Paulo Futre (Montijo, 1966) se convirtió en un fenómeno social en Portugal. Con su pelo largo, ojos verdes y ese aspecto de estrella del rock, dejó su patria con 21 años para convertirse en el referente de toda una generación de aficionados del Atlético de Madrid. Llegó al cuadro rojiblanco como arma electoral de Jesús Gil con el título de campeón de Europa cosechado con el Oporto bajo el brazo y le tocó lidiar primero con la Quinta del Buitre y más tarde con el Dream Team. Desequilibrante, genial, potente, imprevisible y con una notable personalidad, el niño prodigio del fútbol portugués fue el encargado de abrir la puerta para que otros jugadores lusos pudieran triunfar en el fútbol europeo después que él.
Convertido en el enemigo número uno del Real Madrid debido a sus duras batallas con Paco Buyo cada vez que se veían las caras, el extremo jugó también en los tres grandes clubes de su país, el AC Milan de Silvio Berlusconi, el Olympique de Marsella de Bernard Tapie y estuvo a punto de marcharse sin jugar del West Ham por una camiseta con el número 10. Paulo Futre, genio y figura, nos recibe en su casa con su eterna sonrisa, la muñeca derecha poblada con varias pulseras y un sinfín de anécdotas en la memoria deseando ser contadas.
Comienzas jugando al fútbol con tu padre.
Él era jugador semiprofesional, más amateur que otra cosa. Jugó casi toda su carrera en segunda con el equipo de mi pueblo, el Montijo. Él empezó a jugar conmigo a diario cuando yo tenía apenas tres años. Lo hacíamos en un pequeño patio que teníamos en casa. Con seis años, cuando comencé el colegio y jugaba en la calle con mis vecinos, ya había una gran diferencia. Poder jugar con él todos los días desde que era tan pequeño provocó que fuese tan distinto. Estaba muy por encima del nivel de los chavales de mi colegio.
Rogério Paulo Viegas Alves.
El Sporting de Portugal hizo un torneo de captación de jóvenes talentos llamado «Onda Verde» en el que participaban equipos de los distintos pueblos y ciudades de Portugal. El premio por llegar a la final era jugar en el Estádio José de Alvalade ¡Imagina! Mi equipo era el Cancela, pero el torneo era para jugadores de 10 a 13 años y yo que tenía 9 por lo que no podía jugar. Entonces, ese primer año lo hice con el carnet de mi vecino, que era Rogério Paulo Viegas Alves. Así fue: comencé con una trampa, fuimos a la final y ganamos el torneo.
Después de la final, Aurélio Pereira, que era el organizador del torneo y un auténtico genio que también descubrió a Figo y Cristiano Ronaldo, bajó al vestuario. «¿Dónde está Alan?, vas a entrenar con el Sporting la próxima semana. Júlio, tú también». Luego continuó: «¿Y Rogério Paulo Viegas Alves? ¿Dónde está?». «No está, ya se ha ido», respondí. Me querían contratar con nueve años. Después, al año siguiente ya entré con mi nombre, también llegamos a la final y aunque perdimos, Aurélio contactó con mi padre para intentar llevarme al Sporting, aunque este se negó porque pensaba que para un niño de diez años era un peligro: ir desde Montijo a Lisboa eran dos horas y media en barco.
¿A la tercera fue la vencida?
Sí. Un año más tarde se formó una selección sub’11 de Portugal para disputar un torneo que se celebraba en Francia (Rocheville). Se hizo un proceso de captación que comenzaba en cada distrito y terminó en Setúbal con quinientos niños. De ahí tenían que salir los dieciséis elegidos. Yo fui capitán de ese equipo y después mejor jugador del torneo pese a caer en la final con Francia. Cuando regresé, Aurélio Pereira ya estaba en el aeropuerto y comenzó mi historia en el Sporting. En mi primer partido marque siete goles. Lo hice después de un viaje en autobús en el que ninguno de mis compañeros me dirigió la palabra e hiciera algo para integrarme. Yo era el forastero y solo hablaban entre ellos. El viaje de vuelta a Lisboa fue otra cosa, todos hablaban conmigo, ya era el líder.
Ahí comienzan los viajes en barco, que curiosamente te ayudaron a mejorar tu técnica.
Alguna vez lo he comentado de broma, pero puede ser. Fernando Chalana era mi ídolo, aunque jugaba en el Benfica. Yo siempre iba a ver sus partidos con la tarjeta de jugador de la Federación de Lisboa porque podía entrar gratis. En los viajes de vuelta a Montijo, en el barco, siempre encontraba algo que me servía de balón y hacía sus movimientos, pero con las tormentas el barco zozobraba y para mantener mejor el equilibrio comencé a usar mi juego de brazos. Luego, cuando jugaba fue una de mis mejores virtudes, porque con él engañaba a los defensores.
Para que te hagas una idea, ya en el Atlético de Madrid muchas veces hacía uno contra uno con Juanma López en los entrenamientos. Al mejor de diez: un punto para mí cada vez que le regateaba y uno para él si lo impedía. Él sabía que yo no podía ir al medio y que tenía que ir hasta la línea de fondo y centrar, sin embargo, con el movimiento de mis brazos le conseguía engañar aunque supiese donde iba a ir. Voy por aquí… no, voy por aquí. Este era un movimiento que engañaba a los defensas. Los movimientos de Chalana eran increíbles porque era capaz de regatear a dos o tres jugadores sin tocar el balón, solo con la cadera. Yo quería imitarlo y a lo mejor con el movimiento del barco…
Debutas con 17 años en el primer equipo del Sporting de Portugal y seis meses después eres internacional. Sin embargo, llega John Benjamin Toshack y no cuenta contigo…
Eran otros tiempos, no había tantos vídeos, y creo que Toshack llegó allí y ni siquiera me conocía, al igual que sucedió con otros muchos jóvenes. El Sporting tenía una plantilla amplia, tenía que echar a gente y empezó por los más jóvenes, pero nadie le informó de que yo ya había jugado treinta partidos con el primer equipo a edad juvenil o que ya era internacional. Él me reconoció: «Mira, no tengo espacio para ti». Me metí al baño del vestuario y lloré como un bebé. Desde entonces, yo nunca jugué contra el Sporting de Portugal, yo jugaba contra Toshack. Sin embargo, con el tiempo vas sabiendo cosas y cuando él pidió «este, este y este, cedidos», el club le podría haber respondido «este no va a salir». Cuando él lo pidió y salió que yo me iba cedido al Académica de Coimbra, vino el Oporto. Nada más conocerlo, las primeras palabras del presidente Pinto da Costa fueron: «Vas a ser tú y diez más». Firmé el contrato muy orgulloso por la confianza que todos habían depositado en mí. Fue una decisión difícil, pero de las más acertadas de mi vida.
