Historia del fútbol español

Droga, reguetón y ascensos: «Doro», el admirador sanluqueño de Pablo Escobar que catapultó a la U.D. Algaida

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Detención de «El Doro»

Permítanme la desvergüenza de arrancar con una grosería doble: al empleo de una primera persona a todas luces innecesaria debo sumarle la alusión a un artículo que pudo ser y no fue —pero que, espero, será— sobre Dani Güiza. En concreto, una crónica de alguno de los partidos que todavía sigue jugando por esos campos de dios, a sus 42 años, trufada con referencias a sus mejores logros pasados, que no son pocos. Así que antes de asistir a dicho encuentro me documenté, y en ese proceso descubrí que la trayectoria reciente del club donde militaba era, cuanto menos, singular; luego fijé una fecha para ir, todo estaba preparado, solo faltaba verlo y contarlo, pero surgió un imprevisto: Güiza se marchó a mitad de temporada para firmar por el C.D. Rota.

¿Significa eso, pues, que mi documentación sobre su anterior equipo se perderá como se pierde una mísera gota de agua dulce en la inmensidad del océano? En absoluto. Compartí con el editor de Jot Down Sport algunos detalles a vuelapluma, y ambos convinimos que la U.D. Algaida bien amerita un artículo propio. Así que vamos allá.

Por situarnos, aunque se trate de un municipio sobradamente conocido y visitado: Sanlúcar de Barrameda se ubica en la Costa Noroeste de la provincia de Cádiz, y es célebre, entre otras cosas, por su gastronomía. En el plano deportivo, destaca el número de equipos de fútbol de categoría sénior —hasta cinco— en relación con una población de 68.000 habitantes: Atlético Sanluqueño, Juventud Sanluqueña, Rayo Sanluqueño, CD Divina Pastora y UD Algaida.

El último conjunto de esa lista toma su nombre de la Colonia Agrícola Monte Algaida, inaugurada en 1914 en virtud de la Ley de Colonización y Repoblación interior, y cuyo estatus legal permanece hasta nuestros días. Para quien no conozca la zona, allí se enclava el Pinar de La Algaida, perteneciente al Parque Nacional de Doñana. En aquel rincón se fundó, en 1973, la Unión Deportiva Algaida. Su mayor logro fue la disputa de una fase de ascenso a Tercera División, una etapa dorada en la que llegaron a reunirse 450 socios. El futbolista más relevante de cuantos vistieron su camiseta es Manuel Agudo Durán, Nolito, quien dio allí sus primeros pasos como alevín y a la postre llegó a Benfica, Manchester City, Sevilla y Celta, entre otros, amén de jugar con España la Eurocopa 2016.

Un poco antes, durante la temporada 14/15, el destino del club comenzó a torcerse: el entonces presidente, Miguel Ferreira, comunicó a los jugadores que dejarían de percibir su exigua bonificación —cuarenta euros por victoria y veinte por empate—, ya que el poco efectivo disponible en la caja debía destinarse a los desplazamientos y al arbitraje. Los futbolistas eran libres de marcharse, pero todos continuaron. Finalmente, en junio, Ferreira hizo pública la decisión que ningún presidente quiere anunciar jamás: el año siguiente no saldrían a competir. La deuda de doce mil euros era inasumible.

La U.D. Algaida pasó hasta tres temporadas sin primer equipo, y limitó toda su actividad al fútbol base. Pero esa situación dio un vuelco en 2017, cuando apareció un inversor que, más que recuperar el club, parecía dispuesto a revolucionarlo.

La metamorfosis comenzó por las instalaciones: el campo de albero se transformó en tres campos de césped artificial de fútbol 7, convertibles en uno de fútbol 11 con unas medidas de 108×65; se construyó un bar nuevo; se levantaron siete vestuarios; se instaló un potente alumbrado con cuatro torretas —para algarabía de los presentes en la fiesta de inauguración, que contó además con fuegos artificiales—; se alquitranó y valló un recinto junto al estadio para que el club contase con aparcamiento propio; incluso se engalanó un autobús de rojo y blanco, con los colores y el escudo del equipo, que serviría de medio de transporte. Las penurias parecían, por fin, haber quedado atrás.

La duda es lógica: quién pagaba la fiesta.

El nuevo propietario se llamaba Isidoro Marín y respondía al sobrenombre de «Doro». Nada más llegar renovó también el organigrama y se autonombró presidente. No solo eso: rebautizó el estadio, para lo que no precisó que las musas trabajasen demasiado, puesto que recurrió a su propio apodo. Con efecto inmediato, el remozado recinto pasó a denominarse Doro Stadium, que sonaba así como más internacional.

Doro Stadium (Foto: Google Maps)

Marín no era un desconocido entre sus paisanos. A sus espaldas contaba con una carrera delictiva precoz, ya que debutó muy joven con un delito contra el patrimonio, al que siguieron numerosas visitas al juzgado y estadías en prisión por delitos contra la salud pública, fundamentalmente relacionados con plantaciones de marihuana. El Doro era, además, yerno de un histórico narcotraficante sanluqueño. Con ese currículum, y sin ninguna otra ocupación conocida a sus 38 años, se embarcó en la aventura de gestionar un equipo de fútbol.

