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‘La ciencia de los campeones’, el libro que arruinó mi manera de ver el deporte

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En ‘La ciencia de los campeones’, los lectores disfrutamos de un análisis científico muy rico sobre el mejor partido de tenis de la historia: la final de Wimbledon 2008

Hace tiempo que los caminos del deporte y la ciencia dejaron de ser una asíntota. No ha sido en el siglo XXI, sino mucho antes, cuando distintas disciplinas deportivas empezaron a aporrear las puertas de los laboratorios para mejorar sus resultados. Es más, podemos asegurar sin miedo a equivocarnos de que no existe deporte alguno que escape de los tentáculos de la ciencia. La primera vez que supe de los beneficios de la ciencia en el deporte fue, cómo no, en el fútbol. En el colegio, por supuesto. Una mañana, un compañero de clase apareció en el recreo con su balón +Teamgeist del Mundial de Alemania. Hasta ese momento, siempre habíamos jugado con pelotas de reglamento, las de plástico duro de Kipsta o, si la economía estaba boyante, el Roteiro. La aparición del nuevo balón, acolchado, más cómodo y moderno, hizo que todos fuésemos un poco mejores futbolistas. Estaba claro que la ciencia nos había dado un empujoncito.

El divulgador científico, catedrático y vicerrector de la Universidad de Murcia, José Manuel López Nicolás, tiene la respuesta a ese milagro con el que nos emocionamos tanto en su día. En su libro La ciencia de los campeones (Planeta, 2021), destripa y analiza el impacto de la ciencia en el desempeño de grandes campeones mundiales de distintas disciplinas deportivas. Una lectura que no hace ser consciente de que, por mucho que sepamos de deportes, la ciencia siempre nos enseñará cosas nuevas y que los campeonatos, ahora, también los ganan grupos de investigadores sin equipaciones y con batas blancas. Por no dejarnos a nadie atrás, López Nicolás mete el bisturí a Natalia Molchanova (apnea), Miguel Induráin (ciclismo), Ona Carbonell y Gemma Mengual (natación sincronizada), Michael Jordan (baloncesto), Caster Semenya (atletismo), Pep Guardiola (fútbol), Rafa Nadal y Roger Federer (tenis), Romain Grosjean (automovilismo), la Super Bowl (fútbol americano), la final del Mundial de Sudáfrica 2010 (fútbol), el Big Data en béisbol, Lydia Valentín (halterofilia), Michael Phelps (natación), Carolina Marín (bádminton), Abebe Bikila (maratón), Ruth Beitia (salto de altura), Tiger Woods (golf) y a las últimas invocaciones del dopaje.

La ciencia de los campeones se puede leer de muchas maneras. Tantas como tipos de aficionados al deporte existen. En mi caso, he de reconocer que la he leído al estilo yo-yo: avanzaba en los capítulos, me perdía en más detalles y curiosidades, para luego volver hacia detrás, detenerme en los subrayados que más sobresalto me habían provocado y ver vídeos sobre el momento que el profesor López Nicolás había analizado. Uno de los más intensos pertenece lo protagoniza Miguel Induráin y su récord de la hora de 1994 con la Espada, la bicicleta con la consiguió coronarse como el ciclista más rápido de todos los tiempos. Aquella gesta de Miguelón se pergeñó en laboratorios de Física, Química, ciencia de materiales, tecnología láser y mucho gimnasio.

Hablamos pura divulgación científica. Es decir, que si la barrera de leer términos muy técnicos puede asustar antes de enfrentarse a esta obra, es recomendable tumbar ese prejuicio y darle una oportunidad. El profesor López Nicolás consigue enganchar a la lectura en cada página con un lenguaje popular y didáctico, muy accesible. Incluso para una persona que dejó de estudiar Física, Química y Biología en la ESO e hizo piruetas para eludir las Matemáticas en selectividad, como es el caso de esta persona que teclea, La ciencia de los campeones se hace muy disfrutable.

Cuando era más ignorante, veía los espectáculos deportivos con la seguridad de que, al final, vería un resultado. La victoria de un equipo, el ganador de una carrera de fondo o un flamante campeón de tenis. Saber cómo actúa la ciencia en cada disciplina ayuda a hacer esa espera mucho más dulce y entender qué sucede durante la disputa deportiva; uno es consciente de que la suerte juega un papel fundamental, pero que hay muchas decisiones estudiadas al milímetro para que haya más posibilidades de que esa fortuna caiga de un lado u otro. El profesor López Nicolás consigue arruinar la manera pasiva en que consumíamos el deporte como aficionados y volvernos mucho más analíticos con su obra.

Por ciencia se entiende un abanico muy amplio de posibilidades, desde la nutrición hasta los distintos avances que ha habido en la ropa deportiva, pasando por la mencionada física, biología o psicología; desde la polémica por el hiperandrogenismo de Semenya, y cómo la obligaron a reducir sus niveles naturales de testosterona para competir con mujeres, hasta el sistema geométrico que hizo súper campeón a los Chicago Bulls de Michael Jordan. Todo, absolutamente todo influye. Como el azar no se puede controlar, el reto de la ciencia es hacer que este tenga la menor importancia posible cuando salga a hacer de las suyas.

