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Sabina Asenjo: «Ojalá mi récord de España dure poco; si tarda veinte años, es que no se están haciendo las cosas bien»

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Van llegando poco a poco jóvenes atletas a las estancias del Centro de Alto Rendimiento de León, donde hemos quedado a las cuatro con Sabina Asenjo (Lillo del Bierzo, 1986). Iniciamos la entrevista —para que las fotos queden guapas— entre máquinas de gimnasio, pistas para correr, el listón y la colchoneta del salto de altura, el cuadrado de arena del de longitud. En un momento dado, aparece June Kintana, a quien Asenjo saluda con efusividad. De reina a reina. Si hay una mujer capaz, hoy, de batir el récord de España de lanzamiento de disco que Asenjo sigue ostentando, es la lanzadora navarra, aunque la precariedad absoluta de medios que aqueja al sector de los lanzamientos no se lo está poniendo fácil. Hablaremos de ello. El CEARD, situado a las afueras de la ciudad, al lado del colegio de los jesuitas y de equipamientos universitarios, fue inaugurado —leemos en una placa— en 2010 por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Cuando el ruido de los deportistas que entrenan empieza a dificultar la conversación, y nosotros su entrenamiento, nos vamos a una sala en la que esta atleta, olímpica en Río, nos cuenta que celebraron muchas cosas, y también su récord, conseguido en 2015. Lo dejó en 61,89 metros que arde en deseos de que se superen.

Sabina: naces en El Bierzo en 1986. Te crías en un pueblo de seiscientos habitantes, Lillo, perteneciente al municipio de Fabero. ¿Cómo es esa infancia rural?

Muy tranquila. Iba al colegio allí. Mi físico, eso es cierto, llamaba la atención. Era muy alta ya desde pequeñita, y, cuando me preguntan por la infancia, siempre recuerdo eso: que se me destacaba por la altura. Al ser un pueblo pequeño, también es verdad que no era lo habitual.

¿Lo llevabas mal? ¿Eran comentarios insultantes, hirientes?

No es que fuese insultante, pero sí un poco cansino: parecía que no había otra cosa. Desde que tengo uso de razón se han fijado en mí por eso. A día de hoy, creo que ya no llama tanto la atención, pero en su época no era lo habitual, y era una cosa constante. Salvo esta pequeña cosa, fue una infancia muy tranquila, muy feliz. Tengo un hermano mayor, y a mis padres les encantaba que viviésemos al aire libre. Teníamos una casa en la montaña a la que íbamos mucho en verano. Hacíamos excursiones. Siempre estábamos de cara a la naturaleza, que es algo que ahora inculco también a mis hijos. Mi padre fue deportista siempre y siempre nos llevaba por ese camino de intentar hacer deporte, ejercicio…

¿Fue deportista profesional?

No, no, amateur, amateur. En mi familia sí que tuvimos un referente atlético como fue Rodrigo Gavela, que era primo carnal de mi padre.

Maratoniano en Barcelona ‘92, ¿no es así?

Sí, corrió maratones muchos años. Tuvo el récord de España de maratón durante un par de años. Es verdad que era una época en la que no había muchos maratonianos, pero fue campeón. Se dedicaba profesionalmente al atletismo.

¿A qué se dedicaban, o se dedican, tus padres?

Ahora están jubilados los dos, muy felices. Mi madre era técnico de laboratorio en la central térmica de Anllares, y mi padre estaba de jefe de obra de una empresa subcontratada de Fenosa, en su momento. Siempre trabajaron allí los dos. Estuvieron hasta hace, pf, quizás dos años mi padre, y quince mi madre ya.

¿Anllares es una de las centrales térmicas que volaron hace poco?

Sí, sí. Hace un par de años. Quedan las oficinas.

Y ¿qué tal lo llevaron tus padres? Sé de gente para la que fue muy doloroso ver desintegrarse esas centrales.

Mal, mal. Fíjate que pensé que lo iban a llevar mejor, porque, bueno, en mi familia las cenas eran siempre… Mi madre dice que es una de las cosas de las que se arrepiente. Mis padres trabajaban en el mismo sitio y tenían, digamos, los mismos problemas laborales. Entonces, cuando por fin podían hablar, que era a la hora de la cena, cuando estábamos nosotros, siempre hablaban de los problemas de la empresa. Yo los conocía perfectamente a todos: quién era el peor, quién era… Dice mi madre que, ahora, no lo hubiera hecho, porque es un momento para estar en familia, pero entonces era así. La voladura fue como el fin de una era. La minería, en esa zona, fue decayendo paulatinamente y lo único que quedaba en pie de esa época eran las centrales térmicas. Entonces, siempre se pensaba que, al estar las centrales, igual las minas podrían resurgir, pero en el momento en el que eso ya se cierra, es evidente que no hay más. Así que sí que fue un proceso de duelo. No es que fuera un problema mayor, pero sí eso: el fin de una era.

¿Eran sindicalistas, tus padres?

Sí. Mis padres, ambos, siempre han estado en la lucha de los trabajadores, ese conseguir cada vez más derechos… Mi madre estuvo en el sindicato muchos años. Mi padre no, pero también es muy político. Mi familia es muy política. Los dos tienen, bueno, esa lucha del… del proletariado, ¿no? Sí, sí.

Gente de izquierdas.

Sí, sí. Ambos. Yo, en mi familia, quizás sea la menos de izquierdas al lado de ellos tres; de mi hermano y mis padres. Ellos son muy de izquierdas. A mí me gusta ver las dos versiones de las cosas y no soy tan visceral. Creo que la política y la gente de izquierdas es muy así, muy apasionada, y yo no; yo soy más templada. Me gusta ver que hay cosas de la derecha que están muy bien y cosas de la izquierda que están muy bien, y a veces me cuesta un poco decantarme. Creo que es lo mejor. Pero quizás sí que he tirado un poquito más hacia la izquierda.

¿Has tenido ofertas para entrar en política alguna vez?

No, no, por suerte no (risas). La verdad es que no sabría qué decir. No es un mundo que me llame. No sé hasta qué punto las cosas que quieres hacer se pueden hacer, no sé hasta qué punto es un mundo en el que hay que mostrar una cara que realmente no tienes. No es algo que me interese mucho. Tampoco es algo que descarte. Con los años igual llega a llamarme, pero a día de hoy, no.

Empiezas a practicar el atletismo en la escuela de ese primo, Rodrigo Gavela, en Fabero. «Recuerdo que yo no quería ir, pero mis padres me obligaron. No me gusta correr y pensaba que se iban a reír de mí porque con 13 años ya medía 1,78, pero me lo pasé tan bien que me enganchó desde el principio y, dadas mis cualidades, era perfecta para los lanzamientos», contabas en 2015.

Sí, sí, fue una lucha de mis padres. Bueno, más que una lucha, un «te subes al coche, y punto», que ahora yo creo que no está bien. Yo, por lo menos, con mis hijos siempre es como «¿qué te gusta hacer?». En esa época era «te subes y te subes», y ya está. A veces funciona. En mi caso funcionó. Pero tenía como mucho miedo a hacer el ridículo. Había hecho baloncesto, pero atletismo, quizás los referentes que yo tenía eran de correr, y a mí no me gustaba correr. Además, iba sola, y pues no sé: ese miedo que tienes de preadolescente. Pero luego, desde el primer día me encantó. Lo pasé genial, lo disfruté muchísimo. Sí que los primeros días íbamos a correr, pero, aunque a mí eso no me gustase, no sé, algo me gustó, algo había en el ambiente que me encantó. Después, cuando fui probando más pruebas, mucho más. Pero esa tarde de «¡pa’l coche!» la recordaré toda mi vida.

¿Con tu hermano no lo hicieron?

Sí, pero mi hermano hacía fútbol; siempre le gustó el fútbol, y lo hizo hasta muy mayor. En casa, el deportista era él, y yo era a la que le costaba más hacer las cosas. Después, intenté meterle el gusanillo del atletismo, pero no lo conseguí.

¿Qué tal ese paso por la escuela de Gavela? ¿Cómo eran los entrenamientos, el día a día…?

Había mucha gente. En Fabero nunca se había hecho tal cosa. Era un pueblo donde todavía había, y hay, mucha gente, pero la oferta de deporte era muy reducida. Había deporte escolar, que podías hacer baloncesto y fútbol, y luego había un equipo de gimnasia rítmica y estaba el equipo de fútbol de siempre. Pero no había otra cosa. En el momento en el que decidieron abrir esa escuela de atletismo, se presentaron muchísimos niños. Había mucho ambiente, muchos niños de una misma edad que íbamos al instituto juntos. Duró un año, es verdad que solo fue un año, pero ese ambiente hizo que, luego, mucha gente siguiese. No continuaron en el tiempo como yo, pero sí que luego bajaron a Ponferrada.

Hacíamos muchas cosas. Probábamos lanzamientos, y yo hice lanzamientos, pero también saltos, correr… Corrí, hice de todo, todas las disciplinas. Me acuerdo de que mi primera competición fueron unas combinadas: salté, lancé, corrí, hice de todo. Había muchas competiciones, y eso ayudaba mucho. Venía el autobús de la Diputación y te bajaba; bajaba a todos los niños de alrededor, y eso era muchos fines de semana. Es fundamental para estos deportes que no son como el fútbol, que compites prácticamente todos los fines de semana, constantemente. Aquí es más complicado. Y eso fue un germen. Hizo que se enganchasen muchos chicos. Los viajes, las competiciones, unían mucho.

La escuela de Gavela en Fabero dura poco…

Se cierra al año. Los apoyos no continúan, no sé si por tema político o por qué; tendría que preguntárselo a mi primo.

Y te vas a Ponferrada, con Nacho Morán.

