Motor Formula 1

Ayrton Senna y Érik Comas, una relación marcada por dos accidentes

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Ayrton Senna (foto: Cordon Press)

El uno de mayo se cumplieron veintinueve años del fallecimiento de Ayrton Senna. Su figura trascendió las fronteras del automovilismo para convertirlo en una personalidad global. Conflictivo, místico y genial, tuvo a Brasil entero a sus pies. También al mundo del motor. Queremos rendirle un humilde homenaje recordando su figura y la de otras dos personas. Gran piloto, aunque no tan recordado, es Érik Comas, un hombre marcado a fuego por dos accidentes, ambos de los cuales incluyeron a Senna. El segundo hombre es el médico que los atendió a ambos, el doctor Sid Watkins, neurocirujano inglés, delegado médico en pista de la Formula 1 durante veintiséis años y amigo personal de Senna.

Alain Prost: «Senna tiene un pequeño problema y es que cree que no se puede matar, porque cree en Dios y ese tipo de cosas».

Ayrton Senna: «Por creer en Dios y tener fe en Dios no significa que me crea inmortal o que me considere invulnerable, como se ha estado divulgando. Tengo tanto miedo como cualquier otra persona de hacerme daño, especialmente siendo un piloto de Formula 1. Es un peligro constante».

28 de agosto de 1992, sesión de calificación, circuito de Spa-Francorchamps, Bélgica

Senna, socorriendo a Comas tras su accidente.

Era el segundo año de Érik Comas en Formula 1, un prometedor piloto francés que si bien había empezado tarde su andadura en la competición, había quemado etapas ganando primero la Formula 3 francesa y posteriormente la Formula 3000, ganándose así un asiento para Ligier en 1991, ya con 27 años, con los que seguiría corriendo el año siguiente.

Ayrton Senna llegó a la Formula 1 en 1984. Ocho años después y ya tricampeón, era uno de los personajes más influyentes del deporte mundial. En 1992 defendía título, pero nada podía hacer su McLaren frente al genial Williams, un coche avanzado a su tiempo gracias a toda una revolución electrónica de creación propia, siendo el aspecto más visible la suspensión activa. De las once carreras anteriores a Spa ese año, Nigel Mansell había ganado ocho con su Williams. Las restantes tres las había ganado Senna con un coche de otra generación.

Viernes por la mañana, sesión de calificación. Érik Comas está en su vuelta lanzada. Al llegar a Blanchimont, una rápida curva de izquierdas, pierde el control del monoplaza a unos 290 kilómetros por hora. El coche vuela sobre la breve escapatoria y golpea secamente contra la barrera. En el momento del impacto, la rueda delantera derecha se suelta, golpeando el casco de Érik y dejándolo inmediatamente inconsciente. Debido a la fuerza del impacto, el coche sale despedido de nuevo hacia la pista. Quiere la fatalidad que el pie de Comas se haya quedado apretando el acelerador a fondo. Con la temperatura del motor subiendo implacable al no recibir entrada de aire alguna, es cuestión de tiempo que el coche prenda fuego con su inmóvil piloto aún dentro.

El primer piloto en llegar es Ayrton Senna, que al pasar por su lado enseguida oye el motor del Ligier rugiendo a siete u ocho mil revoluciones por minuto. Sin perder un segundo, detiene su coche en plena pista, se quita el cinturón, baja del vehículo y corre hacia el Ligier de Comas, donde lo primero que hace es apagar el motor para así evitar que éste ocasione algún incendio. Posteriormente, le sostiene la cabeza hasta que llega la asistencia médica. Senna es el único piloto que se detiene para socorrer al francés.

El doctor Watkins era ya por entonces amigo de Ayrton, y el brasileño había mostrado interés previamente en saber qué hacer en caso de accidente. El doctor le dio unas nociones básicas, y lo recuerda así: «Cuando llegué, Senna estaba de rodillas sostendiendo a cabeza de Comas, de forma correcta, debo añadir. Mientras nos hacíamos cargo, Ayrton me dijo: ‘Me he asegurado de que su respiración estuviera bien, y le he dicho al comisario que no le quite el casco para que tú pudieras examinar los daños’. Era un buen alumno».

