La cafetería Déjà Vu de La Virgen del Camino antes se llamaba —o la llamaban— «donde Paco». Lo pone el cartel grande, color azul turquesa, que cuelga de la fachada del pequeño edificio que el establecimiento ocupa. Quedamos temprano con Manolo Martínez (León, 1974), a la hora del desayuno. En la grabación se cuela el ruido de las tazas y la máquina de café, el de un grupo de carteros, luego el de un grupo de guardias civiles. Manolo no llega tocado con su boina: se la pone cuando llega a la cafetería Javier Valladares. Quiere salir con ella en las fotos. «Esto es marketing mío», dice con una sonrisa. Es grande, robusto, este leonés a quien se conoció como Man y como SuperMan. Hizo de Goliat en una película del Capitán Trueno: en una de sus siete vidas ha sido, sigue siendo, actor. También esculpe, pinta, escribe poesía, cuentos, canciones, rueda cortos. Quiso estudiar bellas artes, pero no encontró, ni le animaron a que encontrase, casillas en blanco en el exigentísimo horario del alto rendimiento. Se dijo en 2004, nos lo confirma, que en los Juegos Olímpicos de Atenas, a los que iba a por el oro, quedó cuarto (años más tarde le darían la medalla de bronce, tras la descalificación de Yuri Bilonog por dopaje) porque lo turbó la impresión de verse en el Estadio de Olimpia, como un atleta de la Antigüedad. Con él charlamos de sus medallas, pero también del pódium inverso; los peligros y zonas oscuras, los escalones hacia el infierno, del deporte profesional. Tuvo —nos contará— una depresión no diagnosticada tras su retirada.
Manolo: naces en León en 1974. Háblame de tu familia.
Pues hijo de taxista. Mi madre trabajó de asistenta unos años, pero luego éramos cuatro hermanos —yo soy el pequeño—, y ya fue ama de casa. Y de la Ribera del Órbigo. Mi padre, de Villadangos del Páramo: Páramo Alto. Y mi madre, de San Adrián del Valle: Páramo Bajo. Yo nazco en la Clínica San Fernando de León. Vivíamos en el barrio de San Claudio, donde iba al colegio. Siempre he vivido en León, salvo las etapas en que he estado fuera, aunque tengo muchos recuerdos de San Adrián del Valle. Era allí donde eras libre y donde vivías las mejores experiencias. León era más la rutina del día a día.
¿Cuáles son tus inicios como deportista?
En el colegio de San Claudio se hacía baloncesto, y en baloncesto empecé, con Paramio: un clásico de León. Entonces había un pique local entre el Leonés y San Claudio. En el Leonés estaba Estrada; y en San Claudio, Paramio. No duré mucho. Paramio, Estrada también —en esto eran iguales—, tenía la característica de ser muy intenso, de gustarle mucho gritar a los jugadores, y a mí eso no me iba; me echaba para atrás. No iba con ilusión, y probablemente por eso me fui al atletismo. Llegó al colegio una monitora que se llamaba Marian Frade, de una familia muy conocida en el atletismo leonés: los Frade. Y ella me llevó a hacer unas pruebas de captación de talento junto con otros tres o cuatro a las escuelas municipales de atletismo.
Viéndote ya aptitudes, imagino.
Sí. Hicimos una velocidad, un lanzamiento de balón medicinal de espaldas, un salto horizontal y alguna cosa más, y recuerdo ganarle de muchísimo a todos y no entender muy bien por qué, con esa inocencia del niño que no tiene ninguna mala intención. Yo era muy inocente, y no entendía por qué era capaz de lanzar el balón ocho metros más que los demás, por qué llegaba antes corriendo y por qué saltaba mucho más. Con doce años, empecé a entrenar con Carlos Burón.
Yo había leído que un día estabas paseando por delante de un colegio en el que Burón entrenaba a un grupo, te quedaste mirando, y te invitó a pasar.
Hay esa versión oficial, sí; que yo un día, paseando por delante del Colegio de Huérfanos Ferroviarios en León, me quedé mirándolos, me puse a entrenar con ellos, y luego Burón me dijo que si quería repetir y me pescó. Es la versión de Carlos, que yo he respetado toda la vida, pero realmente no fue así. Yo ese recuerdo no lo tengo en absoluto, y lo que recuerdo perfectamente es lo otro.
¿De qué maneras influyó Burón en ti; qué enseñanzas suyas recuerdas como las más importantes?
Hombre, la palabra que lo resuma es que es mi padre. Y no solo mi padre deportivo. Es la persona que me hizo como atleta, pero también ha marcado mi carácter. Yo tuve un padre de los de antes, un padre ausente que era taxista, se iba a trabajar antes de que nos levantásemos, volvía después de que estuviéramos acostados y alguna vez, solo alguna vez, coincidíamos al mediodía. La presencia paternomaternal siempre fue la de mi madre, que era la que estaba en casa y con quien pasaba algo que es bastante de León: la mujer es una mujer fuerte que controla la casa, donde el hombre tiene poca cosa que decir; se va a conseguir el sustento y ya está. Como darle la vuelta al patriarcado, ¿no? (risas). La distribución de tareas era la misma, pero la capacidad de decisión no: era la mujer la que la tomaba. De hecho, en mi familia, todavía son las mujeres las que toman la decisión: mis primas, mis tías, mi abuela, mi madre… Bueno, me voy por las ramas. Carlos Burón fue mi padre, y no puedo decir mucho más que eso.
Al margen de lo deportivo, ¿había un cariño extra, un contarle tus cosas, un pedirle consejo…?
Eso es otro tema… Carlos es un genio absoluto. Seguramente de los entrenadores más minusvalorados de todo el panorama deportivo español. Estamos hablando de un entrenador que él solo creó un sector completo e hizo a los lanzamientos existir en España. Los lanzamientos, ni existían, ni se les esperaba. Había habido alguna excepción honrosa, tipo Apellaniz.
O Miguel de la Quadra-Salcedo.
Sí, pero a nivel internacional él no tuvo ninguna repercusión. La tuvo local, por personaje público y por esa anécdota de la barra vasca aplicada a la jabalina con la que se lanzaba el récord del mundo, y que la IAAF se apresuró a cambiar el reglamento para que fuese ilegal. Pero no deja de ser una anécdota. A nivel de resultados internacionales, habíamos tenido algún participante en campeonatos del mundo y Juegos Olímpicos, pero tener personas que puedan luchar por una medalla o por estar en una final es algo que le debemos a un proyecto lanzado por Carlos Burón; a su forma de trabajo y a su metodología profesional. Él profesionalizó el entrenamiento. Se fue a la fuente, a la antigua Unión Soviética, a coger las cosas buenas de la Unión Soviética, que eran la disciplina, el trabajo, las investigaciones científicas de teoría del entrenamiento, las planificaciones, saber cuáles eran los límites de los volúmenes y las intensidades, que es lo que provoca el rendimiento. Conocer los límites humanos y estar cerca de ellos constantemente sin rebasarlos, sin sobreentrenamiento.
Cuando sobreentrenas es cuando surge el doping, para poder ir más lejos y estar en ese límite más tiempo. Carlos creó de la nada, de la nada absoluta, un grupo humano que ahora mismo sigue sacando ese sector adelante, y una escuela que ahora mismo está en un momento de cambio generacional. Los lanzamientos están bastante mal. Tenemos dos o tres personas, puede que cuatro, con posibilidades de colarse en una final. Pero bueno, las tenemos, y eso que estamos en un muy mal momento. En definitiva, que me fui otra vez por las ramas: Carlos es un genio en eso, pero en lo que son las relaciones personales, le pasa lo que les pasa a los genios: la inteligencia emocional está en el otro extremo; le cuesta mucho más. La relación cercana no es para él, no es su fuerte, es un desastre continuo.
Una vez te incorporas a entrenar con Burón, ¿entras directa o rápidamente al lanzamiento de peso? ¿O practicas varias disciplinas a la vez hasta que encuentras la que es para ti?
