Entrevistas

Rafa Guerrero: «¿Negreira? Habrá que tomar decisiones alguna vez ¿Estamos aceptando una corrupción?»

Es noticia

 

En las paredes de la pequeña conserjería del Colegio Público Trepalio, en Trobajo del Camino (León), no cabe una foto más, un banderín más, una bufanda más. Incluso el techo está cubierto. Es famoso el conserje de este centro, donde no tardamos en comprobar cuánto le quiere todo el mundo, tanto niños como profesores; y estas paredes, un retablo de su vida, en el que es entretenido hacer un rastreo de caras conocidas. Señala una foto: «Aquí los cuatro, que nos vemos pocas veces». Los cuatro son Rafa Nadal, Fernando Alonso, Iker Casillas y él mismo. Casi nada. Habla seguidamente con otra foto: «Ya dura, ¿eh?, máquina, cago en diez, cómo te fuiste, sin avisar casi». Su fantasmal interlocutor es Enrique Castro «Quini», héroe tutelar del equipo del entrevistador.

Recorremos más tarde el colegio para buscar localizaciones bonitas para las fotos. Entramos en una clase de Primaria, en el gimnasio; pasamos por un patio en que el asfixiante sol del mediodía hace que ya cueste parar. El conserje recuerda entonces su etapa como alumno del propio centro, abierto en los setenta. «Aquí», cuenta, «canté yo el Cara al sol. Obligao, ¿eh? Lo cantabas o llevabas una hostia por atrás. A mí no se me ponía en los cojones. ¿No cantas? ¡Zas! Una hostia, pero hostia-hostia, ¿eh? La gente, de esa época, habla por hablar, porque ‘le han dicho’ Yo no: yo llevé la hostia». Señala más tarde, al pasar por debajo, las banderas de España, Europa, Castilla y León y León: «Mira las banderas, por mí no había una, solo hacen que entorpecer, que si pon esta, que si pon la otra…, ¡pon la mierda! Pero obligan. Pues nada».

Es el día en que se recogen las notas. De este entrevistador, al llegar, piensan que es uno de los padres que vienen a por ellas. «No, no. Vengo a entrevistar a Rafa Guerrero». «¡Hombre, producto nacional!», responde una mujer. Apostilla Rafa: «Sí, ¡bruto!». El juez de línea más famoso de la historia es genio y figura, pero cuando recuerda la anécdota que lo hizo famoso, aquel error en La Romareda, aquella conversación celebérrima con Manuel Enrique Mejuto González, no se ríe, sino que se le humedecen los ojos. Aunque hayan pasado veintisiete años, aún lo pasa mal al evocar el bochorno, la exposición mediática, los insultos a sus hijos. Rafa conoció lo peor del fútbol, aunque también lo mejor: su primer partido después de aquello fue en San Mamés —y él es del Athletic—, donde la Catedral toda le gritó «¡Rafa quédate!». Y al recordar aquello, los ojos se humedecen de nuevo, pero esta vez de alegría.

Siempre empiezo por preguntar por la infancia y la familia. Me contabas antes que tuviste un abuelo republicano que se libró por los pelos de una condena a muerte.

Estuvo preso en San Marcos. Dieciocho meses. Salvó la vida de milagro. Salió al paseíllo, pero cuando estaban pasando lista, «¡Tiburcio Alonso!», tal, el capitán Seoane —no se me olvida en la vida: siempre me lo contó— le dice: «Tiburcio, ¿dónde vas?». «Pa’l camión». «No vas al camión: vas a la cocina, a cocinar para setenta oficiales». «No sé cocinar…». «¡Sabes cocinar!».

¿Era un amigo suyo?

Habían caído presos juntos en Alhucemas, en Marruecos.

En la guerra del Rif, ¿no?

Claro. En el veintipico. Ese estaba con mi abuelo, pero cuando llegó aquí, cambió de chaqueta, y era un oficial de los que había; y mi abuelo, un preso. Murió muy mayor, y cuando a lo mejor le decía mi padre «tenemos una boda en San Marcos», le miraba así y le decía: «¿San Marcos, hijo? ¿No hay otro sitio?».

Tú naces en 1963 aquí, en Trobajo.

No, no. Nazco en León. Pero a Trobajo es adonde vengo a vivir. He vivido gran parte de mi vida aquí.

Tienes ancestros asturianos, ¿verdad?

Parte de familia asturiana tengo, sí. Pero yo creo que para ser asturiano no hay que tener familia: hay que sentirlo. Yo me siento asturiano. Ahora mismo, cuando llegabas, estaba hablando con una persona para el 28 de julio, posiblemente, ir a Gijón, porque viene la Patrulla Águila. Siempre hay un motivo especial para estar en Asturias. Yo soy muy de Nueva de Llanes, donde, desde una casa, me muevo por todo el Oriente. Nunca podré entender, ni perdonar, al que hizo las comunidades y nos metió en Castilla, y dejó a Asturias sola.

A mí me lo desmintió una vez un protagonista del proceso, el expresidente asturiano Pedro de Silva, pero por aquí he escuchado mucho contar que no hubo autonomía biprovincial asturleonesa porque Martín Villa no quería tantos mineros juntos.

Al final, como te dice uno de El Bierzo, yo no he ido a Soria en mi vida; no tengo ninguna relación con ellos. Y si voy, ellos son más aragoneses que castellanos. Castilla son cuatro. Castilla y León es un monstruo, y un monstruo pobre, un monstruo sin patas. Ya que creas un monstruo… Pero bueno, no me voy a meter en esos fangos. Rodolfo Martín Villa, que es leonés, sabrá lo que hizo. Yo sí sé lo que he sufrido.

¿A qué se dedicaba tu familia?

Mi padre era carpintero; ebanista de toda la vida. Y entrenador desde muy joven. Le gustaba entrenar. Entrenó equipos en Regional Preferente, en fútbol femenino, en Tercera División… Fue un árbitr…, perdón, un entrenador que siempre tuvo equipo, pero de estos equipos de Regional.

Tu madre fue presidenta de un club.

Le dieron una distinción este mes, después de cuarenta años, fíjate. Fue la primera presidenta del fútbol femenino en Castilla y León. De hecho, cuando no había fútbol femenino en Castilla y León, ella ya tenía un equipo e iba a jugar a Asturias —donde la cosa estaba más avanzada— con el Albéniz Pumarín, el Tradehi de Oviedo, las Olímpicas de Figaredo… Yo la acompañaba. Entrené a ese equipo, el Huracán Femenino se llamaba, durante una temporada. Siempre nos ha unido eso.

Tu mujer fue la futbolista más veterana de Castilla y León.

Mi exmujer. Sí. Fue la más veterana, efectivamente. Era la capitana de aquel primer equipo que nació.

Una infancia y una vida rodeada de fútbol por los cuatro costados, vaya.

Yo jugaba al fútbol también, pero bueno: en Juvenil, Regional… Después saqué el título para poder entrenar. Entrené a infantiles, entrené en fútbol femenino…

¿Al arbitraje cuándo te pasas?

Yo no tenía suerte con los árbitros. Me expulsaron más de una vez. No me llevaba bien con ellos, y no podía entender por qué. Una vez me metieron siete partidos.

Ahí va ¿Qué armaste?

Nada, unas protestas continuas, después se le cayó el reloj, pensó que se lo iba a dar y se lo pisé en vez de dárselo. Una historia un poco dura. Fue del cabreo. Pero llegó un día en que yo me tuve que reunir conmigo mismo y decir: «¿qué es lo que pasa aquí? ¿Quién está equivocado? A mí me gusta el fútbol, yo amo el fútbol, y esto es una guerra continua, esto no puede ser, mi actitud no puede ser esta, no van a estar todos en contra mía, es imposible. Tengo que cumplir una pena, pero no una pena de partidos». Decidí conocer el mundo arbitral por dentro. Lo hice y descubrí que, efectivamente, estaba yo equivocado. Me apunté para hacer el curso de árbitro, pero nada más, sin ánimo de arbitrar. El presidente —no se me olvida—, cuando llegué, me dijo: «Eres la última persona que esperaba ver por aquí en mi vida».

Como el delincuente que se hace policía.

Efectivamente. ¡Alucinaron todos! Y sufrí lo mío, porque ellos, claro: defendían lo de ellos. Pero me impliqué tanto que acabé amándolo. No podía estar sin arbitrar. Me mandaban a arbitrar niños, a… Mi primer partido fue femenino, fíjate tú. El Puente Castro, un equipo que había aquí, contra el Tradehi de Oviedo. Todavía he visto el acta hace unos días.

¿En qué año, esto?

1987 más o menos. Me enganchó para toda la vida. Estaréis de acuerdo con lo que hacen o no, eso es una cuestión de cada persona, ¿vale? Igual se puede mejorar alguna cosa. Pero yo amo el arbitraje. Me enganchó de tal manera que, luego, estuve veintipico años sin parar. Ascendí rápido. No se me olvida la primera vez que vi a un futbolista de Primera División darme la mano y desearme suerte. Fue en El Molinón, en un partido de Copa al que me llevó Valdés, Teodoro Valdés Sánchez, que entonces era árbitro de Primera División. Yo estaba como árbitro en Regional Preferente y llevaban un asistente de una categoría y otro de otra. Yo era un crío, un chavalín. El partido era Sporting-Pontevedra y el capitán del Sporting era Joaquín. Una vez, pasado el tiempo, lo hablaba con Jiménez o con alguien y me decía: «¡Nunca jugamos con el Pontevedra!». Hasta que encontré la foto y le dije: «Sí jugasteis contra el Pontevedra». ¡Llovía…! Y era El Molinón, que es grande por muchas cosas. Ver aquello en tus primeros pinitos como árbitro, cuidao

El Sporting todavía era un señor equipo, de los respetables de Primera.