Érik Comas: «Es muy posible que Ayrton me salvara la vida en ese momento».

1 de mayo de 1994, día de carrera, circuito de Imola, San Marino

Sid Watkins: «Fue un fin de semana fuera de lo normal, en Imola, en 1994. Aparte de lo que les sucedió a los pilotos, hubo mecánicos heridos en el pit lane, personas heridas entre el público… si no recuerdo mal, hubo en total 21 personas heridas».

Dos años después del suceso, Comas había cambiado Ligier por Larrousse, otra escudería francesa de parrilla media-baja. Imola era la tercera carrera del año y en la anterior, en el Gran Premio del Pacífico, Comas logró llevar su coche hasta la sexta posición consiguiendo un precioso punto. En Imola, sin embargo, partía desde una poco prometedora décimo octava posición, esperando poco de la carrera.

Ayrton había abandonado McLaren el año anterior para pasar a Williams. Tras dos años de superioridad aplastante de la escudería inglesa, en los cuales primero Mansell y después Alain Prost habían ganado con la comodidad que les aportaba un coche superior al resto, Senna consiguió un contrato con ellos. La rivalidad entre Prost y el brasileño era tal que el primero había incluido una cláusula en su contrato según la cual Williams no podía contratar en modo alguno a Senna como piloto mientras él estuviera en el equipo. Sin embargo, esta cláusula sólo tenía vigencia para 1993, de modo que al año siguiente Williams de alguna manera forzó la marcha del profesor contratando al alumno rebelde.

Siendo Senna el mejor piloto y yendo a la mejor escudería, parecía que tenían ambos terreno llano por delante hasta el cuarto título mundial. Sin embargo, la FIA prohibió las ayudas electrónicas, el puntal de la velocidad del Williams, eliminando cualquier superioridad en lo respectivo al coche. De hecho, éste fue peor de lo esperado. Altamente inestable, pasaba del sobreviraje al subviraje sin motivo aparente. A una sola vuelta, Senna podía imponer su genialidad, como demostró el hecho de que consiguiera tres pole positions en las tres calificaciones que pudo completar ese año. Sin embargo, no logró terminar ninguna de esas tres carreras.

Érik Comas (foto: Cordon Press)

Durante el Gran Premio de San Marino, Ayrton nunca se sintió bien. No se le vio sonreír en todo el fin de semana y tenía un permanente aspecto preocupado impropio de él. Todo empeoró ya el viernes, en la primera de las sesiones de calificación, cuando Rubens Barrichello se salió de la pista en Variante Bassa a más de 200 kilómetros por hora. El coche despegó y se estrelló contra las vallas al límite de la barrera de neumáticos. Rubens perdió el conocimiento y su coche dio varias vueltas de campana. Senna se preocupó mucho por su amigo y compatriota y fue a verlo personalmente para comprobar su estado. Afortunadamente, Barrichello salió bien parado al tener solamente la nariz rota y un brazo lastimado y si bien no pudo volver a correr ese fin de semana, no hubo mayores consecuencias. Como posteriormente afirmaría Damon Hill —compañero de equipo de Ayrton Senna por entonces—: «Le restamos importancia y seguimos con la calificación, seguros de que nuestros coches eran fuertes como tanques y que podíamos llevarnos un susto pero no hacernos daño».