Me había visto competir, y ya había hablado con mis padres que sería una pena que yo dejase de entrenar porque en Fabero no hubiese una escuela. «Que entrene aquí, que pruebe, que vea si le gusta, que vea el grupo» y tal. Probablemente aquel viaje de Lillo a Ponferrada sea el momento en que más nervios he pasado en mi vida. Era todo nuevo: un entrenador nuevo, una ciudad nueva, compañeros nuevos. En Ponferrada, en aquella época, había muchísima gente, muchos entrenadores. Pero llegas, todo el mundo te acoge, te abre las puertas… Ahí fue donde me enganché definitivamente. Bajaba tres días a la semana, una cosa así.

Te decantas por el lanzamiento de disco. ¿Cómo se produce, por qué, esa especialización? ¿Cómo vas descubriendo que eso es lo tuyo?

A mí me gustaba la pértiga, pero, por mis condiciones físicas, no era lo más adecuado. Fue el físico lo que hizo decantarme por una disciplina de lanzamientos. En principio, empecé por el peso, porque es lo más fácil de lanzar: no necesitas nada especial. Pero tampoco es que me gustase especialmente.

En peso, tienes alguna medalla en categorías inferiores, ¿no?

Sí, sí. Tengo varias de categorías inferiores: segunda, creo, tercera… Ahora mismo no recuerdo, pero sí: he estado en podiums. A ver, coincidió una época en que no había muy buenas lanzadoras de peso, y simplemente por ser alta y tener buenas palancas lo vas a lanzar. Pero no eran marcas muy buenas las que hacía. No me gustaba. Y entonces probé el disco.

¿Es muy distinto, el lanzamiento de peso del de disco?

No es muy distinto, pero necesitas una fuerza diferente. El peso es más explosivo. Es una bola y la tienes que lanzar: no hay mucho más. Pesa más, y aunque ahora, con el giratorio, la técnica sea similar a la del disco, la forma de darle fuerza a ese artefacto es totalmente distinta. Para el disco, y más por mi forma de lanzar, que es por amplitud, por velocidad de piernas, no tienes que tener esa sensación de potencia, de fuerza. El disco tiene que girar muy rápido, y si tú le pegas muy fuerte, lo matas. Se va para abajo, o muy para arriba. Tiene que volar. Necesita otra sensibilidad; necesitas como la mano, los dedos… El peso, ya te digo: nunca se me ha dado bien. No es que no me guste, pero no se me ha dado bien. No tengo esa potencia que se requiere. Pero cuando probé el disco, sí se me daba bien. Empecé a hacer marcas buenas. Y me gustaba; me gustaba y era buena: el germen perfecto para dedicarme a esto. Y me gustaba entrenar, que creo que es un factor fundamental. Era disciplinada.

¿Sí? Yo te he leído contar, en una entrevista de 2015, que en atletismo «tienes que ser muy cuadriculado, disciplinado, algo que yo no soy», decías, «porque soy un desastre, una cabra loca».

Quizás en aquella entrevista quedase un poco fuera de contexto. No es que yo no fuese disciplinada en el entrenamiento, sino que soy un desastre: se me olvidan las cosas, llego tarde a los sitios… Soy un desastre en todas esas cosas que están fuera del entrenamiento. Yo no sé los pares de gafas que he podido perder, los móviles, todo eso que hace que digas de una persona: «¡vaya desastre!». Esa soy yo, pero, por lo demás, lo hablaba ahora con Manolo [Martínez], comiendo: nos gusta mucho entrenar, y nos gusta porque sabemos que, si entrenas, vas a conseguir tus objetivos. Si te esfuerzas en el entrenamiento, sabes que vas a mejorar en un aspecto de fuerza: en la sentadilla, en el press de banca… Sabes que todos los pasos que estás dando harán que salgas y lances más. En ese sentido, yo sí que era, no una persona cuadriculada, pero disciplinada, consciente de que hay que esforzarse y de que no hay otro camino. Además, lo que me mandaban hacer lo hacía y no preguntaba para qué era. Nunca pregunté «¿y esto para qué sirve?». Lo hacía y punto. No me volvía loca.

¿Qué tal Nacho Morán como entrenador?

Bien. Fue una relación muy larga, de muchos años. Él fue quien me formó como atleta. Era muy autodidacta. Había estudiado INEF, pero conmigo empezó de cero. De lanzamientos, no sabía las nociones básicas. Pero aprendimos juntos, y se convirtió en parte de mi familia. Lo hacíamos todo juntos. Mis padres tenían buena relación con él. En los últimos años, la cosa se volvió difícil, porque yo tenía unos objetivos muy ambiciosos, y quizás él se frenaba un poco. Le costaba dar el paso de lo que supone tener un atleta de alto rendimiento. Es complicado. Tienes muchos viajes; ya no es «mando los entrenamientos y ya está», sino la planificación, todo eso. Le costaba salir de ese entorno de atletismo amateur y dedicarse más profesionalmente a esto. Yo ya empezaba a lanzar cincuenta y seis metros y a ir a competiciones internacionales, a un Europeo. Quería dedicarme a esto.

Siempre digo que conseguimos objetivos que hay gente que está toda su vida intentándolo y no lo logra. Ser internacional absoluta, entrenando donde entrenaba, con un montón de hándicaps a mi alrededor, conseguir lo que conseguí, fue el quien lo logró, pero le faltaba ese saber que lo podía hacer, que él lo podía hacer. Al final se juntaron un poco mis ganas de seguir creciendo con la apertura del CAR. Consideré que sería un error por mi parte no aprovechar el hecho de que te plantaran aquí, en León, el mejor centro de alto rendimiento específico para lanzamientos, con un entrenador como Carlos Burón, con un ambiente hecho para eso. Yo tenía las cosas claras y que quería dedicarme a esto y tomé esa decisión, pero fue duro, porque, al final, rompes una relación de muchísimos años con quien te ha hecho crecer; con alguien que es parte de tu vida.

¿Lo llevó mal, Morán?

No, no creo que lo llevase… Yo creo que él quería desprenderse del atletismo, quería dedicarse a otras cosas, y mi marcha decantó un poco que lo hiciera. Fue poco a poco dejando el club, algo que me da pena, porque, cuando te vas, quieres que aquello siga. No me creo una persona imprescindible, nadie lo somos. Pero que yo me fuera fue quizás el detonante de que eso empezase a ir para abajo. Él, ahora mismo, no tiene vinculación con el atletismo, y es una pena, porque es una persona súper válida, con muchos conocimientos, que llevó a una atleta de la nada a poder conseguir grandes objetivos y marcas. Y como yo, otros muchos. Tenía un grupo de atletas inmenso, del que iba a campeonatos de España prácticamente el ochenta por ciento. Hacía planificaciones para todos. Es una persona, además, muy ocurrente, con una mente como muy abierta. Se le ocurrían unas cosas que servían y que, con lo poco que tenía, las sacaba.

En tu casa de Lillo, tu padre te habilitó, ¿verdad?, un gimnasio, y lanzabas en un prado en el que, a veces, tenías que avisar a los vecinos, para que tuvieran cuidado con las vacas.

Sí, sí, sí. Yo no podía ir todos los días a entrenar a Ponferrada: me suponía una hora y media de viaje entre ir y volver, te llevaba toda la tarde prácticamente, y yo tenía que estudiar. Nunca me quitó de estudiar, pero tenías que organizarte, planificar bien. Y decidimos, en el piso de arriba, hacer un gimnasio con un banco de press, los soportes… Me compré unas pesas y las tengo ahí. De hecho, las utilizo ahora que ya no puedo entrenar tanto, ni moverme tanto. Y sí: delante de casa, tenemos un prao gigante, y cuando no están las vacas puedo lanzar. De pequeña también lanzaba el peso en el jardín. Muy rural todo.

Sueles decir que no te gustan los deportes de equipo, sino los individuales, donde los logros o los fracasos son solo tuyos.

Sí. Parece que suena mal, pero es que es verdad. Me gusta ser responsable para bien y también para mal. En los deportes de equipo no estás tu solo, y, aunque tú hagas un buen partido, un partido de la leche, puede ser que pierdas, y eso, ese decir «¡lo he hecho todo perfecto, y he perdido!», para mí es inconcebible. Pasa igual con los fracasos. Puedes haber hecho un partido de mierda y haber ganado la Champions. «Jolín, gano, pero he hecho una mierda». En el atletismo no pasa eso. Si haces una mierda, es tu mierda. Y si haces una buena competición, es tu buena competición. Entrenas para ti, y es muy frustrante, pero muy satisfactorio. Seguramente en los deportes de equipo te lleves más alegrías, menos decepciones. En atletismo te llevas muchas decepciones. Pero las alegrías, eso es…, ¡vamos! Eso no se puede explicar. Es indescriptible. Te lo dice todo el mundo: el que queda campeón olímpico, el que queda campeón del mundo, el campeón de España… Solo tú sabes lo que te ha costado llegar a eso, y es tu victoria. También tienes que tener mucha cabeza para la frustración constante de este deporte. Es constante. El atletismo, para mí, es como una droga. Me cuesta desvincularme, me cuesta dejarlo, porque tiene ese plus de que, si eres constante y disciplinada, algo bueno va a salir.

En 2011 ganas en Málaga tu primer campeonato de España absoluto, primero de ocho títulos consecutivos.

Me costó mucho. Durante mucho tiempo se me decía, se me achacaba, que tenía mucho potencial, pero que en el lugar donde estaba, con el entrenador con el que estaba, no iba por el buen camino. Al final, te llega. El atletismo es un deporte pequeño. El año anterior, en Avilés, había estado muy cerquita de ganar el campeonato de España, pero lo perdí porque Irache [Quintanal] lanzó más. Estábamos las dos ahí; podía decantarse por cualquiera de las dos. Pero ganó ella, y eso me frustró. Tan cerca y tan lejos. Otro año más, y dudar de si estaba haciendo bien las cosas o no, si el camino que estaba siguiendo era el que debía. 2011, entonces, fue una alegría inmensa, porque era conseguir un objetivo detrás del que llevaba mucho tiempo, muchos años, pero sobre todo por mi entrenador, por Nacho. Yo me acuerdo de que nos dimos un abrazo y él se puso a llorar, y era como: «Jo, le he hecho muy feliz».