¿Cómo convenciste al Sporting para marcharte al gran rival, Oporto?
Conseguimos rescindir el contrato con el Sporting por causa justa debido a razones psicológicas. El argumento era que si seguía en el club me podía volver loco y resultó. Fue la primera vez que alguien tuvo éxito con este tipo de alegación en Portugal, aunque creo que luego hubo algunos jugadores que intentaron hacer lo mismo y no pudieron.
Conociste a Ana.
Era mi segunda temporada en Oporto y volvía en un tren desde Lisboa después de jugar con la selección. Por aquel entonces yo tenía 19 años, en un momento dado me fui a fumar un cigarro, apareció una señora de unos 30, guapa, muy elegante, pidiéndome fuego y me preguntó que si nos conocíamos de algo porque le sonaba mi cara. La comenté que sería porque yo era futbolista, comenzamos una charla y de ahí a una relación loca entre los dos. Aunque yo era muy rebelde, con el tiempo comencé a confiar en ella y cuando hacía una fiesta en casa o salía por ahí y volvía tarde se lo comentaba… pero al llegar al día siguiente, el club lo sabía. Una cosa es cuando salía, que la gente podía verme, ¿pero en casa? Entonces, una vez decidí mentirla reconociendo que había organizado una fiesta: cuando al día siguiente aparecí en el entrenamiento llegó Arthur Jorge: «cabrón ¿cómo es posible? tenemos un partido el domingo, ¿cómo has hecho una fiesta…» Desde ese momento ya supe que había sido ella, cogí miedo y no la volvía a responder al teléfono, pero cambiaba mi número y ella lo seguía teniendo… Tiempo después apareció en mi casa y me confesó todo: estaba en un matrimonio abierto y su marido era muy amigo del vicepresidente del Oporto. El club buscaba una mujer que pudiera controlarme diariamente y ella se ofreció. Me sentí traicionado.
Y aparecieron falsos embarazos…
¡También! Después de un partido del Oporto quedé con Eva, una chica que había conocido tras un entrenamiento y fuimos a mi casa. Allí hicimos lo que teníamos que hacer y ni cambiamos el teléfono ni nada. En esa época no había teléfonos móviles. Además, como el problema del sida no comenzó hasta unos años después, tampoco usamos preservativos. Ya pasados dos meses apareció en el entrenamiento. Yo estaba firmando autógrafos en mi coche y la vi al final de la fila. Cuando llegó a mi altura me comentó que necesitaba hablar conmigo de forma urgente y quedamos en la Plaza Velázquez, cerca del estadio. Fui allí y me preparé para lo que pudiera pasar. Allí, ella se sentó y me expuso: «Mira estoy embarazada, necesito dinero para abortar!» Yo la contesté: «¡No me digas! Si soy el tío más feliz del mundo. Estoy deseando ser padre!». Nunca más volví a saber de ella después de mi respuesta. Era una trampa.
Además de ser un referente deportivo, con 19 años ya eras un fenómeno social. ¿Cómo se lidia con esto?
No hay ningún psicólogo ni ningún libro que te pueda enseñar. Lo mismo sucede con los veteranos o las estrellas de tu equipo, que por mucho que te digan, te entra por un oído y te sale por el otro. Yo siempre digo que después de firmar el primer autógrafo estás solo contra el mundo. Tu cabeza, después de primer autógrafo puede ir por aquí y continuar haciendo lo mismo y ser aún más humilde, o puede ir para el otro lado, llegar a tu casa y no conocer ni a tu madre «¡Mamá, soy el rey del mundo! ¿Qué quieres?» El primer autógrafo es un peligro. Cuando te dan el boli es como la ruleta rusa. Un niño puede perderse y muchos lo hacen.
Tú única experiencia en un gran torneo internacional con Portugal es el Mundial de México en 1986. Llegáis como uno de los equipos destacados pero caéis en la fase de grupos del modo más inverosímil después de ganar a Inglaterra.
Estamos hablando de la página más negra del fútbol portugués. Estábamos en una guerra total con la Federación, puesto que fue la época en la que comenzó a haber publicidad y los futbolistas también queríamos una parte del «pastel», pero ellos lo rechazaron y se montó un lío. Para que te des cuenta de la situación, a fin de que no se vieran las marcas, nosotros entrenábamos en calzoncillos o con nuestras propias camisetas dadas la vuelta. Nuestro primer partido en aquel Mundial fue contra Inglaterra y ganamos, pero más que contra ellos, jugamos contra la Federación. Después de esta victoria ya creíamos que íbamos a ser campeones del Mundo y con un empate en los dos siguientes partidos nos valía para clasificarnos, pero perdimos con Polonia y Marruecos. Fue un caos total, ocho jugadores fueron apartados de la selección para siempre y el resto nos solidarizamos con ellos. Yo estuve alrededor de un año y medio sin volver. Fue una gran vergüenza
¿Cómo fue aquella concentración en Saltillo?
