Dopaje

Kenteris, Thanou: Posiblemente, la excusa más patética en la larga historia del dopaje

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Konstantinos Kenteris ganando la medalla de oro en los Juegos de Sídney 2000. Foto: Corbis
Konstantinos Kenteris ganando la medalla de oro en los Juegos de Sídney 2000. Foto: Corbis

El dopaje, además de una lacra para la imagen del deporte profesional, es una fuente inagotable de diversión y espectáculo. Y no nos referimos a lo que las ayudas químicas suponen para la competición, ya sean musculaturas superlativas o cantidades de glóbulos rojos en sangre medibles en camiones cisterna, sino a las explicaciones de los dopados cuando los pillan con el carrito de los helados, que suenan como si tu pareja intentara elaborar sobre la marcha una excusa cuando vuelve a casa de una cena de empresa y al pasarle la luz negra brilla como un Gusiluz.

La argumentación e inventiva en el deportista de élite es una rara virtud, por lo que cuando se hacen públicas ciertas explicaciones a lesiones confusas, como que se rompió un frasco de perfume y el vidrio seccionó un tendón de la pierna o que se cayó una plancha y la cogió en el aire con las dos manos por la parte que quema, solo queda la sospecha y el escepticismo.

Pero en particular, el tema del dopaje es una cosa formidable. Hay varias escuelas distintas (los del «Me han echado droga en el Cola Cao», los del «¡No sabía que contenía productos dopantes!», los del «Somos lo que comemos», etc.), aunque todos comparten una premisa: ¡soy inocente!

Konstantinos Kenteris (Foto: Cordon Press)

Hay otro grupo, en los inicios muy aceptado pero hoy en día en vías de extinción, que defiende la técnica ninja: cuando hay que hacer control antidopaje son los que tiran una bomba de humo al suelo y desaparecen. Pero no adelantemos acontecimientos.

Retrocedamos hasta el año 2004. Los Juegos Olímpicos se van a celebrar en Atenas y estaba previsto que la efervescencia local llegara a su punto álgido con el atletismo, donde los griegos contaban con fundadas opciones de medalla en carreras de velocidad: en 200 y 100 metros lisos, en categoría masculina y femenina respectivamente, con Konstantinos Kenteris y Ekaterini Thanou.

Recientes adaptaciones al cine de batallas históricas, con profusión de abdominales hipertrofiados en posproducción, pueden llevar a engaño, pero hace siglos que los griegos no son conocidos especialmente por su exuberancia física. Es más, en los últimos años, los mayores portentos del deporte heleno en este aspecto se personifican en los baloncestistas Giannis Antetokounmpo o Sofoklis Schortsanitis, que de oídas parecen pertenecer a familias griegas cuyas raíces se pierden en la historia helenística, pero cuando ves su fotografía te puedes llevar cierto desengaño.

Schortsanitis, apodado Baby Shaq por razones obvias. Foto: Klearchos Kapoutsis (CC)
Schortsanitis, apodado Baby Shaq por razones obvias. Foto: Klearchos Kapoutsis (CC)

Kenteris y Thanou tenían bastante en común: eran griegos, blancos, velocistas con un físico espectacular, compartían entrenador, eran esquivos con la prensa y triunfaban en los campeonatos internacionales donde en las últimas citas se subían al cajón: en el palmarés de Thanou destacaban el oro europeo (en Múnich 2002) y las platas olímpica (en Sídney 2000, aunque volveremos a esto más adelante) y mundial (en Edmonton 2001), mientras que su compatriota había dominado el doble hectómetro siendo campeón olímpico, mundial y europeo en esas mismas citas.

Es decir, Kenteris aprovechó el vacío de poder dejado por Michael Johnson tras Atlanta 96 para dominar la distancia. Hablemos de Johnson, «el expreso de Waco», «el chico de las zapatillas de oro»; quien no lo recuerde, era aquel atleta objetivamente paticorto con un tremendo tren superior. Una aparente desventaja genética —tener las piernas cortas en proporción a su cuerpo— resultó una ventaja competitiva porque, según diversos estudios biomecánicos, su centro de gravedad bajo y su zancada corta apoyada en unos glúteos pétreos le permitían trazar con más eficiencia las curvas, de ahí que explotara al máximo su talento en 200 y 400 metros, donde logró récords mundiales.

Otro tanto se decía de Michael Phelps, cuyo torso exageradamente grande favorecía su comportamiento hidrodinámico, lo que se tradujo en veintidós medallas olímpicas. O los pies enormes y flexibles, como aletas de buceador, que lucía el nadador australiano Ian Thorpe, otro coleccionista de preseas. Pero ser blanco, en pruebas de velocidad, más que una ventaja competitiva coincidiremos en que es un hándicap. No era algo que se dijera abiertamente en el mundillo o en la prensa puesto que podría sonar racista, pero extrañaba que dos atletas de esta raza procedentes de un país sin tradición velocista asaltaran así, de la noche a la mañana, el podio de las competiciones más prestigiosas.