Que tu trabajo, tu esfuerzo, valga para que una persona se sienta feliz, valorada, para que vea que vale como entrenador, que sabe hacer las cosas, que ha conseguido que una atleta suya, entrenando donde entrenábamos, con las condiciones que teníamos, sea campeona de España con una marca importante…, es especial. Fue uno de los detonantes de que me plantease dedicarme a esto profesionalmente; de que dijera: «Creo que lo puedo hacer, pero tengo que entrenar muchísimo más, dedicarme a esto en condiciones, con un entrenamiento, con vivir para entrenar». Pero tener dos campeonatos de España absolutos entrenando en Ponferrada con Nacho, para mí es un regalo. Un regalo también para él. ¡Es que era un club de pueblo! Aunque Ponferrada sea una ciudad grande, el club era de pueblo.

La épica del modesto.

Estábamos muy alejados, no teníamos mucho acceso a muchas cosas, nos aislábamos un poco, quizás no por culpa de las federaciones, sino nuestra propia.

Esa rivalidad Ponferrada-León…

Existe, sí. Me llamaban a concentraciones y demás, pero nos aislábamos como diciendo: «Aquí vamos a montar nuestro rollo y a dejarnos de historias». Y al final, tienes que estar. Si quieres mejorar, como atleta o como entrenador, tienes que ir a esos sitios, a las concentraciones, a las reuniones, tienes que pasar los plannings del año, que es un coñazo, sí, pero es el camino a seguir y es como se mejora, no aislándote y pensando que lo tuyo es lo mejor.

Con Nacho Morán ganas todavía el campeonato de España de 2012, en Pamplona. Pero ese es el año en que te vas a León, con el sueño de entrar en unos Juegos.

Yo era una loca de los Juegos Olímpicos. Decía: «Si voy a unos Juegos, me puedo morir tranquila». Ese era mi nivel de obsesión. Quizás no era demasiado ambiciosa; igual tenía que haber pensado: «Si gano…». Pero era realista. Entrenaba sola y exclusivamente para poder ir a unos Juegos Olímpicos.

Tu nuevo entrenador es Carlos Burón. Un tipo especial. ¿Qué tal con él?

Venía con miedo, por comentarios que me habían hecho. Además, mi entrenador con Burón no se llevaba muy bien. Burón quería que me viniese para aquí, mi entrenador no… Yo decía: «Bueno, estoy aquí en Ponferrada, estoy bien con mi entrenador», pero había como una lucha; rencillas. Pero me llevé muy bien con él. A Burón, digamos que lo exprimí. Sabía a lo que venía. Quería ir a unos Juegos Olímpicos, y lo que te decía: ni preguntaba para qué servía el entrenamiento. Quiero esto, tengo que pasar por todo esto y lo paso; p’alante. El problema fue cuando decidí irme a Nueva Zelanda con mi marido y tomarme esto no tan en serio. Vi que Burón no era un entrenador para seis meses al año. Él quiere rendimiento; quiere atletas que estén por y para entrenar, y yo, en ese momento, no estaba o no quería estarlo.

Me decanté por dejarle con todo el dolor de mi corazón, porque, como digo, me había llevado muy bien con él, pero él no se lo tomó tan bien. Además, como me fui con Manolo [Martínez], creo que él lo tomó como una traición. Me da mucha pena, porque creo que tomé una decisión totalmente válida, que todos los atletas vamos a tomar, de no dedicarme en cuerpo y alma a esto; y aun así exprimí otros dos años más de alto rendimiento, con mundiales, europeos, casi marca personal, dos años de mucho entrenamiento. En un momento dado decidí que no podía seguir con aquel ritmo, y no solo por mí, sino por él, porque yo sabía que le podía dar más, pero que en ese momento no podía. Y fue doloroso, porque él consiguió todos mis sueños. Su entrenamiento, su disciplina, su esquema, son buenísimos; es una persona súper inteligente, el que más sabe de lanzamientos, el que coge a cualquier atleta y lo hace lanzar, y me lo dio todo. Le estaré eternamente agradecida, pero tenía que tomar esa decisión. En un principio, parecía que se lo había tomado bien, pero… En fin, me da pena terminar así.

¿Quiénes son, han sido, tus referentes en este deporte?

Referentes, referentes… ¡Qué complicado! Siempre me cuesta. Para mí no son tanto lanzadoras o lanzadores top, un «me encantaría lanzar setenta metros como esa persona», como la gente que tengo a mi alrededor y que me hace mejorar. Manolo [Martínez] es un referente. Mi amiga Úrsula Ruiz, que estuvo conmigo todo el tiempo que estuvo aquí, y que fue la persona que me guió…

Iba a preguntarte por ella. Sé que ha sido muy importante para ti.

Sí, porque ella, para mí, aquí, lo era todo. La persona que más duro ha entrenado, que más disciplina le ha puesto a este deporte, que más cariño le tiene. Y yo, al final, lo que hice fue seguirla. ¿Tú hasta aquí? Yo también. Ella me guió, y era muy buena haciendo eso. Hacía grupo; agrupaba a todo el mundo. Si venía un chico nuevo o una chica nueva, ella se encargaba de hacer que estuviera en su casa. Era fundamental en el grupo, y, junto con Burón, las personas que me han hecho lanzar. Sin Suli, hubiera sido totalmente distinta. Ella hacía peso y yo disco, pero lo que es la parte gimnasio, no la técnica, sino todo lo demás, yo lo hacía con ella, me ponía con ella. Me sacaba muchos kilos de pesas, pero me ponía con ella y me motivaba; era una motivación siempre. Era una máquina. Y yo soy una persona, no sé si empática, pero que la energía o el humor que tiene una persona, a mí me lo pega. Si conmigo Suli estaba a full, pues yo también: a tope. Me enseñó a disfrutar del entrenamiento, a sufrir. Y es parte fundamental de mis resultados. Una crack.

Manolo me contaba que, con Burón, escogieron a un lanzador de la RDA como modelo técnico a seguir; alguien cuyos movimientos, cuya técnica, imitar. Y que Burón le enseñó que era mejor imitar a uno que a varios, para que la mezcla de influencias no resultase contraproducente. ¿Eso no se hizo contigo?

A mí me gustaba mucho lo que eran los atletas alemanes, ese tipo de lanzador. Son atletas muy altos, fuertes; y, por mi constitución física y mi forma de lanzar, eso me gustaba más. Pero no era una persona que viese vídeos o que estuviera, como están los chavales ahora, diciendo: «¡Mira lo que ha lanzado este!» [Sabina hace gesto de mirar un «smartphone»]. Yo me guiaba mucho por lo que me decía mi entrenador. Si mi entrenador me comentaba un aspecto técnico de la cadera aquí, o el pie aquí, o no sé qué, yo lo interiorizaba. Mi modelo a seguir era lo que me decía mi entrenador; realmente no decía «quiero parecerme a este atleta o a este otro». Era muy cabezona. Podía pasarme lanzando un montón de tiempo. Siempre lo tienes pautado: tantos tiros, tal. Pero, si no me salía, ahí estaba hasta que me salía. Quería buscar la mejor versión. Ahora lo estoy quitando un poco, porque ya no puedo más, pero le dedicaba mucho, y me consumía mucho, a buscar la mejor versión de mi técnica.

De ti se ha señalado a veces tu sobriedad como lanzadora. No te gusta gritar en los lanzamientos, ¿verdad?

Sí, eso me ha perseguido mucho tiempo. Me lo criticaban. «¡Es que parece que no hace nada! ¡Es que lanza como dejándolo salir!». No gritaba porque yo no lanzo pensando «voy a darle la hostia de fuerte». No soy así; mi fuerza no va así. Yo tengo dos metros, dos diez, de envergadura, que es mucho. No puedo darle fuerte. Que luego sale fuerte, pero da la sensación de que lo dejo salir, y es que así es como tiene que salir; la fuerza para lanzar sesenta y un metros tiene que salir muy rápido. Me decían: «¡Si le pusieras ganas…!». Yo decía: «Pero ¿tú sabes las ganas que le pongo? No grito porque no me sale gritar. A veces sí, entrenando: pero para mí gritar es que le he dado un mangazo y no me vuela». Nacho me insistía en que tenía que gritar. Sin embargo, mira: Burón es algo que nunca me dijo. No recuerdo que nunca me lo dijera. Yo creo que los de peso sí tienen que gritar, o que te sale más natural, porque le tienes que dar mucha fuerza, pero, ostras, en disco es menos. Yo he coincidido con lanzadoras que lanzaban sesenta y cinco metros y que no gritaban. A mí no me salía, y si no me sale no puedo hacer nada. No me sale y ya está. Pero era una losa que tenía, que me acompañaba. Con el tiempo, derivó a decir: «Mira qué fácil lanza». Algo mejor, más bonito. Ya no era que no le pusiera ganas.

Málaga fue el primero y Pamplona el segundo campeonato de España. Con Burón ganarás otros seis: Alcobendas 2013, Alcobendas 2014, Castellón 2015, Gijón 2016, Barcelona 2017 y Getafe 2018. ¿Cuál o cuáles recuerdas como los más especiales?

