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Charles Barkley, el bocazas incorregible

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Charles Barkley (Foto: Cordon Press)

Incluso los que no sepan mucho de baloncesto habrán oído hablar alguna vez de Charles Barkley, uno de los más grandes jugadores de la NBA que, aunque se retiró sin conseguir un anillo, atesora un palmarés impresionante: MVP de la NBA (1993), dos veces campeón olímpico (1992 y 1996), incluido dentro de los 50 mejores jugadores del siglo XX en la liga profesional americana y hall of famer desde el 2006… pero también se hizo famoso por sus declaraciones fanfarronas, frases explosivas y opiniones expresadas de forma políticamente incorrecta, que más tarde le han granjeado popularidad como comentarista deportivo. Qué mejor que aderezar estas pinceladas de su trayectoria con sus propias palabras.

 

Nació en Alabama, un estado que no es conocido precisamente por ser un ejemplo de integración racial («a la gente negra no le dejan acercarse demasiado a la mansión del Gobernador de Alabama a no ser que sea el día que toca limpiar el edificio»), circunstancia aún más acusada en los suburbios de Leeds, donde Barkley pasó una infancia no muy feliz viviendo en caravanas e incluso robando para comer. Aún así, lejos de revanchismos, siempre ha mantenido una actitud bastante cómica e irónica respecto al racismo, poniéndolo de manifiesto cada vez que tenía ocasión como cuando tras la victoria de Brent Barry en el slam dunk contest del All Stars de 1994, cuando declaró: «¡un blanco ganando el concurso de mates! La NBA está en decadencia. Necesitamos otra marcha del Millón de Hombres».

Aunque, en general, ha vinculado el racismo al dinero; sobre él mismo ha reconocido que «si no ganara más de tres millones de dólares jugando al baloncesto, la gente correría en dirección contraria si me viese por la calle» e incluso, «si me pagaran lo suficiente, trabajaría para el Ku Klux Klan». Tal vez por relacionar el racismo con la pobreza y por tener unos orígenes humildes, siempre ha dado mucha importancia a los dólares: «he sido rico y he sido pobre. Ser rico es mejor».

Lejos aún de ese futuro como millonario (llegó a ganar más de 40 millones de dólares durante su carrera profesional), Barkley demostró aptitudes para el baloncesto en su época de high school con un físico digamos llamativo (1.78 m de altura y 100 kg de peso), pero fue necesario un estirón de 15 cm para que esas habilidades destacaran porque en este deporte las buenas esencias en frascos pequeños suelen quedar al fondo del estante, ocultos tras grandes frascas con contenido deslavado. Como empezó jugando en posiciones exteriores adquirió un manejo de balón sorprendente para alguien de su morfología, que tan pronto le permitía coger un rebote en defensa ante pivots rivales de más envergadura, como hacer un coast to coast dejando atrás a bases y escoltas en principio más veloces y hábiles que él.

Charles Barkley (Foto: Cordon Press)

Sus desventajas en unos aspectos se convertía en virtudes en otros: si un rival era más alto, él saltaba más; si otro era más bajo, Chuck utilizaba su cuerpo. Pero siempre, jugando al límite: «juego duro, muy duro. Si tuviese la altura de Robert Parish me declararían ilegal en seis o siete estados». Por cierto, hay que recordar que Sir Charles fue máximo reboteador de la NBA (en la temporada 1986-1987) a pesar de que su altura oficial era la misma que, por ejemplo, Michael Jordan: 1.98 m. Y no llegando a los dos metros siempre llamó la atención su capacidad reboteadora, ¿acaso tenía alguna técnica especial? «Sí, se llama simplemente coger el puto balón».

Un gran partido en semifinales del torneo estatal le brindó una invitación para la Universidad de Auburn, donde tuvo al fin un reconocimiento acorde con su talento. Como era de esperar por su carácter, tuvo roces con su entrenador causados principalmente por un evidente desencuentro acerca de su sobrepeso («mi peso ideal es el que tengo cuando estoy en la pista») que incluso llevaron a Barkley a pedir el cambio de universidad. Y no era para menos, llegó a pesar 113 kg con 1.96 de altura, lo que le valió el apodo de The Round Mound of Rebound (el montículo redondo del rebote). Finalmente siguió en Auburn, llegando a ganar el premio al mejor jugador de su conferencia en su último año, en 1984, cuando decidió dar el salto a la NBA sin finalizar el ciclo universitario.