Desgraciadamente, no era así. Al día siguiente, en la segunda calificación, el joven austríaco Roland Ratzenberger, recién llegado a la Formula 1 ese mismo año, colisionó brutalmente contra la barrera en la curva Villeneuve a unos 300 kilómetros por hora al no poder controlar el coche tras una rotura del alerón delantero. Nada más verlo por las pantallas, Senna salió del garaje y le pidió a un comisario que lo llevara hasta el lugar en el que atendían al jovencísimo piloto. Cuando llegó y vio la magnitud del accidente, rompió a llorar. Se llevaron el cuerpo de Ratzenberger y ya desde el hospital anunciaron que Roland había muerto como consecuencia de las lesiones sufridas en el accidente. La noticia cayó como una losa sobre Imola. Era la primera muerte en un Gran Premio de Formula 1 en doce años, desde que Riccardo Paletti falleciera en Canadá en 1982. Sid Watkins lo recuerda así:

«Para la mayoría de los pilotos, por supuesto, fue la primera vez que tuvieron que afrontar una situación así. Incluso teniendo eso en cuenta, la reacción de Ayrton me pareció anormal [cuando se confirmó la muerte, Senna echó a llorar al hombro del doctor, NdR]. Le dije que no tenía por qué correr al día siguiente, y que debería plantearse seriamente volver a pilotar en carreras jamás. Pensó un buen rato antes de responder. Un minuto, o más. Siempre hacía eso; si le preguntabas algo difícil, respondía con un largo silencio. No contestaba algo rápidamente de lo que luego pudiera arrepentirse. Al final dijo que en realidad no podía dejar de correr. No hubo ninguna explicación adicional, pero creo que en ese momento se sentía atrapado por cada uno de los aspectos de su vida. Sinceramente creo que le hubiera gustado echarse atrás; ésa es la impresión que me da».

Alain Prost y Ayrton Senna (foto: Cordon Press)

De algún modo, siguió adelante. Todo y todos siguieron adelante, forzando un Gran Premio que parecía querer hacer todo lo posible por no continuar. Un sombrío Senna, poseedor de la pole, tomó su posición en la parrilla. Las últimas imágenes de él nos muestran a un Senna de aspecto enfermizo, demasiado taciturno, demasiado callado y como si de algún modo presintiera lo que iba a suceder.

«Cuando soltaron los coches», recuerda el doctor Watkins, «Ayrton pasó al lado de mi coche médico (aparcado en la chicane, antes del pit lane) cagando leches. No soy dado a las premoniciones pero cuando me pasó le dije a Mario Casoni, mi conductor: ‘Tengo la sensación de que va a haber un accidente jodidamente horrible’… nunca tuve una premonición antes, ni he vuelto a tener una desde entonces. Normalmente soy inútil prediciendo nada. Pero cuando recibimos el mensaje de que había bandera roja [la señal de que se anula la carrera, NdR], de algún modo supe que era Senna».

En el momento de la salida, el finlandés Lehto caló su Benetton en plena parrilla. Pedro Lamy, que arrancaba de varias posiciones más atrás, vio el Benetton cuando ya era demasiado tarde como para evitarlo y colisionó con él. Su coche pasó por encima del del finlandés y varias piezas saltaron como resultado de la colisión, yendo a parar al público e hiriendo a varios espectadores. Salió el coche de seguridad y todos menos Lehto y Lamy rodaron tras él hasta que retiraron los restos del accidente en la recta de meta. La carrera se relanzó y, dos vueltas después, Ayrton, aún líder, perdía el control del coche en Tamburello a más de 300 kms/h. Chocó casi frontalmente contra la barrera de protección y una barra de la suspensión salió despedida golpeando su casco, otro fragmento de la suspensión atravesó su visera penetrando justo encima de su ojo derecho y la violencia del choque le causó varias fracturas craneales. Lo que quedaba del coche salió despedido quedando en mitad de la escapatoria, rodeado de una nube de polvo, el casco amarillo inerte y caído a un lado. El corazón de un país entero se paralizó y la carrera lo haría 69 segundos después del accidente. Los comisarios rodeaban el coche sin saber qué hacer, mientras la asistencia médica tardaba una infinidad en llegar. Unas imágenes dieron un soplo de cruel esperanza al mostrar cómo Senna movía ligeramente la cabeza. Cuando por fin llegó la asistencia, la conexión desde el helicóptero nos mostraba a un Senna tumbado en el suelo, inmóvil, rodeado de personas la mayoría de las cuales no sabía qué hacer, y la existencia de varios charcos de sangre empezaron a hacer temer lo peor.