El especial-especial fue el de Castellón, sin duda alguna. Con los años, lo voy viendo y todavía me emociono. Yo tenía aquella ilusión de los Juegos, y es verdad que hice la mínima para el Mundial de Pekín, pero sabía que había hecho la mínima para los Juegos Olímpicos, porque es a un año y medio vista. No sé si en junio abría ya para hacer las marcas, y tenías hasta junio del año siguiente para hacer las mínimas: un año entero. Ese campeonato fue en agosto y el día antes de mi cumple, el dos de agosto. Esa noche no dormí nada. Tenía insomnio, debido al estrés. Encima, competía tardísimo, no sé si a las diez o diez y media de la noche. Pero fue una competición perfecta. Creo que me acuerdo de todos los lanzamientos; que, si me pongo a repasarlos, me acuerdo de todos. Estaba muy bien de forma, estaba rodeada de mis compañeros, mis padres, mi novio, mi suegro… Tenía ese feeling de que te puede salir, y creo que esa sensación me hizo acelerarme en algunos lanzamientos. Como que tenía muchas ganas. El último fue el del disfrute.

Haces 61,36, nuevo récord de España, batiéndote a ti misma, y la mínima para el Mundial de Pekín.

Sí. Ya había hecho récord de campeonato en el primer tiro, y ya tenía el récord de España; ya había pasado de sesenta ese año. También sabía que iba a ir al mundial simplemente por la repesca, pero era como: bah, menuda noche más guay, voy a disfrutar. No sé, habré visto ese tiro un millón de veces. Creo que ha sido mi momento deportivo. Si me dices: ¿Juegos Olímpicos, mundiales…? No: es ese. La culminación de muchas cosas. No soy de llorar de alegría, pero ese día lloré, porque eran mis padres muy contentos, la ilusión de mi padre, ir a unos Juegos Olímpicos, mi suegro, que fue médico de la federación española y atleta, la alegría que lleva toda la gente a tu alrededor más que la tuya propia, los del equipo, una explosión. Ese campeonato lo guardaré hasta el fin de los tiempos.

¿A tu marido lo conociste a través del deporte?

Sí, sí: entrenábamos juntos en Ponferrada. Él vino de Toledo a estudiar forestales en Ponferrada (risas). Y como su familia es muy de atletismo, empezó a entrenar. Mi suegro, como te decía, estuvo en la federación mucho tiempo de médico, y de atleta en la Blume. Con mi marido, tuvimos una relación de mucha amistad hasta que finalmente empezamos a salir. Llevo con él desde 2008, pero nos conocíamos desde 2005 o 2006. Era mi mejor amigo. Al final, el roce hace el cariño (risas).

¿Cómo es ese momento del podio, de recibir la medalla, el himno, toda esa liturgia? ¿Cómo se vive desde ahí arriba?

Es bonito, pero tampoco lo recuerdo como algo maravilloso. Hombre, nunca he ganado una medalla en un mundial o un europeo o unos Juegos Olímpicos. Tiene que ser muy distinto; me imagino que será impresionante. La gente llora por algo. Pero para mí, lo bonito era la propia competición; hacer una marca personal, ganar un campeonato, lo in situ. Luego pasa un ratillo hasta que te dan la medalla.

En 2012 participas en tu primer gran campeonato internacional: el Europeo de Helsinki, donde no logras superar la clasificación. ¿Qué tal esa experiencia?

Buenísima. Aquel año, todavía estaba en Ponferrada. Había lanzado cincuenta y seis o algo así, que no era mínima para el Europeo. Ahora parece increíble que si no haces mínima te lleven, pero, con buen criterio, creo yo, vieron que empezaba a mejorar, que había ido a otro internacional —el Iberoamericano—, que estaba en marcas, pues por ahí, cincuenta y seis, cincuenta y siete, y que el Europeo era una recompensa; un «sigue haciendo lo que estás haciendo». Fue el año en que decidí irme para León. Lo decidí en un vuelo con Burón. Fuimos a Venezuela, y me senté con él en el avión. En diez horas, me convenció. Yo ya sabía que era lo que tenía que hacer: tampoco es que le costase. Ya había venido de concentración al CAR, ya había visto el grupo, ya era amiga de muchos. De entrenar en un cuadrao a venirte aquí, ostras.

Además, tenías un montón de ayudas de vivienda, de alimentación… Podía vivir del atletismo, que ahora me parece increíble: hay gente por ahí que las está pasando canutas. Entonces, yo creo que la federación dijo: «Vamos a darle esta recompensa, a ver si continúa». Y fue un acierto, porque es verdad que no lancé para pasar, que no tenía marca para pasar a la final, pero no lo hice mal. Tenía lo que tenía y no podía aspirar a mucho más, pero me sirvió para ver el ambiente, a mis rivales, cómo estaban de fuertes, cómo eran de rápidas, cómo se lanzaba sesenta metros, ese tipo de cosas que dices «jolín, claro que tengo que esforzarme, que entrenar, pero esto es lo que quiero». Todo eso suma para que te decantes y digas «coño, esto es lo que quiero hacer».

¿Hay buen rollo con las rivales en esas competiciones?

Sí, sí, constante. Yo, por lo menos, con las que conozco, con las que he convivido, con las que me he visto muchas veces, me llevo muy bien. Hay chicas más amables que otras, u otras que van más a la competición, y evidentemente te picas, es decir, en una competición, si alguien te pasa, tú querrás lanzar más. Pero en ningún momento dices «qué cabrona» o «qué gilipollas» o tal. No. No sé en otras disciplinas, pero en la mía, yo tengo amigas en Argentina, en Chile, lanzadoras que han venido aquí a León, con las que sigo tratándome, y éramos rivales. No lo veía como tal. Si tú me ganas, enhorabuena, me alegro. Y si te gano yo, pues bien. Ya está. June Kintana es mi amiga del alma, hemos entrenado juntas mucho tiempo, le he ganado quinientas mil veces, y ahora ella me está arrasando a mí. Entre las que están súper arriba, las súper top, igual hay más rivalidad, pero seguramente sea en la prueba, y después se vean quinientas veces al año y las veas hablando, preguntándose, compartiendo hoteles, mítines… El atletismo también tiene lo bueno de que no hay sorpresas. Tú no vas a empezar en una competición en sesenta metros y ese día vas a lanzar sesenta y cinco. Eso es un caso entre un millón. Siempre sabes tu rango de marcas.

Supongo que lo puedes hacer inesperadamente mal, pero no inesperadamente bien,¿no?

Eso es. Puedes hacerlo muy mal, puedes hacer una cagada, como hice yo tres nulos. Y te puede salir muy bien, pero «muy bien» significa batir tu marca.

Pasar de sesenta a sesenta y uno.

A sesenta y dos como muchísimo. Mejoras de cinco metros son súper anecdóticas, y suele ser gente joven que lleva poco tiempo, que está empezando; gente con una cualidad impresionante que lleva un par de años. Para la que lleva ya mucho tiempo, y que ya ha conseguido su marca, esas mejoras son imposibles.

Lo de los tres nulos fue en el Europeo de Zúrich de 2014, ¿no? En una calificación marcada por la lluvia.

Sí, sí, nos llovió. Ese fue un año duro, y te contaré por qué. Hasta ese año, mi técnica era de tipo alemán, es decir, yo no hacía cambio en el final. El cambio significa hacer como un pequeño salto; como continuar el lanzamiento. Y yo no lo hacía. Ahora, lo hace todo el mundo. El alemán lo suele hacer gente más pequeña. Los chicos, el noventa por ciento lanzan con cambio, pero las chicas, el artefacto pesa un kilo, y si eres grande le puedes dar un buen… Ahora muchas empiezan a lanzar con cambio, pero continúa habiendo chicas que lanzan sin él. Burón, en un momento dado, dijo: «Hay que cambiar». No lo dijo a principio de temporada, en septiembre, sino después del invierno, cara al verano. Entonces, era súper frustrante, porque terminas de lanzar en invierno cincuenta y siete, cincuenta y ocho metros, y de repente ves que no llegas a cincuenta.

Nos cambió a todas: a mí, a June [Kintana], a todas las que estábamos en el entreno. June, la pobre, lo pasó fatal. A mí me costó, me costó, pero me puse, me puse y… Pero hacía muchos nulos. Me salía constantemente, me salía, me salía, y no iba segura. No fue un campeonato al que fuese segura. Había cambiado radicalmente la técnica, me volví loca, y me salía del círculo. Entre eso y la lluvia… De hecho, a ese campeonato también fueron Suli y Berta Castells, mítica lanzadora de martillo, y las tres lo hicimos fatal. Berta también hizo tres nulos, Suli marcas malísimas… Al final, ¿qué haces? Pues pasarlo muy bien. Son cosas que pasan. El deporte es así. Tampoco le puedes dar muchas vueltas. Mi hijo, que es muy así, cuando se muere un animal o tal dice: «¿Compramos otro?». Pues esto es un poco así (risas). Ya está hecho, es una cagada y venga, p’alante, lo siguiente. Te quedas con la gracia de haber hecho tres nulos en un Europeo.

Con ese estilo, ¿sí que llegaste a hacer distancias más largas?

Sí, sí. Con lo de lanzar fija, me parece que mi marca personal fue de cincuenta y ocho metros.

Y con este otro es con el que bates los récords de España.

Sí, sí. Al año siguiente ya fue cuando empecé a mejorar.

El récord de España lo bates por primera vez en 2015, durante un control de lanzamientos aquí en León. Haces 60,74 y superas a Ángeles Barreiro, que era quien había sobrepasado por primera vez, en 1994, la barrera de los sesenta metros. Más tarde, haces 61,36 en Castellón y, finalmente —todo en el mismo año—, 61,89 en la reunión Villa de Bilbao.

Era otra losa que tenía. Yo tenía varias losas en mi carrera deportiva, y una de ellas era que todo el mundo estaba esperando que lanzase sesenta metros. «Sabina vale sesenta», «Sabina tiene que lanzar sesenta», «es que Sabina vale»… Yo ya tenía la técnica bastante asentada. Y soy una atleta a la que, digamos, le cuesta arrancar; hacer buenas competiciones. Necesito un bagaje como de un mes hasta ponerme a tono. Pasar de la época de volumen a la época de competición, esa bajada, a mí me cuesta; siempre tardaba mucho en ponerme en forma, en estar rápida. Pero ese año, no sé por qué, me empecé a notar bien en seguida. Empecé a lanzar muy bien entrenando. Entonces, me puse como loca a buscar competiciones, porque decía: «En algún momento va a salir». Habíamos medido algún tiro y ya sabía que estaba en torno a los sesenta. Pero me puse a competir y estaba como estancada en cincuenta y seis. Imagínate estar entrenando para sesenta y ver que estás lanzando cincuenta y seis: ¡me cago en la leche…! Tenía esa ansiedad de saber que podía hacerlo bien. Me acuerdo de que un día hice un cincuenta y nueve aquí en León, y a la semana fue cuando batí el récord.

