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Félix Sánchez: el español al frente del largo camino competitivo de Catar

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Félix Sánchez es el entrenador español de la selección catarí que ha conseguido hacerla un equipo competitivo

En diciembre de 2010, la FIFA corroboró todas las sombras que se cernían sobre su reputación y, para estupor del planeta fútbol y del planeta Tierra, designó a Catar como sede de un Mundial. Según quedaría confirmado luego, la estrambótica candidatura del emirato absolutista se impuso gracias a dos argumentos de peso: corrupción y sobornos. Si la chequera sirvió para llevarse la Copa del Mundo al desierto, cómo no repetir fórmula con un objetivo que por entonces sonaba igual o más dificultoso: que su selección nacional desempeñase un buen papel en el torneo. Con ese propósito financiaron una estrategia deportiva a largo plazo que comenzó incluso antes de ser nombrados anfitriones.

La academia Aspire, cuyo nombre completo recuerda a aquel premio que se inventaban en los Simpsons para Montgomery Burns —Aspire Academy for Sports Excellence—, se fundó con dinero gubernamental en 2004. Durante el primer curso alojó apenas a treinta chavales, pero hoy está considerado el centro de alto rendimiento más grande del mundo y los candidatos se cuentan por miles. Han logrado buenos resultados en varias disciplinas —atletismo, esgrima, tenis de mesa, squash—, aunque sus recursos se concentran en el fútbol. Hoy Aspire es dueña de un equipo de la primera división belga, el K.A.S. Eupen, y también de un club español, la Cultural y Deportiva Leonesa, por donde han pasado nueve jugadores cataríes.

Para conformar su organigrama, Aspire ha mirado siempre a España. Ahora el máximo responsable es Iván Bravo —a su vez, presidente del Alcorcón—, quien durante siete años fue director de estrategia del Real Madrid. Otro exmadridista es Valter Di Salvio, famoso preparador físico italiano, que también ocupa un cargo relevante en la academia. La estrategia quedó bien definida desde su creación: fichar talento extranjero.

Félix Sánchez Bas ingresó como técnico de las categorías inferiores del FC Barcelona en 1996. Tenía 21 años. Antes había militado en dos clubes, Les Corts y Sants, y entrenaba a un equipo infantil de fútbol sala. Estudió INEF. En la cantera blaugrana empezó de segundo entrenador en el alevín, y durante los diez años siguientes formó a jugadores como Sergi Roberto, Gerard Deulofeu o Marc Muniesa. En 2006 sentía que sus posibilidades de promoción en el club eran escasas, y justo sonó el teléfono desde Catar.

Sánchez empezó a trabajar en Aspire con los jóvenes nacidos en 1991, por entonces la categoría sub16. Primero debía encontrar a los mejores del país, algo relativamente sencillo para lo bueno —todos los equipos cataríes están en Doha, la capital, o a muy pocos kilómetros— y para lo malo —el abanico se reducía a solo 220 jugadores federados—. Los elegidos jugaban los fines de semana con sus clubes, pero entrenaban a diario en la academia. Y siempre sesiones dobles, mañana y tarde, un sistema anómalo pero posible gracias a que los chavales estudiaban allí mismo, a diferencia de, por ejemplo, la Masía.

Así sigue funcionando Aspire, con alumnos desde los 6 a los 18 años. Para sortear su principal problema, la falta de efectivos, extendieron sus redes por África, que se convirtió en el principal caladero donde pescar proyectos de futbolistas. El dinero no era un problema y las familias de origen, de países mayoritariamente pobres, aprobaban la mudanza a la academia. El último paso era nacionalizarlos y así poder contar con ellos.

En 2007, Félix Sánchez fue nombrado seleccionador sub’15. Desde ahí subió uno a uno todos los escalones. En 2014, bajo su mando, la sub’19 se proclamó por primera vez campeona asiática. Tres años después, el uruguayo Jorge Fossati renunció a su cargo de seleccionador en la absoluta y la federación pensó en Sánchez para sustituirlo. Nadie como él conocía a la generación que empujaba desde abajo.

Los resultados no llegaron de inmediato, pero cuando lo hicieron fueron espectaculares. Hasta 2019, Catar solo había ganado 6 de 39 partidos disputados en todas las ediciones de la Copa de Asia, y su techo eran los cuartos de final. Un desempeño lógico para un país de 2,5 millones de habitantes en el continente más poblado del planeta, donde además solo compiten 16 equipos, a 25 jugadores cada uno —a los que hay que restar los extranjeros no seleccionables—. A pesar de esos condicionantes, la selección absoluta comandada por Félix Sánchez batió su mejor registro y llegó a semifinales.