Como buen genio que es, Burón hizo una iniciación perfecta, que es a lo que debo los grandes éxitos de mi carrera y por lo que duré tanto. Está mal que yo lo diga, pero la mía, si no fue la mejor carrera de la historia en cuanto a continuidad, el maillot de lunares, es la segunda o la tercera. Y eso fue gracias a una iniciación perfecta. Primero hice multideportiva, luego multiespecial. Hacíamos vallas, longitud, alturas, un montón de pruebas distintas, disco, jabalina… Y poco a poco, con una naturalidad total, aumentando un poquito aquí, un poquito allá, en cuatro años, desde los doce hasta los dieciséis, yo ya estaba haciendo un entrenamiento absolutamente profesional.
Con diecisiete años, ya estaba haciendo ciento cincuenta kilos en cargada, hacía más de doscientos en sentadilla… Una progresión impecable sin lesionarme: yo siempre me lesioné haciendo el cabra, no entrenando. Tenía la técnica perfecta. Si ves un vídeo mío de Seúl del año noventa y dos, no se puede lanzar mejor que eso. Lanzaba mejor que años después; con el tiempo cogí más vicios. Tú te vas a un libro de texto de lanzamiento y ves que es esa la técnica que hay que hacer para mi estatura, mi edad y mi cuerpo. En aquel momento, ya hacía solo peso y disco, pero el disco se me daba mucho peor que el peso, y al final, con diecinueve años, me concentré ya solo en el peso.
En 2005, explicabas así la misión del lanzador de peso: «Cada músculo genera una fuerza, y todas las líneas de energía deben empujar el centro de gravedad de la bola en la misma dirección». Eso ¿cómo se trabaja, cómo se consigue?
La base del resultado es la cadena cinética. La cadena cinética es poner en orden las fuerzas; en orden espacial y temporal. Ese es el éxito. ¿Cuál es el orden? ¡Ah! ¡Encuéntralo! Pero es eso. Fijarte en posiciones que puede hacer una y otra lanzadora, o uno y otro lanzador, es, como bien decía Carlos Burón, fijarte en las ramas y no en el tronco, y lo que sujeta el árbol es el tronco. El tronco es altura de salida, velocidad de salida y ángulo de salida. Esas tres variables físicas. Y la cadena cinética. Si todo eso está en orden, puedes lanzar rarísimo, pero lanzarás lejísimos.
Tú, además de deportista, eres artista. Hablaremos de esa otra vertiente tuya más tarde. El caso es que le veo una dimensión artística a esto que me cuentas; quizá haya una conexión ahí, una pasarela. Es una especie de ballet, ¿no?
Bueno, es interpretativo… La creatividad, aquí, está sesgada. Lanzar peso no es una actividad creativa: es una actividad de investigación; es científica. Lo suyo es la ciencia; irte hacia el arte es peligroso, porque en el arte prima la innovación, y aquí no es que no necesites innovación —la investigación necesita innovación—, pero no puede prevalecer la innovación. El factor principal es la repetición, y la repetición analítica.
He leído mencionar tu insistencia en la «repetición constante automática» como vía para el éxito.
No, no es automática. No puede serlo. Tiene que ser analítica. Si es automática, deja de ser efectiva. Tienes que, uno, tener un objetivo técnico; dos, tratar de hacerlo; tres, analizar si lo has hecho; y cuatro, buscar cómo solucionar si no lo has hecho; qué factores han influido en que no lo hicieras. Como buena cadena cinética, si tú ves un fallo, el origen siempre está antes de que se vea; uno o dos pasos antes en la cadena.
Volviendo a lo del arte, mi pregunta por la dimensión artística de este deporte iba en la línea de ser uno mismo la obra de arte. Ser uno mismo el bloque de mármol que pule, que cincela, en pos de una determinada búsqueda de lo sublime, que en este caso es que todas las células de uno converjan en la misma dirección.
Eso sí. La búsqueda de la perfección, cuyo resultado es la belleza. Un gesto ordenado es bello. Puedes buscar el arte a través del orden. También se puede buscar desde el caos, o desde un estadio mixto entre caos y orden, o desde la negación de ambos (risas). Puedes buscarlo desde muchos sitios, pero también desde el orden. Y sí, pulir, pulir… Cuando un artista es reconocido por la historia —por la historia, no por el mercado—, es porque alcanzó eso que dices de lo sublime, y el proceso es parecido: la base es la repetición, y la repetición analítica. El artista llega a lo sublime cuando ha repetido el gesto artístico las suficientes veces, de una forma enfocada, buscando un objetivo.
¿Hay en el lanzador de peso una búsqueda, del tipo de la de los toreros, de gestos personales que lo caractericen, que definan su identidad como lanzador?
No es tanto algo buscado como algo necesitado. Dentro del gesto, necesitas encontrar el movimiento que beneficia a tu fisiología y morfología. También necesitas lo que se llama movimientos preliminares para la entrada en el gesto técnico, que son unos movimientos que lo que hacen es mandar la información al cerebro de «vamos a hacer esto»; hacerle buscar ese mapa motor que tiene aprendido y automatizado. Cuando, por ejemplo, te sientas en el coche, cierras la puerta, te pones el cinturón, mueves los espejos, pones la mano en la palanca de cambios, y con eso tu cuerpo activa una subrutina que envía al cerebro la información de «vamos a conducir». Tienes esos automatismos en los que no piensas cuando vas conduciendo, concentrado nada más que en conducir, y que son la putada que tiene el que está aprendiendo: tiene que fijarse en todo eso. Pues esto es exactamente lo mismo: una serie de tics —son tics— que tienen esa misión, pero que no los tengo porque yo dijese «quiero hacerlo así», sino porque la repetición diaria me fue llevando hacia eso. Y eso acaba siendo un sello personal total, claro, porque todos somos diferentes. Tú puedes imitar a cualquier lanzador del mundo y que el que conozca a ese lanzador te diga: «este». Cada uno va a hacer una cosa distinta.
En 1993, estrenas el estadio de Anoeta con un oro en el Europeo Junior.
Para mí fue más importante el año anterior, el noventa y dos, en Seúl. En lo personal, ¿eh? No en lo deportivo. Fue el «ah, que yo valgo para esto». Quedé subcampeón junior haciendo allí marca personal y eso fue un cambio de mentalidad. Abandoné esa inocencia que te decía que yo tenía, tan terrible. Quedé subcampeón del mundo sin darme cuenta de dónde estaba, pero literal, ¿eh? Había ido a un sitio al que me había dicho mi entrenador que tenía que ir, porque había lanzado lo suficiente para ir a lanzar allí. Un poco como llegó David Canal a la selección absoluta; la anécdota esta, que no sé si conoces: David Canal queda segundo en la Copa de Europa de Naciones detrás de Roger Black y dice «joder, cómo corría ese rubito, no había forma de pillarle» (risas). Yo me sentí identificado con eso; con esa inocencia de la juventud que te da el descaro para lograr cosas que parecen imposibles. Llegué a Seúl así.
En San Sebastián ya era otra cosa: ya era un atleta profesional. Completamente profesional. Vivía para esto. Tuve la gran suerte de subirme en la ola post-Juegos Olímpicos de Barcelona; esos años, entre el noventa y dos y el 2000, en los que el deporte olímpico no mediático, ese que no es capaz de generar los sponsors por sí mismo, vivió su edad de oro. En el 2000 la cosa empezó a bajar, y en 2008, por supuesto, ya se fue todo el mundo a la mierda. Pero yo viví esos años. Con diecisiete años, me podía comprar un coche con lo que sacaba. Y lo del noventa y tres fue muy bonito, pero también muy peligroso; el peligro de la fama, de que todo te salga bien.
¿Fliparse demasiado?
Hice récord de España luego en el Campeonato del Mundo absoluto, con 19,53. Pasé la calificación; me metí entre los doce mejores; quedé el décimo, me parece. Con dieciocho años o incluso menos; no sé si ya los había cumplido. En lanzamiento de peso español estaban todos diciendo: «¿quién es este, y de dónde ha salido?». Y eso es peligroso. Te cuidan tanto, te preservan tanto, te meten tan dentro de una burbuja, que pierdes la conexión con la realidad. Es muy fácil perder la conexión con la realidad.
¿De qué maneras?
Bueno, pues te piensas —te hacen creer— que lo más importante del mundo es lo que estás haciendo tú, que eres la prioridad para todo tu entorno…
¿Que todo a tu alrededor tiene que ponerse al servicio de tu carrera?