Pero ya no solo el Sporting, sino la grada. Yo venía de campos de Regional. Aquello te engancha aún más. Que un árbitro de Primera División confiara en ti y te llevara a ver aquello te hacía luchar más por llegar un día ahí.

Tú eras del Athletic de Bilbao, tu ídolo era el Txopo Iribar, ¿no es así?

El Txopo, el día que yo presento el libro en el Palacio Ibaigane y me recibe y me da un abrazo… Uf, una de las mayores ilusiones de mi vida. Para mí, José Ángel Iribar Kortajarena era… Por mi Primera Comunión me regalaron su traje. Eso te marca.

Aquel traje negro, ¿verdad?

Era negro y las medias eran rayadas, tipo Granada, rojas y blancas. Había que poner un calcetín aparte. No era con calcetín, tenían una tira y tú ponías un calcetín; la media era una tira que te cogía por abajo. Pero sí, negro entero. Del Athletic, aquí, había mucha gente. En la Tierra de Campos de León, Sahagún y tal, mucha gente se había ido a Altos Hornos de Vizcaya. El regalo, a mí, me lo hizo alguien que era de aquí y trabajaba allí. Yo soy del Athletic hasta hoy. Del Athletic se nace: no tienes que ser de allí para tener un sentimiento. Yo creo que hay más gente del Athletic fuera de Bilbao que en Bilbao. Otra cosa son las políticas y las filosofías: yo ahí no entro. Pero juegan con los suyos, y siguen sin descender a Segunda División.

Mi padre, que es de tu edad, también era del Athletic. En aquel momento, se era del Madrid o del Athletic. La afición por el Barça llega después.

Es cierto, sí señor.

Y hoy resulta curioso ver que a veces se reivindicaba al Athletic como el único equipo español; el que jugaba solo con españoles.

Sí, sí. A mí, que traten así a la cantera me encanta; es lo que me encanta del Athletic. Como Mareo hace años, que era ejemplar, aunque ahora —yo creo, es mi opinión— está descuidado. El Sporting era un Villarreal de hoy.

¿Cómo es ese ascenso, cómo llegas a Primera? ¿Vas recibiendo formación, o cortando cojones se aprende a capar?

Recibes formación siempre, pero sí: cortando cojones se aprende a capar. En cada partido, tú tienes un informe. Una persona hace un informe de cómo has estado. Siempre tenías un informador de los colegios. En categoría base, era de tu colegio, y cuando ascendías a Regional Preferente, ya de la comunidad. Pero ¿qué pasaba con el informe? Que si el partido era fácil, la puntuación era más baja. Si en un partido no había tarjetas, se consideraba fácil y la nota era inferior. Si el partido había sido complicado, con muchas tarjetas, penalti, tal, y lo habías hecho bien, tenías una nota superior. Entonces, a veces te arriesgabas; decías «¿cómo no voy a sacar amarilla?».

¿Dificultar el partido adrede?

Claro (risas). Hombre, tampoco era así. Pero era así. Y a veces… Yo sé lo que es salir de un campo difícil, casi con el coche arrancado antes de acabar el partido, para salir rápido. Bajabas al barro-barro. Había Guardia Civil, pero a veces no la había. Estas cosas de ahora de la violencia… En aquel momento era barra libre. Y se aprende a capar capando, sí. No hay otra. Vas subiendo, dependiendo de esos informes; vas teniendo una puntuación, vas quedando entre los primeros y vas a la fase de ascenso de árbitros, en la que te dan unos partidos de play off de Regional, de juveniles, de lo que sea, y vas subiendo: Regional, Tercera, Segunda B, Segunda A…, toda la jerarquía. De sesenta, quedaste de los diez primeros: subes. Había un examen.

¿Un teórico como el del carné de conducir? ¿Preguntas sobre el reglamento?

Si fuera sobre el reglamento, bien, pero es que metían cultura general. Y normalmente, en Castilla y León, ascendían los que venían de sitios donde había Universidad: Valladolid, que llegó a tener cinco árbitros en Primera, y Salamanca. En León todavía no había Universidad, ni en Palencia, ni en Burgos. Eso no podía ser. Yo le dije una vez al presidente de la Federación de Castilla y León, señor Fernando de Andrés Merino: «Oiga, yo no vuelvo. Quedé el número uno dos veces y no subí». Yo quedé el número uno en Preferente. ¡De toda Castilla y León! Pero hay una pregunta que no se me olvidará en la vida y me perseguirá siempre: ¿quién escribió Las ratas? ¡A mí qué me importa quien escribió Las ratas para pitar un penalti! La fallé y por eso no subí a Tercera División, teniéndolo todo bien. ¿Sabes dónde vivo yo hoy, en qué calle? Miguel Delibes. ¿Sabes quién escribió Las ratas? Miguel Delibes. Claro, de los de Valladolid no falló ni uno…

Yo dije que no volvía y no volví más. Vi que no valía de nada quedar el número uno en el campo. Pero es cuando se crea el cuerpo específico de árbitros asistentes. Hay la opción de dejar de arbitrar y hacerte juez de línea; árbitro asistente desde Segunda B. Yo estaba en Preferente para subir a Tercera, pero aquí te ponías ya en Segunda B. No lo pensé. Me decían: «No, hombre, eres muy joven, espera…». Pero yo decía: «No, no. A mí me gusta el fútbol, y yo quiero estar ahí. En la banda puedo ayudar igual». Se me dio bien y ascendí una categoría por año. Segunda B, al año siguiente Segunda A, al año siguiente Primera y a los dos años, FIFA. No se podía hacer más. Me alegro mucho de haber tomado aquella decisión, y dejar a Miguel Delibes.

Un amigo árbitro me contaba que se dio cuenta pronto de que, para demostrar autoridad y tener un partido controlado, lo aconsejable era sacar tarjeta amarilla a la primera ocasión, aunque fuera leve y no mereciera la tarjeta, para después poder permitirse ser más generoso. Estos tips, estas piezas de sabiduría que van más allá del mero conocimiento del reglamento, ¿no? ¿Qué cosas de estas fuiste aprendiendo tú?

Hay maneras de actuar, sí. La goma. Hay una goma que tienes que usar de una manera o de otra dependiendo del partido. Te lo tienes que estudiar un poco: saber cómo son los equipos, qué personas son más problemáticas. Y luego, dependiendo de cómo sea de igualado, cortar rápido, como has dicho, decir «aquí estoy yo», o ir dejando, pero si vas dejando tienes el riesgo de que se te vaya el partido; de que haya una entrada ya descomunal por culpa de que no hayas cortado antes. Eso es el feeling que tienes ya en el campo. Tienes que verlo, tienes que sentirlo.

Te voy a decir una cosa: en Primera División ya no se arbitra. Se arbitra en Regional. En Primera División se dirige. Tienes que dirigir, no ir a golpe de silbato, ni diciéndole a los futbolistas lo que tienen que hacer. El futbolista ya sabe lo que tiene que hacer. Me llama la atención que, en los corners, siguen diciendo: «No os agarréis, que os pito penalti». ¡Pero si ya lo saben! Eso díselo a un infantil. A uno de Primera, si agarra, penalti. Ya lo sabe. Yo con eso no comulgo. «Oye, tranquilos, tal». ¿Cómo que «tranquilos»? Eres tú el que tiene que dar tranquilidad. No pedirla: darla. Mi opinión, ¿eh? Hombre, hay futbolistas que te aburren. Pero no los aburras tú. España es el país en el que más tiempo se pierde en toda Europa. Déjales que jueguen, que sigan, y cuando no haya más remedio, falta, y ya está. Una entrada con maldad la hueles. Y a ese, lo echas y se acabó.

Así que ¿te preparas el partido antes, estudias quiénes van a jugar, como los entrenadores a los rivales?

Hombre, debes. Debes preparártelo un poco. Sobre todo, el sistema de juego. Saber si juegan al fuera de juego o no; si juegan en una línea de cuatro o una de cinco, que es que no tiene nada que ver. Si puedes tener algún enganche, algún enganchado en las faltas a balón parado, en las contras. Siempre me lo estudié. Me veía los vídeos de los equipos que iba a tener. En más de una ocasión, me sirvió para estar atento a alguna cosa concreta que hacía esa defensa. Hay entrenadores con un nivelazo de la leche, que te crean unos sistemas, unas telarañas ahí atrás, unos rombos, que no es fácil para ti. Tú estás en la banda y ahora tienes el apoyo del VAR, pero hace nada no había VAR, y anular a un equipo un gol que era legal es muy fuerte. O conceder uno que no era.

La responsabilidad del asistente es mucho mayor de lo que alguno se piensa, incluido algún árbitro. Por lo demás, los jugadores, si hay uno problemático, ya lo sabes, y sabes que tienes que tener mucho cuidado para que no finja algo que no pasa. Hay futbolistas que son profesionales de eso, que lo entrenan. Y ahora más. Ahora, con el tema de las manos, más: tú tira el cuerpo, que ya le dará en algún lado cuando centres, tranquilo. La verdad es que es complicado. El futbolista es muy listo. Te caza a los cinco minutos; sabe hasta dónde puede protestar, sabe hasta dónde… Y tú te tienes que enrollar un poco; hay que hablar también.