Y ¿cómo es ese momento?

La imagen que yo tengo es ver el disco salir y volar y volar. Lo bueno de lanzar en León es que lanzamos, competimos, donde entrenamos. Entonces, más o menos las referencias las tienes, y cuando estás con tus compañeros de entrenamiento, dices: «Esto es sesenta fijo». Y efectivamente. Luego, es un poco parafernalia, porque lo tienen que volver a medir, tiene que haber un juez árbitro que diga «sí, ha sido récord de España»…

¿El disco queda ahí posado y llaman a…?

El disco no: el pincho. Del disco no queda marca: hace así y se va [Sabina hace gesto de algo que toca el suelo pero rápidamente salta de nuevo]. Los jueces tienen que estar súper atentos, y luego no pueden levantar el pincho, sino que hay que avisar, «ha sido récord de España», y vienen, miden otra vez, se llevan el disco, que lo tienen que pesar… Eso, una parafernalia. Yo tuve una sensación de alivio; de decir «hostia, ya está, buah, ya está». Ese día, mis padres no habían venido. Siempre me vienen a ver, pero ese día, no sé por qué, no vinieron. Cuando llamé a mi madre, «¡mamá, que he hecho sesenta!»…,en fin, súper guay. Esa tarde entrenamos, y yo estaba súper relajada; era como «vale, ya está, check, ahora lo siguiente». Burón me lo decía: el récord se bate un día y al día siguiente tienes que batirlo. Pero lo había hecho, estaba tranquila, ya sabía lo que podía hacer.

¿Con Burón no había grandes celebraciones; era uno de esos entrenadores para los que nada era suficiente…?

Sí que había celebración. Había un ambiente buenísimo. Él se encargaba de que hubiese piña, de que hubiese grupo; el grupo era fundamental. En el nuestro había gente top que iba a mundiales, europeos, tal; otro rango era el de los campeones de España, y había otro grupo que hacía el mismo entrenamiento que nosotros, que nos acompañaba constantemente, que estaba con nosotros, aunque sabías que no podían llegar a mucho más. Todos teníamos la misma importancia; nadie estaba por encima de nadie. Y cuando uno batía una marca… Aquí nos hemos pegado unas cenas de la leche. Primero, unos pasteles, y luego ya se convirtió en langostinos, en… Nos alegrábamos. En mi caso, yo, aquel año, 2015, llevaba un par de años en que no mejoraba marca, aquel impasse, y tenía unas ganas de traer aquí a la gente. Decía: «El día que mejore marca, os traigo aquí». Y sí, sí, uf, traje de todo, y luego les invité a cenar.

Por batir un récord, ¿te dan una placa, un diploma…? ¿Cómo va?

Una placa en la gala del atletismo español, que es una vez al año. Y también dinero, no sé ahora mismo si seiscientos euros, o mil.

También te suben los cachés, por así decir, ¿no?

Sí, claro. En aquella época, la beca era un cien por cien que te podía subir al ciento veinte por cien en función de los resultados, las marcas y tal y no sé qué. Conseguías un poquito más. Y si querías ir a campeonatos internacionales, mítines, etcétera, te invitaban, te lo pagaban todo. Una vez que pasas de sesenta, en disco, es como…

La aristocracia.

Sí, sí. «Ah, tienes sesenta, puedes entrar a estos mítines» y tal.

¿Cuánto crees o calculas que va a estar vigente tu récord?

Jo, cuando me lo preguntan, digo que ojalá poco. Ojalá poco, porque me gustan tanto los lanzamientos, me parecen un deporte tan totalmente infravalorado, con todo lo que conlleva, que no es solo por lo bonito que es, lo estético que es, sino lo difícil… Tú le dices a una persona «venga, lanza esto» [Sabina agarra el disco que tiene delante] y no sabe ni cómo cogerlo.

Yo creo que lo tiraría, o lo intentaría tirar, como un frisbee.

Sí, eso es. Pero tienes que estar girando y tal; es muy complicado. Cuando lo ves en una pantalla, a todos nos parece más fácil; y cuando la gente lo ve de cerca, se sorprende. ¡Es tan bonito el disco! Es verdad que todos los lanzamientos son bonitos, pero el disco tiene como esa parte clásica…

El deporte más griego. El discóbolo de Mirón.

Sí, como el inicio de los tiempos, ¿no? Es muy bonito. Entonces, ¿qué significa que a mí me batan el récord de España? Pues significa que el lanzamiento de disco está mejorando. Si tardamos veinte o veintipico años en batir un récord de España, es que no se están haciendo las cosas bien. En los lanzamientos, ahora mismo —ya te lo dijo Manolo—, no se están haciendo bien las cosas.

Bastante se consigue para lo poco que se invierte, me decía Manolo.

Sí, sí. Te puede salir un talento, pero ha sido como «no lo he ido a buscar, ha salido». ¿Cuántos talentos hay desperdiciados? En Estados Unidos, todos pasan por el deporte, todos pueden hacer un tipo de deporte, y el deporte significa que la Universidad que te cuesta treinta mil euros al año te sale gratis. No queremos ese modelo para aquí, pero hay que buscar maneras de encontrar talentos; de acercar un deporte como el atletismo, que es bastante asequible, a chavales que el día de mañana tengan las herramientas para decir: oye, me gusta el rugby, me gusta tal, pero pruebo el disco y me gusta, o pruebo el peso y me gusta. Que tengan esa opción. Ahora mismo, a los que están y tienen la posibilidad de batir el récord de España no se les apoya los suficiente. A June [Kintana], que tiene esa posibilidad, no se la apoya.

Así es muy complicado. Un lanzador no te va a salir de hoy a mañana; necesita años. Yo batí mi récord de España con veintiocho años. Belén Toimil, con veintiséis. Con veinte no te lo bate nadie. Un récord de España de velocidad, de combinadas…, sí, hay muchos que lo baten con esa edad. Pero en lanzamientos, a no ser que te salga un portento físico —que los hay—, el noventa por ciento de los récords es cuestión de tiempo, y hay que dar tiempo a la gente, y durante todo ese tiempo, esa gente tiene que comer, tiene que viajar, tiene que vivir. Si entrenas siete horas al día, ¿vas luego al Mercadona a trabajar? Yo viví una buena época y pensaba que no, porque tenía el referente de Manolo. Me compré una casa con el dinero que saqué del atletismo. ¡Díselo ahora a estos!

La propia June, si no me equivoco, acaba de terminar sus estudios de veterinaria y tiene delante la disyuntiva de seguir o no seguir, ¿no?

Es que ¿qué te ofrecen? Yo me pongo en su situación y digo: vale, sigo con el deporte, pero ¿de qué vivo? ¿De que me pague un meeting doscientos euros y no me cueste ir? ¿De las becas que no tengo? Es que ahora mismo June lanza sesenta metros y no tiene una beca. Es súper triste. Y sesenta metros, en España, en China…, es mucho. Es lo que te decía: la élite. ¿Cuánta gente hay lanzando en el mundo sesenta metros? ¿Treinta personas? ¿Veinticinco personas? Hostia, que el mundo es muy grande. Pregúntale cuánto gana a un tenista que es el veinticinco del mundo y cuánto gano yo. Evidentemente, el dinero que se mueve en el tenis, en el fútbol, en todos estos deportes…, vale, pero el atletismo tampoco es el curling. Es un deporte que mueve mucho dinero, y que en los Juegos Olímpicos es el deporte rey. Las entradas en los Juegos son dos mil y pico euros. Hay que apoyar, hombre. Luego, a todos nos gusta que nuestros deportistas lo hagan bien, pero hay que ver cuánto dinero se invierte en esos deportes. Ahora mismo, el sistema está mal. Es un sistema fallido. En los lanzamientos por lo menos; en otras cosas no te sé decir. Y esto lo diré aquí y delante de quien haga falta.

El récord del mundo, he visto que lo mantiene desde 1988 una atleta de la RDA, Gabriele Reinsch. 76,80. Marea al lado del tuyo. Claro, había truco.

Bueno, dopaje sistemático, claro. Ahora la que más lanza son setenta y un metros.

Ese sí que será difícil que se supere.

Como no pongan los récords a cero, que es lo que tenían que haber hecho, como se hizo en natación… Se sabe, se tienen pruebas de que toda la gente en aquella época se dopaba. No porque ellos quisieran doparse, sino porque era lo que había. Ahora, no es que no haya dopaje: seguramente en muchos sitios habrá dopaje, y un dopaje cada vez más difícil de pillar, pero es que eso era inhumano. Si una atleta hiciera ahora setenta y seis, sospecharía de que fuese sin nada. El récord de chicos es un metro y pico menos.

Lo tiene otro alemán del Este: Jürgen Schult, que lo consiguió el año en que tú naciste, 1986. 74,08 metros.

Sí. Yo creo que ese récord va a seguir, vamos, hasta…

Vas al Mundial de Pekín de 2015, donde quedas eliminada en la ronda de calificación.