Exactamente. Eso te provoca que te creas más que los demás, y eso es peligroso, muy peligroso. Si no hay alguien que te haga ver que eres igual que cualquier otro y que tus sueños valen tanto como los de cualquier otra persona, es muy fácil volverse un déspota, un creído, tratar mal a la gente. Yo creo que nunca llegué a tratar mal a la gente. No creo. Me gustaría creer que no llegué nunca a tratar mal a la gente, a las personas cercanas. Pero sí a despreciarla. Y no en el sentido de hacerle feos, sino de no valorarla.
La cara B de eso es la dureza de la retirada. Pasas de ser un rey a no ser nadie. Ese momento es muy duro para muchos deportistas; todos tenemos en la cabeza lo que pasó con Yago Lamela.
Es la pérdida del yo. Es que tu entorno deje de pensar que eres la prioridad, pero, sobre todo, es la pérdida del yo; es pasar a ser «el que fue». Las dos cosas son durísimas. Para una persona que no se haya dado cuenta de eso antes de dejarlo, es un momento muy jodido, en el que te abocas al abismo. Y no es fácil darse cuenta, ¿eh?
Eres joven todavía, en ese momento. Un deportista se retira con treinta y pocos años. Pero esa sensación de «lo mejor de mi vida ya pasó», ¿no? Creo recordar que el momento en que se nombró papa al Papa Francisco coincidió con la retirada de Almudena Cid. Y yo me hacía entonces la reflexión de qué curioso era que, para Bergoglio, el momento álgido de su vida profesional llegaba con cerca de ochenta años, y para Almudena Cid, ya había pasado con veintipocos.
¡O no! No necesariamente. A lo mejor vives el momento álgido con sesenta. Pero en ese momento no lo ves claro. En ese momento, se acabó. Y es muy difícil repetir las sensaciones y emociones que se generan en unos Juegos Olímpicos o un Campeonato del Mundo en otra faceta de la vida. Ese medio ambiente que se va creando, eso que los ingleses llaman environment y que no es exactamente «medio ambiente», sino «lo que te rodea», ese «que te rodea», ese esfuerzo, ese ser el centro de atención, ese jugártelo todo, además, en seis segundos en mi caso, esa intensidad, ese poner la olla a que explote, es muy difícil que se cree en otra cosa.
Por otro lado, en lo puramente material, crematístico, tienes que cotizar. Tienes que encontrar algo que hacer durante los treinta años que te quedan de vida laboral. Lo cual, supongo, tampoco es fácil.
Es muy difícil. Por eso insistimos mucho ahora, desde la federación, en la carrera dual. Tener un plan B, el que sea. Cada uno, con su motivación. Si tu plan B es ser ganadero, pues cojonudo. Pero tenerlo. Algo que, además, te sirva como válvula de escape durante la carrera deportiva. Tener algo distinto de lo que poder hablar o preocuparte, que es otra losa que tienen a veces los deportistas encima.
¿Ser monotemáticos?
Sí, que las veinticuatro horas del día sea eso. Que lo tiene que ser, pero, hombre, tiene que haber algún momento de ocio. Ese ocio, muchas veces, es también deporte; y además, el mismo deporte.
¿Tú hiciste una carrera dual? Mientras competías, ¿estudiabas?
Bueno, lo hice a trancas y barrancas. Tengo muchos títulos medianos, de técnico superior, de auxiliar… Carrera no acabé. Me arrepiento mucho de no haberme ido a estudiar bellas artes. Ahí tuvo mucha responsabilidad mi entrenador. Yo me lo busqué, pero él ayudó con su forma de ver y de entender esto, que era buscar el máximo rendimiento. La retirada, después, me costó. Acabé con una depresión sin diagnosticar en 2014, 2015…
Varios años después de retirarte, por lo que veo.
Sí. Yo paré en el once. Es un proceso lento. La primera sensación cuando lo dejas es de liberación, de… ¡agh, puf! Y de recuperarte. Yo no me sentí físicamente recuperado hasta seis meses después de haber parado de entrenar. Lo hice mal, porque paré del todo. Estuve un invierno entero, de 2010 a 2011, con un catarro fuerte persistente, con fiebres, con mocos, con toses, que me hizo ver que mi cuerpo me estaba pidiendo parar. Después de parar, no hice absolutamente nada físico hasta el año siguiente.
Volvamos atrás. En 2003, te proclamas campeón del mundo de pista cubierta en Birmingham; el primero español de la historia. Derrotas a John Godina por tan solo un centímetro y en el último lanzamiento. En los meses anteriores, te habías concentrado en perfeccionar tu técnica.
Bueno, hablar de meses es casi un insulto (risas). En realidad, es un proceso que empieza a los doce años y con la iniciación perfecta de Burón. No habría llegado hasta ahí sin eso, sin ese alto rendimiento y esa hiperespecialización, sin estar veinticuatro horas al día durante quince años respirando y viviendo por un objetivo. Es muy peligroso, por todo esto que estábamos diciendo, pero es muy productivo. Supongo que cuando llevas algo, cualquier cosa, al extremo, siempre es peligroso. Decía Paracelso que el veneno está en la dosis, ¿no? Pues ostras: dosis tuvimos para regalar. En ese campeonato, venía de una lesión y de un invierno que no fue muy allá, pero, por lo que fuese —seguramente porque ya tenía la madurez psicológica para afrontarlo—, fui capaz de darle la vuelta en el último mes y medio. Fui mejorando cada competición en pista cubierta y otra cosa que parece que es un tema menor, y es importantísimo, que es el timing. Se habla muy poquito del timing y es lo que te decía al principio de la cadena cinética: ordenarla espacial y temporalmente.
Aquel invierno de 2003 encontré el orden temporal de la cadena cinética, algo que es muy difícil, porque depende del estado de forma tuyo. El orden de movimientos lo puedes aprender, son unos movimientos que puedes automatizar con la repetición, tu cuerpo sabe en qué posición tienes que estar en cada uno de los sitios. Sin embargo, el orden temporal varía dependiendo de tu estado de forma, porque, si tienes más capacidad de creación de velocidad, ese timing cambia, y tienes que adaptarlo. El éxito mío fue ese. Y luego hay otra cosa que influye mucho en los grandes resultados, y es la autoconfianza; el llegar sin dudas. La persona que, por su carácter, no duda, ni se plantea, ni reflexiona, suele ser buena competidora. No tiene nada que ver con la inteligencia; de hecho, a lo mejor la inteligencia va en contra. Tienes que tener un yo, no grande, porque el yo grande da otros problemas, pero sí fuerte, duro. Como una roca.
¿Tú lo tenías?
Mira, en 2001, en Edmonton, hice la mejor semana previa de mi vida; un gran campeonato en el que no bajé ningún lanzamiento de veintiuno cincuenta; todos estuvieron entre veintiuno cincuenta y veintidós. ¿Qué pasó? Que llegó Randy Barnes o John Godina, no estoy seguro ahora, el que ganó allí [fue John Godina], e hizo un gran primer lanzamiento, y a mí eso me destruyó psicológicamente, y me costó mucho rehacerme a lo largo de la competición. ¿Por qué eso no me pasó en Birmingham? No lo sé. No tengo ni idea. Tendría que vivir varias vidas para encontrar la respuesta. Y mira, de Birmingham también recuerdo la sensación de burbuja. Te metes en la competición y dejas de oír, de ver, de pensar… Estás en un estado como de trance, como hipnotizado, no sé cómo describirlo. Se podría comparar con una borrachera controlada. Los sentidos, hacia fuera, se diluyen; es como si entrases en una vigilia, y eso hace que los recuerdos sean difusos. No tengo unos recuerdos muy claros de esa competición.
¿Quiénes eran tus ídolos, tus referentes, en este deporte; a qué lanzadores admirabas?
Cuando era jovencito, había un lanzador en España que despuntaba, que era Víctor Roca. Ese era mi referente infantil. Luego, cuando fui haciéndome mayor, como referente técnico utilizábamos a un lanzador de la antigua República Democrática Alemana que se llamaba Udo Beyer. Su técnica era la que más convencía a Burón para mí. Muchos chicos y chicas de los que están empezando ahora hacen una cosa mal, que es coger varias referencias distintas.
¿Mejor solo una?