¿Cómo es el entrenamiento de un árbitro? Supongo que tenga que ser tan físico como mental. Un árbitro corre mucho. Y, a la vez, tiene que estar muy atento a cosas que pasan en décimas de segundo. ¿La agudeza visual también se entrena?

Es muy físico y poco táctico, algo que yo creo que es vital. Vas a correr, sí. Y está muy bien que estés preparado físicamente. ¿Sabes que el árbitro es el que más kilómetros recorre en un partido de fútbol, incluidos todos los futbolistas? Deportistas, el que más, se mete en trece, doce y pico. Un árbitro anda en catorce, quince. Es un no parar. Y no es cuestión de velocidad, sino de constancia de carrera. Hay que entrenar, tienes que saber cómo colocarte, correr lateral, estar bien físicamente porque el oxígeno, en el minuto noventa, llegará mejor al cerebro. Pero también es importante que los jueves hagas el partidillo del lugar donde estés, de la ciudad donde estés. Arbitrar a chavales, que se den situaciones y a veces hasta intuirlas. Esa décima de segundo te va a matar. Una bota tuya mal colocada va a hacer que lo veas mal, que no lo veas exactamente. Tienes que estar con el penúltimo defensor de verdad. A veces aparece aquel que dices: «¿De dónde salió este?». Te aparece uno que no viste y ya te la tienes que comer. Es complicado, ¿eh? Es bonito, pero es complicado. Y un partido no sabes en qué minuto te va a sorprender. Cuando el partido va muy bien, algo va mal. Cuando todo está tranquilo en el minuto ochenta y cinco, algo pasa. Y a veces tienes que estar preparado para una posible prórroga, para correr más.

Y el árbitro no puede pedir el cambio.

No (risas).

En 1988, expulsas a tu padre, entrenador de un equipo de León, en un partido de regional, y estáis un mes sin hablaros, con tu madre llamándoos para mediar y animaros a reconciliaros.

Sí. Sí, sí. A lo mejor es lo único que yo quitaría de toda mi vida, lo único que a lo mejor borraría. No estuve acertado.

¿No merecía la expulsión?

Sí, pero quizá yo le aguanté menos que a otros, y él a lo mejor me protestó más que a otros. Fue muy doloroso, muy duro a nivel familiar.

Un poco como el profesor que tiene a su hijo en clase y, en vez de más generoso, es más duro con él que con los demás, para demostrar imparcialidad.

Correcto. Es un error eso. Yo hoy no lo haría. No porque no la mereciera, que si la merece… Pero quizá podía haber aguantado con la primera amarilla. Hoy no lo hubiera echado. Pero bueno, me ofendió lo que dijo, la verdad.

¿Qué te dijo?

Protestó un fuera de juego al línea mío con las manos así [Rafa hace aspavientos con los brazos], salió del banquillo y tal. Le amonesté. Estaba apuntando la tarjeta y me dice: «Y tú eres peor que él». Y le saqué la segunda. Después no quería abandonar el banquillo. Es un hombre temperamental. La gente abucheaba… Se juntó un poco todo. En fin. No me arrepiento de nada, pero de eso tengo dudas.

A Primera llegas, si no me equivoco, en 1994. ¿Cómo recuerdas esa primera temporada? ¿Recuerdas tu primer partido? ¿Muchos nervios?

Debuté en Oviedo, en un Oviedo-Rayo, en agosto del noventa y cinco. En el Tartiere. El capitán era Berto, me acuerdo perfectamente.

¿Muchos nervios los días antes?

Dormí en Oviedo. Fíjate, León está al lado, pero era aconsejable, cuando era Primera División, por si cualquier cosa, pernoctar en la ciudad en la que arbitrabas. Fui con un árbitro gallego, de Lugo, y dormimos todos en Oviedo el día antes. Fue muy difícil dormir. Solo pensar en cuándo te ibas a equivocar… No pensabas en el acertar, porque eso ya se daba por hecho, sino en el equivocarte, en cuántas veces te ibas a equivocar, en si iba a ser importante la equivocación. ¿Y si levantabas el fuera de juego y no era? ¿Y si era al revés? Todo eso, ¡fuf! Una noche en vela, prácticamente. Debut en Oviedo, además, tan cerca. Siempre pensé que debutaría, no sé, en Málaga, en Valencia. En un viaje. Pero debuté al lado de casa, y en un campo mítico. Mucha presión: era un campo que estaba muy encima.

El Tartiere viejo, un campo muy inglés.

Claro. Eso a mí me metía más en el partido. Me servía para motivarme. Si no te motivas, estás perdido: no aguantas la categoría.

Luego, ¿arbitraste bien?

Salió bien, salió bien. Todos debutábamos en la categoría, además, aunque ellos tenían más edad y más experiencia. Para muchos futbolistas, también era su primer partido. Cuando acabó, me volví a León, paré ahí en el [túnel del] Negrón, bajé del coche y respiré. Y a seguir camino. Trescientos y pico partidos. No pensaba yo que fuera a estar tanto.

La familia, los amigos, etcétera, ¿estaban pendientes?

Sí, sí. Inmediatamente: «¡Te vi, te vi!». Sobre todo el «te vi en la tele». Aunque fuera un segundo, les hacía mucha ilusión, y a mí que me lo dijeran. Estuvo muy bien. De hecho, hoy tengo muy buena relación con el presidente del Oviedo de entonces, que bajó a desearme suerte a la caseta: Eugenio Prieto. Le tengo cariño, respeto y admiración; a veces he comido con él.

Lo del campo muy encima, para un juez de línea, es fastidiado. ¿Alguna vez te tiraron algo?

Sí, sí. Me llegaron a tirar uno de los objetos que menos esperarías en tu vida: una dentadura postiza.

¡Hostia puta!

Me dio en la espalda, y me hizo daño. Pero bueno, peor es ese hombre que llega a casa ñe, ñe, ñe [Rafa hace muecas de desdentado], «¿de dónde vienes?», «del fúfol». Mi idea cuando la vi fue pisarla, pero no lo hice por respeto a esa persona. Fue en Zaragoza.

Los insultos, ¿los escuchas, los distingues? ¿O estás abstraído en el partido y lo que te llega es una especie de mar de fondo?

Se escuchan, se escuchan. Es un insulto continuo. Te llaman hijo de puta nada más empezar, y a partir de ahí, todo el partido. Hay veces que sí que estás concentrado y no te enteras, pero no estás noventa minutos metido en el partido: es imposible. A veces el juego está para el otro lado, o está todo más parado, más tranquilo, y cuando habla alguien diferente de la manada, claro que lo escuchas. La cantidad de insultos es interminable.

Una vez, por ver una jugada de Zidane, te comiste otra, ¿verdad? Tiene que ser difícil, en general, mantener la concentración como árbitro, no permitirse ni un segundo ser un espectador que disfrute de lo que está viendo.

No fue que me la comiera. Era un saque de banda. Vi que el balón salía y me adelanté lo que es una décima a levantar la bandera, pero en esto aparece un pie aquí, a esta altura, lo baja y lo manda. Era Zidane. Y yo me quedé con la bandera aquí, haciendo el tonto.

El Mariscal de la Hierba…

Me quedé… Y todo el Bernabéu hizo: «Ooooh…».

Estás viendo, siendo parte, pero a la vez espectador, de la mejor liga del mundo. En aquel momento, al menos, lo era.

Y a mí me gusta el fútbol. He tenido la suerte de ver… No sé, debuté en un partido internacional —mi primer partido internacional sin ser internacional— con Díaz Vega, en un Fenerbahçe-Manchester, cuando el capitán era Éric Cantona. En Estambul. Cuando me dio la mano Cantona, me llegaban los dedos por aquí [Rafa se señala la mitad del antebrazo]. Digo: «Madre mía, como me dé un tortazo…». El partido, luego, quedó cero-uno: gol de Cantona. Y luego, pues nada: Beckham, Ronaldinho… Yo, como Ronaldinho, no he visto cosa igual. Era un espectáculo absoluto. A Ronaldo lo vi en los dos sitios: en el Barça y en el Madrid. Pillar esos noventa y esos dos mil, arbitrar entre dos siglos, a caballo entre una cosa y la otra…

Ese fútbol entre dos siglos vive también un proceso de espectacularización, parejo a las transformaciones que afectan al mundo entero. Los noventa son la década en la que aparece Internet, las televisiones privadas en España, los reality shows. Este show de Truman en el que vivimos inmersos hoy data de entonces. Y las cámaras van entrando también en los estadios; van convirtiéndolos a ellos mismos en el escenario de un reality show. De la retransmisión de algún partido —no de todos— grabado de una manera más o menos cenital se pasa a una televisión que lo registra todo y que está atenta a detalles e intimidades que en épocas anteriores quedaban fuera de cámara. Conocemos tu conversación con Mejuto González aquel 29 de septiembre de 1996 en La Romareda porque había cámaras grabándoos que no mucho antes no os hubieran grabado.

Se estrenaba una cosa que recogía sonido. Me acuerdo de un señor que andaba de acá para allá con una cazoleta que yo pensaba que era para televisar el partido para otros países, aquello del satélite, pero no: estaba recogiendo el sonido, y estaba retransmitiéndolo para el Canal Plus. Esa década, sí. Nace El día después. Cambia todo. Cambió absolutamente todo.

