de todos. Era una plantilla muy unida. A mí Bertín, Berto, me ayudó muchísimo en el campo. Jokanović, Prosinečki… Con Prosinečki compartía habitación, y también me ayudó mucho, aunque a veces había que dormir con la ventana abierta (risas).
¿Por el fumeque?
Sí, sí (risas), fumaba mucho. Pero era un fenómeno, un tío muy, muy cercano, igual que Jokanović. También es que Antić les decía que me ayudasen; por eso me hacía dormir con alguno de ellos. Luego estaban Armandín, Cristóbal, que era un fenómeno también… Pero todos, todos.
Era un grupo muy humano, muy de como eran antes los clubes, con gente muy arraigada, que llevaba ya varios años, no como ahora, que la gente cambia mucho de equipo y los jugadores apenas tienen tiempo para catar el sitio. Carlos, Oli… La verdad es que había muy buena gente. Luis Manuel, que también era un fenómeno…
Con el Oviedo Vetusta, el filial, habías debutado en Segunda B en un partido contra la Ponferradina.
Exactamente. Cosas de la vida. Siendo juvenil todavía, ya subía a algún partido con el filial, y debuté contra la Ponferradina precisamente. De hecho con Javi, el jefe de prensa, todavía lo hablábamos hace poco.
El debut con el primer equipo es en la temporada 1993-1994. Juegas solo nueve partidos en Primera, pero, supongo que por esa vocación atacante que te marcaba Antić, marcas los únicos dos goles de tu carrera.
Aquel año jugaba en el medio campo. Al año siguiente es cuando Antić me pone de lateral. Y sí, esos dos goles. Marqué, además, en dos partidos seguidos: contra el Athletic de Bilbao en casa y contra el Atlético de Madrid en el partido siguiente. Son momentos irrepetibles. Luego, por la posición en la que jugaba, ya era más difícil llegar a portería; si llegabas, era más para buscar centros y tal. Pero bueno, muy contento. Yo, con tal de jugar, como si me ponían de portero.
En la temporada 1994-1995, nuevamente con Antić, brilláis como canteranos tú y Oli y ya juegas 31 partidos. 2665 minutos; la cifra mayor de toda tu carrera.
Oli y yo jugábamos juntos en el filial, y bajábamos a entrenar juntos en su coche. Luego debutamos juntos en el primer equipo, sí. Un chaval excepcional, muy bien tío. Con Oli, muy bien.
Ahora no cae muy bien en la ciudad…
No, porque, claro, como denuncias y tal… La gente no entiende que cada uno tiene que mirar también por sus intereses. Cualquier trabajador que esté trabajando en otro trabajo tira por lo suyo, ¿no? De aquella no se vio bien, y es respetable, pero Oli hizo lo que haría cualquier ser humano, cualquier trabajador, con sus derechos. Tampoco él tenía culpa del devenir o del mal hacer de los directivos de aquel Oviedo; de quien llevase el club en aquel momento.
Te vas a Valencia. ¿Cómo llega esa oferta?
De aquella jugaba en la sub-21 española y me llegaron varias ofertas. Zoran Vekić, aquel representante yugoslavo, croata creo que era, me dio tres opciones: había hablado con el Barcelona y también llegaron ofertas del Betis y del Valencia.
¿Podrías haber jugado en el Barça?
Bueno, sí, y Florentino Pérez, cuando se presentó por primera vez contra Mendoza, también me llevaba en su campaña; era uno de sus jugadores, pero luego ganó Mendoza. Pero yo no me veía ni en el Madrid, ni en el Barça, para ser sinceros. Dudaba entre el Valencia y el Betis y el Valencia había sido el primero en contactarme.
Tu presentación en Valencia, según leo en la prensa de la época, quedó eclipsada por las polémicas en torno al presidente Paco Roig, que se llevó toda la atención respondiendo a quienes pedían su salida del club.
Ah, sí, bueno. De aquella, Valencia era una plaza muy complicada. Sigue siéndolo. Y Paco Roig siempre ha sido un personaje muy, muy…
¿Polémico?
Muy polémico, sí. Siempre ha estado un poco en boca de todos allí. Pero bueno. Había tanta gente allí que ni me enteré de lo que había; no sé ni lo que dije. Estaba ahí como que, puf, no sé. Esa presión y todo eso; ese, pff, solo querer que todo acabe e irte a casa y centrarte en ir a entrenar y a dormir.
No lo pasaste bien en Valencia, ¿verdad?
Era otro mundo… Una aprensión, un agobio diario, que con veinte, veintiún años, a mí me costó digerir. No era como ahora, que la gente está más preparada. Vienen con otra mentalidad. Desde muy jóvenes salen, se mueven, tienen más conocimiento de todo. En aquella época, a mí me costó. Me acuerdo de bajar en coche y que pareciera que Valencia no iba a llegar nunca. Era todo lejos, era todo más, pff, no sé. Más desconocido. Desconocimiento es la palabra.
Habías conocido un Oviedo muy familiar por así decir; al menos según lo he escuchado recordar siempre a gente de esa época, como Carlos. Un club muy de su gente, muy de casa, con un Eugenio Prieto que no era un presidente distante, sino que se implicaba mucho.
De Prieto tengo el recuerdo de, siendo yo juvenil, ir a buscarme a Rales en coche y llevarme a Oviedo. Era un presidente muy cercano, sí. Conocía a todos los jugadores de la base; nos llamaba en Navidad a todos, ¡que son muchos! Nos llamaba a todos por teléfono —teléfono fijo de aquella— para felicitarnos las Navidades.
Una persona muy cercana, muy oviedista. El club era muy así, sí. Estos clubes, o se mueven por esa cercanía, esa proximidad, o hacen esa piña, o estás un poco condenado a pasarlo mal.
¿En Valencia ya no te encontraste eso, sino una gran empresa fría e impersonal?
Cambiaba todo, sí; cambiaba un poco todo. Del campo del Oviedo, el Tartiere viejo, que tenía no sé si doce mil o quince mil de aforo, pasas a cincuenta mil. Y llegas con el coche y ves los coches que hay ahí aparcados y ese parking ya te lo dice todo. Ves coches que no habías visto nunca: ferraris, tal, no sé qué.
Ves a jugadores que son internacionales casi todos, que tienen un currículum de la hostia y te sientes muy pequeñito, porque eres joven, pero no solo, sino también porque al lado tienes jugadores que has visto en televisión, que alguno fue hasta tu ídolo, y te sientes pequeño, no te atreves a hablar, no sabes ni cómo comportarte a veces.
Cosas que, me cago en diez, ahora no las ves. Ahora te sube un chaval del filial o te sube un juvenil y vacila al que está ahí, algo que para mí tiene su lado bueno y su lado malo. Yo creo que ni una cosa ni la otra. El respeto en el vestuario de fútbol se ha perdido un poco. El fútbol ha cambiado en muchas cosas y también en esa.
Ese respeto temeroso al veterano del que hablan siempre los jugadores de tu generación y las anteriores, ¿no? Ahora llega el Mbappé de turno, casi sin pelos en los huevos como quien dice, y ya manda él.
Es que no tenían ni que decirte nada. Se hacía un rondo y el más joven iba directo al medio sin que le dijeran nada. Estaba asumido. Y luego, cuidado al entrenar, al meter el pie, tal. Llevabas por todos los sitios, pero a callar y a seguir. Era lo que te tocaba. Te hacía mejor y más fuerte, eso, ¿eh? Son valores que luego los llevas a la vida y te sirven para bien. De todo se aprende.