Encontrar una que se adapte a ti y tratar de imitarla con pequeñas variaciones, sí. Puedes tener dos referentes. Tres. Pero de ahí p’alante empieza a ser peligroso. Coge uno que sea cercano a lo tuyo y luego vete puliéndolo.
A lo largo de tu carrera conseguirías treinta y un récords nacionales. Los 21,47 metros conseguidos en 2002 en Salamanca siguen siendo el actual.
Empieza a ser un récord bastante longevo, sí. De hecho, yo pensaba que era de 2003, y me di cuenta tarde de que ya habían pasado los veinte años, así que no lo celebré. Ahora tendré que esperar a los veinticinco, si es que llega (risas). De momento, la perspectiva es que es difícil que alguien pueda hacer veintiuno cincuenta en breve.
¿En cuánto está el récord mundial?
Lo hizo el año pasado Ryan Crouser. Lo tenía desde el noventa Randy Barnes, con 23,12, y este ha hecho 23,37. Ahora mismo, estamos viviendo una época dorada del lanzamiento de peso masculino a nivel mundial; tenemos el mejor nivel de la historia con mucha diferencia. Para que te hagas una idea, en los dos últimos campeonatos del mundo o Juegos Olímpicos, se ha quedado gente fuera de las medallas con veintidós metros, y antes, con veintiuno cincuenta, quedabas campeón del mundo.
¿No pasa esto que cuentan que está empezando a ocurrir con disciplinas como los cien metros lisos: que estamos alcanzando ya los límites físicos del ser humano, y la cosa va a empezar a ir de arañar centésimas, porque décimas va a ser imposible?
Lo que ha pasado en el peso, y por lo que hemos podido mejorar un poco, es la técnica giratoria. Hay dos técnicas distintas. La lineal, que era la que yo hacía, es más antigua, y la giratoria se empezó a hacer en los años sesenta, pero no se ha popularizado hasta bien entrados los dos mil. Ahora hay el suficiente número de personas que se han iniciado con la técnica giratoria para que esa técnica llegue al máximo de su expresión: lo que pasaba antes era que la gente se iniciaba con el lineal y luego intentaban el giratorio. Con la técnica giratoria se puede lanzar más lejos; biomecánicamente está mucho mejor. Lo que pasa es que es más inestable. Es más complicada de realizar, y las personas muy grandes y muy fuertes eran capaces a veces, en los grandes campeonatos, de ganar a los que hacían la técnica giratoria. O sea, no es como la técnica de altura de Fosbury, que se impuso en muy poco tiempo. A la giratoria le ha costado treinta o cuarenta años consolidarse. Ahora, Joe Kovacs, Ryan Crouser, el brasileño Darlan Romani, un neozelandés que se llama Tom Walsh…, se han iniciado todos en el giratorio, y están todos por encima de veintidós cincuenta, que antes era una locura. Hay ahora mismo una cantidad de población por encima de veintidós cincuenta que era absolutamente impensable.
Participas en cuatro olimpiadas: Atlanta, Sídney, Atenas y Pekín. Habías estado a punto de ir a Barcelona.
Hice la mínima para participar quince días después de que acabasen los Juegos, en el campeonato del mundo junior en Seúl. Pedían dieciocho, y tenía 17,97. En Seúl hice 18,14. Ahora, para participar en los Juegos, tienes que hacer veintiuno.
Atlanta. ¿Qué tal?
Unos Juegos Olímpicos son otra liga. No se puede comparar con absolutamente nada. La experiencia humana, el espíritu olímpico… Es todo diferente, y, como dije ya antes, muy difícil de encontrar en cualquier otra situación de la vida. Tener, durante quince o veinte días, la posibilidad de vivir en una pequeña ciudad en la que están los diez mil o quince mil mejores deportistas del mundo… ¿cómo repites eso? Ahora bien, como Juegos fueron un desastre. Un desastre de organización. Lo hicieron los americanos buscando el negocio, lo hicieron en el campus de la Georgia Tech, no construyeron nada nuevo y era todo superincómodo. Para moverte había unos cochecitos eléctricos que hacían un trenecito del tipo de los trenes turísticos, y para desayunar, comer y cenar tenías que hacer una ruta de cincuenta minutos ida y cincuenta minutos vuelta desde nuestro alojamiento al restaurante central, que era el que había. Un desastre.
Hubo aquel atentado.
También, sí. El estadio olímpico era un estadio de béisbol al que le habían puesto unas gradas de mentira alrededor. Por supuesto, la experiencia olímpica es la misma, y encima, siendo joven, lo vives a tope. Pero en comparación con los tres siguientes… Siempre dicen eso de «¡los mejores Juegos Olímpicos de la historia!», ¿no? Pues estos fueron de los peores.
¿Cómo es esa convivencia de los deportistas olímpicos? ¿Socializas, en tu caso, básicamente con los atletas, o con todos los deportistas?
Con todos, con todos. Es habitual ir en un autobús —o en un trenecito en este caso, porque otras villas tenían autobuses, pero en Atlanta era ese trenecito que iba a la intemperie y en el que, si ese día llovía, te mojabas— y que se te siente al lado alguien de, no sé, Zimbabue y te pregunte quién eres, qué deporte haces… La tónica habitual es esa. La primera vez que te pasa, te sorprendes, pero la segunda ya eres tú quien lo haces. Como veas a alguien que te llama la atención, le vas a preguntar.
¿Algún deportista muy famoso con el que recuerdes especialmente haber charlado?
En Atenas yo tenía unos horarios un poco locos, porque íbamos a competir fuera, y estaba un poco desenganchado de la selección de atletismo. Un día estaba comiendo solo y vino toda la selección de baloncesto a sentarse conmigo: los Gasol, Rudy…, todos. Y a preguntarme. Me vieron allí, de España, y pues eso: a hacerme el interrogatorio. Todos me conocían. Sabían que había quedado campeón del mundo el año anterior; era el momento de más repercusión mediática de mi vida, y querían, no sé, informarse, ver cómo era yo (risas). Estuvo muy chulo. Tanto de Pau Gasol como de Rafa Nadal, destaco mucho la cercanía. Ser las estrellas dentro del pueblo de las estrellas y no tener problema en levantarse las veces que fueran necesarias para hacerse una foto, estar siempre con una sonrisa, aceptar ese papel con total naturalidad.
Una pregunta un poco más chusca. Hubo unos Juegos Olímpicos, no recuerdo ahora mismo cuáles (¿Sídney?) sobre los que leí que, en la Villa Olímpica, había algo así como una vasija llena de condones, y se agotaron a la primera noche.
¡Oh! Bueno, yo tengo que decir que no vi un condón en mi vida (risas). A lo mejor los que iban a por los condones eran muy rápidos. En alguna competición de muy joven, a principios de los noventa, en la bolsa de atleta que te dan —esa bolsa con información del campeonato, de la ciudad, una camiseta, una medalla conmemorativa, etcétera—, vino un condón como medida profiláctica, porque estábamos en la época del sida. Pero bañeras de condones, yo, en mi vida (risas). Es el típico comentario del que tiene la fantasía calenturienta de que una villa con diez mil, quince mil o veinte mil personas que son los mejores deportistas tiene que ser una orgía constante. Y a ver. Las dos cosas. Ni la una, ni la otra.
El que quiere fiesta, la va a encontrar, porque siempre va a haber gente que quiere fiesta; pero la gran mayoría va a estar centrada en lo que ha ido allí a hacer. Muchos, en cuanto acaban con lo suyo, se van, porque tienen sus ligas, sus competiciones, su vida. Otros muchos no: los Juegos Olímpicos son la culminación de un proyecto de cuatro años mínimo y, si encima les han salido bien, pues se quedan, y se relajan. Y lo dicho: si te gusta la fiesta, la tienes. Pero vamos, ¿sensación de lugar propicio para…? Para nada. Propicio para todo lo contrario: para llevarte una mala contestación porque la gente está con mucho estrés, concentrada en lo suyo, con tensión máxima.
¿Qué tal los Juegos de Sídney?