Yo creo que fue de mis mejores campeonatos. Era muy difícil entrar. En un campeonato del mundo, tienes que estar en cincuenta y nueve, sesenta metros para pasar a la final. En ese se pasó con sesenta. Las calificaciones suelen ser por la mañana tempranito. Aquel año yo estaba muy bien, pero hostia: es muy complicado. Son tres tiros. Tienes que estar en tus marcas personales. Vale, yo ese año batí tres veces el récord de España, pero tuve como quinientas competiciones. No siempre estás bien. Entonces, es difícil. Yo, aun así, estoy muy contenta, porque no esperaba lanzar tanto allí. No fue un mal campeonato. No lo recuerdo como un mal campeonato, ni mucho menos. Mi primer mundial, cincuenta y ocho y pico… Tú piensa que hay pruebas que… En cien metros van setenta o setenta y pico. En las pruebas de fondo, son cincuenta y dos. En los lanzamientos son treinta y dos atletas. Las mínimas son estratosféricas: normalmente, tienen que repescar a gente. Si ponen la mínima en sesenta y uno, como fue el caso, no hay treinta y dos que la hagan, y tienen que repescar. Y luego, de esos treinta y dos pasan doce. Tienes que estar en tu marca o ser muy buena.

Reivindicabas en 2015 los lanzamientos femeninos, «que están muy olvidados. Existen aún», decías, «esos clichés alimentados por la imagen que había de las antiguas atletas del este que parecían hombres. A mí me gusta el mundo de la moda, de las tendencias… Creo que las lanzadoras somos un ejemplo de cómo una mujer puede ser grande y fuerte, pero a la vez femenina».

Eso ha cambiado. Lo dije en 2015, así que hace casi diez años. Empezaba este movimiento, yo creo que ayudado por el feminismo, de decir que todas las mujeres tienen cabida, ya seas gorda, alta, baja… Se ha ido mejorando con el tiempo. Lydia Valentín ha ayudado mucho a ese modelo de mujer femenina y fuerte y a que la idea esa de que las mujeres no hagan según qué deportes, porque te vas a poner súper fuerte, se vaya abandonando. El empoderamiento de las mujeres, el «haz lo que quieras», que que te cambie el físico no signifique que vayas a ser menos guapa, está cambiando las cosas para mejor. Esos estereotipos… Yo, aunque quiera ser modelo, no voy a pesar cuarenta kilos, ¡por mucho que me esfuerce! La anatomía es diferente. Ahora está empezando a suceder que si estás gorda, estás gorda, y si eres alta, eres alta, y no pasa nada. Pero en aquel entonces teníamos el encorsetamiento ese, esa imagen de la mujer lanzadora que venía de aquellas atletas que en realidad no eran reales.

Hubo una, Heidi Krieger, a la que hormonaron tanto que acabó cambiándose de sexo, y hoy es un hombre llamado Andreas Krieger.

Sí, una lanzadora de peso. Yo vi un documental sobre la RDA y el dopaje sistemático que me marcó bastante, con ellas hablando de que realmente no eran conscientes de que las estaban dopando. Te ponían en la comida una pastillita, tú te la tomabas y, con el tiempo, veías que no tenías la regla, que te empezaba a crecer vello, que aumentabas una barbaridad el rendimiento…, y no sabían por qué. Ellas pedían en ese documental que el Estado les reconociese como víctimas de ese dopaje. Muchas han tenido muchos problemas. Y sí, esta chica llegó a cambiarse de sexo, porque ya no se veía como mujer.

Quería preguntarte por cuestiones de desigualdad que hayas sufrido como deportista. ¿De qué manera se expresa el patriarcado en el deporte que tú haces?

Yo tengo que decir, y lo digo siempre, que, personalmente, en el atletismo nunca lo he vivido, y te explico por qué. En el atletismo da igual que seas hombre o mujer. Vas a competir en el mismo sitio. Con los chicos. Entrenas con ellos, y vale igual el récord del mundo de chicas que el de chicos. Exactamente igual, no hay diferenciación. En las competiciones, tú ves chicos y chicas constantemente. Lo que otras cuentan de otros deportes donde sí lo viven, nosotros no. Entonces, quizás no seamos el mejor ejemplo de… Bueno, somos buen ejemplo de cómo se tienen que hacer las cosas. A nivel periodístico, no puedo contarte nada malo que me haya pasado.

Si me preguntas por el impacto periodístico de nuestro deporte, está igual de mal el de las chicas que el de los chicos. Hacen la misma mierda de cobertura, con perdón, para los chicos y para las chicas. Pero las competiciones se hacen a la vez, así que siempre va a haber la misma. Si hay un cien, que es lo que más repercusión tiene del atletismo, van a sacar igual el cien de chicos que el cien de chicas; van a estar a tope con las dos finales. Hay años en que la final de cien de chicas es mucho más interesante. Luego te viene un Usain Bolt y, coño, p’alante, pero si está una Isinbáyeva en pértiga, la estrella es ella. Se va rotando. La diferencia de impacto mediático es de una disciplina a otra. Tú puedes tener un atleta en disco que lleva cuatro años seguidos ganando el mundial y casi ni enterarte: si eso lo hace uno de cien, ¡Virgen del Carmen! Unas pruebas son más mediáticas que otras. Pero no tiene que ver con el género.

En 2016 vuelves al Europeo y vas a Río, aunque no logras superar la ronda de calificación.

Mis primeros Juegos, y quizás la decepción más grande para mí a nivel de competición. Es como eso que dicen de la gente que conoce a sus ídolos, ¿no? De repente lo conoces y resulta que era un sosaina. Yo tenía la idea de Río de que, buah, me iba a salir de puta madre, de que no podía fallar, de que ¿cómo vas a fallar en un ambiente así? ¡Estás en los Juegos Olímpicos! Pero yo tengo algo que me ha perseguido toda mi vida, que es la lluvia. Competición a la que voy, competición que llueve. Río lo hicieron en esa época, en invierno, porque es la época seca. No llueve mucho. Yo no había mirado si iba a llover o no, pero estaba calificando y, de repente, me cae una gota [Sabina se señala la frente]. ¡En mi cabeza no concebía que pudiera llover! Pero… madre mía. Tuvimos que parar las pruebas, que eso nunca se hace: tiene que llover la Virgen Santa para que paren una prueba. Y claro, la lluvia lo que hizo fue retrasar todo muchísimo; retrasarlo una barbaridad. Tienes que recalentar otra vez, tampoco sabes cuándo va a empezar otra vez la prueba…

Te rompe los esquemas, te desconcentra.

Claro. Yo tuve suerte de que iba en el grupo B, que va después del A. No pueden lanzar dos grupos a la vez en disco. Y entonces, si estás en el grupo B, tienes una referencia de lo que han lanzado las anteriores. Pero en aquel grupo B, que normalmente es el mejor, ¡unas cagadas…! Que yo no quedé tan mal, ¿eh? Quedé la veintiuno o así. Realmente, en posición, genial. Pero no hice buena marca. Ni llegué a cincuenta y siete: muy flojita. Pero es que, eso: yo fui para allá y estaba todo empapado, todo mojado, todo incómodo. En fin, te queda esa espinita, esa frustración de decir «joder»…

Aquel año también es en el que te vas a vivir a Nueva Zelanda, donde os acabáis estableciendo en una localidad de veintitrés mil habitantes llamada Masterton. ¿Por qué ese cambio tan radical de aires en aquel momento?

Porque mi marido tenía un primo que es tratante de caballos, que había estado en Nueva Zelanda bastantes veces, y le había dicho que, joder, allí, en el sector forestal, se pegan por encontrar gente. Es un país muy pequeño, pero la explotación maderera es muy grande, y no dan abasto con la gente que tienen allí. Sí que tiran mucho de Samoa y estas islas para los trabajos de poda, de recolección, pero les falta la gente cualificada, con estudios universitarios. Él se fue para allí con el Work and Holiday Visa este, se puso a trabajar y, bueno, estilo mochilero. Encontró un trabajo y poco a poco fue pasando a trabajos cada vez mejores. Y yo le dije que p’alante. «Yo he luchado por lo que me gusta, ¿por qué no vas a hacer tú lo mismo? Lo mío no es más importante que lo tuyo. Yo no creo que sea mejor porque lance disco, o porque vaya a unas Olimpiadas. Tú te has currado una carrera y tienes el mismo derecho a ser feliz». Le dije que, después de los Juegos, me iba para allí. Además, Nueva Zelanda me encanta: es de esos países que siempre tienes, ¿no?, en la cabeza. El primer año fue duro, no te voy a engañar. Yo pensé que sabía inglés hasta que llegué allí y dije: «¿En qué me habla esta gente?».

Yo no he conocido neozelandeses, pero sí australianos, y es un acento endiablado. Nunca me entero de nada cuando hablo con uno.

Sí, sí. Pues bueno, fue duro. Pero no me arrepiento en absoluto. ¡He aprendido tanto…! Sobre todo, a valerse por uno mismo, a no tenerle miedo a nada, yo qué sé. Para aprender inglés también me ha servido. Hemos pasado muchas cosas estando los dos solos. A ver, nada grave, pero cosas del día a día, ¿no? No tienes en quien apoyarte. Pero eso, esa idea, te hace decir «puedo con todo».

Desde allí, sigues entrenando y compitiendo, ¿no?

Yo entrenaba allí, sí, sí; en las pistas de allí, de Masterton. Unas pistas súper chulas.

¿Con un entrenador local?

Un entrenador de allí que, vamos, me abrió las puertas de su casa, y me ayudó un montón; me decía las competiciones que había. Me recordaba un poco a Nacho, mi primer entrenador. Un entrenador de pueblo, diciendo pueblo no como algo peyorativo; un entrenador de su ciudad, con su grupo de atletas, sacando atletas desde abajo y buscándose la vida. Era muy, muy majo. Yo entrené allí y competí; competí en el Campeonato Nacional de Nueva Zelanda y me dieron medalla, aunque fuese extranjera. Quedé segunda. Fui a alguna competición más, a algún meeting… Todo el mundo súper agradable, encantados con que fuese allí, no sé, muy guay. Es que el deporte allí es religión. Hay esa cultura del deporte como forma de vida.