Te dieron el dorsal 7. ¿Por casualidad, o por Sietes?
Por Sietes, por Sietes. Me acuerdo de que Camarasa, el capitán, cogió los números, que entonces se repartían por veteranía —cada cual elegía el número que quería y de ahí hacia abajo—, y dijo: «Bueno, tenéis aquí los números. Coged el que queráis menos el siete, que ya está asignado».
¿Te hizo ilusión?
Bueno, sí, Sietes, tal, pero ya luego tanto Sietes, Sietes, «Sietes con el siete»… En Santander lo cambié. Seguí un par de años, pero lo cambié, porque incluso algún narrador se liaba: «con el sietes, Siete». Tuvo su miga al principio, pero luego ya cambié.
En Valencia te encuentras a otro entrenador ilustre: don Luis Aragonés.
«¡Asturiano!», me decía. «¡Usted es asturiano como yo!».
Tenía familia en Asturias, ¿no?
En Candás. Una hermana suya, que no sé si vive todavía, vivía en Candás. Buah, era un fenómeno. Un tío que defendía al jugador ante todo. Trabajaba mucho el tema de grupo; nos hacía estar todos en bloque, no sé, hacía equipo. Tenía sus días de bajón, pero…
¿Bajón por qué?
Bueno, pues porque él tenía…, bueno, jugaba. Tenía problemas de juego. Había veces que jugaba mucho y que venía un poco alicaído o tal. Lo que es el… Pero siempre estuvimos contentos con él. Jugases o no jugases, te hacía sentir importante. A mí me enseñó mucho y me ayudó mucho, también por esa nostalgia de Asturias.
Luego, cuando me enfrenté después a él, cuando se fue al Betis y luego a otros equipos, siempre nos dábamos un abrazo al vernos, siempre me tuvo cariño, y fue un cariño mutuo. Yo, con los entrenadores que tuve, jugase más o jugase menos, siempre tuve buena relación.
Mencionábamos antes a los jugadores con los que coincidiste en Oviedo. En Valencia compartes vestuario con Zubizarreta, Mendieta, Mijatović…
Zubizarreta fue una persona que me sorprendió para bien. De hecho, todavía guardo muy buena relación con él. Me ayudó mucho en aquella época joven mía. Hubo un mercado invernal en el que yo estuve a punto de salir cedido y él me dijo: «Quédate aquí tranquilo, hombre. Vas a estar aquí con nosotros, con los jugadores, y vas a aprender cosas». En los viajes me sentaba con él y hablábamos mucho. Un tío muy inteligente, muy preparado, que ya de aquella leía mucho, se formaba mucho. El Abuelo, como le llamábamos (risas). La verdad es que para mí era increíble: de verlo por la tele de crío a tenerlo al lado…, ¡ostras!, te daba mucho respeto.
Luego estaba Mazinho, que era un trabajador, un ganador nato, un fenómeno, un tío estupendísimo; estaba Fernando, que era un tío muy majo; estaba Mijatović, luego llegó Romário; estaban Otero, Engonga, Camarasa, Poyatos… Era un equipazo. De hecho, quedamos segundos en la Liga.
Por ahí andaba también Javi Navarro, del que a mí me contaba Eloy que era un chaval que no daba una patada a nadie, y al que le decían: «¡Javi, hay que dar!».
Éramos de la quinta e íbamos a la Selección juntos. Un chaval muy noble que, sí, luego empezó a ser un poco duro, pero es un tío muy majo. En el campo hay gente que se transforma. Como Poyatos. Poyatos era o es un chico excelente y en el campo se transformaba, era otro: empezaba a dar codazos, patadas, de todo. Ni yo me lo explico. Sí, en fin, de aquella había muy buen equipo. Mendieta, José Ignacio…
¿Con quiénes te llevabas mejor, con quiénes hiciste más migas?
Con los jóvenes: Mendieta, Javi Navarro, José Ignacio, Iñaki… Estábamos juntos prácticamente todos los días: quedábamos para comer, para dar una vuelta, para hacer algo por ahí…
Tú competías por tu puesto con Romero; fuiste su suplente. ¿Os llevabais bien?
Sí, sí. Muy buen chaval. Éramos vecinos, encima. No, no, muy bien. Había una competencia sana y la relación era muy buena. Todos queremos jugar. Yo también tengo que decir que en aquella época no hice todo lo que tenía que hacer por jugar. Yo soy el mayor autocrítico; siempre lo he sido. Y en aquella época no estaba, llámalo mental o físicamente, al cien por cien. Es normal que no jugase los partidos que tenía que haber jugado. Romero era un chaval espectacular.
Esa temporada empieza con dudas e irregularidad, alternando malos partidos con otros espectaculares, como un 4-3 al Madrid en Mestalla; pero en la segunda vuelta, el Valencia es el mejor equipo de la categoría. Se gana 4-1 al Barça y 2-3 al Atlético. Llegáis con opciones —pocas— de ganar la Liga al último partido, que se desvanecen cuando el Atlético gana al Albacete (y la Liga) y vosotros empatáis en Balaídos. Finalmente, sois subcampeones.
Después de ganar al Atlético nos pusimos a dos puntos, pero sí: nosotros íbamos a Vigo y ellos recibían al Albacete, un partido que era muy difícil que se les escapase.
En la siguiente temporada sigues en Valencia y debutas en la Copa de la UEFA.
Contra el Bayern, al que eliminamos. Habíamos ganado tres cero en casa y allí perdimos uno cero. Yo jugué toda la segunda parte. Fue en el antiguo Olímpico de Múnich. Andoni [Zubizarreta] paró un penalti.
Es un año marcado por la marcha de Mijatović, que indignó mucho a la afición.
Sí, porque llevaba ahí dos o tres años y era un poco el estandarte, el jugador estrella de allí. En Valencia no entendían cómo se iba de un equipo que podía ser campeón; que había sido segundo y, al año siguiente, aspiraba a ser campeón. Ese año, además, hubo algunos cambios.
Luis Aragonés se va después de ese partido de la UEFA y luego viene un año convulso, llega Valdano, no, no… Un año complicado. Perdemos cinco-cero o cinco-dos en Valladolid, internamente el grupo no estaba bien con el entrenador… De hecho, ese año creo que nos vamos catorce o quince jugadores.
Para paliar la falta de Mijatović había llegado Romário, pero se llevó muy mal con Aragonés, que llegó a presentar la dimisión en verano, aunque no se le aceptó. Hubo aquella discusión pública en la ciudad deportiva después de que Aragonés no lo convocara para la Copa de la UEFA; y Aragonés acabó yéndose en la jornada 13.
Bueno, pero eso era un poco más de cara al público; era un poco escaparate. Realmente, luego, Romário era espectacular, un chaval espectacular, que no se metía en nada, que entrenaba, que era muy buen compañero, un tío majísimo. Lo que pasaba era que no corría, pero ¿para qué querías que corriera? Se fue en la jornada seis y llevaba cinco goles.
¿Para qué quieres que corra? ¿Voy yo a correr con treinta y dos años, cuando ya no corría en el Barça? ¿Voy a correr ahora aquí? Que corra uno más joven. Pero bueno, él quería ser titular, y claro: cuando no lo era…
Me ha parecido que no mencionabas antes a Valdano con simpatía. ¿Qué tal con él? ¿Era muy filósofo?