Por aquel entonces yo tenía 20 años y tan solo éramos dos futbolistas solteros en toda la concentración de Portugal. Como la Federación era una desorganización total, fuimos cincuenta y tres días allí, así que cuando acabábamos los entrenamientos los sábados por la mañana teníamos libre hasta las siete de la mañana del domingo. Imagina lo que pasaba: a los quince días o tres semanas, todo el mundo empezó a ligar. Solteros, casados… daba igual, allí era un caos total. Hubo muchas mexicanas multimillonarias que se enamoraron de algunos de mis compañeros y les daban regalos de locura. Uno de ellos tenía bolsas y bolsas de oro a base de regalos. Hubo otros, pero este fue espectacular la cantidad de cosas que tenía y no podía llevar para casa porque estaba casado y la mujer le iba a preguntar «¿pero qué es esto?», así que la única solución que tenía era vender el oro a los solteros ¡Imagina! Había piezas de mil euros y yo las compraba por diez. «Si no llévala a tu casa», le decía yo. Si ibas a mi pueblo después, la mitad de la gente tenía piezas de oro que yo les regalé. Otras piezas las vendí, porque me llevé casi todo el oro que mis compañeros recibieron como regalo. Hoy este compañero que tenía tantas bolsas ya está divorciado y creo que un día podrá hablar del tema. Es una historia para reír, pero también muestra la falta de organización de nuestra Federación en el 86.
Volvemos al Oporto: 7 de mayo de 1987, Viena. Campeones de Europa después de ganar al Bayern Múnich por 2-1.
Teníamos un gran equipo. Había llegado Madjer, el argelino. Con él el equipo se volvió mucho más fuerte y ganamos en confianza. Llegó de un equipo modesto de Francia (Tours), pero es uno de los jugadores más completos que he visto en mi carrera. En el banquillo estaba Arhur Jorge, un motivador nato. Nos fuimos perdiendo 1-0 al descanso y entramos tristes al vestuario. Sin embargo, él nos dio un mensaje claro. Se quito la chaqueta, se remangó la camisa y pidió que le mirásemos a los ojos. Nos recordó que teníamos cuarenta y cinco minutos para entrar en la historia. Que lo que nos decía no era un sueño, sino algo que iba a suceder. Salimos con todo y lo hicimos.
¿Qué significó Arthur Jorge?
Fue muy importante para mí. Nunca me dio un elogio aunque muchas veces yo ganara los partidos solo y en mi segunda o tercera temporada con veinte o veintiún años ya era uno de los líderes. Yo había entrado de pleno en aquella filosofía, esa mística que había en el vestuario del Oporto, que era distinto a todos los demás. Aun así, haciendo grandes partidos y siendo uno de los que ya tenía voz y peso en el vestuario, nunca me dio un elogio y siempre me respondía: «coño, esto es poco». Aunque hiciera un partidazo nunca dejó que me durmiera en los laureles.
Era nuestra arma secreta. Un auténtico fenómeno, rapidísimo. Jugó algunos partidos como titular en el Oporto, pero en aquella ocasión salió desde el banquillo. En la primera parte yo había jugado solo delante porque Fernando Gomes, el fenómeno, el doble bota de oro que en paz descanse, se había partido el peroné. Cuando entró Juary ya teníamos una referencia y conmigo y Madjer ya libres, machacamos a los alemanes. Les dimos un baño de fútbol.
En aquel Bayern ya era directivo Franz Beckenbauer, con el que compartirse la selección Resto del Mundo…
En aquella época yo todavía jugaba en el Sporting de Portugal. Me llamaron para desplazarme a Nueva York y jugar un partido ante el Cosmo. El partido iba 1-1 cuando el entrenador Telê Santana me manda calentar en la segunda parte y me pregunta si también jugaba de lateral izquierdo: «¡Sí claro, muchas veces. Y hasta de central!». Entonces el tío me pone e imagina el orgullo cuando entro al estadio. Tenía 18 años y jugaban Peter Shilton de portero, Ruud Krol y Franz Beckenbauer de centrales… y ahí me metí. ¡Qué orgullo tendría mi padre!
Pero claro, estuve en el lateral un minuto. Vi un balón, pensé «esta es mi oportunidad», arranque y crucé todo el campo hasta que acabé en el extremo derecho. Ya íbamos ganando 3-1 y yo iba como loco. Hay imágenes por ahí en Youtube. Quería aprovechar una de mis mejores jugadas, que era meterme desde la derecha al centro y tirar a puerta con la izquierda, pero perdí la pelota, hubo un contrataque y no nos hicieron gol de milagro. Y ahí vinieron Krol y Beckenbauer a gritos para echarme la bronca. Yo no hablaba inglés, así que lo único que les respondía era «No defense. Attack, yo attack, no defense». Era un niño y era un partido amistoso, pero ellos siguieron con la bronca cuando bajábamos a cambiarnos. Fue increíble cuando tres años después salgo del vestuario celebrando la Copa de Europa, veo Beckenbauer al fondo y le digo: «Frank, no defense, attack».
Ese 1987 logras el Balón de Plata por detrás de Ruud Gullit, aunque muchos te daban como ganador…
Fue una mezcla de sentimientos. Por un lado estaba feliz porque un Balón de Plata siempre es un Balón de Plata y por otro decepcionado, porque todo el mundo decía y pensaba que yo ganaría el Balón de Oro. Creo que yo era el justo vencedor, aunque con esto no quiero decir que Gullit, que era un crack, no mereciese ganarlo alguna vez, pero no aquel año. Viendo como son esas votaciones, echando un vistazo en Internet, con periodistas fantasmas votando como fue en el caso del que ganó Luka Modric, imagino qué pasó en 1987. En todo caso, el Balón de Oro es impresionante, pero también lo es el Balón de Plata y con el paso del tiempo fui olvidando la decepción y me quedé con la felicidad.
Y con el título de campeón de Europa se cierra tu fichaje por el Atlético de Madrid.
Tuve reuniones con el Real Madrid, el FC Barcelona y la Juventus. Sin embargo no hicieron ninguna propuesta. En los primeros encuentros que teníamos me hacían preguntas psicológicas, pero en el fondo yo pensaba que era normal, porque por aquel entonces solo podían jugar dos extranjeros por equipo. Los grandes debían tener mucho cuidado con la cabeza. Sin embargo, en las siguientes reuniones seguían con la misma dinámica: cuánto tiempo podía estar sin comer bacalao o sin ver a mi madre, cosas de ese estilo. Entonces, yo les respondía ¿pero siempre hacéis estas preguntas? ¿durante tanto tiempo? Y ellos reconocieron que no, que me las hacían a mi porque yo era portugués y teníamos la mentalidad frágil. Tan solo el Inter de Milán no lo hizo y sí que presentó una propuesta al Oporto, algo que el resto no. Teníamos un preacuerdo con los italianos pero apareció Jesús Gil, que en esos momentos era candidato a la presidencia del Atlético de Madrid y cerramos un acuerdo. Cuando vino a ficharme, ni me conocía. Me reconoció porque iba con el chándal del Oporto y con unas chanclas en las que ponía mi nombre: «Así que tú eres Futre eh».