Hablabas hace un tiempo de las diferencias entre Nueva Zelanda y España: «Allí no hay muchas ayudas estatales, pero sí de empresas; y aquí es al revés. Allí los trabajos son muy flexibles; y aquí hay menos abanico y menos posibilidades de conciliación».

Es muy diferente. Aparte de todas las ayudas, hay una conciencia de deporte. La gente hace deporte. Hay una cultura deportiva muy potente. Los niños empiezan a hacer deporte desde muy pequeños. Recuerdo que hice una entrevista de trabajo para un colegio privado, de chicas; para ser una especie de asesor. Tenían deportes, yo qué sé: más que en un municipio. Había atletismo, patinaje, hockey… En Nueva Zelanda no se concibe que un niño no haga deporte; es fundamental. Y el que es deportista y es olímpico es Dios, es como lo más alto. Recuerdo que la gente me paraba por la calle, porque tengo [Sabina se señala la parte superior de un brazo] un tatuaje de los Juegos, de los aros olímpicos, que muchas veces no soy consciente de que lo tengo. Sobre todo, en verano, claro. He ido a un montón de charlas. En el pueblo de Masterton, además, decían que nunca habían tenido un olímpico allí. Se le da un valor exagerado. Es verdad que el deporte rey es el rugby, pero el atletismo también es importante, y los lanzamientos lo son. Han tenido campeones del mundo. Está Tom Walsh, que es de los mejores ahora; está Jacko Gill… Tienen lanzadores buenísimos. Del atletismo, yo creo que lo que más les gusta es eso.

En 2019 anuncias la suspensión de tu carrera como lanzadora, alegando falta de motivación para continuar. Te he leído hablar del suplicio que representaban para ti las preparaciones en invierno, y que padecías de ansiedad, insomnio, dolores derivados del estrés…

Mira, hace unos meses me contactó un periodista que estaba, bueno, entrevistando a gente que había tenido problemas psicológicos, o de salud mental, en su carrera deportiva. Yo nunca pensé que los hubiera tenido, pero hablando con él, dije: «Dios, ¡estaba fatal!». Estaba muy mal y no lo quise ver. Cuando tenía un problema, lo apartaba. ¿Me da ansiedad el invierno? Pues no hago invierno. Pero el problema no era competir en invierno, era por qué te da ansiedad el invierno, por qué te pasa. Yo tuve problemas estomacales durante muchos meses. No podía comer nada, todo me sentaba mal. Esto, te estoy hablando de 2015. Tenía insomnio también. Antes de competir, no podía dormir, y no dormía porque pensaba que, si no dormía, no iba a poder rendir. Me creaba tal ansiedad saber que no estaba durmiendo porque no iba a poder rendir que no dormía.

La pescadilla que se muerde la cola.

Claro, sí, sí, sí. Entonces decía: «Bueno, pues me tomo una pastilla y ya está. Tiene solución, no pasa nada». Es lo que acabé haciendo. Me tomaba una pastilla en competiciones y dormía. La pastilla te daba seis horas de sueño, y ya estaba. Ibas parcheando un problema de base, que era una ansiedad, un estrés, eso que te genera querer hacerlo bien siempre, tener ese objetivo siempre rondando, querer llegar y saber que lo tienes que hacer, que tu vida gire en torno a eso. Mi vida, única y exclusivamente, giraba en torno a eso. Aun así, seguí compitiendo y seguí teniendo resultados con todos esos problemas, pero llegó un punto en que estalló.

¿Qué fue lo que te hizo estallar?

Estalló cuando me vine con Manolo y pasé de tener un grupo de entrenamiento a entrenar solo con Manolo, y también porque yo vivía seis meses en Nueva Zelanda y seis meses en España. Tenía casa allí y casa aquí. Dejaba allí a mi marido y me venía a competir. Tenía que hacerlo bien, coño: estás dejando tu vida por esto, así que a tope. En 2018 tuve muchas lesiones, dolores que no se me quitaban. Casi todo era por estrés. Y en 2019 nos compramos la casa en Nueva Zelanda con los ahorros de mi vida. Puse mi dinero de toda mi vida allí. Nos la compramos en febrero, me parece, y a principios de abril ya me tenía que ir. ¿Cómo me voy a ir ahora? Me acabo de comprar la casa, esa ilusión que tienes siempre, además una casa antigua, que estábamos reformando. Ostras, quiero parar». Es como que no puedes parar porque el mundo se para. ¡Ponte a ti primero por una vez! ¿Qué es lo que quieres hacer? ¿Te quieres quedar en Nueva Zelanda, en tu casa, con tu marido y tu gato? ¿Quieres eso? Ir a entrenar, no es que me supusiera un problema. Era todo lo que venía alrededor; el decir: tengo la beca, tengo que competir, tengo que hacer la mínima. Ahora me da igual, pero en su momento era: ostras, este año hay Europeo, este año hay no sé qué, hay Mundial; si hay Mundial, Mundial a muerte; si hay Europeo, Europeo a muerte.

Luego empezaron a hablar del cambio de puntuación. Cambió un poco con respecto a como era antes. Tú hacías la mínima e ibas, pero ahora es más complicado, y eso suponía más viajes. Entonces era como: «O sea, no. Piénsatelo y decide, porque no puedes estar así». Me recuerdo pintando la casa, porque era de papel pintado, y pensando: «¡Es que me apetece quedarme aquí! ¡Me apetece, por una vez en mi vida, pasar un año con mi marido! ¿Qué más quieres, si ya lo has hecho todo?». Al final, siempre queremos más, y no sabemos parar. Piensas que se va a acabar el mundo, que se van a olvidar de ti. ¿Qué más da? ¡No eres Teresa de Calcuta! Pues claro que se olvidarán de ti, y no pasa nada. Ese ego que tenemos los deportistas, que pensamos que lo nuestro es lo más importante…, qué va. No pasa nada. Lo haces porque te gusta, y ese cambio de mentalidad fue el que me ayudó un poco, luego, a reconciliarme con el atletismo. Lo haces porque te gusta, porque te lo pasas bien, no por los éxitos, que vienen muy bien, y de los que me siento tremendamente orgullosa, pero que ya pasaron.

Comentabas también tu sensación de rutina, de vacío…

Siempre dije que en el momento en que a mí esto me supusiera un trabajo, en que lo tomase como rutina, en que me costase ir a entrenar, lo dejaría. Siempre lo tuve claro. A mí me encantaba entrenar, y me encanta, pero llegó un punto en que no lo disfrutaba nada. Evidentemente, tendría que haberme puesto en manos de un psicólogo, y haber tratado estos problemas de ansiedad que yo tenía, pero no lo hice. Nunca pensé que tenía un problema. Me doy cuenta de que lo tenía, y de libro, viéndolo en perspectiva, leyendo entrevistas a gente que ha sufrido ansiedad en el deporte, hablando con otros compañeros… Es muy duro, ¿eh? Y se pasa mal.

Hablabas también de los sacrificios del deportista: «A mí me encanta la playa, pero solo la puedo pisar un par de semanas al año. A lo que más renunciamos es a la libertad, por decirlo en pocas palabras». Supongo que, con la retirada, vives o es habitual que se viva una especie de adolescencia retardada; entregarse a todos esos placeres que te negabas.

Yo, de la retirada, tenía el miedo de pasar por todos los procesos que ha pasado gente a la que conozco, caso de Manolo. Ver un vacío; ver que tu vida, lo que has hecho, no tiene sentido. Quería, el día que me retirase, tener claro qué iba a hacer después. La maternidad me ayudó. Todo te importa una mierda; tu hijo es tu prioridad. No dejas de ser persona, y te apetece hacer otras cosas, pero esas cosas pasan a un segundo plano; son otras las importantes.

2019, aquel año en que decidiste parar, fue también en el que fuiste madre por primera vez. Tienes dos hijos. Ambos nacieron por cesárea. ¿Cómo ha afectado la maternidad a tu carrera deportiva?

Afectó, obviamente, pero, como ya había tomado la decisión de dejarlo… Yo iba a ser mamá después de Río, pero las circunstancias no eran las mejores entonces. También fue el año que más dinero gané y el que mejor estaba físicamente. Me daba mucha pena parar y no aprovechar los años que me quedasen, y, bueno, decidí seguir dos años más.

Tu primer hijo, Martín, nace en diciembre de 2019.

Cambió mi vida totalmente. Tener un hijo lo cambia todo. Tus prioridades cambian.

Te cambia física y emocionalmente.

Sí, sí. Después, en 2020, dije: «Bueno, vuelvo a entrenar. Me vengo para España, compito este año y luego decido si me retiro o no». ¿Qué pasó? El coronavirus, el covid, pandemia mundial. Y dije: «Si no voy a poder salir de aquí en no sé cuánto tiempo…». Y me quedé embarazada otra vez.

Tristán nace en agosto de 2021; tus dos hijos se llevan un año y medio.

Yo le decía a Manolo: «Me retiro. ¿De dónde voy a sacar las fuerzas para volver a entrenar, y el tiempo, con dos bebés que encima se llevan muy poco?». Él me decía: «Tienes que volver, aunque sea para retirarte». Y le hice caso. Me reconcilié con el atletismo en esa época de maternidad. Tenía ganas de volver, pero no veía cómo. Me faltaban herramientas. Pero Manolo me convenció. «Tengo que volver, aunque sea para despedirme». Dejarlo así me daba mucha pena. Me hubiese arrepentido.

Te he leído decir que te ilusionaba que tus hijos tuvieran un recuerdo de su madre compitiendo.