Además, no era frecuente verlos en mítines en el extranjero ya que solían andar desaparecidos realizando intensos y misteriosos entrenamientos en los confines del mundo. Por si fuera poco, su entrenador Jristos Tzekos había tenido problemas por algún asuntillo con productos dopantes. Vamos, que el tema olía bastante mal, si bien todos los controles antidoping a los que se les había sometido habían resultado negativos.

Ekaterini Thanou (Foto: Cordon Press)

Estábamos en el verano de 2004. A finales de julio, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) intenta localizar, infructuosamente, a Kenteris y Thanou en Tel Aviv, donde habían comunicado que se encontraban ultimando su preparación para los Juegos. Lo mismo sucede los días 10 y 11 de agosto en Chicago, el nuevo destino en el que supuestamente se hallaban.

Un día más tarde los inspectores, cansados de que les dieran plantón, se presentan en la Villa Olímpica. Tampoco les pueden localizar en sus estancias y tienen los móviles apagados. Preguntado por su paradero, Tzekos alega que se habían ido a sus casas de Atenas, a unos cuarenta kilómetros, a por unos efectos personales que habían olvidado. El caso es que, unas horas más tarde, Kenteris y Thanou dan señales de vida en un hospital: están ingresados por las heridas producidas en un accidente de moto a treinta kilómetros de Atenas. El escándalo es mayúsculo.

A las puertas del hospital acampan decenas de periodistas haciendo guardia como cuando un Borbón rompe aguas o la cadera. Para animar la espera, viejos recortes salen a la luz: estas desapariciones del último mes no son hechos aislados. Un año y medio antes ya tuvieron algún problema porque dijeron estar volando de Qatar hacia Creta y de repente, tal vez por un despiste en una escala, Kenteris apareció en Irak alentando a las tropas griegas. Los rumores son incesantes y trasciende que los atletas tienen lesiones que, si bien no son graves, no les van a dejar competir.

Pasados varios días del accidente, en una comparecencia pública, Kenteris y Thanou anuncian oficialmente que no van a participar en los Juegos. El primero hace una declaración vagamente institucional: «Por sentido de la responsabilidad e interés nacional, me retiro de los Juegos Olímpicos. Insisto en que soy inocente: no fui informado de que tenía que pasar un test antidoping».

Además, incide en que había «pasado más de treinta controles en los últimos cuatro años sin problemas». Hay quien lo vio como una maniobra desesperada por escurrir el bulto: al entregar sus acreditaciones el Comité Olímpico Internacional (COI) técnicamente no podía echarles mano. Pero sí el IAAF, quien a instancias del COI tomó cartas en el asunto. Y aquí comenzó una larga lucha judicial, tanto a nivel penal como deportivo.

Acreditaciones olímpicas de Tzekos, Thanou y Kenteris, Thanou. Foto: Corbis
Acreditaciones olímpicas de Tzekos, Thanou y Kenteris.
Foto: Corbis

Entre tanto, los Juegos dan comienzo tras encenderse el pebetero, aunque no es Kenteris el último relevista tal y como se rumoreaba: obviamente, no estaba el horno para bollos (curiosamente, Thanou había portado la antorcha en su llegada a Atenas desde Olimpia y había encendido el fuego ceremonial previo al recorrido mundial de la llama). Los aficionados griegos, que tenían al velocista por un semidiós, no encajan bien su ausencia, de hecho muchos creen que todo se trata de un complot, y lo vitorean mientras abuchean a los finalistas de los 200 metros lisos.

Nos vemos en los juzgados

A medida que se van desarrollando los diversos procesos judiciales se van conociendo más detalles. Según la versión de la defensa, los atletas no fueron informados del control que tenían que pasar en la Villa Olímpica y continuaron con sus recados. Cuando al fin se enteraron de que los estaban buscando, les entró el pánico por su posible eliminación de los Juegos y volvieron los dos en moto a toda pastilla creyéndose la reencarnación de Sete Gibernau (uno de los pilotos más carismáticos del momento).

Y vaya si lo clavaron: tuvieron un accidente. A pesar de sus heridas, en el hospital se mostraron en todo momento con voluntad de colaborar e incluso de pasar allí el test que, como todos los que habían hecho hasta ahora, resultaría negativo pues ellos estaban limpios.

Por su parte, la versión de la acusación era bien distinta: contaban con el testimonio de uno de los representantes de la delegación griega, Manolis Kolimpadis, quien declaró que habló con Kenteris y Thanou un par de horas antes de que llegara el requerimiento oficial del test de antidopaje y los notó atemorizados y «temblorosos como palomas».

Momentos después desaparecieron de la Villa Olímpica. Además, no se encontraron testigos viables que presenciaran el supuesto accidente (con una moto que curiosamente pertenecía a Tzekos), el cual, por cierto, era complejo de explicar basándose únicamente en el sentido común: la motocicleta presentaba daños en el lado izquierdo mientras que los atletas sufrieron heridas en su lado derecho.