Hablaba mucho y hacía poco. Valdano era… mucha palabrería, pero el mensaje no llegaba a los jugadores. El grupo no creyó en Valdano en ningún momento. Se resintió mucho la de marcha de Luis Aragonés y, luego, la llegada de Valdano no es que nos uniese más, sino todo lo contrario: de ahí un poco la espantada de muchos jugadores. La verdad es que Valdano, si te echas atrás, en Madrid no tuvo tampoco… No sé, no caló en los jugadores. Fue un año malo.
En 1996 vas a la Eurocopa sub-21, donde España queda subcampeona, y a los Juegos Olímpicos de Atlanta, donde juegas un partido contra Francia.
En la Eurocopa perdimos la final contra Italia a penaltis, que fallan Raúl y De la Peña. Luego, Atlanta la verdad es que no lo disfruté, porque era verano y me quedé sin vacaciones; no pude venir al pueblo. Me tiré desde enero hasta prácticamente el otro enero, un año entero, sin pasar por el pueblo, y eso me afectó.
Aparte, no nos tocó jugar en Atlanta, sino en Orlando, así que no lo vivimos como una Olimpiada, sino como un torneo más. Era simplemente estar allí y sí: los aros ahí puestos, tal, pero nada más. Luego fue volver de Atlanta directamente a Madrid y coger un vuelo para irme a Rusia con el equipo, que íbamos a Vladikavkaz, a jugar unos partidos de pretemporada allí.
No tuve ni vacaciones, no descansé nada ese año. De aquella, podías con todo, jugabas lo que tenías que jugar, pero lo que me dolía era no irme a casa; no estar en casa ese verano. Ahora valoro más haber estado en una Olimpiada: bueno, soy olímpico, tal, he tenido la suerte de… Pero en aquel momento lo único en lo que pensaba era en no ir a casa. La mente me llevaba ahí y no veía más allá.
Me contaron que pedías que te mandaran cintas VHS con grabaciones de las fiestas de Rales: los Mártires.
Sí, así es. Había un pariente que grababa las fiestas; iba preguntando a la gente y tal. Y yo siempre le compraba esas cintas. El día de las fiestas, si me las tenía que perder, llamaba a teléfonos fijos, a las casas de la gente, para preguntar cómo estaban, si lo estaban pasando bien, si había gente. Lo vivía mucho; me dolía mucho no estar.
Después, aunque estaba en Santander, me escapaba a la fiesta siempre que podía, aunque fuese comer y marchar, o estar el viernes por la noche y volver por la mañana para entrenar o lo que fuera. Siempre me tiró mucho. Es que antes la fiesta molaba mucho, tío. Ahora también, ¿no?, pero antes era diferente: estaba gente mayor que ya no está, ya sabes.
En la Selección coincides con Morientes, Mendieta, Lardín, De la Peña, Raúl… ¿Hacíais buena piña?
Sí, sí, muy bien, muy bien. También estaban Dani, Karanka, Santi Denia… Éramos todos jóvenes, llevábamos un año y pico coincidiendo en concentraciones y partidos y demás, y el grupo era bueno. Cuando te encuentras ahora por algún campo, siempre te saludas, siempre hay buen rollo.
Otro entrenador ilustre: Javier Clemente.
Clemente siempre me quiso llevar a todos los sitios. Me quiso en el Betis, me quiso llevar al Espanyol… Y nunca fui, pero siempre creyó mucho en mí, también en la Selección. Tengo muy buen recuerdo de él; se portó siempre muy bien conmigo.
Hombre, con Clemente lo que peor llevábamos eran las charlas de dos horas que nos metía todos los días. Acababas o mirando para el techo, o dormido. En dos horas, imagínate de todo lo que hablaba: no solo de fútbol, sino de barcos, de que el abuelo era pescador, de que si no sé qué… De fútbol, al final, poco. Desconectabas.
Y eso que a mí me costaba desconectar, porque, quieras que no, en esa época llevabas una presión encima de la leche. A mí me daba envidia cuando leía a muchos jugadores que decían eso de «cuando deje de disfrutar, dejaré el fútbol». Yo decía: coño, pues yo no he disfrutado en toda mi vida.
Sin embargo, fuiste uno de esos futbolistas que estiran todo lo que pueden la retirada y lo dejan muy mayores, después de un peregrinaje por varios equipos de divisiones cada vez más bajas. Tú lo dejas con treinta y ocho años en el Avilés.
Sí, pero yo siempre tuve una autoexigencia muy grande encima. Me intentaba cuidar al máximo, entrenar al máximo, porque sabía que, si no estaba al máximo, no iba a dar el nivel; que no tenía unas habilidades técnicas o unas cualidades que tenían otros. Tenía que estar al ciento veinte por cien para rendir a nivel óptimo.
En cuanto bajaba un poco, se notaba mucho. Lo noté en la Selección. Si juegas alante, bueno, más o menos vistes el expediente, pero atrás quedas más señalado.
Volviendo la mirada atrás, ¿hubieras preferido seguir en Oviedo en lugar de irte a Valencia, al menos esos dos años?
Yo creo que sí, yo creo que sí. La verdad es que a Valencia voy un poco obligado. A mí me dice Eugenio [Prieto], al que yo respetaba y respeto y quiero mucho por lo que me ayudó: «Te hemos vendido al Valencia. Arréglate con ellos».
No había tutía.
Me decía que era un dinero importante para el club y ya está. Si de mí hubiese dependido, me hubiese quedado en el Oviedo fijo, porque yo en el Oviedo estaba feliz, estaba muy bien. Luego eso lo volví a encontrar en Santander; ese grupo, ese bienestar, ese día a día agradable.
Valencia fue todo lo contrario, y si tuviese que vivirlo otra vez y dependiese de mí, no iría. A lo mejor ya con veintisiete años, sabiendo un poco más de la vida y del fútbol, sí, pero en aquella época me hubiese quedado.
De esa época en el Valencia te he leído recordar que «es un mundo en el que vives rodeado de privilegios, peligroso hasta cierto punto porque puede cambiarte las perspectivas y hacerte olvidar quién eres y de dónde vienes». Me llama la atención sobre todo la palabra peligroso. ¿A qué abismos —no sé si abismo es una palabra excesiva— te asomaste tú, o tuviste la conciencia de que no debías asomarte? ¿Malgastar el dinero, algo así? Justo antes me hablabas de los problemas con el juego de Luis Aragonés.
Nah, yo era muy inocente. Mis padres pasaron muchas dificultades toda la vida; en casa siempre hubo una falta de… A ver, no faltaba de comer, pero lo típico de pueblo de que no tenías ningún lujo, vivías como vivías y eras muy feliz. Te das cuenta de que no es lo que tengas, sino lo que necesites para vivir y nada más.
En ese aspecto, nunca malgasté el dinero, nunca se me fue la cabeza. Nunca me dio por el juego, ni por vicios raros. Eso me lo inculcaron siempre en casa; mi madre para eso siempre ha sido muy pesada: «ahorra, Jose, que el día de mañana tal». He intentado controlar mucho.
Hombre, me he comprado mi coche, he comprado a veces ropa que ahora mismo no compraría, o alguna tontería, pero bueno, cosas básicas, nada ostentoso. Siempre he intentado invertir un poco, de aquella sobre todo en ladrillo, y poco más.
En 1997 rechazas una oferta del Espanyol y otra del Betis, leo por ahí que porque no querías estar tan lejos de casa. Te vas al Racing, donde vas a estar siete temporadas.