«No me gradué en la universidad, pero tengo un par de personas trabajando para mí que sí lo hicieron»

En las fechas previas al draft, Barkley hizo algunas pruebas con los Sixers en un claro estado de baja forma (pesaba 120 kg). A su agente le llegó el rumor de que sí, los Sixers le iban a elegir con el número 5, pero debido a su sobrepeso le iban a ofrecer menos dinero del esperado. Chuck, siguiendo la escuela del pensamiento de las dos tazas de caldo, se puso a comer compulsivamente para que los Sixers recularan y no lo draftearan, consiguiendo en un puñado de días la notable marca de engordar hasta los 130 kilos. No le funcionó la táctica y fue elegido con el nº 5 por el potente equipo de Philadelphia, campeón la temporada anterior y con dos estrellas de la liga como Julius Erving y Moses Malone.

En el banquillo del Dream Team en los Juegos Olímpicos de Barcelona (Foto: Cordon Press)

Aquel verano de 1984 se celebraron los Juegos Olímpicos de Los Ángeles y Barkley fue incluido en la preselección de 74 jugadores que realizaron entrenamientos preparando la competición desde mediados del mes de abril. En el campo dio sobradas muestras de su capacidad, pero fue cortado en la penúltima tanda. Según algunas fuentes, Barkley solo quería dejarse ver compitiendo frente a los universitarios más destacados del país para mejorar su posición en el draft y después provocó su descarte con algún desplante o mala contestación al entrenador estadounidense Bobby Knight; según otras, Chuck no tenía el perfil de jugador que quería Knight, que además temía que pudiera romper el vestuario. La versión de Barkley fue que no tenía mucho interés en jugar esa competición.

En la universidad obtuvo reconocimiento por sus números, su carácter extrovertido y volcánico y por su aspecto (para qué negarlo), pero legalmente la única remuneración que le podían dar venía en forma de beca deportiva. Con un contrato con los Sixers que le supuso casi medio millón de dólares (de mediados de los ochenta) su primera temporada, llegaron los lujos y excesos: se compró de golpe seis coches de alta gama. Pero en Philadelphia estaban Erving y Malone, dos jugadores con la cabeza tan bien amueblada como ascendencia sobre la plantilla, que hicieron un aparte con Barkley y le obligaron a devolver cinco coches, quedándose Chuck «solo» con un Porsche.

Sin la presencia de esas dos superestrellas que apadrinaron al Gordo (Malone incluso controlaba sus comidas en su temporada rookie), Barkley podría haber caído en el abismo de las drogas o el despilfarro absurdo. No obstante, a los cuatro años de profesional tuvo que empezar de cero, completamente arruinado por culpa de uno de sus asesores y por los miles de dólares que prestó a fondo perdido: «cuando eres negro es muy difícil decir que no. Si no lo haces te dicen ‘tío, ya no eres de los nuestros, te crees mejor que nosotros’. Pero al final dejé de ayudarlos cuando uno de ellos me pidió dinero por cuarta vez para el funeral de su abuela. Le tuve que decir, ‘pero ¿cuántas abuelas tienes?’». Desde el punto de vista puramente deportivo, Barkley empezó a llamar la atención en la liga. Dentro de un equipo potente, que incluso llegaría a la final de Conferencia, consiguió destacar obteniendo un puesto en el mejor quinteto de rookies de la temporada, curiosamente junto a los cuatro jugadores que le precedieron en el draft (Jordan, el jugador llamado en aquel momento Akeem Olajuwon, Sam Perkins y sí, ¡Sam Bowie!).

La siguiente temporada no fue mejor para los Sixers ya que cayeron frente a Milwaukee Bucks en el séptimo partido de semifinales de Conferencia por un solo punto, con Barkley multiplicándose (25 puntos y casi 16 rebotes de media en playoff) para tapar la ausencia por lesión de Malone. Y ese fue el fin de aquel equipo. La temporada siguiente (1986-1987) Malone fue traspasado a los Bullets y el Dr. J se retiró al finalizar la misma. Barkley se quedó de repente como único referente en los Sixers, aunque eso nunca le importó («¿presión? La presión es para los neumáticos»), pero pasó de ser un equipo con aspiraciones al anillo a equipo en reconstrucción.

