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Brazaletes con la bandera arcoíris, también prohibidos en el Mundial Femenino (y Rubiales y España en silencio)

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Finalmente, la FIFA ha confirmado que las jugadoras que lleven brazaletes con la bandera arcoíris que reivindica los derechos LGTBI en el Mundial Femenino y de Australia y Nueva Zelanda serán sancionadas con tarjeta amarilla. La misma sanción con la que se amenazó al fútbol masculino en el Mundial de Qatar.

Gianni Infantino, presidente de la FIFA, en lugar de salir al paso de la censura que promueve, destacó lo contrario, que su organización ha logrado que el fútbol sea un espacio para la reivindicación social. Para este Mundial, habrá una serie de brazaletes acordados con las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud que reivindiquen causas asumibles por la organización: por la paz, contra el hambre, para el fomento de la educación, contra la violencia de género, por los pueblos indígenas, por la inclusión y, la mejor de todas, el fútbol es paz y amor.

Cuando el brazalete arcoíris se prohibió en el Mundial masculino, Luis Rubiales, presidente de la RFEF, tuvo una salida parecida. Dijo que la selección española ya llevaba un brazalete en el que ponía Respect en el que estaba todo incluido, también los ataques al colectivo LGTBI. Además, señalaba que en Qatar las relaciones homosexuales están tipificadas en el código penal ¿Iríamos provocando?

Ni punto de comparación tuvo la respuesta del presidente de la Federación Alemana de Fútbol, Bernd Neuendorf, que declaró estar preparado para que se multase a su federación con la cifra que fuese pertinente. Sus palabras eran claras y sin ambages: «[la bandera arcoíris] no es una declaración política, sino una declaración en favor de los derechos humanos»». Entretanto, en una entrevista que fue interrumpida a las bravas por un trabajador del comité de prensa organizador del Mundial cuando salió el tema, el embajador del torneo Khalid Salman manifestó que la homosexualidad era «un daño mental» y que en el Islam era haram, pecado. No podía haber estado mejor sincronizada la explicación fehaciente de por qué, en tanto que figuras e iconos, los futbolistas estaban realizando un bien social portando la bandera arcoíris en ese país.

Brazaletes que permitirá la FIFA en el Mundial Femenino, por la paz en el mundo, contra el hambre, etc…

Como Alemania no se autocensuró, como España, ni mostró miedo alguno a la multa, se recurrió a una amenaza con el mayor daño posible en un Mundial, el deportivo. Llevar la bandera arcoíris sería sancionado con tarjeta amarilla. Ciertamente, se perdió una oportunidad histórica de que fuesen expulsados jugadores, uno tras otro, hasta suspender los partidos ¿No hablábamos del bien más preciado, de los derechos humanos? Pero hasta ahí llegó la marea reivindicativa.

Comoquiera que fuese, con el Mundial femenino no ha habido la misma polémica. Solo se ha producido el anuncio burocrático de que no habrá arcoíris, pero sí una serie de protestas permitidas y controladas, hasta el punto de que vienen ya impresas con el eslogan. Sin embargo, James Johnson, presidente de la Federación Australiana, país que albergará este Mundial femenino junto a Nueva Zelanda, ha dado la cara para denunciar que los brazaletes de la FIFA con sus lemas no llegan en sus reivindicaciones tan lejos como las futbolistas del equipo nacional hubiesen querido.

Sam Kerr, la capitana de la selección australiana, abiertamente lesbiana, se había resignado días antes y había reconocido que no se iban a «arriesgar» a usar brazaletes LGTB: «Habrá muchas ocasiones de usar nuestra voz», añadió. Kerr también ha denunciado estos días que los premios que ofrece la FIFA son solo una cuarta parte del premio en metálico del torneo masculino. Un porcentaje al que se ha llegado después de una acción global de 150 jugadoras internacionales y una negociación de meses con la FIFA. En 2019, los premios fueron de 30 millones, en esta copa serán de 110, aunque los hombres se llevan 440.

Sam Kerr, estrella de la selección australiana, muestra abiertamente en redes sociales su relación con la futbolista estadounidense, Kristie Mewis (Foto: Instagram @samanthakerr20)

El papel que juega la FIFA con la connivencia de las todas federaciones que aceptan las normas es evidente. Lo prioritario es el negocio y, para que los beneficios circulen, el espectáculo no debe tener aristas ni nada incómodo de ver, como que le recuerden a ciertos países que mantienen legislaciones criminales. Ciertamente, las jugadoras tienen decenas de oportunidades de defender sus reivindicaciones en múltiples canales y espacios, pero el Mundial es la cita de todas las citas. Evidentemente, lo simbólico importa. Y ahora ya no prevalece la excusa de que el país que lo alberga tiene sus costumbres y hay que respetarlas; costumbres como sentenciar las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo con penas que van de tres años a la pena de muerte.

Australia es de los países con mayor aceptación de la homosexualidad. Sin embargo, el fútbol es global, los derechos de retransmisión son para todo el mundo y los patrocinadores aspiran a vender en todos los mercados, cuando no son esos mismos patrocinadores empresas de estados con legislaciones que van contra los derechos humanos, como el caso de Visit Saudí que se comentó en esta publicación. Eso obliga a que el producto sea romo en su faceta social y humana, pues los jugadores son personas y ciudadanos con los mismos derechos y obligaciones. Tenemos un show censurado con sus actores domesticados.

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