La perfección de nuestro cuerpo en la apnea

Uno de los capítulos más impactantes del libro es la historia de la desaparición de la apneísta Natalia Molchanova en 2015 en Formentera da cuenta de la extrema dureza de la apnea. La deportista se ha dado por fallecida después de que no volviera ser localizada tras realizar una inmersión profunda alejada de  su grupo. A través de este deporte, el autor aprovecha para explicar la maquinaria exacta que tiene cada ser humano en su interior.

Sin ánimo de destripar el capítulo –no apto para aprensivos–, se hace inevitable dar a conocer algunos detalles para abrir bocas. Esta disciplina deportiva tan extrema, que se cobra una veintena de muertes en España cada año, tiene como grandes armas a los pulmones, el corazón y el cerebro y, como dice López Nicolás, al miedo como gran enemigo.

Durante la apnea, el cuerpo da un vuelco a su estado natural en lo que respecta al almacenamiento de oxígeno en nuestro organismo. Al tratarse de una disciplina donde la gestión de la actividad respiratoria es fundamental, la sangre va recirculando por el sistema pulmonar para recoger el O2 que va perdiendo y dejar CO2. Si bien los apneístas, a base de entrenamientos en que potencian su musculatura respiratoria, consiguen aumentar en dos litros el aire que pueden almacenar en sus pulmones, tienen un truco para extremar las reservas de oxígeno. La técnica se llama «carpa»: cuando han llenado por completo, aspiran más aire a bocanadas y lo van introduciendo, empujando la lengua contra el paladar.

A medida que van haciendo el descenso, que puede ser de más de cien metros de profundidad, el cuerpo va experimentado un proceso de esfuerzo físico extremo. «Los apneístas se van pareciendo a una botella de plástico que comprimes y aprietas hasta dejarla casi en nada antes de tirarla a la basura», escribe el divulgador científico. A veces, la concentración de dióxido de carbono es tan alta que el deportista se siente asfixiado por las contracciones del diafragma. Por eso se dice que el principal enemigo es el cerebro, porque debe convencerse de que es normal lo que está ocurriendo. En cada uno de los dieciocho relatos que componen la obra, López Nicolás invita al lector a conocer una historia completamente nueva.

Natalia Molchanova

Cuando el cuerpo ya no puede más, y las reservas de oxígeno están bajo mínimos, aparece un órgano que, dice el profesor, tenemos infravalorado: el bazo, que «al sentirse estrujado debido a la presión existente a su alrededor, libera los glóbulos rojos oxigenados que almacenaba». La perfección circulatoria llevada al extremo. En este capítulo, uno llega a sentirse dentro del descenso del apneísta, encapsulado, consciente de los peligros del descenso.

Y lo peor no está cuando se llega hasta el final, hay que volver. Los deportistas no recuperan la flotabilidad hasta los treinta metros de profundidad. En ese momento, el cuerpo sufre una extrema fragilidad, con el corazón casi parado, la sensación de asfixia y el cerebro sin apenas riego. Como necesitan ahorrar el máximo de fuerzas, deben ir aupándose pegados a la cuerda con levísimos movimientos de brazo. Es en los últimos metros de las subidas donde se pueden dar síncopes y morir de manera «dulce», entrando en un estado de inconsciencia silenciosa. Tras el agónico ascenso, para que el jurado dé por válida la prueba, el apneísta tiene quince segundos para decir «I am OK» y levantar el pulgar. Tremendo.

La intrahistoria de la Espada

Una de los episodios que más obsesiona al autor del libro es el récord la hora de Miguel Induráin. López Nicolás, declarado fan acérrimo del todoterreno de Villava, asegura que vivió las horas previas a la prueba con muchísimos nervios. Leer el capítulo dedicado al ciclismo hace que los amantes del pedal nos apiademos muchísimo de quienes no saben apreciar tamaño espectáculo científico deportivo.

El profesor desmonta la bicicleta con que Induráin consiguió dar doscientas once vueltas al velódromo en menos de sesenta minutos. El equipo de la marca Pinarello acudió a las oficinas de Lamborghini y Bugatti para empaparse de los beneficios que la fibra de carbono aportaba en la velocidad. La casa de bicicletas transalpinas eligió un desarrollo de cincuenta y nueve dientes en el plato y catorce en el piñón para que, en cada pedalada, el navarro avanzase 8’77 metros para dar una vuelta al parqué en diecisiete segundos clavados. La Espada estaba repleta de detalles que posibilitaron batir la marca a Miguelón:

«El cuadro era lo más característico y revolucionario. Estaba fabricado por una sola pieza de fibra de carbono, con un espesor mínimo de 1,5 milímetros. La confección «en una sola pieza» de la Espada le permitió ganar en rigidez y disminuir los puntos más sensibles a una fractura. […] Las dos ruedas de la Espada eran lenticulares (la trasera tenía un diámetro mayor que la delantera) y fueron fabricadas con fibra de carbono. Los pedales estaban concebidos para que encajaran en unas zapatillas especiales, creadas ad hoc, con un sistema de enganche que permitía mejorar la sensación de que pierna y pedal eran uno solo y que fue adaptado por todos los fabricantes poco después».

