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Carme Lluveras: «Un entrenamiento mío era peor que un partido»

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A Carme Lluveras (l’Hospitalet de Llobregat) se la adora o se la odia. Ella se siente como la conductora que va en dirección contraria por una autopista, pero sigue convencida que son los otros los que se han equivocado de carril. Alma libre, competidora enfermiza y aprendiz insaciable, es una de las grandes pioneras del mundo del basket, una entrenadora que lleva años rompiendo prejuicios a golpe de exigencia. Llamó a las puertas del deporte masculino antes de que este estuviera preparado y se hartó de esperar una oportunidad que nunca acabó llegando. Auténtica, fiel a sus convicciones como nadie, se presenta a la entrevista con dos gafas de sol, una amarilla y otra verde, y una indumentaria estridente, llena de colores y dibujos. Uno de ellos de Mickey Mouse. «Lástima que las fotos sean en blanco y negro», lamenta. Su estilo es provocador. La mayoría cree que es una manera de llamar la atención y nadie ha sabido interpretar que, precisamente, es su manera de desviar la atención.

¿Cómo fue su infancia?

Me crie en una familia en la que había mucha gente. Siempre he pensado que tuve un privilegio único. Mi madre era ama de casa, pero sin ella saberlo era una avanzada a su época. De eso me he dado cuenta con el paso del tiempo. Mi padre era un empresario químico, pero para mí era un trabajador las 24 horas del día, ya que, además, al llegar a casa se arremangaba y hacía todas las faenas con mi madre. Y a la inversa. Si el trabajo de la fábrica llegaba a casa, entonces era mi madre la que colaboraba transcribiendo a máquina escritos pendientes. Un tándem perfecto. El hecho de ser mucha gente en casa, muchas mujeres, forjó mi carácter. Sentía que tenía que hacerme un sitio y desde muy pronto empecé a negociar con mis hermanas. Según ellas, era una tirana. Para mí era una simple cuestión de supervivencia.

¿Qué aprendió?

De mi madre aprendí que siempre te tienes que hacer valer por ti misma. Ese ha sido el lema que me ha acompañado, pero la escuela fue mi territorio preferido, ya que tuve la suerte de estar becada en un colegio de Girona, donde pude combinar los estudios ordinarios con la carrera de piano y solfeo. Además, practicaba todos los deportes del mundo. Hice rugby, fútbol, béisbol, patinaje artístico o tenis de mesa, antes de centrarme en el baloncesto. Disfruté mucho de aquella experiencia y empecé a valorar la importancia de hacer lo que yo quería. El hecho de tener un carácter alegre y divertido me permitía ganarme a todo el mundo y así lo conseguía todo. Eso sí, siempre estaba castigada porque me rebelaba constantemente. Soy contestataria por naturaleza. Si todo el mundo hacía colas, yo me las saltaba. Nunca hacía lo que se suponía que había que hacer. Conocí la disciplina, pero descubrí que era mejor la indisciplina. Eso me convirtió en una persona incontrolable y diferente.

¿La música le gustaba?

A los seis años empecé a estudiar una carrera de piano y solfeo. Compaginar eso con los estudios me formó con más atribuciones que la mayoría y me obligó a entender la obligación de compaginar responsabilidades. Yo no tenía talento artístico, pero estudiar música potenció un espíritu que no llevaba de serie. He agradecido esta formación y la recomiendo, ya que considero que despierta en el cerebro un estado de alerta constante, propicio para el aprendizaje de cualquier actividad.

¿Qué quería ser de mayor?

Buf, tenía muchas vocaciones. Una de las cosas que quería ser era limpiabotas. Cuando iba al Liceo, me quedaba maravillada viendo a los señores que limpiaban los zapatos en Las Ramblas de Barcelona. Me pasaba tiempo y tiempo viendo cómo trabajaban. Me encantaba su meticulosidad. Tenían un método y lo seguían al pie de la letra. Podría hacer una tesis doctoral sobre ello y en el colegio, le saqué brillo a todos los zapatos del mundo. Era una de mis debilidades.

¿Tuvo otras vocaciones?