Sí, sí, eso es lo que me motiva a día de hoy. Que me puedan ver, que digan «mamá está lanzando», que hagan el gesto de lanzar. El año pasado fue una temporada buenísima. Me reencontré con el atletismo. Tenía el miedo de decir: joder, he pasado de hacer sesenta metros, de ir a un Europeo, a de repente estar lanzando cuarenta y cinco. Estoy en otro universo. Pensaba que me iba a costar pasar de ser la persona que era a una atleta a punto de retirarse. Pero, ostras, me lo paso pipa. No tengo ese ego de decir: buf, estoy aquí arrastrándome… Disfruto tanto yendo a competir, poniéndome unas marcas que sé que si me esfuerzo puedo conseguir, viniendo a entrenar, estando con mis compañeros… Para mí, es un vicio.

¿En qué cifras estás ahora?

Ahora, mi objetivo a corto plazo es hacer cuarenta y ocho metros. Este año, las mínimas para hacer el Campeonato de España han subido muchísimo. Cuando yo empecé, eran cuarenta y cinco, cuarenta y cuatro… Ahora están en cuarenta y ocho, y yo, este año, en invierno no he entrenado absolutamente nada. No porque no quisiera, sino porque mis hijos han estado malos todas las semanas, y yo con ellos, claro. No he podido tener un entrenamiento un poco continuado. Pero mira, la semana pasada ya lancé 47,77. Cada vez estoy más cerca. Me estoy poniendo el objetivo de ir al Campeonato de España; de hacer la mínima. Mi ilusión sería volver a lanzar cincuenta. El año pasado me quedé muy cerquita, y me gustaría. Y el sueño, si te digo la verdad, sería retirarme con una medalla, subirme a un podio. Que no va a ser, porque están lanzando muy bien. Es como cuando dices: «Me gustaría morirme no sé cómo» (risas). A mí me gustaría morirme deportivamente así. Es difícil. Es una tontería. Pero bueno.

Tu marido no conoció a vuestro segundo hijo, Tristán, hasta que tenía unos meses, ¿no?

Esa es otra historia de mi vida muy interesante. Joaquín y yo llevamos juntos quince años, pero, viviendo juntos, muy poco tiempo. Él es un culo inquieto; siempre ha tenido esa idea de que lo mejor está fuera. Es una persona despegada, entre comillas. No le importa estar lejos: lo lleva bien. Y eso, unido a que yo tenía que entrenar y competir, era el caldo de cultivo para que pasáramos mucho tiempo separados. Lo hemos llevado de la mejor manera posible, pero mi segundo embarazo coincidió con la pandemia. Yo pensaba: «Bueno, si me quedé embarazada en diciembre, para agosto, cuando dé a luz, esto ya estará abierto. Seguro, vamos. Abrirán fronteras». Nueva Zelanda estaba cerrada. Entraba la gente por sorteo. Aunque vivieses allí, aunque tuvieses familia, era un sorteo, y luego tenías que pasar dos semanas en un hotel que te pagabas tú. Así que Joaquín no podía venir. Las bajas de paternidad en Nueva Zelanda, además, son de risa: dos semanas.

En Masterton ya llevábamos cinco años, ya conocíamos gente, pero mi marido había encontrado otro trabajo mejor en Napier, una ciudad costera muy bonita, más al norte. No conocíamos a nadie con quien dejar al hijo mayor. Era todo un jaleo. Entonces dije: «Mira, me voy a España, tengo el hijo allí y, para cuando lo tenga, esto ya habrá abierto». ¡Tuve a Tristán en agosto de 2021, y no abrió hasta febrero de 2022! Entonces, claro: no lo conoció hasta que tenía seis meses. ¿Qué pasó en ese tiempo? Que dirás tú: «Esta, ¿por qué coño sigue allí?». En ese tiempo, yo me reencontré con España, con la familia. No es lo mismo estar tú solo que tener dos hijos pequeños. En Nueva Zelanda es todo maravilloso, un país estupendo, tienes trabajo, buena calidad de vida, pero está a veinte mil kilómetros. Ir y volver es un montón de dinero, y te vienes a España por un tiempo limitado, un mes de vacaciones. Empecé a dar vueltas a todo lo que suponía que mis padres no viviesen la infancia de mis hijos. Soy una persona muy familiar. Me reencontré también con los amigos. Se juntó todo, y lo hablamos, y dije: «Mira, yo no me quiero volver, no quiero perder esto que tenemos aquí». Él me dijo: «Pues vamos a intentar volver». Pensábamos que iba a ser más fácil encontrar un trabajo aquí, pero es España…

¿No lo ha encontrado?

Sí, finalmente sí. Estamos esperando todavía a que le digan destino, pero el fin está más cerca. Para finales de año, ya estará aquí.

Ah, estáis separados todavía, entonces.

Sí, sí. Estuve yo en Navidad, él había venido en septiembre, y ahora quiere volver en verano. Claro, no ve a los niños, es una mierda. Una situación dura, difícil, pero bueno, no te queda otra. Cuando nos despedimos, siempre pensamos: «Algo bueno tendrá todo esto que estamos pasando ahora. Ha sido algo bueno en nuestra vida, él encontró un trabajo que le gusta, formación, tiene la ciudadanía neozelandesa, yo soy residente, y es como un plan B si las cosas no van bien». Como en el deporte, ¿no? Sufres, lo pasas mal, pero al final tienes recompensas.

Ahora estás reconciliada de nuevo con el atletismo, dices.

Me lo estoy pasando muy bien en este proceso que ya es de retirada.

Una retirada aterrizada, por así decir. Irse poco a poco.

Sí, poco a poco. Los niños me ayudan. Voy buscando otras cosas que quiero hacer, también. Un proceso lento hasta que llegue el día en que diga: bueno, ya he disfrutado todo lo que podía. Yo tenía esa idea de ganar un Campeonato de España y retirarte; esta idea, ¿sabes?, de acabar aquí [Sabina hace el gesto de «listón alto» con la mano]. ¿Qué hay de malo en acabar aquí? [Gesto de «listón bajo»]. ¿Eres menos atleta, todo lo que has conseguido no sirve para nada? Ese ego… Es como cuando se dice: «Buah, Nadal, cómo va a acabar…». ¿Cómo que cómo va a acabar? ¡Como le dé la gana! Esa cosa del «arrastrado» o de que «hay que retirarse a tiempo». Cada uno se retira cuando quiere y no es peor atleta. Me acuerdo de que, cuando Ruth, Ruth Beitia, se retiró, porque estaba con una lesión, hubo un periodista que decía que, a veces, hay que saber retirarse a tiempo. ¿Anteayer fue campeona olímpica y ahora hay que meterla en un asilo? ¡Que se retire cuando quiera! ¡Como si está saltando un metro cincuenta! ¿Por qué hay que acabar en lo alto? «No, es que Nadal tiene que retirarse ya». ¡Vete a la mierda! No funciona así. Esa persona puede hacer lo que quiera. Es como esos futbolistas que se van a Japón a jugar. Joder, vete a tu equipo de Segunda B de tu pueblo, ¿no? Tenemos como ese miedo al fracaso, a que…, no sé. Yo no lo tengo. ¿Me apetece esto? Pues lo voy a hacer digan lo que digan. No me siento mejor ni peor atleta si me retiro o no me retiro en lo alto.

Hace poco organizaste en el castillo de Ponferrada una exhibición de lanzamiento de peso, con los mejores lanzadores del país, titulada Peso templario.

Lo hicimos entre Manolo y yo. Yo soy su esbirro (risas). Sí, una exhibición de lanzamiento de peso dentro del castillo de los templarios de Ponferrada. Funcionó muy bien. Un día de lluvia, un domingo, meter a trescientas personas a ver un lanzamiento de peso, ¡en Ponferrada…! Si tu aúnas lo que son unos lanzamientos espectaculares, con atletas internacionales, con un buen entorno, como es el castillo de Ponferrada, y un buen espectáculo, funciona. Hay que dar visibilidad a los lanzamientos, promocionarlos, divulgarlos. Si la gente no te ve, si no te conoce… El problema de las competiciones de atletismo es que pasan muchas cosas a la vez. Te ponen un lanzamiento, pasas a la longitud, luego al… Es complicado de seguir. Con las carreras es más fácil, porque empiezan y terminan, pero los concursos… Pero si te ponen a un lanzador como [Carlos] Tobalina o Belén Toimil, y lo estás viendo a dos metros, alucinas. La gente alucina. Nos pasó. Y nos salió tan bien, y fue tan bonito, que tenemos previsto hacer más cosas. Es una pasada de trabajo lo que lleva organizar un evento de este estilo, pero una vez hemos hecho el primero, será más fácil en los años siguientes. Confío mucho en estas labores de divulgación. Los lanzamientos tienen que estar ligados al atletismo, pero es algo tan diferente que necesita una promoción distinta.

También eres presidenta del resucitado Club Atletismo Ponferrada.

Había ido desapareciendo, y, cuando volví, una de las cosas que me daban una pena tremenda era pastar por las pistas y no ver a nadie, no ver la oficina abierta, no ver ambiente. Empecé a llamar a gente para volver a abrirlo, a hacer competiciones… Estoy muy enfocada a eso, ahora mismo: a sacar niños, a promocionar el atletismo…

¿Te ves de entrenadora?

Me gustaría. Es algo que decía que nunca jamás, pero ahora sí; ahora sí puedo decir que me gustaría. Me gustaría tener un grupito de chavales. Con esto de coger el club, el otro día hicimos una competición de miniatletismo con niños muy pequeños, de cuatro a ocho años. Y ver a los niños y niñas que ya habían hecho piña, que son amigos, que van a entrenar tres días a la semana, o dos días a la semana, y van a competir, y van a tener un grupo de amigos para toda la vida… Los amigos del atletismo los tienes para siempre. Los del deporte en general. Amigos, yo tengo alguno del instituto, pero los de verdad, aunque los vea menos, son los del atletismo. Entonces, digo: jolín, si entreno a un grupo de chavales, y creo en ellos, no ya el rendimiento, que es lo de menos, pero esa unión, conseguir que crezcan juntos, me hace mucha ilusión. Nosotros empezamos con muy poquitos y cada vez tenemos más, y es muy gratificante.

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