Tenía varios equipos para irme: Mallorca, Espanyol otra vez, Valladolid, volver al Oviedo… Incluso el Sporting de Pepe Acebal. Pero a Oviedo no quería volver. No porque no quisiera volver a Oviedo, sino porque no veía muy clara la vuelta. A Gijón tampoco quería ir por el tema del Oviedo, del pasado, de no entrar en esas historias, ni en polémicas. Santander al final era la oferta que más me gustaba: cerca de casa, sitio tranquilo, ciudad pequeña… Pensaba que me iba a sentir mejor y a rendir mejor futbolísticamente.
Coincides con dos ídolos del racinguismo: el portero Ceballos y Pedro Munitis.
Y luego, con Quique Setién de entrenador. Con Pedro [Munitis] todavía hablé hace una semana. Es el entrenador del Lugo ahora, y tengo muy buena relación con él, como con todos en Santander. Fueron siete años y yo me hubiera quedado otros siete más. Como a todos, llega un momento en que tienes que salir, pero por ganas…
Mira, yo ahora estoy en la Ponferradina, y para mí la Ponferradina lo es todo ahora mismo, pero mi segundo equipo es el Racing, y cuando esté en otro equipo seguirá siendo el segundo el Racing, porque a mí el Racing de Santander me marcó mucho. También es que me cogió de los veintidós a los veintinueve años, que es una edad que te marca mucho, en la que te estás haciendo adulto, adquiriendo experiencias.
Solo tengo palabras de agradecimiento para Santander: para la afición, para la ciudad, para el club, para todo. Yo salgo del Oviedo, me da la oportunidad el Oviedo, pero si te tengo que ser sincero, me considero más racinguista que oviedista. En Santander fueron siete años y en Oviedo año y medio. Fue todo muy rápido. Recuerdo con más cariño el Oviedo en juveniles y el paso al Oviedo B que lo que es el primer equipo. Santander lo viví con más calma.
Una pregunta que se me ocurre de pronto. ¿Cómo es la experiencia de ver un cromo con tu cara y tus datos y que los niños lo coleccionen?
El otro día un jugador me decía: «¡He visto un cromo tuyo en Internet, macho!». Ja, ja, no sé. Es curioso, sí. En la época no le das importancia. Ah, un cromo, qué guay. Como si ves una foto. Ahora lo ves de otra manera diferente; lo vives más, presta más. De aquella veías un cromo o firmabas alguna foto y bah, sin más. Ahora presta más: ¡hostia, un cromo! Qué pintas de guajín, y tal.
La temporada 1999-2000 es en la que Salva Ballesta conquista el Trofeo Pichichi. Y le metéis un 2-4 al Madrid en el Bernabéu, en un partido que juegas completo.
Para un club como el Racing, hecho para mantener la categoría y, entre comillas, sobrevivir, no era normal. Sí: ir al Bernabéu y ganar dos cuatro; tener un pichichi con veintiocho goles; ganar fuera de casa un montón de partidos… Fue un año muy bueno; la lástima fue que en casa, al final, empatábamos mucho, y eso nos penalizó un poco.
Pero nos salvamos faltando un mes, que para el Racing era la leche. De hecho, creo que fue el año siguiente cuando se baja. En Santander viví de todo: años buenos, malos y regulares. Pero eran vestuarios muy unidos. Me acuerdo de que el primer año nos salvamos faltando dos jornadas, y lo celebramos como…, buah.
Celebrabas más eso que en el Valencia entrar en Europa, por ejemplo. Te llenaba más; era como más esfuerzo, más unión, más grupo; un decir; «Dios, hemos luchado todos por esto y lo hemos conseguido». Nos enfrentábamos a equipos mucho más grandes que nosotros y les conseguíamos doblegar y estabas ahí en la lucha y eso era la leche.
En la 2000-2001, efectivamente descendéis a Segunda. Es una temporada con dos entrenadores: primero, Andoni Goikoetxea; y luego, Gregorio Manzano.
Gregorio Manzano, sí. «Xabalê…» (risas). Lo primero que hizo cuando llegó fue ir a la sala de prensa, sentarnos allí y hacernos un test psicológico anónimo a todos, para valorar el estado mental del grupo, lo que se iba a encontrar.
¿Cómo eran las preguntas?
Era una hoja que ibas rellenando… ¿Las preguntas? Cómo te sentías, cómo veías al equipo, si creías que el equipo podía reaccionar, mejorar, cuál era tu estado de ánimo, cosas así.
Manzano era profesor; es uno de esos pocos casos de entrenadores que no vienen de haber jugado. De hecho, creo recordar que era psicólogo de formación.
Buen tío, buena persona, muy humano. «Xabalê…». Era jienense, tenía ese acento, hablaba un poco como Torrente (risas). «Familia, nô bamô a enfrentâh a êttô de roho…».
De Goikoetxea te hiciste muy amigo, ¿verdad?
Bueno, ya lo conocía de la sub-21. Pero sí, en Santander hicimos una muy buena relación. Yo era capitán en el Racing ya de aquella. Él no está mucho; lo cesan antes de Navidad. Pero muy buen. Goiko, para mí, es como un hermano mayor. Hubo feeling desde el principio; hablábamos mucho.
Más tarde, cuando yo estaba en Inglaterra, pensando en dejar el fútbol, me llamó para el Numancia y yo le dije que no estaba para nada. Venía de operarme el pubis dos veces, estaba mal físicamente, anímicamente también, un poco hundido de no jugar, de estar pasándolo mal.
Pero él me dijo: «No dejes el fútbol; que te deje el fútbol a ti. Vente». Fui y jugué treinta y cuatro partidos aquel año en Segunda, y de hecho renové por un año más, por partidos y por rendimiento. Goiko me dio dos años extra de fútbol.
Aquel año en el Racing perdiste el conocimiento después de un choque con Angulo.
Hizo ahora, el día siete de enero, veintitrés años. Angulo y yo habíamos jugado juntos con la selección asturiana una semana antes, en Oviedo. Del choque, yo solo conozco las imágenes; en el momento ni me enteré.
Un balón que llega ahí y, pimba, pierdo el conocimiento. Cuando volví en mí, quería seguir jugando, pero estaba vomitando en el vestuario y tenía este brazo no sé si dormido o como con menos fuerza, y nada, quedé ingresado. A los dos días ya estaba otra vez dando guerra.
Mira, no me había dado cuenta de preparar una pregunta sobre la selección asturiana, que ahora mencionas. Los futboleros asturianos la recordamos con mucha nostalgia.
Fue muy bonito. Jugamos tres partidos. Recuerdo, aquel año, el Tartiere lleno, el himno de Asturias, toda la gente cantándolo, los gaiteros… Jugamos contra Macedonia y ganamos uno cero; marcó Juanele. Teníamos muy buen equipo de aquella: estaban Luis Enrique, Abelardo, Juanele, Manjarín, Esteban de portero, Muñiz, Boris, Mario Cotelo, Pablo Lago… Muy buen equipo. Manel, César… Fue bonito. Al año siguiente jugamos en Gijón y al siguiente en Avilés, y luego ya no se jugó más.
¿Fue muy duro el descenso a Segunda con el Racing?
A ver, no, porque lo vas viendo venir. Ya ves que el equipo no va, que la unión del grupo tal… Hombre, hasta que no se consuma te haces tus ilusiones; dices «bueno, estamos a dos puntos del descenso, estamos mal, pero hay vida», pero nunca ganas, te acabas metiendo en descenso, te vas dando cuenta de que vas a bajar y te vas preparando.