Y supongo que habría una cosa como de fumar antes de saber que era malo, ¿no? Un hablar sin preocuparse de que te estén grabando que ahora ya no existe. Ahora todo el mundo es consciente del riesgo y se hace, por ejemplo, eso de taparse la boca con la mano para hablar con otro, para que los programas de televisión no te sonsaquen la conversación con un lector de labios y te la líen.

Eso es. Aquel día, además, coincidió todo; coincidió que hablamos mucho. Era una jugada difícil. Había que expulsar a una persona, había que tirar un penalti. Era todo en uno. Y encima no acierto. Encima, echo al que no es. Es que fue todo. Todo pasó ese día. Y a mí me cambió la vida. Nunca más volví a ser yo. Desde entonces, siempre tenía una cámara para mí, para ver en qué momento podía preparar otra. Fue difícil. Salir a tomar algo mis compañeros y yo quedarme en mi habitación por el qué dirán; porque puedes tener un error al día siguiente y, si te vieron la noche antes tomando algo… Toda mi vida cambió. Así de duro fue. Pero bueno, había que saber vivir con esa presión. Si no, no valías para eso.

Dos semanas antes se os habían dicho a los linieres que debíais ayudar más a los árbitros.

Nos habían pedido colaboración, sí, porque el juego ya era muy rápido. Los futbolistas aquellos eran impresionantes; el balón se movía… La mayor diferencia entre Primera y Segunda es cómo se mueve el balón de rápido. Además, no sabes adónde va. Había gente tipo Laudrup que te miraba para aquí y te lo mandaba para allí. Y a toda velocidad. Entonces, había que ayudar al árbitro. Decirle cuándo era penalti, cuándo era fingido, cuándo la gente se tiraba… En ese trozo del campo, en esa zona ciega del árbitro, se juegan muchas cosas. Y sí, nos habían dicho: «Cuando veáis algo, avisad». Cuando veáis algo, avisad; cuando veáis algo, avisad… Yo tenía eso en la cabeza. Cuando veáis algo, avisad. Pues nada: avisé. Pero avisé de lo que no era. Yo estaba tan implicado, quería tanto ayudar, hacer lo que me decían…

¿Todavía te duele recordarlo, tanto tiempo después? ¿Lo pasas mal?

Lo paso mal. Yo no vi la jugada hasta muchísimos años después. Y lo paso mal porque fueron muchas cosas. Fue todo. El viaje, salir de allí, de La Romareda. Aquello era imposible. Barajaron hasta la posibilidad de salir en helicóptero. Era muy difícil aquello. Era mi coche el que estaba dentro del estadio, además. Habíamos viajado en el mío, Mejuto había dejado el suyo aquí, en León. Llegar a casa se convirtió en algo muy difícil, muy difícil. Y muy inolvidable. Todo el país buscándote. Y no podías hablar. José María García que te crucifica por tierra, mar y aire, que te mete un viaje que te mata. Al día siguiente, alguien le dice, Díaz Vega, López Nieto, aquellos pesos pesados del arbitraje: «Oye, este chaval ha hecho lo que le han dicho».

¿Te sentiste bien defendido por el estamento arbitral, por tus compañeros?

Totalmente. Es que si no tenía una carta hecha para renunciar. No merecía la pena. Estaba buscado como un terrorista. Había gente apostada al venir a casa. Mi hijo vino llorando del colegio porque decían que su padre era un atracador. Son cosas que… Llegas a lo más profundo, y dices: «No merece la pena, ¿para qué? Me puede pasar otro día. Mi vida no es esta, mi vida es otra, no puedo estar escondiéndome». No puedes hablar, tu comité te limitaba. Si hablabas, te sancionaban. Yo quería hablar, pero no podía. Pero es que tampoco salía nadie. Un poco de indefensión sí que sentí. Pero tuve la defensión de Manuel Díaz Vega. Eso lo tengo grabado a fuego en mi piel. Fue una persona que me ayudó hasta el punto de que me sacó de España. Dijo: «A este chaval hay que sacarlo de aquí, no puede estar viviendo lo que está viviendo por hacer algo que le han dicho. Se ha equivocado de número, de acuerdo, pero él ha hecho lo que le han dicho». Y fue cuando me llevó a aquel partido en Estambul. No se me olvidará en la vida.

De golpe, me encuentro en un partido internacional, fuera de España, a la que en aquel momento solo lo quería dejar. Quería desaparecer. Tenía hecha una carta para renunciar. Y me emociono recordándolo, porque son momentos que penetran tanto en ti, en tu familia, en tus amigos… Los ves sufrir a todos y yo no quiero que por mí sufra nadie.

No eras profesional, además. Seguías siendo conserje de este colegio.

Seguí siéndolo siempre. Profesional, podías serlo, pero no tenías que serlo. Alguno lo era, pero casi nadie. Todos teníamos nuestro trabajo. Entonces vi que no merecía la pena aquello, pero, por suerte, apareció esta persona, que fue una persona que me guio. Después, volví con Mejuto, salí con Iturralde… Soy el único árbitro asistente que ha salido con veintiocho árbitros diferentes.

Como asistente, ¿vas siempre vinculado a un árbitro que te elige?

Normalmente, vas vinculado a un árbitro. Son equipos. Lo que pasa es que, cuando yo llego a internacional, los árbitros internacionales tienen la obligatoriedad de llevar un asistente internacional y otro de Primera, pero en Castilla y León no había. Siempre tuve esa suerte: como tenían que llevarlo… Éramos diez y diez. Iba con Díaz Vega, iba con López Nieto, fui con García Aranda… ¡Hasta con Brito Arceo! Fui con muchos por eso, porque necesitaban y en Castilla y León no había en ese momento. Después ya hubo, pero yo tuve esa suerte. Conocer a esas personas. Cada una es un mundo, cada una necesita un servicio de ti, cada uno ve el fútbol de una manera… ¡Fue tanto lo que aprendí…! No hay Universidad en la vida que me pudiera enseñar tanto como me enseñó el arbitraje a raíz de aquel error.

Te he leído decir que con el que mejor te llevaste fue con Iturralde, y con el que peor, curiosamente, Mejuto.

Bueno, no sé… Mejor y peor… Bueno. Pf. Mejor con varios: no voy a personalizar solo en Iturralde, porque no sería justo. Me llevé muy bien con varios. Y con Mejuto, vamos a ver, no mal, sino que yo me siento traicionado por Mejuto. Y yo lo que no perdono es la traición.

¿Por qué te sientes traicionado por él?

Cuando llega el 2006, el Mundial de Alemania, quedo de los primeros de Europa. Me llama García Aranda y me dice: «Vas a ir al Mundial. Hablarán con los árbitros y les darán una lista en la que estarás tú con Mejuto, porque Mejuto va a ir al Mundial». Perfecto. Pasan setenta y dos horas y alguien me llama y me dice que no me ha cogido, que ha cogido a otro. «Pero ¿cómo a otro, si yo era el que iba con él, si yo soy el que queda ahí clasificado?». Resulta que dejan escoger al árbitro en esa terna de tres, y no me ha cogido. Eso fue una decepción absoluta, la gota que colmó el vaso. Q

Que yo no fuera a un Mundial por un antojo de nadie, habiéndomelo ganado en el campo, no lo entendí. Había estado en la Eurocopa de Portugal con él. ¿Por qué llega el Mundial de Alemania y no me lleva? Y lo que es la vida, ¿eh? Él, al final, tampoco fue. Se tuvo que ir para casa. Tampoco fue al Mundial. El línea que cogió, el asistente que fue por mí, por quitarme a mí, no pasó las pruebas físicas y se fueron todos para casa. ¡Dios existe!

¿Sabes por qué no te llevó?

No sé. Eso lo sabrá él. Él es el único que lo sabrá. Yo no tengo ni idea.

Y ¿cómo es ese trabajar con muchos árbitros diferentes? Supongo que cada uno sería de su padre y de su madre.

Claro. Cada uno tenía sus manías, o sus maneras de llevar un partido, y tú tenías que tener la mente muy lúcida para cambiar el chip. Hoy voy con Iturralde: necesita esto; hoy voy con Díaz Vega: necesita esto; hoy voy con… Hay que hacer equipo. Por eso ahora casi siempre son inamovibles: para que el conjunto salga mejor. Aun así, ya ves tú las que hay.

¿Cuáles eran esas cosas diferentes que podía querer cada árbitro? ¿Qué cosas concretas variaban de uno a otro?

Pues hombre, que no le levantes una pijada, que el contacto lo permitas más, que aguantes el fuera de juego, que le mires antes de levantar… Lo vas viendo. Ellos no te exigen nada: siempre hay una charla en la que se te dice, pues que atención a todo, que intentemos ver todo lo que podamos y ayudarnos… pero nada más. Pero tú sabes lo que quiere cada uno sin que él te lo diga. Forma parte de la intimidad que tienes.

Que llega a ser mucha. Una vez contaste en una entrevista humorística que Iturralde está muy bien dotado (risas).

Ah, bueno, sí, je, je, je… Con los árbitros llegué a estar más tiempo que en casa. Venía de un partido nacional, me iba a uno internacional, volvía… Y eso eran tres días. Convives con una persona en las casetas, en los hoteles, en todo, conversas más con él que con tu propia familia, y más en mi caso, que iba con varios. Llegué un día de Arabia Saudí, me tuve que ir a Israel y me tuve que cambiar el pasaporte; hacer uno nuevo para no tener problemas para entrar. Tengo dos pasaportes y medio llenos de visados. He viajado mucho, y lo he disfrutado. A mí me encantan las culturas, el Imperio otomano, tal, vivirlo, que te lo cuenten los de allí. Viajaba para arbitrar un partido, pero disfrutaba mucho más lo que conllevaban esos tres días, charlar con la gente. Lo primero que hacía era cambiar la moneda. Visité cuarenta y nueve países, concretamente. Y visité los mejores y los peores; visité países en los que era delicado incluso pasear por la calle.