Pero no estabas seguro de si Jesús Gil saldría presidente y quisiste cubrirte las espaldas…
Sí, en caso de no ganar las elecciones, el pagaría una cantidad al Oporto y otra a mí. Además yo le pedí casa y un coche marca Porsche que debería entregarme antes de las elecciones. Recuerdo que cuando fuimos al concesionario tan solo había uno de esta marca para entrega inmediata: era amarillo. Si lo quería blanco o rojo tendría que esperar unas semanas, pero no quise arriesgarme a que Gil pudiera perder las elecciones y quedarme sin el coche, así que salí de allí con él.
¿Cuál era la situación de aquel Atlético de Madrid al que tú llegas en 1987?
Era un proyecto que había que empezar de nuevo, pues el Atlético de Madrid venía de quedar octavo en Liga la temporada anterior y tuvo que enfrentarse a la Quinta del Buitre primero y el Dream Team después. Me tocan en frente dos de los mejores equipos de la historia del fútbol. No solo del fútbol español, sino del fútbol mundial, y era necesario tiempo para conseguir luchar con estos dos equipos fenomenales. Hubo una temporada en la que casi lo conseguimos, la 1991/1992 en la que quedamos a dos puntos del FC Barcelona y a uno del Real Madrid y perdemos la Liga en el Bernabéu en la jornada 35. Si ganábamos aquel partido podíamos decir que éramos campeones, porque quedaban tres más y el calendario era fácil. Sin embargo, perdimos 3-2. Fue aquella Liga que después ganó el Barça porque el Madrid perdió en Tenerife.
Yo no quiero ser victimista, pero si ese año hay VAR somos campeones. Ese partido ante el Real Madrid era casi una final. Íbamos ganando 0-1 y nos metieron el gol del empate dos metros fuera de juego con Luis Enrique. Luego, con el 1-1 hubo penalti clarísimo sobre Juan Sabas. Después el partido fue más equilibrado, hicimos el 1-2, ellos nos empataron pronto y luego hicieron el 3-2 con suerte. Para que tú veas lo qué eran esos años: el árbitro no podía ver imágenes, pero llamaba a casa y le decían que el gol fue dos metros fuera de juego. Pero luego cuando sale del vestuario, al hablar con la prensa, él dice que de fuera de juego, nada. Imagina la rabia que nos dio, todo el mundo había visto que había dos metros de fuera de juego. ¡Cómo que gol limpio! Los jugadores del Real Madrid también decían que el resultado había sido justo, pero un mes después fue la final de la Copa y pagaron por todo.
En esos años había muchos cambios en la plantilla.
Aunque es fácil de hablar ahora, si hoy volviera atrás, con la experiencia que tengo, le hubiera dicho a Jesús Gil: «Presidente, no venda a Alemão». En mi primer año los extranjeros del equipo éramos él y yo. Un jugador sensacional, titular de la selección brasileña. Mira lo que hizo en Nápoles con Maradona. «Presidente, no venda. En vez de contratar a siete o diez, contrate a uno o dos muy buenos y que hagan la diferencia. En cuatro años estamos luchando de tú a tú con esos dos tiburones».
También destituyó a Tomislav Ivic antes de una semifinal de Copa del Rey…
El día que lo echó, me llamó a mí para estar en el despacho. Yo no sabía que pintaba ahí. Joder, yo ahí sentado y él echó al hombre. «La aventura entre el Atlético de Madrid e Ivic ha llegado a su fin». Ivic reaccionó y comenzaron a insultarse hasta que hubo un momento en el que él agarró una silla para tirársela a Gil. Tuve que levantarme y conseguí impedirlo. Yo pensé: coño, por qué me mete en este tinglado. Jesús Gil era una persona excepcional, con muchas virtudes. Un fenómeno. Pero tenía un gran defecto: la falta de paciencia. Dentro del vestuario sabíamos que si perdíamos un partido y empatábamos otro había riesgo para el entrenador, de que se convirtiera todo en un manicomio. Él quería ganar las Ligas en septiembre u octubre, pero eso nadie lo hace. Cuando teníamos un momento malo, en vez de intentar recuperarnos, entrábamos en una crisis total.
Tú a Ivic también estuviste a punto de provocarle un problema cardiaco…
Fue en un partido ante el Burgos. Después de lo qué ocurrió con Johan Cruyff, un programa de televisión seguía cada semana a un entrenador para analizar las alteraciones en su ritmo cardiaco durante un partido. Ese día fue un error mío, pues por mi forma de ser no quería salir del campo cuando él quiso cambiarme y casi le dio un infarto. Yo tenía una gran relación con Ivic. Era muy honesto y vivía todo intensamente, pero nos llevábamos muy bien.
Te convertirse en el enemigo número uno del Real Madrid.
El Real Madrid era la hora de la verdad para mí. A mi me encantaban los derbis. Chendo ha sido el mejor marcador que he tenido. En aquella época, la de la marca hombre a hombre, la gente era muy dura. Chendo era duro pero noble, nunca iba a partirte. Conociéndolo podías estar tranquilo. En esos años, cuando jugaba fuera de casa, la primera vez que tocaba la pelota recibía una entrada para matarme. Yo intentaba no recibir la pelota de espaldas a la portería, porque venían por detrás y entonces… Pero con Chendo no tenía ese problema. Era muy noble.
¿Había contacto con los jugadores del Real Madrid fuera del campo?