También quise ser directora de orquesta, pero el plan de estudios se amplió en mi época. El principal hándicap fue aceptar mi nulo talento y falta de oído. Entonces, como suspendí una asignatura de matemáticas, tampoco pude estudiar Derecho, que era otra de mis grandes preferencias. A mí me gustaban las leyes y quería ser juez de menores. Eran momentos en los que aún creía en la reinserción de menores y otras ideas idílicas. Empecé a estudiar Empresariales, una carrera que era un engorro, pero que luego me sirvió mucho para el futuro. Me fue muy útil cuando tuve que gestionar clubes. Me quedaban cuatro asignaturas cuando empecé a estudiar Derecho. Ese fue un punto clave de mi vida.

¿Por qué?

Alternaba la carrera con la asistencia a juicios e hice prácticas con un abogado laboralista de Santiago de Chile durante cuatro años. Nunca me pagaba y me estafó. Eso sí, tuve una gran experiencia y aprendí el funcionamiento de la abogacía. Entendí lo más importante y definitivo; que la justicia no era justa. Eso me abrió los ojos y deduje que mi sentido competitivo sería un estorbo. Me di cuenta de que con tal de ganar sería capaz de todo y eso era un inconveniente en el mundo del Derecho, ya sea en la abogacía o en la judicatura. Me dio miedo y supe que no era mi camino. Mi sentido competitivo es enfermizo y eso me empezó a generar las primeras contradicciones. Fue entonces cuando decidí que el deporte me servía para satisfacerme y divertirme con lo que hacía sin caer en ningún conflicto. Pude gestionar mi sentido competitivo extremo y patológico. Detesto perder más de lo que deseo ganar.

¿Contra quién compite?

Contra todo y contra todos. Siempre necesito retos. Si estoy haciendo la compra en el supermercado, intento llenar mis bolsas antes que la persona que pasa sus productos por la caja de al lado. Si voy caminando por la calle, trato de alcanzar y de adelantar a la persona que tengo delante. No puedo evitarlo. Son pequeñas motivaciones para hacer las cosas mundanas. Tengo 12 espejos en casa y siempre quiero ver reflejada la mejor versión de mí misma, no físicamente, sino de satisfacción desde lo más profundo. Si te ves reflejada en un espejo puedes llegar hasta tu interior.

En aquella época, ¿seguía jugando a baloncesto?

Sí, sí, incluso gané con mucho orgullo el título del campeonato júnior de España, pero pronto me di cuenta de que con mi 1.60 de altura, si me estiro mucho, a poco podría llegar como jugadora. Empecé a compaginar los estudios con dirigir equipos de formación. No pensaba que me fuera a dedicar a ser entrenadora, ya que veía dos caminos muy marcados que se separaban. Empecé a sentir que tenía que decidir a qué me quería dedicar. Me empezaron a dar cuatro duros por ser entrenadora y, además, el baloncesto saciaba mis ansias de competir. Me pareció que escogiendo ese camino no le haría daño a nadie.

¿Cuándo pensó que podía ser un trabajo?

Hasta entonces el baloncesto había sido una diversión, pero empecé a tomármelo como una profesión. El problema fue que a mí nadie me había explicado que, por el hecho de ser mujer, yo tendría que entrenar a mujeres. Todo el mundo lo daba por hecho, pero a mí me sorprendió. Muchos entrenadores me acogieron y se convirtieron en mis maestros. Todo el mundo me abría las puertas e hice un aprendizaje muy potente. Los entrenadores me dejaban estar en la pista y ver cómo corregían y cómo explicaban. Era insaciable y aprendí de los mejores, pero noté que mi recorrido en el baloncesto practicado por mujeres pronto llegaría a su tope.

Tras formarse en l’Hospitalet, tuvo éxito en el Natural Cusí del Masnou, el Celta de Vigo, el Dorna Godella, el Xerox de Vigo y el Reus Ploms, pero no le parecía suficiente.

Yo quería competir con y contra los mejores. No podía sentirme satisfecha si no competía con los hombres. Quizás era una avanzada a mi época. Se me educó y formó como una persona, no como una mujer y eso me condicionó. No asimilé que la sociedad no estaba preparada para eso. Con el tiempo lo he entendido y no guardo ningún rencor. Aunque sí me revienta que el mundo de los hombres sea tan lento, ya sea por su incapacidad o por no perder su poder. Era y soy muy perseverante. Las mujeres en el deporte estorbamos. A algunos porque no les entra en el cerebro que podamos ser igual de buenas y a otros porque ya ven que podemos ser una amenaza y, aquí, empieza el conflicto. El deporte es un microclima que todavía no se ha enterado de que la sociedad ha avanzado y sigue siendo la actividad más obsoleta y arcaica después de la militar. Que entonces no estuviera pensada la llegada de una mujer puedo admitirlo, pero ahora, cuando los hombres de poder empiezan a ver que el desembarco de la mujer es inevitable, la respuesta que dan es la segregación. Y nosotras parece que lo aceptamos y hemos de estar agradecidas. No nos damos cuenta de que es una simple limosna.