Estuvimos un mes antes en Adelaida haciendo la preparación. Yo venía de una lesión de rodilla, del ligamento cruzado anterior, pero en invierno quedé subcampeón de Europa en Gante, y fue la confirmación de que, pese a haber tenido esa lesión, podía continuar. No lo teníamos claro al cien por cien. El verano no había ido muy bien; estuve compitiendo por debajo de veinte metros. Sin embargo, allí se alinearon los astros, e hice récord de España. Me metí sexto, que luego pasó a quinto, porque otro dio positivo con los años. Y bueno, bien. Como situación curiosa, hicieron mal el cálculo de los participantes a la hora de construir la Villa Olímpica y se quedaron sin apartamentos para todos, y a nosotros, que llegamos de los últimos, nos pusieron en contenedores.
¿De estos de barco?
Sí, contenedores de barco acondicionados como apartamentos. Yo estuve en uno con David Martínez, el lanzador de disco; allí pasamos los Juegos Olímpicos. Pero bueno, mucho mejor organizados, muchísimo mejor. Era un barrio en redondo que tenía todos los servicios en el centro. Desde la esquina más lejana, no tenías más de diez minutos caminando, y había autobuses. Y la Villa Olímpica estaba pegada. Lo malo era que Sídney quedaba lejísimos. Tenías una hora y media para llegar, y tú estabas allí para competir, no para ver Sídney. Yo, de hecho, no visité Sídney. Llegamos de Adelaida justo para competir y, al día siguiente, estaba viendo las competiciones de los compañeros y seguía entrenando, porque tenía más competiciones después. A los tres o cuatro días de competir ya me devolvieron para casa.
En 2004, Atenas, donde obtienes una medalla de bronce, pero la obtienes nueve años después. Tu lanzamiento de 20,84 metros había significado la cuarta plaza, pero tiempo después descalifican al ganador, el ucraniano Yuri Bilonog, por dopaje. ¿Cómo es esa experiencia de recibir una medalla años después de la prueba? ¿Hay un componente ahí de frustración por no haber vivido el momento del podio, el himno…?
Depende del deportista o de la deportista que la reciba. Hay algunos a los que les he leído por ahí declaraciones de que todo ese proceso era innecesario, que no les hacía falta, y que incluso afeaba el deporte. Para mí es todo lo contrario. Era la medalla que me faltaba; el único reproche que le podía hacer a mi carrera deportiva: no haber conseguido una medalla en un gran campeonato al aire libre. Además, llegó después de haberme retirado. Y fue una alegría terrible; la culminación de lo que a mí me hubiera gustado que pasase. Es una medalla que, en su momento, económicamente, a lo mejor me hubiese dado otros rendimientos.
¿La medalla viene con dinero?
Sobre todo, con dinero colateral; con lo que son los cachés. Los cachés de todo: del club, de las instituciones, de las subvenciones, de las competiciones… Pierdes mucho dinero. Del cuarto a tercero, pasas del diez al cien.
La medalla de chocolate, llamabas tú al cuarto puesto.
Sí. Para mí aquel momento fue duro; mi competición más agridulce, porque yo estaba con un estado de forma lo suficientemente bueno como para haber ganado. Estaba para hacer veintiuno y medio y más, y se ganó con 21,16. De hecho, yo gané a los mismos que me ganaron quince días después, en la Golden League de Bruselas.
He leído que te pudo la emoción de disputar la prueba en el estadio del santuario de Olimpia. Tal vez fuera una licencia del periodista que lo escribía, pero sabiendo de tu pasión por la pintura, la escultura, etcétera —de tu «diarrea creativa», como lo has bautizado alguna vez—, no me resulta del todo inverosímil.
Eso en la calificación. Sí, sí, me superó toda la situación, porque la puesta en escena fue muy buena. Todos vestidos de griegos, el Estadio Olímpico original, todo hecho de madera con cuerdas; donde nosotros nos sentábamos era con unas telas blancas… Intentaron recrear que estabas en Grecia. Hicimos el mismo paseo que se suponía que hacían los atletas desde la palestra, pasando por los templos y entrando en el estadio. Y por la mañana, en la calificación, ya había quince mil personas. Tienes que estar muy curtido para que no te afecte un poco. Yo entré llorando de la emoción.
Pasar de estadios impersonales a un lugar en el que retumba una memoria milenaria, los fantasmas de los atletas de la Antigüedad.
Sí, sí. La energía del sitio, hay que ir, ¿eh? Hay que ir. Si uno tiene una cierta sensibilidad, lo nota. Ahí hay algo. No sé decir muy bien qué, no sé qué tipo de energía será, si magnética o eléctrica o lo que sea, pero el cuerpo nota algo.
Cuando gana Bilonog, ¿tú sabes, percibes, intuyes que va dopado, aunque no puedas demostrarlo? ¿Hay una sensación ya ahí de «yo sé que este cabrón ha ganado haciendo trampa»?
No, no. El que diga «yo eso lo sabía»… No lo sabes, y no lo sabes porque el que hace la trampa es discreto; trata de serlo. Yuri Bilonog, además, había destacado desde muy joven. En el campeonato del mundo junior de Seúl 92, en el que yo quedé segundo, él ganó. Y en el europeo que yo gané, al año siguiente, él quedó tercero. Siempre había estado en ese rango; no podías decir: «Este chico de repente…». Era bastante regular y un atleta serio, no alguien conflictivo.
¿Qué tal Atenas 2004 por lo demás?
Muy bien, muy bien. Atenas lo tenía todo. Me dio mucha pena no haber podido vivir más el ambiente en Atenas. Nos tuvieron dos o tres días antes de Olimpia, en Olimpia estuvimos tres, cuatro, cinco, y después nos devolvieron a Atenas y estuvimos uno o dos. Fue todo muy rápido, así que me supo a poco. La Villa Olímpica era preciosa: parecía una ciudad de vacaciones.
¿Cómo ha sido tu propia relación con el dopaje? ¿Lo has tenido cerca? ¿Has tenido la tentación, han intentado que la tuvieras?
Lo he sentido siempre muy lejano. Mi entrenador siempre ha tenido claro que eso no era una opción, y mi educación, desde el primer momento, ha sido y sigue siendo que el doping tira por tierra todo tu trabajo. Si tú llevas quince años esforzándote para conseguir algo y lo haces haciendo trampa… Tenemos muchos ejemplos de personas que arruinaron su carrera por eso. Este ciclista, Armstrong, ¿qué sería ahora mismo en el mundo si no se hubiese dopado? Sería una de las personas más influyentes del planeta. Sin embargo, ahora, ¿quién es? Ni está, ni se le espera. A nivel ético, nosotros siempre lo hemos tenido muy claro. Y luego, a nivel de necesidad fisiológica, tampoco la he notado. Yo ya era terriblemente fuerte sin el doping. Llegué a hacer unos parámetros de fuerza a los que ahora mismo ni se acercan los lanzadores españoles.
Ese era uno de mis superpoderes: la capacidad de trabajo, de desarrollo, de la fuerza; tener unas articulaciones muy anchas y unos tendones muy gruesos. Tenía un tendón rotuliano que correspondía a una persona de dos metros diez de estatura. Tengo esa estructura que digo yo leonesa, recia, de hueso fuerte, y trabajada con un criterio muy bueno desde muy joven. Y el otro superpoder que tengo es no lesionarme. Tenía la capacidad de regeneración muy alta, no me lesionaba, aceptaba mucha cantidad de entrenamiento. Nunca tuvimos esa cosa de «¡ay, si fuera más fuerte…!». Ya lo era.
Hay quien dice que en España hubo dopaje de Estado, como en los países comunistas.
No lo creo. No lo creo. Otra cosa es que haya, en determinados momentos, convivencia o permisividad de alguna institución con el doping, pero que haya sido promovido por el Estado… Permitido, puede ser, y no lo sé: no tengo los datos. Pero promovido, por lo que yo conozco, y conozco una parte bastante grande del deporte español desde dentro, no, para nada.
Hay alguna teoría de la conspiración al respecto en cuanto a Barcelona 92; a facilitar con dopaje la necesidad de que España hiciera un buen papel en sus Juegos.
Eso no lo conocí. Pudo ser. De hecho, Eufemiano estuvo como doctor de la Federación de Atletismo antes de los Juegos. También hay que ponerse en aquel momento, ¿eh? El doping se veía desde otro punto de vista. Fue a partir de Seúl cuando cambió la perspectiva. Hasta Seúl, en Estados Unidos tomar anabolizantes era parte intrínseca del deporte. No era nada malo, no estaba catalogado dentro de las infracciones.