No, ninguno. Muchas veces fui a entrevistas antes de los derbis y tenía buena relación con el Buitre, que para mí era un caballero, un señor. Cuando perdía bien, de forma limpia, sin escándalos y veía que el Madrid había sido mejor que nosotros, yo saludaba al Buitre, a Míchel… a todos menos a Buyo. Iba ahí, les daba la enhorabuena y no tenía problemas. También públicamente, cuando iba a rueda de prensa lo decía: «no hemos tenido nuestro día, el Madrid ha sido mejor». Sin embargo, relación no tenía.
¿La relación con Buyo era tan mala como parecía o se teatralizó todo un poco?
Él dice que no, pero por mi lado era terrorífica. En mi segundo derbi, el primero en el Vicente Calderón, él me hizo hacer la mayor tontería de mi carrera. Me estuvo provocando y exploté. Con 0-2 él tenía el balón en las manos para sacar, yo ya estaba ciego, no veía nada, se lo quité con las manos, marqué gol y lo celebré marchándome para el vestuario, porque ya tenía una tarjeta amarilla y sabía que me iban a sacar la roja.
El primer derbi de la siguiente temporada lo jugamos en el Santiago Bernabéu y también acabé expulsado. Fue el día de la expulsión a Orejuela y toda aquella historia con él fuera del área. A partir de ahí comencé a poner una foto de Buyo en el espejo del baño antes de cada derbi. Se convirtió en mi mayor enemigo desde ese día. Cuando llegué al Atleti lo hice como extranjero, como profesional que iba a dar todo por el club que le iba a pagar, pero a partir de aquel derbi, también lo hice como colchonero. Me entró de todo por dentro. Ahí vi la injusticia.
¿Se puede decir que el Real Madrid te hizo más atlético?
Sin duda. El Real Madrid me ha hecho ser el colchonero que soy.
Aquella final de Copa del Rey en 1992 en el Santiago Bernabéu…
Gané la Champions con el Oporto, pero la Copa del Rey de 1992 contra el Real Madrid no la cambio. Cuando marqué el 2-0 entré en otra dimensión, no se puede explicar. Aquella final la empezamos a jugar desde tres semanas antes y esa misma mañana me despertó Luis Aragonés. Yo estaba en la habitación con Manolo, dormido, cuando llamó a la puerta: «Portugués, míreme a los ojos. ¿Usted se acuerda de la historia de Pizo y los jugadores del Madrid? Hoy usted no puede fallar, ni a su familia, ni a sus compañeros, ni al presidente, ni a la afición ni a mí. Y sobre todo, no puede fallar a Pizo Gómez. Hoy va a ser la venganza de Pizo». Dos o tres años atrás, Luis todavía no era entrenador nuestro, pero sabía la historia: Pizo se había parado en un semáforo cuando iba a entrenar y al lado también lo hicieron algunos jugadores del Real Madrid como Michel, Ruggeri, Gordillo y Hierro. Estos empezaron a cachondearse llamándole «ídolo» y pidiéndole un autógrafo. Aquella final de Copa fue la venganza de Pizo. Luis fue el mejor de mis entrenadores, aquel que me marcó más durante el tiempo que estuvo un España. Un grande y todo un señor.
Bernd Schuster.
Para mi sigue siendo el mejor 8 de la historia. El mejor box to box. El ritmo. Él me ayudó mucho, porque la responsabilidad la dividíamos entre los dos. La prensa nos dio mucha caña a los dos y decían que nos pegábamos, pero nunca. Siempre nos hemos respetado y hemos tenido una admiración el uno por el otro. Nunca entramos al trapo de la prensa e hicimos una gran pareja. Schuster me enseñó a jugar con los dedos. Cuando quería la pelota a los pies hacía así (señala con el índice hacia abajo) y de este modo iba, venía, ganaba un metro y tenía la pelota ahí. Cuando la quería a la espalda era así (señala con el pulgar hacia atrás). Él ponía la pelota con una facilidad loca. Para dar un pase de cuarenta metros no tenía que dar un paso atrás: metía la bota abajo y la pelota te caía en los pies. Era un fenómeno.
Termina tu idilio con el Atlético de Madrid y vuelves al Benfica. ¿Qué pasó?
Por aquel entonces, si Gil y Gil vendía pisos podía pagar, pero si no vendía pisos no podía hacerlo. Y no solo a los jugadores, sino también a los empleados. A todo lo que era el Atleti. En aquellas fechas el club estaba inmerso en una crisis tremenda. Esto era finales de 1992 y no sé lo que había pasado pero no se nos había pagado ni la prima por ganar la Copa y llevábamos sin cobrar desde hacía siete u ochos meses. Entonces, él se reúne conmigo y me dice muy triste que teníamos que fingir una pelea entre nosotros -que era algo habitual- porque el club estaba embargado y necesitaba 600 millones de pesetas ya.
Entonces te sacrificaste. ¿Tú te hubieras quedado?
Claro, pero era la única opción. Además, la única salida era regresar a Portugal, porque el mercado se abría para los extranjeros que estaban fuera de su país y pudieran volver. No me podía marchar a Italia o Francia. Yo le explicaba a Gil que nadie podría pagar 600 millones en Portugal, que era una locura. Pero él insistía: «Paulo, hay que intentarlo». Lo intentamos y vinieron Sporting de Portugal y Benfica. Yo quería volver a casa, llegué a un acuerdo con el Sporting, el presidente habló con Gil y Gil y quedamos para reunirnos en Marbella, pero ese día el presidente no apareció. A tres o cuatro días para llegar el final del mercado llamó el Benfica.
Ellos podrían haber dicho que después de no haber querido ir, ellos tampoco iban a hacerlo ahora, pero no fue así. Llegamos a un acuerdo y me fui para Lisboa. Cuando ya estaba allí, en el telediario de la noche, la presentadora anunció que iba a hablar el presidente del gobierno para todos los portugueses. En su mensaje, desveló que acababa de dimitir toda la administración de la RTP (la televisión pública) por el tema de Paulo Futre, pues ellos habían pagado el fichaje. La RTP tenía los derechos de la Liga de Portugal y del Benfica, y el club les había pedido por adelantado el dinero de los diez siguientes años para mi llegada. Ellos lo habían pagado.
Ese año 1993 juegas en cuatro equipos.