¿Cuál fue su estrategia?

Cuando entrenaba en baloncesto femenino me decían que, por mi estilo, acabaría entrenando a hombres. Yo lo daba por hecho, ilusa de mí. De la elite del baloncesto femenino pasé a las categorías más bajas del baloncesto masculino. Paciente y perseverante, pensé que así a nadie le daría un ataque al corazón. Les daba tiempo para adaptarse a la normalidad. Fiché por el Aracena. Le pedí al presidente, Julio Gálvez, que me anunciara como «Carmelo» Lluveras, para que nadie se predispusiera a nada antes de verme entrenar. A él tanto le daba que fuera un hombre o una mujer, lo único que quería es que su equipo ganara y ascendiera. Pasé a cobrar mucho menos dinero, pero pactamos que, tras el segundo mes, cuando me hubiera visto entrenar, renegociaríamos las condiciones. Y así fue. A la semana vino a aumentarme el salario.

¿Cómo digirieron su llegada los jugadores?

Reuní a los jugadores y les dije que, si alguno tenía algún problema, podía irse. Uno se fue y reconozco que todavía no lo he asimilado. ¡Si ni siquiera me había visto entrenar! Tras eso, establecí mi primera norma. «Cuando yo cruzo esta línea, el coño y las tetas los dejo fuera de la pista», les dije. A los dos minutos de entrenar todo el mundo se olvidó de que yo era una mujer. Estuve cuatro años. Cada temporada fuimos quedando campeones hasta llegar a jugar las fases de ascenso de la Liga EBA, una competición en la que estaban Gasol, Navarro y compañía. Durante cuatro años demostré que era capaz de hacer mi trabajo y pensaba que la sociedad se habría dado cuenta. El mundo no se había destruido por tener a una mujer entrenado a hombres. Recibí una invitación para ser ayudante de Mike Jarvis en St. John’s University de la NCAA masculina, pero por problemas ajenos fue imposible corresponder a la invitación. Sentía el respeto de los jugadores y que había roto prejuicios, pero no era así.

¿Cuándo se dio cuenta de que nada había cambiado?

Cuando estaba en el UB Barça, después de ganar el campeonato, me postulé para ser entrenadora ayudante del equipo masculino, pero el director deportivo de la época me dijo que el club no se podía convertir en un circo. Eso me hundió y definitivamente vi que tanto esfuerzo no había servido para nada. Los hombres seguían siendo hombres y en el mundo profesional me seguirían viendo como una mujer. Volver a adaptarme al baloncesto femenino me costó porque yo seguía trabajando con las mismas pautas y la mentalidad era otra. El choque fue importante, pero todas aquellas jugadoras llegaron a la elite. Me encantaba ver los entrenamientos de Svetislav Pesic y después compartir impresiones con él. La única manera de hacer crecer a un equipo es desde la exigencia. Si hablamos de deporte de élite profesional, los entrenamientos deben tener una carga física y mental superior a la de los partidos. Tienes que llevar al equipo al máximo de sus posibilidades e incluso un poco más, al límite, para que después lo hagan de forma natural, como un hábito, durante los partidos. Las situaciones de estrés pueden entrenarse y tú puedes recrear la misma presión que después vivirás en un partido.

¿No se le abrió ninguna puerta?

Toni Comas, que era el presidente de la Asociación Española de Entrenadores, me incluyó dentro del grupo de técnicos de elite. Fue un paso importante. Me dejaron asistir a las reuniones con los entrenadores de la ACB. Aproveché la oportunidad para volver a explicar mi situación. Les propuse poner una silla extra en los banquillos para no quitarle el puesto de trabajo a nadie. Así no molestaba a nadie y podía seguir aprendiendo. «¡Pero si eres una mujer!», me dijeron. Cuando me enseñaban el oficio, no pusieron trabas. Les salió la parte paternalista y condescendiente. Pero nadie había imaginado que una mujer pudiese y quisiese competir con ellos. «Soy una mujer y eso no lo podemos cambiar, pero una ‘tara’ la tiene todo el mundo», contesté. No veía donde estaba el escándalo y desistí.

