Fútbol Femenino

Ser profesional no es solo cobrar mucho, o de cómo el arbitraje del fútbol femenino debería proponerse mejorar

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Marta Huerta Da Aza

Confieso que he terminado desconcertada y con los sesos hechos agua siempre que me he puesto a meditar, desde la mirada crítica, sobre la profesión de las árbitras. A menudo lo había hecho desde la barrera, como el que se atreve a juzgar un mal pase que acaba en una rival que no lo espera o un tiro a puerta vacía que termina en el anfiteatro. Errores todos ellos justificables en los 90 minutos que dura un partido, que afean un resultado y, de repetirse, cuestan hasta la categoría. Pero me cuesta, en el caso de las colegiadas, encontrar razón para justificarlos cuando la costumbre se convierte en un arma que hace que esta liga profesional que nos ocupa no brille como debería.

Empezó esta temporada con una apuesta firme del colectivo por la dichosa profesionalidad. Mal común este, que atañe hasta al sindicato mayoritario, de pensar que con un garabato en el Boletín Oficial del Estado se solucionan todos los males pasados, que esto ha pasado de circo a mundo de yupi en un pestañeo y que somos ahora mismo la superpotencia deportiva de toda una generación. Las árbitras, asesoradas por el Capo Camps, se plantaron de silbatos caídos en la primera jornada de la competición. Querían veintiún mil euros —21.000 euros— por partido, y así lo justificaron en una rueda de prensa en la que ni Yolanda Parga, la cabecilla, ni las tres portavoces (Marta Frías, Marta Huerta de Aza y Guadalupe Porras) lograron convencer al aficionado de los motivos que les llevaban a pedir, no su sueldo, sino los gastos injustificables que asociaba la Real Federación Española de Fútbol al mismo.

Esos gastos, que antiguamente llegaban a los 618.000 euros por temporada, se quedaban en Las Rozas. Pese al patrocinio de Renfe y el de Iberdrola, la Federación estimaba que el coste de desplazamiento, manutención y ropa (cedida, de hecho, por Macron), suponían un total de 2.576 euros por partido. Ahora, esos gastos, según la propia RFEF, ascienden a 10 mil euros por partido, puesto que lo acordado tras aquella huelga fue pagarles 4.200 euros por partido, pero los chicos de Rubiales están girando un recibo de 14.000 que nadie, salvo Real Madrid, FC Barcelona, Athletic de Bilbao y Madrid CFF están pagando.

Bien es cierto que dentro de ese recibo arbitral está ahora considerado un curso para aprender a utilizar el VAR, y, la verdad, barato me parece si con eso empezamos a estudiar el fuera de juego. En la pasada Supercopa fue patente la necesidad de implementar una herramienta que ayude a anular goles o a corregir a las linieres. Pero es que la gota que colma el vaso de la paciencia del aficionado llegó en la última jornada de competición liguera, donde Ana Tejada -defensa de la Real Sociedad– fue expulsada frente al Granadilla por una mano que no existió, que era imposible de ver, y que de hecho le pega en la suela de la bota. Es más: el Comité de Competición, dio la razón a la colegiada Martínez Martínez, a pesar de que la imagen es clara y el balón no es que no golpee en la mano, es que se queda a metro y medio de ella. Y al final, el otro Comité, el de Apelación, tiró de sentido común y del de la vista para eliminar la sanción y que la central pueda jugar ante el Sporting de Huelva.

Estamos hablando de la primera división de fútbol femenino, pero si miramos más abajo, el panorama es desolador. En Primera RFEF los penaltis y expulsiones que nadie entiende se repiten jornada tras jornada. En Segunda RFEF vemos debutar a linieres sin experiencia a las que puede la presión, con el peligro que esto supone para sus carreras deportivas, porque el que tiene una mala experiencia en sus primeros meses, se baja del carro. Y en las ligas regionales no les quiero contar lo que se ve cada fin de semana, con exjugadoras pitando a sus excompañeras e influyendo en resultados. No es serio cómo está montado este chiringuito. Y eso no es culpa de las árbitras, sino de quien las forma y las suelta donde aún no están preparadas para estar. No es sano para el crecimiento de la mujer dentro del mundo del arbitraje que las decisiones se tomen tan a la ligera, que se apuren los plazos para tener más y más, sin tener en cuenta la calidad.

La guía de buen uso del arbitraje sugiere que no se puede pitar lo que no se ve. Aquí se pita lo que se intuye, lo que marca una jugadora o el ruido de la grada. Hay carencias en la colocación del trío arbitral en el campo, en la toma de decisiones y en el manejo de tiempos de los partidos. No ayuda, por ejemplo, la imagen de jugadoras riéndose tras el silbatazo en una jugada, ni que la colegiada no se haga respetar sacando a pasear tarjetas merecidas por falta de respeto. No ayuda tampoco que las críticas a cómo afecta su trabajo a las competiciones se tomen desde la ofensa personal y no desde el propósito de mejorar. Pero claro, cuando una jugadora pone un tweet preguntando esto mismo, “para qué vamos a mejorar, ¿no?”, se le proponga para sanción de cuatro partidos, como pasó el año pasado con María León.

El colectivo arbitral es una cosa muy seria, diganmelo a mi, que recibí hace unos meses el acoso, insultos y amenazas, de cientos de ellos por comentar lo obvio: que la huelga que se formó era teledirigida para boicotear la competición y que los derechos laborales de las árbitras importaban tan poco, que desaparecieron sus demandas en cuanto el Consejo Superior de Deportes le dio a la Federación lo único que quería: cinco millones de euros. Los cinco millones destinados a la estructura interna de la organización de la Liga F, y que cayeron del otro lado a cambio de un fondo de jubilación. Sin Seguridad Social, sin protección de lesiones, sin vacaciones, sin baja de maternidad, sin nada de lo que solicitaban tan explícitamente y que únicamente debería proporcionarles su empleador: el Comité Técnico de Árbitros, jamás la competición.

Por explicar esto me cayeron las mismas que me caerán ahora al explicar lo siguiente: para exigir condiciones acordes a la profesionalización de una competición, hay que tener profesionales cualificados al cargo. Subir el precio de las tarjetas, el precio de los recibos, el precio de los gastos (¡diez mil euros para comida y avión por partido!), no otorga ningún galón. El respeto se gana haciendo bien el trabajo. Y si bien hay que mirar todo esto desde la perspectiva de que un error lo puede cometer cualquiera, la acumulación desgasta y agota. El aficionado tiene derecho a estar enfadado, el periodista el deber de señalar, y tanto la Federación como las árbitras, deben tener el propósito de poner solución a un caos que, jornada tras jornada, se transforma en vídeos virales que no ayudan a que se nos tome en serio.

Por lo demás, el médico me ha dicho que procure llevar una rutina de cero estrés que me lleva a relajarme en vez de enfrentarme a situaciones desagradables, así que no opinaré de la entrega de medallas de la Supercopa, de los acosos e insultos a jugadoras en redes sociales ni de las peleas de aficiones. Fíjense la imagen que estamos dando, que cuando le dije al neurólogo que me dedicaba a escribir sobre fútbol femenino, resopló.

 

 

 

2 Comentarios

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