Arbitré el último partido antes de la guerra de los Balcanes en Belgrado, y luego el primer partido después. He pitado al Hajduk Split, he estado en Moldavia, en Macedonia… Me acuerdo de un partido de previa de Champions entre el Sileks de Kratovo y el Brujas, con [Eric] Gerets de entrenador del Brujas, a las tres de la tarde, con treinta y ocho o cuarenta grados en agosto, porque no había luz. Poco después estalló la guerra. Veías ya que aquello no se sostenía, que el fútbol era lo único que mantenía aquello sin guerra, pero al final desgraciadamente la guerra estalla, y la guerra entre hermanos es lo peor que puede haber. Yo me llevaba muy bien —he perdido la conexión con él— con [Zoran] Petrović, que era un árbitro internacional serbio, como el [Pierluigi] Collina de allá. También me llevé muy bien con Sandor Puhl, que era húngaro.

El árbitro del España-Italia del noventa y cuatro, que no pita lo de Tassotti con Luis Enrique.

Correcto. Falleció hace poco. Era joven. Fumaba mucho el hombre, muchísimo. Me dio pena, porque pasamos muchos momentos juntos; nos dábamos buenos consejos. El arbitraje internacional no tiene que ver con el de cada país. Por eso dicen que los árbitros arbitran diferente cuando van a Europa. Es que es diferente.

¿En qué?

En todo. En el respeto, lo primero. Las sanciones, más duras. La multa de la UEFA no te la quita nadie, y la sanción tampoco. Y lo que te mete luego tu club. Aquí hay una manga ancha absoluta. En Europa hay respeto. ¿Impuesto? Pues sí, será impuesto. Será la UEFA, que te mete unos cachetes que no te repones, grandes, grandes. Hace poco, no sé qué dijo Mourinho que pum: cuatro partidos y cuarenta mil dólares, o euros. Lo he visto el otro día; que lo han sancionado por unas declaraciones que hizo, de las que aquí no nos habíamos enterado [Rafa se refiere a una sanción de diez días y cincuenta mil euros a Mourinho por decir, tras un Monza-Roma, que el árbitro Daniele Chiffi era «técnicamente horrible» y «el peor árbitro» que ha conocido].

Aquí no se sancionó ni la cabeza de gocho ¡No se cerró el campo! La mancha ancha está bien, pero a veces hay que sujetar un poquitín. ¿Sabes qué tiene España, también? Que aquí juegan muchos buenos futbolistas sudamericanos y de todos los sitios, que son muy buenos, y tienen sus métodos para sacar un partido adelante. Los Kily González aquellos eran muy hábiles en eso dentro del área. Y el futbolista es egoísta por naturaleza. A él solo le vale ganar. Le da igual jugártela. ¿A él qué más le da? Te la metió, te la metió.

No hay el código de honor del rugby.

No hay código de honor de nada. Pero por eso es fútbol. Si no, sería rugby. El fútbol, yo no quiero que me lo toquen más. Es que le han dado demasiados retoques. Le falta algo. Para mí, le falta algo. Lo vivo tanto, lo he mamado tanto, que, jolín, me doy cuenta de que está perdiendo un poco la esencia.

Tu partido de regreso a la Liga, un mes después de lo de La Romareda, fue en San Mamés. Y todo el estadio te coreó: «Rafa, quédate». Al final, vives lo peor y lo mejor del fútbol.

Creo que era un Athletic-Sevilla. Y sí, fue muy especial. Estaba muy tocado, y volver a salir, pensar en cómo sería aquello, si iba a recordar la jugada, si iba a volver a equivocarme, se hacía duro. Que toda una grada te cante entonces «¡Rafa, no te vayas; Rafa, quédate!», y que además sea San Mamés… San Mamés es la Catedral. Ya no es que a mí me guste más o menos el Athletic. Iker Casillas, que debutó allí, y con quien tengo una buena amistad, lo decía; decía que la Catedral es otra historia: un sitio que aplaude al equipo que gana, que mima al suyo hasta que acaba el partido y después lo pone pingando. Tienen un concepto del fútbol, del deporte, que se asemeja mucho al de la liga inglesa, que ahora se ha distorsionado un poco como otras cuestiones, pero donde sigue habiendo esa cosa de, no sé, de la familia, de ir con la familia al campo, utilizar el día entero, comer allí o cerca… Y Lezama. Es un poco todo. A mí se me saltaron las lágrimas en el terreno de juego.

¿Cómo es arbitrar a tu propio equipo? ¿La tentación de ayudarlo está ahí?

Si expulsé a mi padre… Cuando estás ahí abajo, va todo tan deprisa que no te enteras. Tuve errores a favor y en contra del Athletic; yo perjudiqué y ayudé al Athletic igual que a los otros veinte equipos. Había partidos que te salían mejor y partidos que te salían peor. Conmigo, el Athletic perdió más de una vez. Recuerdo un cero-cinco del Madrid en Bilbao, con Díaz Vega como árbitro. Pero nunca tuve una mala mirada, ni una mala palabra, de nadie del Athletic. Lo tienen por norma. Lo del arbitraje lo dejan a un lado, o lo dejaban: ahora parece que el que no llora no mama.

Además, siempre ha tenido entrenadores muy especiales. Con Luis Fernández tuve unas broncas de la madre que me parió: no me dejaba caminar; era como «siéntate o ponte a un lado o vete para allá», porque no te dejaba en paz. Pero me llevo de maravilla con él. Cuando iban a cambiar el estadio, que estaban haciendo ya el nuevo, nos entrevistaron. Fuimos todos los que habíamos pasado de alguna manera por allá, y yo con él tengo la historia de que estaba en la banda el día que se clasificaron por primera vez para la Champions, creo que con un gol de Urzaiz de cabeza. Ese día estaba Luis Fernández y estaba yo, y vino a abrazarme, que era como: «¡A mí no me abraces!».

¿Qué buenos o malos recuerdos tienes de otros entrenadores?

Pues… Hombre, ya no está entre nosotros, pero tuve muchas muy tensas con Txetxu Rojo. Fíjate, un hombre del Athletic de toda la vida. Falleció joven: una pena. Para mí era un ídolo, porque formaba parte de aquel Iribar-Sáez-Etxeberria-Beitia-Aranguren-Gisasola-Igartua-Larrauri-Betzuen-Ortuondo-Argoitia-Clemente-Arieta… [Rafa recita estos nombres de mareante carrerilla]. Aquel mítico Athletic del setenta y cuatro o por ahí, de mis cromos. Pero en el banquillo era insoportable. Yo las tenía tiesas con él cuando coincidíamos. Otro con el que las tenía era Fernando Vázquez. Era profesor, pero en el banquillo era difícil controlarle, al maestro. Un día me tiró la chaqueta en la banda y lo eché. Entrenaba a aquel Celta de Aleksandr Mostovoi, Valery Karpin, Cañizares… Daba gusto ver a aquel equipo, la verdad. Luego, si me preguntas por gente muy comprensiva, hombre, Vicente del Bosque. No tengo palabras con Vicente. Del Bosque es lo que parece. Le llamas para cualquier cosa solidaria, que para mí eso está por encima de todo, la solidaridad, el mundo de los niños, y no duda un momento. Y en el campo, si te equivocabas, no pasaba nada, te daba una palmada. El entrenador, el portero y el árbitro son los tres que se llevan los palos. Tenemos que entendernos entre nosotros, me lo dijo Iker una vez. Le digo: «Coño, es verdad».

Supongo que a, por ejemplo, Arconada le fastidie tanto recordar el gol aquel del ochenta y cuatro como a ti lo de La Romareda.

Fíjate. Es que es para toda la vida. Mira que era bueno, mira que nos lo dio todo, pero ya ves: en un momento dado cometes un error y ya no se te recuerda por otra cosa. Mira, ¿sabes con quién tengo una amistad buenísima? Con Julen Guerrero, que siempre me pareció un señor dentro y fuera del campo, algo impresionante.

Y qué mal lo pasó en aquel vestuario, qué putadas le hicieron, o eso se dice. Es una historia que está por contar, pero él no quiere contarla.

Correcto. Con Julen, yo disfruté mucho en el campo y fuera de él. Era un tío elegante, un tío majo, un deportista. Tú ves un deportista en él, y se acabó. Ahora, te ve y te saluda: «¡Rafa, tal!». Es lo bonito del fútbol: que te quede todo eso.

Y ¿alguien que no sea lo que parece, para bien o para mal? ¿Algún jugador legendariamente borde o leñero que resultase ser una bellísima persona o al revés: alguna fama inmerecida de bondad?

Mira, con Eto’o las tuve muy tiesas, pero no era lo que parecía. Era un león en el campo y un gato fuera de él. Al acabar el partido, te daba un abrazo. Yo prefiero eso. Dentro, las tienes tiesas, pero después se acaba todo.

Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.

Sí. Tipo Stoichkov, a quien yo pillé muy poco, pero que era terrible. Hombre, para mi equipo, dámelo, ¿eh? No sé, a mí me gustaba tener una relación con el futbolista. No una relación de tomar nada, no hablo de eso; hablo de que los dos nos jugamos lo mismo; de que esto es un espectáculo que…

Al final sois un poco trabajadores de la misma empresa.