Llegó a otra vía muerta.

Continué mi camino buscando otras motivaciones. Colaboré con la Federación Internacional (FIBA) haciendo formaciones en Mozambique, Costa Rica o Perú. Aquellas experiencias cambiaron mi mirada del mundo. También estuve en Cabo Verde.

Entonces Sergio Scariolo se cruzó en su vida.

Yo seguía con mi afán de aprender y quería asistir a todos los entrenamientos que me dejaban. Vi muchas sesiones de Svetislav Pesic, de Aíto García Reneses… Fue entonces cuando le pedí permiso a Sergio Scariolo para ver sus entrenamientos en Málaga. Accedió y estuve hablando con él. Entendió muy bien mi situación porque él también se fue a Estados Unidos para aprender cómo es la NBA por dentro en los New Jersey Nets. Me dijo que él no tendría problemas en incluirme en su cuerpo técnico y pasé a ser entrenadora ayudante voluntaria. Ese año toqué el cielo.

¿Cómo encajó?

Mi presencia generaba mucha atención en los medios de comunicación y tuve alguna proposición desafortunada de alguna televisión, que me quería grabar pasando la mopa. Para muchos era como si hubiera llegado a la luna. Me preguntaban qué pasaría al entrar en el vestuario, cuando toda la vida había sido al revés y nadie había pensado que eso fuera un problema. Además, ya había entrenado a hombres, pero eso me hacía mucha gracia porque la gente no sabe cómo funciona un vestuario, sus códigos y sus rutinas. Un entrenador no entra al vestuario de los jugadores, sea del sexo que sea, como si fuera un mercado. Pide permiso y, cuando el equipo está listo para escuchar las instrucciones, entra.

Además, el cuerpo técnico tiene su propio vestuario. Los jugadores me aceptaron con naturalidad, con algunos habíamos sido rivales y no les ocasionó ningún trauma. Aprendí mucho de Scariolo. Es un catedrático del baloncesto. La estrategia y puesta en escena o ejecución es su punto fuerte. La preparación meticulosa de los equipos a los que entrena es casi científica. En los campeonatos cortos es un monstruo, ya que investiga al rival hasta el más mínimo detalle para tener todas las soluciones a mano. Cambia y recambia mil detalles tácticos para que el rival no pueda reaccionar. Su ética de trabajo es impecable. Añadiré algo muy sorprendente para mí. En la previa de los partidos, después de las instrucciones preparatorias del partido, él se retiraba al vestuario de los técnicos a leer un libro. Me impacto enormemente. ¿Cómo podía abstraerse así en momentos de alta tensión? Esa anécdota es todo un ejemplo de su estilo.

Cuando acabó la temporada, las ofertas no llegaron.

Scariolo me recomendó contratar a un agente, pero yo no lo veía necesario. Estaba acostumbrada a negociarme lo mío y todo el mundo sabía mi historial y mis intenciones: quería formar parte de un cuerpo técnico de la ACB. Pero el mundo no funciona así. La gente se me enfada cuando lo digo, pero yo veía como entrenadores con mucha menos trayectoria y experiencia que yo ocupaban las plazas de ayudantes. Su currículum era peor que el mío. Los méritos profesionales no era lo que primaba. Ahora visto con el tiempo y suficiente perspectiva, creo que fueron ellos quienes perdieron una muy buena oportunidad.

¿Qué pasó luego?

El Ros Casares Valencia quiso contratarme como entrenadora. Les dije que lo primero que tenían que arreglar era el equipo. «Queréis un conductor de un Porche, pero no tenéis un Porche», les dije. Rechacé la oferta. Un mes después me pidieron que convirtiera su equipo en un Porche y fue cuando acepté al cargo de directora deportiva. Lo primero que hice fue cambiarle el nombre a mi cargo y las funciones para pasar a ser general mánager.

Fueron seis años de muchos éxitos deportivos.

