Fútbol Italiano

Vialli, Pirlo, Ancelotti… la insoportable levedad del gentiluomo

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La trágica muerte de Gianluca Vialli puso a todo el mundo de acuerdo en la manera de juzgarle en su despedida, pero sobre todo con qué nomenclatura se le guardará en la memoria: un delantero global, enorme, fuerte y técnico, pero sobre todo un hombre con carisma, valores universales, elegante, comedido y discreto. Todo un caballero; un gentiluomo. El cómico Totó lo habría resumido mejor en su icónica frase: «el dinero fabrica ricos, pero el respeto y la humildad conciernen al señor, al caballero, al gentleman».

Porque sí. El bomber de Cremona, quizás, era el líder de un selecto grupo de personajes-icono del fútbol italiano, de esos que se visten por los pies. Cuidadosos, sensibles y tan delicados en su estética como en la pulcritud del lenguaje. Siguen en activo, aunque con diferentes roles y algunos de ellos en otros países. Son Carlo Ancelotti, Marchisio, Zidane, Del Piero e incluso Andrea Pirlo, por citar algunos ejemplos. Al otro lado, ejerciendo de némesis, estarían Gattuso, Zeman, Ibra o incluso Sinisa Mihajlovic, a quien el día de su muerte muchos periódicos italianos le definieron como luchador, guerrero, ejemplo de vida y un duro, aunque de buen corazón.

Italia siempre encontró dificultades para hablar de la muerte, pero sobre todo tuvo -y tiene- serios problemas para aceptar el juicio. Es por eso que juzga y etiqueta constantemente. Y, salvo que sea Mussolini, Nerón o Pío XII, con los difuntos muestra un exagerado y reverencial respeto. Como si quisiera protegerse de algo y, para ello, necesitara un número ilimitado de aliados. Es tanta la necesidad de hacer acopio, que está dispuesta a hacer regalos envenenados sin miramiento alguno. Porque cualquier sentencia es sospechosa. Y, mal gestionada, puede pesar como un menhir.

Las preguntas que surgen, entonces, son tres: ¿Qué es ser un gentiluomo? ¿Y no serlo? ¿Qué elegiríamos si nos dejaran? Se lo podríamos preguntar a Ancelotti, pero no será necesario. Ya hay ejemplos pasados que repudiaban la fragilidad de esa palabra. Personas que huían de todos esos juicios que la opinión pública y el sistema regalaba para, luego, simplemente abastecerlo con nutrientes necesarios obviando los que contenían contraindicaciones. Uno de ellos fue Pasolini, un poeta eterno que repudiaba la bondad calificándola como sospechosa. Además, así lo confiesa Dacia Maraini en su libro Caro Pier Paolo, la marginaba porque podría ser premeditada y esconder intereses afectivos. Él era más del pecado porque tenía ínfulas divinas, inherentes al hombre. Espontáneo y mágico. Censuraba y trascendía la razón de Moravia en beneficio del instinto sin conciencia. Así eran sus chicos: pecadores inocentes.

Pasolini cargaba con una culpa nuclear. Es decir, aglutinaba en su cuerpo el peso de todos los que se habían equivocado e, incapaces de soportarlo, no lo sabían. Sobre Roma, unidad de medida de todo, decía que olía a pis, pero el problema no era la pestilencia sino el juicio negativo que se le daba a este olor, que vanidosamente se pretendía erradicar para llenarlo de flores y rosas, para convertirla -a la ciudad- en una gentildonna. Por suerte no fue así. Hoy huele a pis, y ahí la radica el motivo principal por el que puede sostener su luz. Cuenta con la ayuda de sus sombras.

No contaminar el lenguaje

En estas últimas semanas varios diarios locales de Foggia y Palermo (clubes donde entrenó Zeman) han publicado noticias relacionando las muertes de Vialli y Sinisa al doping en el fútbol. También rescataron la denuncia que hizo el técnico checo, a finales de los noventa, referente a la Juventus: «es necesario que el fútbol salga de la farmacia». Entonces se atrevió a citar los nombres de Alessandro Del Piero y el propio Vialli, quien en alguna ocasión perdió el control llamándole terrorista.