Y tenemos que ayudarnos, no estar todo el día con agresividad. Había alguno que buscaba continuamente el enfrentamiento, el lío. Decir nombres me fastidia, pero me gusta resaltar a los que no eran así: Puyol, por ejemplo. Puyol te preguntaba: «Oye, Rafa, ¿hay alguna norma o tal…?». Se preocupaba de todo, te ayudaba en el campo. Una vez cayó un mechero al campo, Piqué lo cogió para correr a decírselo al árbitro y Puyol cogió a Piqué y el mechero, lo tiró y le dijo a Piqué: «Venga, dedícate a jugar, déjate de…». Esas cosas ayudan mucho más de lo que parece, pero no al árbitro, sino al fútbol entero. Cuántos puyoles y raúles harían falta ahora, en este egoísmo en el que nos vamos sumergiendo ahora, con bolsas de dinero, con…

¿Se está volviendo un deporte muy individualista, siendo un deporte de equipo?

Para mí, sí. Se está personalizando demasiado en personas concretas que hasta dentro del propio vestuario se van aislando. Eso no está bien. Esto es un juego de equipo absoluto. Mira, hablando de futbolistas… Los hay insoportables, ¿eh? Todo el tiempo runrún, runrún. Xavi Hernández era muy inconformista, pero nunca te creaba un problema. Estaba con el runrún: oye, que me empujó no sé quién; oye, que tal. Era ejemplar en lo demás, pero un poco pesado con lo suyo: te hablaba, te buscaba.

Después, había otro súper cansino, súper pesado, que era Iván Helguera. Iván Helguera era increíble. Era runrún, runrún, runrún, runrún. Pero no pasa nada. Yo prefería eso a un tortazo de Javi Navarro. Había que lidiar con todo eso. Los partidos eran a tumba abierta. No había un partido ni por abajo, ni por arriba, ni por el medio. Todos eran a tope. Nunca viví un partido de estos de «no se juegan nada». De alguna manera, yo no sé por dónde aparecía, pero todos se jugaban algo. ¿Te ponen un partido a las cuatro de la tarde, porque queda una jornada de Liga y ya no se juegan nada? Bueno, pues no sé cómo nos arreglábamos, pero algo había. Y en el momento en el que te relajas, viene el fracaso.

Salvando las distancias, obviamente enormes, ¿te pasó con La Romareda un poco lo que a tu abuelo con San Marcos? ¿Volvías mal agusto, con esa reticencia del cuerpo que tiene su propia memoria y dice «aquí lo pasé mal»?

Sí. Tardé mucho tiempo en volver. Volví. Pero se me hizo muy cuesta arriba. Fue muy duro volver. Muy duro. Para mi interior, ¿eh? Nadie me hizo nada, pero fue muy duro. Esa memoria del cuerpo, sí. Sigue ahí. Pero mira, ¿sabes con qué me quedo? Con el cariño y con la amistad que tengo con Xavi Aguado.

Te iba a preguntar por eso.

Fue el más perjudicado por aquello, el expulsado injustamente, el que fue a la cárcel y no tenía que ir, pero es una de las personas del fútbol con las que mejor me he llevado. Viene a León y quiere verme. Yo me quedé asustado cuando le dijo a un amigo común, de la peña del Zaragoza de aquí, «quiero ver a Rafa», y me localizan y le veo. Aquel día no se me olvida en la vida. Conozco a su mujer, a su hijo que está triunfando en el fútbol, que era pequeñín cuando aquello. ¡Qué bonito es el fútbol! Yo es hablar de Xavi Aguado y buah, me emociono. Me emociono, porque recuerdo todo el momento y quiero quedarme con él, quiero abrazarme a él.

He visto una entrevista de 2002 en la que decían decías: «A veces la gente me mira y tienen una sonrisa irónica en la cara». ¿Ha sido duro, ese convertirte en un personaje como de broma?

Correcto. Un personaje de broma. Me vi convertido en eso. Lo ves en las caras, en el Rafa Nomejodas en cualquier momento.

«No me jodas, Rafa» que nunca se dijo, por cierto. Lo que te dijo Mejuto, un autocagamentu muy asturiano y quizá demasiado desconcertante fuera de Asturias, y por eso se tradujo, fue: «Vaya, joder, Rafa, me cago en mi madre».

Nunca se dijo, pero quedó así, y yo me convertí en Rafa Nomejodas. Mucha gente pensaba que era mi apellido. En Grecia, una vez, una reserva de hotel ponía «Rafa Nomejodas». Estaban muy al día de todo eso y una persona que nos acompañaba de la federación griega pensaba que Nomejodas era mi apellido.

El caso es que parece un apellido griego.

Nos moríamos de risa. Yo nunca me lo he tomado mal. Hombre, depende de cómo se digan las cosas, pero nunca lo he tomado mal. Hay que vivir con ello y se acabó. ¿Soy Rafa Guerrero? Sí. ¿Soy Rafa Nomejodas? También. Es como el «trata de arrancarlo»; frases que quedan. Que por lo menos esa se dijo… La mía no se dijo, pero me la he comido, pues ya está. Yo no sé lo que me dijo Mejuto, ni me acuerdo. Vino tantas veces a preguntarme que, si viene otra, no sé, a lo mejor echo a Vítor Baia. Llega un momento en el que la confusión y la presión es absoluta.

Has contado alguna vez que no saber inglés ha sido un hándicap para ti, y ha significado alguna anécdota pintoresca.

Sí. Yo estudié por francés, y en francés me defendía, pero necesitabas el inglés. En la UEFA, el español no existe. Los idiomas oficiales de UEFA son francés, alemán e inglés. Pero el idioma para entenderte era el inglés, los cursos de la UEFA y demás eran en inglés… Me tuve que poner las pilas dentro de lo que pude, pero fue un hándicap importante. Aprendí el inglés en la calle, como los indios. Afortunadamente, me expreso bien, soy empático, y todo eso me ayudó, pero muchas veces no sabía lo que me decían. Dije «así no se puede andar» y me puse. Pero fue un lastre.

Por eso siempre aconsejo, desde hace mucho tiempo, al chaval del que me dicen «oye, mira, se hizo árbitro», que aprenda inglés. ¿Qué recomiendas a…? Inglés. Aprende inglés. Porque no sabes cuándo te llega, y cuando llegue, que te pille preparado. Eso ha cambiado mucho. Los chavales, ahora, vienen preparados como máquinas. Ahora lo que hay que decirles es que acierten. Antes dabas por hecho que acertaban y les decías lo del inglés; ahora das por hecho lo del inglés y lo que les dices es que acierten.

Otra de tus grandes anécdotas es que en el año 2000 vas a la Copa de África, y una expulsión del nigeriano Okocha, que le propina un codazo a un jugador senegalés, termina con una invasión de campo y la intervención de la Policía.

Eso te queda grabado para toda la vida. Pensé que no salía de allí.

Te ayudó Finidi, ¿verdad?

Finidi George echó una mano, sí: vio rápido el tema, conocía todo, me cogió, me llevó adonde no podía pasarme nada. Me dijo: «Tú, aquí, tranquilo, que no tienes problema». Claro, ven a Finidi y se acabó. Finidi era Dios, un hombre súper respetado. Era aquella Nigeria que arrasaba: Okocha, Amunike, Finidi… Verles jugar daba gusto. Yo no esperaba ir a aquel campeonato: fui el único blanco que fue junto con Alain Sars, un árbitro francés que luego no aguantó; se fue a los ocho días. Dijo: «Rafa, no aguanto, no aguanto». Es otra vida, es otro mundo, eres un blanco metido en el mundo de los negros.

Y ¿cómo surge esa oportunidad para ti?

Me llamó la UEFA. Había quedado bien clasificado a nivel internacional y había un intercambio; era la primera vez que mandábamos un árbitro y un asistente. Creo que habían dicho ya que no otros dos: un árbitro noruego, Anders Frisk, que iba con un asistente y otro. No podían o no se arriesgaban. Era un mes entero en Nigeria y en Ghana, en Acra, la capital. Había mucha controversia, además, porque no querían que se celebrara allí. Marruecos, por ejemplo, no quería ir a jugar allí. Recuerdo llegar a un partido, Marruecos-Sudáfrica creo, estar mirando los tacos antes de salir, que me dieran así y escuchar detrás de mí: «Rafa, ¿qué haces aquí?». Miro: Noureddine Naybet, futbolista del Dépor, de aquel Superdépor. Yo le arbitraba en la Liga, claro, y por eso me llamó. Se portó conmigo fenomenal. Me dijo: «Mira, no andes por ahí. Te pondrán escolta…». Efectivamente, me la pusieron. «Te pondrán escolta, pero intenta no salir mucho, no salgas del hotel». El Hotel Meridien, recuerdo. «Y mira, este es mi hotel, esta es mi habitación: cualquier cosa…». Me hizo ilusión, pero me hizo darme cuenta de dónde estaba.

Es un mundo que respeto, por supuesto, pero donde tienes la opulencia y la miseria en cinco metros, y no es fácil, es muy complicado, sumamente complicado. Al partido aquel, Nigeria-Senegal, yo voy con Félix Tangawarima, un árbitro de Botswana [en realidad es de Zimbabwe]. Y cuando veo lo de Okocha, le llamo y le digo: «Number eight, out». Me dice: «Red or yellow? Is OK yellow?». Yo: «No, is no OK yellow. Is red, is red». «¿Estás seguro?», me decía. Sabía que echar a un futbolista de Nigeria en Nigeria podía ser…, pues lo que fue ¡Se montó una…! Recuerdo a uno a caballo saludándome y diciéndome: «No problem!». Yo pensando: «¿No problem? Dios mío, a ver por dónde salimos de aquí…». Al final se normalizó todo, se quitó a los exaltados y el partido continuó, pero yo ya me tuve que ir antes de que acabara el torneo. Salí en un vuelo de Air France, me lo aconsejaron. Por seguridad.