El Guinness. El Benfica tuvo la oportunidad de ganar la Liga e hice el partido más completo de mi vida en la final de la Copa con dos goles, una asistencia, un penalti… Después me fui a Marsella y lo qué pasó fue de locos. Como Bernard Tapie quería ser campeón de Europa con ese equipazo que tenía, compró a varios jugadores del Valenciennes en un partido de Liga para que se dejaran ganar justo antes de la final de la Copa de Europa. Joder, contra un equipo cuyo nombre no había escuchando nunca. ¿Cómo es posible esto? Tapie a la cárcel y el equipo podía bajar a segunda división, por lo que nos advirtieron a todos que había que salir de ahí. Yo había llegado a un equipo que venía de ser campeón de Europa y tenía a jugadores como Völler, Di Meco, Deschamps, Desailly o Barthez, por lo que era candidato a todo. Fue la primera vez que se abría el mercado invernal a todos los países a nivel general y la mayoría consiguieron salir de Marsella. Y yo me marché a la Reggiana.
Rechazaste una oferta del Real Madrid con el contrato en la mesa.
Recibí una llamada de un directivo del Real Madrid, pero había un problema para que pudiera hacerse, porque cuando yo salí del Atleti al Benfica, Jesús Gil metió una cláusula antiLiga y si un equipo de España me quería tenía que pagar una cantidad muy alta. Sin embargo, Ramón Mendoza y Gil llegaron a un acuerdo y todo dependía de mí. Fue entonces cuando empezamos a negociar y avanzó todo hasta tal punto que estaban los contratos listos para firmar. Ya con todo sobre la mesa me fui un momento al servicio, miré a mis hijos pequeños y fue el primer instante durante dos semanas en que me paré a pensar: yo era capitán del Atleti, ir al Madrid, mi familia… en ese momento desapareció mi ego de profesional, volví al salón y les señalé que no podía firmar.
Llegas a la Reggiana y te lesionas en tu debut…
Tenía una tendinitis fuerte en la rodilla, pero cuatro días antes del debut tenía que jugar con Portugal. Era una auténtica final contra Italia y nos jugábamos estar en el Mundial de 1994. Era un miércoles y jugué los noventa minutos infiltrado con cortisona. Perdimos, pero el domingo siguiente debuté con la Reggiana, hice un gol e hice un gran partido, pero al final… El único deportista que había tenido una rotura del rotuliano había sido un esquiador y decían que era una recuperación fácil. Yo fui el segundo y más tarde fue Ronaldo, el Fenómeno. Él tardó y se recuperó bien, pero yo tardé dos años… fue gracias al médico que me hizo la tercera operación, que fue el mismo que operó a Ronaldo y entendía muy bien lo qué era el rotuliano y qué significaba esa lesión. Eran otros tiempos, y yo tenía ya 30 años.
Vuelves a jugar algo más de un año más tarde y acabas fichando por el Milan.
Jugué un solo partido y salimos campeones. Además Franco Baresi tuvo un gran detalle conmigo. Allí la prima se pone en las manos del capitán y él es el encargado de repartirla, pues sabe lo que ha aportado cada uno. Aunque yo tan solo jugué un partido, él me dio la misma prima que a los que más jugaron. Otros de los que jugaron más cobraron mucho menos que yo, pues él vio que yo siempre estaba ahí a pesar de estar lesionado. El AC Milan estaba a otro nivel y la estructura era algo impresionante. Fue la primera vez que vi a cinco fisios para mí, uno solo para la espalda. Tenía especialistas para todo y había incluso dos psicólogos. Cuando llegaba Silvio Berlusconi en su helicóptero había un respeto tremendo y él me tenía un cariño tremendo. Ya me seguía desde el Atleti y era un sueño suyo.
De Milán te marchas a Inglaterra para jugar con el West Ham.
Tenía 30 años y tres operaciones en la rodilla, no sabía cuánto tiempo me quedaba por delante para seguir jugando al fútbol y tenía la ilusión de terminar mi carrera con el número 10 a la espalda. Por eso cuando vino el West Ham a ficharme quise incluir una cláusula en mi contrato por el que este solo tendría validez si llevaba ese número y ellos aceptaron sin problema. Durante toda la pretemporada siempre lo llevé, pero llegó la primera jornada en Highbury ante el Arsenal y cuando fui a por mi camiseta después del calentamiento… tenía el número 16. ¿Qué es esto? Yo todavía no hablaba inglés, pero fui directo a la puerta y le pedí al portero australiano Steve Mautone que les advirtiera: «Nadie sale de aquí».
Después yo fui a hablar con el entrenador Harry Redknapp -que había estado el día de la firma del contrato- para preguntarle qué sucedía, pero él me respondió que eso era cosa del presidente. Directamente, yo le volví a pedir a Steve que le indicara al utillero que fuera a buscar al presidente y que avisara al árbitro de que habíamos recibido una llamada con un problema grave de un familiar de un jugador, porque ya estaba llamando para empezar el partido.
Cuando llegó el presidente me giré al portero para que le preguntara qué era eso, señalándole el número 16 de la camiseta. Él comenzó a dar unas explicaciones y se dirigió de una forma poco educada exigiendo que tenía que jugar ya, así que lo que hice fue decirle «vas a jugar tú», ponerle la camiseta con el 16 en la cabeza y marcharme. El equipo perdió ese partido contra el Arsenal y cuatro días más tarde ya tuve ese número para el partido ante el Coventry.
Recuerdo que salí desde el banquillo un poco antes de media hora para el final en un córner a favor de ellos. Estaba al borde del área y gané la bola en aquella zona. Hice una finta a un adversario, vi que tenía espacio, me fui en vertical, regateé a un par de contrarios y me metí al área. En ese momento nos quedamos dos para uno, hice un pase de la muerte a mi compañero Dowie y cuando él tenía que empujarla debajo de la portería… falló. El estadio casi se vino abajo.
Tras unos meses en Londres decides terminar tu carrera y convertirte en embajador del Atlético de Madrid. Sin embargo, para sorpresa de todos vuelves a los terrenos de juego. ¿Qué pasó?