Imagino que el razonamiento era: «Si los soviéticos lo hacen, ¿por qué nosotros no?». En la guerra, todo vale, y aquello era una guerra, aunque fuera fría.
Claro. Los soviéticos, era su método; y la República Democrática Alemana, era su método. Trabajaban con anabolizantes, punto. De hecho, si no querías trabajar con anabolizantes, te salías del sistema. El que tuvo el récord del mundo, y sigue teniendo el de Europa, de lanzamiento de peso, Ulf Timmermann, estuvo durante años fuera del sistema. Luego entró, pero de primeras estuvo fuera.
En 2008, vas a Pekín. ¿Qué tal?
Ya estaba en una época descendente de mi carrera deportiva; era un poco mi ocaso. Había tenido a mis hijas en 2006 y eso afectó mucho a mis resultados, muchísimo, porque, aunque me intentaron proteger, fueron mellizas, y salieron muy lloronas, muy movidas. Estuve dos años sin dormir bien, y, si no duermes bien, no regeneras; y si no regeneras, no tienes resultados: esto es así. Llegué justo, con posibilidades de pasar la calificación si me hubiese salido todo perfecto, pero poco más. Yo ya veía aquellos Juegos, sin querer aceptarlo, un poco como despedida. Sí que tenía todavía la intención o el empuje de seguir hasta Londres. Me hubiese gustado despedirme allí.
Tuviste aquella lesión jugando un partido benéfico que te lo impidió, ¿no?
Sí, pero bueno: son muchas cosas. Yo, psicológicamente, estaba mal. Tenía ganas de hacer otras cosas, empecé en el mundo del cine, la relación con mi pareja no iba bien… Muchos factores; también el cansancio extremo de veinte años de alto rendimiento, de trabajo de alta intensidad. ¿Pekín? Los Juegos más smart, que se diría ahora; los mejor pensados. Eran unas torres y salías de la torre y tenías el estadio enfrente; las torres eran de lujo. China no reparó en gastos. A la llegada de la selección española al aeropuerto, nos recibieron cuatrocientas personas; había mínimo una para cada uno de los que llegábamos, y seguramente dos. Y así todo el rato. Sitio al que fueses, había seis voluntarios para solucionarte lo que necesitases. A nivel organizativo, han sido los mejores Juegos de la historia.
El derroche en los Juegos, los sobrecostes, la corrupción, fue gran parte de lo que estuvo detrás de la terrible crisis griega. Después, vimos las infraestructuras que se crearon caerse a pedazos; también pasó en China. En los últimos años, se aprecia un cierto pinchazo de la burbuja olímpica.
Hombre, Atlanta fue un negociazo seguro, porque no gastaron un euro. Depende de cómo lo enfoques. Los griegos, en sus Juegos, quisieron echar el resto, y creo que, por supuesto, una gran parte de la población estará indignada, pero muchos estarían dispuestos a pasar una pequeña crisis posterior con tal de ofrecer al mundo la imagen que ofrecieron, que a mí me parece que fue maravillosa. China, pues lo mismo. Sabía que eso es el mejor escaparate que puedes tener y se gastaron el dinero.
¿Te gustaría que se celebraran unos Juegos en Madrid?
Fíjate, se suponía que los de 2012 iban a ser en Madrid, y entonces para mí era la ilusión de despedirme en casa. Hombre, ahora, después de tres candidaturas seguidas fallidas, con la cantidad de millones de euros que se gastaron, que fueron muchos más de los que se saben, es muy difícil que se hagan. Yo ahora mismo no lo veo. Y sin embargo, es muy necesario para el deporte olímpico no mediático español.
¿En el sentido de revitalizarlo como lo revitalizó Barcelona?
Claro. Para los deportes que dependen de los Juegos, y entre los que está el atletismo, porque el atletismo no es capaz de generar suficientes recursos por sí solo, y necesita ser subvencionado, sería un salto de nivel terrible; sería conseguir que especialidades como los lanzamientos volvieran a estar profesionalizadas. Ahora mismo no lo están. Los deportes que tienen interés para las nuevas generaciones, los deportes extremos, los que venden algo, todos esos tiran para delante, pero los que no…Ahora mismo, un Javier Cienfuegos, un Odei Jainaga, una Belén Toimil, pueden vivir de esto con el cinturón bastante apretado; nada de ahorrar. Son mileuristas y poco más. Y yo era mileurista en el noventa y dos con dieciséis años, siendo subcampeón del mundo junior; y más que mileurista.
Me decías antes que el momento de quiebre fue el año 2000 y luego, definitivamente, 2008, con la crisis.
No creo que hubiese tanto un quiebre como una bajada progresiva año a año desde el noventa y seis. Hasta entonces, arrastrábamos todavía toda la energía del noventa y dos, pero del noventa y seis en adelante la cosa fue declinando, y en el 2000 es cuando se empezó a notar. En 2008, los deportes olímpicos no mediáticos nos quedamos con el veinticinco por ciento del presupuesto, y seguimos bajando en 2009 y 2010. Si a partir de entonces hubiéramos seguido bajando, el deporte tal como lo conocemos hubiese desaparecido; no se seguirían haciendo esos deportes de forma profesional. Ahora mismo, una colega como June Kintana, lanzadora de disco, un montón de veces campeona de España, que ha hecho marca personal el año pasado, que está cerca de los sesenta metros y que, si se metiese en los sesenta metros, estaríamos hablando de olímpica, no puede vivir de esto. No llega a fin de mes, pero no llega ni de lejos, ¿eh? A lo mejor saca quinientos euros al mes. Y es la mejor, y está en un nivel medio-alto, a punto de dar el paso a internacional. No podemos luego exigir, ¿eh? Que luego nos gusta mucho exigir.
Nos decepciona que España obtenga pocas medallas y quizá obtenga muchas más de las que se podría esperar en cuanto a la inversión que se ha hecho.
Te doy un dato. Gestión del sector de lanzamientos, años noventa. Presupuesto medio, entre treinta y cuarenta millones de pesetas. Estamos hablando de unos doscientos mil euros para ayudas de desplazamiento y este tipo de actuaciones dentro del sector de lanzamientos. Presupuesto que yo tenía en 2010 para lo mismo exactamente, como responsable nacional, quince años después: dieciocho mil euros. No podíamos hacer nada. Teníamos que funcionar pidiendo un favor aquí y pidiendo un favor allá. Unos años, a lo mejor te puedes mantener así, pero llega un momento que la gente te dice: «Oye…». June acaba ahora su carrera de veterinaria. Tiene veintiséis años. Tiene que buscar trabajo. Si trabaja ocho horas al día, olvídate de que haga alto rendimiento y de que se meta en sesenta metros. Se mantendrá en cincuenta y cinco, porque en los lanzamientos es más difícil construir, o llegar, que mantenerse, al revés que la frase, ¿no? Cuesta construir al lanzador o la lanzadora; la meseta es fácil de mantener. Pero para ir más arriba, necesitas más tiempo, más esfuerzo, más repetición, mejor alimentación, mejor descanso.
Fuiste once años capitán de la selección española de atletismo. ¿Cómo es esa responsabilidad, en qué consiste?
Bueno, es un cargo sui generis. No es oficial: es extraoficial. Haces de conexión entre la federación y los atletas; te haces cargo de sus necesidades; y en los grandes campeonatos, coordinación: si hay algo, si ha pasado algo, si alguien se ha pasado de la raya, si falta algo, si falta agua, yo qué sé. Cosas así.
Después de tu retirada, adelgazaste considerablemente. En 2012 habías pasado de 150 kilos a 110. ¿El deporte que practicabas requería la obesidad?
Claro. La cuestión es el concepto de obesidad, ¿no? Tú ves un lanzador de peso y te da la sensación de que está gordo, pero nada más lejos de la realidad. Yo nunca jamás pasé de un quince por ciento de grasa en pliegues. Esa barriga que tiene el lanzador es lo que se llama una barriga de fuerza. A mí, cuando me hacían una ecografía de los abdominales, el grosor del abdominal era tres y cuatro veces el de una persona estándar. Cuando lo veía el ecógrafo, decía: «¡Esto está mal!». Pero no estaba mal; llevaba toda mi vida trabajando eso, porque de la faja abdominal es de donde sale la fuerza principal para lanzar. Y luego pasa otra cosa. Para mantener ese peso, yo tenía que comer sin ganas. Estuve veinte años comiendo sin ganas.