Que no te fuera a pasar lo que a Andrés Escobar, el futbolista colombiano aquel.

Sí, sí, te sientes un poco así. Hay que vivirlo. Pero bueno, formaba parte de todo aquello. Quería cumplir con el objetivo para el que me habían enviado, para el que se había hecho aquel intercambio. El intercambio fue bonito, fue precioso. Siempre encontré gente hospitalaria, y gente a la que ayudar. Me metí en una escuela a la que iba todas las mañanas, a ver a los niños. Les daba mi zumo, el zumo que me correspondía por la FIFA, y el agua. No lo bebía todo y se lo dejaba en un rincón para que lo cogieran. Lo recogían todos los días. Los niños estaban encantados. Estaban cerquita del hotel. No sé, una experiencia. Cosas que no se olvidan: el olor de una persona que se prendió fuego en la calle, y hubo que esperar a que se prendiera, porque era su religión, y allí el conjunto de las religiones es una cosa que…¡uf! Ibas a los campos a las siete de la mañana y ya estaban allí rezando, por las gradas. Para una persona occidental es complicado. Estaba muy solo. Pero fue bonito.

 

Vas a la Eurocopa de 2004, la que gana Grecia, en Portugal. ¿Qué recuerdos tienes de ese campeonato?

Agridulces. Hicimos dos partidos y nos fuimos en octavos. Creo que fue injusto que nos fuéramos para casa. Hubo un error de un compañero que podía ser mío, en un Italia-Dinamarca: Totti escupe a un contrario al otro lado de la banda mía, donde estaba el otro compañero, y no lo vemos. Al parecer fue por eso; por no haberle echado por eso. Pero creo que fue injusto. Mejuto venía como lo mejor de Europa, después de haber arbitrado aquella famosa final, una de las mejores de Champions de la historia, aquel Liverpool-Milan en Estambul. Y ya no estaba España, que siempre te interrumpe como árbitro, porque tú no puedes arbitrar a tu país. La Eurocopa, además, sí: gana Grecia sin meter goles siquiera, empatando a ceros, ganando uno a cero… No fue bonita. Sí de estrellas, pero no de fútbol. Así que una decepción.

Te retiras en 2008, en un Real Madrid-Levante.

Que casi no se juega. Era cuando el Levante se negaba a jugar porque le debían dinero. Era el último partido de Liga, con el Madrid ya campeón. En el Levante estaba ya Rubiales llevando aquel tema.

¿Te retiras o te retiran? ¿Cómo va eso?

Me retiro porque a los cuarenta y cinco años se acabó. Ahora puedes estar algo más, renuevas año a año, pero hasta hace poco, no: cuarenta y cinco y se acabó. En el momento en el que mejor estabas, porque tenías la experiencia, y el fútbol te conocía y tú lo conocías a él, te tenías que ir. En Inglaterra no era lo mismo: había tíos mayores de cuarenta y cinco arbitrando, siempre que pasaran las pruebas físicas. Díaz Vega se marchó en un momento físico impresionante. López Nieto, también. Eran gente que hacía falta en el terreno de juego, yo creo. El propio Iturralde, Mejuto… Eran gente que a los cuarenta y cinco años estaban como chavales de treinta, porque se cuidaban mucho. Casos como el de Brito Arceo, que nunca se preocupó de eso, y acabó teniendo problemas de peso y demás, eran aislados. Los demás eran aviones, pero te tenías que ir y te tenías que ir. Aquel día, no se me olvidará, vino Raúl a darme un abrazo al finalizar. Me dijo: «Te vamos a echar de menos». Y me lo decía de corazón. Son deportistas que ya no vemos en los campos.

Siempre has hablado muy bien de él, de Raúl.

Es muy buena gente. Muy buena gente. Parece mentira. Yo le metería entre las estrellas, pero además de estas que salen de abajo, de la base. Y una persona íntegra. Al menos es lo que yo pude apreciar en el terreno de juego. ¿Sabes otro que…? Roberto Carlos. Un espectáculo. Yo decía: «Espérame, ¿adónde vas?». De lo mejor que he visto en una banda. Era impresionante verlo jugar, controlar el balón, el cambio de juego. Tengo buena relación con él, también. Y con Guti. Nos vemos en El chiringuito de vez en cuando.

Tuviste, o tienes, un restaurante en León.

Sí, efectivamente, me pasé a los fogones. Estuve un año. Yo quería acabar ahí, atender a mi gente, pero era todavía mi último año, y quizá debería haber estado más encima de ello. Es un oficio muy esclavo. Nunca pensé que la restauración fuera de tal esclavitud si quieres que funcione. Tienes que estar, por lo menos hasta que aquello tenga una solera y un nombre. Y yo no podía estar, y delegué en quien no debía. Error mío. Durmiendo con tu enemigo. No sé, son cosas. Palos que te da la vida. A base de palos ha sido mi vida, de palos en las ruedas también. El mundo es mundo porque no sabes qué va a pasar mañana, ni quién te va a poner la primera traba. La lealtad… Ser leal casi no existe en el diccionario. Yo lo valoro mucho.

¿Llegaste a ganar mucho dinero como juez de línea?

Se ganaba bien. Hombre, no era lo mismo que ahora. Ganabas por partido y, después, un fijo mensual, pero no tenía que ver con las cantidades de hoy. Yo podía ganar en una temporada, no sé, treinta mil, cuarenta mil euros. Hoy estamos en los trescientos mil, casi. Si eras internacional, sumabas más. Pero bueno, yo disfruté del arbitraje, pero no viví de él, porque no se vivía del arbitraje. Te ayudaba a vivir mejor.

¿Nunca dejaste de ser conserje de este colegio porque no podías, o por vocación?

No, no, porque no podía. También un poco por vocación: mis niños… Para mí, los niños están por encima de muchas cosas. Hice el esfuerzo de no perder mi plaza. Nunca me lo planteé; nunca me planteé dejarlo para dedicarme a otra cosa. Si hubiera tenido que tomar esa decisión, posiblemente me hubiese quedado donde estoy.

Una vez oliste la colonia de Beckham y acertaste cuál era.

Issey Miyake. Eso fue una historia rocambolesca. Fue antes de que viniera España, en un Inglaterra-Macedonia, creo. En Newcastle, en el campo de los Urracas. El capitán era Beckham, y normalmente los futbolistas no huelen como olía él. Yo soy un enamorado de los perfumes. Se juntó un poco todo. Ya ves, si hubiera sabido mejor inglés, no me hubiera dicho «you are crazy!». Le pregunté a Iturralde, que estaba de cuarto árbitro, «oye, ¿cómo se dice “qué colonia usas”?». «What are your perfume». Entonces, pues bueno: al entrar en el descanso, cuando nos vemos, porque después se iría para la otra banda, le digo: «you perfume Issey Miyake?». Se quedó… Al año siguiente, ya en España, cuando me veía, me saludaba. Soy un amante del perfume. En todos los aeropuertos, en tantas conexiones, yo vivía en el duty free. Iba donde los perfumes, me echaba alguno gratis y luego llegaba con unos olores que tardaban tres días en quitarse. Me gusta ese mundo, la verdad, ya lo ves [Rafa señala un estante en el que tiene varios frascos].

Esa vida de viajes, de días fuera, ¿hace que se acabe resintiendo la vida familiar?

Sí. Sí desgasta. Desgasta.

Tú tienes cuatro hijos, ¿no?

Tengo cinco, porque también tengo un hijo saharaui, adoptado. Sí, los hijos, la familia… Hombre, lo que pasa es que ya te conocen ahí, y aprenden a sufrir con ello. Pero se sufre un desgaste grande. A veces es difícil mantenerlo todo, afrontarlo a la vez: el trabajo, el arbitraje, la familia. Pero soy inmensamente feliz. Siempre he podido, nunca me ha puesto trabas nadie. Me han dejado hacer lo que he querido.

¿Cómo ves el arbitraje actual? Con respecto al VAR, tienes, si no me equivoco, sentimientos encontrados. Te parece bien la introducción de tecnología, pero a veces reivindicas el valor del error, de la equivocación, en el sentido de proporcionarle al fútbol un toque de incertidumbre. «Una maquinita estropearía la magia del fútbol», decías hace tiempo.

Totalmente. La equivocación es una necesidad humana. Estamos perdiendo humanidad en el fútbol. El VAR dicen que es Video Assistant Referee, pero para mí es Ver Algo Repetido. Estás rearbitrando el partido. Para cosas puntuales, de acuerdo: que no pase lo de Míchel en Brasil; que no nos vayamos para casa porque nos anulen un gol que entró. O una expulsión que no es. El Ojo de Halcón, perfecto, vale. Pero vale. O sea, dejemos el fútbol como fútbol. Verlo a cámara lenta todo… No sé. Y lo de las manos. Yo no acabo de entenderlo. Ya no sé cuándo es mano y cuándo no. Creo que nadie lo sabemos. Es un maremagno en el que nos hemos metido… A veces se interviene demasiado y a veces no se interviene. Hay que reajustar un poco ahí.