Fue algo completamente surrealista. Yo me retiré en diciembre y comencé a trabajar en el Atlético de Madrid como embajador en enero o febrero. Yo iba todos los días al entrenamiento y estaba allí con el entrenador, Radomir Antic. Un jueves, justo antes del típico partidillo que se hacía en el Vicente Calderón, se me acercó y me pidió que le echara una mano: «Hay un problema, porque me falta uno para completar el equipo suplente. ¿Podrías vestirte y jugar con ellos?». Era el mes de abril y yo al principio no quería, porque llevaba tiempo sin jugar y en esos momentos fumaba, pero al final me convenció y acabé jugando.
No sé qué es lo que pasó, pero en veinte minutos marqué dos goles, hice una o dos asistencias y la gente que había (era un entrenamiento a puerta abierta) estaba aplaudiéndome. Ya en el vestuario después del partido, Antic se dirigió a mi para decirme que tenía que volver a jugar y minutos después recibí una llamada de Jesús Gil: «¿Qué has montado ahí? Tienes que volver». Empecé a probarme, ver cómo iba la rodilla y hubo un momento en el que me sentía bien, por lo que decidí volver. Fue curioso, porque yo como embajador acompañaba a Miguel Ángel Gil a las reuniones para los fichajes, estuve en las negociaciones por Juninho y Vieri y luego estábamos juntos en el vestuario.
Frenaste un cisma en el equipo ese mismo verano.
Llevábamos concentrados en Los Ángeles de San Rafael durante diez días y nos fuimos a Marbella para jugar un partido. Cuando acabamos, Antic nos dio permiso para salir, pero tan solo hasta la una de la mañana. Pero ya que sales… Llevábamos muchos días en las montañas y la mayoría nos quedamos hasta más tarde. A la mañana siguiente, cuando cogimos el autobús, el entrenador empezó: «Tú, tú, tú, vais al segundo equipo. Conmigo no jugáis más». Eran Lardín, Roberto Fresnedoso, y Santi Ezquerro. ¡Coño! Lardín había llegado ese mismo verano y había costado 2000 millones de pesetas, así que me acerqué a Antic y le pedí: «Míster, está cometiendo un error tremendo, tenga calma, yo también estuve ahí, es normal. Pónganos una multa a todos, un castigo, flexiones o abdominales. Si no va a ser un escándalo».
Sin embargo, él insistía que no era posible y cuando el autobús llegó al aeropuerto llamé a Miguel Ángel Gil y le conté lo qué había pasado y las consecuencias que podría tener. No sé qué le expuso, pero él habló con Antic y finalmente todo se quedó en nada.
Luego durante la temporada juegas muy poco. ¿Crees que te marcó ponerte de lado de la plantilla?
Hubo un momento en el que él estaba jodido conmigo, normal. Pero después, él me quería mucho. Al inicio, yo estaba retirado y si no jugaba me daba igual, pero hubo un momento en el que yo ya me sentía el mejor. A lo mejor yo no estaba para jugar, pero en mi cabeza sí. Creo que él tuvo razón. Cuando yo me fui a Japón salí un poco a mal con él, pero después cuando volví de allí lo llamé para pedirle perdón: «Lo siento si he hecho algo que no le gustase». A los entrenadores con los que no me he portado bien les he llamado después para pedirles perdón.
Acabas tu carrera en Japón, pero podría haber sido en Brasil…
Fue un lío tremendo. El presidente de la Federación Paulista quería equilibrar los equipos, hacer como la NBA y meter a los mejores en distintos equipos para que todo fuera más parejo. Cuando iba para allá era para firmar con la Portuguesa, pero no me gustó como me trataron los dirigentes y me negué a fichar por ellos. Entonces, apareció la opción del Santos y todo parecía que se iba a concretar, cuando me empezaron a advertir que tenía que controlar el reloj, que no podía salir a tal hora… Brasil entonces estaba un poco peligroso y yo empecé a recular. Me comentaron que habían asesinado a no se cuantas personas y empecé a ganar no sé si miedo o algo similar, así que tuve que inventar una historia sobre que mi mujer estaba ingresada para ir a Madrid y ya no volví.
Eres clave en que Florentino Pérez gane las elecciones del Real Madrid con el fichaje de Luis Figo. ¿No te sientes un poco culpable del ciclo de éxitos del gran rival del Atlético de Madrid?
Yo no sabía lo que iba a pasar. Yo era un bróker. Al revés: como colchonero, el Real Madrid me está dando una pasta tremenda. De cualquier modo, yo no pensaba que iba a ganar. Si Florentino Pérez ganaba las elecciones y Figo iba al Real Madrid eran 6 millones de euros de comisión, pero si no ganaba las elecciones, Florentino Pérez tenía que darnos un millón de euros. Eso no sale en la película. Yo pensaba que él iba a perder y le dije a José (Veiga): «Hay uno, porque él no va a ganar». Entonces eran 500.000 para José, 250.000 para mí y 250.000 para el Gordito (el otro intermediario de la operación, ndr).
Y vuelves al Atlético de Madrid. En este caso como director deportivo de un equipo en una situación delicada en Segunda División.
Jesús Gil me llama la semana después de que el equipo pierda con el Universidad de Las Palmas. Fue tras aquellas famosas declaraciones de «Ni aviones ni barcos, el equipo viene nadando desde Canarias». Recuerdo ver ese partido en casa y pensar en el caos que había y cómo iba a salir del equipo de ahí. El jueves recibo una llamada al móvil y veo que es un número de Marbella: «Paaaablo (cuando estaba bien me llamaba Pablo), me tienes que ayudar». Entonces quedamos en vernos al día siguiente en Marbella y reunirnos, pero a los dos minutos de colgar ya me estaba llamando la prensa diciéndome que si iba a ser nuevo director deportivo del Atlético de Madrid.
Mi familia entera, la madre de mis hijos, mi hermano, mis amigos, me advertían: «Eso es un manicomio. El amor que tienen los colchoneros por ti, si te pones y fallas va a ser odio». A las dos de la tarde, los telediarios portugueses abrieron con la noticia… ¡y yo no había decidido! Me llamó mi padre a las once de la noche y yo estaba lleno de dudas, así que le pregunté que podía hacer y él fue claro: «¿Cómo que qué hago? Mi hijo Paulo nunca me preguntaría una cosa así. Si te llama un amigo y te pide ayuda para un equipo que te lo ha dado todo, ¿qué me estás preguntando?» Así que fui para adelante.