Charles Barkley en los 90 (Foto: Cordon Press)

Tardarían cuatro temporadas en volver a semifinales de Conferencia, donde perderían contra los Bulls de Jordan. Esta situación cabreaba abiertamente a Barkley, cuyas ansias por el anillo comenzaban a ser dignas de épica tolkiana. Ese enfado se hacía patente en una mayor agresividad (si cabe) en su juego, incluso con tácticas antideportivas. Por ejemplo, en abril de 1990, previo al partido frente a Detroit Pistons, Barkley envió una nota a Bill Laimbeer a través de un recogepelotas. La nota decía así:

Querido Bill:

Que te jodan.

Con amor, CB

En aquel momento, los Sixers contaban en sus filas con Ricky Mahorn, ex integrante de los Bad Boys y un decálogo andante de juego duro y sucio, que ayudó a Barkley durante el partido en su tarea de desestabilización de Laimbeer susurrando continuamente al pivot piston que «olía a marica». Vistos los protagonistas de este sainete no es sorprendente que la cosa acabara en riña tumultuosa, partido suspendido durante 10 minutos y fuertes multas económicas. ¿Por qué esta inquina con Laimbeer en concreto? «Laimbeer es el tipo más despreciable y desagradable de todo el baloncesto… pero por otro lado, siempre lo respeté como jugador».

Tal vez su pelea con Laimbeer fue la más famosa de la carrera de Sir Charles junto con su trifulca con Shaquille O’Neal (lanzar un balonazo a la cabeza de Shaq solo se le ocurriría a Barkley). Así, no era raro que acabara multado y sancionado algún partido por incidentes en la cancha («iba a donar la cantidad de mis multas a los sin hogar, pero es que al final de la temporada iban a tener mejores casas que yo»), ya fueran físicos contra rivales o verbales contra los árbitros: «si pienso que un árbitro es malo, siempre lo voy a decir, sin que me importe qué es lo que me pueda hacer la NBA, entre otras cosas porque las multas son deducibles de impuestos». Pero esa verborrea que le caracterizaba le jugaba a veces malas pasadas, como en noviembre de 1990, tras un encuentro que su equipo remontó a duras penas, manifestó: «este ha sido el clásico partido que si lo pierdes vuelves a casa y la emprendes a palos con la mujer y los niños. ¿Habéis visto a mi mujer saltando de alegría al final del partido? Eso es porque sabía que yo no iba a pegarle».

Un periodista le preguntó si quería matizar esas declaraciones, a lo que respondió: «que se vayan a la mierda las feministas». Días más tarde tuvo que pedir disculpas. Aunque de cara a la opinión pública estadounidense su imagen tocó fondo con el Incidente del Escupitajo: en marzo de 1991, una discusión en pleno partido con un aficionado acabó con Barkley lanzando un esputo al mismo, con tan mala puntería que acertó a una niña de ocho años. Tras copar titulares en los diarios, tuvo que presentar nuevamente disculpas públicas. Después se supo que Barkley había visitado de forma discreta a la familia de la niña para mostrarle sus excusas en privado. A pesar de toda esa frustración por los pobres resultados deportivos de su equipo que volcaba en el campo, Barkley era bastante querido por los fans porque fuera de la cancha se mostraba como una persona cercana y simpática, siempre dispuesta a bromear (que le pregunten a su compañero de equipo Manute Bol, que lo sufrió).

Charles Barkley en el Dream Team de 1992 (Foto: Cordon Press)

Finalmente, tanto tensar la cuerda con declaraciones sobre la poca calidad y expectativas de los 76ers, forzó un traspaso que le llevó en junio de 1992 a Phoenix. Barkley se enteró de la noticia a punto de subir a un avión: «estaba eufórico y le dije a la azafata: invite a todo el mundo, acabo de ser traspasado. Lo mejor de todo es que al final no pagué esa ronda». Probablemente fue el mejor verano para Barkley: llegó a un equipo con aspiraciones y jugó en el Dream Team.