Por un error de comunicación, en Larrousse creyeron que se relanzaba la carrera pese a estar todavía atendiendo a Senna, de hecho el helicóptero de emergencia estaba aparcado en medio de la pista. Un piloto subió a su coche y salió a la pista. Dio la casualidad de que ese mismo piloto fuera Érik Comas, al que Senna salvó de una muerte casi segura menos de dos años atrás. Obligado a parar por los comisarios al poco de salir del pit lane, detuvo su coche cerca del helicóptero, bajó y se quedó paralizado a unos metros del cuerpo inerte de su amigo. Comas no pudo hablar del suceso hasta pasados más de diez años, de hecho sigue visiblemente violentado al tratar el tema, como refleja su discurso, que se vuelve entrecortado y nervioso: «Comprendí al llegar… recibí una sensación de… cómo decir… Ayrton era una persona que de algún modo irradiaba algo, y se sintió como si una bomba atómica hubiera estallado en Tamburello. Había verdaderamente una atmósfera muy pesada flotando en la zona y aun sin saber los detalles, supe que era algo muy malo. Me quedé paralizado, porque me encontraba ahí, al lado del hombre que me había salvado la vida dos años antes, y no poder hacer nada por él era algo que me hacía sentir terriblemente mal, porque me salvó la vida pero yo llegué demasiado tarde. No soy un doctor y en cualquier caso él estaba en peores condiciones de lo que estaba yo, su accidente fue distinto del mío, pero encontrarme cerca suyo en ese momento, sintiéndome tan impotente… fue una experiencia tan horrible que pasados diez años a duras penas empiezo a poder hablar de ello. Es algo que enterré dentro de mí durante mucho tiempo».

Sid Watkins: «Y entonces Ayrton suspiró, y su cuerpo su relajó. Y ése fue el momento —y no soy un hombre religioso— en el que pensé que su espíritu partía».

Érik Comas condujo su coche de vuelta al garaje y no volvió a la carrera. Al final de esa temporada abandonaría la Formula 1 para no volver.

En el hospital, las enfermeras encontraron entre los efectos personales de Senna una bandera austriaca doblada en uno de los bolsillos de su traje. Ayrton quería entonces haber dedicado su potencial victoria a la memoria de Roland Ratzenberger.

Senna no fue sólo el mejor piloto de todos los tiempos, si no que fue además el piloto con mayor aura de todos los tiempos. Su personalidad desprendía un magnetismo al que muchos sucumbieron, y su forma de entender tanto la competición como la vida lo llevaría a cuestionarse los fundamentos mismos del ser humano, de su razón de ser, y nos hizo partícipes de sus reflexiones. Jamás un piloto ha tenido tanto de místico. Jamás un piloto ha sido tan querido, admirado y respetado. Jamás ha habido un día tan trágico en la historia del automovilismo como el uno de mayo de 1994.

Sid Watkins: «Sigo pensando mucho sobre Ayrton. Sueño mucho con él. Es uno de los problemas de envejecer, ya sabes; sueñas más. Hay dos o tres personas en mi vida que me han afectado profundamente: mi padre, el neurocirujano en Oxford del que aprendí, y Senna, y sueño con ellos constantemente. Y es algo que detesto, porque ahí están vivos y bien, y entonces te despiertas, y tienes que afrontar de nuevo que se han ido. Mi relación con Ayrton era de lejos la más cercana que jamás haya tenido con cualquier otro hombre. Era un tipo excepcional en realidad, ¿verdad?»

3 Comentarios

  1. Pedazo de artículo, gracias, como lloré esa tarde, fue y sigue siendo mi ídolo no habrá piloto como el

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