En cuanto a su ofrecimiento de facilitar muestras de sangre y orina en el hospital, este fue desechado por el COI porque aquel era un entorno donde se podía enmascarar fácilmente un positivo. Por si fuera poco, en los registros que se realizaron en algunos almacenes de Tzekos durante la investigación, se encontraron más de seiscientas cajas de productos farmacológicos con efedrina, una sustancia dopante.

En fin, el mejor resumen de esta historia rocambolesca lo leí hace años en un extinto foro de internet, donde se realizó un certero análisis resumido en una frase: puto descojono la fuga del Kenteris.

En diciembre de 2004, la IAAF decide suspender provisionalmente durante dos años a los atletas mientras se finaliza el proceso que está llevando la Federación Griega de Atletismo (SEGAS) contra Kenteris y Thanou por haber eludido varios controles antidopaje en la antesala de los Juegos de Atenas. En marzo de 2005 salta la sorpresa: la SEGAS declara inocentes a los velocistas, si bien condena a cuatro años de inhabilitación a Tzekos por distribuir sustancias prohibidas.

La IAAF, simple y llanamente, flipa pepinillos con esta sentencia y pone el caso en manos del Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS, por sus siglas en francés), manteniéndoles, eso sí, la suspensión de dos años. En junio de 2006, para llegar a un acuerdo con la IAAF, Kenteris y Thanou reconocieron haber evitado deliberadamente los controles citados de Tel Aviv, Chicago y Atenas. Así, el TAS finalizó el procedimiento, se evitaron más investigaciones (seguramente no les convendría rebuscar en la basura) y los atletas podrían volver a competir a finales de diciembre de 2006.

Pero en Grecia tenían abiertos sendos procesos penales desde noviembre de 2004 por el paripé del presunto falso accidente. Tras multitud de vistas y aplazamientos, en ¡mayo de 2011! se les condenó a treinta y un meses de cárcel (se enfrentaban a una pena de cinco años). Los atletas apelaron y en septiembre del mismo año ¡fueron exculpados de fingir el accidente! Como para no apelar. Tzekos, no obstante, fue condenado a un año de cárcel aunque quedó libre bajo fianza.

Hay un par de notas a pie de página, en paralelo a la causa principal, que son despachadas discretamente: la vinculación de Kenteris y Thanou con el mastodóntico caso BALCO (tal vez el mayor escándalo de dopaje destapado hasta el momento) y la financiación estatal del programa químico de Tzekos.

En la primera de ellas, salieron a la luz varios correos electrónicos entre Victor Conte, fundador de los laboratorios BALCO, y el entrenador Ken McDaniel, donde se menciona a Kenteris y Thanou como consumidores de sus productos. Los velocistas griegos fueron exculpados por falta de pruebas.

En cuanto a la implicación del Gobierno griego en la formación de superatletas mediante las ayudas farmacológicas de Tzekos, se produjo un mínimo revuelo, unas tibias amenazas de quitar la inmunidad a exministros o diputados para investigar a fondo y, al final, como todos esperábamos, quedó en nada.

Thanou, en segundo plano, entra a meta tras Marion Jones en los Juegos de Sídney 2000. Foto: Corbis
Thanou, en segundo plano, entra a meta tras Marion Jones en los Juegos de Sídney 2000. Foto: Corbis

Mientras se dilucidaba este culebrón, otro llegó a su fin: en 2007 Marion Jones confesó su dopaje sistemático y le fueron retiradas sus medallas… sí, incluso la de oro en 100 metros lisos de los Juegos de Sídney. ¿Recuerdan quién quedó en segunda posición? Exacto, Thanou, quien no tardó en pedir que, como en el resto de pruebas, la expulsión de Jones le otorgara el oro.

El COI ni olvida ni perdona y los 100 metros de Sídney fueron la única prueba del caso Jones en la que dejaron el oro sin asignar. Por si este agravio fuera poco, Thanou volvió a competir tras la sanción (Kenteris se quedó en un discreto segundo plano) y consiguió la marca mínima para los Juegos de Pekín, pero no fue admitida por el COI por «conducta impropia o por causar descrédito a la competición olímpica» con su performance con motocicleta de cuatro años atrás.

Para finalizar, evitaré el obvio paralelismo entre Tzekos y Eufemiano Fuentes y sus ayudas médicas (la hemeroteca es cruel) para incidir en otro más vistoso: Kenteris y Thanou eran oficiales del ejército griego (marina y aviación, respectivamente). Hay un personaje de cómic que también pertenecía al ejército y al suministrarle el suero de supersoldado se transformó en un prodigio físico. Es raro que nadie haya apodado sarcásticamente Capitán y Capitana Grecia a Kenteris y Thanou.

Un comentario

  1. gordiflaco

    Saltar en dirección opuesta al lado contra el que vas a chocar no me parece tan contrario al sentido común.

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