«Estamos aquí para demostrar que somos los mejores en baloncesto. Vamos a matarlos a todos»

En el equipo de Jordan, Magic Johnson y Larry Bird, Barkley fue el máximo anotador tal vez porque fue el que más en serio se tomó los partidos cuando el balón se ponía en juego. Puede que demasiado en serio: el primer partido de los Juegos de 1992, ante Angola, lo caldeó desde el principio. En la rueda de prensa previa, mientras sus compañeros contemporizaban cuando les preguntaban sobre el equipo angoleño dando respuestas diplomáticas, Barkley dijo «lo único que sé de ellos es que están en problemas». Y tanto. La abismal diferencia entre las dos escuadras reflejada en el marcador final (48-116) no fue óbice para que Sir Charles se empleara a fondo incluso sacando los codos a pasear. Tras el partido, Barkley se defendía así: «si alguien me pega, se la voy a devolver, me da igual que parezca que lleva tiempo sin comer». Y remachaba: «¡Y qué si lo hice! ¡Él me podía haber tirado una lanza!». Alianza de civilizaciones al estilo Barkley. Curiosamente, cuatro años después, en los Juegos Olímpicos de Atlanta, el equipo norteamericano se volvió a cruzar con Angola y por extensión, Barkley con Herlander Coimbra, el jugador angoleño que recibió el codazo en Barcelona, pero no parecía haber hecho propósito de enmienda: «le voy a hacer lo mismo que le hice la primera vez. He estado haciendo pesas y estoy preparado».

Barkley estaba en su salsa. Exultante con su traspaso a los Suns y en el centro de una nube de periodistas y fans que perseguían al equipo norteamericano (y a él en especial por su carácter), era una noticia en sí mismo. Ante el revuelo por la presencia de Magic, retirado el año anterior por ser portador del VIH, preguntaron a Sir Charles si tenía miedo de contagiarse, a lo que respondió: «joder, vamos a jugar al baloncesto. No vamos a tener orgías con Magic sin usar protección». Tenía para todos, incluso para el jugador nº 12 de aquel equipo: «pese a ser un rookie, Christian Laettner va a ser el hombre más fuerte de la NBA la próxima temporada. Se está pasando el verano llevando las maletas de 12 tíos». En otra ocasión, ante las desafortunadas comparaciones que se publicaban al respecto, Sir Charles apuntaló su opinión sobre el alero: «lo único en lo que se parecen Laettner y Bird es que ambos mean de pie». Y es que aunque a Bird también le lanzaba puyas («mientras Bird esté en la liga, seré el segundo peor defensor del baloncesto»), le tenía en gran estima: «nunca bebas cerveza con Larry Bird: tendrá que llevarte alguien de vuelta a casa. A mí me ha pasado».

Estados Unidos, con el mejor equipo de baloncesto de la historia, ganó la medalla de oro con la facilidad prevista. Pero ese título no apaciguó la ambición de Barkley. La temporada siguiente (1992-1993), la primera en Phoenix, fue la mejor de su carrera: lideró a los Suns en rebotes, puntos y asistencias totales acabando la regular season con el mejor balance de la liga (62-20), motivos más que sobrados para ganar su único MVP. El anillo parecía estar al alcance de la mano. Su trayectoria durante el playoff fue colosal; en semifinales de Conferencia tuvo dos actuaciones antológicas contra los Spurs: en el 5º partido anotó 19 puntos en el último cuarto, y en el 6º y definitivo, puesto que la serie acabó 4-2, cogió 21 rebotes y metió 28 puntos, incluida la canasta ganadora. En la Final de Conferencia les esperaban los Sonics de Shawn Kemp y Gary Payton y Barkley descolló en el 5º partido con un brutal triple doble 45 pt/15 rb/10 as. Pero el 6º partido tuvo una noche atroz con 4 de 14 en tiros de campo, como él mismo reconocía «yo tengo la culpa de la derrota, se ha perdido por mí».