La ya descrita renovación de la U.D. Algaida se completó en unos pocos meses, cuando el balón aún no había echado siquiera a rodar. Mientras, lógicamente, conformaron una plantilla nueva y ficharon a un entrenador. La travesía en el desierto concluyó con su participación en una categoría muy modesta, la Tercera Andaluza, y esa misma temporada quedaron campeones y lograron el ascenso. La nueva gerencia había cumplido su promesa inicial, pero era ambiciosa, y quería más, mucho más.

Nicky Jam en el Doro Stadium (Vídeo: Algaida fotografía; facebook.com/algaidafotografia/)

Pero el fútbol no era la única pasión del Doro, también era un melómano. El reguetón le despertó un sueño —inofensivos para la mayoría y peligrosos en el caso de los millonarios, porque pueden convertirlos en realidad— que consistía nada más y nada menos que en contratar a Nicky Jam, su artista favorito. Y lo consiguió. En 2019, el famoso cantante boricua anunció una gira mundial que efectuó cuatro paradas en España: Barcelona, Marbella, Madrid y Sanlúcar de Barrameda. Según se supo luego, organizar el concierto le costó al «Doro» novecientos mil euros —¿quién puede ponerle precio a un sueño?—, cantidad que además invirtió a fondo perdido, ya que no logró recuperarla con la venta de entradas. En la rueda de prensa de presentación del evento, que se celebraría en unas instalaciones municipales, pudo verse al reputado empresario futbolístico y ya también promotor musical en la misma mesa que el concejal de Fiestas del Ayuntamiento sanluqueño.

La U.D. Algaida, por su parte, iba viento en popa. Un solo año en Segunda Andaluza le bastó para ascender, y mientras tanto remodeló su estructura de club gracias a mejoras en la cantera y la creación de un equipo femenino. También promovía una labor social, con recogidas de alimentos organizadas para los más desfavorecidos del municipio.

Y en esas llegó el 30 de noviembre de 2021, la fecha del terremoto. Aquel día, en los instantes previos a la alborada, la Guardia Civil irrumpió en La Algaida. Los agentes de la benemérita recorrieron las calles de la colonia —que tienen nombre de letra: A, B, C, y así— rumbo a la casa del «Doro». No solo lo arrestaron a él, también a su mujer y a su hija, de 18 años.

Lo acusaban de tejer un entramado de empresas pantalla con ánimo de blanquear las enormes ganancias procedentes de las plantaciones de marihuana. En concreto, según se descubrió, eran falsas plantaciones de CBD, legales en España, pero alteradas de forma deliberada hasta presentar altos niveles de THC —el principal psicoactivo del cannabis—, una nueva forma de narcotráfico cada vez más presente en la provincia de Cádiz.

Dentro de la Operación Talofita, como se bautizó, se efectuaron hasta cinco registros domiciliarios simultáneos que dieron el resultado habitual—mucho dinero en efectivo, prendas Gucci y Louis Vuitton, y demás ostentaciones de nuevo rico—. Pero en la casa del Doro apareció algo singular, que además aunaba a la perfección sus dos ocupaciones: numerosos fajos de billetes escondidos detrás de una réplica exacta del trofeo de la Copa de Europa.

El cabecilla de la trama abandonó su domicilio custodiado por la Guardia Civil, que lo condujo al siguiente registro: el Doro Stadium. Las fotografías publicadas en prensa son tan simbólicas que parecen extraídas de una película: el propietario del equipo, esposado, guiando a los agentes a través del estadio que lleva su nombre y que remodeló por completo.

Tras la detención, se conocieron detalles del extravagante tren de vida que llevaba el Doro, como la construcción de una mansión de tres plantas en la misma zona donde residía y que ni siquiera le dio tiempo a estrenar. En ese catálogo de excentricidades aparece un viaje a Medellín con su mujer, donde disfrutó de la típica visita turística, incluida una ruta por los rincones relacionados con su ídolo, que no era otro que Pablo Escobar.

Aunque su arresto sorprendió a la U.D. Algaida en plena temporada, no pareció afectar al rendimiento deportivo, más bien al contrario, ya que lograron subir a División de Honor, la más alta de las categorías regionales. En el presente curso 22/23, su desempeño es envidiable para un recién ascendido, y al término de la primera vuelta ostentan el liderato. Se encuentran, por tanto, a las puertas de Tercera RFEF, muy cerca ya de alcanzar una división nacional, algo impensable hace solo seis años.

En España han proliferado recientemente plataformas que retransmiten las categorías más humildes, por lo que los partidos de la U.D. Algaida pueden seguirse por internet. Es de suponer que el «Doro», desde prisión, se buscará las mañas para ver a su equipo. No me resisto a imaginar una escena: en su celda, orgulloso por una nueva victoria en el estadio que todavía lleva su nombre, mostrándole el teléfono a algún interno y diciéndole: «Todo esto es mío».

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