Muchos podrían pensar que esto es un artículo para hablar del lado oscuro del gentiluomo, pero no. Más bien todo lo contrario. El problema está en la polaridad y basta. También en el veredicto, en el dictamen. Mucho más con estereotipos como bueno y malo, que en Italia están muy ligados a lo bonito y lo feo. Son así de geniales y cursis. El cantautor Lucio Dalla decía que lo más difícil era ser normal, pero hasta en eso hay controversias.

Porque procesar un hecho, una acción, una persona o cosa, y además hacerlo apelando a la moral y la ética para luego convertirlo en dogma, es una dictadura. Y, como tal, no se sostiene. Ni siquiera las buenas, las dictablandas: Steiner, uno de los protagonistas de La Dolce Vita, se suicidó por temer la paz. «Es una apariencia que esconde el infierno», susurró. Eso fue en el cine, pero en la vida real Marcello Mastroianni sufrió durante años un quejido mental por encontrarse atrapado en la cinta de Fellini. De hecho, suplicó a directores que le reservaran papeles homosexuales (Una giornataparticolare, Ettore Scola) para huir del galán seductor. Un macho alfa chato.

Hay un libro muy interesante escrito por Anna Lisa Tota, socióloga de la comunicación que trabaja en la Universidad Roma Tre. Se titula Ecología de la palabra y en él incita a un ayuno del lenguaje para no contaminar el ambiente. «Somos las palabras que escuchamos y pronunciamos. Hay que saber detectar las patologías de la comunicación sabiendo elegir mejor los términos y dándoles mucho más espesor», explica.

Hay algo de todo esto en la disección arbitraria y deliberada de la palabra gentiluomo, que a base de repetirla tantas veces -como mafioso o fascista- ya no significa nada. Además, puede despertar terror, un peso si ésta deriva en doctrina que alerta el mundo sobre la obligación de serlo sin fisuras. Se comprende mejor citando la novela de Milan Kundera, La insoportable levedad del ser, que tanto éxito tuvo en Italia y el mundo entero. El escritor checo, a través de sus personajes, criticaba la dictadura de lo obvio y la retórica del kitsch. Decía: «La primera lágrima de conmoción por el mundo es auténtica; la segunda -aunque es bonito conmoverse con los demás- es kitsch». Y además está manida. Por eso Tereza, una de sus protagonistas, no se manifestó en París denunciando la ocupación checoslovaca de la Unión Soviética. «Hay algo peor que el fascismo y el comunismo. Es salir en procesión gritando todos -al unísono- las mismas palabras, las mismas sílabas». Era un mal obtuso. Similar al de las pancartas comunistas de su país natal que rezaban: «Viva el comunismo; viva la vida». Lo dicho, un dogma.

Pirandello y Sciascia

El presente es distinto, pero hace el mismo daño. Andrea Pirlo fue testimonial de Qatar Tourism durante todo el Mundial. «No fútbol; ninguna preocupación» era el lema, algo sarcástico, en referencia a la ausencia italiana en el país árabe durante la cita. También estuvo allí Claudio Marchisio, quien además de ser guapo (siempre juicio), es un icono del bien. Fue capitán de una Juventus histórica y ahora es tertuliano de RAI Sport. De hecho, estuvo en la expedición de Qatar pese a resultar un abanderado de los derechos humanos, además de manifestar una constante preocupación por el cambio climático. Pero esto, una vez más, no se trata de hablar del lado oscuro o hipócrita de Pirlo o Il Principino, pieza clave de la televisión pública en Qatar. No, pues supondría seguir con la polarización que impone el sistema… Ahora tan de moda en rescatar genios del pasado -como Caravaggio- y recordarnos que además de pintor asesinó a un hombre.