En el 7º partido se redimió con 44 puntos y 24 rebotes En la Final entraron con mal pie y Chicago ganó los dos primeros partidos en Phoenix. El tercer partido fue uno de los más emocionantes de las Finales, con victoria de los Suns tras triple prórroga que salvó un virtual match ball para el equipo de Arizona. La serie llegó al sexto partido con 3-2 para los Bulls en el balance global pero con ventaja de 4 puntos y posesión para los Suns con 50 segundos por jugar, que se transformaron en un 98-96 para Phoenix y balón para los Bulls a falta de poco más de 10 segundos. Cuando parecía que todo se iba a decidir en el 7º partido, apareció John Paxon para clavar el triple de la victoria a 4 segundos del final. Barkley, un escalón por debajo de su nivel en semifinales y final de Conferencia, jugó una gran serie, pero sus más de 27 puntos y 13 rebotes (triple doble en el 4º partido incluido) palidecen ante los ¡41 puntos de media! de Jordan en la Final.

 

Barckley en 1996 (Foto: Cordon Press)

Aquella temporada fue la última de las cinco que Barkley estuvo incluido en el mejor equipo de la liga (1988-1991, 1993), fue la mejor de todas, pero aún así, se escapó el anillo. Comenzó entonces un lento pero inexorable declive que aún le mantuvo unas temporadas en la élite, pero ni al mismo nivel ni volvería a jugar la Final. Con la retirada de Jordan Phoenix se encontró con los emergentes Houston Rockets en semifinales que los derrotaron por 4-3 las dos temporadas siguientes (1993-1994 y 1994-1995) que a la postre acabaron con el anillo en la franquicia tejana. Con la vuelta efectiva de Jordan a los Bulls cambió el panorama de la liga y visto que tanto el proyecto de los Suns como el de los Rockets habían tocado techo, se fraguó un traspaso que acabó con Barkley en Houston en la temporada 1996-1997. Pero el talento de Olajuwon, Clyde Drexler y Barkley fue insuficiente frente a unos Jazz que se postulaban como alternativa real a los Bulls y les derrotaron en la Final de Conferencia (1997) y en primera ronda de playoff (1998), tras la cual se retiró Drexler. Entre medias, Barkley tuvo tiempo de lanzar a un hombre por la ventana de un night club durante una disputa. En el juicio le preguntaron si se arrepentía, a lo que Sir Charles respondió: «sí, me arrepentí de no estar en un décimo piso».

La temporada 1998-1999 Houston intentó volver a formar un equipo competitivo incorporando a Scottie Pippen, pero nuevamente cayeron en primera ronda. Con Pippen, por cierto, terminó mal, muy mal. El exjugador de los Bulls acabó siendo traspasado la temporada siguiente a los Blazers, tras llamar a Barkley «gordo, egoísta e irresponsable» a lo que Sir Charles respondió, con más calma de lo habitual, calificándolo simplemente de «traidor e inseguro».

Tras la derrota en el playoff de 1999 y cada vez más lastrado por las lesiones, Barkley estuvo a tentado de retirarse al final de la temporada: «Recuerdo sentarme con los Rockets y decirles: ‘Sí, me voy a retirar’. Ellos dijeron: ‘Bueno, te daremos nueve millones de dólares’, a lo que respondí: ‘¿Tenéis un bolígrafo encima?’». El último baile de Sir Charles duró apenas 20 partidos por una lesión que le obligó a retirarse definitivamente del baloncesto. Pero el orgullo no le permitió que su última imagen en una cancha fuera la de alguien que necesita ayuda para salir: cuatro meses después de la rotura del tendón del cuádriceps de su pierna izquierda, Houston lo sacó de la lista de lesionados y Barkley estuvo en cancha de forma testimonial durante 6 minutos, tras los cuales se pudo marchar por su propio pie en medio de una emocionante ovación.

Se retiraba uno de los más grandes jugadores de la historia, no solo por números (junto con Kareem Abdul-Jabbar, Wilt Chamberlain, Karl Malone y Kevin Garnett, son los únicos que han sumando más de 23.000 puntos, 12.000 rebotes y 4.000 asistencias) sino por el impacto en la liga y la repercusión de un jugador que fue máximo reboteador de la temporada en la NBA midiendo menos de 2 metros de altura (desde el año 1953, nadie lo hacía y no se ha repetido) y que peleó noche tras noche por cada centímetro en la zona contra, probablemente, la mejor generación de pivots de la historia (Jabbar, Parish, Olajuwon, Shaq, David Robinson, Pat Ewing, Dikembe Mutombo…).