Espada, la compleja bicicleta que usó Miguel Induráin para batir el récord de la hora en 1994

Aunque no solo era mérito de la mecánica y la ciencia de materiales. Miguel tenía muchísimo que ver, como es obvio. El ciclista navarro tiene un corazón un poco más grande de lo normal, 6’8 centímetros de ventrículo izquierdo frente a los 4’5 centímetros de una persona común, lo que le hacía bajar muy rápido de pulsaciones, recuperar mejor y dosificar esfuerzos. En etapas de puerto, podía bajar de ciento cuarenta a sesenta pulsaciones en la cima. Estas informaciones nos obligan a cambiar la manera en que consumimos el deporte.

Un ucraniano inventó el tiki-taka

Según López Nicolás, fue Gueorgui Feodósievich Voronói. Gracias a sus diagramas, el Barça de Guardiola fue capaz de crear un sistema de juego abrasivo para los rivales basado en altísimos porcentajes de posesión. El campo de fútbol dejaba de ser un lugar donde pegar pelotazos para convertirse en un plano perfecto en que cada jugador se hace dueño de distintas áreas del césped. Algo que el propio autor ya explicó en La Verdad de Murcia antes de escribir el propio libro.

Pep Guardiola solo –entiéndase, por favor– aplicó la teoría de Voronói y la reforzó con otra teoría matemática para dirigir uno de los mejores equipos de fútbol de la historia y revolucionar el balompié para siempre: la triangulación de Delaunay.

«Los triángulos de Delaunay son una red de triángulos conexa y convexa que en el deporte rey conecta los jugadores con líneas. Según este científico, dado un diagrama de Voronói, la triangulación de Delaunay se construye uniendo cada punto con los puntos análogos de las regiones vecinas»

Gracias a la contribución matemática de Voronói, el añadido de los postulados de Delaunay, el tiki-taka consiguió dar mayor velocidad a la circulación del balón –con las triangulaciones– gracias a la movilidad de los jugadores en el campo –diagramas–. Eso sí, antes de que los lectores bajemos a buscar el primer equipo de fútbol de barrio al que entrenar para hacerlo campeón, López Nicolás advierte de un tercer condicionante importantísimo para que la matemática funcione: jugadores con talento. Como decía Steve Nash, cambiando de deporte, ayuda conocer cómo debemos poner las manos para lanzar el triple perfecto, pero lo importante es practicarlo.

Los diagramas de Voronói y triángulos de Delaunay sobre el Barça de Guardiola [La Verdad de Murcia]

Hay lugar para las grandes mentiras

El autor no se queda corto en abarcar todos los espacios y materias en que la ciencia interviene cuando hablamos de deportes. Otro de los capítulos que no dejan indiferente es el que dedica al piloto francés Romain Grosjean, en que explica cómo pudo salvar su vida en el accidente que tuvo en 2020 contra el muro de la curva tres de Sakhir. Pero hemos venido a reseñar un gran libro, no a destrozarlo.

La ciencia de los campeones cierra su exquisito repaso a los aspectos más medidos y estudiados del deporte advirtiendo de los peligros del alcohol, la cafeína, la marihuana y la cocaína para el deporte, los últimos avances del dopaje y ciertos mitos que existen en torno creencias que el autor denomina como «pseudocientíficas».

Estas últimas páginas darían para una reseña aparte, sin duda. López Nicolás se moja sin paños calientes sobre productos o técnicas que, en su día, acumularon grandes cantidades de adeptos y seguidores. Por ejemplo, las Power Balance que, aunque ya nadie las lleva, crearon furor cuando empezaron a comercializarse. Cristiano Ronaldo, Kobe Bryant o Guti fueron algunos de sus más célebres acreedores. Pero también deja claras sus sospechas y críticas al agua de mar, las tiritas nasales, medias compresoras, homeopatía, quiropraxia, los kinesiotapes o el cupping.

En definitiva, el catedrático López Nicolás consigue con este libro influir sobre los lectores en cómo mirar y consumir el deporte. Durante el próximo Tour de Francia, por ejemplo, será complicado ver el pelotón sin fijarme en el desarrollo de las bicicletas, los tipos de manillar o las posturas de los ciclistas. O ver un banana shot en tenis, una bestialidad de la física marca propia de Rafa Nadal, en el próximo Wimbledon.

La ciencia salvó la vida de Romain Grosjean. Y un milagro, admite López Nicolás

2 Comentarios

  1. Heraclio Soto González

    Donde puedo comprar ese libro?

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