La primera semana fue de locos, entré al equipo el seis de noviembre y el cinco se perdió en casa por 3-1 ante el Tenerife y estaba en puestos de descenso. Yo pensaba que si la Liga acababa en ese momento, el Atlético de Madrid era equipo de 2ªB. Era el caos con la intervención judicial dentro.
Llegas también como referente de motivación.
Mi primer discurso en el vestuario era clave, así que le pedí a Aguilera (que en ese momento era capitán) que contara la historia que habíamos vivido cuando jugamos juntos, pues cuando él tenía 20 años le encontraron un tumor en la tibia y aunque Gil y Gil le prometió que firmaría un contrato profesional siempre le daba largas. En esos momentos yo llegué a un acuerdo para renovar pero el mismo día de firmar llevé a Aguilera y le dije a Gil que solo firmaría después de que lo hiciera él. Yo quería transmitirles un discurso fuerte y demostrarles que podían confiar en mí y que supieran que el presidente no iba a entrar al vestuario ni a hablar con la prensa hasta que se lo permitiera yo. ¡Era increíble el poder que tenía Gil para meter a la gente en pánico!
Uno de tus fichajes es el de Dani. ¿Qué te respondió Gil cuando le propusiste su llegada?
«¿Tú piensas que las colchoneras son todas unas putas?». Dani tenía una fama tremenda. Cuando llegó a Inglaterra los periódicos titularon: «Encierren a sus hijas en casa. Dani está aquí». ¡Tenía una pinta tremenda! Era un gran amigo mío, como mi hermano, y yo pensaba: «Si consigo que juegue y se centre sólo en el fútbol, con la calidad que tiene…» Y él se portó muy bien. Yo le controlaba, le llamaba a la una de la mañana todos los días al teléfono de su casa y luego a las dos, y siempre estaba. En todo el tiempo que estuvo tan solo me hizo una.
Además casi te ayuda a encontrar destino a Roberto Fresnedoso.
Roberto era un pedazo de pan. Había jugado conmigo y yo le quería a muerte, pero Luis no contaba con él en el equipo después de haber subido a Primera. Varios equipos se interesaron, pero él los rechazaba a todos. Entonces, el tiempo se iba acabando y cuando apareció el Vitória de Guimarães, Dani le presentó una amiga en común a Roberto, que era soltero también, y se enrollaron. Tanto Dani como nuestra amiga y yo quedamos en explicarle que Guimarães era una maravilla, el «beso» de Portugal, como Venecia, para convencerle. Él estuvo dudado y al final acabó en Salamanca en Segunda. Fue tremendo, después pasado un tiempo, yo le pedí perdón.
Acabas de cumplir los 57 años, nos diste un susto tremendo el pasado verano. Hace unas semanas falleció un excompañero tuyo como Marcos Alonso… ¿Esto te lleva a plantearte lo efímero de la vida y qué se puede acabar?
Sí lo he pensado. Creo que ha habido un momento que fui al otro lado y he vuelto cuando iba en la ambulancia. Pero, claro, me estoy portando bien. Algún día tenemos que ir al otro lado. Espero estar aquí muchos años más, pero tampoco tenemos que dejar de hacer cosas que nos hacen felices. Joder, no puedo comer bacalao todos los días, pero de vez en cuando lo hago.
¿Y desde el punto de vista mental?
Aún no soy abuelo, y claro que pensé que seguro que pronto mis hijos me van a dar un nieto o una nieta. Lo he pensado, pero ahora menos. Estoy haciendo mi vida y cuidándome, pero también intentando ser feliz, porque la ansiedad es tremenda: «No puedes hacer esto, no puedes lo otro». Tomo siete pastillas por la mañana y cuatro por la noche. Estuve hablando con Iker Casillas en el cumpleaños de Luis Figo y me dijo que él seguía tomando las mismas pastillas. ¡No me jodas, coño! Va a ser eterno. Tener que despertarte y tomar una pastilla es jodido.
Después del ataque al corazón, ¿has sido consciente de la ola de cariño que se ha producido hacía ti?
Tremendo. Ha sido tremendo. Pero hay momentos en los que también caes y te quedas triste. También estoy tomando incluso una pastilla para la depresión, porque de vez en cuando vas para abajo y te caes. Estuve tres o cuatro días metido en la cueva, pero hay que salir fuera siempre. Es una cosa que nunca había vivido. Antes cuando tenía una gran derrota estaba tres o cuatro días así y ahora he vuelto a sentir eso. Esta tristeza de no querer hablar con nadie, no ver la televisión, no leer la prensa… no quería nada hasta que me levantaba y después venía más fuerte. Me ha pasado lo mismo esta Navidad y no fue por perder ningún partido, fue la cabeza.
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«Presidente, no venda a Alemao. Presidente, no venda. En vez de contratar a siete o diez, contrate a uno o dos muy buenos y que hagan la diferencia. En cuatro años estamos luchando de tú a tú con esos dos tiburones». Vamos a ver, Paulo, que Gil era un delincuente, que le condenó el Tribunal Supremo por estafar al Atleti en el Caso Negritos. Cuantos más fichajes hacía más trincaba en las comisiones. Es lo mismo que hace su hijo. Lo deportivo es secundario, lo principal es trincar y escalar en la lista Forbes.
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Futre ha sido un fenómeno. Unico. Para montar un equipo, un club , una leyenda , una historia. Un gran tipo. Un atlético descomunal. Nuestro Patrimonio.
Enorme Futre !
Se te quiere
Suerte y Forza Atleti
divertídisima entrevista…
no obstante, no puedo evitar molestarme con el «blanqueamiento» de un tipo tan lamentable como Jesús Gil. Está claro que a Futre le caía bien y entiendo que la entrevista no ha de tratar de temas relacionados con el código penal, pero que el periodista no haga ni el menor pero a las alabanzas a semejante gangster tampoco me parece bien.
j
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