Y ¿comiendo qué?
De todo.
¿Cualquier cosa vale?
Hombre, cuanto más sano mejor. Pero todo. Tú tenías que comer de todo, porque no te daba la digestión para asimilar la cantidad de calorías que consumías en el día.
¿Esta cosa de Michael Phelps de los desayunos de doce huevos y tal?
Bueno, yo no llegué nunca a eso, pero sí. O levantarse de madrugada a tomarse un litro de leche desnatada, porque necesitabas ese aporte de proteínas. Yo el batido de proteínas siempre lo cambié por leche desnatada. El batido me sentaba mal; sentía mucho la química. Me pasaba lo mismo con las vitaminas B1, B6 y B12; el complejo vitamínico B. Me lo podía tomar una época, pero siempre tenía que hacer largos períodos de descanso, porque me acababa revolviendo el estómago. Me iba más a una alimentación, entre muchas comillas, real. Que no existe, ¿eh? Ese realfooding que está de moda ahora es mentira. No existe la real food; todos los alimentos están procesados, todas las carnes están medicadas, todos los vegetales están tratados. Pues bueno, lo de bajar peso fue a raíz de dejar de comer sin ganas. Muchos lanzadores bajan de peso cuando paran de entrenar, porque a nosotros nos pasa lo contrario de lo que le pasa normalmente a la gente: nos cuesta mantener el peso que tenemos. Bajar peso para mí fue muy fácil. No tuve que hacer dieta de ningún tipo: simplemente disfrutar del hambre; de poder tener hambre de vez en cuando.
Fuiste concejal del PP en León. Una experiencia breve, de menos de un año, en 2003. ¿Cómo la recuerdas? ¿Qué pasó; por qué esa brevedad?
Una etapa corta, de aprendizaje. Seguramente no era el momento. Era mi época de máxima repercusión mediática y fui claramente utilizado como una herramienta de marketing por el partido con el que me presenté, no habiendo yo estado nunca militando en un partido, ni especialmente interesado en política. Me apetecía aportar al deporte de mi ciudad y estar en el equipo de gobierno como concejal de deportes. Esa era mi motivación. Lo que pasó fue que nos quedamos en la oposición, y, después de estar seis meses en la oposición, y de ver que no se podía hacer absolutamente nada desde ahí, decidí dejarlo. Me tocó la peor concejala de deportes que hemos tenido en toda la historia en León con mucha diferencia: Natalia Rodríguez Picallo. No me importa que lo pongas. Ataques personales, un tipo de política muy baja, muy rastrera. Yo todavía conservaba aquella inocencia; no estaba preparado para la política. Si me pillase ahora, otro gallo cantaría, pero a mí ahora no me llama la atención la política. Si hoy me vienen con esa propuesta, la valoraría, pero la primera respuesta sería «no». Un «no» con matices, un «no» no definitivo, o un «sí» muy condicionado. El «sí» que di entonces fue sin ambages: «Sí, por supuesto: quiero aportar a mi ciudad».
Y ¿podrías aceptar la propuesta de cualquier partido? ¿O eres una persona de derechas?
No, no me considero una persona de derechas. De izquierdas, absolutamente no. Y menos de izquierda española. Me estoy metiendo en un berenjenal, pero bueno. ¿Cómo entendemos en España el socialismo? Un socialismo para los demás, no para mí. Pervertimos el socialismo. El carácter latino nos condiciona terriblemente. Por eso no acaba de funcionar nunca el PSOE en España. Si tú analizas la sociedad española, tendría que estar siempre un punto por encima; tendría la sociedad española que ser claramente socialista. Por todo, por mil factores. Por estratos sociales, por idiosincrasia, por distribución de la población. ¿Que la población mayor va a ser más tradicional, más de derechas? Bueno, pero no tiene capacidad para decidir quién va a gobernar. En algunas comunidades autónomas, sí, pero no a nivel nacional, ni en las grandes urbes. Sin embargo, tenemos, pues eso: un socialismo interesado, no real. Y luego, los experimentos que se han hecho más a la izquierda, Podemos y demás, se han quedado en movimientos asamblearios, con los pros y los contras de un movimiento asambleario. El movimiento asambleario tiene muy buena intención y muy poca eficacia. Funcionó en León tradicionalmente, con los concejos.
Las juntas vecinales, que aquí siguen teniendo mucho poder.
Sí, pero funcionan porque la escala es pequeña. Cuando nos vamos a lo grande, nos metemos en los sóviets, y los sóviets ya sabemos lo que son. No funcionan. Lo siento, no funcionan. ¿Por qué? Pues porque no somos capaces de gestionar el poder. No me digas por qué, pero el poder nos corrompe. La persona íntegra no quiere el poder. Lo quiere un tiempo muy limitado y luego dice: «No, pa’ ti». No soy de izquierdas. Pero ¿de derechas? Pues, pf, yo no me siento identificado tampoco con la derecha española. Si fuese una derecha más —entre comillas, y siendo un contrasentido absoluto— moderna, más del siglo XXI, más europea, más enfocada al bienestar de la población, más respetuosa con los servicios públicos… Una sociedad tradicional no tiene por qué ser casposa en absoluto. La tradición tiene sus cosas buenas. Pero tiene que ser una tradición que esté en este siglo, en las necesidades del presente. Eso, con sus enormes oscuros, los japoneses lo saben hacer muy bien: traer la tradición a la modernidad. A nosotros, nos cuesta. Cuando nos sale, nos vamos al esperpento rápidamente. Encontrar el punto es difícil.
Si uno tiene que acertar la ideología política de un actor, probablemente su apuesta sea que es de izquierdas. Si tiene que acertar la de un deportista, que de derechas. Es lo habitual; se percibe que es lo habitual. Son raros los deportistas de izquierdas. Pero aquí hemos hablado de la necesidad de subvenciones, de lo devastador de los recortes, de la necesidad de un Estado que redistribuya la riqueza para garantizar que determinados deportes a los que el mercado no premia sean un medio de vida para quienes los practican… Lo lógico sufriendo todo eso, reclamando todo eso, no siendo el futbolista que es multimillonario y, ahí sí, lo lógico es ser de derechas, ¿no sería ser de izquierdas?
Hay de todo, ¿eh? Hay actores muy de derechas y hay deportistas muy de izquierdas. Muchos líderes de Podemos vienen del deporte, y del deporte de competición. Lo que sí que a lo mejor pasa es que a la maquinaria de un partido le interese más la imagen del deportista y a la maquinaria del otro le interese más la del actor, la cultura, el parecer —porque en realidad es parecer— muy inteligente.
Desde tu retirada, te has dedicado a la actuación. ¿Cómo se produce ese giro en tu carrera? ¿Es algo que siempre te había llamado la atención?
Yo siempre tuve mucha relación con el mundo de la cultura. En el noventa y seis entré a estudiar bachillerato artístico en la Escuela de Artes y Oficios aquí en León. Luego hice el ciclo de grabado. Y a partir de ahí empecé a tener relación con el mundo de la producción artística: escultura, pintura, algo de música, algo de investigación también hice al principio, poesía… Lo de la interpretación fue porque me vino a buscar a mí un director. En el año 2007, Adán Aliaga, un director de Alicante afincado en Barcelona, estaba buscando un actor para hacer la adaptación de una novela gráfica que se llama Estigmas, de Lorenzo Mattotti y Claudio Piersanti. El protagonista de esa novela es exactamente igual a mí tal y como estaba antes, cuando competía. Aliaga es aficionado al atletismo, y me tenía a mí como referente visual. Buscaba un actor que se pareciese a mí, y estuvo un año y medio, cerca de dos, buscándolo, pero no lo encontraba. Eso le tenía paralizado el proyecto; no encontrar al actor protagonista. Un día, en una comida familiar, un sobrino suyo le dijo que, si estaba buscando a una persona que se pareciera a Manolo Martínez, ¿por qué no se lo decía a Manolo Martínez?
Como quien busca algo que tiene en la mano.