Descendimos faltando dos jornadas, después de empatar con el Valencia en casa. Pasas unos días jodido. Pero luego ves lo que quiere hacer el club, ves que va a hacer buen equipo y te vuelves a animar.
En Segunda, aquel 2001-2002, empezáis mal con Gustavo Benítez, que se acaba yendo; pero llega Quique Setién y al final ascendéis.
Aquel año me acuerdo de que, de cuarenta y dos partidos, jugué como cuarenta; fue la temporada que más partidos jugué. Empezamos, sí, con Benítez, y en la octava jornada estábamos penúltimos o antepenúltimos; abajo del todo. Ese primer mes fue muy duro. La gente no se explicaba qué pasaba. Pero Quique Setién nos cambia de mentalidad.
Me acuerdo de que nos eliminó en la Copa la Cultural Leonesa, y buah, palos por todos los sitios. Sin embargo, vinimos a casa, ganamos un partido que quedamos con diez, contra no recuerdo qué club; luego volvimos a quedar con diez contra el Salamanca y volvimos a ganar, el equipo empezó a jugar, a confiar, y p’arriba. Al final quedamos segundos y subimos directos.
¿Era simplemente una cuestión de mentalidad, no de una táctica errónea que Quique Setién cambiase?
Mentalidad y táctica, las dos cosas. También empezamos a jugar diferente. Pero sí: sobre todo fue una cosa mental; mentalmente nos dio un subidón muy grande a todos. También se cambió algún jugador que no estaba dando el nivel, que nos estaba lastrando un poco.
Quique tuvo esa personalidad para hacer ese cambio que Benítez no había tenido y eso nos ayudó. Al grupo le dio a entender que iba a jugar quien realmente lo mereciese. Nos reanimó y, pum, p’arriba. Fue un año muy bueno.
Tu última temporada en el Racing es la 2002-2003. Durante los primeros dieciocho años tu entrenador es el añorado Manolo Preciado, de quien también te haces, ¿verdad?, muy amigo, aunque apenas juegas.
Preciado sí que fue como mi hermano. Él firma con el Sporting estando en Rales conmigo de vacaciones. Había venido a estar una semana conmigo en el pueblo. Me acuerdo de que era un miércoles y él se iba de viernes a Madrid, porque tenía una reunión con el Nosequé de Medellín; un equipo de allí de Colombia. Pero estando allí en Rales le llama el Sporting. Me dice: «Me acaba de llamar el Sporting». «¡No fastidies!».
El Sporting estaba en Segunda división, no estaba muy bien. Pero me dice: «Joder, aquí, al lado de casa…». Le digo: «¿Qué vas a hacer?». Y me dice: «Pues a ver, no hay mucho dinero, pero sabes que a mí me gustan los equipos de cantera, con jugadores jóvenes. Me voy a reunir con ellos». Estando allí va a Gijón y, cuando vuelve, dice que le gusta y que va a aceptar. Estaba allí conmigo.
Yo, antes de eso, me había ido un año a Murcia porque me lo pidió él. Se le había muerto un hijo en un accidente, y en el mismo tanatorio me pide ir con él a Murcia; me dice: «Te necesito más como amigo que como jugador». Me fui a Murcia por eso: si no, no hubiera ido.
Murcia es otro sitio a los que no volvería: lejos, la gente, todo, no sé, no me adapté, no me gustó, no me gustó nada. Me fui por Manolo, y luego le cesaron en la jornada trece y yo me quedé allí solo. Tengo un recuerdo excelente de él. Cuando estaba en Gijón, nos veíamos prácticamente todas las semanas; yo pasaba mucho tiempo con él.
Se compró la casa en Somió e íbamos mucho a verle. Ya en mi época en el Racing, cuando yo era jugador y él estaba en juveniles, tenía trato con él. Entrenaba al juvenil; luego subió de segundo con Nando Yosu; y él algún fin de semana se iba a ver partidos y yo iba con él en coche; le acompañaba. Veíamos el partido y volvíamos.
Teníamos una relación muy especial. Conocía a su mujer, que murió; conocí a sus dos hijos, también al que murió. Y me fui a Murcia por él. Yo tenía para renovar en el Alavés; estaba en el Alavés de aquella, y tenía un acuerdo para firmar de tres años con [el presidente] Gonzalo Antón. Habíamos llegado a un acuerdo que lo había hecho yo, sin representante ni nada, pero es cuando pasa esto, me dice que me necesita con él, y yo le digo: «buah, pues nada, ¿qué te voy a decir?».
En Vitoria estaba genial, estaba muy bien, también cerca de casa, a una hora más de casa, pero que seguía siendo cerca, ya había autopista. En tres horas estaba en casa.
Tu temporada en el Alavés es la 2003-2004. Te entrena Pepe Mel.
¡Pepe Mel! Grande Pepe Mel.
Un tipo curioso. Es escritor de novelas históricas.
Su hija ahora es representante, y hablé hace poco con ella. Pepe Mel me ayudó mucho cuando se murió mi padre. A él se le había muerto el suyo hacía un año o dos, pero me decía: «¡Se me murió en la calle! Se cayó solo en la calle, y murió». Tengo muy buena relación con él.
De aquella, a veces, discutíamos por tonterías; tonterías a lo mejor tácticas, haz esto, haz lo otro, cosas de esas. Pero siempre desde el respeto. Y hay una cosa que yo le agradezco mucho. Aquel año no subimos porque empatamos a puntos con el Getafe, y él en rueda de prensa dijo: «No hemos subido porque nos han faltado Iván Alonso y José Sietes».
Yo había jugado poco por mi lesión de pubis. Estuve jodidísimo. Fue en Gijón, por cierto, contra el Sporting; un partido que perdimos dos-cero, creo, y del que me acuerdo que desde la primera parte yo ya no podía con la vida: no podía correr, no podía…
Habíamos jugado de jueves contra el Zaragoza la Copa. Habíamos ganado uno-cero. Y luego jugábamos de domingo por la mañana en Gijón. Yo estaba muerto. Me dolía mucho el abductor; empecé a pedir el cambio ya en la primera parte, pero él me decía: «¡Aguanta, aguanta!». Aguanté y acabé reventando y ya no jugué más.
Fue el último partido que jugué en esa temporada. Tuve que acabar operándome después. Ahora todo ha avanzado mucho; la medicina ha avanzado y ya ni te operas, sino que hay técnicas para operarse, pero de aquella me perdí buena parte de la temporada, y yo agradezco mucho a Pepe Mel que dijera aquella frase. Tengo muy buena relación con él.
En la 2005-2006 te vas a Inglaterra, al Watford FC, pero no juegas ni un partido. ¿Qué pasó?
A Inglaterra había tenido la oportunidad de irme estando en el Racing; me habían hecho dos ofertas dos equipos, pero no quise salir. Y estando en el Murcia me llegan el Watford y el…, ¿cuál era…? Ay, no me acuerdo. Bueno, me vienen a ver a Murcia. Yo había jugado poco ese año por mi lesión y la operación, pero al final de temporada sí que jugué doce o catorce partidos.
Me hacen una oferta para irme allí. Yo no quería ir; sinceramente no quería ir a Inglaterra. Quería quedarme en España. Tenía treinta y un años ya de aquella y físicamente no estaba bien, pero bueno: me voy. El caso es que, en pretemporada, no llega el transfer, no llega el transfer… Tardo unos partidos en jugar y juego dos partidos de pretemporada y en el segundo partido vuelvo a reventar entero y me vuelvo a tener que operar.
