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Cuando Zico, el Dios del fútbol predicó en Japón

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El 3 de noviembre de 1985, en el estadio olímpico de Seúl, la selección de Japón perdió frente a Corea del Sur la eliminatoria de clasificación para el Mundial de México. Era un nuevo intento fallido de lograr su primera clasificación para el torneo más importante en el mundo del fútbol, con el agravante de que, en esta ocasión, había caído contra uno de sus rivales históricos. Corea del Sur disputaría el Mundial por segunda vez en su historia, mientras que la selección de Japón se quedaba a las puertas una vez más.

Aquel enésimo fracaso era una evidencia más del estancamiento que vivía el fútbol en el país desde hacía décadas. Seguía siendo un deporte de carácter amateur, muy lejos del arraigo y el seguimiento que tenían el sumo, las artes marciales o el beisbol. La liga nacional la formaban clubes propiedad de empresas, formados por empleados de las mismas y sin mayor ambición que el limitado prestigio que podían darle a la marca.

La derrota frente a Corea del Sur, sin embargo, llegó con un momento muy determinado para el fútbol y para el propio país. En una sociedad tan cerrada como la japonesa, el gobierno había iniciado, a mediados de los ochenta, una desregulación del sistema financiero, con el objetivo de incentivar el consumo interno y de abrirse al mercado exterior. Era el inicio de una burbuja que terminaría por estallar en los años noventa y que sumió al país en una profunda crisis, pero que, en sus inicios, promovió un espíritu emprendedor entre el empresariado japonés, precisamente en el momento en el que, en el mundo, se extendía la televisión por satélite y el fútbol emergía como una industria prometedora.

En ese contexto, las autoridades deportivas japonesas se mostraron decididas a tomar medidas encaminadas a desarrollar el fútbol en el país, con dos objetivos fundamentales en el horizonte: la creación de una liga profesional y la organización de un Mundial. El primero de los objetivos era imprescindible para lograr, en algún momento, llevar la copa del mundo a Japón. Así se empezó a hablar, a finales de los ochenta, de la que terminaría siendo la actual J-League.

El profeta

Desde el primer momento quedó claro que, para que la liga se consolidara, era necesario crear un vínculo entre la población local y los clubes, siguiendo el ejemplo del fútbol europeo y sudamericano. Las marcas comerciales debían desaparecer de los nombres de los equipos y sustituirse por los de cada una de las ciudades. Así, el Nissan Motors pasó a denominarse Yokohama Marinos, Yamaha adoptó el nombre de Jubilo Iwata, Mitsubishi Heavy Industries se convirtió en el Urawa Red Diamonds… Además, se exigiría a los clubes la construcción de un estadio con suficiente capacidad como para formar parte de la liga profesional. Havelange había anunciado que los países asiáticos tendrían prioridad para ser sede del Mundial de 2002 y Japón necesitaba empezar a construir sus infraestructuras si quería tener alguna oportunidad.

El Sumitomo Metals militaba, en ese momento, en la segunda división del fútbol japonés, pero era uno de los clubes más interesados en formar parte de la nueva liga profesional. Consultaron al presidente de la J-League, Sawuro Kawabuchi, por las posibilidades de ser incluidos entre los 10 clubes fundadores y la respuesta fue contundente: «Es imposible al 99,99%». El objetivo de la liga era incluir a las principales ciudades del país y aunque Kashima, la ciudad del Sumitomo Metals, había sido un importante puerto y centro industrial, llevaba tiempo en decadencia y para finales de los ochenta tenía poco más de 50.000 habitantes.

A pesar de la negativa de la liga, las autoridades locales de Kashima colaboraron con el Sumitomo para que contara con un estadio a la altura de la nueva competición. Desde la directiva del club, por su parte, empezaron a trabajar en la contratación de una estrella internacional lo suficientemente atractiva como para que su equipo fuera incluido entre los fundadores de la J-League. Fue así como, en 1991, un representante del club viajó hasta Brasil con el objetivo de convencer a Arthur Antunes Coimbra, más conocido como Zico, de que firmara por un equipo de la segunda división japonesa.

El histórico 10 del Flamengo, estrella de la selección brasileña en los mundiales del 78, 82 y 86, llevaba ya un par de años retirado y hacía poco que había sido nombrado secretario de Estado de deportes del gobierno presidido por Collor de Mello. Desde Japón le ofrecían volver a vestirse de corto y ayudar a convertir al pequeño club de Kashima en una institución profesional capaz de mantenerse año tras año en la élite.

Para sorpresa del mundo del fútbol, unos meses más tarde, Zico aterrizaba en el aeropuerto de Tokyo. Y con él en el equipo, Kawabuchi, presidente de la liga, no tardó en cambiar de opinión y declarar que «la nueva liga necesita un equipo como el Kashima».