Se le encendió la bombilla y dijo: «Sí, ¿por qué no?». Se puso en contacto conmigo, y yo, en eso, igual soy demasiado atrevido, y le dije: «Venga, p’alante». La idea me pareció bonita; y del proyecto, que estaba bien cuidado, que tenía garantías. Era la época en la que todavía había dinero, y pudieron hacer conmigo una preparación de casi dos meses. Estuve ocho semanas, ocho horas al día, seis días a la semana, haciendo un curso intensivo de arte dramático. Yo estaba encantado. Era una época en la que podía hacerlo. En 2007 fue cuando intenté hacer el giratorio y estaba en un momento de colapso en el que necesitaba algo que me hiciera cambiar el chip. Esto me sirvió para eso, con la mala suerte de que, a la vuelta del rodaje, fue cuando me rompí el tendón de Aquiles. Probablemente tuvo que ver la desadaptación que tuvo mi cuerpo en ese tiempo, pero bueno. Creo que es lo mejor que he hecho a nivel de interpretación. Tuvo cierto recorrido en el circuito de festivales, pero no era una película comercial.
Yo digo que hice la carrera de actor de arriba abajo, o de delante a atrás, porque empecé como protagonista en un largometraje, luego pasé a coprotagonista en otro, luego pasé a secundario en dos series completas, Apache y La fuga, y luego a secundario episódico, de estos que salen en varias series. Y al final, acabaron no llamándome para nada. Fui para atrás. Influyó mucho el final de mi carrera deportiva, el de la relación con mi exmujer, la depresión… Se juntaron muchas cosas. Toqué fondo en torno a 2017, 2018, pero después empecé a coger otra vez carrerilla. Empecé a hacer cortometrajes por mi cuenta, a hacer un programa en la 7 de Castilla y León, a poner en marcha el proyecto musical que va a salir ahora, me puse con la poesía para hacer el libro que va a salir ahora…
En 2011 hiciste de Goliat, el personaje del Capitán Trueno. ¿Eras lector de los tebeos?
No, no. Esto ya es más de mi padre. Yo el contacto con Goliat lo tuve a través de la película, antes no. Sí que te sonaban todos: El Capitán Trueno, El Jabato, todos esos cómics que luego, cuando me acerqué a ellos, dije: «Jolín, pues están muy bien».
Yo leí mucho El Capitán Trueno. Salieron en facsímil con La Voz de Asturias cuando yo era pequeño, y me engancharon enormemente.
Está muy bien, sí, sí. Para ser de la época que es, y sabiendo en qué situación lo tuvo que escribir, y con lo que tuvo que lidiar, la verdad es que chapó por Víctor Mora. Lo supo hacer muy bien. Metió ahí muchas cosas que de otra forma no se hubieran podido meter. Fue más revolucionario que otros que se creen muy revolucionarios.
Era de izquierdas, represaliado del franquismo, militante del PSUC.
Sí. Educó a una generación entera en unos valores muy positivos.
¿Qué proyectos tienes ahora entre manos, tanto en lo cultural como en lo deportivo?
Pues estoy efervescente ahora mismo. En lo deportivo, estoy como entrenador en el CAR; tengo un grupo de lanzamientos de peso y de disco; sobre todo, mujeres de disco.
Tú mismo has vuelto a competir en lanzamiento de disco, ¿no?
Sí, bueno, para ayudar al club. Me lo pidieron.
El Sprint León, que trata de ascender categorías y llegar en un futuro a la División de Honor masculina.
Eso es.
¿Y por la parte cultural?
Tengo un montón de proyectos que van saliendo. No porque me haya puesto ahora de repente con todos, sino porque voy dando salida a cosas que llevaba preparando tiempo. La pandemia me fastidió mucho; me cortó las alas durante dos años, y voy dos años más atrás de lo que quería, aunque también me permitió hacer más producción. Tenía ya producción acumulada que iba a salir y le añadí otra que hice durante la pandemia. Tengo un proyecto de televisión en el que estamos trabajando y del que no quiero decir nada. Tengo un proyecto musical que sí que va a salir ya; el 3 de febrero sale el primer single, que se llama Que viva la gente. El grupo se llama Tribu Touca; es este el logotipo [se señala la sudadera]. Es música encaminada a la fiesta; fiesta pura y dura. Sería como si Los Rebeldes hiciesen un cantajuegos para adultos, algo así (risas). Una animación para adultos con una base de pop rock electrónico actual, hecho por un chico que tiene veintisiete años, Guille Álvarez, que es lo mejor que tenemos en León ahora mismo a nivel electrónico; con unos cuantos músicos y cantado por mí, con letras escritas por mí. Luego, hay un libro de poemas que va a salir, El Jayán. El jayán es en muchos países de Sudamérica el que es grande, fuerte y bruto.
¿Es el título del poemario, o tu seudónimo?
El poemario, el poemario. Y luego tengo un cuentito infantil que va a salir también.
¿Sobre qué escribes como poeta? ¿De qué habla tu poesía?
Bueno, emociones. Ya escribo completamente distinto a El Jayán. Ha evolucionado mucho mi poesía después de la pandemia. Antes de la pandemia, era un juego en el que yo partía de una emoción e intentaba engalanarla. Ahora, sigo partiendo de la emoción, pero lo que busco es transmitirla; cómo llegar, de forma bella, pero no engalanada, al mayor número de personas con eso que yo he sentido, y que el mayor número de personas lo pueda entender. También he vuelto a la rima. Antes estaba en lo que es la poesía moderna, actual, el verso libre.
¿Me pasas por WhatsApp tu mejor poema, y lo metemos en la entrevista?
Hombre, pedirle a un padre que elija al mejor hijo es imposible (risas). Te puedo pasar algo, sí. Una letra de alguna canción de las nuevas, si no. Mira, esta misma. La tendría que dejar reposar un poco todavía, pero es en la que estoy ahora. Por no elegir, ¿sabes? Por ponerte la última. [Manolo abre una aplicación de notas en su «smartphone» y lee]
Entre tenerte o entretenerte,
elijo ser un río contracorriente.
Prefiero estar perdido debajo del puente
que ser un cretino, idiota, indecente.
Lo que he vivido no caerá en el olvido.
Tengo en la frente lo que ha dolido.
Amarte a muerte ya no tiene sentido.
Es evidente: la verdad ha vencido.
Cueste lo que cueste, empiezo
otro camino con otra gente.
Decide tu destino tentando a la suerte.
No seas un cretino, idiota, indecente.
Lo que he vivido no caerá en el olvido.
Tengo en la frente lo que ha dolido.
Amarte a muerte ya no tiene sentido.
Es evidente: la verdad ha vencido.
Manolo. Gracias, ha sido un placer.
Gracias a ti.
Una entrevista absolutamente recomendable. Una entrevista de la que uno sale sabiendo cosas y descubriendo la persona detrás del personaje. Una entrevista larga que se hace corta. Enhorabuena!
Estupenda, bellísima entrevista, memcio aparte al marketing de la boina. Jajajaja. Aplausos siempre Manolo.
Maravillosa entrevista. Quienes admirábamos ya a Manolo Martínez como atleta le descubrimos ahora también en otra dimensión portentosa. Un grande, de verdad. Mis felicitaciones al periodista.
Olé mi Manolillo… Un abrazo desde Málaga.
Óscar Glez.
Me ha encantado la entrevista. Gran atleta y gran persona,suerte en sus proyectos actuales y futuros.
Da gusto leer artículos como éste, saludos.
Felicidades, enriquecedora.
Una entrevista pedagogicamente perfecta. Increible, cuantas horas, sacrificio y esfuerzo hay detras…
Gran atleta, enhirabuena!
Saludos
Nunca pensé que un deportista, y más en su especialidad, pudiese no ya expresarse de esta manera sino también mostrar aspectos del deportista y del deporte de esta manera tan clara tan sencilla y sentimental. Felicidades tanto al entrevistado como al entrevistador
Un gran atleta, una excelente persona. Por lo segundo no dan medallas, y es una lástima, porque Manolo no bajaría del primer cajón del podium
Nada de dopaje, pero después cuenta cómo llevaba una dieta de Culturista Open. En fin, debe de ser un fastidio ser un (ex) deportista olímpico y hacer entrevistas… ¡Qué va a decir!
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