Bajo a Murcia a operarme con Ripoll, vuelvo a Inglaterra y nada, pf, muerto. Estaba muerto físicamente: aquel fútbol de ida y vuelta, físico a tope, con poco tiempo de pausa, ¡uf! No me veía, no daba el nivel. El equipo subió a Premiership y yo tenía dos años, pero no estaba, no estaba. Es cuando vuelvo a Soria. No quería venir, porque no iba a rendir, pero Andoni me convenció, la pretemporada fue muy suave, apenas hice nada, me tuvo ahí un poco entre algodones y acabé dando un rendimiento bueno.
El Watford era, no sé si sigue siendo, propiedad de Elton John. ¿Lo conociste?
Lo conocí, lo conocí. Además, se casó ese año allí en Windsor, donde vivía. Iba a todos los partidos, o, bueno, a muchos. Tenía su palco allí para el solo e iba a muchos partidos. Alguna vez bajó al vestuario. Hablar no hablé con él; solamente le di la mano, como todos. Pero sí. Elton John, sí señor.
En Soria estás dos años. En la segunda temporada llega Gonzalo Arconada, hermano del célebre portero, pero juegas solo cinco partidos.
Juego cinco partidos y puedo jugar los últimos cuatro, pero no me veía capacitado. Creo que siempre he sido bastante honesto. Si no me veía, o creía que iba a perjudicar al grupo, prefería decir que no estaba. Podía haber jugado los cuatro últimos, pero no quise ni jugar, no me veía, no estaba físicamente en condiciones. Fue un año duro.
Se había ido Goiko y me afectó bastante eso también. Tuve la oportunidad de irme al Hércules con él, pero el club no me dejó salir, y también me afectó. Luego, el chico que jugaba en mi puesto, Béranger, un francés que luego se fue al Espanyol, hizo un año muy bueno; la competencia era dura. Me dediqué a entrenar y a hacer grupo, que era algo que se me daba bien: hacer vestuario.
Ese papel del capitán.
Sí: ayudar a la gente, las típicas bromas en el vestuario, crear buen ambiente. Ser honesto. Aportar de la manera que puedas. Si puedes en el campo, en el campo; y si tiene que ser fuera del campo, fuera del campo.
¿A Alicante, tan lejos de Asturias, sí te apetecía ir, entonces?
En aquella época sí me hubiera ido, porque iba con Andoni. Pero es verdad que era lejos. En Soria iba casi todas las semanas a casa; casi todos los lunes. Como mínimo, cada quince días. Cogíamos el coche; estaban Pablo Lago y Boris también, y los tres nos íbamos a Asturias de lunes, aunque fuera para volver de martes. Cuatro horas de coche para ir y cuatro para volver, pero lo hacíamos y no nos enterábamos. Si lo tengo que hacer ahora, ni en taxi, vamos.
Vuelves a casa, al Lealtad. Juegas tres años en Tercera.
Era cuando me pude haber ido a Grecia y no quise irme. Dije: bah, voy a acabar donde empecé. En el Lealtad. Me acuerdo de que me dijo el presidente: «Vas a ganar un euro más que el que más gane». Pero le dije: «No, no. Tas equivocáu». Jugué allí tres años y no cobré ni un euro.
¿No? ¿Ni un euro?
Ni un euro, ni un euro. Eso te lo puede decir cualquiera.
Y ¿de qué vivías, si no es indiscreción?
De los ahorros, de las inversiones que tenía… Yo quería seguir jugando al fútbol; no era una cuestión de necesitar dinero. Ni siquiera jugar al fútbol. Jugar los domingos ya no me ilusionaba, sinceramente. Lo que me gustaba era entrenar durante la semana, vivir el ambiente del vestuario. Jugar el domingo me costaba; no encontraba la motivación. Los compañeros querían que jugase, el entrenador quería que jugase y al final jugaba, pero ya me costaba. Lo que me gustaba era entrenar y el vestuario.
Terminas tu carrera conquistando el ascenso a Segunda B con el Avilés. Ya tienes 38 años, y te llaman «¡abuelo!», como tú años antes a Zubizarreta.
Exactamente (risas). Me fui con treinta y siete años allí; con José Luis [Rodríguez, director general,] y con Ricardo Bango, que me habían entrenado en el Lealtad. «¿Por qué no te vienes, Josín? Vamos a hacer un equipo bueno», y tal. Dije: ¿por qué no? Iba a encontrarme con Boris, con Juan Díaz, con Miguel, con gente con la que había estado y tenía muy buena relación.
Les conocía mucho personalmente y, bueno, no gané ni para gasolina, y además era una época en la que yo también estaba de concejal en Villaviciosa y tenía la oficina en Gijón, trabajaba en Gijón. Fue un año de mucho desgaste. Pero cuando uno hace las cosas que le gustan, salen solas. Aquel año jugué treinta y pico partidos; una burrada.
¿Cómo vives la retirada, ese momento que para muchos futbolistas resulta muy duro? Entiendo que la tuya no lo fue tanto; que fue un aterrizaje progresivo.
Sí, así es. Es más: a mí me dicen ahora mismo de volver a jugar al fútbol, si tuviese condiciones, y no vuelvo, no volvería. Diría que no. Fue una liberación. Yo seguía porque me gustaba el vestuario, porque me lo pasaba bien con los compañeros, porque me gustaba estar en ese ambiente, pero jugar ya me costaba más.
Iba a jugar en Segunda B con treinta y nueve años, pero me acuerdo de que el club necesitaba liberar alguna ficha para traer algún jugador, delanteros, tal. Estábamos mirando a ver quién daba la baja, y joder, eran chavales majísimos los que estaban allí, y para ellos era muy ilusionante estar en el Avilés en aquella época. Hablé con José Luis y le dije: «Mira, no te preocupes, que lo voy a dejar». «¡Joder, cómo lo vas a dejar! ¡Llevas unos partidos muy buenos!». «No, no. Lo dejo, y ya está». Y así fue. Me liberé. Sinceramente, me liberé.
Después has sido director deportivo del Avilés, gerente del Palencia…
Palencia, nah. Fue un mes. Fui para allá con Marino Solares, pero nah, un desastre. Entró ahí una gente a especular y demás y a los veinte días nos fuimos.
También has sido ojeador del Tenerife y del Mallorca.
En Tenerife estuve tres años; empecé de ojeador allí con Alfonso Serrano. Me acuerdo de que estuvimos a un gol de subir a Primera, con el Getafe en los playoffs. Luego Mallorca, sí.
¿Nunca te ha tentado entrenar?
No. No. No me veo en esa faceta. No me gusta. ¡Puf! Estar al mando de tanta gente, de tantos chavales, tanta… No. Qué va. No me veo. Ni me veo capacitado, ni me ilusiona, la verdad. No.
¿Ser ojeador sí te gusta?
Hacer scout (ahora se llama así, pero es el ojeador de toda la vida) es mucho trabajo. En el Mallorca tuve que viajar mucho por Europa, por Sudamérica, ver mucho fútbol, hacer informes, tal. Vives peor, pero vives mejor.
Me explico. Vives peor porque estás todo el día en carretera, en el coche, cogiendo aviones, haciendo informes, analizando, rompiéndote la cabeza, mucho ordenador, mucho tal. Pero es mejor porque estás liberado de la presión de ser tú el que tome decisiones, el que dé la cara, como tiene que hacer un entrenador; o, en el caso de un director deportivo, el que tenga que estar lidiando con que si el director general, que si los jugadores, que si el médico, estar en el día a día, tenerlo todo un poco organizado.