No, eso no. En el caso de Marchisio, el error es caramelizar su kitsch, convertirlo en una cuestión de fe inquebrantable, en responsable de lo obvio. En un pastor. Y es que sólo ese juicio prepotente que regala alivio para el bien y condena eterna para lo que considera mal, que te obliga a ser un fiel, a defender el propósito de gentleman… Es precisamente el camino más corto para no serlo. Le sucedía al escritor Italo Svevo (La coscienza di Zeno) con el tabaco: no dejaba de fumar sólo porque quería dejarlo. En este caso Marchisio sería víctima de sí mismo, siempre obligado a darnos de comer creyéndose que nos está haciendo un regalo.

Así iríamos hasta el fin de los días con más casos. Pirandello, por ejemplo, otro genio atrapado. Fue incapaz de soportar el juicio, ni siquiera benévolo. Así nos lo hizo saber en su libro Uno, ninguno y cien mil, cuyo personaje principal queda desolado al ver que, en función del periodo y de la persona, nunca es el mismo. Siempre sometido al yugo de la prisión a conveniencia ajena -sesgada, pues- termina por separarse de todos.

Quizás Leonardo Sciascia llevó todo esto al extremo. Estuvo probablemente influenciado por la praxis en la antigua Roma, donde muchos legionarios a quienes el emperador decidía perdonarles se negaban y pedían ser ejecutados para que el superior cargara con el remordimiento y no con unperdón vanidoso y ficticio. Lo curioso es que el escritor siciliano en una ocasión se refirió al mediático juez Paolo Borsellino como «un profesional de la antimafia». Algo así como cuando Pasolini, en las revueltas estudiantiles de Roma en el 68, se alió con los policías pues decían que eran pobres miserables que ganaban cuatro liras mientras que los estudiantes, más allá que estuvieran en lo cierto o no en sus reivindicaciones, eran hijos de papá.

Es curioso, pero en el funeral de Mihajlovic el presidente de la LazioClaudio Lotito-dijo que algunas enfermedades, recurrentes en el fútbol, podrían tener relación con tratamientos farmacológicos. Admitió no tener base científica, pero instó a investigar sin explicitar demasiado, en tono ambiguo. Lotito, acusado de todo en Italia salvo de las Guerras Púnicas, fue literalmente masacrado y tildado de antivacunas, entre otros muchos improperios. Dicen que en las obras de Shakespeare, el loco es quien suele tener razón. Entiéndase tarado en este caso por uno que escapa de lo maniqueo y el edulcorante, pero también puede ser lo contrario de lo contrario, y al revés. Está por ver. Lo curioso es que Dino Baggio terminó abriendo la caja de pandora hablando del doping en el fútbol hace días y rectificó 24 hora después ante la avalancha pública. La verdad, en Italia, es como la belleza: constantemente fragmentada e interrumpida.

Materazzi y Zidane

El fútbol va hacia adelante cada vez más rápido. Y, con él, todo el aparato que lo rige, que al final no es muy diferente al de la vida. Hay una máxima budista, muy elocuente, que bien se puede aplicar a estos tiempos inciertos de gritos y juicios sumarios agarrando la razón, lo casto y decente: todo es neutro porque la culpa no existe… Y todos somos la misma persona, habría que añadir. El problema está cuando el sistema se empeña en subrayar y exagerar las diferencias. Entonces, surgen más preguntas sin haber resuelto las anteriores aún ¿Y si no existiera la palabra gentiluomo? ¿Y si impide vivir en paz y morir dignamente? ¿Y si la complejidad de Nerón no estaba en comprender su culpa -obvia- sino en empatizar con su inocencia?

A propósito de gentleman, pregunten a los gays de entonces qué pensaban de Totó. Pregunten también a la familia Juventus qué opinan de Zidane (14 expulsiones en su carrera; una menos que Materazzi), el único en haber confesado que se dopaban. O, mejor aún, qué piensan de Ancelotti. Sí, de Carletto. El hombre tranquilo interrogado en los juicios oscuros del Moggigate.

La idea es no contaminar con el lenguaje, por eso es mejor dejar cuanto antes de escribir, porque luz y sombra no tienen significado alguno. No existen como palabras, y aún no es demasiado tarde.

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