«Esto es justo lo que América necesita: otro negro sin trabajo»

Charles siempre fue muy querido por los aficionados como se demostró al ser el jugador más votado para el All Stars de 1994 (aunque no jugó por lesión). Es también muy significativa la reacción del público de Philadelphia cuando volvió por primera vez como visitante, donde le despidieron puestos en pie e incluso un aficionado saltó al campo para abrazarlo en pleno tiro libre. Además, como el talento de Barkley en las ruedas de prensa estaba a la altura del que exhibía en las canchas, no era muy difícil aventurar su éxito como analista deportivo en televisión. Desde el año 2000 comenta la NBA en la TNT (con un paréntesis tras ir a la cárcel por un episodio demasiado bizarro como para relatarlo aquí), donde ha dejado momentos impagables en el programa Inside the NBA, donde da rienda suelta a su locuacidad siendo imprevisible cómo acabará cada diálogo. Además, la química que existe entre Barkley y Kenny Smith, el otro analista, ofrece escenas hilarantes: «Me gusta que los Celtics sean competitivos, porque era muy divertido ir al Boston Garden: te escupían, te tiraban cosas y hablaban de tu madre. Como si estuviese cenando en casa de Kenny». La más llamativa de sus discusiones fue en relación a Yao Ming, cuando Barkley apostó que besaría el culo a Smith si el chino anotaba más de 19 puntos en un partido. Evidentemente se equivocó, y tuvo que besar el trasero al burro de Kenny.

En otra ocasión la emprendió con el veterano árbitro Dick Bavetta, del que dijo cosas como que «había abierto el Mar Rojo al lado de Moisés». La disputa terminó con una carrera entre ambos y un sorprendente beso en los labios: está claro que a Charles le gusta dar que hablar con ósculos polémicos. De todas formas, Barkley aseguró: “no tengo nada contra la gente mayor, algún día quiero ser uno de ellos”. Su carrera como analista-showman se ha visto recompensada con un premio Emmy en 2012 que celebraron por todo lo alto.

«Nunca vayas de caza con un compañero de equipo que juegue en tu misma posición»

Fiel a esta filosofía, algunos de los comentarios más hirientes a la par que divertidos, los ha realizado sobre otros jugadores. Para terminar, una brevísima recopilación de las mejores:

Sobre la cinta del pelo de LeBron James: “cada vez parece más grande. Dentro de poco, ¿qué llevará? ¿un turbante?” (la alopecia galopante de James es manifiesta).

A Stanley Roberts, un jugador con tendencia enfermiza al sobrepeso: “Stanley, serías un gran jugador si fueses capaz de decir dos palabras: estoy lleno”.

Sobre el contrato multimillonario que firmó Kevin Garnett: “Es un montón de pasta. Y lo está ganando un negro. Qué gran país es este. Imagínate si supiese jugar”.

Al por aquel entonces jugador de los Clippers Cuttino Mobley, sobre su indumentaria: “¿de qué coño vas disfrazado con esa ropa que usas? Ya no estás en Rhode Island. Esto es la NBA. Aquí las chicas tienen dientes”.

Y a Sam Cassel lo tenía martirizado: «Sam Cassell es un buen tipo, pero no creo que lo veamos en la portada de GQ pronto». «Tengo una pregunta: ¿alguien ha visto juntos a Gollum y Sam Cassell?». Y tras aparecer una foto de Cassell en pantalla, Chuck dijo: «Mi casa. Teléfono».

Principales fuentes consultadas:

NBA Confidential, de Juan Francisco Escudero. Ediciones JC.

Basketball-reference.com

Charlesbarkley.com

ESPN.com

NBA.com

Las 50 mejores frases de Barkley

3 Comentarios

  1. Muchas gracias por el artículo. Uno siempre aprende.

  2. Qué risas con el final del artículo. Fue uno de mis jugadores favoritos. Tanto hablar es normal que termine cagándola.
    Dio clinics al poste en su época de Houston, usando su culo

  3. Un CRACK como jugador y un CRACK por su incorrección política entonces y, sobre todo, hoy. Por mucho que les pese a los de Jor Down. Y confío en que no me censuren por decir la pura verdad.

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