Hay gente que dice esto de «quiero ser mi propio jefe», pero hay otra que prefiere tenerlos y, claro, que sean buenos, que no sean unos negreros. Pero la cosa de no decidir tú, ¿no? ¿Es tu caso? La verdad es que es el mío.
Yo prefiero ser trabajador que jefe, totalmente. No valgo como jefe, no, no. Es un papel que cuando lo he tenido me ha costado a veces hasta dolores de barriga el tener que decir algo o hacer algo. Sufro. No es lo que más me gusta.
Prefiero ser mandao que mandar. Lo que creo que se me da bien —o eso me dicen, porque no lo voy a decir yo— es el unir, el crear buen ambiente, el apagar fuegos, el buscar soluciones. La verdad es que este es un club en el que eso es muy sencillo, porque no hay muchos egos. Vamos todos de la mano. Nadie quiere sobresalir por encima de nadie; te hacen la vida muy sencilla.
¿Cuáles son tus responsabilidades concretas aquí en la Ponferradina?
En primer lugar, hacer el equipo, es decir, fichar, hacer la plantilla. Este año se firmaron veintidós jugadores; menos Yuri, prácticamente una plantilla nueva. Hubo que sacar a doce jugadores también: negociar, sacar dinero por ellos. Ahora, pues seguir el mercado, ver un poco lo que es el mercado, conocerlo, ver qué necesitas, qué puedes fichar, qué jugadores dieron el nivel, qué jugadores no lo dieron. También tienes que estar encima de ellos, y más de los que no juegan, para que no se caigan, para que sigan esforzándose, para que cuando entren en el campo rindan.
Cada uno es de una madre distinta y de un padre distinto, cada uno tiene sus historias, sus problemas, que si no dormí de noche, que si no sé qué. Tienes también que estar en diálogo constante con el cuerpo técnico, que no haya rifirrafes, que haya un día a día de información mutua, la que sea, que todo sea muy transparente. Que si el médico ha dicho esto, que si el jugador tiene que tal, que si no.
Que si el que cuida el campo ha pedido que no me entrenen aquí hoy, pero el entrenador quiere entrenar ahí hoy, porque necesita que sea en el campo. Luego, el presidente te pregunta por cosas: ¿cómo va todo?, tal. Con el consejero delegado, Eduardo [Domínguez], tengo una relación espectacular; me ayuda muchísimo a solucionar problemas cotidianos. Digamos que para mí fichar es lo más sencillo de esta profesión.
Te vas a equivocar, obviamente. Traerás a jugadores que no serán buenos; con alguno te vas a equivocar. Pero para mí lo más difícil es el día a día, que todo esté cocinado, que todo esté bien para que ellos, cuando llegue la hora de saltar al campo, estén al cien por cien, al ciento diez por cien; que no tengan una excusa para que bajen su rendimiento.
En un equipo de fútbol hay muchos egos, hay muchas cosas, y no es fácil, porque cada uno es diferente, a cada uno hay que tratarlo de una manera, tienes que conocerlos un poco, y eso es un desgaste.
Cuéntanos un poco más del proceso de fichar. ¿Tienes ojeadores que te vayan mandando informes o…?
Este año no tenemos ojeadores. Lo hemos hecho entre el míster y yo, con Eduardo ocupándose del tema económico; él de fútbol no opina.
Entiendo que le propones a Eduardo un fichaje y su trabajo es decirte si os lo podéis permitir o no.
Eso es, eso es. Bueno, primero le pregunto cuánto dinero tengo. Tenemos esto, podemos llegar más o menos hasta aquí. Con eso vas mirando aquí y vas mirando allí, intentando ajustarte un poco a lo que puede permitirse el club. Yo propongo jugadores y lo hablo con el cuerpo técnico; les consulto cuál creen que nos puede dar más, si este, este o aquel; cuál se adapta mejor a lo que queremos hacer, a cómo queremos jugar y tal.
Supongo que tú haces ofertas pero también te las hacen; te llegan propuestas.
Sí, sí. El mercado de verano, sobre todo, es de locos.
Y tienes que ver muchísimos partidos. Esta tele que tienes aquí delante, entiendo que es para eso.
Sí, veo partidos aquí y los fines de semana los veo en directo. Veo tres o cuatro partidos mínimo; y si puedo ver cinco, cinco.
¿Por toda España?
No, más bien el norte: País Vasco, Navarra, Castilla y León, Cantabria, Asturias, Galicia, Madrid… Más abajo, ya pierdo mucho tiempo. Tengo que salir el viernes por la mañana para irme al sur y volver el lunes, y si no estás aquí se te escapan muchas cosas.
Aquí, con el vídeo, tengo para ver partidos de prácticamente todo el mundo. Más que nada, se trata de ver a los jugadores para que, una vez que te los ofrecen, ya tengas un conocimiento de ellos. Te ofrecen a fulano y ya sabes si te interesa o no te interesa.
Tienes que estar actualizándote continuamente, porque el jugador cambia de un año a otro una barbaridad; parece otro. Dices: joé, ¿cómo fiché a este, si es un tronco? O: ¿cómo no fiché a este, que mira qué año está haciendo? Cambian mucho. Si son jóvenes, más. Tienes que estar muy, muy encima.
Me quedan dos preguntas por hacerte. La primera, por tu breve paso por la política. Fuiste concejal de Deporte, Educación y Juventud en Villaviciosa —con el PP— en la legislatura que empezó en 2011, pero te fuiste pronto, en junio de 2012.
Decepcionante. Para mí fue decepcionante.
¿Se reciben más patadas en la política local que en un campo de fútbol?
Entré en política pensando en el pueblo. Sabes que no vas a ganar ni un euro, pero entras porque crees que puedes ayudar en algo al pueblo, en mi caso en tema de deportes y demás. Pero en un momento dado, recibí zancadillas de mi propio partido, porque de pronto interesaba más otra cosa. Teníamos un dinero para tema deportivo y de pronto me lo quitaban y lo ponían en otro sitio, para una cosa que para ellos era más importante, pero yo no lo veía importante.
Es cuando decido marchar. Veía que no se valoraba lo que yo quería hacer, lo que yo proponía, que eran cosas sencillas por el bien de los niños, de los chavales. Los chavales, por ejemplo, entrenaban en unas instalaciones precarias, y yo proponía hacer unos vestuarios y quitar una uralita que ya se tenía que haber quitado hace tiempo, cosas así.
Alguna cosa hice por el atletismo, por ejemplo; hay cosas que todavía hoy [el presidente del Club de Atletismo Villaviciosa] Manolo Villazón me agradece. Pero hubo cosas que me dolieron; cosas en las que veías lo que es la política. Había tres concejales tránsfugas del PSOE que… Que da igual el partido, ¿eh? Porque ahí, al final, no es un partido. Yo, cuando voto en el pueblo, voto a la persona, no voto a unas siglas.
Ahora está Alejandro [Vega], que es del PSOE, y yo estaba en el PP de aquella, pero a mí Alejandro me parece un alcalde excepcional, un alcalde para Villaviciosa que creo que no lo hay mejor, y que me da igual que esté en el PSOE, como si está en Izquierda Unida o en yo qué sé. Yo voto a la persona.