Habían pasado diez años desde que Zico fuera nombrado mejor jugador de la Copa Intercontinental que Flamengo venció al Liverpool en el estadio Olímpico de Tokyo. Entonces se sorprendió por un público japonés que celebraba los saques en largo del portero como si de goles se tratara. La sociedad japonesa, en la que el orden y la obediencia son valores supremos, se sentía más atraída por el beisbol, con órdenes y funciones concretas para cada posición. El fútbol, por el contrario, exigía una creatividad, una improvisación, para la que los japoneses no estaban muy preparados. El propio Arsene Wenger reconoció alguna vez que, en su etapa como entrenador del Nagoya Grampus, le costó mucho convencer a los jugadores de tomar decisiones por sí mismos.

Ese era el país y el fútbol al que Zico llegó año y medio antes de que se lanzara la nueva liga. Debutó con el Sumitomo Metals todavía en la segunda división. A sus 38 años y después de dos años retirado, terminó la temporada como máximo goleador y empezó a llamar la atención del público japonés hacia ese deporte que parecía tan extraño. Al terminar la temporada, el club debió cambiar de nombre para adaptarse a la nueva competición y pasó a llamarse Kashima Antlers.

Predicando

La J-League echó finalmente a andar en 1993, con Zico como mayor atractivo y la presencia de otras figuras internacionales de primer nivel; Gary Lineker, el alemán Littbarski o el argentino Ramón Díaz entre ellos. Si para el modelo de los clubes se habían inspirado en Europa y Sudamérica, los partidos se pensaron como espectáculos al más puro estilo de la NFL, incluyendo espectáculos de luz y sonido capaces de atraer a todo tipo de espectadores y ante los que la afición japonesa respondió en masa. Algunos partidos vendieron todas sus entradas con meses de antelación y al termino de la temporada, se alcanzó la cifra de 4 millones de espectadores. Por televisión las audiencias superaron las expectativas de los organizadores. Los peinados extravagantes de jugadores como Ruy Ramos o el baile en las celebraciones de los goles de Kazu Miura llamaron la atención de los aficionados más jóvenes, que empezaban a ver en el fútbol un deporte más acorde a la cultura de su generación, frente a deportes más apegados a la tradición japonesa.

Pero, entre todos los jugadores de la J-League, fue Zico quien maravilló a los aficionados. Y lo hizo desde el primer partido, en el que marcó un hat-trick frente al Nagoya Grampus de Lineker. Atrajo a quienes disfrutaban con su técnica, su habilidad y sus lanzamientos de falta y también a quienes valoraban su liderazgo, su nobleza y entrega al equipo. El impacto del jugador, sin embargo, no se limitó a sus actuaciones en el terreno de juego. Asesoró al club a la hora de construir la ciudad deportiva y el estadio, también para mejorar los métodos de entrenamiento o la alimentación de los jugadores. El fútbol japonés necesitaba modernizarse y Zico contribuyó a crear una conciencia profesional entre los jugadores, una exigencia permanente en cada partido. La idea que le venía rondando en la cabeza desde años atrás de crear una academia de fútbol, pudo ponerla en práctica, no sólo en su club, sino también en la propia J-League.

Al termino de cada jornada él mismo elaboraba breves informes de los partidos, que enviaba a los periodistas brasileños para que informaran sobre la liga japonesa y así darle suficiente difusión como para que la J-League empezara a ser retransmitida en Brasil y reconocida en el resto del mundo. También convenció a jugadores del nivel de Jorginho, Dunga o Leonardo para que aceptaran jugar al fútbol en un país como Japón. Zico era consciente del impacto que generaba y en todo momento se mostró dispuesto a ponerlo al servicio de la liga. Al final, su labor resultó fundamental para la consolidación de la J-League y para que Japón lograra el segundo de los objetivos marcados a finales de los ochenta. Porque, en 1996, la FIFA confirmó al país como anfitrión del Mundial de 2002, en un candidatura unitaria con Corea del Sur, el mismo país que había precipitado el desarrollo de su fútbol al dejarlos fuera del camino hacia México 86.

El legado

Zico colgó definitivamente las botas y dejó Japón, por primera vez, en 1994, habiéndose ganado el respeto de todo el país. En Kashima le homenajearon con dos estatuas, una de ellas a la entrada del estadio. Volvió al club dos años más tarde, primero como director técnico y después como entrenador. El reconocimiento del fútbol japonés se demostró cuando fue nombrado seleccionador nacional en 2002. Bajo su dirección Japón se proclamó campeón de Asia y logró la clasificación para el Mundial de 2006.

A día de hoy, la J-League es una competición completamente consolidada y en la que han participado estrellas del calibre de Bebeto, Podolski, David Villa o Andrés Iniesta. Con el paso de los años, Kashima Antlers se ha confirmado como el club con más títulos y el único equipo japonés en disputar una final del Mundial de clubes, que le enfrentó, en 2016, al Real Madrid. Zico volvió al club a finales de 2019 para ocuparse de la dirección técnica. Sus diferentes etapas en Kashima y en el país suman ya más de diez años, que le han permitido adaptarse completamente y en los que la admiración por su figura se ha mantenido intacta. En el mundo del fútbol se le conoce como el Pelé blanco y en Brasil suelen llamarle Galinho do Quintino, pero, en Japón, hace tiempo que se le conoce como Futtobōru no kami o Dios del fútbol.

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