Ganamos muchos títulos, pero para mí nunca eran el indicativo decisivo. Una cosa es ganar y otra rendir al máximo nivel. En el deporte puedes hacerlo mal y ganar el partido. Mi criterio es que debes intentar dar el máximo en lo que haces y tener claro que el resultado no es un indicativo absoluto. Durante mi etapa en los despachos, luché por modernizar la FIBA y la FEB e impulsar un convenio colectivo digno para las jugadoras. Conseguimos el primero del deporte femenino. Los logros deportivos fueron mayúsculos. A la prensa le encanta hablar del fracaso, pero no existe para mí. Si das el máximo de tus posibilidades, no se puede hablar de fracaso, y mis equipos siempre lo hacen, ya me encargo yo.

Cuando estuvo en los despachos, ¿cómo sació su sed de pista?

Aprovechaba los veranos para irme a los Estados Unidos y ver cómo trabajaban las principales franquicias de la WNBA. Durante doce temporadas fui asistente invitada de equipos como las Minnesota Lynx, las Atlanta Dream, las Chicago Sky o las Washington Mystics y eso me permitió estar al día de los últimos conocimientos y métodos del baloncesto, seguir creciendo como entrenadora. Su mentalidad es muy abierta y lo comparten todo sin tapujos. Me dejaban participar en los entrenamientos y en las reuniones de entrenadores o en las sesiones de vídeo. Ellos comparten conocimientos porque no tienen miedo. Aquí, en cambio, hay gente que no te deja ni ver un entrenamiento porque tienen miedo de que descubras sus carencias. Viajar a Estados Unidos también me hizo cambiar la mentalidad y aprender una nueva manera de ver el deporte.

¿En qué sentido?

Conocí el deporte espectáculo. Yo tenía una mentalidad muy europea, donde el deporte tiene que ver con ganar y con competir. Hay presión y estrés. Los aficionados de aquí van enfadados al pabellón, donde se desahogan gritando. Allí es un espectáculo deportivo. La primera vez que fui me costó de asimilar. Durante un tiempo muerto de un partido igualado, la gente estaba bailando y mirando la kisscam del videomarcador. Para mí era un pecado. Hasta que entendí que ellos tienen otra manera de ver el deporte. «What time is it? Gameday», gritaban las jugadoras antes de saltar al parqué. «To win», contestaba yo. Todavía hoy nos reímos porque les sorprendió mucho mi respuesta.

Su guion está muy claro.

En la construcción de un equipo en el mundo del deporte y en el mundo real hay principios que deben encajar para que puedan rendir al máximo. No puede faltar ninguno. El entusiasmo es fundamental. Había jugadoras que llegaban a entrenar arrastrando los pies como si fueran a trabajar a la mina. No eran conscientes del privilegio que tenían ni de vivir un proceso impagable. La lealtad también es imprescindible. Define el compromiso como cuando para desayunar comemos huevos fritos con beicon, no tiene el mismo valor el papel de la gallina que el del cerdo. La primera se esfuerza, pero el segundo se deja la piel. El talento hay que colocarlo en el centro y en la base de la pirámide. Todos los equipos lo necesitan para tener éxito y llegar al último escalón, el de la grandeza competitiva. Cierto es que también podríamos discutir el concepto del éxito, pero supongo que no me dará tiempo.

No tengo prisa.

Mire, en definitiva, el secreto de la vida es un gran puzle. Hay que saber escoger las piezas y hacer que encajen para poder completarlo. Todas tienen un sitio y solo uno. Así es en cualquier equipo. Hay que tener paciencia, concentración, método y habilidad para saber ver las pistas. Si no, no tendrás éxito. Los grandes entrenadores saben construir los puzles más difíciles.

¿Dónde está el límite para ganar?

La vida me ha ido enseñando cosas que luego he aplicado al baloncesto. Desde los seis años me acostumbré a subir a un escenario en el Liceo de Barcelona. Con público y donde un tribunal calificaba tus aptitudes. Eso me hizo ver la importancia de tener un método y seguirlo. Hay una mecanización, una repetición continuada con la presión psicológica, que es lo que marca la diferencia. Cada entrenador ejerce la autoridad a su manera. Yo he visto trabajar a entrenadores muy diferentes. Aíto es flemático y Pesic, más expresivo o explosivo. El método tiene que ir de la mano del carácter de cada entrenador y por supuesto de la credibilidad que esto solo se gana con la veracidad y conocimiento a la hora de transmitirlo. Mi estilo es apasionado y enérgico. La presión que yo ejerzo es máxima para bien y para mal. Un entrenamiento de la Lluveras era peor que un partido. Anteriormente, solo teníamos dos partidos a la semana, no es como ahora que no tienen ni tiempo para entrenar. Podíamos exigir un peldaño más a los equipos, tanto desde el punto de vista táctico como físico y de concentración. El esfuerzo máximo estaba interiorizado como un hábito y los partidos eran más sencillos. En cada entrenamiento exigía un 2000×1000.