Pero de aquella, pues había unos tránsfugas que eran del PSOE y que yo veía que al principio me apoyaban; que, cuando hacíamos las reuniones de todos los partidos que hacíamos antes de los plenos, dejábamos claras cosas, pero luego ibas al pleno y te lo tiraban para atrás. ¿Y todo lo que hemos hablando? Pero ¿esto qué es? En un momento dado, me dice que tenía cosas más importantes que hacer que perder el tiempo así.
¿Militabas en el PP, o habías entrado como independiente?
No militaba en ningún lado. A mí me vino del PP gente a la que conocía desde crío: Juanín [González], Marta [Faya], tal, y dije: venga, pues vale, pues venga, vamos a ayudar. Pero nunca pensando en política. Si yo soy algo es apolítico. Ver cómo se movía todo, todos esos intereses, me decepcionó de tal manera que dije: stop.
Es muy típico que deportistas conocidos a los que se les hace una propuesta de representación política acaben dejándolo, decepcionados con la sensación de que simplemente querían servirse electoralmente de su popularidad, poner su cara en un cartel, pero no darles verdadera responsabilidad. ¿Fue tu caso?
No creo que mi cara… Bah, sí, era conocido; creo que más o menos, dentro de lo que cabe, tengo buen cartel. Como todo, habrá gente a la que le caiga mejor o a la que le caiga peor. Pero yo voy por la calle y hablo con muchísima gente; siempre he sido muy llano, muy accesible para todo el mundo, de toda la vida. Pero sí, al final me decepcionó mucho, sobre todo, mi propio partido.
Quería preguntarte también por tu faceta de empresario turístico. Tienes un hotel rural en Rales.
Es la antigua casa rectoral, donde vivía el cura. El Obispado hizo una permuta; cambió la casa consistorial por el prado de las fiestas. El antiguo alcalde, Silvino, que tenía el prado, se quedó con la casa y la puso en venta. Vino una gente a verla; está justamente delante de mi casa, y mi madre me decía: «bah, ¿quién querrá vivir ahí? ¿A quién nos meterán aquí?». Estas cosas de los pueblos. Dije: «Bueno, si queréis la compramos». «¿Para qué quieres otra casa aquí? Ya tienes esta».
Lo típico. «No gastes más perres en el pueblu, que al final no te da nada». Pero tampoco era una inversión muy grande, y dije: bah, la compro. Y la compré. La compré sin miras a nada más, pero pasaron unos años y empezamos a pensar qué hacer con la casa. Mi padre todavía vivía, y fue él el que dijo: «pues podemos poner un hotel rural, que ahora hay muchos por ahí y tal». Lo empezamos a hablar: «pero ¿quién va a trabajar aquí, quién lo va a atender…?».
Más tarde murió mi padre, y fue entonces cuando dije: ¿y si retomo aquella idea que me plantó en su día mi padre? Era cuando había unas ayudas; te daban no sé si hasta el ocho por ciento. Lo tramitamos y lo montamos. Es un hotelín humilde, pequeñín, allí en el pueblo, muy rural. Estamos muy contentos. No es para… Hombre, un matrimonio puede vivir perfectamente de eso, pero nosotros lo hicimos más para tener algo allí en el pueblo, algo así familiar. Luego, nunca sabes. Igual el día de mañana acabo yo allí, cuando me reviente la cabeza y acabe cansado de todo esto, y quiera estar allí tranquilo.
Estamos en un momento en el que el turismo está en el centro del debate sobre el presente y el futuro de Asturias. Hay un boom que genera muchas esperanzas en una tierra que lleva cincuenta años en crisis y soñando con la aparición de una gallina de los huevos de oro, pero también muchas dudas y algunos miedos: la gentrificación, la turistificación, la masificación de algunos lugares, lo caro que se pone todo. ¿Cómo vives tú todo este debate?
A ver, si te soy sincero, a mí, cuando voy a Asturias, me gusta la paz, la tranquilidad, estar ahí ermitaño. Y ahora vas por ahí y ya ves tráfico, gente, tal, vas a comer o a tomar un culín de sidra a la Villa y ya no tienes donde aparcar, barullos, tal, buf. Yo entiendo que es positivo y necesario para la economía asturiana y todo eso, porque se nos está cerrando todo por otro lado, pero hombre: los que somos de allí preferimos, yo por lo menos, la tranquilidad.
Se masificó todo demasiado. Se quiere tirar demasiado del turismo. Es como el descenso del Sella: vas en verano al Sella y aquello ¿qué es? Un peregrinaje de canoas que no se ve ni el agua, con gente por aquí, por allá, no puedes bajar. Antes era algo más controlado, más sencillo. Disfrutabas. Ahora no lo disfrutas. Está todo demasiado masificado.
Me contaron de una vecina neorrural de Rales, de fuera de Asturias, que se quejaba de una farola que se puso para iluminar una cuesta empinada cerca del bar, que era un peligro para los paisanos de noche. Decía que le impedía ver las estrellas desde su jardín.
Ah, sí. Jo, vaya personajes. O te dicen que tienes que cortar unos árboles porque les tapan la puesta de sol. Hay cada flipao, cada iluminao… O se quejan de las boñigas, o de que canta el gallo. O están todo el día pidiendo cosas, pero luego podan, les dices que no lo tires en tal sitio, porque les van a denunciar, y venga a tirarlo ahí otra vez. Pues mira, hijo, lo que quieras. Gente a la que le cuesta, que no se adapta. Es lo que hay.
Otra entrevista estupenda para saber más de aquel fútbol de los 90 que tanto nos gustaba a muchos y del que normalmente sólo conocemos la superficie. También es interesante, por lo que cuenta Sietes, recordar que la felicidad no siempre se consigue estando en el lugar más grande o popular. Tiene más de 300 partidos entre primera, segunda y copa del Rey, muy buena carrera.
Sietes y Manjarín escanciando un culín de sidra para celebrar un gol en el Bernabéu (2-4 para el Racing). Grandes
Que entrevista más bonita
Jose, un gran futbolista però aún más gran persona si cabe!
Admirable Sietes por mantener ese amor por su tierra, por esos valores de lo sencillo y lo humilde, de la maravillosa vida rural. Y lo mejor es que lo dice porque lo siente, porque pudo haber llegado mucho más alto, pero él sin su amada tierra no es el mismo. Grande.
No conocía a esta persona «El sietes » me pasó la entrevista una amiga , y solo decir que me ha encantado… parecía que le tenía delante de mí, contándome sus vivencias, sus logros y avatares… tan cercano.Perteneces a tú tierra, la mimas y hablas de ella con devoción, eso es muy importante…. Qué bonito !!
A sido un placer leerte SIETE
Qué grande Sietes. Es el prototipo de futbolista que me gusta: humilde y agradecido. Qué pocos se ven ahora así. Me alegro de que le vaya bien. Yo no soy asturiano, pero voy mucho a Asturias. Para mí es lo más cerca que se está del paraíso en España.
La entrevista es enorme, pero el detalle de escribir en andaluz EPA cuando Sietes imita el acento de Manzano te honra, Pablo.
Para los andaluces, acostumbrados a la burla y a la falta de respeto, un detalle como éste es un mundo.
Felicidades por la entrevista y enhorabuena por tus libros.
Me bebí «la virtud en la montaña» y ando a vueltas con «los nuevos odres».
Salud!
El mayor vendehumo que hay en el fútbol. Vago y personaje. Pobre Ponferradina
Más razón que un santo. Como se nota que lo has padecido.