La tecnología ayuda, pero vamos a dejarla en lo inminentemente necesario, y vamos a aceptar el error del árbitro como el de los futbolistas. Ah, ¿que echan a uno que no es? Vale, quieto: al VAR. Vale. Perfecto. ¿Un penalti que no le tocó nadie? Vale ¡Pero hasta ahí! No vayamos más allá. El que está en el VAR tiene un concepto de arbitraje, y el que está en el campo tiene otro, y si ya hay bastante lío teniendo a cuatro abajo, con otros cuatro arriba, imagínate. Ocho pensamientos. No sé. Hay que darle mucha más importancia al arbitraje de campo. Yo me quedaría solamente con lo imprescindible del VAR. Y porque tiene que haber VAR, que podría no haberlo. Pregúntale a la Primera RFEF lo que es el VAR. O para todos, o para ninguno, ¿no? Aquí, ahora, hay dos mundos.

Supongo que se ha llegado a jugar tantísimo dinero en el fútbol, ha llegado a significar diferencias tan grandes y cruciales de pasta ganar un partido, perderlo, etcétera, que han querido amarrarlo todo mucho. Lo que decías antes de que los árbitros hayan pasado de ganar treinta mil euros a ganar trescientos mil ha ocurrido con todos los otros estamentos. El fútbol mueve mucho, muchísimo dinero. Y a quienes lo ganan les va la vida en que no lo pierdan injustamente.

Hasta dependiendo de cómo quedes tienes un dinero. «¿He quedado el octavo? No, pero es que quiero quedar el séptimo». Antes eso no existía. Es la leche. Me da pena que se desvirtúe todo tanto.

Ahora eres colaborador de El Chiringuito, un programa que, como otros de televisión o de radio, se ha vuelto muy generacional; muy para hombres de una determinada edad, con las generaciones más jóvenes migrando hacia otros formatos y soportes. ¿Qué te parece todo ese debate?

El chiringuito tiene audiencias jóvenes; otra cosa es que no lo vean en la tele, sino en los iPads, de otra manera. Yo lo vivo con mucha pasión. El chiringuito es una forma de vida. A mí no me ha dicho nadie nunca lo que tengo que decir o que hacer, ni he visto que se lo digan a nadie. Es como cuando vas a arbitrar un partido cada domingo: no sabes cómo te va a salir. Además, nadie piensa igual. Es un poco esa familia con la que te ves para discutir o para abrazarte, pero casi siempre para discutir, porque no coinciden las ideas. Pero para mí es una droga.

¿Os lleváis bien?

Sí, sí, claro. Bien y mal. Todo es tal cual lo ves. Ahí no hay un papel, no hay un guion en el que diga «oye, hay que decir esto». En la vida. Porque te voy a decir una cosa: el día que lo vea, dejo de ir, porque yo soy así. Yo digo lo que pienso. Y en El chiringuito, tú corres con lo que tú digas. Nadie te dice que hay que hablar mal del Madrid y bien del Barça, o al revés. No sé, es una forma de vida. Me ha devuelto al campo, he vuelto a oler la hierba. Todo esto no lo digo por quedar bien: lo siento así. Mientras quieran que esté, a mí me encanta, me apasiona. Me quita horas de sueño, porque, cuando acaba, vengo para aquí. Pero me siento realizado con El chiringuito; es ese escape que necesitas.

Caso Negreira…

Del sinvergüenza de Negreira.

¿Nos habla de una corrupción generalizada en el arbitraje español?

No, no, yo creo que es un caso aislado. No creo que un árbitro haya sido comprado nunca; no hay un árbitro al que Negreira le haya dicho «en este partido, tiene que ganar este». Lo que sí es seguro es que a Negreira se le ha pagado esa cantidad de dinero, y me pregunto a qué estamos esperando. Habrá que tomar decisiones alguna vez. ¿Estamos aceptando una corrupción? Ojo, separando, ¿eh?, que yo estoy seguro de que ningún árbitro ha ayudado al Barça porque Negreira se lo haya dicho. El árbitro se habrá equivocado a favor del Barça o en contra del Madrid o al revés, pero en la honestidad de los árbitros, yo creo cien por cien. Tampoco pongo la mano en el fuego, ¿eh? No quiero quemarme. Pero es lo que creo.

¿Negreira? Yo conviví con él catorce años; era vicepresidente. Y eso de que no pintaba nada, yo no me lo como. Pintaba, y siempre estaba al lado del presidente. Sabía perfectamente todo lo que había, y que le estuviera pagando un club… Hombre, por favor, habrá que tomar acciones contra quien sea. Contra el club, contra Negreira, lo que sea. Hay que posicionarse. No vale decir que eran otros tiempos. Son estos. Hace daño ahora. Teníamos que haberle denunciado el país entero de los árbitros, los catorce mil árbitros. Denunciar a Negreira, sí, ¿por qué no? El daño es terrible y es irreparable. Hay un juicio que no se va a hacer y que a la vez ya está hecho. Ha juzgado la gente. La imagen del fútbol español fuera de aquí se ha deteriorado, y la ha deteriorado él. No se puede permitir. Me parece un sinvergüenza.

¿Qué te parece esto de que antiguos árbitros trabajen ahora, después de retirarse, para clubes de fútbol: Megía Dávila en el Madrid, Mejuto en el Getafe…?

Es normal. Es legítimo y es normal y es de ley. Los equipos quieren mejorar en cosas. ¿No tienen scouting para todo, que saben cuándo fulano tira un penalti para aquí y cuándo lo tira para allí, que todo lo analizan? Bueno, pues ¿por qué no un experto arbitral, si ya no está en el arbitraje? Lo veo totalmente normal. No tiene que ver con esto otro. Absolutamente nada que ver. Ayudan al club, les actualizan las reglas, están pendientes de todo, hacen de delegados, pues ya está: me parece fenomenal. Conocen el arbitraje, saben qué puede necesitar un árbitro. Pero no para que te pite penalti, sino para que esté cómodo, para que se sienta en su casa. Como tú has estado ahí, sabes perfectamente lo que se necesita. Ansuátegui Roca, un pedazo de árbitro, también estuvo mucho tiempo en el Villarreal. Y eso no tiene que ver con el Caso Negreira. El Caso Negreira es el caso de un vicepresidente que cobraba de un club. ¿Estamos locos?

Dices que no se toman medidas. ¿Cuáles tomarías tú? ¿Descender al Barça a Segunda, castigarlo sin competiciones europeas…?

No sé cuál, pero un castigo ético y moral. No sé cómo, pero de alguna manera. Con nada, no hacemos nada. Podríamos decir: oye, ha pasado esto, pero ha sido sancionado quien sea, a quien le corresponda. Yo no entiendo de eso. Solo sé que, si no se hace nada, la imagen que queda es que se pagó ese dinero y se quedó así, y España queda asociada a la corrupción. En los rotativos de fuera, durante un mes, la palabra más leída era «corrupción Barça». Pues hombre, no sé: yo creo que algo se debería hacer. Doctores tiene la Santa Madre Iglesia.

Hubo una temporada en que el Athletic de Bilbao casi desciende, y se acabó salvando con sospechas de grandes ayudas arbitrales.

Villar… Villar estuvo cuarenta años, o sea, vamos a ver.

Entonces, ¿sí que se les decía a los árbitros «ayudad al Athletic»?

Yo en mi vida vi eso. En mi vida me dijeron absolutamente nada de eso. Yo no puedo decirte que eso se hiciera ni en concentraciones, ni en reuniones, ni en llamadas, ni en nada de nada. Nunca nos dijeron que… Sí nos decían «cuidado con esto» en el sentido de «cuidado con este partido, que es muy importante; estad atentos a estos, que se juegan una fase de ascenso…». Pero eso: cuidado con el partido que vas a arbitrar, no con un club. No lo viví. Si lo vivió otro, que lo diga.

Termino preguntándote sobre política. Me comentabas cuando cantabas el Cara al sol aquí, tus castigos por no cantarlo, me hablabas de tu abuelo republicano. Tienes, como contabas antes, un hijo adoptado saharaui, y donaste hace años todo el dinero que ganaste con un anuncio de Renault. ¿Eres una persona de izquierdas?

Mi ideología política es hacer algo por los demás. No tengo una ideología política. Huyo de ellas. Huyo totalmente. Yo solo quiero ayudar a las personas, saber recibir ayuda, agradecerla y ser leal. Si hubiera un partido que se llamara leal, yo sería de él. Odio todo esto que veo. Este con el otro, este mercado, esta vendetta, todo esto que veo me da pena. Los pospactos. Si yo te voto a ti por tus ideas de izquierdas, por ejemplo, y luego te juntas con uno de derechas… ¡Yo te he votado a ti porque eres de izquierdas! Me molestan mucho estas cosas. O que el voto de un ciudadano de Vitoria valga más que el mío de León. No sé, a lo mejor hay que cambiar la ley D’Hont, digo, ¿eh?, no lo sé, pero hombre, el reglamento ha cambiado muchas veces, y desde el setenta y cinco hasta hoy, la Constitución, pues a lo mejor también hay que darle sus retoques en cosas. Pero vamos, mi ideología está en ponérselo muy fácil a las personas; en que el mundo no sea una frontera para nada ni para nadie; en que la libertad de la persona esté por encima de muchas cosas y en que cada uno esté donde quiera estar y le respetes y le ayudes.

One Comment

  1. Un inciso. La final de Champions de Liverpool-Milán fué en 2005, no en 2004, que fué Oporto- Mónaco.

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*