¿Qué relación ha tenido después con los jugadores y las jugadoras a los que ha entrenado?

Creo que esa es una buena lectura porque muchos me siguen pidiendo consejo. Haber sufrido juntos te hace establecer unos vínculos muy fuertes de por vida que no se pueden comparar a otros ámbitos de la vida. Hay jugadoras que me han reconocido que era una hija de puta, pero que fui la mejor entrenadora que nunca tuvieron. ¿Soy una hija de puta? Sí, pero tenía una norma muy clara que nunca me salté: jamás podía faltar al respeto a nadie.

¿Le pitaron muchas técnicas?

Dos en toda mi carrera. Tenía otras estrategias para persuadir al arbitraje… La primera cuando le rompieron la nariz a un jugador mío. La segunda fue porque siempre presumía de que nunca me pitaban técnicas y un árbitro se lo tomó como un reto. Eso sí, he salido escoltada por la policía y todo lo que tú quieras, pero lo hacía para descargar y proteger a los jugadores de la presión. Me insultaban y me gritaban cosas como «Písala» o «Medio metro». Todas las iras iban hacia mí y ellos podían jugar tranquilos. Era una estrategia como cualquier otra.

La NBA cuenta con varias entrenadoras ayudantes que son mujeres.

La NBA no quiere que las entrenadoras hagan demasiada sombra. El perfil siempre es el mismo: exjugadoras con nula experiencia en los banquillos. Así, la competición simula que apuesta por las mujeres entrenadoras. Es una operación de marketing. Lo que hacen es coger a mujeres para irlas formando mientras ganan tiempo, como si las mujeres necesitaran una formación extra. Si de verdad se creyeran la apuesta, contratarían a las entrenadoras que ya tienen años de experiencia contrastada y que están preparadas para aportar lo mismo que los hombres.

Antes me habló de la música, ¿qué papel tiene en su vida?

Gracias a la música descubrí que cualquier persona puede hacer la mayoría de cosas que se proponga, incluso a un nivel máximo, pero sin sensibilidad y talento no tendrás un gran nivel. Eso sí, la música y el baloncesto (el deporte en general) son dos mundos muy parejos, pero con una grandísima diferencia. En el deporte puedes jugar mal y, si el rival es peor, puedes ganar. En cambio, si no interpretas bien una partitura en un concierto… Esa es la mejor lección para el deporte, que debes jugar bien independientemente del resultado. Yo elegí el baloncesto por mis ansias competitivas, pero si eliges bien, la música sirve para mejorar el rendimiento. Si no, la concentración no se ajusta a lo que necesitas. En los equipos de baloncesto nos encontramos a gente de muchos países y culturas. Hay que encontrar la forma de entenderse, un idioma común que ayude a encajar las piezas. Una vez llevé a mi equipo a L’Auditori de Barcelona para que cada deportista entendiera su rol en el equipo, y el experimento funcionó. Fuimos a escuchar Carmina Burana, que se convirtió en un himno de ese vestuario.

¿Echa de menos la dirección en el baloncesto?

No, no, sigo haciendo de analista en Catalunya Ràdio y me preparo los partidos con el mismo rigor y meticulosidad que antes. Me encanta esta faceta, tanto o más que entrenar. Además, a diferencia de lo que me encontré cuando era entrenadora, valoro enormemente que Catalunya Ràdio no tuvieran ningún reparo en apostar por una mujer para analizar el trabajo de los hombres en la máxima categoría. Cuando se acabó mi etapa en el Ros Casares Valencia, tuve que reinventarme para aterrizar en el mundo real. Empecé a colaborar con los medios de comunicación y a dar clases en la universidad. Eso me obliga a estar al día y comprobar cómo son las nuevas generaciones. Es verdad que siempre le había dedicado 24 horas al baloncesto, pero cuando abrí las puertas a la vida real me ha sorprendido y despertado mucha curiosidad la manera de funcionar en el día a día de la gente normal. También es verdad que durante toda mi vida he mandado yo y ahora me he tenido que adaptar a ser mandada. Aunque me cuesta, creo que no muchos hubieran sabido cambiar ese rol.