Ese torneo se celebraba en Emiratos Árabes Unidos, que por entonces había cortado relaciones con Catar —sus ciudadanos ni siquiera podían entrar en el país— bajo la acusación de patrocinar el terrorismo islámico. Las semifinales enfrentaban al equipo local precisamente contra los cataríes, y el ambiente estuvo marcado por la actitud de los aficionados, con abucheos, insultos y lanzamiento de botellas al campo, e incluso de zapatos, en lo que supone el mayor gesto de desprecio en la cultura árabe. Pero los de Félix Sánchez mostraron madurez suficiente como para sobreponerse a los elementos y arrollar a su rival por 0-4.

Emiratos Árabes Unidos intentó vencer a su enemigo en los despachos: denunció que dos jugadores no cumplían el criterio establecido por FIFA para ser nacionalizados —vivir cinco años seguidos en el país a partir de los 18—. Uno de los señalados era la estrella del equipo, Almoez Ali, nacido en Sudán y ejemplo perfecto de la política de captación de talento africano. La Confederación Asiática de Fútbol desestimó la reclamación de EAU sin dar explicaciones.

En la final se enfrentaron al gigante futbolístico asiático, Japón, y ganaron 3-1. El 70 % de aquel exitoso plantel se componía de futbolistas que habían pasado por la academia Aspire. Es más, Sánchez logró el primer título continental para Catar con algunos jugadores a los que entrenaba desde que tenían 12 años. Y lo lograron con unas estadísticas apabullantes: ganaron todos los partidos del torneo, marcaron 19 goles y encajaron solo uno. El FC Barcelona publicó en su web una felicitación a su antiguo técnico por haber «desarrollado un fútbol con ADN Barça», además de mencionar «la sólida base de un 70 % de posesión».

Sánchez hizo historia con un título impensable poco tiempo atrás, y ese hito le valió la renovación hasta el Mundial. El camino de Catar a la gran cita no ha estado exento de la singularidad que rodea a ese país, y no puede decirse que haya sido, precisamente, una travesía por el desierto, ya que han participado en varios torneos que no le correspondían geográficamente. Todo para ganar competitividad y gracias a sus buenas relaciones —que siempre son más fáciles de mantener si eres rico— con los mandatarios de FIFA, desde los presidentes de las distintas confederaciones hasta Gianni Infantino.

Así, en aquel 2019 Catar disputó la Copa América, donde logró un empate ante Paraguay y sendas derrotas cortas frente a Colombia y Argentina. Luego participaron en la Copa Oro —que reúne a las mejores selecciones de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe—, un torneo que, a diferencia de la Copa América, llevaba 16 años sin invitar a conjuntos foráneos. El combinado catarí acabó líder en su grupo, superó la ronda de cuartos y solo perdió en semifinales ante Estados Unidos, a la postre campeón, a quien le aguantó hasta el minuto 86. Para completar la terna de invitaciones, la UEFA incluyó a Catar en un grupo clasificatorio para el Mundial, aunque lógicamente no competía por una plaza. La encuadraron en el Grupo A y jugó amistosos frente a Portugal, Serbia, Irlanda, Luxemburgo y Azerbaiyán. Solo logró empatar frente a las dos últimas.

Si alguien representa la singularidad de la selección catarí ese es Almoez Ali. No solo por su polémica nacionalización, sino porque con semejante peregrinaje posee un registro casi inigualable: fue el goleador de la Copa de Asia con 9 goles, pero también el máximo artillero de la Copa Oro, e incluso logró anotar en la Copa América. A sus 26 años, Ali es la estrella de un grupo de futbolistas que juegan juntos desde chavales, y que llegan con una edad perfecta al torneo en el que llevan pensando media vida.

En 2022 ya no quedaban más torneos a los que apuntarse, pero Catar ha completado largas concentraciones en Austria y Marbella, donde solo le ha faltado jugar amistosos contra once guiris borrachos en la playa. En total ha disputado 21 partidos —España, por ejemplo, llega a la cita con nueve en todo el año—, enfrentándose a selecciones de varios continentes, pero también a clubes como el Linfield norirlandés, el Antwerp belga o los eslovacos Domaniža y Šamorín, Han jugado, incluso, contra una selección sub’23, la de Croacia.

Félix Sánchez termina contrato después del Mundial. Por ahora, rehúsa hacer comentarios sobre el futuro. Primero quiere llegar a la meta con los suyos, que se han preparado como probablemente nadie lo haya hecho nunca. Aunque ya se sabe, ni los años ni los recursos empleados garantizan nada. El fútbol sigue siendo fútbol y se lo juegan todo en tres tardes contra selecciones a priori superiores. Ante Ecuador, en el partido inaugural, Catar arrancó con un mal resultado, pero fue aún peor la imagen de equipo incapaz y superado por el escenario. Ahora tienen por delante a Senegal y a Países Bajos para intentar demostrar que, para este viaje, sí hacían falta tantas alforjas.

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