¿En qué sentido le ha sorprendido?

Difícil sintetizarlo. Veamos, siempre he pensado que en una sociedad hay tres profesiones intocables; la docencia, la sanidad y la información. Sin ellas, difícilmente un colectivo, una comunidad o un país pueden funcionar. En la docencia han dejado trastear a personas ajenas a la profesión y de aquí su declive. En la sanidad solo hay que mirar qué pasó en los tiempos de pandemia. Muchos aplausos y cero soporte o mejora de recursos. En la información, el periodismo o la comunicación, que es como gusta llamarlo ahora, todo ha cambiado. Siempre la tuve que soportar desde el otro lado, pero actualmente me relaciono y colaboro con ella. Me divierte tremendamente y estoy agradecida al máximo, pero al mismo tiempo la profesión me ha decepcionado profundamente. Sinceramente, creo que han tergiversado sus funciones. Ahora no se vive por y para las noticias, sino de las noticias. He valorado y aprendido durante años de los grandes tótems. Muchos de ellos se han ido y los otros se han vendido para no perder su estatus. La información está condicionada y muchas veces ni siquiera está contrastada. Se ha convertido en un espectáculo de charlatanes, sin conocimiento, rigor ni ética profesional. Gracias a tener un altavoz aprovechan para opinar y, lo que es peor, para juzgar cruelmente profesiones que desconocen y sobre las que no tienen ninguna experiencia. Estamos asistiendo a la gran caída del periodismo y eso me entristece.

¿Está desencantada?

No, no, al contrario. Soy una privilegiada y una gran vividora, sigo en la dirección que me he marcado haciendo de mi profesión mi diversión y continúo relacionándome socialmente con otro de mis lemas de vida y que nadie ha podido derribar: no tengo amigos y no los quiero. Las personas quieren amigos por su egoísmo, para reafirmarse y que les elogien y sobre todo por interés. Prefiero y colecciono enemigos que me motivan. Es la señal de que alguna cualidad tendré que les preocupa. Los sentimientos son como el arbitraje, cuanto menos molesten, mejor. La gente cree que soy una rebelde y en realidad soy una inadaptada de la vida. Estoy en disconformidad con muchas cosas. Intentaré llegar al final de mi vida siendo fiel a mis propias reglas, no las que marca la sociedad. Mi formación me dio suficientes herramientas para decidir qué está bien y qué está mal. Tengo mi propio criterio y eso me ha hecho ir algunas veces en la dirección contraria al resto del mundo. Siempre me lo he replanteado todo. ¿Quiere una anécdota?

Nada me haría más feliz.

Cuando era pequeña me hacían ir a misa. Me explicaron que el momento de comulgar era cuando tenías que pedirle a Dios lo que necesitabas. Yo quería una bicicleta, pero nunca me la concedían. Pensé que si toda la gente que estaba en misa le estaba pidiendo cosas al mismo tiempo era imposible que me oyese a mí. Así que, llegado el momento, me escondí la hostia en el bolsillo y me la llevé a casa. Se la enseñé a mi hermana gemela, que era la buena y se vio obligada a decirlo. Se armó un buen berenjenal porque decían que era pecado. Me hicieron ir al cura para pedirle perdón y quemaron el pañuelo en el que se había enganchado la hostia. Total, que no pude pedir la bicicleta y me quedé sin ella.

3 Comentarios

  1. Carme Lluveras, quë personalidad y vida tan interesantes!
    Transmite conocimientos tanto para el baloncesto como para la vida. Quizás un día coincidamos en espacio y tiempo. Luchadora incansable. Bravo👏🏼👏🏼

  2. Admirable la perseverancia de esta mujer y lamentable las absurdas e injustas situaciones machistas que ha tenido que vivir. Ese jugador que se fue del equipo en el primer entrenamiento al saber que le entrenaría una mujer… en fin.

    Carme, es un placer escucharte en los partidos por la radio. El baloncesto es mucho mas interesante escuchándote hablar.

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